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Traté de ver a los Spurs un partido por televisión en mi hotel ayer, pero me quedé dormido.

(ARSENE WENGER, entrenador del Arsenal, opinando en 2008 acerca del tradicional rival de los 'gunners')

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El fútbol es realmente el fenómeno más universal, mucho más que la democracia o la economía de mercado, de las que se ha dicho que ya no tienen fronteras, pero que no consiguen rivalizar con su extensión.

(PASCAL BONIFACE, pensador francés, doctorado en Derecho Internacional Público)

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Escoceses contra ingleses bajo el Pico de Orizaba (Daniel - México)


Olía fuerte, a pura piel de becerro recién curtida y era dura como una roca. Apenas pude tenerla unos segundos entre mis manos, pues todos querían tocarla, olerla y sentirla como un objeto sagrado. Aquella tarde, los del club aguardaban su llegada reunidos en la casa de los hermanos Dawe. Dos días antes, William Blamey había desembarcado en Veracruz con la tradicional lista de encargos de todo viaje a Gran Bretaña: costales de té, sacos de casimir, barriles de whisky, varios kilos de ejemplares de The Times y novelas de Dickens o Wilde, aunque ahora todo eso había pasado a segundo término. 

El objeto más deseado de su valija era redondo, macizo, de auténtico cuero británico: un balón reglamentario de football aprobado por árbitros ingleses. Una pelota como las utilizadas en la Copa de la Asociación de Football de Inglaterra y no ese amasijo amorfo confeccionado por los curtidores locales con el que habían tenido que jugar todo el año. Sí, al final de cuentas era piel vacuna, mexicana o inglesa, qué más daba, pero para ellos había diferencias abismales, como si aquel objeto traído de ultra mar ocultara un diamante en su circunferencia. Tras un par de años trabajando en la compañía Real del Monte había empezado a comprenderlos: ellos querían jugar sobre pasto británico, portando uniformes confeccionados en sastrerías de Londres y beber al final del partido generosos vasos de whisky escocés mientras departían con sus novias y esposas, todas ellas inglesas por supuesto. 

Blamey llegó a la casa minutos antes de las cinco de la tarde, cuando el agua para el té ya hervía en el fogón. Apenas cruzó la puerta se hizo un silencio litúrgico, preludio del momento más esperado. Sin decir una palabra, el recién llegado sacó el balón de una maleta de cuero y lo colocó sobre la mesa junto a las jarras de té y las charolas de galletas. Aquello era como si los caballeros del Rey Arturo contemplaran el Santo Grial colocado en el centro de su mesa redonda. Yo mismo, ubicado a unos metros del comedor, miraba fascinado aquella pelota. 

En mi calidad de empleado no me era dado participar de sus tertulias y aquella tarde había acudido a casa de los Dawe sólo para entregar el reporte de pago de jornales a los mineros, pero mi llegada coincidió con el arribo del primer balón profesional de football que rodó en la cancha de Pachuca. ¿Fue el primer balón oficial británico que rodó en canchas mexicanas? Yo quiero creer que sí, aunque sin duda los escoceses borrachos del Orizaba dirán que ellos lo trajeron primero y los señoritos del Crickett Club también presumirán lo mismo. Me disponía a retirarme cuando el presbítero Quickmire me indicó que me acercara y sin decir “agua va” puso el balón en mis manos. 

-Anda, para que veas lo distinto que es un verdadero balón de football, muchacho. 

Creo que no la tuve más diez segundos en mis manos, pues Willie Rule me la quitó de inmediato, como si mi tacto fuera a contaminar aquella pieza sacra en donde alcancé a leer grabado en el cuero las palabras Old Eatonians. Lo primero que pensé fue en los muchachos de la mina, quienes no me creerían cuando les dijera que había tenido en mis manos un balón oficial de la Copa Inglesa, un balón que en nada se parecía a nuestros molotes de trapo y manta con los que nos divertíamos por las tardes. La pelota pasaba de mano en mano tocada con el cuidado y la reverencia que merecería una pieza del Renacimiento extraída de un museo. Llegué a creer que ese balón jamás rodaría en la cancha ni recibiría patada alguna y acabaría colocado en un altar con velas a su alrededor, pero me equivocaba; a la mañana siguiente, un domingo ventoso y de cielo despejado, los del club estrenaron su balón británico jugando un partido interescuadras. 

A unos metros de la línea de meta, los muchachos de la mina y yo gozábamos nuestro día de descanso viéndolos partirse el alma por la posesión de esa pelota que había cruzado el Océano Atlántico para terminar justo en la cancha de la mina Real del Monte donde cada sábado jugaba el Pachuca Athletic Club, un equipo que según el presbítero Quickmire, estaba a la altura de pelearle al Wanderers, al Sheffield o al Etonians. 

Me llamo Hilario Lucio, pero ese nombre no quedará para la posteridad. En mi partida de bautizo dice que nací en 1885 en Pisaflores, Hidalgo. Hilario me llamo por el santoral y Lucio fue el apellido de mi madre, siempre soltera. El apellido de mi padre lo desconozco y no me interesa preguntar por él. Nunca lo conocí ni tuve la más mínima noticia de su paradero. Las malas lenguas, por supuesto, nunca han faltado alrededor de mi vida. 

-Eres güero pecoso de rancho porque tu papá ha de haber sido un gringo que dejó a tu mamá, me decían en la calle para hacerme rabiar. Yo nunca molesté a mi madre con esas preguntas. Ya bastante se partió el alma para ser mi madre y mi padre a la vez. Todo lo que soy se lo debo a ella. Mi madre siempre trabajó en las casas de los ingenieros de la compañía Real del Monte en Pachuca. Ama de llaves le decían a su cargo. Como masticaba bien el inglés, ella era la encargada de recibir a las visitas, dar los recados y regentear a la servidumbre. Fue uno de sus patrones, el ingeniero Ryan Southgate, quien permitía que yo entrara de oyente junto con sus hijos a las lecciones que impartían sus estrictas institutrices inglesas. Aprendí a leer en inglés antes que en español y aunque me entretenían los dramas de Shakespeare que las institutrices nos obligaban a memorizar, lo mío siempre fueron las sumas y las restas, las multiplicaciones y las divisiones. Fueron los numeritos quienes me abrieron la puerta de la oficina de contabilidad de la compañía Real del Monte. 

