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El holandés Johan Cruyff fue una gran estrella en su etapa de jugador de fútbol y tras su retiro, se convirtió en uno de los técnicos más creativos y también más polémicos de este deporte.
Su etapa como entrenador del Barcelona, de España, resulta la más conocida por el mundo del fútbol.
En sus públicos pensamientos, destacó siempre la relación entre técnico-jugador, con sus deberes y obligaciones por ambas partes.
Al respecto, Cruyff expresa en su libro “Mis futbolistas y yo” lo siguiente: “El fútbol, en el fondo, es facilísimo. Difícil es el jugarlo, pero facilísimo en el concepto básico. Lo que yo pido, en definitiva, es que cada futbolista que salga al campo entregue lo mejor de sí mismo. Jugar bien o jugar mal es otra cosa. Un accidente. Todos hemos tenido tardes negras pero, lo importante, es que al término de un partido, yo pueda mirar a los ojos de un jugador y decirle: ‘No pasa nada. Tranquilo. Has dado todo lo que tenías’. Lo malo es si no me pueden mirar a la cara, si tienen que bajar la vista. En ese momento, para mí, han fracasado. Sea quien fuere”.

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Yo soy un lujo para el Athletic.

(Jupp Heynckes, ex jugador y entrenador alemán, difundiendo en Bilbao las bondades de la humildad)

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Según se dice, los buenos deportistas aceptan lo mismo el triunfo que la derrota... yo no. Por eso he dicho siempre que fui un pésimo deportista.

(ANTONIO "La Tota" CARBAJAL, arquero de México en cinco Mundiales, al dar una entrevista de su carrera deportiva)

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Accidentes del fútbol

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La noche del 17 de Abril de 2002 fue muy particular para los chilenos de Puerto Montt y para el fútbol sudamericano...
Es que en el estadio "Chinquihue" de esa ciudad, ubicada a 1.200 kilómetros al sur de Santiago, se inauguró el primer campo con césped sintético para la práctica del fútbol profesional en Sudamérica...
El acontecimiento se celebró con un partido amistoso, televisado para todo Chile, entre el equipo local, Deportes Puerto Montt, de la Segunda División, y la Universidad de Chile...
Un cotejo que no hubiera podido realizarse en un terreno de juego natural, tradicional, debido a las lluvias intensas que padeció Puerto Montt durante esa semana...
Fue una inversión hecha por el municipio, que se aproximó a los 500 mil dólares...
Una obra basada en modernos sistemas de drenaje, producto de los mayores adelantos de la ingeniería de aquél momento...
En primer lugar se bajó el campo de juego hasta encontrarse una base sólida, allí donde se realizaron 42 pozos absorbentes de 3 por 1 metros para evacuar el agua, mediante canaletas, a una cámara central de drenaje...
En cuanto al césped sintético del moderno campo de juego, tiene un alto de 6 centímetros, garantizando un óptimo deslizamiento de la pelota...
Allí en el estadio Chiquihue, no se suspenden las fechas, los partidos se juegan aunque haya tormentas o heladas...

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Pensaba que era imposible, pero he comprobado que usted es incluso peor entrenador que futbolista... y además ni siquiera es irlandés.

(ROY KEANE, pegándole a Mick Mc Carthy, técnico de Irlanda en el Mundial 2006)

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Siempre hay un momento para elegir, para ser uno mismo. La táctica no te puede esclavizar, no te puede condenar. Pero hay que tener la libertad y la personalidad para hacerlo. Te pueden dar una táctica para cumplir, pero con una sola es difícil ganar un partido si no le agregás la técnica individual, la gambeta, la sorpresa.

(JUAN PABLO SORÍN, jugador argentino)

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"Manteca" Martínez vs. San Lorenzo (Juan Vázquez - Venezuela)


Era el año de la despedida de “Manteca” Martínez con Nacional y esa calurosa noche se jugaba en el Centenario (17.000 asistentes) partido de la primera fase de la Libertadores. Yo venía por el aliscafo desde Buenos Aires, de ver el Domingo anterior el Clásico San Lorenzo 1-Huracán 1.

El Ciclón fue bastante criticado por la radio local, por presentarse con una actitud displicente, uniforme a rayas horizontales, mas "parecido a una remera playera que a uniforme de fútbol" y sin Leo Rodríguez, Romagnoli y Coloccini (central ya transferido a Inter, pero a préstamo en el club).

San Lorenzo no mencionó las ausencias y apenas se quejó de "un equipo disminuido", pero sin explicar detalles.

