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Boulahrouz ha dado un salto de calidad: ha pasado del segundo mejor equipo del mundo al primero.

(JOSÉ MARÍA DEL NIDO, presidente del Sevilla F.C., en la presentación del futbolista holandés, cedido por el Chelsea, 13 de Julio de 2007)

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De Everton me fui porque me compró Unión Española y punto. No creo que en Viña hablen mal porque conmigo ganaron cerca de 80 millones de pesos. Ahora, no soy ningún santo y de repente me tomo un trago, fumo o salgo con mujeres. Mientras ellas me gusten seguiré haciéndolo. Peor sería salir con hombres.

(JUAN "Candonga" CARREÑO, ex futbolista chileno, recordando su amor por el fútbol y por la buena vida)

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Esto se compone (Christian Arias Flórez - Colombia)


-Ya no aguanto más ni a tu papá ni al mío, se me llenó la copa. ¡Ni que fuéramos hermanos! -…o de equipos archienemigos -le dije al abrazarla.

-Mi papá no se cansa de repetir que eres un vago y que solo vives para el fútbol -dijo llorando.

-Sí, me lo ha dicho varias veces; pero ya ves -sonreí-, me gustó cuando dijo que mi sistema solar estaba compuesto por nueve balones.

Se liberó de mis brazos y me precisó con la frialdad de un pitazo final:

-Esto es en serio, mi querido Román. Nos volamos mañana para la capital como habíamos planeado. Este pueblo de chismes me tiene aburrida. Veámonos en la Terminal de buses a las diez en punto.

Llevábamos ya dos años de noviazgo, y Julieta me encantaba, no sólo por su temple sino por su piel vulcanizada, por su cinturita dribleadora y porque me amaba como a gol olímpico. Julieta de por sí era una invitación al gol de contragolpe.

-¿A las diez? -recordé que a esa hora jugaría Brasil contra Italia.

-Sí, primero tengo que ir a la fábrica a sacar unas cosas. ¿No te parece bien la hora? ¿Tienes mucho qué hacer? Ah, ya sé lo que pasa, lindo -me dijo condescendiente-, de seguro mañana también hay partido.

-El partido es lo de menos -le mentí-, me importa más conseguir plata para no pasar afugias de visitante-. El Chupo gana buena plata, ahora voy a buscarlo.
(El Chupo nunca prestaba plata, prefería perderla en apuestas).

Julieta me miró y sentenció:

-Está bien, a las doce. Sin alargues, como tú dices, lindo. Al mediodía nos vemos en la Terminal. De una cosa estoy segura: yo viajo mañana.

Me dio un beso veloz, partió dejándome en un estadio vacío y con el peso de la camiseta a cuestas.

Busqué al Chupo, le pedí plata prestada y me propuso:

-Le apuesto todo lo que tengo a que Brasil no le gana a Italia.

A Brasil le bastaba con el empate pero Italia ya le había ganado a Argentina y estaba agrandada.

-Todos creen que Brasil va a ser campeón por el tremendo equipazo que tienen: Zico, Eder, Junior, Falcao, Sócrates y Toninho Cerezo, y aunque también esté el paquete ese de Serginho. Tampoco creen en nadie desde que le ganaron a la Argentina de Maradona.

Aún así, yo siempre he sido italiano y no voy a voltearme ahora. ¿Se le mide a la apuesta?

Le pedí que me dejara pensarlo en el entretiempo de la almohada; estaban en juego mis ahorros, y el fracaso sería una goleada de local.

Un nuevo día trajo la decisión improntada en mi cabeza: todo o nada. Llamé al Chupo y acordamos ver el partido en mi casa, o mejor, en la casa de mi viejo. Invité también a Carrillo y a Paciencia para que me ayudaran a hacer barra; cosa fácil, en Latinoamérica -salvo el Chupo y los argentinos- todos éramos hinchas de Brasil.

Después de organizar el encuentro, recordé a Julieta, pensé en llamarla a la fábrica para decirle que la amaba y que lo que yo más quería -después del partido- era correr hasta la Terminal para volarnos en el primer bus que aterrizara en tres cuartos de cancha. Pero los preparativos no me dieron pausa.

Hice unas compras, alisté la maleta y preparé una olleta de café porque sería inadecuado el licor a las diez de la mañana de un lunes.