Nunca le tuve miedo a la mina, pero siempre quedó claro que yo era más útil sumando y restando la raya de los mineros. Hilario Lucio es el nombre que quedó registrado en los archivos de la compañía Real del Monte. En esos papeles se puede leer que Hilario Lucio fue un joven que trabajó de auxiliar contable a principios del siglo, unos años antes de la Revolución. El problema es que el nombre de Hilario Lucio no quedó ligado al del Pachuca Athletic Club. En ninguna crónica de la época consta que haya alineado en el equipo un joven con ese nombre. Lo que sí consta, es que en aquel año del primer torneo nacional jugó con el club un muchacho de 17 años llamado Niegel Hatley, que hacía diabluras y picardías por la banda izquierda 

Recordaremos por siempre al año 1901 por un par de acontecimientos que sacudieron a la ciudad: la muerte de la Reina Victoria y la fundación oficial del Pachuca Athletic Club. La muerte de la soberana sembró el luto en la compañía Real del Monte. Aunque la etiqueta británica les impedía llorar y externar sus sentimientos, era evidente que a mis patrones les dolía en lo más profundo el fallecimiento de su reina. Sin embargo, el luto no fue tan riguroso como para apagar la euforia que les producía la inminencia del arranque del Primer Torneo Nacional de Football en donde el Pachuca Athletic Club mediría fuerzas con los clubes de la Capital y con esos escoceses juerguistas que fabricaban cerveza en Orizaba. La idea de jugar ese campeonato fue impulsada desde la compañía Real del Monte. 

Llevaban más de un año jugando todos los sábados y ya iba siendo tiempo de medir fuerzas con los otros clubes. El país y el futbol han cambiado mucho desde entonces. Han pasado 35 años, pero a veces creo que transcurrió un siglo entero. Hubo una revolución que costó más de un millón de muertos. Gobiernos fueron y vinieron con sus promesas de igualdad y redención social. El futbol de aquel entonces se fue para siempre, como se fueron los aristócratas porfiristas afrancesados que paseaban en sus carruajes por la calle Plateros. Hoy el futbol lo dominan Atlante y Necaxa, España y Asturias. El Equipo Nacional de México ya fue a una olimpiada en Ámsterdam y a un mundial en Montevideo y aunque hay muchos gachupines metidos en este deporte, hoy los mexicanos truenan sus chicharrones en las canchas. Pero hace 35 años, en 1901, el futbol era football y era un asunto exclusivo de británicos para británicos en donde los mexicanos no teníamos cabida. No es que hubiera una regla que lo prohibiera; simplemente no se estilaba y para los británicos la costumbre es sagrada. 

El football era un ritual tan inglés como el té en donde los mexicanos éramos solamente espectadores. De no haber sido por el presbítero Quickmire, yo me hubiera pasado la juventud entera como espectador de los juegos de mis patrones, conformándome con patear una pelota de trapo frente a porterías de piedra. Pero el destino, o más bien dicho el presbítero, quiso que yo tuviera el derecho de patear una pelota de becerro británico sobre una cancha de pasto en un juego dirigido por un árbitro inglés. Las crónicas dicen que un señorito llamado Juan Cortina, educado en los mejores colegios de Inglaterra, fue el primer mexicano en jugar al football. Bueno, eso lo dicen porque el nombre de Niegel Hatley es británico y suponen que quien así se llamaba también lo era. 

El sábado fue siempre el día más deseado de la semana. Al medio día, a la salida de la mina, se formaba una fila frente a mi escritorio. Luego de partirse el lomo durante seis días, los trabajadores cobraban su jornal cuya paga me tocaba coordinar a mí. Los rostros en la fila contagiaban ánimo de fiesta. Los sábados por la tarde transcurrían para los mineros entre pulque y cerveza, aunque en aquel año eran cada vez más los que se acercaban a ver a los patrones entregarse a ese ritual de patear la pelota que tanto les fascinaba. Sus mujeres preparaban bocadillos y colocaban mesas alrededor de la cancha en donde jamás faltaba el whisky. Del otro lado nos colocábamos nosotros, con las cervezas frías y la curiosidad por ir descubriendo las claves del juego. Ver a los jefes entregados con semejante pasión a esa manía de correr tras la pelota nos divertía de sobremanera. 

Así pasamos varios sábados de aquel año 1901, hasta que un fin de semana decidimos pasar de la contemplación a la acción. Con trozos de manta y trapo armamos una bola y nos pusimos a patearla en un campo baldío que estaba a unos metros de la cancha. Nunca nos habíamos divertido tanto. Sudábamos la gota gorda y pateábamos el trapo hasta que las piernas no daban más. Las cervezas sabían a gloria después de los juegos. Empezamos a armar retas con apuestas y muy pronto hubo piques entre nosotros. Ahora esperábamos con ansias la llegada del sábado para poder salir de la mina a patear nuestro pedazo de trapo y demostrar habilidades. 

Los mineros eran tipos rudos, recios, que jugaban con fuerza y determinación. Lo mío en cambio era la rapidez. Yo no soy quien para presumir mis cualidades, pero a los 16 años de edad me transformé en una flecha por la banda. Siempre fui flaco y de pierna larga y una vez que agarraba la pelota nadie podía alcanzarme. Obvia decir que no nos era posible pisar la cancha de pasto de los patrones ni patear un balón de cuero, pero a nuestra manera nos divertíamos. Ensimismados en su británico ritual, nuestros patrones no habían reparado en que los estábamos empezando a imitar con éxito, hasta que una tarde el presbítero Quickmire se paró a lado del baldío y se quedó a vernos jugar. Al final, nos felicitó por aprovechar la tarde del sábado fortaleciendo el cuerpo y el espíritu en lugar de malgastar la raya en la pulquería. 

-Eres veloz, muy veloz muchacho, pareces una liebre loca, me dijo el presbítero la segunda vez que fue a vernos al baldío. 

Por aquel entonces el equipo de los patrones ya se había constituido oficialmente como el Pachuca Athletic Club y se daban a la tarea de entrar en contacto con otras escuadras para organizar un primer torneo nacional. Aparte de Pachuca, había en el país otros cuatro clubes formalmente constituidos, si bien en la compañía Real del Monte no quedaba duda alguna de que nadie podría superar a su poderosa escuadra. No por nada tenían en sus filas al mejor jugador de todo el territorio mexicano: George Camphuis. Era cuestión de viajar a la Ciudad de México a demostrar quién era el mejor de todos. Finalmente, luego de arduas gestiones, todo quedó listo para jugar el primer partido. Los señoritos del British Club visitarían Pachuca. Aquel fue un día de fiesta en la ciudad. Los alrededores de la cancha fueron engalanados con guirnaldas y en las mesas circundantes pusieron las mejores botellas de whisky traídas de la Isla por Blamey. 

Los de la palomilla minera nos instalamos a una prudente distancia con nuestras respetivas cervezas dispuestos a ver a 22 británicos dejar el alma en la cancha. Los del British Club bajaron del tren vestidos como catrines. En la estación fueron recibidos con toda la pompa, si bien a los patrones no les cabía duda alguna de que Pachuca los despedazaría en la cancha. Pronto quedó claro que las apariencias engañan y esos catrincitos del British Club resultaron ser un hueso muy duro de roer. Pachuca sacó un apuradísimo empate a dos goles luego de ir abajo y ser superado en varios lapsos del partido. Por supuesto, al final del match hubo tertulia y whisky con los rivales, pero el ánimo de los patrones no era el mejor, pues en la cancha había quedado claro que Pachuca Athletic Club, con todo y Camphuis, no era la aplanadora que suponían. Ahora el equipo debía viajar a la Ciudad de México en donde los aguardaba el Reforma Athletic Club y el México Cricket Club y luego del primer partido, ya no se sentían tan seguros de regresar cubiertos de gloria. 

