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Vittorio Pozzo se encontró al frente de la selección sin ser ni un entrenador de profesión ni un alto cargo del deporte, sino simplemente un piamontés ciegamente convencido de las virtudes de su tierra; un hombre para quien la palabra sagrada era "trabajo".
Era oficial de los Alpini (Cazadores de Montaña) en pleno régimen fascista. Le gustaba que los trenes llegaran en punto, pero no soportaba los actos de violencia armada.


(GIORGIO BOCCA, escritor italiano, recordando al entrenador de la ‘azzurra’ entre 1928 y 1948 y con la cual ganó dos Copas del Mundo)

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Los gays no tienen sitio en el fútbol. Si un jugador me confesara que es gay, le diría: 'Has sido valiente', pero después le pedidiría que se cambiase de trabajo. Todos los que han salido del armario han acabado rotos, ridiculizados por sus compañeros y los aficionados. Debemos liberarlos de esa caza de brujas.

(RUDI ASSAUER, entrenador alemán de la época dorada del Schalke 04, sorprendiendo la semana pasada a toda Alemania con duras declaraciones sobre los homosexuales)

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Cacho, el capitán (Rubén Herrrera - Argentina)


"muchas veces, regesar,
no es estar de vuelta"

-¡Volvió, Doña Cata, volvió! -le grité desde la mitad de la cuadra al ver que no se dio vuelta, le volví a gritar mientras corría hacia ella. La calle estaba cubierta de hojas, hacia frio, y comenzaba a lloviznar.

-¡Volvió, Doña Cata, volvió! Pensé que no me había escuchado, porque no giró su cuerpo para verme. Cuando la tuve ahí, le toqué el hombro, y le volví a decir.

-¡Volvió, Doña Cata, al fin volvió! Vio que le dijimos que todo iba a salir bien, que iba a volver, que estaría con nosotros de nuevo. Pero me miró con una mirada triste y a la vez indiferente, como ausente, como pensando en otra cosa.

-Sí, por suerte volvió -me contestó-. Mientras se dio vuelta como para continuar su viaje. Seguro que iba a la capilla para agradecerle a Dios.

-Claro que sí, claro que volvió, recién me enteré. Y ya les dije a mis hermanos y a todos los muchachos. El sábado, le vamos a preparar un asado de bienvenida. Ya arreglamos todo, lo vamos a hacer en la casa de Don Jiménez, el padre de Javier. Así que dígale a Cacho que esta tarde voy a su casa y arreglamos la hora, mientras nos tomamos una cerveza.

Doña Cata me miró y dijo algo que nunca pensé que diría.

-¡No!, El Cacho no quiere verlos, no quiere ver a nadie, él solo quiere descansar.

-¿Cómo dijo Doña Cata?, ¿Que no quiere vernos? A nosotros, a sus amigos, a sus hermanos, a los que siempre estuvieron con él en todas, ya sean buenas o malas. Bueno está bien, hoy déjelo que descanse, dígale que se duerma todo, porque en realidad debe estar muy cansado, pero que mañana, nos vamos con todos los muchachos, a celebrar y esperar ese asado que le preparamos, mientras charlamos sobre como paso allá, en ese lugar lejano.

Doña Cata se alejó lentamente, llevaba como siempre, un vestido largo y oscuro, con un abrigo negro encima, como para cubrirse del fuerte viento de Junio, cartera y zapatos negros y su infaltable pañuelo en la cabeza. Se la veía distinta, algo raro le sucedía, porque su hijo había vuelto y no se la veía feliz, parecía más bien preocupada.

Yo me fui a la casa del enano, para que organicemos un partido de solteros contra casados, ya que hace como tres meses que no jugábamos. Claro, el Cacho no estaba, entonces decidimos entre todos los muchachos, que no jugaríamos hasta que el capitán del equipo volviera, y ahora que esta de vuelta con nosotros, que mejor que jugar un partido.

Al otro día, después de juntarnos en la cancha de Don Julio y cuando estaba cayendo la tarde, fuimos hasta la casa de Cacho, como para charlar mientras nos tomábamos una birra, que habíamos comprado en el almacén de la esquina.

Su casa era una prefabricada que compraron cuando su padre aún trabajaba en el ferrocarril y su madre lavaba ropa para un geriátrico de Capital. Él, su padre, murió, como hace diez años en un accidente, que nunca fue esclarecido, después que se unió a la huelga del sindicato. Cacho tuvo que trabajar duro junto a su madre para salir adelante, ya que las cosas eran difíciles.

Cuando llegamos, golpeamos las manos por arriba del portoncito de caño verde, que tenía este, al lado del tejido que da a la vereda. Salió el perro ladrando desde el fondo, esperamos unos segundos y al ver que nadie atendía volvimos a golpear. Se abrió la puerta de la casa y apareció Doña Cata.

-¿Cómo le va Doña? -le pregunté- venimos con los muchachos para verlo a Cacho, estamos ansiosos por hablar con él, así que dígale que venga, que queremos verlo.

Su respuesta, nos sorprendió a todos:

-¡No! Cacho está cansado y me dijo que no quiere ver a nadie.

-Pero señora dígale que somos nosotros, los muchachos, sus amigos.

-Ya les dije que no quiere ver a nadie -nos volvió a contestar.

-¿Cómo que no quiere ver a nadie? Le dije levantando la voz. Dígale que salga o sino entramos nosotros igual. Una nueva, que no quiere ver a nadie.

En la ventana, se vio correr la cortina desde adentro, y para sorpresa de todos, su figura se dibujo en ella. Estaba ahí, sí Cacho estaba ahí, nuestro amigo, nuestro hermano, aquel que nos enseñó a jugar al fútbol, a casi todos. Aquel que nos defendía si alguno de otro barrio quería pegarnos. Claro tenía como dos años más que todos.

Estaba en la ventana, lo vimos mucho más flaco que cuando se fue, tenía la cara demacrada y una barba mal cuidada, cuando de repente dijo:

-¡Acaso no escucharon lo que dijo mi vieja! ¡Qué, ¿habla inglés acaso?! Les dijo que no quiero ver a nadie, o no entendieron. Quieren que se los diga yo entonces. -Bueno- ¡no quiero ver a nadie! -gritó desde adentro.

Yo lo miré al Enano, a mi hermano Bocha, a Topo, al Zurdo, a todos como buscando alguna explicación a lo que había escuchado, pero nadie entendía nada.

-Cómo que no querés ver a nadie? -le dije-, mientras lo miraba a la cara, notando un extraño comportamiento. ¿Qué, acaso no te acordás más? Nosotros somos tus amigos de toda la vida. Los que rezábamos todas las noches para que regresaras pronto a casa. Si hasta fuimos haber al Papa cuando vino. ¡Sí!, fuimos a pie, y hasta Don Vicente nos acompañó, y vos sabés mejor que todos, que él no creía en nada, ni en nadie. Pero estuvo ahí, acompañándonos para pedir que vuelvas. Justamente a los muchachos, los que todas las tardes nos juntábamos en la casa de Armando, para escuchar la radio y comentar lo que pasaba. Los que te escribíamos dos veces por semana, si hasta compramos todas las barras de chocolate que existían en la zona, con tal de enviártelas, para vos y para todos los que estaban con vos. Así que dejate de joder y vení, abrí el portoncito, que tenemos que hablar de muchas cosas. Ah, la llamé a Carmencita y me dijo que viene para acá, ella está laburando cama adentro, pero no puede aguantar hasta el sábado a la tarde y se tomaba el primer bondi que venía. Me dijo que se moría por verte, que te extrañaba mucho, y que se volvía loca si no venías pronto.

-No muchachos, váyanse que quiero preparar todo, porque nos vamos del barrio. Nos mudamos cerca de mi tío allá en Corrientes.