Entonces eran Rivarola, Serrizuela y el “Polo” Quinteros, quienes administraban la pelota de los cuervos, mientras que por los tricolores eran “Palilo” Vanzini, “Polilla” Da Silva y Martín del Campo. San Lorenzo dominó un poco más, pero nunca llegó con claridad, mientras que los locales poniendo algo de huevos, cobraron los tres puntos y quedaron líderes cómodos del Grupo.

A los 33´, Varela se sacó a tres por la derecha, se vino por la raya final y cuando preparaba el centro, Michelini (que estuvo rompiendo canillas toda la noche) lo bajó desde atrás. Penal y amarilla y salió liso.

“Manteca” Martínez se encargo de ponerla suave, abajo, al palo derecho y luego se fue hasta la pequeña barra cuerva, venida por tierra desde la otra orilla, y se quitó la camiseta de Nacional, mostrándoles abajo la de... Huracán…

(agradezco a Juan Vázquez el envío de este cuento para poder compartirlo con todos ustedes)

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Pedro Cea fue una legendaria figura del fútbol uruguayo de las mejores épocas. Integrante de la selección ganadora de los Juegos Olímpicos del 24 y 28, y del campeón de la primera Copa del Mundo en 1930 (fue el único que jugó todos los partidos de dichos torneos) y de los Sudamericanos de 1923, 1924 y 1926...
El Vasco, que jugaba como delantero (por izquierda) en Nacional de Montevideo, tuvo como compañero en la selección, entre otros, a Álvaro Gestido, figura en el mediocampo de Peñarol...
En las concentraciones del combinado uruguayo se hicieron grandes amigos. Se divertían, bromeaban y jugaban a las cartas, siempre de compañeros. Solo en algo no coincidían: para Gestido, Peñarol lo era todo, y para Cea, nada mejor que su querido Nacional...
Cuando se jugaba el clásico, ambos se olvidaban de la amistad, el partido era a cara de perro. Eso sí, cuando todo terminaba, siempre se encontraban en un abrazo...
“Mirá, viejito, podemos discutir toda la vida, pero no quiero saber nada con Peñarol. Ni me hables. Es más... te juro que jamás pisaré su sede”, le aseguraba Cea a su amigo...
Lo cierto es que Gestido falleció en 1957 y Peñarol, a manera de homenaje a quien fuera una de sus figuras emblemáticas, ofreció que el velatorio fuese en su sede social. Y así fue...
Esa noche, Cea llegó a la sede de Peñarol muy apesadumbrado, ante la mirada de asombro de los hinchas que conocían su incompatibilidad con todo lo que fuese aurinegro. Dejó de lado un juramento sin sentido para darle el último adiós a su dilecto amigo, aunque fuese en casa de su rival de siempre.
Pedro Cea falleció en 1970...

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Escuché que Simon Davies gritaba "Les, cuidado con la botella" y por suerte no me pegó, pero pasó cerca, porque pude sentir el olor de la cerveza que salía de ella cuando pasó a mi lado.


(LES FERDINAND, ex jugador británico, en 2002, acerca de los disturbios producidos durante un Tottenham-Chelsea por la Copa de Liga)

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El fútbol es como el ajedrez pero sin dados.

(LUKAS PODOLSKI, internacional alemán de origen polaco, al diario ‘Der Spiegel’)

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Fútbol (Vicente Zito Lema - Argentina)



El baldío
se puebla de gritos

un eterno rodar
estremece las piernas

asombrados
los ojos
roban la pelota.


(del libro "Tiempo de niñez", Ed. Cero, Bs. As., 1964)

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Jorge Valdano es dueño de una fuerte personalidad y enorme cultura. Refleja en sus libros sus opiniones sobre el fútbol, rescatando anécdotas de su paso por diversos clubes y el seleccionado argentino...
En uno de sus relatos, rememora un breve diálogo con Oscar Ruggeri, en aquélla inolvidable final de la Copa del Mundo de 1986, ante Alemania, en el estadio Azteca de México...
“Hay cosas que no se olvidan. Tengo malos sueños. Hay examen y no estudié, me persiguen y corro a cámara lenta, vamos ganando 2 a 0 en el Mundial 86 y Alemania nos empata.... Esas cosas. Debe ser por eso por lo que cada vez que veo a la selección alemana me sobresalto un poco. ’La pesadilla’, pienso y me viene a la memoria un diálogo con Ruggeri en aquella final. Alemania nos tiraba centros desde todas partes y Dieter Hoeness, un gigantesco delantero centro de escaso pelo rubio y cejas pobladas, cabeceaba todo. Fue entonces cuando me acerqué a Oscar, y con toda la gravedad que pude le dije que hiciera algo, porque ‘si no le ganás por alto, perdemos el partido". A él la sugerencia no le gustó porque ya había agotado los recursos. Puso cara de asesino pero me contestó lo mismo; "¿Qué querés que haga? Le estoy dando cabezazos en la nuca y no cae".
De todas formas, aquella pesadilla no fue tal y el sueño se convirtió en una vuelta olímpica...