Aquella noche el presbítero Quickmire llamó a la puerta de mi pequeña habitación. Mi madre y yo compartíamos una casita ubicada en el jardín de la familia Southgate, a quienes el presbítero visitaba con frecuencia. Esa noche Quickmire llegó hasta nuestro recinto sin entretenerse con la familia. Venía a verme específicamente a mí, para plantearme un asunto urgente. 

-¿Hablas inglés como un caballero de Oxford, muchacho? 

-Usted sabe que lo hablo señor, lo hablo bien, pero mi pronunciación está lejos de ser excelente. 

-Mmm…, y esa cara tuya tan pecosa, tus ojos claros. Tú podrías pasar por galés.

-Pero soy hidalguense señor, natural de Pisaflores. 

-Con la pelota de trapo eres muy rápido muchacho. ¿Crees que pudieras correr igual pateando una pelota de verdad? 

-Bueno, la pelota de cuero es muy dura, pero la velocidad es la misma. 

-Muchacho: si yo le sugiero al Club que nos acompañes a la Ciudad de México ¿No nos vas a defraudar? 

-¿Cuándo los he defraudado señor? Ya sea para llevar la contabilidad, para servir de intérprete o para acomodar las mesas antes de las tertulias, trato de hacer mi trabajo de la mejor manera. 

-Pero a la Ciudad de México no vamos a llevarte de intérprete o de mandadero. Vamos a llevarte a jugar por la banda izquierda como sólo tú sabes hacerlo. 

Me quedé sin respuesta. Yo sabía que el presbítero Quickmire era un tipo bromista cuyo humor negro me había hecho pasar más de un mal rato, pero aquella vez no parecía estar jugando. 

-Una cosa más mozalbete. ¿Serás capaz de hacerte pasar por inglés si alguien te pregunta por tu origen? 

-Usted me ha dicho que mentir es pecado.

-Pues quedas absuelto. Ahora te llamas Niegel Hatley y sólo responderás cuando se te llame por ese nombre. Hilario Lucio se quedó a trabajar afuera de la mina. Niegel Hatley es jugador del Pachuca Athletic Club y ahora sólo tienes que aprender a tomar el té como un caballero y probarte este uniforme que a partir de hoy debes defender como si fuera parte de tu piel. 

Cuando puso sobre mi cama el uniforme azul y blanco del Pachuca Athletic Club supe que no estaba bromeando y que toda mi vida había tenido sentido sólo por llegar a ese momento. 

-Bueno muchacho, ese uniforme lo usarás en la cancha del Reforma Athletic Club, pero en el tren viajaremos vestidos con nuestros mejores trajes. Que ni crean esos catrines de la capital que van a impresionarnos o a hacernos sentir menos. 

Nunca había usado un traje tan elegante como el que me prestó el presbítero Quickmire aquella mañana y nunca me había subido a un tren. Vaya, para ser honesto ni siquiera había salido del Estado de Hidalgo. Cualquier cosa que hubiera imaginado yo de la capital se quedó muy corta con lo que encontré al llegar. Los volcanes, las casonas, los carruajes, los parques, la calle Plateros. Aquello era aquella en verdad la Ciudad de los Palacios. La cancha del Reforma Athletic Club, ubicada en el Deportivo Chapultepec, era una alfombra verde donde ni una brizna de hierba era más alta que la otra. Era una cama de pasto donde daban ganas de revolcarse. Comparada con ella, hasta la cancha de los patrones en Pachuca parecía un potrero. Los del club me habían comentado que los juegos en el Deportivo Chapultepec eran acontecimientos que reunían a lo más granado de la sociedad británica en la Ciudad de México, pero debo admitir que jamás imaginé tanto lujo. Aquello era como estar en un jardín de Buckingham Palace. Qué mujeres. Ni en sueños había yo visto princesas como las novias de los jugadores del Club Reforma. 

En las mesas centrales estaba el mismísimo embajador de Gran Bretaña en el país acompañado por ejecutivos del Banco de Londres y México. Al arribar a la cancha, fuimos retratados por fotógrafos del Mexican Herald y el Two Republics. Confieso que entonces las piernas me empezaban a temblar y los nervios me devoraban. Había tenido apenas tres días para entrenar con mis nuevos compañeros y acostumbrarme a patear la dura pelota de becerro británico. No se si era mi condición de mexicano o de subordinado en la compañía, pero el caso es que no todos en el equipo digerían muy bien la idea de mi inclusión. El presbítero Quicksmire tuvo que llevar a cabo una ardua labor de convencimiento entre algunos miembros del plantel para que me aceptaran, pero me quisieran o no, ahí estábamos los once caminando al centro de la cancha donde nos aguardaban nuestros rivales para el saludo de cortesía. Cuando el árbitro Reginald Penny hizo sonar el silbato y la pelota empezó a rodar, quedó claro que la etiqueta británica quedaría afuera de la cancha, pues dentro habría una batalla campal en donde no cabría la más mínima concesión. 

Los primeros minutos troté como un potro desbocado viendo pasar sobre mi cabeza los pases aéreos del Reforma, que lucía mucho más asentado en la cancha. Habrían pasado unos ocho o nueve minutos cuando las cosas empezaron a cambiar. Harry Abraham me mandó un pase filtrado a mi banda izquierda y por primera vez pude pegar una carrera con la pelota en mis píes. Mi velocidad desconcertó a los defensas. Ellos eran maestros de los balones por aire donde sus cabezas y pechos mandaban, pero se mareaban con un balón a ras de piso conducido con semejante rapidez. Aquel primer pique terminé en un centro que le envíe a William Bray, quien remató y estrelló el balón en el arquero del Reforma. Ahí estaba nuestro primer aviso y nuestro rival se mostraba inquieto. 

La confianza y el alma me habían vuelto a las piernas. Realicé tres o cuatro piques más que acabaron en tiros de esquina o falta favorable. Fue pasando la primera media hora cuando un defensa de Reforma me derribó en las cercanías del área. Camphuis ejecutó raso el tiro libre. La pelota encontró un hoyo entre el muro de piernas y acabó anidada al fondo del arco. 1-0. El público aplaudió con total sobriedad. Con la mínima diferencia a favor llegamos al medio tiempo. La segunda parte sacó a relucir la furia del Reforma Athletic Club que con pelotazos elevados sobre el área buscaba las cabezas salvadoras de sus altísimos delanteros. Su desesperación me abrió una avenida por la banda izquierda por donde corrí a placer ejecutando contragolpes que los sacaban de quicio y los obligaban a poner a un gigantón defensa a marcarme. Mi marcador era fuerte, pero terriblemente lento, por lo que solía recurrir compulsivamente a la falta. 