Llegaron los invitados y, como sólo yo estaba en la casa, se instalaron a sus anchas: corrieron los muebles hasta la mejor gradería, se quitaron los zapatos, encendieron los cigarros, le bajaron el volumen al tevé y se lo subieron al radio, y, contrario a mis cálculos, compraron una canasta de cerveza en la tienda. ¡Adiós el café!

-Están calientes, métalas en el congelador -sugirió Paciencia.

El partido iba a empezar y fue el Chupo quien se encargó del ritual del café:

-Apuesto todo lo que tengo en la mano a que Brasil no pasa a la siguiente ronda.

Abrió la mano y dejó ver un fajo de billetes grandes.

-O sea que da el empate -dijo Carrillo-. Yo le voy, ¿cuánto es?

Contamos los billetes. A Carrillo le bailaban los ojitos y salió corriendo hasta su casa por plata, Paciencia lo secundó. Regresaron justo al primer pitazo del árbitro, pero con lo que recogieron y con lo que yo tenía no se llegaba ni al setenta por ciento de su propuesta.

-Dije “Todo lo que tengo en la mano”. Si ustedes no tienen completo, no hay apuesta -precisó el Chupo.

Los tres nos miramos y nos sentamos con la resignación a cuestas.

-¿Tiene miedo? -le dijo Paciencia al Chupo recogiendo los dedos en un solo punto.

-Todo o nada -respondió.

-Es porque sabe que ese billete se pierde -agregó Carrillo.

Estábamos en eso cuando un tipo de camiseta azul (los jugadores contrarios nunca tienen nombre) anotó el primer gol del partido. El Chupo saltó de su silla celebrando a capella. Los demás nos quedamos mirándolo y después volteamos a la pantalla; la imagen no hacía sino repetir lo imposible: gol de Italia.

Silencio total.

Carrillo juntó los restos de fuerzas en piernas, vísceras y brazos, para decir:

-Esto se compone, saquemos cerveza de la nevera. ¡Qué importa que esté caliente!

-Sí, esto se compone -dije recordando a Julieta e imaginando que por ser su última mañana en la fábrica, estaría trabajando de mala gana y cuchicheando con las compañeras.

Fui hasta la nevera con toda la parsimonia del mundo y cuando sacaba las cervezas oí los gritos de mis amigos en la sala:

-¡Gol de Brasil! ¡Sócrates!

Se pararon en los muebles y rompieron un par de cojines en la cabeza del Chupo. Estábamos en la celebración cuando de repente se abrió la puerta de la casa y entró mi viejo.

-¿Aquí qué está pasando?

Llevaba meses sin hablarle desde cuando me encontró retozando con Julieta y me amenazó con la disyuntiva del “santo hogar o la mujer esa”. Aún así, como él era el anfitrión, tuve que responderle:

-Estamos viendo el partido de Brasil…

El viejo repasó el lugar de oriental a occidental, detalló el grupito de desadaptados, las cervezas, los muebles corridos, los cojines dañados, los zapatos regados y las colillas en el cenicero.

Mis amigos disimulaban mirando la pantalla. El ambiente se había enrarecido y el aire parecía empaquetado. Pensé en apagar el tevé y proponer la retirada hasta que el viejo nos sorprendió:

- ¿Y cómo van? Pensé que no iba a llegar a tiempo, casi no me puedo volar del trabajo -dijo al acomodarse en un taburete, olvidando su poltrona preferida, invadida por Carrillo.

-Uno a uno -dijo Paciencia-. Pero el empate nos sirve, hay que meterlo en el congelador y ya.

-Mi'jo Román, tráigame una cerveza -me ordenó.

Obedecí mientras el viejo, Carrillo y Paciencia hacían fuerza por Brasil. El Chupo se aferraba a su ilusión de triunfo e insistió:

-La apuesta sigue en pie.

Todos lo miramos y el viejo preguntó de qué se trataba. Cuando le explicamos, buscó en su cartera el dinero faltante.

-¡Hecho! -dijo Paciencia y justo cuando él acomodaba el último billete encima del tevé, volvió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó el segundo gol.

-¡Gol de Paolo Rossi! ¡Forza, azzurri! -exclamó el Chupo al pisar nuestras ilusiones.