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No es fácil ganar una Copa de Europa al Barcelona en Sevilla, pero es más fácil que escapar de la policía comunista en Rumania.

(HELMUT DUCKADAM, arquero rumano del Steaua Bucarest, acerca del partido jugado en el Estadio "Sánchez Pizjuán", 7 de Mayo de 1986)

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Me quedaré siempre con ustedes. (Septiembre de 1986)

Vencido el contrato, me iré. (comienzos de Diciembre de 1986)

He decidido quedarme en Nápoles, porque aquí está el fútbol del mundo. (finales de Diciembre de 1986)

(DIEGO ARMANDO MARADONA, y sus vaivenes con la gente de Nápoli)

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Miguel Ángel Montuori: El ilustre desconocido


Pasó de la Reserva de Racing a ser campeón y figura en Chile, con la Católica, y en Italia, con la Fiorentina. Hasta fue capitán de la selección azzurra. Un pelotazo en un ojo lo devolvió al anonimato y la miseria.

Severino Varela, el crack de Boca Juniors de los años cuarenta, celebra un nuevo campeonato -el de 1944- emulando la euforia de su público y, en un gesto incomparable de desprendimiento, arroja al aire su boina blanca, el fetiche que lo hizo tan famoso como sus goles. La tapa de fieltro de ese gran cabeceador -y precursor del atleta adornado- gira varias veces y cae en la mano de Miguel Ángel Montuori, un niño rosarino de doce años que vive en Puente Alsina y sueña con heredar, o usurpar, la gloria de sus héroes. Al día siguiente, los diarios de la mañana publican la foto de ese morocho de ojos achinados, tomado a una pierna de Mario Boyé, como el náufrago que ha encontrado su tabla.
Miguel Ángel Montuori, hijo de padre sorrentino, llegó a Buenos Aires a los tres años y construyó su educación sentimental en las calles de La Boca y en las canchas de Primera. No eran las tribunas -el lugar de quienes miran- donde se sentía más cómodo, sino en el césped, a donde ingresaba con sus amigos cuando las bandas tocaban el Himno Nacional y la pandilla sacaba ventaja de la quietud patriótica. Esas intromisiones lo llevaron lejos: Barraza, un rudo zaguero de Independiente, un día lo sacó carpiendo y despertó en Montuori su curiosidad por Racing.
A la Academia llegó una mañana, en zapatillas y pijama, de la mano de Amaro Sande, "el Duchini de aquella época", como recuerda Juan José Pízzuti: "Montuori era chiquito y muy dotado técnicamente. Pero era una época en que Racing tenía jugadores a rolete, varios por puesto, y eso obligaba a muchos futbolistas capaces al éxodo. Aunque tuviera un juego parecido al de Rubén Sosa, no tuvo chances de jugar en Primera. Llegó a la Reserva y se fue a Chile".