Cerca del minuto 20 logré eludir la patada de mi guardián y pegar una descolgada que lo dejó muy atrás. A la entrada del área cedí a Jimmy Bennetts quien no tuvo más que tocar suavecito por abajo del arquero. 2-0. Euforia total. Los 25 minutos restantes nos dedicamos a jugar con la desesperación del Reforma con pelotas bajas y cambios de juego. Estuvimos cerca de meter el tercero, pero su guardameta desvió con las uñas un tiro de Camphuis. Sonó el silbatazo final. 2-0. Aplausos de píe. Las princesas británicas miraban incrédulas a sus novios derrotados por el equipo de mineros. Yo estaba tan eufórico, que en la tertulia posterior por poco olvido mi papel de Niegel Hatley y casi empiezo a actuar como Hilario Lucio. 

Siete días después, con la confianza en los cielos, jugamos con el México Cricket Club. Misma cancha, misma elegancia. Estos señoritos tal vez sabían manejar bien los bastones, pero no eran muy hábiles a la hora de usar sus píes para patear un balón. Aunque su entrenador Percy Clifford era una eminencia, los del Cricket demostraron que aún les faltaba entrenar mucho. Antes del minuto 30 ya les ganábamos 2-0 con goles de Rabling y Camphuis. Parecía un pan comido, pero al arrancar su segundo tiempo su delantero más alto nos clavó un gol de cabezazo. 2-1. El Cricket se nos vino encima y en su afán por empatar nos regaló preciosos espacios. Fue entonces cuando llegó mi momento arrancar en descolgada y ceder a Camphuis, cuyo remate cañonero fue rechazado por el guardameta, con tan buena suerte para mí, que el balón de becerro británico cayó justo en mi pierna derecha para que fusilara y sintiera ese placer incomparable de ver la red estremecerse.3-1. Niegel Hatley había inscrito su nombre en la lista de anotadores de aquel primer torneo. Todavía Thomas Patton clavó un cuarto gol en una nueva descolgada. El 4-1 fue contundente y los catrines empezaron entonces a respetar a los mineros. 

Regresamos a Pachuca cubiertos de gloria, pero aún faltaba un escollo para poder proclamarnos campeones: los escoceses del Orizaba. Blamey hizo gestiones y presionó hasta donde pudo para que el partido se jugara en nuestra casa, pero los de Orizaba acabaron por salirse con la suya y ganar un volado. Debíamos viajar a la Pluviosilla para enfrentar en su campo a los Albinegros. El presbítero me advirtió que los escoceses solían ser un hueso duro de roer en cualquier cancha. Inglaterra vs. Escocia era ya entonces un añejo clásico y los caledonios, recordando las hazañas de McGregor en las Tierras Altas, solían matarse en la cancha para poder derrotar a los ingleses. Aquellos escoceses eran hilanderos y fabricantes de cerveza. Los dirigía Duncan Macomish, que en su natal Escocia había jugado en Primera División y había logrado conjuntar en Orizaba un cuadro de rudos guerreros que metían fuerte la pierna. Las malas lenguas decían que solían empinar el codo más de la cuenta y que las tertulias de whisky y cerveza después de los partidos solían prolongarse hasta el amanecer, pero con todo y sus borracheras a cuestas, en la cancha no tenían compasión. 

Una densa neblina nos recibió la mañana en que llegamos a la Pluviosilla. Sólo hasta el medio día puede descubrir entre la bruma al imponente Pico de Orizaba, hierático gigante que sería espectador de nuestra batalla. Los catrines y las princesas brillaban por su ausencia en Orizaba. Tras esos hermosos bosques sumergidos en niebla perpetua había un ambiente rudo y hostil hacia nuestro equipo. Aquellos escoceses eran gente de trabajo duro como nosotros, no de tertulias de etiqueta como en la capital. Bajo la montaña más alta de México se jugaría una extraña versión del clásico entre Inglaterra y Escocia. Desde el momento en que el balón empezó a rodar, quedó claro que los Albinegros no darían tregua. Eran duros, correosos, de marca incómoda. Mi primer intento de pique por la banda fue frenado con tremenda patada. El primer tiempo acabó con el marcador en blanco. Iniciando el segundo tiempo logré por vez primera escapar a mi marcador y correr en descolgada frente al portero que mandó a tiro de esquina mi disparo. 

Las cosas pintaban mejor y nuestro ánimo nos decía que podíamos derrotar a los escoceses pero en nuestro afán por sentenciar el juego, los Albinegros nos contragolpearon y nos clavaron el gol. 0-1 con 25 minutos todavía por jugarse. Una densa neblina bajaba sobre la cancha. Sí, lo se, nos desesperamos y caímos en su trampa. Esperanzados en mi velocidad, mis compañeros me mandaban pases deseando ver un sprint mágico que acabara en el área rival, pero mis marcadores no tenían piedad. Faltaban unos cuatro minutos cuando logré eludir al defensa que tenía pegado como estampa, pero un segundo marcador, que según recuerdo se apellidaba Buchnann, frenó mi carrera y mi vida futbolística. 

Su barrida fue seca, asesina y escuché mi hueso partirse como un tronco. Tal vez fue la adrenalina, pero creo recordar que me paré o quise pararme de inmediato, pero mi pierna derecha estaba destrozada. Cuando me sacaron cargando olvidé a Niegel Hatley y con lágrimas en los ojos maldecía en español de pulquería. Dolor, llanto, neblina, gritos. Todo se confunde en mi memoria. Por fortuna, ya no estaba en la cancha cuando se dio el silbatazo final y los Albinegros de Orizaba festejaron haberse convertido en los primeros campeones nacionales del Futbol Mexicano, un torneo de cinco equipos británicos representantes de nuestra prehistoria futbolística que sin embargo quedó marcado para la historia. 

La fractura había sido total y mi recuperación tardó casi un año en que con mi pierna enyesada y mis muletas me paraba afuera de la mina para pagar las rayas del sábado y acudir después a la cancha a ver a mis compañeros. El siguiente torneo no pude jugarlo y me limité a ser espectador de derrotas. Fuimos último lugar, mientras que los catrincillos del Cricket dieron la sorpresa y se coronaron campeones. A finales de 1903, el presbítero Quicksmire me hizo una nueva oferta, aunque en esta ocasión no era futbolística, sino laboral: En la mina de Zacatecas ocupaban un jefe de contabilidad. Iría como jefe, no como auxiliar, con un sueldo bastante más alto. El problema es que en tierras zacatecanas el futbol no pasaba de ser un pasatiempo desorganizado. Mi pierna no volvió a ser la misma, pero aún así pude volver a jugar, aunque nunca jamás lo hice en un torneo oficial. 

Un año después, en 1904, recibí un telegrama del presbítero. Decía únicamente tres palabras: AHORA SÍ, CAMPEONES. Pachuca por fin se había coronado en un torneo jugado a dos vueltas. Los borrachos del Orizaba desbarataron su equipo un año después, mientras en otras plazas empezaban a surgir nuevos cuadros. En 1909, un año antes de la Revolución, me casé con Catalina Galindo, hermosa dama de Concepción del Oro. Cuando en 1914 las tropas villistas y huertistas tapizaron de muertos las calles de Zacatecas, mi mujer y yo nos habíamos exiliado a Inglaterra en donde puede ser espectador de grandes batallas futbolísticas. Regresamos a México en 1924 cuando los once hermanos del Necaxa y los “prietitos” del Atlante le arrebataban la gloria a los gachupines. El país no era el mismo, el futbol no era el mismo y había algunos que hasta empezaban a hablar de cobrar dinero por jugar. Habrase visto.