Miré los billetes encima del tevé y un frío me corrió de sur a norte.

Hubo silencio cuando el Chupo terminó su celebración.

-Esto se compone, saquemos más cerveza. No le hace que esté tibia -propuso Carrillo.

Seguimos concentrados en la pantalla y en el reloj. La cancha se convirtió en el escenario donde se movían los ágiles tricampeones ante unos postes azules que no dejaban pasar la pelota. Cada jugada era la antesala de un gol atragantado.

Y terminó el primer tiempo. Salimos al balcón a mirar las calles vacías del barrio. Un bus pasó raudo como si al chofer le hubiesen contado que se estaba perdiendo el partido. Viendo el bus recordé a Julieta y corrí a llamarla a la fábrica. De mala gana me contaron que había renunciado.

Empezó el segundo tiempo, luego de un descanso eterno. Los brasileños seguían atacando mientras que los azules se defendían estoicamente. Avanzaban los minutos y nada que aparecía el empate. Llegó el minuto veintidós y el Chupo sentenció:

-Ya va la mitad de la segunda mitad… -Esto se compone -recordó Carrillo y sus ojos se fijaron en Junior quien se adentró por la punta izquierda abriendo camino para pasar el balón a Falcao.

-¡Ahí es! -dijo el viejo reclinando el taburete.

Falcao recibió el balón en la medialuna italiana, transitó una diagonal hasta las dieciocho yardas, y pateó justo al pisar el área.

-¡Gol! -gritamos los afligidos. Saltamos, nos abrazamos y botamos por el balcón todo el peso de la derrota. Lavamos al Chupo en cerveza, y el viejo -de la misma emoción- partió el taburete.

-Les dije que esto se componía, menos el taburete -exclamó Carrillo.

- ¿Tiene miedo? -molestó Paciencia al Chupo recogiendo los dedos.

El paroxismo me recordó a Julieta. Me asusté, miré el reloj y calculé que apenas acabara el partido tendría el tiempo suficiente para alcanzarla en la Terminal.

Pero…

Pero sólo seis minutos nos duró la gloria inmarcesible. La realidad se mostraba caprichosa y revivió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó un tercer gol.

Pensé en colgarme del travesaño. Fue tanta la sorpresa que ni el mismo Chupo celebró el tanto, sencillamente se limitó a decir como si guardara el destino en un bolsillo:

-Yo les advertí.

Después de eso vinieron diecisiete minutos de agonía en los que no dijimos nada.

Algo murió en nosotros cuando el árbitro dio el pitazo de gracia; nos invadió el fantasma del infinito. El Chupo voló hasta el tevé y recogió los billetes.

-Les apuesto a que Italia queda campeón.

Nadie le respondió. Se fue sin despedirse y nosotros caímos inermes; cualquier acción además del mutismo, habría sido inapropiada. El tiempo se congeló en cerveza fría y yo vine a caer en cuenta de que la vida transcurría inexorablemente, sólo horas después cuando Julieta me llamó para decir que ya estaba en la capital, y que por favor, nunca fuera a buscarla.

El viejo -al reparar el taburete- notó mi palidez y dijo:

-No hay nada como el santo hogar… ¿La maleta que alistó es para volarse con la mujer esa?

En la calle ya me pasaron el chisme. Bien pueda se larga.

-En el fútbol hay revancha cada domingo- pensé y miré a los amigos.

-En mi casa se puede quedar unas dos fechas -me ofreció Paciencia.

Carrillo se solidarizó al ver mi cara de desconcierto y pateó un lapidario:

-Esto se compone; demora pero se compone algún día…

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Isaac Newell nació el 4 de Abril de 1853 en Strood, Taylor’s Lane, Inglaterra. Cuando tenía apenas 16 años, arribó a la ciudad de Rosario, para trabajar como telegrafista ferroviario en tiempos en que los ingleses iban desarrollando dicho transporte a través de todo el territorio de nuestro país.
A los 23 años, Isaac Newell se casó con Anna Jackinson, de origen alemán y, como profesor de inglés, fundó el Colegio Argentino de Rosario.
De allí, un grupo de alumnos, incluido su hijo Claudio, colocó la piedra fundamental, creando un club al que bautizaron con el apellido Newell, agregándole lo de Old Boys, sintetizando en inglés el sentir de esos jóvenes: “Los viejos muchachos de Newell”.
Los colores de su casaca fueron elegidos específicamente teniendo en cuenta algún color de la bandera de Inglaterra (rojo) y otro de la de Alemania (negro).
A partir de ese momento, el club creció enormemente en Rosario, inaugurándose, en 1911, el estadio (en el mismo Parque Independencia donde está instalado en estos días), consagrándose por primera vez como campeón rosarino en 1914.
Fue el comienzo de la historia de vida de uno de los grandes clubes del fútbol argentino.