El camino de Santiago

En 1953 probó su suerte inconclusa en la Universidad Católica, generando al principio una antipatía en la prensa del fútbol, que veía intrascendencia en sus calesitas sin solución de continuidad. Temeroso del avance a fondo hacia el arco contrario, su aspecto de fenómeno de potrero se fue diluyendo en la falta de productividad y decisión para entrar al área y demostrar allí su valor. Con esos pobres resultados a la vista, la Católica juzgó demasiado alto el precio en que lo había tasado Racing y decidió su regreso a Buenos Aires. Montuori llevó su mano al bolsillo y dejó sobre la mesa de esos mandamases indiferentes un fajo de billetes que era la suma de todos sus ahorros. El escurridizo morocho de Puente Alsina renovó contrato bajo esas circunstancias y se convirtió, durante los meses siguientes, en el hombre gol del equipo. "¿Qué fue lo que le ocurrió a Montuori?", se preguntaban asombrados sus críticos chilenos: "Abrí los ojos", respondía el crack.
La leyenda trasandina cuenta que, al llegar a Santiago, Montuori se enamoró de una chilena, a quien entregó sus energías de atleta, y con quien diseñó grandes planes de futuro. Al bajar el rendimiento en su equipo, comenzaron a naufragar sus afanes familiares, de modo que decidió abocarse al éxito futbolero que habría de atraer a todos los demás, y recuperó su juego hábil y veloz.
Pedro Dellacha, uno de los símbolos del Racing de los años cincuenta, recuerda el estilo extravertido de Montuori: "Era un chico que hacía hacer goles, cosa que para mí es tan importante como hacerlos. Sin embargo, su triunfo en Chile, y después en Italia, no tuvo aquí la repercusión que le hubiera significado hoy. Antes no había tanta prensa. En cambio, ahora, cualquier chico que juega bien un partido, sale en las tapas de todas las revistas".
En Chile, Montuori alcanzó la fama primero, y la consagración deportiva después, como si la ansiedad hubiera alterado el orden en que hubieran debido ir las cosas en su vida. En 1954 se vestía "a lo Gatica", como a él mismo le gustaba decir: chaquetas partidas, pantalón de caña angosta, camisas floreadas y zapatos de "radiopatrulla". Ese estilo estrafalario era el que intentaba llevar -salvando las distancias- al vestuario deportivo, usando la camiseta fuera del pantalón, las medias bajas y empleando esa serie de mañas que hoy la FIFA pena en el jugador de malos hábitos.
Pero las cosas cambiaron de golpe: los dirigentes lo multaban, y con los descuentos de las multas le compraban zapatos negros, camisas blancas y corbatas. La Universidad Católica importó el rigor del entrenador William Burnickell, recomendado de la Federación Inglesa; un ex jugador de selección, ex técnico de Suecia y ex soldado aliado en la Segunda Guerra, que venía de realizar una intrépida estadía por Sudán. Las cosas empezaron a andar derechas, y en el año 1954, la Católica obtuvo el campeonato chileno. Desde allí se lanzó el argentino (que fue chileno para los chilenos, e italiano para los italianos) hacia la Fiorentina, donde ganó un nuevo torneo de liga -el primero logrado por el club viola- en la temporada 1955/56.

Michelángelo

Por su pasado reciente, en Italia lo llamaban "el chilenito". La Fiorentina lo compró en doce millones de liras, un récord para la época, y en apenas una temporada su valor se triplicó, al repetir la eficacia que había logrado en la Católica. Aquel pequeño ejemplar de potrero, criticado tanto tiempo por su amague innecesario, como si el fútbol fuera un juego y no cuestión de vida o muerte, terminó siendo uno de los artilleros del Calcio, aun cuando esas proezas parecieran reservadas a percherones de cien kilos.
A principios de 1956, Miguel Ángel Montuori integra -como una de sus máximas figuras- la selección de Italia que le gana 3 a 0 a Francia en Bolonia. El éxito de esa revelación despertó el asombro y la curiosidad de la prensa argentina, que se embarcó rumbo a Italia a comprobar qué de cierto había alrededor de ese mito que comenzaba a tejerse alrededor del negrito rosarino. Con frialdad de enemigo, una crónica de la época refiere el juego de Montuori en un partido de la Fiorentina: "No lo hallamos en una tarde feliz. Debe jugar mejor que esto. Lo podemos retratar así: jugador con necesidad de mucho campo para maniobrar. No nos parece un jugador excepcional. No parece ser conductor. Panorámicamente aún no tiene profundidad para ver el juego. Siempre arranca para el mismo lado. No nos parece un crack que Argentina dejará escapar sin darse cuenta de que lo era".
El comentario, que lo entierra vivo, habla también de la diferencia atlética y hasta cultural que, por aquel entonces, separaba al fútbol europeo del sudamericano. Montuori había entrado como pieza de una máquina, como parte de un conjunto que funcionaba colectivamente, o no funcionaba. De su imagen de futbolista descarado de potrero sólo le había quedado su caminar desaliñado y poco más. Ese andar sin brillo que señala la observación de El Gráfico era, sin embargo, utilitario a los fines de la selección italiana, donde jugó doce partidos internacionales y lució la cinta de capitán en el último de ellos, en 1960.
Los florentinos lo llamaban Michelángelo, un nombre que, para ellos, implicaba cierto mandato artístico, que Montuori recogió sin resistencia. Entregado a devolver el amor que recibía de sus vecinos, Montuori recorrió galerías de arte y ateliers, aprendió de golpe algunas técnicas del óleo y, finalmente, se convirtió en un pintor de motivos religiosos, con la tenacidad de quien intenta compensar con disciplina su falta de talento. "A mí me llegó una invitación, creo que a fines de los años cincuenta -recuerda Juan José Pizzuti-, donde se me invitaba a una muestra de pinturas de Montuori en Italia. Por ahí la debo tener, todavía...".