-¿Cómo que te vas del barrio? Si vos sos parte de él. Si creciste acá, si fuiste a la escuela con nosotros, y para colmo sos el capitán del equipo. Porque acá, para que sepas y sino preguntale a tu vieja si no me creés a mí, no se jugó más al fútbol.

-No chicos, ustedes no entienden nada, yo ya no quiero jugar más, yo me cansé de jugar, así que mejor búsquense otro capitán, por que me voy al Interior.

-No Cacho, no digas nada de lo que te puedas arrepentir -le dije- lo que todos queremos, es que te quedes, que descanses mucho, y vuelvas a jugar con todos nosotros. Porque tenés una zurda espectacular, le pegás los tiros libres como nadie, gambeteas como un elegido, si hasta hiciste como cinco goles de córner, en el último campeonato.

-Ya me cansé de todos -volvió a decir- me cagué de hambre, me cagué de frio, me cagué de miedo, por qué y para qué, me pregunto todas las noches. Ya que ni siquiera duermo. Yo solo quería ser feliz, casarme con Carmencita y tener muchos hijos.

-Y bueno hermano, ya estás aquí -le grité también- Ahora podrás hacer todo lo que soñaste, casarte tener hijos, jugar al fútbol todo los domingos, y todo el pueblo se juntará detrás del alambrado, para verte jugar y disfrutar.

Cacho empezó a gritar y maldecir a todos. A los tipos que lo mandaron ahí, a los que no entendían nada, a los que creían que era todo un juego, a los que seguían la vida como si nada sucediera, a los que hablaban por hablar. Sabiendo que a ellos nunca les iba a tocar. Decía que estaba cansado y que otra vida comenzaría pronto, mientras decía esto, su voz empezó a quebrarse.

-No ven que no quiero jugar más, por que no me dejan de joder, ¡no quiero jugar más! Nos gritó a todos, mientras se corría desde la ventana, hacia la puerta. Y una vez apoyado en el marco de ésta, dijo:

-No es que no quiero ¡no pueeedooo! Gritó llorando fuerte, y con mucha bronca, que le nacía desde el fondo de su corazón.

Aquella zurda, de los pases milimétricos, de los tiros libres impecables, de los goles olímpicos. La que nos deleitaba a todos, ya no estaba en su lugar, se la habían amputado en Malvinas, en un conflicto bélico, que él no había elegido…

(En memoria de todos los “Cachos” que volvieron, y de todos los que dejaron la vida, en defensa de las Islas Malvinas)

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El arquero más importante de la historia de Chile es Sergio "Sapo" Livingstone, quien ocupó la valla de su selección en el Mundial de Brasil de 1950, enfrentando a España, Estados Unidos e Inglaterra.
"El Sapo", -así se lo apoda-, se aproxima a los 90 años de edad y es uno de los periodistas deportivos trasandinos más importantes de la televisión. Jugó 22 temporadas en la Universidad Católica, un año en Racing de Avellaneda, y uno en el Colo Colo de su país.
En sus memorias recuerda con sumo orgullo su estadía en la Argentina, atajando para la "Academia". Para él fue un paso muy importante, jugando al lado de compañeros de gran renombre.
Claro que hoy rememora esa época, en 1943, cuando tenía 23 años, con cierto arrepentimiento en el tema de sus decisiones personales, porque en vez de continuar en nuestro fútbol, verdadero espaldarazo internacional para la posibilidad de irse a jugar en Europa, retornó a Chile, por estar enamorado de una compatriota.
Si bien el amor todo lo puede, dejó entrever que ese noviazgo finalmente no prosperó y le quedó trunco ese sueño ambicioso en cuanto a lo deportivo.
De todas formas, Livingstone, quien admite que el mejor futbolista que vio, el más completo, fue Alfredo Di Stéfano, defendió el arco de Chile en 75 partidos (34 en 6 Copas de América) retirándose el 18 de Noviembre de 1959, en el estadio Nacional de Santiago, cuando su representativo le ganó, en un amistoso y por primera vez en su historia, a la Argentina (4 a 2).
El padre de "El Sapo" había sido árbitro de fútbol, llegando a dirigir la final del Sudamericano de 1917, entre Argentina (1) y Uruguay (0). Fue un buen antecedente de un grande del fútbol sudamericano.

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Es claro que porque mi sangre es argentina, siempre soñé con la selección de mi país, pero si un día me llamaran para jugar por la selección brasileña aceptaría, por todo lo que Brasil me dio hasta ahora. Soñar todo el mundo sueña, desde chico quise siempre vestir la camiseta de Argentina, pero sé que un lugar en este Mundial es muy difícil. Nunca fui convocado y he mantenido toda mi concentración en Fluminense. Nuestra rutina en el club es lo que ha sido más importante para mi.

(DARÍO CONCA, estrella del Fluminense respondiendo, el pasado martes 30, sobre si se nacionalizaría brasileño para así poder defender a la 'canarinha' en caso de ser convocado)

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Antes del partido con Inglaterra, todos declarábamos que el fútbol no tenía nada que ver con la guerra de Malvinas... ¡¡Mentira!!! En nuestra piel estaba el dolor de todos los pibes que habían muerto allá.
Yo jugué ese partido pensando en Malvinas. Sentimentalmente, hice culpable a cada uno de los jugadores ingleses de lo que había sucedido y mis goles tuvieron un sabor diferente. El primero fue como meterle la mano en el bolsillo a un inglés y sacarle una plata que no era de ellos.
El segundo tapó todo...


(DIEGO MARADONA, recordando su enfrentamiento con Inglaterra en México '86 y el recuerdo de la Guerra de Malvinas de cuatro años antes)

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Un encuentro romántico (Jesús Castañón Rodríguez - España)


Llovía tímida y lentamente. Se difuminaban los límites entre el mar y el cielo. El tintineo de las gotas de agua acompañaba al sonido de los disparos de una cámara fotográfica que captaba la mirada triste, el dinamismo del pelo y el expresivo perfil de la estatua de una mujer.

El fotógrafo serpenteó el paseo marítimo entre el rugir acompasado de las olas y las caricias del viento y llegó a un estadio entre un aroma de eucaliptos. Franqueó la puerta de prensa y recogió la acreditación. Se enfundó un peto entre un bullicio de gente con prisas, trípodes que parecían andar solos, luces de flashes dispuestas a iluminar un nuevo milagro y voces de saludos efusivos.

Fue engullido por largos y estrechos pasillos hasta salir al túnel de vestuarios. Subió los peldaños que accedían a la cancha mientras aumentaba el número de pulsaciones de su corazón. Abrió un sobre con una misión que le había sido asignada. Leyó su contenido y no movió ningún músculo. Había sido enviado allí para hacer un reportaje difícil: el arte en el campo más antiguo del fútbol profesional en España.

Lanzó unas primeras fotografías y recorrió las bandas cabizbajo para estudiar las posibilidades del campo. Pensaba que aquello era imposible. Vio cómo las diferentes personas que forman parte del espectáculo iban tomando posiciones. Se situó tras la portería del fondo norte. Se sentó en el suelo y preparó el equipo. Hizo más instantáneas durante el primer cuarto de hora de la primera parte.

En un mal paso, el fotógrafo resbaló y cayó al suelo. Temió haber roto la cámara y rápidamente comprobó que conservaba las fotos lanzadas. Descubrió que el brazo izquierdo de la estatua de la mujer le hacía un gesto para que cerrara los ojos. Por un instante todo se detuvo y se llenó de magia. Al volver a abrirlos muy lentamente, en un contrafundido, la cancha había tomado otro aspecto al haber sido conectada la luz artificial. Aparecía un nuevo mundo de colores y contrastes que le hizo sentarse en los fosos, subir a las gradas, tirarse en plancha a ras de suelo, colocar la cámara detrás de las porterías...