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Discúlpeme que le conteste, yo me animo a jugar, hay que ver si usted se anima a ponerme.

 (DANIEL PASSARELLA, contestándole al DT de River Plate, -Néstor ‘Pipo’ Rossi-, el 23 de Enero de 1974 cuando el por entonces entrenador riverplatense lo consultaba acerca si animaba a jugar una amistoso ante Boca por el torneo veraniego de ese año en Mar del Plata. Passarella actuó de ‘3’, no dejó mover a ‘Mane’ Ponce, pegó un zurdazo espectacular en el travesaño y fue la figura del superclásico.
NOTA: La imagen pertenece a ese partido.)

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Me enamoré del fútbol tal como después me iba a enamorar de las mujeres, de repente, sin explicaciones, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo.

(NICK HORNBY, escritor inglés, en su libro "Fever pitch")

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El Daniel de los estadios (Nilo Neder - Argentina)

* dedicado a Daniel Willington


Yo te saludo Daniel de los estadios
y te agradezco
por ellos y por mi
no por el gol de un triunfo ambicionado
sino por todo
por el juego del poeta y del célebre
por el canto de un pueblo
que olvidó colores
y gritó tu nombre para llamar al fútbol.

Yo te saludo Daniel de los estadios
por tu juego
por tu ciencia
por tu arte
por tu fútbol
por la fiesta de todas las tribunas
por la sonrisa nueva de aquellos que no ríen
pero los domingos cantan.

Yo te saludo Daniel de los estadios
por los que juegan
por los que escriben
por los que hablan
por los que gritan
por los que aplauden.

Yo te saludo Daniel de los estadios
por vos y por el fútbol.

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Fue campeón de Europa cuando llevaba cuatro partidos jugados con la selección y puso fin a su carrera internacional a los cuarenta años después de ganar una Copa Mundial.

El principio y el fin de mi aventura con selección fueron extraordinarios. Del Campeonato Europeo al principio, en 1968, hasta la Copa Mundial de la FIFA de 1982... no se puede pedir más.

Cuéntenos la anécdota del regreso a Roma en el avión de Pertini

Aquel Mundial de España se vivió en mi país con un fervor extraordinario. Regresamos a Italia en el avión del Presidente Pertini, que se había entusiasmado mucho en el estadio. Nos pidió que jugáramos una partida de escoba. El Presidente, Bearzot, Causio y yo. Nos pasamos la hora y media de viaje jugando. Pertini era un hombre capaz de hacer que te sintieras muy cómodo en su compañía, parecía uno más del grupo, era extraordinario. Aterrizamos en Roma y se desató la locura hasta el Quirinale. Pertini dice que tenemos que comer algo y va y salta: "Mi sitio es éste. Quiero a Bearzot a un lado, Zoff al otro y a todos los jugadores. Si hay sitio para los Ministros y para los Diputados, vale. Si no, que se vayan a un restaurante". Sabía expresarse, Pertini.

¿Cree que esa pasión de la gente por las calles, tan sólo por un partido de fútbol, es justificada?

Somos un pueblo que, socialmente, siempre ha vivido con pasión el fútbol. Es un deporte muy popular. Ha prendido en todas las clases sociales. Por eso, se celebran así las victorias y el triunfo en un Mundial, especialmente en un Mundial en el que se ha cumplido, se ha llegado hasta el final con corrección, porque eso es lo que caracteriza a Bearzot: la corrección, la responsabilidad. Cumplir con nuestro cometido y, encima, ganar, enarbolar bien alta la bandera italiana, es un placer y es justo que la gente lo celebre por todo lo alto.