Ojos bien cerrados

En la tarde lluviosa del 15 de Abril de 1961, durante un entrenamiento de la Fiorentina, el arquero Sarti pateó hacia el centro del campo y la pelota cayó como una bocha sobre el ojo derecho de Montuori. En la pausa de la práctica, el goleador vio doble, tuvo náuseas y sintió un vértigo que lo llevó de inmediato a una clínica de Padua llena de eminencias. Lo operaron de urgencia y, luego de la intervención, los médicos le diagnosticaron un problema neurológico que no sólo ponía en peligro su carrera deportiva, sino su vista. Montuori -de 30 años- imploró a San Antonio (el de Padua, el preferido de su madre y el de sus pinturas de aficionado), pero el santo -como sucede en todo pacto- le devolvió la vista y lo sacó de las canchas para siempre, sin transición ni manera de encontrar consuelo.
El regreso de Montuori a Sudamérica no fue bueno, ni deseado. Dos años después de ese retiro, alardeó de un retorno a las fuentes en Rosario, y de una oferta de la Universidad Católica para convertirlo en técnico durante cinco años. Una de sus últimas apariciones públicas en la Argentina, a principios de los ochenta, le sirvió para desmentir -la desmentida se había convertido en su trabajo más estable- su pobreza y la depresión que le habría producido el haberse ido del fútbol de aquel modo. "No tendré cien vacas como tiene el Cabezón Sívori -dijo-, pero tengo cincuenta". Y desapareció.
El destino fatal del héroe avergonzado lo fue envolviendo, y su figura, de gestos infantiles e inquietos, fue perdiendo brillo y presencia pública poco a poco. "No sé por dónde andará ahora", dice Pedro Dellacha. Aquellos que lo han frecuentado en su juventud, prefieren no averiguar demasiado. En Santiago de Chile, las noticias no son buenas: el trato indiferente de la Universidad Católica lo alejó aún más de esa oportunidad de regreso que se disolvió en el tiempo, y él mismo se fue apagando. Dicen -dicen- que murió en Santiago hace seis años, y agregan dos detalles que, de estar vivo, ya hubiera desmentido: era pobre y estaba ciego.

(artículo del periodista Juan Becerra publicado en la revista “Mística” del 15/07/00)

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El apodo de “Pato” en el ámbito futbolístico nacional tiene como sus protagonistas más significativos al inolvidable “Pato” Pastoriza y al legendario “Pato” Fillol, actual entrenador de arqueros en el seleccionado nacional.
A propósito de Fillol, éste destacó en un programa televisivo los motivos del origen de su seudónimo. Comentó que cuando vino desde San Miguel del Monte a probarse en Quilmes con un amigo de apellido Pando, en apenas dos prácticas quedaron fichados para la Novena división: Fillol como arquero (también tuvo la intención de jugar como “centrojás”, pero le dijeron que se definiese y se quedó como guardavallas) y Pando, como mediocampista.
Al mes de estar en Quilmes, Ubaldo Matildo Fillol se afirmó como titular de la Novena. Una mañana, después de haber realizado su práctica de fútbol y mientras se estaba cambiando en los vestuarios, el entrenador de la Quinta División, ante la ausencia de su arquero, el "Pato" Ibáñez, le pidió al técnico de Novena si le “prestaba” para el partido de entrenamiento a uno de los suyos. Y fue designado el desconocido Fillol para jugar con los más grandes, de 17 años.
Al minuto, Fillol salió a recoger un pase en profundidad y se quedó con la pelota en sus manos. Inmediatamente, sus compañeros, acostumbrados a pedírsela al “Pato” (por Ibáñez) comenzaron a gritarle a su desconocido y circunstancial arquero: ¡“Pato”, dámela al pie!”, “¡Dale “Pato” que estoy solo!”, o “¡”Pato”, dale al wing que te la está pidiendo!”.
Fillol, quien no entendía el porqué del “Pato”, jamás intuyó que ese apodo, propiedad de Ibáñez, le iba a quedar como una marca registrada a nivel mundial, como sinónimo de fenomenal arquero.

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Sócrates es invendible, innegociable e imprestable.

(VICENTE MATHEUS, ex Presidente de Corinthians, al rechazar una oferta de un equipo francés por el crack brasileño)

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El fútbol da la alegría al pueblo que sufre.