Ante la cámara digital El Molinón era ahora un museo especial y el partido un encuentro romántico con las bellas artes. Era el cuadro de una playa donde el rojo y el blanco iluminaban de ilusión un césped de colores verde y azul y la arena gris de las gradas mientras las gaviotas sobrevolaban en círculos.

Captaba estatuas fluidas. Fijaba paradas, remates, regates, fintas... mientras los jugadores y el partido seguían en su imparable discurrir. Detenía en el tiempo infantiles sonrisas ilusionadas, bocas abiertas y miradas de agua que ya no correspondían a escolares sino a futuros atletas.

Disfrutaba de la percusión de silbidos y palmas, de la sinfonía del picar de la pelota, de los ruidos contrapuestos de arrastres de botas, gritos de entrenadores o relatos periodísticos apasionados hasta estallar al unísono en una ola de fantasía envuelta en rugidos de ges, cimbreos de oes alargadas y eles en cascada cuando marcó el Sporting.

Notaba la gimnasia de las palabras en busca de expresiones populares, de esfuerzos de imaginación para conseguir una alquimia de los estados de ánimo. Estaba ante un juego de ingenio y de creación literaria para narrar la lucha por hacer realidad los sueños, para cantar que lo mejor está siempre por ser conquistado.

Gracias a aquella intervención de la estatua descubrió la arquitectura apacible del estadio y su capacidad para esparcir felicidad y crear nuevos sentidos. Comprendió que el fútbol es un bello arte en movimiento en el que los zapatos de la fantasía rematan desde la grada, los corazones unidos realizan parábolas junto al balón, los sentimientos corren la banda para buscar un contagioso estado de euforia y gratitud, las emociones hacen paredes de color esperanza para salvar tiempos de necesidad.

Posteriormente, cubrió el bullicio de la rueda de prensa entre crónicas realizadas al vuelo, relatos por teléfonos móviles, noticias rápidas saliendo con urgencia para diseminarse desde Internet, más fotos, imágenes de televisión... El fotógrafo entregó el peto y recogió el material. Salió feliz del estadio entre una riada de gentes porque ya tenía el reportaje de la misión que le había sido encomendada.

Volvió a pasar entre los eucaliptos, a ser abrazado por el viento. Se acercó a la estatua que le había sugerido ese punto de vista tras su caída. Con ternura, rodeó su cuello con una bufanda rojiblanca, agarró su mano izquierda y besó con suavidad sus labios de bronce. Un tintineo de lágrimas era su agradecimiento por abrigarle el corazón en aquella misión. Aquel lugar se convirtió para el fotógrafo en un puerto del que zarpar con nuevas energías.

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Partido Independiente-Lanús, año 1993. Llueve. Carlos Mastrángelo, el juez, entra para ver si pica la pelota. Yo hago mi propio chequeo en la punta opuesta y al verlo me mando gran pique. Cuando estoy llegando noto que no podré frenar y que me llevaré puestos a Mastrángelo y a varios periodistas. Me deslizo varios metros en “culopatín”. Víctor Hugo, que me seguía desde la cabina de radio Continental, se tentó y tuvo que mandar avisos. Todavía recuerdo el canto de la hinchada: “¡Qué boludo, qué boludo!”. Cuánta razón.

(DIEGO "Chavo" FUCKS, periodista deportivo argentino, trabajando actualmente en Canal 9)

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Los futbolistas son los únicos profesionales que exigen ser recompensados por cumplir con su deber.

(MANUEL ALCÁNTARA, poeta, escritor y periodista español)

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Veo fútbol de todos lados, el alemán, el inglés, el que venga. El único que no me gusta es el fútbol chileno. No sé por qué. No lo puedo ver. De repente juegan mejor que uno, pero con el fútbol chileno me duermo o me voy a darles de comer a los pájaros.

(JULIO PÉREZ, ex futbolista uruguayo, campeón mundial en 1950)

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Jugadores de fútbol en la playa (Pablo Picasso - España)

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Sola en la cancha (Attaque 77 - Argentina)

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En la clasificación para el Mundial de Fútbol de 1954, que organizaba Suiza, ocurrió un hecho inusual (no repetido), cuando en uno de los grupos europeos, España quedó eliminada mediante un sorteo.
El tema fue que el seleccionado español (en la imagen), dirigido por Luis Iribarren Cavanilles, debía lograr su clasificación enfrentando al representativo de Turquía. Había tranquilidad entre los españoles, porque el fútbol turco de entonces, carecía del nivel que mantiene en la actualidad.
El primer partido se disputó en Madrid. Fue el 6 de Enero de 1954 y allí el local le ganó a Turquía por 4 a 1. Parecía ‘pan comido’.
La revancha se realizó en Estambul y allí la sorpresa. Fue el 14 de Marzo de ese año, donde los turcos lograron vencer por 1 a 0, con mucho amor propio y un público que alentaba a sus jugadores a luchar hasta el último minuto.
Lo cierto es que como en aquellos tiempos no existía el "gol de diferencia", se disputó un tercer partido, jugado el 17 de Marzo en Roma, donde hubo un empate: 2 a 2. Y no estaban contemplados en el reglamento los penales que definieran la situación. Ya las cosas no aparecían tan sencillas para España.
Fue allí cuando las autoridades de FIFA determinaron que la clasificación quedara determinada por sorteo. Para ello se colocaron dos bolillas en una hielera de acero donde un niño, con los ojos vendados, sacó una de ellas, la que determinó que España quedara afuera del Mundial de Suiza. Puro azar. A partir de esa situación, el sorteo nunca más definió una clasificación mundialista.

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Entiendo que los jugadores se enojen cuando salen de cambio, pero creo que es una falta de respeto a los compañeros que están en la banca. Si no, que haya 11 jugadores en cancha, sin suplentes.

(RICARDO LA VOLPE, ex jugador y entrenador argentino, acerca del temperamento de los jugadores de fútbol)

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El 'Toto' Lorenzo es un fenómeno. Nos peleamos, discutimos, pero el día que no juegue más al fútbol y lo encuentre en la calle, voy a ir corriendo a abrazarlo. Es que al margen de cualquier discusión, yo lo quiero y sé que él me quiere. Lo que pasa es que no quiere perder nunca, no perdona errores, te limpia del equipo a la primera macana. Es así, pero por eso, sus equipos llegaron a ser lo que son. Es el Cassius Clay de los directores técnicos, el mejor, el número uno, el que más sabe.

(HUGO GATTI, ex arquero argentino, opinando en 1985 de su ex director técnico en Boca Juniors)

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Alemania 1972, la mejor cosecha alemana


El mejor equipo alemán, y en esto es mejor ampararse en la subjetividad, disputó un partido memorable el 29 de Abril de 1972. Alemania regresaba a Wembley seis años después de su derrota en la final de la Copa del Mundo de 1966.

El equipo se había renovado con un grupo de jóvenes jugadores, muchos de ellos desconocidos. El seleccionador, Helmut Schoen, se apoyó casi exclusivamente en dos clubes: el Bayern de Munich y el Borussia Moenchengladbach.

La facción bávara estaba encabezada por Franz Beckenbauer, excepcional centrocampista que llevaba una semilla desastrosa. Muy pronto, decidió refugiarse como líbero, blindarse con defensas, retrasar al equipo diez metros, convertir sus formidables condiciones técnicas en pirotecnia y animar a los futuros grandes creadores a hacer lo mismo (Stielike, Matthaus…). El centro de gravedad del juego alemán pasó del medio campo al líbero. No hacía falta mucho para adivinar el siguiente paso: el pelotazo.