(DINO ZOFF, recordando en la página oficial de la FIFA la conquista del Mundial de 1982 por parte de la selección 'azzurra')

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La selección de Francia es un deber. Tanto mejor; ya no se va a la guerra. Defender los colores de mi país es mi valor.

(ROGER LEMERRE, ex jugador y entrenador francés, en 2000 mientras preparaba a la selección gala de cara a la Eurocopa 2000, que finalmente ganó)

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La mayoría de los futbolistas ven su trabajo de la siguiente manera: 90 minutos de fútbol y me voy a casa. Y ya no se preocupan más por el tema. Para mí este oficio significa algo más. Tiene que haber más espectáculo, hay que echarle más vida al asunto. Los seguidores quieren ver personajes interesantes y pasarla bien.

(STEFAN EFFENBERG, ex futbolista alemán, opinando sobre la actitud hacia el trabajo de algunos futbolistas)

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El éxodo austral de Tomás Jerónimo San Mateo (Daniel - México)


Cuál Moisés ante la zarza ardiente o Mahoma elevado a los cielos por el Arcángel Gabriel, Tomás Jerónimo San Mateo tiene una revelación divina justo en el momento en que Carlos Ramírez coloca la pelota en el manchón para patear el quinto y último penal de la tanda. Precisamente ahí, parado en medio de una cantina malamuertera de la Colonia Industrial, con la mirada clavada en un viejo televisor empotrado arriba de la barra, Tomás Jerónimo San Mateo encuentra de pronto el sentido de su vida entera.

No es un presentimiento o una corazonada ni mucho menos una idea loca surgida al fragor de la noche o un delirio de borracho, pues no hay una gota de cerveza en su sangre. Es una Verdad o más bien dicho La Verdad. Hay momentos en que la duda o el titubeo simplemente no caben en la vida. Aquello que mil religiones, filósofos, lunáticos y motivadores de pacotilla pasan buscando toda una vida, lo encontra Tomás en ese preciso segundo, mientras ve a Ramírez tomar vuelo para patear el penalty. Sabe, en ese instante, que tiene una misión que cumplir en la vida, aunque sea lo último que haga sobre la Tierra. Esa misión es ir en peregrinaje hasta Montevideo Uruguay.

La fracción de segundo que tarda una pelota pateada con toda la furia y el rencor de una cañonero en recorrer once metros, se transforma, para Tomás Jerónimo San Mateo, en la borgeana historia de la Eternidad y al final de aquella Eternidad está la red y al momento en que esa circunferencia de cuero toque esa red, los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León estarán en la mismísima final de la Copa Libertadores de América en donde los aguardaba el flamante el Peñarol de Montevideo.

Tigres juega esta noche en Bucaramanga, Colombia, la semi final del certamen. El partido de ida en San Nicolás de los Garza lo ganaron los felinos con agónico cabezazo de Julio César Santos casi en tiempo de compensación. 1-0. Magra ventaja, pero ventaja al fin. Sin embargo, aún faltan infinitos 90 minutos en aquella ciudad cafetalera con nombre de trabalenguas. Tomás Jerónimo San Mateo ha faltado a la fábrica por segunda vez en el mes.

Desde hace muchos años, cual ortodoxo hebreo, santifica el sábado, que transcurre religiosamente cada 15 días en la tribuna de Sol del Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza. Pero los miércoles de Copa Libertadores no están entre sus autoproclamados derechos sindicales. Por fortuna, para un hombre de convicciones firmes como él, no hay lugar siquiera a mínimas cavilaciones: Si tiene que elegir entre los Tigres y el trabajo la respuesta está clarísima: Elegirá siempre a los Tigres. Pero los juegos de Copa Libertadores tienen otro inconveniente. Sólo los transmiten por cable y su magro salario de obrero no le da a Tomás Jerónimo San Mateo para pagarse ese lujo.

Así las cosas, la única alternativa que le deja la existencia es ir al Bar Mi Oficina de la Colonia Industrial. El cantinero lo mira con cierta repugnancia cuando Tomás Jerónimo le pide un refresco. Y no, no es que a Tomás no le guste la cerveza o sea abstemio. Bebe y a veces mucho, pero nunca durante los sagrados 90 minutos de un juego de los Tigres.