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Que el sempiterno hombre duro del fútbol alemán Lothar Matthäus y Stefan Effenberg no tenían por costumbre ir de vacaciones con sus respectivas era vox populi.
Quizá harto de vivir a la sombra de la leyenda tanto en el Bayern como en la selección, al rubio platino nunca le tembló la voz para ponerle las peras al cuarto al del brazalete eterno. Effenberg, en su autobiografía publicada en 2003, guarda un pequeño rincón forrado de seda para el gran Lothar y le tacha de cobarde por no querer lanzar el penalti decisivo en la final del Mundial 90 y por borrarse (en beneficio de Thorsten Fink) en la recordada final de Copa de Europa en Barcelona.
Incluso, con el sentido del humor de un Panzer, dedica un capítulo entero al capitán titulado "Lo que Lothar Matthäus sabe de fútbol". El episodio consiste en una hoja en blanco.

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El bolsillo de la camisa del árbitro es como una tostadora, cada vez que hay una entrada, aparece de pronto una tarjeta amarilla.


(KEVIN KEEGAN, ex jugador y entrenador británico)

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El entrenador trabaja, en buena medida, para reducir su propia incertidumbre.

(JORGE VALDANO, ex jugador y entrenador argentino)

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Pat (España)

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La más divertida anécdota del "Mono" Burgos

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El primer penal no convertido por River ante Boca, dentro del profesionalismo, tuvo como protagonista a Adolfo Pedernera. Fue el 11 de Junio de 1939 cuando por la 13ª fecha de dicho torneo, y en el estadio de River, los millonarios perdieron por 2 a 0 frente a su clásico rival.
El partido estaba muy disputado, hasta que el árbitro sancionó un penal favorable a River. Era la gran oportunidad para el local, pero Pedernera ejecutó el tiro desde los 12 pasos de manera muy anunciada, permitiendo que desviara el arquero de Boca, Juan Estrada, arrojándose hacia el palo derecho de su valla (foto). Ahí River perdió confianza y el partido. Era el primer triunfo de Boca en el nuevo estadio de River, la por entonces 'Herradura de Núñez'. Resultó un partido histórico para ambos clubes.
River formó con Besuzzo; Vassini y Blanco; Yácono, Rodolfi y Wergifker; Peucelle, Caffaratti, Maffei, Moreno y Pedernera.
Por su parte Boca alineó con Estrada; Ibáñez y Valussi; A.López, Angeletti y Suárez; Varallo, Alarcón, Liztherman, Pícaro y Danza.
El árbitro fue A. Destaillats. Los goles boquenses fueron anotados por Pícaro y el legendario Francisco "Pancho" Varallo. Un recuerdo a todo azul y oro.

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Rodrigo Braña ve a mi mamá con pantalones cortos y le pega una patada.

(NORBERTO "Ruso" VEREA, periodista argentino, opinando en 2003, sobre el combativo volante de Quilmes, hoy en Estudiantes de La Plata)

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Había salido a la cancha con un ‘7’ mentiroso en la espalda, porque me tiraba permanentemente al medio. De repente lo busqué a Prospiti, que me devolvió la pared y encaré solito a Gilmar. Se la toqué de derecha al palo zurdo. Salí corriendo como loco, gritando el gol. De repente me paré porque creí que me lo habían anulado. Es que el Pacaembú estaba totalmente en silencio y a pesar de que en el banco argentino todos gritaban, no se oía ni una voz…

(ERMINDO ONEGA [1939-1979], ex internacional argentino, recordando su gol ante Brasil en la Copa de las Naciones 1964)

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La tragedia de Superga


En la entrada del viejo estadio de Filadelfia, donde jugó el Torino hasta la construcción del Comunale, hay un monumento que recuerda al mejor equipo de su historia, el "grande Toro" de la década de los años cuarenta. Se trata de la hélice de un viejo avión. Es de lo poco que se conserva de la aeronave que se estrelló en las afueras de Turín y que acabó con el mejor equipo que posiblemente ha dado Italia en toda su historia. Hoy, cuatro de Mayo, se cumplen sesenta años de aquella tragedia.

Hoy, como cada cuatro de Mayo, los fieles aficionados del Torino suben andando a la Basílica de Superga, situada a veinte kilómetros del centro de Turín, para rezar una oración junto a la lápida que recuerda que allí mismo se estrelló el avión que devolvía a casa al considerado mejor equipo de la historia de Italia. El Torino de los años cuarenta, que había conquistado cinco títulos de Liga de forma consecutiva, protagonizó una tragedia de la que el equipo "granota" no se ha recuperado.

El accidente conmocionó a la sociedad italiana que se estaba recuperando de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, ese conflicto impidió que el Torino hiciese más grande su palmarés. Ganaron el último título antes de que el calcio se paralizara durante tres años -que habrían caído en su saco- y volvieron a ganar los tres siguientes. En 1949 faltaban cuatro jornadas para conquistar el quinto scudetto consecutivo cuando tomaron un avión para jugar un amistoso en Lisboa contra el Benfica. Valentino Mazzola, el mejor jugador de aquel Torino -y padre de Sandro Mazzola, estrella del Inter de los setenta- había insistido en acudir al homenaje del capitán lisboeta José Ferreira.

El Benfica quería al mejor equipo de Europa en aquel encuentro y Mazzola, el jefe de aquel equipo, había convencido de los directivos. La fama de aquel equipo era descomunal. Con la llegada de Valentino Mazzola y Ezio Loik, que formaban la pareja de delanteros, el conjunto grana se había convertido en una máquina perfecta que todo el mundo quería ver de cerca.

El problema vino en el viaje de vuelta. Había tormenta sobre Turín y excesiva nubosidad. Cuentan que el piloto no tenía demasiada clara la maniobra y que fue la expedición del Torino la que insistía en aterrizar. Un error de navegación hizo el resto. El avión, un viejo Fiat G212CP (en la foto de abajo), se estampó contra la Basílica de Superga. La violencia del choque fue salvaje y murieron los treinta y tres ocupantes del avión (dieciocho futbolistas, directivos, técnicos, acompañantes y tres periodistas).


Para identificar a las víctimas fue llamado el seleccionador italiano, Vittorio Pozzo. Y es que la tragedia no sólo fue para Torino sino para la selección italiana. En aquel tiempo el once inicial de la "azzurra" estaba formado por el portero de la Juve y los diez jugadores de campo del Torino. La tragedia dejó a Italia sin sus opciones de ganar el campeonato del Mundo de Brasil al que, por temor al avión, viajaron en barco.