(GEORGE WEAH, ex futbolista y político liberiano)

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Obdulio Varela o el reposo del centrojás (Osvaldo Soriano - Argentina)

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El 16 de Julio de 1950, en el estadio Maracaná de Rio de Janeiro, nació una de las últimas leyendas del fútbol rioplatense; ese día, el imponente centromedio uruguayo Obdulio Varela silenció a 150 mil fanáticos que festejaban el gol brasileño en la final de la Copa del Mundo, convertido por el puntero Friaca. A los seis minutos del segundo tiempo, Brasil abrió el marcador alentado por las repletas tribunas del Maracaná, inaugurado especialmente para ese torneo. Entonces, todo Río de Janeiro fue una explosión de júbilo; los petardos y las luces de colores se encendieron de una sola vez. Obdulio, un morocho tallado sobre piedra, fue hacia su arco vencido, levantó la pelota en silencio y la guardó entre el brazo derecho y el cuerpo. Los brasileños ardían de júbilo y pedían más goles. Ese modesto equipo uruguayo, aunque temible, era una buena presa para festejar un título mundial. Tal vez el único que supo comprender el dramatismo de ese instante, de computarlo fríamente, fue el gran Obdulio, capitán -y mucho más- de ese equipo joven que empezaba a desesperarse.
Y clavó sus ojos pardos, negros, blancos, brillantes, contra tanta luz, e irguió su torso cuadrado, y caminó apenas moviendo los pies, desafiante, sin una palabra para nadie y el mundo tuvo que esperarlo tres minutos para que llegara al medio de la cancha y espetara al juez diez palabras en incomprensible castellano. No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido -y el rival-, fueran otros.
Hubo un intérprete, una estirada charla -algo tediosa- entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba uno a cero, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo.
Fue un aluvión. Los uruguayos atropellaban sin respetar a un rival superior pero desconcertado. Obdulio empujaba desde el medio de la cancha a los gritos, ordenando a sus compañeros. Parecía que la pelota era de él, y cuando no la tenía, era porque la había prestado por un rato a sus compañeros para que se entretuvieran. Llegó el empate. Los brasileños sintieron que estaban perdidos. El griterío de la tribuna no bastaba para dar agilidad a sus músculos, claridad a sus ideas. Las casacas celestes estaban en todas partes y les importaba un bledo del gigante. Faltaban nueve minutos para terminar cuando Uruguay marcó el tanto de la victoria. El mundo no podía creer que el coloso muriera en su propia casa, despojado de gloria.

(cuento extraído del libro "Artistas, locos y criminales", Editorial Bruguera, 1983)

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Antonio Cerrotti fue el primer futbolista que convirtió un gol argentino en Europa, jugando para uno de nuestros equipos. Fue cuando Boca realizó, en 1925, la primera gira de un equipo local por aquél continente.
En ese viaje, Boca llegó a disputar 19 partidos, realizados entre España, Alemania y Francia. De ellos, ganó 15, perdió 3 y empató 1.
El primer compromiso lo cumplió el 5 de Marzo de 1925, en Vigo, ante el Celta. Boca ganó 3 a 1 y allí Cerrotti convirtió ese primer gol que iba a quedar en la historia. Luego hizo otro, y Cesáreo Onzari completó la "tripleta" para el triunfo boquense.
Uno de los hijos de aquel legendario futbolista, Carmelo Cerrotti, relató una curiosa anécdota de la que fue protagonista su padre y que supo a través del recordado Américo Tesorieri, mítico arquero de Boca y el seleccionado: "El último partido de la gira se hizo en París, ante el Olimpic SP Français. Cuando los jugadores estaban en la cancha, se dieron cuenta que en Boca faltaba mi padre. ¡Se había quedado dormido en el hotel y nadie se dio cuenta de despertarlo! Entonces, Tesorieri, ya vestido de pantalones cortos y botines, se puso un sobretodo, se tomó un taxi y fue a buscarlo. Regresaron a la cancha justo para empezar el partido que, por su puesto, había sufrido un retraso. Esa tarde, Boca ganó 4 a 2. Seoane hizo dos goles y el restante... ¡mi papá!".
En esa gira de 1925, viajaron los siguientes jugadores: Tesorieri, Bidoglio, Mutis, Médice, Cerrotti, Garassini, Elli, Tarascone, Pozzo, Pertini, Busso y Antaygues, todos de Boca, más los incorporados a préstamo de otros clubes; Onzari, Seoane, Vaccaro, Cochrane y el arquero Octavio Díaz.

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Mi juego de cabeza debió de nacer al mismo tiempo que yo. No creo que eso se pueda aprender.

(SÁNDOR KOCSIS, 1929-1979, temible cabeceador húngaro, respondiendo a los secretos de su fortísimo golpe de cabeza)

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Cruyff era mejor jugador, pero yo fui Campeón del Mundo.