Vaya, hay que entender que para Tomás Jerónimo San Mateo ver un partido de los Tigres no es un simple pasatiempo recreativo o un rato de esparcimiento para compartir con los compadres. Nada de eso. Los partidos de futbol, léase Selección Mexicana, América vs Chivas y de más oncenas ordinarias y aburridas, son simples pretextos para destapar caguamas. Los partidos de Tigres en cambio son actos litúrgicos, ceremonias religiosas de éxtasis místico en las que Tomás Jerónimo San Mateo entra en una surte de trance durante 90 minutos y no se permite chascarrillo alguno ni gota de alcohol. Así transcurre en aquel bar aquel insufrible partido contra Bucaramanga. La ventaja de 1-0 pronto se hace añicos cuando Buitrago entierra un tiro libre en el primer cuarto de hora. El global está 1-1.

Los presagios se tornan negros y apocalípticos cuando Toño Sancho es expulsado luego de propinar tremendo patadón en la espinilla a un colombiano casi al final del primer tiempo. El Armagedón ha llegado. Un global empatado y 45 minutos por jugarse con un hombre menos soportando los embates de unos colombianos sedientos de gloria libertadora parecen una misión cruel. Pero hay tardes en que el Diablo baja a la cancha y se pone de tu parte. Aquel segundo tiempo que le roba la respiración a Tomás Jerónimo, es una sinfonía de postes, travesaños y atajadas milagrosas del portero Tigre. El milagro sucede. Al final de los 90 minutos el global está 1-1. La puerta hacia el Infierno de los penales abierta de par en par.

Y el Infierno desciende a la tierra cuando empieza la tanda y ni uno de los tiradores parece con intenciones de fallar. Ocho penales seguidos se anotan. 4-4 está el marcador. Pero el as de espadas está bajo la manga amarilla. Cuando el Bucaramanga manda a Arestizabal a patear el quinto penal, el corazón de Tomás Jerónimo San Mateo empieza a latir con inusitada fuerza. Dios, el Diablo o vaya usted a saber que deidad le está jalando las patas y el alma cuando Edgar Hernández, el portero Tigre, ataja el disparo del colombiano. Queda el quinto penal y ya se prepara el Pachuco Carlitos Ramírez. Si lo anota, Tigres está en la Final de Libertadores. Es entonces cuando Tomás Jerónimo San Mateo ve la zarza ardiente. Si, como dicen los tanatólogos, es cierto que en el momento de la agonía hay un segundo en el que transcurre la vida entera como una película, esa película la está viendo Tomás Jerónimo en el momento en que Ramírez toma vuelo para patear el penal decisivo.

Vaya, es algo así como un momento profético, un instante en que el sentido del Universo y la causa ontológica huma pueden verse ante sus ojos con insoportable claridad. Tomás Jerónimo San Mateo debe ir a Montevideo a la Final de la Copa Libertadores de América porque ese es el destino que tras mil reencarnaciones le toca cumplir en la vida.

Tomás Jerónimo San Mateo nació hace 24 años bajo el signo del Tigre. Eso le decía su padre, Jacinto Espiridón, obrero metalúrgico de la Fundidora de Monterrey y aficionado Tigre desde los prehistóricos tiempos en que el Club Universitario de Nuevo León hacía sus pininos en la Tercera División.

Tomás Jerónimo San Mateo nació en Monterrey Nuevo León el 6 de Junio de 1982 a las 2:45 de la tarde. Jacinto Espiridón no estaba ese día a lado de su esposa Catalina. Es preciso comprender que había asuntos más trascendentes que estar presente en el nacimiento de su primogénito. Y es que ese día, justo ese día, Los Tigres de Carlos Miloc jugaban la mismísima Final del Campeonato 81-82 contra los Potros de Hierro del Atlante en el Estadio Azteca. La ventaja de 2-1 en San Nicolás de los Garza parecía insuficiente para enfrentar al superlíder en su cancha. Los nubarrones de tragedia se cernían sobre los felinos. Bastos expulsado y el Atlante ganando 1-0 no parecían un panorama muy prometedor cuando faltaban 30 largos minutos de tiempo extra. Pero aquella tarde un Santo bajó del cielo al Estadio Azteca y se colocó en la portería de los Tigres: San Mateo Bravo. Cabinño, Moses, Vázquez Ayala no pudieron hacer nada para batir la meta felina y la puerta hacia el Infierno de los Penales quedó abierta de par por primera vez en la historia de las finales del futbol mexicano. Y en ese Infierno el Diablo fue Tigre o más bien dicho un Santo, infernal o celestial, que más da.