El duelo en Turín fue tremendo. Toda Italia lo siguió por televisión y más de medio millón de personas salió a la calle para asistir al cortejo fúnebre de los futbolistas. Sus ataúdes entraron en la catedral turinesa en orden, como salían al campo cada domingo mientras por la megafonía se anunciaban sus nombres. La escena, que figura en diversos documentales, estremece. Sauro Tomá, el único jugador que no viajó a Portugal por culpa de una lesión de menisco, quedó tocado para toda su vida. Y se salvó también Kubala. El húngaro jugaba en un equipo italiano y estaba en Lisboa de viaje con su mujer e hijo. Acordó con el Torino regresar en el mismo avión, pero su hijo se puso enfermo y fue ingresado en un hospital portugués por lo que Kubala retrasó el regreso y regateó así a la muerte.

El Torino no se resignó aunque nunca se recuperaría. Decidió acabar el campeonato de aquel año jugando con los juveniles. Lo mismo hicieron sus adversarios y los clubes, reunidos por la Federación, decidieron conceder el título de 1949 al Torino independientemente de los resultados de las últimas cuatro jornadas. Hoy, los incondicionales del "Toro" regresarán como cada 4 de Mayo a Superga.

Las víctimas del accidente

Jugadores: Valerio Bacigalupo, Aldo Ballarin, Dino Ballarin, Emile Bongiorni, Eusebio Castigliano, Rubens Fadini, Guglielmo Gabetto, Ruggero Grava, Giuseppe Grezar, Ezio Loik, Virgilio Maroso, Danilo Martelli, Valentino Mazzola, Romeo Menti, Piero Operto, Franco Ossola, Mario Rigamonti, Giulio Schubert.
Dirigentes: Arnaldo Agnisetta, Ippolito Civalleri.
Entrenadores: Egri Erbstein, Leslie Levesley.
Periodistas: Renato Casalbore, Renato Tosatti, Luigi Cavallero.


(artículo del periodista Juan Carlos Álvarez, publicado en el diario digital “Faro de Vigo” el 04/05/09)

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Juan Antonio Pizzi, nacido el 7 de Junio de 1968 en la provincia de Santa Fe, fue un delantero centro que triunfó en el fútbol español.
Comenzó en Rosario Central, para concretar una extensa y exitosa trayectoria, pasando por Tenerife, Barcelona, Valencia y Villarreal, en España; Toluca de México; Porto de Portugal y River de Argentina,
En la temporada 1995-1996, tuvo uno de sus mejores momentos, actuando para Tenerife, al anotar 31 tantos, obteniendo el ‘Pichichi’ como máximo goleador de la Liga Española y el Botín de Oro, como el mayor artillero de las ligas europeas.
Sus goles hicieron que, una vez nacionalizado español, fuera citado para jugar en el seleccionado de España.
En 1996, fichó para el Barsa y sus hinchas recuerdan un partido en el Camp Nou, cuando enfrentó al Atlético de Madrid. Al finalizar el primer tiempo, los "colchoneros" ganaban 3 a 0. En la segundo, el local, en franca recuperación, igualó 4 a 4 y cuando el árbitro estaba por pitar el final, Pizzi convirtió el gol que le dio el triunfo a los catalanes.
Los aficionados recuerdan ese gol relatado por el periodista Joaquim María Puyal, cuando a grito pelado decía al aire: "¡Pizzi, sos macanudo!", queriendo felicitarlo con una palabra bien "argentina" que quizás no venía al caso. A partir de allí, se lo apodó "Macanudo".
Pizzi jugó 22 partidos para España, con 8 goles, uno de ellos, el 20 de Septiembre de 1995, en un amistoso ante Argentina, partido que ganó España 2 a 1. El goleador jugó el Mundial de Francia de 1998, con escasa participación.

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Manchester United, hijos, esposa: en ese orden.

(Pancarta exhibida en Old Trafford años atrás)

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El secreto para ser un buen arquero es haberse comido 400 goles, siempre que no sean en el mismo campeonato.

(AMADEO CARRIZO, célebre arquero riverplatense, opinando en 1965 sobre los secretos de su puesto)

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Isabelino Ramírez, campeón invicto de la dignidad (Ramplense - Uruguay)


Isabelino Ramírez surgió en las divisiones formativas de Peñarol y siendo muy joven se puso la rojiverde de mi querido Rampla Juniors en la década del 70. Enseguida se ganó el cariño de la hinchada por la calidad de su juego y , fundamentalmente, su temple, su garra, su tesón. Jugaba de volante derecho, un '8' a la antigua.

Corrían malos tiempos para el club y miles de hinchas andábamos con la tristeza a cuesta de cancha en cancha de la B, contándole a cada uno que se acercara que éramos forasteros en la divisional, que estábamos llenos de gloria, que éramos el tercer grande y por esas cosas de la vida... ya lo ve, en el fondo de la tabla de la Segunda División.

Isabelino jugaba y jugaba, metía y metía. Un sábado, como tantos, llego al Olímpico tempranito y un rumor me sacudió: a Isabelino le salió un pase para Brasil y se va, no juega más en Rampla. No lo podía creer, pero era cierto. Pongo la radio, la 42 que transmitía los partidos, y lo estaban entrevistando. Estaba ilusionado y a la vez apesadumbrado. El periodista al despedirlo le dijo que era entendible que se fuera con pena del club del que era hincha. Y él le respondió que en realidad era hincha de Peñarol pero que había recibido y dado tal cariño en ese tiempo en el club que se había hecho hincha de la hinchada de Rampla a la que nunca olvidaría.

Acto seguido se vino a la tribuna y creo que ninguno de los cientos que allí habíamos nos perdimos el beso y el abrazo de ese negro maravilloso. Parecía mentira que aquel hombre al que vi trancar dos veces con la cabeza contra los pies rivales pudiera tener esa ternura y fuera doblegado por el llanto emocionado. Fue muy fuerte aquello. Tan fuerte como lo que me contó un dirigente de la época poco tiempo antes de que se fuera: un día al terminar un partido, después de un triunfo, lo vio sollozando mientras se vestía luego de ducharse y le preguntó qué le pasaba. Se le había muerto un hermano e iba a su velatorio. Le dijo si estaba loco, que por qué no había dicho nada. Y le dijo que su pena era su pena, que si contaba no lo ponían y él sabía que lo necesitaban.

Nunca he vuelto a saber nada de él.

Si alguna vez lee esto que sepa que la hinchada de Rampla que tuvo el honor de conocerlo y saber de su calidad humana nunca lo olvidará y sueña con que aparecerá como aquel día en que la niebla tapaba todo, y de repente apareció como un loco besando la camiseta frente a la platea: nos venía a contar que había hecho un gol en el arco del Varadero.

(Un gracias enorme al autor por autorizarme a publicar este cuento y compartirlo con todos ustedes)

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-Al fútbol se lo tiene como el deporte en el que se insulta y se pegan patadas. ¿Es así?

-El fútbol educa, pero en su marco a veces faltan valores. Los ingleses dicen que "el fútbol es un deporte de caballeros jugado por hooligans, y el rugby es un deporte de hooligans jugado por caballeros". El mayor gesto de grandeza lo ha tenido hace poco un deportista norteamericano, Andy Roddick, cuando reconoció un error en un fallo que lo favorecía, y sin embargo hizo dar marcha atrás en la decisión y perdió un Grand Slam. Hay que saber, en el deporte profesional, cuál es el límite para llegar al fin. No todo está permitido. En el fútbol todos estamos involucrados en eso. No es que "fulano de tal lo hace y yo, no".

