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El primer entrenamiento que hice con el Real Madrid, después de que el técnico Jorge Valdano me había dicho que yo era el quinto extranjero y tenía pocas chances de jugar, fue en una pretemporada en Suiza.
En ese primer entrenamiento estábamos haciendo un partido de nueve contra nueve. Yo estaba corriendo como un salvaje, porque entrenaba siempre como un salvaje. Y Valdano entró a jugar con nosotros... y sin quererlo, porque la pelota le llegó y no me pude detener, lo trabé fuerte, lo levanté por el aire y cayó al suelo.
Estando los dos en el piso, me dijo:
"¿Siempre entrenas así o sólo cuando odias a tu entrenador?

(IVÁN ZAMORANO, ex jugador chileno)

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La velocidad en el fútbol cambió a partir de la Selección de Holanda en 1974. Fue una revolución en el fútbol mundial, a partir de allí se empezó a jugar mucho más rápido.

(RICARDO BOCHINI, ex jugador argentino)

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Cuando se me hablaba del Estadio Centenario, yo creía que sería uno de los tantos que se construyen continuamente. Pero después que lo vi y lo pude apreciar en todas sus partes, he sacado la conclusión que es el primero del mundo. Yo conozco bastantes, por no decir todos, sin embargo no he visto ninguno tan completo.

(JULES RIMET, Presidente de la FIFA en 1930, álbum del 1º Campeonato Mundial de Fútbol; Segunda Edición; pág. 15)

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Campione 2000 (E-type - Suecia)

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En La Bombonera, cuando Argentina le ganó a Bolivia y empató con Perú debí ejecutar dos penales casi calcados. Yo daba un paso y miraba de reojo a los arqueros; llegaba a la pelota y le daba fuerte, al palo opuesto al movimiento de ellos. Los arqueros me habían estudiado y ninguno se movía. Entonces, di dos pasos y en el último cambié la decisión, pegándole fuerte a media altura. Los dos remates, con diferencia de una semana y con 60.000 almas empujando, al final entraron. Pero no alcanzó y quedamos fuera de México 70.

(JOSÉ RAFAEL ALBRECHT, ex internacional argentino, recordando la eliminación albiceleste de la cita mundialista de México ’70)

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La cara más negra del fútbol es la de Hasselbaink.

(FRANCISCO MIGUEL NARVÁEZ "Kiko", ex futbolista español)

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Kevin Keegan no sirve ni para atarle los cordones de la botella a George Best.

(JOHN ROBERTS, periodista inglés, criticando al ex jugador del Hamburgo y actual entrenador en el fútbol británico)

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Décimotercer partido (Umberto Saba - Italia)


Un exiguo grupo en las gradas
se calentaba gritando.

Y cuando
-enorme aureola- atrás de una casa
apagó el sol su resplandor, la cancha
metió el presentimiento de la noche.

Corrían arriba abajo camisetas
rojas, blancas, en una luz extraña
de iridiscente transparencia.

El viento desviaba la pelota,
la Fortuna se vendaba otra vez los ojos.

Era hermoso
ser tan pocos, juntos,
entumidos,
como los últimos hombres en un monte,
mirando el último partido.

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El entrenamiento es bastante similar al de acá, pero no se trabaja mucho la parte táctica. Más que nada explican, el entrenador te dice lo que tenés que hacer, pero no lo trabaja tácticamente. Entonces, muchas veces las cosas no salen y el entrenador se enoja muchísimo. Y rezonga, pero de rezongarte como a un chiquilín, como a un niño chico. Una vez llegó a tirarle un borrador a un muchacho por la cabeza. Y el jugador sumiso totalmente, cabeza baja. Y eso que era un muchacho muy grande y el entrenador es bajito. No hay respeto mutuo. Y para hablar con el técnico tenés que pedir conferencia. Es como hablar con el Papa.

(GERARDO "Karibito" MORALES, jugador uruguayo del club Mes, de la ciudad de Kerman, contando sus vivencias en el fútbol iraní. Publicado el 8/1/08 en el diario "El País" de Montevideo)

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Prefiero la liga inglesa, las mujeres tienen las tetas más grandes.

(EMMANUEL PETIT, futbolista francés, ex central del Barça, opinando en 2001 en una revista parisina acerca de las diferencias entre las Ligas de Inglaterra y España)

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Espero celebrar muchos títulos en Cibeles.