Sin un papel relevante de sus creativos centrocampistas, sin Schuster, que rescató al equipo en fogonazo de la Eurocopa de 1980, Alemania comenzó a estirarse: cada vez más cerca de su portero y cada vez un gigante más alto en la punta del equipo: Dieter Hoenness, Hrubesch, Bierhoff. La simplificación llevó a la simpleza. Y la simpleza es deprimente. El precio que ha pagado el fútbol alemán es muy alto. No han faltado las victorias, pero los jugadores alemanes han perdido prestigio. Pocos actúan en las grandes Ligas. No añaden gran cosa. Se simplificó demasiado. Se creó un prototipo funcional que, a fuerza de repetirse, terminó por degradarse. Pero hubo un tiempo donde Alemania era una selección maravillosa.

En aquel partido de Wembley, cuartos de final de la Eurocopa, Alemania derrotó 1-3 a Inglaterra. El resultado fue menos importante que la manera de conseguirlo y quiénes lo consiguieron. A un lado, Beckenbauer se acompañaba del portero Maier, el central Schwarzenbeck, el lateral izquierdo Breitner, el goleador Gerd Müller y el media punta Uli Hoeness. Tanto Hoeness, extraordinario jugador prematuramente disminuido por una grave lesión, como Breitner eran jóvenes y desconocidos en Europa.

La otra parte del equipo estaba dirigida por Günther Netzer, eterno suplente de Overath. Netzer, que jugó el partido de su vida en Wembley, había conducido al Borussia Moenchengladbach del anonimato al primer peldaño de la Bundesliga. Junto a él, el lateral derecho Vogts, el magnífico centrocampista Wimmer y el delantero Jupp Heynckes. Todos estaban en Wembley, donde se exhibió Alemania con un fútbol perfecto.

El duelo con Inglaterra y la victoria en la Eurocopa de 1972 marcan el momento de mayor altura en el juego de la selección alemana. Antes de adentrarse en el fútbol especulador y pesadísimo que caracterizó al Bayern de los años setenta, la selección alemana jugó tan bien como Holanda y con jugadores tan brillantes. Fue un período que merece recordarse, lo mismo que el triste destino del Borussia Moenchengladbach. Siempre jugó mejor que el Bayern, pero perdió sus oportunidades en la Copa de Europa, mientras el equipo de Beckenbauer ganaba las finales con poco juego y mucha suerte.

Como Moenchengladbach, una pequeña ciudad junto a la frontera belga, no es Munich, las posibilidades de sobrevivir a la ausencia de éxito son mucho menores. El Borussia entró en un declive lastimoso para los aficionados que preferían su aventura a la calculadora maquinaria del Bayern. Y como el Bayern se ha preocupado de eliminar cualquier atisbo de oposición en la Bundesliga -cada vez que aparece un competidor, sus mejores jugadores acaban irremediablemente en el equipo bávaro-, el fútbol alemán es prisionero de un club con una perniciosa querencia por la depredación.

(artículo de Santiago Segurola, publicado en Marca.com el 24/10/07)

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El gran goleador de la historia de Peñarol, Fernando Morena, convirtió su primer gol para el equipo aurinegro el día 11 de Febrero de 1973
Este ídolo 'carbonero' nació el 2 de Febrero de 1952, su carrera la comienza jugando en Baby Fútbol, con el equipo de Faro de Punta Carretas, más tarde entra en las formaciones inferiores del Club Racing.
Una de las instituciones que le dio cobijo fue el Club River Plate, donde debuta en primera división.
Para 1973 se concreta el gran pase a Peñarol, quien logró con gran visión de futuro para él. Su primera anotación fue en un encuentro amistoso en el Estadio Centenario, contra San Lorenzo de Almagro (Argentina), en ese encuentro Peñarol gana 3 a 2 y dos de los tantos fueron convertidos por el 'Potrillo' al arquero argentino Agustín Irusta. Si debemos destacar una, entre muchas cosas de nuestro goleador, es que en tan solo una década obtuvo para sí y la institución 31 títulos, convirtiendo 34 goles en el año 1975 por el campeonato Uruguayo, batiendo así el récord de Pedro Young. Luego llegó a 36 anotaciones en el Campeonato Uruguayo de 1978, además de convertir la friolera de siete goles en un partido.

Títulos conseguidos

* Campeón Uruguayo con Peñarol en 1973, 1974, 1975, 1978, 1979, 1981 y 1982.
* Campeón de la Copa Libertadores e Intercontinental con Peñarol en 1982
* Campeón de la Liguilla Pre-Libertadores en 1974, 1975, 1977, 1978 y 1984.
* Campeón de la Copa Teresa Herrera en 1973 y 1974 y Costa del Sol en 1975.
* Campeón de la Copa América con Uruguay en 1983
* Campeón de la Super Copa Europea con el Valencia en 1980

(tomado del blog “Soy carbonero”)

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Boulahrouz ha dado un salto de calidad: ha pasado del segundo mejor equipo del mundo al primero.

(JOSÉ MARÍA DEL NIDO, presidente del Sevilla F.C., en la presentación del futbolista holandés, cedido por el Chelsea, 13 de Julio de 2007)

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De Everton me fui porque me compró Unión Española y punto. No creo que en Viña hablen mal porque conmigo ganaron cerca de 80 millones de pesos. Ahora, no soy ningún santo y de repente me tomo un trago, fumo o salgo con mujeres. Mientras ellas me gusten seguiré haciéndolo. Peor sería salir con hombres.

(JUAN "Candonga" CARREÑO, ex futbolista chileno, recordando su amor por el fútbol y por la buena vida)

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Esto se compone (Christian Arias Flórez - Colombia)


-Ya no aguanto más ni a tu papá ni al mío, se me llenó la copa. ¡Ni que fuéramos hermanos! -…o de equipos archienemigos -le dije al abrazarla.

-Mi papá no se cansa de repetir que eres un vago y que solo vives para el fútbol -dijo llorando.

-Sí, me lo ha dicho varias veces; pero ya ves -sonreí-, me gustó cuando dijo que mi sistema solar estaba compuesto por nueve balones.

Se liberó de mis brazos y me precisó con la frialdad de un pitazo final:

-Esto es en serio, mi querido Román. Nos volamos mañana para la capital como habíamos planeado. Este pueblo de chismes me tiene aburrida. Veámonos en la Terminal de buses a las diez en punto.

Llevábamos ya dos años de noviazgo, y Julieta me encantaba, no sólo por su temple sino por su piel vulcanizada, por su cinturita dribleadora y porque me amaba como a gol olímpico. Julieta de por sí era una invitación al gol de contragolpe.

-¿A las diez? -recordé que a esa hora jugaría Brasil contra Italia.

-Sí, primero tengo que ir a la fábrica a sacar unas cosas. ¿No te parece bien la hora? ¿Tienes mucho qué hacer? Ah, ya sé lo que pasa, lindo -me dijo condescendiente-, de seguro mañana también hay partido.

-El partido es lo de menos -le mentí-, me importa más conseguir plata para no pasar afugias de visitante-. El Chupo gana buena plata, ahora voy a buscarlo.
(El Chupo nunca prestaba plata, prefería perderla en apuestas).

Julieta me miró y sentenció:

-Está bien, a las doce. Sin alargues, como tú dices, lindo. Al mediodía nos vemos en la Terminal. De una cosa estoy segura: yo viajo mañana.

Me dio un beso veloz, partió dejándome en un estadio vacío y con el peso de la camiseta a cuestas.

Busqué al Chupo, le pedí plata prestada y me propuso:

-Le apuesto todo lo que tengo a que Brasil no le gana a Italia.

A Brasil le bastaba con el empate pero Italia ya le había ganado a Argentina y estaba agrandada.

-Todos creen que Brasil va a ser campeón por el tremendo equipazo que tienen: Zico, Eder, Junior, Falcao, Sócrates y Toninho Cerezo, y aunque también esté el paquete ese de Serginho. Tampoco creen en nadie desde que le ganaron a la Argentina de Maradona.

Aún así, yo siempre he sido italiano y no voy a voltearme ahora. ¿Se le mide a la apuesta?