-Ese gesto de Roddick es casi una excepción...

-Está el caso de Sergio Vigil en las Leonas, cuando admitió como válido un gol rival anulado...

-¿El jugador argentino no sabe perder?

-En el tenis los jugadores están separados y hay intercambios verbales. En el fútbol, que tiene tanto contacto, se fue mejorando mucho en cuanto a cantidad de jugadores expulsados. El argentino está jugando en todo el mundo y aprendió mucho.

¿Qué diferencia notás entre el chico que educabas hace 20 años y el que educás hoy?

-La idea de juego y la esencia del aprendizaje son las mismas. Además, los padres traen al hijo no sólo para jugar al fútbol. Me dicen "te lo traigo porque es tímido, o porque es hiperquinético, o porque quiero que haga ejercicio..." Es tan importante el primer objetivo, el fútbol, como tratar de incluir y hacer crecer al chico.

(CLAUDIO MARANGONI, ex futbolista argentino, director de una escuela modelo de fútbol y deportes que lleva su nombre en Parque Las Heras, en entrevista con el diario “La Nación” del 15 de Septiembre de 2005)

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Siempre me ha parecido más viril el desafío entre cuchilleros. Sigo sintiendo que a pesar de que matar formaba parte de esta práctica, había una cierta nobleza que no he podido encontrar en un hombre que patea una pelota.

(JORGE LUIS BORGES [1899-1986], célebre escritor argentino)

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El primer régimen que instrumentalizó el fútbol fue el fascismo de Benito Mussolini. Mussolini fue el primero en considerar a los jugadores del equipo de Italia como soldados al servicio de la causa nacional.

IGNACIO RAMONET, periodista español, ex director de “Le Monde Diplomatique”)

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Tres momentos (Umberto Saba - Italia)


De carrera salís al centro del terreno,
a las tribunas saludáis primero.
Luego, lo que después
sucede -que os volvéis a la otra parte,
la que más negra hierve-, no se puede
decir, es algo que no tiene nombre.

El portero pasea arriba y abajo
como un centinela.
El peligro está lejos aún.
Pero si un torbellino lo acerca, oh, entonces,
una fiera joven se agazapa
y alerta espía.

Fiesta en el aire, en cada calle fiesta.
Si dura poco, ¡qué importa!
Ni una ofensa pasó nuestra puerta,
los gritos se cruzaban como rayos.
Y vuestra gloria, once muchachos,
como un río de amor adorna Trieste.

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¿Qué balance hacés de tu paso por el fútbol inglés?

Me podría haber ido mejor. En Sheffield descendimos a Tercera, pero me fue muy bien a nivel individual porque cuando se eligió al equipo del siglo, en el año 2000, a mí me pusieron. Es cierto que esas elecciones son discutibles, porque tiene más peso lo de los últimos años, pero significa que algo hice. Lo mismo me pasó en Estudiantes, cuando arman esos equipos ideales del siglo.

¿Y en el Leeds?

Ahí jugué en Primera, pero tuve un problema: el entrenador que me llevó duró cinco partidos, vino otro, y a este nuevo le gustaba el fútbol a un toque. Las prácticas eran todas a un toque, y eso a mí me mató, porque me encantaba tenerla. No lo critico, eh, sólo digo que iba contra mi estilo, así que mucho no jugué.

¿Cuántos litros de cerveza tomabas en los terceros tiempos de Inglaterra?

Cero, porque no me gustaba y, además, servían la cerveza natural, así que pedía gaseosa. El tercer tiempo se hacía en todos los estadios: un lugar preparado donde iban los jugadores de los dos equipos y las familias del local. Se tomaba muchísimo alcohol y nunca vi un problema entre rivales que por ahí se habían dado duro en el campo.

¿Qué fue lo más curioso que te pasó en Sheffield?

Descendimos a Tercera y la gente entró para sacarnos en andas. Nos decían: “El año que viene ascendemos”. ¡Como en la Argentina! Lo contás y no te lo creen. No sé cómo será ahora pero eso fue increíble.

(ALEJANDRO SABELLA, actual entrenador de Estudiantes de La Plata, recordando su paso por el fútbol inglés en revista “El Gráfico”, edición Enero de 2010)

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Quedé contento por el título y un poco triste por Enzo (Francescoli, su ídolo), porque él estaba llegando al final de su carrera y no iba a tener otra chance así. Pero igual Enzo me regaló su camiseta.

(ZINEDINE ZIDANE, ex internacional francés, recordando la final de la Intercontinental 97 donde Juventus le ganó 1 a 0 a River Plate)

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Es como esas amas de casa que con cien pesos al mes visten a los chicos, les dan de comer y los mandan a estudiar. Don Ángel puede armar un equipo muy digno pese a todos los inconvenientes económicos, y además con un gran respeto por la categoría individual de cada jugador.

(ROBERTO FONTANARROSA [1944-2007], recordado humorista argentino, opinando sobre Ángel Tulio Zoff, ex jugador y entrenador argentino, emblema de Rosario Central)

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El final por la final (Iris Leda Faba - Argentina)


El entrenamiento es agotador. Levantarme todos los días a las seis de la mañana no es de lo más agradable, pero una vez que estoy en movimiento me visto y me calzo los botines, comienza a dar vueltas en mi cabeza la idea de que pronto estaré en el campito y comenzarán las gambetas, los pases cortos, la llegada y correr. Para luego tenerla entre las piernas que esperan, y soltarla nuevamente y que otro se apodere de ella hasta que arisca vuelva a escapar. Aquí está otra vez.

Estoy delirando. Esto me pasa cada vez que voy a entrenar. ¡Cuánta pasión despierta la redonda!...

Suena el teléfono, es Amilcar nuestro entrenador, que me pide si puedo adelantarme media horita, así aprovechamos mejor el día, hombre con una voluntad de hierro y que a la hora de hacer que se le obedezca, no sabe de contemplaciones, es duro y exigente y el plantel obedece sin cuestionamientos.

De todas maneras, debo reconocer que gracias a su eficacia conformamos un equipo ejemplar y con el mayor número de goles obtenidos hasta el momento. Dentro de la cancha se despliega ritmo, contundencia ofensiva y juego brillante, todo a un tiempo.

Dejo mi desayuno y salgo corriendo sin pensar que estoy compartiendo esa hora de la mañana con la persona que amo y que me mira pero no dice una palabra. Bueno, tendrá que entender.

Esta vez vamos por el título y no podemos ni debemos fallar. Por nuestros seres queridos en primer lugar, que han tenido que soportar malhumor, ausencia y todo lo que trae aparejado un deporte tan prometedor y popular como el fútbol y sobre todo para no defraudar a la hinchada que nos apoya y nos sigue a morir.

A partir de la semana próxima, debemos prepararnos para la concentración. Poca comida, buen dormir y nada de sexo.