(MIGUEL ÁNGEL FERRER MARTÍNEZ "Mista", futbolista español, en su presentación oficial como jugador del Atlético de Madrid -2006-, queriendo arrebatarle al Real Madrid el lugar clásico donde festejan los títulos los simpatizantes 'merengues')

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Mi historia con Rosario Central (Roberto Fontanarrosa)


“Te aplaude y te saluda jubilosa
la hinchada deportiva que te admira
campeón de cien jornadas victoriosas
valiente triunfador que orgullo inspira”.


Así empieza, señores, la vibrante marcha de Rosario Central, fruto del genio inmarcesible del rapsoda rosarino Laerte Carroli, pieza musical comparable, según historiadores y melómanos, a la exultante La Marsellesa francesa.



“El símbolo auriazul de tu divisa
florece y resplandece como un sol
cada vez que la cancha se electriza
al estallar de la victoria el gol”.

Y así palmea, salta y canta, acompañando esos compases, la hinchada canalla cuando el bravío primer equipo auriazul pisa la grama del Gigante de Arroyito, estadio mundialista que se empina, intimidante, a orillas del río Paraná, un río tan largo que nunca termina de pasar.

Hace algún tiempo escribí, en una pieza literaria sinceramente inmortal: “Rosario Central no tiene historia. Tiene mitología”. Y esto es así porque sus orígenes, sus avatares y sus formidables campañas están siempre fluctuando entre la realidad y la fantasía, lo palpable y la ficción, lo comprensible y lo inexplicable.

¿Cómo no ser hincha, entonces, de un equipo así? ¿Acaso puede evitar, un intelectual sólido y sensible como quien esto escribe, ser captado, atrapado y seducido por una divisa que desde la realidad más palmaria y comprobable se dispara hacia la exageración y la desmesura? Todo es increíble, todo es sospechoso, mis amigos, en los relatos partidarios de hechos inusitados, de hazañas que rozan lo inconcebible, lo fantasioso y la imaginación pura.

Se dice, se cuenta, se afirma, que Central es uno de los equipos más antiguos del fútbol argentino, con sus 118 años de vida institucional. Se dice, se cuenta, se afirma y se asegura que sus orígenes fueron los talleres del ferrocarril y, por tanto, sus primeros partidarios eran humildes operarios del riel, miserables pordioseros hallados bajo los puentes ferroviarios, nobles verduleros, cochambrosas prostitutas, laburantes del puerto y marginales.

Y que, por eso, el indómito rosarino Ernesto “Ché” Guevara es su hincha más reconocido. Porque simpatizaba, obviamente con la causa del pueblo, confrontando con el origen oligarca del otro club de la ciudad, rival eterno, nacido en un colegio privado inglés. Pero también se ha escrito que los fundadores de Rosario Central fueron navegantes fenicios que llegaron a estas costas remontando el Paraná a comienzos del 1400. Y que le dieron a la camiseta los colores azul oscuro por el proceloso mar, y amarillo patito por una epidemia de hepatitis que terminó con todos ellos.

¿Cuánto hay de verdad y cuánto de mitología, por ejemplo, en la narración de los viejos seguidores cuando relatan el legendario gol de Aldo Pedro Poy en aquel lejano Diciembre de 1971, gol que abriría las puertas al primer Campeonato Nacional obtenido por Rosario Central? ¿Es verdad o es mentira que Aldo convirtió ese gol contra el rival de todos los tiempos, volando en palomita o en plancha, o como quiera usted llamarla, para asestar con su cabeza, testuz alado, el frentazo goleador?

¿Es verdad o es mentira que, como afirman algunos, Aldo ya venía volando desde San Nicolás, localidad situada a mitad de camino entre Rosario y Buenos Aires, puesto que era una semifinal? ¿Es falso o es cierto que, como juran y perjuran muchos otros, se veían en las espaldas del Aldo dos alas enormes y doradas que lo impulsaban por el aire?

Pocos pueden entender, asimismo, mis amigos, que, desde aquella fecha patria, año a año, puntualmente, hasta nuestros días, todos los 19 de diciembre se realice en Rosario, en Los Ángeles, en Barcelona, en Santiago de Chile o en donde sea, la reconstrucción del gol, escenificada y teatralizada por centenares de hinchas canallas que se reúnen a ver cómo Poy, hombre grande ya y respetable, vuelve a volar hacia ese balón para impactar con su parietal, hoy calvo, y repetir el gol de aquella tarde, arriesgando su cuerpo, en la actualidad un tanto endeble, al caer sobre la dura superficie del planeta, que se ha solidificado en demasía desde entonces.