Era San Mateo que atajó tres penales. 'Ratón' Ayala, Moses y Cabiño descargaron artillería pesada con tremendos cañonazos pero San Mateo los contuvo. Sólo el portero Ricardo Lavolpe pudo anotar. Chava Carrillo falló por Tigres, pero Goncálvez y Jerónimo Barbadillo anotaron. Quedaba el penal decisivo a cargo de Sergio Orduña, parado frente a Lavolpe (sí, el mismo que hoy es técnico nacional) Orduña puso las manos en la cintura, pegó carrera y pateó de derecha.

Cuenta la leyenda que en el momento en que Orduña batía a Lavolpe y el balón besaba las redes del Azteca, Tomás Jerónimo San Mateo vio la luz a mil kilómetros de distancia, en Monterrey. Su padre Espiridón se abrazaba en la Tribuna con la Porra mientras Tigres, flamante campeón del Futbol Mexicano, daba la vuelta olímpica. Horas más tarde, cuando llamó a casa, le comunicaron la noticia del nacimiento de su primogénito que Espiridón no pudo menos que tomar como una profecía. Había nacido un cachorro Tigre que traería, como torta bajo el brazo, una era de gloria y trofeos para el equipo nicolaita.

El niño fue bautizado en la Iglesia de la Purísima cuando su padre regresó con la porra de la Ciudad de México. Envuelto en una enorme bandera amarilla firmada por todos los campeones, el niño recibió las aguas bautismales como marcaba el santoral felino: Tomás, en honor al mariscal de campo, el principesco Ocho Tomás Boy. Jerónimo, homenaje al ángel negro peruano, el Patrulla Jerónimo Barbadillo, Siete Inmortal del equipo y San Mateo, ni falta hace decirlo, por aquel portero salvador que les dio el título.

Pero el niño Tigre no traía una torta bajo el brazo, sino vacas flacas e infortunio. A partir de 1982 se vinieron épocas pordioseras para los Tigres cuyos saldos al final del torneo salían en números rojos. Jerónimo Barbadillo vendido a Italia, Tomás Boy peleado con Miloc y la directiva, San Mateo Bravo acabando sus días en las miserables Cobras de Querétaro y un desfile de técnicos y extranjeros que no daban píe con bola. Tiempos de vacas flacas llegaron también para la familia de Don Espiridón. En 1986, en el año del Mundial, cuando su niño estaba por cumplir cuatro años, una huelga promovida por charros sindicales acabó con la existencia de la Fundidora Monterrey y el obrero calificado con sueldo decoroso, tuvo que salir a las calles a buscar las migajas del subempleo.

En 1988, el mero Día de la Independencia, el Huracán Gilberto destruyó su hogar, en el lecho del Río Santa Catarina, en el Camino a Cadereyta. Pero el infortunio económico no fue razón poderosa para que Don Espiridón dejara de llevar a su niño Tomás Jerónimo San Mateo cada sábado a la Cueva del Tigre, después bautizada Volcán por un comentarista. Tardes de sábado en que con aquella mítica bandera autografiada, que había sido ropón de bautizo, padre e hijo sufrían en la tribuna de Sol la sequía de títulos. Don Espiridón no volvió a ver a los Tigres ganar un gran torneo de Liga.

En Abril de 1996, cuando Sócrates Rizzo fue tumbado de la gubernatura de Nuevo León y días después de que Tigres tuviera una pequeña alegría ganando un torneo de Copa contra el Atlas, la tragedia llegó al hogar de Tomás Jerónimo, que por entonces estaba por cumplir catorce años. Una infausta tarde de domingo, Tigres perdía en su Cueva el Clásico contra el odiado rival de la ciudad y era enviado a la Segunda División. Esa noche, el deficiente corazón y los años de malas pasadas apagaron con la vida de Espiridón. Tomás Jerónimo quiso envolver el ataúd de su padre con la bandera autografiada, pero antes de morir, le dijo que la conservara y la ondeara en la tribuna hasta el día en que Tigres volviera a ganar un campeonato.