¡Nada de sexo! Y esto es serio, muy serio.

Cuando me casé lo hice pensando en entregarme a la persona amada en cuerpo y alma, ahora va tener sólo mi alma. ¿Lo soportará? ¿Será el amor más fuerte que todo lo demás? ¿Me acompañará en este largo viaje que hoy ocupa un lugar tan importante en mi vida? Todas estas preguntas encontrarán su respuesta esta noche, cuando sin más dilación mantenga la charla que por miedo fui posponiendo. Sí, miedo a que la incomprensión, el egoísmo y la duda tomen al amor de mi vida por sorpresa y me obligue a elegir. Sé que puede suceder pero tengo que intentarlo.

-Tenemos que hablar.

-¿Te parece?... Ya se me olvidó cómo se hace con vos. Hace tanto tiempo que…

-Por favor, no quiero discutir, sólo quiero que sepas que la semana próxima tengo que concentrarme y desde esta noche no vamos a tener sexo.

-¿Qué no vamos a qué?... - un grito desaforado acompañó la pregunta.

-Te pido que entiendas, no es un partido cualquiera, es la final y…

-Qué entienda. Esto sí que es gracioso.

-Por favor, no te rías así, me das miedo.

-¡Pero cómo no me voy a reír! Dejaste de limpiar la casa y entendí, dejaste de cocinar y entendí, dejaste de planchar mi ropa y de atenderme y entendí y ahora me pedís que entienda que no vamos a tener sexo. Querida yo me casé con una mujer, quedate con la final y tu amada pelota, pero acá el macho soy yo y las tengo bien puestas. Adío.

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La noche del 22 de Marzo de 2000 Boca recibió al Blooming de Bolivia por la primera fase de la Libertadores. Y ya de entrada se perfiló como una noche histórica cuando antes de los quince del primer tiempo Traverso puso el 2-0 al conectar un centro. No parece gran cosa pero ese fue el primer gol de Christian Traverso con la azul y oro tras un poco más de tres años en el club.
Pero lo que vino a continuación no registraba antecedente alguno a la fecha y aún hoy cuando ya pasaron 10 años. Alfredo Moreno, que ya había puesto el 1-0 a los 3 minutos, se descolgó con la friolera de meter 4 goles más en los primeros 20 minutos del segundo tiempo, llegando al total de 5 goles en una noche imborrable que terminó de encaminar a Boca a la clasificación y sepultar las aspiraciones de los bolivianos por conseguir un empate.
Esa marca es la máxima conseguida por un jugador argentino en Copa Libertadores en toda la historia.
Cerca del final, Limberg Gutiérrez descontó y dejó el resultado final en un 6-1 que en un momento pareció hasta medio escaso.

(tomado del blog “Imborrable Boca”)

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Hasta Al Pacino va a un casting, pero el 'Tolo' Gallego no quiso charlar para ser técnico de River. No hay duda, es más grande que Al Pacino.

(JOSÉ MARÍA AGUILAR, ex Presidente de River Plate, ironizando en 2008 acerca de la negativa del ex jugador y entrenador de la institución a conversar acerca de la posibilidad de volver a dirigir al plantel millonario)

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Figo ya puede venir a Barcelona tranquilo, porque ahora el enemigo público número uno soy yo. Yo respeto mucho al Barça, nunca olvidaré lo que me dio los cuatro años que estuve aquí, pero se ha creado alrededor mío algo que ya creo que es imposible transformar en positivo, y está claro que acabaré mi carrera sin entrenar al Barça.

(JOSÉ MOURINHO, entrenador del Inter de Italia, opinando sobre su relación con el público catalán, ayer tras eliminar al Barcelona de la final de la Champions League)

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Johan Cruyff



Fecha: 13 de Abril de 1980
Lugar: Washington DC
Fotógrafo: Peter Robinson

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Cueca al Colo Colo ('Tito' Fernández - Chile)

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El 7 de Octubre de 1973 Argentina vencía a Paraguay 3 a 1 en la cancha de Boca y lograba el pasaje al Mundial de Alemania 1974. El temor por la eliminación rondaba por la Bombonera pero el ‘Ratón’ Ayala y sus compañeros cumplieron su objetivo.
El país en 1973 esperaba que Juan Domingo Perón asumiera por tercera vez la presidencia de Argentina. Esta vez con su mujer María Estela Martínez de Perón (Isabelita) como vice. Venía a suceder a Héctor Cámpora y el General se disponía a tomar tomar la presidencia el 12 de Octubre.
Y al fútbol argentino lo acuciaba el temor de no entrar al Mundial de Alemania de 1974, y que tuviese una ausencia como pasó en México '70.
Por eso se armó un equipo especial para competir ante Bolivia en La Paz -ganó 1 a 0 con gol del mendocino Ramón Fornari- y el DT Enrique Omar Sívori tuvo la más amplia libertad para elegir al plantel y trabajar con él por mucho tiempo. Por eso se mandó a un grupo de jugadores a que se prepararan en zonas de altitud similar a La Paz. Después Sívori optó por hacer un equipo variado, entre los que habían ido a la altura y los que habían entrenado en el llano.
Le había ganado también a Bolivia en la cancha de Boca 4 a 0 y había empatado ante los paraguayos en Asunción (ahí jugó el mendocino Roque Avallay) 1 a 1.
Pero también Paraguay superó a los bolivianos de visitante y la última fecha del grupo 2 los encontró con 5 puntos a Argentina y Paraguay.
En esa época se jugaban por zonas de 3 o 4 equipos y no todos en el mismo grupo como ahora, por eso si perdía un encuentro podía significar la eliminación del Mundial. Al paraguayo Heriberto Correa, de Vélez, le pidieron que se nacionalizara para jugar para la Selección nacional.
Ese 7 de Octubre de 1973 la cancha de Boca presentaba un lleno total con la Selección nacional jugándose el pasaje al Mundial '74. El equipo formado por Sívori fue con: Daniel Carnevali; Enrique Wolff, Francisco Sá, Ángel Bargas y Heriberto Correa; Miguel Brindisi, Roberto Telch y Carlos Babington; Ramón Ponce, Rubén Ayala y Enrique Chazarreta. Al inicio del segundo tiempo entró Agustín Balbuena por Babington y a los 8' el cordobés Carlos Guerini por Roberto Telch.
Sorprendió Paraguay con un gol en el primer tiempo y empató el ‘Ratón’ Ayala, de penal a los 34'. Después el mismo delantero del Atlético Madrid logró el 2 a 1 a los 11' (ST) y el tercero fue de Guerini a los 40'.
A los jugadores argentinos les renació la calma, estarían en el Mundial.
Dentro de lo desorganizado que se manejaba el "tema selección" se logró el objetivo planeado.
Era la sexta vez que iba a jugar un Mundial de fútbol. Lo había hecho en 1930, 1934, 1958, 1962, 1966 (había sido eliminado a la cita de 1970 en México y renunciado a participar en los Mundiales de 1938, 1950 y 1954) y se clasificaba a Alemania 1974.




(tomado del blog “Historia de Portemza”)

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