¿Alguien habrá de aceptar, a pie juntillas, la versión oficial del apodo “canalla” para el hincha centralista? Conspicuos ciudadanos, hombres probos, fuerzas vivas en general, no llegan a perdonar cómo, tantos años atrás, Rosario Central se negó a disputar un partido a beneficio de un leprosario propuesto por su clásico rival, el Ñuls Old Boys. De allí quedó, señores, el mote denigrante de “canallas” para nosotros y el más vinculante de “leprosos” para los rojinegros. Pocos entendieron que esa actitud negativa no fue por falta de sensibilidad social o sanitaria sino, tan solo, para no hacerse cómplice, la institución, de una maniobra quizás demagógica, sensiblera y populista.

¿Es fácil explicarle a un ser racional y criterioso, que un hincha puede saltar al césped, perforando la alambrada, desde atrás de uno de los arcos, para impedir un gol en contra de su equipo? En el Gigante de Arroyito sucedió eso, mis amigos. El Turco Spil fue aquel valiente, el hincha que atravesó la alambrada perimetral para ingresar como una exhalación, interceptando ese balón insidioso que, tras sobrevolar la cabeza del mítico portero Edgardo “Gato” Andrada, se anidaba en las redes, sellando la segura derrota de los locales. Y el Turco no despejó esa pelota a cualquier parte, no la tomó con sus manos para correr con ella como una criatura. No, señores, nada de eso. Fiel a una escuela, leal a una estirpe, la pisó y se la tocó corta al Coco Pascuttini para salir jugando ante la mirada atónita de los jueces.

¿Cómo no se va a sentir dominado por una pasión fatal, a esa divisa de franjas verticales azules y amarillas, un ensayista, un aspirante mayor al Premio Nobel, como quien esto escribe, cuando le ha tocado vivir otra jornada de estupefacción en la final de la Copa Conmebol de 1995? Allá, en el inconmensurable estadio Mineirao de Brasil, el irrespetuoso Mineiro, sacando ventaja arteramente de una lluvia que llevaba cayendo tres meses con sus noches, sometía al enjundioso equipo rosarino por 4 a 0. Cuenta la imaginería popular que hubo macumbas brasileñas ancestrales, presiones misteriosas de Orixá y otros dioses umbanda, que convirtieron las piernas de nuestros jugadores en piedras leñosas y pesadas. Tenue era la esperanza para el desquite. No obstante, las deidades del fútbol condujeron esa noche de la revancha a 45.000 canallas hasta el Gigante de Arroyito. Y Central ganó 4 a 0, para luego imponerse en los penales. Juran, testigos presenciales, que, cuando el “Petaco” Carbonari convirtió el cuarto gol a cinco minutos del final, su cabeza de titán refulgía cubierta por un casco de oro y marfilina que le había entregado la mismísima Némesis, Diosa de la Venganza.

¿Cómo no se va a sentir cautivado un estadista, un sociólogo, un arqueólogo, un cosmetólogo como quien esto firma si, además, le toca estremecerse ante otro acontecimiento inexplicable vivido por la escuadra canalla, ni más ni menos que en el hostil estadio del América de Cali, reducto del Diablo y sus demonios? En el primer partido por Copa Libertadores, Central había triunfado en Rosario con un gol marcado por su coloso invencible, Juan Antonio Pizzi. Escasa ventaja para volar a Cali, mis lectores, exigua diferencia para enfrentar al rojo en su reducto.

Frente a la magia de la televisión vimos, defraudados, como a cinco minutos del final, cinco minutos digo, cinco apenas, el canalla perdía por 3 a 0, con un hombre menos, jugando espantosamente mal y con el ánimo deportivo por el suelo, aguardando tan solo el piadoso pitazo definitivo. Ya los jugadores suplantados en el equipo local, aún antes de finalizar el encuentro, sopesaban livianamente a qué rival preferían enfrentar en la siguiente ronda, la de semifinales.