Le pedí que me dejara pensarlo en el entretiempo de la almohada; estaban en juego mis ahorros, y el fracaso sería una goleada de local.

Un nuevo día trajo la decisión improntada en mi cabeza: todo o nada. Llamé al Chupo y acordamos ver el partido en mi casa, o mejor, en la casa de mi viejo. Invité también a Carrillo y a Paciencia para que me ayudaran a hacer barra; cosa fácil, en Latinoamérica -salvo el Chupo y los argentinos- todos éramos hinchas de Brasil.

Después de organizar el encuentro, recordé a Julieta, pensé en llamarla a la fábrica para decirle que la amaba y que lo que yo más quería -después del partido- era correr hasta la Terminal para volarnos en el primer bus que aterrizara en tres cuartos de cancha. Pero los preparativos no me dieron pausa.

Hice unas compras, alisté la maleta y preparé una olleta de café porque sería inadecuado el licor a las diez de la mañana de un lunes.

Llegaron los invitados y, como sólo yo estaba en la casa, se instalaron a sus anchas: corrieron los muebles hasta la mejor gradería, se quitaron los zapatos, encendieron los cigarros, le bajaron el volumen al tevé y se lo subieron al radio, y, contrario a mis cálculos, compraron una canasta de cerveza en la tienda. ¡Adiós el café!

-Están calientes, métalas en el congelador -sugirió Paciencia.

El partido iba a empezar y fue el Chupo quien se encargó del ritual del café:

-Apuesto todo lo que tengo en la mano a que Brasil no pasa a la siguiente ronda.

Abrió la mano y dejó ver un fajo de billetes grandes.

-O sea que da el empate -dijo Carrillo-. Yo le voy, ¿cuánto es?

Contamos los billetes. A Carrillo le bailaban los ojitos y salió corriendo hasta su casa por plata, Paciencia lo secundó. Regresaron justo al primer pitazo del árbitro, pero con lo que recogieron y con lo que yo tenía no se llegaba ni al setenta por ciento de su propuesta.

-Dije “Todo lo que tengo en la mano”. Si ustedes no tienen completo, no hay apuesta -precisó el Chupo.

Los tres nos miramos y nos sentamos con la resignación a cuestas.

-¿Tiene miedo? -le dijo Paciencia al Chupo recogiendo los dedos en un solo punto.

-Todo o nada -respondió.

-Es porque sabe que ese billete se pierde -agregó Carrillo.

Estábamos en eso cuando un tipo de camiseta azul (los jugadores contrarios nunca tienen nombre) anotó el primer gol del partido. El Chupo saltó de su silla celebrando a capella. Los demás nos quedamos mirándolo y después volteamos a la pantalla; la imagen no hacía sino repetir lo imposible: gol de Italia.

Silencio total.

Carrillo juntó los restos de fuerzas en piernas, vísceras y brazos, para decir:

-Esto se compone, saquemos cerveza de la nevera. ¡Qué importa que esté caliente!

-Sí, esto se compone -dije recordando a Julieta e imaginando que por ser su última mañana en la fábrica, estaría trabajando de mala gana y cuchicheando con las compañeras.

Fui hasta la nevera con toda la parsimonia del mundo y cuando sacaba las cervezas oí los gritos de mis amigos en la sala:

-¡Gol de Brasil! ¡Sócrates!

Se pararon en los muebles y rompieron un par de cojines en la cabeza del Chupo. Estábamos en la celebración cuando de repente se abrió la puerta de la casa y entró mi viejo.

-¿Aquí qué está pasando?

Llevaba meses sin hablarle desde cuando me encontró retozando con Julieta y me amenazó con la disyuntiva del “santo hogar o la mujer esa”. Aún así, como él era el anfitrión, tuve que responderle:

-Estamos viendo el partido de Brasil…

El viejo repasó el lugar de oriental a occidental, detalló el grupito de desadaptados, las cervezas, los muebles corridos, los cojines dañados, los zapatos regados y las colillas en el cenicero.

Mis amigos disimulaban mirando la pantalla. El ambiente se había enrarecido y el aire parecía empaquetado. Pensé en apagar el tevé y proponer la retirada hasta que el viejo nos sorprendió:

- ¿Y cómo van? Pensé que no iba a llegar a tiempo, casi no me puedo volar del trabajo -dijo al acomodarse en un taburete, olvidando su poltrona preferida, invadida por Carrillo.

-Uno a uno -dijo Paciencia-. Pero el empate nos sirve, hay que meterlo en el congelador y ya.

-Mi'jo Román, tráigame una cerveza -me ordenó.

Obedecí mientras el viejo, Carrillo y Paciencia hacían fuerza por Brasil. El Chupo se aferraba a su ilusión de triunfo e insistió:

-La apuesta sigue en pie.

Todos lo miramos y el viejo preguntó de qué se trataba. Cuando le explicamos, buscó en su cartera el dinero faltante.

-¡Hecho! -dijo Paciencia y justo cuando él acomodaba el último billete encima del tevé, volvió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó el segundo gol.

-¡Gol de Paolo Rossi! ¡Forza, azzurri! -exclamó el Chupo al pisar nuestras ilusiones.

Miré los billetes encima del tevé y un frío me corrió de sur a norte.

Hubo silencio cuando el Chupo terminó su celebración.

-Esto se compone, saquemos más cerveza. No le hace que esté tibia -propuso Carrillo.

Seguimos concentrados en la pantalla y en el reloj. La cancha se convirtió en el escenario donde se movían los ágiles tricampeones ante unos postes azules que no dejaban pasar la pelota. Cada jugada era la antesala de un gol atragantado.

Y terminó el primer tiempo. Salimos al balcón a mirar las calles vacías del barrio. Un bus pasó raudo como si al chofer le hubiesen contado que se estaba perdiendo el partido. Viendo el bus recordé a Julieta y corrí a llamarla a la fábrica. De mala gana me contaron que había renunciado.

Empezó el segundo tiempo, luego de un descanso eterno. Los brasileños seguían atacando mientras que los azules se defendían estoicamente. Avanzaban los minutos y nada que aparecía el empate. Llegó el minuto veintidós y el Chupo sentenció:

-Ya va la mitad de la segunda mitad… -Esto se compone -recordó Carrillo y sus ojos se fijaron en Junior quien se adentró por la punta izquierda abriendo camino para pasar el balón a Falcao.

-¡Ahí es! -dijo el viejo reclinando el taburete.

Falcao recibió el balón en la medialuna italiana, transitó una diagonal hasta las dieciocho yardas, y pateó justo al pisar el área.

-¡Gol! -gritamos los afligidos. Saltamos, nos abrazamos y botamos por el balcón todo el peso de la derrota. Lavamos al Chupo en cerveza, y el viejo -de la misma emoción- partió el taburete.

-Les dije que esto se componía, menos el taburete -exclamó Carrillo.

- ¿Tiene miedo? -molestó Paciencia al Chupo recogiendo los dedos.

El paroxismo me recordó a Julieta. Me asusté, miré el reloj y calculé que apenas acabara el partido tendría el tiempo suficiente para alcanzarla en la Terminal.

Pero…

Pero sólo seis minutos nos duró la gloria inmarcesible. La realidad se mostraba caprichosa y revivió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó un tercer gol.

Pensé en colgarme del travesaño. Fue tanta la sorpresa que ni el mismo Chupo celebró el tanto, sencillamente se limitó a decir como si guardara el destino en un bolsillo:

-Yo les advertí.

Después de eso vinieron diecisiete minutos de agonía en los que no dijimos nada.

Algo murió en nosotros cuando el árbitro dio el pitazo de gracia; nos invadió el fantasma del infinito. El Chupo voló hasta el tevé y recogió los billetes.

-Les apuesto a que Italia queda campeón.