(FRANZ BECKENBAUER, ex jugador y seleccionador alemán)

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Kun Agüero - Los Leales

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El gol de la valija

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El 27 de Mayo de 1934 en el Estadio "Centenario" de Montevideo se jugaba la final del "Uruguayo" de 1933 entre Nacional y Peñarol, ante 50.000 personas.
Promediando el segundo tiempo, Braulio Matta -entreala derecho de Peñarol- se la pasó al brasileño Bahía y el puntero aurinegro de ese mismo lado sacó un disparo, que nunca se supo si fue un remate al arco que salió desviado o un centro defectuoso.
Lo cierto es que Eduardo García -arquero de Nacional- se tiró contra el palo izquierdo, la pelota rebotó en la valija del kinesiólogo tricolor, que era el alemán Juan Kirschberg y estaba afuera de la cancha a no más de medio metro de la raya de fondo, y volvió al campo de juego, donde la recogió Braulio Castro que, entrando sobre el segundo palo del arco rival y ante la arenga de "Matucho" Fígoli, que era el kinesiólogo de Peñarol y le gritó "¡metela!", convirtió el gol con un suave toque de pierna zurda.
El juez Telésforo Rodríguez validó el gol, los jugadores de Nacional protestaron airadamente su decisión, ante lo cual el árbitro expulsó a Nasazzi -capitán tricolor, en la foto de la izquierda- y a Labraga, pero el partido no se reanudó, porque Rodríguez no se encontraba en condición física ni anímica para seguir arbitrando y fue sustituido por el línea Luis Scandroglio, pero entre tanta discusión "se vino la noche".
El "pico" de aquella final se jugó el 25 de Agosto y pasó a la historia como "el clásico del 9 contra 11", ya que Nacional no pudo sustituir a los dos expulsados y aguantó el 0-0 durante los 20' que restaban y los 60' que se disputaron, pues se estipuló que si no había un ganador, se jugaría un alargue de dos tiempos de 30' cada uno.
Como consecuencia de la igualdad, se fijó una segunda final para el 3 de Septiembre, que también finalizó 0-0 luego de 150' y la tercera fue la vencida: Nacional ganó 3-2 el 18 de Noviembre de 1934, con lo que salió Campeón Uruguayo de 1933, al cabo de lo que aún hoy debe haber sido el campeonato más largo del mundo. Un récord.

save

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Hasta que uno no alcanza una consagración, la persigue afanosamente, pero yo he sentido una sensación de vacío el día que me tocó salir campeón. Me puse a pensar: ¿Y ahora qué?

(OSCAR WASHINGTON TABÁREZ, seleccionador uruguayo)

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Yo se que fue fuera del área, pero deberia haber sido penal.

(ROBBIE SAVAGE, internacional galés, en 2006 cuando militaba en el Blackburn Rovers)