Ya, en Rosario, ante las pantallas de televisión y en la calle, los partidarios del clásico rival rojinegro hacían explotar bombas de estruendo, celebrando la segura eliminación de los canallas. Se pegaban ya en las paredes y muros de la ciudad, carteles ofensivos con bromas sangrientas sobre el indigno caído. Fue entonces, cuenta la leyenda, que Fortuna, diosa de la suerte casquivana, se apoderó del alma del balón, hizo que este se escurriese de las manos del portero caleño y otra vez Juan José Pizzi lo empujó a la red.

Dos minutos mínimos restaban para el final y fue allí que en un contragolpe, tres, ocho, catorce, veintisiete, mil quinientos hombres del equipo rojo quedaron solos frente a las manos desvalidas del portero Tombolini. Y el Tombo saltó y brincó como un demonio, ofrendó su rostro y su pecho a los disparos salvando una vez más su portería. Y ya en tiempo de descuento, Vespa, el bravo indio charrúa, se hizo luz, relampagueo y centella sobre el flanco derecho de la cancha, envío un centro y, en ese instante, la diosa Justicia se quitó la venda que cubre sus ojos y la colocó tapando los ojos del portero, que manoteó el aire vanamente y otra vez el coloso, el rubio Pizzi, cabeceó la pelota a los piolines. Éxtasis e infarto. Festejo y gloria. Central ganaría luego en los penales. La mitología quedaba corta ante el misterio.

¿Quedará alguien, me pregunto, que se siga preguntando qué motivos o razones o argumentos, conducen a un hombre sabio y bien pensante a convertirse en un fanático seguidor de los colores auriazules? ¿Quedará alguien, me pregunto? Y si aún quedan, si aún persisten unos pocos descreídos aferrados a su escéptica, abrumadora necedad, restará simplemente invitarlos a que concurran alguna vez al Gigante de Arroyito. Y conste, lo aseguro, que ya no hay fanatismo en mis conceptos. Ahora, cuando las nieves del tiempo blanquean mis sienes, adquirida con el paso de los años la cordura, algo distante de estallidos partidarios, con alguna lejana frialdad de observador imparcial, simplemente convoco al forastero para que, acompañando a su equipo favorito pise en un buen día el cemento formidable del Gigante. Para que compruebe, en persona, la leyenda. Y allí escuchará cómo el pueblo canalla recibe a un invitado. Allí sabrá del saludo que la parcialidad auriazul dedica a la visita.

“Ya todos saben que Rosario está de fiesta
ya todos saben que en Rosario es carnaval
ya todos saben que La Boca está de luto
que son todos negros putos de Bolivia y Paraguay”


Vengan, atrévanse, a vivir lo mitológico en el Gigante de Arroyito, reducto de los canallas. Ya van a ver cómo los cagamos a goles y les rompemos el culo.

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Un partido cambió el destino de Silvio Marzolini. En 1959 Ferro Carril Oeste llegó a la cancha de River arrastrando una espectacular racha invicta de 19 partidos. Pero esa tarde perdieron por goleada y el peruano Gómez Sánchez le pegó un baile de aquellos a Marzolini, quien confesaría que “jugué el peor partido de mi vida”. Y resulta que esa tarde los dirigentes millonarios, que estaban interesados en la compra de un lateral por izquierda, le bajaron el pulgar al rubio defensor. “De donde haber jugado tan mal me benefició, porque en 1960 pude pasar a Boca Juniors, club del cual siempre fui hincha y con el que conseguí tantos títulos”.

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Los futbolistas viven muy tensionados: en las prácticas le viene una pelota por el aire, la bajan y siguen jugando tranquilamente; pero durante el partido, a veces no les sale porque la paran con el cuerpo duro por la tensión y la pelota se les escapa.

(OSVALDO "Chiche" SOSA, ex futbolista y entrenador argentino)

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Los hinchas italianos son los únicos a los cuales si cuando llegan a estadio, más allá de haber abonado la entrada, le dicen que el rival no se presentó y ganaron el partido, se vuelven a sus casas sin chistar lo más contentos.

FERNANDO NIEMBRO, periodista deportivo argentino)

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Los pibes y el fútbol (Néstor Sappietro - Argentina)


Habíamos perdido la cuenta de los días desde que el mal tiempo se había instalado. Las estadísticas decían que fue el abril más lluvioso de los últimos 100 años. El sol empujaba de mala manera a la última nube, y Julián, mi pibe de 3 años, hacía lo mismo conmigo para que vayamos a patear un rato. Salimos con el temor a que la cancha esté ocupada y tuviéramos que postergar las ganas de Julián otra vez. Por suerte, solo encontramos a un chico de más o menos doce años trotando alrededor de la línea de cal, y a una mujer (la madre), que sentada en un tronco que esta ahí a modo de tribuna, no dejaba de observarlo y alentarlo.