Nadie le respondió. Se fue sin despedirse y nosotros caímos inermes; cualquier acción además del mutismo, habría sido inapropiada. El tiempo se congeló en cerveza fría y yo vine a caer en cuenta de que la vida transcurría inexorablemente, sólo horas después cuando Julieta me llamó para decir que ya estaba en la capital, y que por favor, nunca fuera a buscarla.

El viejo -al reparar el taburete- notó mi palidez y dijo:

-No hay nada como el santo hogar… ¿La maleta que alistó es para volarse con la mujer esa?

En la calle ya me pasaron el chisme. Bien pueda se larga.

-En el fútbol hay revancha cada domingo- pensé y miré a los amigos.

-En mi casa se puede quedar unas dos fechas -me ofreció Paciencia.

Carrillo se solidarizó al ver mi cara de desconcierto y pateó un lapidario:

-Esto se compone; demora pero se compone algún día…

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Isaac Newell nació el 4 de Abril de 1853 en Strood, Taylor’s Lane, Inglaterra. Cuando tenía apenas 16 años, arribó a la ciudad de Rosario, para trabajar como telegrafista ferroviario en tiempos en que los ingleses iban desarrollando dicho transporte a través de todo el territorio de nuestro país.
A los 23 años, Isaac Newell se casó con Anna Jackinson, de origen alemán y, como profesor de inglés, fundó el Colegio Argentino de Rosario.
De allí, un grupo de alumnos, incluido su hijo Claudio, colocó la piedra fundamental, creando un club al que bautizaron con el apellido Newell, agregándole lo de Old Boys, sintetizando en inglés el sentir de esos jóvenes: “Los viejos muchachos de Newell”.
Los colores de su casaca fueron elegidos específicamente teniendo en cuenta algún color de la bandera de Inglaterra (rojo) y otro de la de Alemania (negro).
A partir de ese momento, el club creció enormemente en Rosario, inaugurándose, en 1911, el estadio (en el mismo Parque Independencia donde está instalado en estos días), consagrándose por primera vez como campeón rosarino en 1914.
Fue el comienzo de la historia de vida de uno de los grandes clubes del fútbol argentino.

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Discúlpeme que le conteste, yo me animo a jugar, hay que ver si usted se anima a ponerme.

 (DANIEL PASSARELLA, contestándole al DT de River Plate, -Néstor ‘Pipo’ Rossi-, el 23 de Enero de 1974 cuando el por entonces entrenador riverplatense lo consultaba acerca si animaba a jugar una amistoso ante Boca por el torneo veraniego de ese año en Mar del Plata. Passarella actuó de ‘3’, no dejó mover a ‘Mane’ Ponce, pegó un zurdazo espectacular en el travesaño y fue la figura del superclásico.
NOTA: La imagen pertenece a ese partido.)

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Me enamoré del fútbol tal como después me iba a enamorar de las mujeres, de repente, sin explicaciones, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo.

(NICK HORNBY, escritor inglés, en su libro "Fever pitch")

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El Daniel de los estadios (Nilo Neder - Argentina)

* dedicado a Daniel Willington


Yo te saludo Daniel de los estadios
y te agradezco
por ellos y por mi
no por el gol de un triunfo ambicionado
sino por todo
por el juego del poeta y del célebre
por el canto de un pueblo
que olvidó colores
y gritó tu nombre para llamar al fútbol.

Yo te saludo Daniel de los estadios
por tu juego
por tu ciencia
por tu arte
por tu fútbol
por la fiesta de todas las tribunas
por la sonrisa nueva de aquellos que no ríen
pero los domingos cantan.

Yo te saludo Daniel de los estadios
por los que juegan
por los que escriben
por los que hablan
por los que gritan
por los que aplauden.

Yo te saludo Daniel de los estadios
por vos y por el fútbol.

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Fue campeón de Europa cuando llevaba cuatro partidos jugados con la selección y puso fin a su carrera internacional a los cuarenta años después de ganar una Copa Mundial.

El principio y el fin de mi aventura con selección fueron extraordinarios. Del Campeonato Europeo al principio, en 1968, hasta la Copa Mundial de la FIFA de 1982... no se puede pedir más.

Cuéntenos la anécdota del regreso a Roma en el avión de Pertini

Aquel Mundial de España se vivió en mi país con un fervor extraordinario. Regresamos a Italia en el avión del Presidente Pertini, que se había entusiasmado mucho en el estadio. Nos pidió que jugáramos una partida de escoba. El Presidente, Bearzot, Causio y yo. Nos pasamos la hora y media de viaje jugando. Pertini era un hombre capaz de hacer que te sintieras muy cómodo en su compañía, parecía uno más del grupo, era extraordinario. Aterrizamos en Roma y se desató la locura hasta el Quirinale. Pertini dice que tenemos que comer algo y va y salta: "Mi sitio es éste. Quiero a Bearzot a un lado, Zoff al otro y a todos los jugadores. Si hay sitio para los Ministros y para los Diputados, vale. Si no, que se vayan a un restaurante". Sabía expresarse, Pertini.

¿Cree que esa pasión de la gente por las calles, tan sólo por un partido de fútbol, es justificada?

Somos un pueblo que, socialmente, siempre ha vivido con pasión el fútbol. Es un deporte muy popular. Ha prendido en todas las clases sociales. Por eso, se celebran así las victorias y el triunfo en un Mundial, especialmente en un Mundial en el que se ha cumplido, se ha llegado hasta el final con corrección, porque eso es lo que caracteriza a Bearzot: la corrección, la responsabilidad. Cumplir con nuestro cometido y, encima, ganar, enarbolar bien alta la bandera italiana, es un placer y es justo que la gente lo celebre por todo lo alto.

(DINO ZOFF, recordando en la página oficial de la FIFA la conquista del Mundial de 1982 por parte de la selección 'azzurra')

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La selección de Francia es un deber. Tanto mejor; ya no se va a la guerra. Defender los colores de mi país es mi valor.

(ROGER LEMERRE, ex jugador y entrenador francés, en 2000 mientras preparaba a la selección gala de cara a la Eurocopa 2000, que finalmente ganó)

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La mayoría de los futbolistas ven su trabajo de la siguiente manera: 90 minutos de fútbol y me voy a casa. Y ya no se preocupan más por el tema. Para mí este oficio significa algo más. Tiene que haber más espectáculo, hay que echarle más vida al asunto. Los seguidores quieren ver personajes interesantes y pasarla bien.

(STEFAN EFFENBERG, ex futbolista alemán, opinando sobre la actitud hacia el trabajo de algunos futbolistas)

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El éxodo austral de Tomás Jerónimo San Mateo (Daniel - México)


Cuál Moisés ante la zarza ardiente o Mahoma elevado a los cielos por el Arcángel Gabriel, Tomás Jerónimo San Mateo tiene una revelación divina justo en el momento en que Carlos Ramírez coloca la pelota en el manchón para patear el quinto y último penal de la tanda. Precisamente ahí, parado en medio de una cantina malamuertera de la Colonia Industrial, con la mirada clavada en un viejo televisor empotrado arriba de la barra, Tomás Jerónimo San Mateo encuentra de pronto el sentido de su vida entera.

No es un presentimiento o una corazonada ni mucho menos una idea loca surgida al fragor de la noche o un delirio de borracho, pues no hay una gota de cerveza en su sangre. Es una Verdad o más bien dicho La Verdad. Hay momentos en que la duda o el titubeo simplemente no caben en la vida. Aquello que mil religiones, filósofos, lunáticos y motivadores de pacotilla pasan buscando toda una vida, lo encontra Tomás en ese preciso segundo, mientras ve a Ramírez tomar vuelo para patear el penalty. Sabe, en ese instante, que tiene una misión que cumplir en la vida, aunque sea lo último que haga sobre la Tierra. Esa misión es ir en peregrinaje hasta Montevideo Uruguay.