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El balón y la bandera


La industrialización acelerada del siglo XIX legó al siglo XX dos fenómenos de masas curiosamente hermanados: el marxismo y el fútbol. Ambos nacieron de la inmigración urbana, de la crisis divina y, en definitiva, de la alienación del nuevo proletariado. El marxismo propuso como soluciones la socialización de los medios de producción y la hegemonía de la clase obrera. El fútbol propuso un balón, once jugadores y una bandera. A estas alturas, no cabe duda sobre cuál era la oferta más atractiva.
Lo esencial en el éxito del fútbol no es el balón, ni el jugador, sino la bandera: un factor de identificación pública estrictamente irracional. Conviene aclarar este punto. Antes de que las masas quedaran huérfanas, el deporte se basaba en el héroe. El gran deportista, modelo de virtudes, encarnaba las aspiraciones colectivas. En la Europa continental, esto fue así hasta bien entrado el siglo XX.
Resulta significativo que los dos diarios deportivos más antiguos de Europa, "La Gazzetta dello Sport" (1896) y "El Mundo Deportivo" (1906), nacieran para informar sobre ciclismo. La reina de los sueños pobres era la bicicleta. El héroe era un tipo flaco que pedaleaba, encorvado sobre el manillar, dejándose el culo y los pulmones en cuestas sin asfaltar. Pero al ciclismo, tan rico en metáfora literaria, le faltaba metáfora social. La época no era de individuos, sino de masas. Y el ciclismo no conseguía expresar ciertas claves totémicas: el clan, el templo, la guerra, la eternidad. Todo eso, en cambio, lo tenía el fútbol.
El fútbol se basa en el clan (los hinchas del club), el templo (el estadio), la guerra (el enemigo es el club del otro barrio, o la otra ciudad, o el otro país) y la eternidad (una camiseta y una bandera cuya tradición, supuestamente gloriosa, heredan sucesivas generaciones). Con el fútbol, uno nunca está solo. Liverpool, la ciudad con más talento para la música popular contemporánea, demostró buen ojo al elegir como himno de uno de sus dos equipos una vieja canción, cursi e insustancial, que llevaba, sin embargo, ese título: You'll never walk alone (Nunca caminarás solo). El secreto del fútbol está ahí.
La cultura, como siempre, aparece después. Primero son las cosas, y después su explicación. El fenómeno futbolístico careció durante muchas décadas de una proyección cultural propia. Recuérdese la Oda a Platko de Rafael Alberti, dedicada en 1928 a un portero húngaro del Barcelona: "Tú, llave, Platko, tú, llave rota, llave áurea caída ante el pórtico áureo". O Los jugadores (1923), de Pablo Neruda: "Juegan, juegan, agachados, arrugados, decrépitos". Puro homenaje al héroe. Cultura deportiva, pero aún no futbolística.
Pese a algunas excepciones, como la de Albert Camus, tuvo que entrar en crisis el hermano-enemigo del fútbol, el marxismo, para que la izquierda se atreviera a abordar la espinosa cuestión del balón y la bandera. Ocurrió hacia los años sesenta y setenta del siglo pasado. Mientras la intelectualidad conservadora, de tradición elitista, seguía despreciando el fútbol ("el fútbol es popular porque la estupidez es popular", Jorge Luis Borges) como lo había hecho Rudyard Kipling ("los embarrados idiotas que lo juegan"), ciertos escritores progresistas osaron reconocer, de forma cada vez más abierta, su pertenencia a la inmensa secta futbolística. Algunos, aún cautelosos por las incompatibilidades teóricas entre la racionalidad marxista y la irracionalidad del nuevo "opio del pueblo" ("Una religión en busca de un dios", Manuel Vázquez Montalbán); otros, sin el menor empacho escolástico.
La auténtica literatura futbolística, como otros descaros, surgió de la prensa. En España, con las columnas del ya citado Vázquez Montalbán o de Julián Marías. En Italia, con las crónicas de Gianni Brera. En Uruguay y luego en diferentes exilios, con Eduardo Galeano. Quizá los más brillantes periodistas de fútbol, los que generaron una cultura literaria que hoy se da ya por supuesta, fueron tres argentinos: Alberto Fontanarrosa, Osvaldo Soriano y Juan Sasturain. Los cuentos de Fontanarrosa, como Lo que se dice un ídolo, Qué lástima, Cattamarancio, El monito o 19 de Diciembre de 1971 (más conocido como El viejo Casale) constituyen la mejor plasmación artística de un fenómeno, el fútbol, que abarca mucho más que estadios, resultados y virtuosismos técnicos. La actual literatura futbolística ya no tiene que andarse con explicaciones y asume su esencia mística: véase "Fiebre en las gradas", de Nick Hornby.
Las páginas de fútbol de los periódicos disponen ahora de espléndidos cronistas, y los más reputados escritores acuden a ellas como invitados. El fútbol no sólo posee una cultura propia: es cultura. Por encima del gigantismo económico (la Primera División española gastó el año pasado 525 millones de euros en fichajes), de las audiencias multitudinarias, de la corrupción y el disparate; por encima incluso de ídolos supremos como Maradona, nuestra historia, individual y colectiva, no puede explicarse sin el fútbol.

(texto de Enric González publicado el 31/05/08 en “Babelia” suplemento cultural del diario "El País", de España)

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Cuando me fui en el 88 a Italia pensaba que la amistad entre argentinos era algo único. Desde que volví en el 97 ya me cagaron con guita tres personas que conocía desde hacía muchos años. A uno le confié la construcción de mi casa. Le di cien mil dólares y me paró la obra porque había usado esa plata para construirles a otras personas que le dejaron de pagar. Entonces, en vez de apretarlos a los que le debían me apretó a mí, que le había pagado. Tuve que seguir la casa con otro y poner la plata de vuelta. Otros dos me metieron en una inversión con el verso de que lo único que tenía que poner era un cheque como garantía: a los cinco días ya lo habían depositado en el banco. Antes era simpático y boludo. Ahora soy sólo simpático.

(PEDRO TROGLIO, ex jugador y técnico argentino, contando su reinserción en Argentina a su vuelta del exterior en 1997, revista "Mística" del 3 de Junio de 2000)

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Pelé es el único rey en el que creo.

(DANIEL SAMPER, periodista colombiano)

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