La mujer comenzó a prestar atención a cada corrida de Julián que intentaba ponerse de acuerdo con la pelota. Después, se acercó y me preguntó:

- “¿Es su hijo?”

Le contesté que sí. Ella entonces asintió con la cabeza sin dejar de gritar pidiéndole más ritmo al muchachito que seguía dando vueltas alrededor de la cancha.

- “...Yo vengo todas las tardes”, me dice, y se entusiasma, “...a los pibes hay que incentivarlos. Ellos no se dan cuenta, este siempre se queja cuando lo hago correr, pero una está trabajando para que tenga un futuro. ¿Vio lo de Messi? Se salvaron todos, hasta los bisnietos...”

Julián, que había emprendido una veloz corrida con la pelota hacia el arco, daba sus rodillas contra el piso, y gritaba como pidiendo tarjeta amarilla para el pozo que hizo las veces de zaguero central, trabándole el pie de apoyo.

La mujer aprovechó la incidencia para retomar la conversación (en realidad era un monólogo), diciéndome: “...Son cosas del fútbol. Mire, viéndolo como lleva la pelota se nota que el nene tiene condiciones. Hágame caso. Incentívelo. Mi marido ya no me da bolilla. El pobre anda como loco buscando una changa. Por eso yo estoy luchando para que mi hijo no viva las penurias que a nosotros nos tocaron... Él se tiene que salvar”.

De pronto, me vinieron a la cabeza todos los pibes que la rompían en barrio Azcuénaga; el canario, Edgardo, Manzana... Ninguno de ellos siguió jugando al fútbol. Ninguno llegó. Preferí no comentarlo con la señora, y me alejé con la excusa de patear un rato con Julián...

El periodista Julio Marini, escribió una nota en Enero del año 2000 para Clarín, titulada “Tráfico de ilusiones”. Allí, los números son contundentes.

Más de 50.000 chicos entre 6 y 16 años forman parte del tráfico de menores-futbolistas en Italia. El circuito de funcionamiento, dice Marini, es muy simple: “...Cualquier empresario sin escrúpulos, llega a un país que debe reunir tres requisitos: a) Contar con un potencial de niños con condiciones para el fútbol, b) Estos chicos deben carecer de familiares o, en su defecto, tener graves problemas de subsistencia, y c) Tanto los niños como sus padres deben estar dispuestos a dejar partir al “futuro crack”. Así es común que en aldeas de países africanos, favelas brasileñas, pueblos remotos de la Argentina, y en cualquier lugar donde haya bolsones de pobreza, partan cientos de criaturas a cambio de nada. En África se paga por un chico jugador cifras que pueden llegar a 20 dólares. No por el pase del chico. Compran directamente a la criatura. Lo cierto es que muchas veces no lo venden siquiera por 20 dólares. El solo hecho de tener una boca menos que alimentar es parte de pago para esos padres de familia numerosa. Todos quieren encontrar a la nueva esperanza mundial. Si el chico no funciona, no le renuevan el carné de jugador. Si alguien le presta dinero, podrá volver a su casa. Si no, lo más probable es que se quede en Italia, limpiando parabrisas en algún semáforo o mendigando, y algunos según se dice, sin que pueda comprobarse, estarán lejos de una cancha y cerca de un quirófano. Sus órganos se utilizarán para transplantes...”. De esto no se habla, cuando se habla de trabajo infantil.

La mujer increpaba al muchacho señalándole que los penales se patean fuerte y a un palo. Que se tome un segundo para ver si el arquero se mueve... Me pareció verlo cansado, como un veterano que está jugando sus últimos partidos. Le dije a Julián que era hora de ir para casa porque ya se había hecho muy tarde.

Mientras volvíamos, algo embarrados, con las rodillas raspadas y la pelota bajo el brazo, me preguntaba, ¿Dónde se podrá conseguir una buena trompeta?... Después de todo, no estaría nada mal que el nene sea el día de mañana un gran trompetista.