La fracción de segundo que tarda una pelota pateada con toda la furia y el rencor de una cañonero en recorrer once metros, se transforma, para Tomás Jerónimo San Mateo, en la borgeana historia de la Eternidad y al final de aquella Eternidad está la red y al momento en que esa circunferencia de cuero toque esa red, los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León estarán en la mismísima final de la Copa Libertadores de América en donde los aguardaba el flamante el Peñarol de Montevideo.

Tigres juega esta noche en Bucaramanga, Colombia, la semi final del certamen. El partido de ida en San Nicolás de los Garza lo ganaron los felinos con agónico cabezazo de Julio César Santos casi en tiempo de compensación. 1-0. Magra ventaja, pero ventaja al fin. Sin embargo, aún faltan infinitos 90 minutos en aquella ciudad cafetalera con nombre de trabalenguas. Tomás Jerónimo San Mateo ha faltado a la fábrica por segunda vez en el mes.

Desde hace muchos años, cual ortodoxo hebreo, santifica el sábado, que transcurre religiosamente cada 15 días en la tribuna de Sol del Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza. Pero los miércoles de Copa Libertadores no están entre sus autoproclamados derechos sindicales. Por fortuna, para un hombre de convicciones firmes como él, no hay lugar siquiera a mínimas cavilaciones: Si tiene que elegir entre los Tigres y el trabajo la respuesta está clarísima: Elegirá siempre a los Tigres. Pero los juegos de Copa Libertadores tienen otro inconveniente. Sólo los transmiten por cable y su magro salario de obrero no le da a Tomás Jerónimo San Mateo para pagarse ese lujo.

Así las cosas, la única alternativa que le deja la existencia es ir al Bar Mi Oficina de la Colonia Industrial. El cantinero lo mira con cierta repugnancia cuando Tomás Jerónimo le pide un refresco. Y no, no es que a Tomás no le guste la cerveza o sea abstemio. Bebe y a veces mucho, pero nunca durante los sagrados 90 minutos de un juego de los Tigres.

Vaya, hay que entender que para Tomás Jerónimo San Mateo ver un partido de los Tigres no es un simple pasatiempo recreativo o un rato de esparcimiento para compartir con los compadres. Nada de eso. Los partidos de futbol, léase Selección Mexicana, América vs Chivas y de más oncenas ordinarias y aburridas, son simples pretextos para destapar caguamas. Los partidos de Tigres en cambio son actos litúrgicos, ceremonias religiosas de éxtasis místico en las que Tomás Jerónimo San Mateo entra en una surte de trance durante 90 minutos y no se permite chascarrillo alguno ni gota de alcohol. Así transcurre en aquel bar aquel insufrible partido contra Bucaramanga. La ventaja de 1-0 pronto se hace añicos cuando Buitrago entierra un tiro libre en el primer cuarto de hora. El global está 1-1.

Los presagios se tornan negros y apocalípticos cuando Toño Sancho es expulsado luego de propinar tremendo patadón en la espinilla a un colombiano casi al final del primer tiempo. El Armagedón ha llegado. Un global empatado y 45 minutos por jugarse con un hombre menos soportando los embates de unos colombianos sedientos de gloria libertadora parecen una misión cruel. Pero hay tardes en que el Diablo baja a la cancha y se pone de tu parte. Aquel segundo tiempo que le roba la respiración a Tomás Jerónimo, es una sinfonía de postes, travesaños y atajadas milagrosas del portero Tigre. El milagro sucede. Al final de los 90 minutos el global está 1-1. La puerta hacia el Infierno de los penales abierta de par en par.

Y el Infierno desciende a la tierra cuando empieza la tanda y ni uno de los tiradores parece con intenciones de fallar. Ocho penales seguidos se anotan. 4-4 está el marcador. Pero el as de espadas está bajo la manga amarilla. Cuando el Bucaramanga manda a Arestizabal a patear el quinto penal, el corazón de Tomás Jerónimo San Mateo empieza a latir con inusitada fuerza. Dios, el Diablo o vaya usted a saber que deidad le está jalando las patas y el alma cuando Edgar Hernández, el portero Tigre, ataja el disparo del colombiano. Queda el quinto penal y ya se prepara el Pachuco Carlitos Ramírez. Si lo anota, Tigres está en la Final de Libertadores. Es entonces cuando Tomás Jerónimo San Mateo ve la zarza ardiente. Si, como dicen los tanatólogos, es cierto que en el momento de la agonía hay un segundo en el que transcurre la vida entera como una película, esa película la está viendo Tomás Jerónimo en el momento en que Ramírez toma vuelo para patear el penal decisivo.

Vaya, es algo así como un momento profético, un instante en que el sentido del Universo y la causa ontológica huma pueden verse ante sus ojos con insoportable claridad. Tomás Jerónimo San Mateo debe ir a Montevideo a la Final de la Copa Libertadores de América porque ese es el destino que tras mil reencarnaciones le toca cumplir en la vida.

Tomás Jerónimo San Mateo nació hace 24 años bajo el signo del Tigre. Eso le decía su padre, Jacinto Espiridón, obrero metalúrgico de la Fundidora de Monterrey y aficionado Tigre desde los prehistóricos tiempos en que el Club Universitario de Nuevo León hacía sus pininos en la Tercera División.

Tomás Jerónimo San Mateo nació en Monterrey Nuevo León el 6 de Junio de 1982 a las 2:45 de la tarde. Jacinto Espiridón no estaba ese día a lado de su esposa Catalina. Es preciso comprender que había asuntos más trascendentes que estar presente en el nacimiento de su primogénito. Y es que ese día, justo ese día, Los Tigres de Carlos Miloc jugaban la mismísima Final del Campeonato 81-82 contra los Potros de Hierro del Atlante en el Estadio Azteca. La ventaja de 2-1 en San Nicolás de los Garza parecía insuficiente para enfrentar al superlíder en su cancha. Los nubarrones de tragedia se cernían sobre los felinos. Bastos expulsado y el Atlante ganando 1-0 no parecían un panorama muy prometedor cuando faltaban 30 largos minutos de tiempo extra. Pero aquella tarde un Santo bajó del cielo al Estadio Azteca y se colocó en la portería de los Tigres: San Mateo Bravo. Cabinño, Moses, Vázquez Ayala no pudieron hacer nada para batir la meta felina y la puerta hacia el Infierno de los Penales quedó abierta de par por primera vez en la historia de las finales del futbol mexicano. Y en ese Infierno el Diablo fue Tigre o más bien dicho un Santo, infernal o celestial, que más da.

Era San Mateo que atajó tres penales. 'Ratón' Ayala, Moses y Cabiño descargaron artillería pesada con tremendos cañonazos pero San Mateo los contuvo. Sólo el portero Ricardo Lavolpe pudo anotar. Chava Carrillo falló por Tigres, pero Goncálvez y Jerónimo Barbadillo anotaron. Quedaba el penal decisivo a cargo de Sergio Orduña, parado frente a Lavolpe (sí, el mismo que hoy es técnico nacional) Orduña puso las manos en la cintura, pegó carrera y pateó de derecha.

Cuenta la leyenda que en el momento en que Orduña batía a Lavolpe y el balón besaba las redes del Azteca, Tomás Jerónimo San Mateo vio la luz a mil kilómetros de distancia, en Monterrey. Su padre Espiridón se abrazaba en la Tribuna con la Porra mientras Tigres, flamante campeón del Futbol Mexicano, daba la vuelta olímpica. Horas más tarde, cuando llamó a casa, le comunicaron la noticia del nacimiento de su primogénito que Espiridón no pudo menos que tomar como una profecía. Había nacido un cachorro Tigre que traería, como torta bajo el brazo, una era de gloria y trofeos para el equipo nicolaita.