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Evaristo de Macedo (Río de Janeiro, Brasil, 1933) ha sido uno de los extranjeros más rentables de la historia del FC Barcelona, que destacaba por su capacidad goleadora.
Llegó a Barcelona de la mano del entonces secretario técnico Josep Samitier, este le avaló calificándole de jugador fuera de serie. Y no se equivocó, como lo demuestra su media goleadora en el equipo barcelonista, fuera de 0,8 goles por partido.
Con una fuerte complexión atlética, era el típico jugador brasileño de técnica depurada e instinto asesino de cara al gol con un buen tiro con las dos piernas, un letal cabezazo y una rapidez y valentía que le hicieron insustituible en la delantera del Barça durante cinco años, haciendo un dúo perfecto con Eulogio Martínez.
La anécdota de su fichaje. Aterrizó en El Prat poco antes de que el Barça y el Atlético Madrid dirimieran el partido de vuelta de los octavos de final de la Copa del Generalisimo. Naturalmente quiso ir a ver el partido y lo cierto es que quedó de lo más alucinado. ¡Su nuevo club había ganado por 8 a 1! y Eulogio Martínez a quien teóricamente debería quitarle el puesto había marcado ¡7 goles válidos y dos que le anularon!. Evaristo que vio aquello, solo pudo decir: "La verdad es que no entiendo cómo han ido a buscarme a mi al Brasil, cuando aquí tienen un jugador capaz de meter 7 goles en un partido..."
La verdad es que los dos jugaron juntos muchas veces y su debut seria un 5 de Mayo de 1957. En el partido homenaje a Velasco, que el Barcelona ganaría 4 a 1, con un gol de cabeza de Evaristo.

(artículo extraído del blog Cathonys)

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He tenido cuatro novias en 11 años. Son pocas, pero he estado con 600 o 700 mujeres, unas 20 del mundo del espectáculo. He jugado después de hacer el amor. Un día me dieron las seis de la mañana con una amiga y ganamos 4-0 a la Juve.

(ANTONIO CASSANO, jugador italiano, en su libro “Dicco Tutto” -Lo digo todo-)

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Yo salía con la pierna bien arriba para demostrar quién mandaba. El área es la casa del arquero. Para entrar tenés que tocar la puerta. Y aún así no te dejo pasar. Y si venís de prepo, cobrás. Yo me hacía respetar.

(GERMÁN BURGOS, ex arquero argentino)

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El arte y el fútbol (Juan Villoro - México)


Malraux definió nuestra época como “el extraño siglo de los deportes” y Huizinga al ser humano como homo ludens. Tomadas al pie de la letra, estas ideas sugieren que la civilización contemporánea es la historia del juego organizado y debe ser estudiada en las canchas y los vestidores.

Es obvio que tan benévolas opiniones sobre la trascendencia del juego no son compartidas por la mayoría. Si algo caracteriza nuestra humana condición es la capacidad de estar en desacuerdo. Numerosos analistas han dedicado páginas de severidad marcial a criticar las pasiones excesivas, la manipulación de la conducta y el embrutecimiento generalizado que se dan cita en los estadios.

Para colmo, el más popular de los deportes se juega con los pies, lo cual se opone a la historia de la evolución. El hombre desciende de un homínido que comía frutas y era incapaz de servirse del pulgar oponible; en consecuencia, una actividad que cancela el uso de las manos semeja un retorno a la barbarie. ¿Cómo es posible que la especie que inventó el sistema decimal, de tanto contarse los dedos, se apasione con un juego donde sólo el portero tiene dispensa para usar las extremidades prohibidas?

En sus más simples fundamentos, el fútbol propone un regreso a las cavernas, donde las manos servían de muy poco. Por eso el poeta Antonio Deltoro ha escrito que sus batallas representan “la venganza del pie sobre la mano”. La fascinación elemental del “juego del hombre”, como lo bautizó el cronista Ángel Fernández, proviene de su tosca dificultad y su vínculo con un tiempo primigenio. ¿Qué significa este retroceso en el tiempo? Que el domingo podemos recuperar lo que aún tenemos de tribu encandilada por el fuego, del griego que confunde a los dioses con los mortales, del niño convencido de que los héroes duran 90 minutos.

Las definiciones de Malraux y Huizinga son certeras, pero requieren de una precisión histórica: durante años el hombre chutó balones con placer sin aceptar que esa actividad definía su vida. Los miles de ojos ávidos que atestiguaban un partido no pertenecían a la cultura.

Numerosos artistas repudiaron el fútbol como una droga social o prefirieron mantener en secreto su afición por los goles para evitar que sus pinceles, sus plumas o sus leotardos se mezclaran con las gestas resueltas a patadas. El balón dominado con pericia y las barridas enjundiosas parecían ajenas a las tareas de los estetas. Incluso las mitologías que acompañan a los equipos y a los ídolos -el fútbol como imaginativa forma de representación- se descartaban como saldos groseros, fundamentalistas, de un oficio que a fin de cuentas sólo servía para transpirar.

Resulta difícil concebir a Sartre, hombre de letras, comprometido con la razón 24 horas al día, preocupado por la suerte del Paris Saint Germain. Aunque los guardametas de la época usaban el suéter de cuello de tortuga de los existencialistas, el indagador del ser y la nada no fumaba su pipa en los estadios. En una de sus clásicas paradojas, Oscar Wilde comentó: “El fútbol es un deporte de lo más apropiado para niñas rudas; pero no apto para jóvenes delicados”. El intelecto debía alejarse del tosco universo de las bestias: “La única forma posible del ejercicio es hablar”.

Hasta mediados de siglo pasado, una fuerte presión social impidió que el fútbol rebasara los límites del barrio, el descampado, el canallesco arrabal. Sin embargo, a contrapelo de las modas, tuvo cultores privilegiados.

Albert Camus creció en una familia de pobreza extrema y decidió jugar de portero porque en esa posición se gastan menos los zapatos. Años después diría que todo lo que sabía de la ética era obra del fútbol, el territorio en el que se ignora por dónde saldrá el balón.

En la pintura, Max Beckmann llevó el expresionismo al área chica, Robert Delaunay inmortalizó un lance del “equipo de Cardiff”, Nicolas De Staël creó un paisaje perfectamente abstracto al que por soberano capricho tituló “Los futbolistas”, Pablo Picasso dibujó a tres fantasmones regordetes que flotan en pos de un sol hecho pelota y el mexicano Ángel Zárraga logró una sutil y perturbadora transexualidad con sus mujeres futbolistas.

El cine ha ofrecido churros como “El gran escape”, donde Pelé comparte créditos con Max Von Sidow, melodramas para llorar entre palomita y palomita (“Pelota de trapo”), rocambolescos driblings de “Resortes” y episodios de alta temperatura intelectual como “El miedo del portero ante el penalti”, de Wim Wenders, basada en la novela de Peter Handke.

Los escritores se dedican, con variada intensidad, a rendir testimonio de lo que miran en el césped: Vinicius de Moraes retrató a Garrincha, Umberto Saba a un equipo sin gloria, Samuel Becket al hombre acorralado, ansioso de que el destino le brinde un “juego de vuelta”, Günter Grass a un arquero en un estadio nocturno, Pier Paolo Pasolini a los que corren en prosa y a los que corren en poesía y Luis Miguel Aguilar a un virtuoso con tan buen toque que se electrocuta.

El fútbol ha sido la más peculiar factoría de artistas: Joan Manuel Serrat aprendió a cantar en los campos del Barcelona, Chillida se dedicó a la escultura cuando una lesión lo alejó para siempre del Athletic de Bilbao y Jorge Valdano adquirió su buena prosa en las concentraciones del Real Madrid y la selección argentina.

Los tiempos han cambiado tanto que se intelectualiza el fútbol en exceso, se considera que cualquier entrenador con ingenio es un filósofo y se publican odas lamentables en nombre del amor a la camiseta. Lo decisivo, a fin de cuentas, es que el fútbol se percibe como cosa mental. Nadie puede jugarlo ni verlo sin imaginación. Se los digo yo, que una vez gané la Copa del Mundo, y no tuve necesidad de despertarme.

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Espere a que sólo quedaran cinco minutos para el final del partido. Le entré con dureza. Pensaba que el balón estaba allí. 'Trágate esto, capullo', le dije. Ni siquiera esperé a que el árbitro me sacara la tarjeta roja. Me di media vuelta y me encaminé hacia el vestuario.

(ROY KEANE, ex jugador del Manchester United, en su libro autobiográfico, recordando como le rompió premeditadamente la rodilla al jugador noruego Alf Inge Haaland en un derby de Manchester y lo retiró de la práctica activa del fútbol. Todo había empezado en 1997 cuando en un Leeds-Manchester United el noruego le pegó un codazo a Keane)

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¿Si hubo fútbol en Manchester? Tal vez no. Pero, de todos modos, en Manchester preocupaba poco. Lo que importaba realmente era esto: llegar a la vuelta triunfal frente a tribunas que seguían gritando: ¡animals, animals!