El niño fue bautizado en la Iglesia de la Purísima cuando su padre regresó con la porra de la Ciudad de México. Envuelto en una enorme bandera amarilla firmada por todos los campeones, el niño recibió las aguas bautismales como marcaba el santoral felino: Tomás, en honor al mariscal de campo, el principesco Ocho Tomás Boy. Jerónimo, homenaje al ángel negro peruano, el Patrulla Jerónimo Barbadillo, Siete Inmortal del equipo y San Mateo, ni falta hace decirlo, por aquel portero salvador que les dio el título.

Pero el niño Tigre no traía una torta bajo el brazo, sino vacas flacas e infortunio. A partir de 1982 se vinieron épocas pordioseras para los Tigres cuyos saldos al final del torneo salían en números rojos. Jerónimo Barbadillo vendido a Italia, Tomás Boy peleado con Miloc y la directiva, San Mateo Bravo acabando sus días en las miserables Cobras de Querétaro y un desfile de técnicos y extranjeros que no daban píe con bola. Tiempos de vacas flacas llegaron también para la familia de Don Espiridón. En 1986, en el año del Mundial, cuando su niño estaba por cumplir cuatro años, una huelga promovida por charros sindicales acabó con la existencia de la Fundidora Monterrey y el obrero calificado con sueldo decoroso, tuvo que salir a las calles a buscar las migajas del subempleo.

En 1988, el mero Día de la Independencia, el Huracán Gilberto destruyó su hogar, en el lecho del Río Santa Catarina, en el Camino a Cadereyta. Pero el infortunio económico no fue razón poderosa para que Don Espiridón dejara de llevar a su niño Tomás Jerónimo San Mateo cada sábado a la Cueva del Tigre, después bautizada Volcán por un comentarista. Tardes de sábado en que con aquella mítica bandera autografiada, que había sido ropón de bautizo, padre e hijo sufrían en la tribuna de Sol la sequía de títulos. Don Espiridón no volvió a ver a los Tigres ganar un gran torneo de Liga.

En Abril de 1996, cuando Sócrates Rizzo fue tumbado de la gubernatura de Nuevo León y días después de que Tigres tuviera una pequeña alegría ganando un torneo de Copa contra el Atlas, la tragedia llegó al hogar de Tomás Jerónimo, que por entonces estaba por cumplir catorce años. Una infausta tarde de domingo, Tigres perdía en su Cueva el Clásico contra el odiado rival de la ciudad y era enviado a la Segunda División. Esa noche, el deficiente corazón y los años de malas pasadas apagaron con la vida de Espiridón. Tomás Jerónimo quiso envolver el ataúd de su padre con la bandera autografiada, pero antes de morir, le dijo que la conservara y la ondeara en la tribuna hasta el día en que Tigres volviera a ganar un campeonato.

Han pasado 10 años de la muerte de Espiridón. Tigres ha vuelto a primera división, pero siguen las vacas flacas y la sequía de títulos. Tomás Jerónimo tiene 24 años de edad, mismos que lleva esperando por ver a su equipo ganar un título, Ahora está en el Bar “Mi oficina” y Carlos Ramírez acaba de anotarle al Bucaramanga el penal ganador que los manda a la Final de la Copa Libertadores de América.

El encuentro decisivo contra Peñarol será dentro de dos semanas en Montevideo. Tomás Jerónimo ha visto la zarza ardiendo y sabe que debe peregrinar a Uruguay como el Pueblo Hebreo a la Tierra Prometida. No sabe si el Canal de Panamá se abrirá como el Mar Rojo o si lloverá maná de los árboles en la selva del Amazonas. Silencioso sale de la cantina y se dirige a su hogar en donde lo aguarda su esposa Amanda y sus tres hijos. No hacen falta muchas explicaciones.

No hay llantos, berreos ni drama en la despedida. Tomás Jerónimo San Mateo, un obrero de industria maquiladora, padre de familia, habitante de una zona marginal irregular en un cerro de Escobedo Nuevo León, se marcha de su hogar para seguir a sus Tigres a Montevideo. De un cochinito saca 233 pesos que han sido los ahorros que han sobrevivido a la tormenta de gastos mensuales. Afuera de su casa lo espera una vieja Brasilia modelo 1982, herencia de su padre, conservada por haber sido fabricada en el año del mítico campeonato.

Su mujer y sus hijos lo miran en silencio. Tomás Jerónimo San Mateo enciende la Brasilia que emite estertores agónicos de motor a punto de fallecer. Mofle colgando, un cuarto de gasolina y 233 pesos en la cartera amarrilla son sus armas para llegar por tierra dentro de dos semanas a las puertas del Estadio Centenario de Montevideo.

Tomás nunca ha viajado mucho. Sus máximas travesías han sido a Torreón y a Ciudad Victoria para ver partidos de Tigres contra Santos y Correcaminos. Nunca ha estado más de 300 kilómetros alejado de Monterrey, pero sabe que Montevideo está en América y luego entonces se puede llegar por tierra. Cuelga la vieja bandera en una ventana de la Brasilia y en el último instante, Fekete, su viejo perro de raza indefinida salta al asiento del copiloto.

Lanza una última mirada a su mujer antes de enfilar la Brasilia rumbo a la Carretera Nacional, esa que lleva a Villa de Santiago y a Linares pues sabe que eso es el Sur y para allá supone que debe quedar Montevideo.

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El recordado futbolista y director técnico argentino Luis "Yiyo" Carniglia [1917-2001], de prestigio internacional, en sus recuerdos volcados en una biografía resalta uno de los momentos más amargos por los que atravesó en su larga carrera de entrenador.
Fue cuando era responsable técnico de Milan de Italia que, como campeón de Europa, le tocaba enfrentar en Octubre de 1963 al Santos por la Copa Intercontinental.
En el partido de ida, disputado en Italia, la principal preocupación de Carniglia (en la imagen) era la marca sobre Pelé, el mejor jugador del mundo.
"Yiyo" le dio la responsabilidad a Trapattoni, quien prácticamente anuló a O’Rey. El partido lo ganó Milan 4 a 2. Al conjunto italiano le tocaba viajar a Brasil, para la revancha.
Los entendidos decían que el Milan tenía más de media copa ganada, porque Pelé no iba a poder ser de la partida al haberse desgarrado. Lo cierto es que el 14 de Noviembre de 1963, en el Maracaná de Río de Janeiro, Milan perdió 4 a 2. Un partido que, para los italianos, tuvo un principal protagonista: el árbitro argentino Juan Brozzi, a quien se lo acusó de parcial y de haber recibido regalos de parte de los brasileños.
El tercer partido se disputaría nuevamente en el Maracaná, pero el Milan solicitó cambio de árbitro, lo que la Confederación Sudamericana de fútbol se negó a aceptar.
Fue así que Brozzi, quien aseguraba haberse equivocado en dicho encuentro a favor de Santos, les prometió que no iba a volver a repetir tamaños errores.
Pero esa confianza que le había dado Brozzi a los milaneses se derrumbó. El juez no sólo sancionó en el primer tiempo un penal inexistente a favor del Santos, sino que además, por protestar levemente la sanción, expulsó al capitán del Milan, Cesare Maldini.
Esta fue la síntesis del partido final, del 16 de Noviembre de 1963 ante 120 mil almas.
Santos (1): Gilmar; Ismael, Mauro, Haroldo; Dalmo, Lima y Mengalvio; Dorval, Coutinho, Almir y Pepe.
Milan (0): Balzarini; Maldini, Trapattoni, Pelagalli; Benítez, Trebi, Mora, Lodetti, Altafini, Amarildo y Fortunato.
Gol: a los 31' Gallo (S), de penal
Expulsado: 30' del PT, Cesare Maldini (M)

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Son otras las cosas que dañan la imagen de Nápoles y de los napolitanos. Déjenlo tranquilo a Maradona: él es grande y eso nos basta.

(SEBASTIANO MAFFETTONE, "L'Unitá", 30 de Octubre de 1990, en el día del cumpleaños número treinta del astro argentino)

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