(OSVALDO ARDIZZONE, periodista argentino, en revista “El Gráfico” tras la Intercontinental de 1968 ganada por Estudiantes de La Plata con gol de Juan Ramón Verón -foto-)

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Yo no tengo nada contra el fútbol. No voy a los estadios por la misma razón por la que no iría a dormir de noche a los subterráneos de la estación Central de Milán (o a pasear por Central Park, en Nueva York, después de la seis de la tarde), pero, si tercia, me veo un buen partido con interés y gusto en la televisión, porque reconozco y aprecio todos los méritos de este noble juego. Yo no odio el fútbol, yo odio a los apasionados del fútbol.

(UMBERTO ECO, escritor y filósofo italiano, experto en semiótica)

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El diván (Gerhard Gepp - Austria)

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Arde la ciudad (La Mancha de Rolando - Argentina)

* dedicada al club Newell's Old Boys de Rosario

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El legendario arquero Roque Marrapodi, que luciera en las décadas del 50 y del 60, tuvo un inicio deportivo como boxeador.
Marrapodi, jugó en Ferro desde 1949 hasta 1955, luego pasó a Vélez Sársfield, club donde atajó desde 1956 hasta 1959, para retornar a la institución de Caballito, actuando hasta 1965.
Mientras que en Ferro actuó en 274 partidos de Primera División, en Vélez lo hizo en 50 ocasiones, para cenar su campaña en Temperley, en la Primera División B.
Fue un arquero de suma elasticidad, y bastante efectivo a la hora de atajar penales.
Pero volviendo al tema pugilístico, Marrapodi, nacido en Punta Alta, Bahía Blanca el 18 de Junio de 1919, realizó 20 combates, demostrando interesantes dotes para el arte de pegar y no dejarse pegar.
Tuvo tanto suceso que llegó a ser semifondista en las veladas boxísticas de su ciudad natal.
También fue jugador de básquetbol, luciendo en Sporting de Punta Alta y en la selección de la Liga del Sur que intervino en el Campeonato Argentino de 1948.
Pero su destino profesional fue el fútbol, cumpliendo una trayectoria que lo incluye entre uno de los grandes arqueros argentinos de la época.

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Se que el balón me entiende, por eso permite que haga estas cosas con él.

(HUGO SÁNCHEZ, ex jugador y entrenador mexicano)

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Los jugadores necesitan de la prensa y la prensa necesita de los jugadores. Los futbolistas, por la enfermedad de la fama, piensan que no necesitan a nadie y los periodistas suponen que, por ejemplo, Batistuta es famoso sólo gracias a ellos.

(ROBERTO PERFUMO, ex futbolista argentino y actual comentarista de fútbol)

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Impresiones después del clásico (Samuel Orellana - Chile)

a Natalia


Lo dejamos todo en la cancha.
Fue un lindo partido aunque un poco trabado.
Lamentablemente no pudimos concretar.
El estado de la cancha no nos favoreció.
Hubo un par de ocasiones para convertir
pero los goles se hacen, no se merecen.
Resultó imposible sostenernos con un hombre menos.
El arbitraje por ahí no estuvo a la altura.

Hay que seguir trabajando durante la semana.
Contamos con la confianza del técnico.
Se nos viene un duro rival.
Todavía dependemos de nosotros.


(Un especial agradecimiento a la gentileza de SAMUEL ORELLANA (Maipú, Chile, 1978) Licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile, quien permitió la publicación en este blog de los poemas pertenecientes al libro "Gol de Oro", editado en el año 2004)

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Me he preguntado reiteradas veces si era lícito gastar o invertir 700 millones de dólares o más en un campeonato, cuando se cierran hospitales y hay muchísimas escuelitas, aquí nomás, sin ir más lejos, en las que los chicos reciben clases en una tapera de techos agujereados. (...) No soy patriotero, pero debo confesar que el Mundial me emocionó. En medio de tantas tristezas, cuando la vida es cada día más dura, me conmueve la reserva de pasión nacional que hay en nuestro pueblo. ¡Lo que se podría hacer si tuviéramos un gran proyecto, un gran proyecto nacional!

(ERNESTO SÁBATO, escritor argentino, en el diario argentino “La Razón” del 13 de Junio de 1978)

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