Han pasado 10 años de la muerte de Espiridón. Tigres ha vuelto a primera división, pero siguen las vacas flacas y la sequía de títulos. Tomás Jerónimo tiene 24 años de edad, mismos que lleva esperando por ver a su equipo ganar un título, Ahora está en el Bar “Mi oficina” y Carlos Ramírez acaba de anotarle al Bucaramanga el penal ganador que los manda a la Final de la Copa Libertadores de América.

El encuentro decisivo contra Peñarol será dentro de dos semanas en Montevideo. Tomás Jerónimo ha visto la zarza ardiendo y sabe que debe peregrinar a Uruguay como el Pueblo Hebreo a la Tierra Prometida. No sabe si el Canal de Panamá se abrirá como el Mar Rojo o si lloverá maná de los árboles en la selva del Amazonas. Silencioso sale de la cantina y se dirige a su hogar en donde lo aguarda su esposa Amanda y sus tres hijos. No hacen falta muchas explicaciones.

No hay llantos, berreos ni drama en la despedida. Tomás Jerónimo San Mateo, un obrero de industria maquiladora, padre de familia, habitante de una zona marginal irregular en un cerro de Escobedo Nuevo León, se marcha de su hogar para seguir a sus Tigres a Montevideo. De un cochinito saca 233 pesos que han sido los ahorros que han sobrevivido a la tormenta de gastos mensuales. Afuera de su casa lo espera una vieja Brasilia modelo 1982, herencia de su padre, conservada por haber sido fabricada en el año del mítico campeonato.

Su mujer y sus hijos lo miran en silencio. Tomás Jerónimo San Mateo enciende la Brasilia que emite estertores agónicos de motor a punto de fallecer. Mofle colgando, un cuarto de gasolina y 233 pesos en la cartera amarrilla son sus armas para llegar por tierra dentro de dos semanas a las puertas del Estadio Centenario de Montevideo.

Tomás nunca ha viajado mucho. Sus máximas travesías han sido a Torreón y a Ciudad Victoria para ver partidos de Tigres contra Santos y Correcaminos. Nunca ha estado más de 300 kilómetros alejado de Monterrey, pero sabe que Montevideo está en América y luego entonces se puede llegar por tierra. Cuelga la vieja bandera en una ventana de la Brasilia y en el último instante, Fekete, su viejo perro de raza indefinida salta al asiento del copiloto.

Lanza una última mirada a su mujer antes de enfilar la Brasilia rumbo a la Carretera Nacional, esa que lleva a Villa de Santiago y a Linares pues sabe que eso es el Sur y para allá supone que debe quedar Montevideo.

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El recordado futbolista y director técnico argentino Luis "Yiyo" Carniglia [1917-2001], de prestigio internacional, en sus recuerdos volcados en una biografía resalta uno de los momentos más amargos por los que atravesó en su larga carrera de entrenador.
Fue cuando era responsable técnico de Milan de Italia que, como campeón de Europa, le tocaba enfrentar en Octubre de 1963 al Santos por la Copa Intercontinental.
En el partido de ida, disputado en Italia, la principal preocupación de Carniglia (en la imagen) era la marca sobre Pelé, el mejor jugador del mundo.
"Yiyo" le dio la responsabilidad a Trapattoni, quien prácticamente anuló a O’Rey. El partido lo ganó Milan 4 a 2. Al conjunto italiano le tocaba viajar a Brasil, para la revancha.
Los entendidos decían que el Milan tenía más de media copa ganada, porque Pelé no iba a poder ser de la partida al haberse desgarrado. Lo cierto es que el 14 de Noviembre de 1963, en el Maracaná de Río de Janeiro, Milan perdió 4 a 2. Un partido que, para los italianos, tuvo un principal protagonista: el árbitro argentino Juan Brozzi, a quien se lo acusó de parcial y de haber recibido regalos de parte de los brasileños.
El tercer partido se disputaría nuevamente en el Maracaná, pero el Milan solicitó cambio de árbitro, lo que la Confederación Sudamericana de fútbol se negó a aceptar.
Fue así que Brozzi, quien aseguraba haberse equivocado en dicho encuentro a favor de Santos, les prometió que no iba a volver a repetir tamaños errores.
Pero esa confianza que le había dado Brozzi a los milaneses se derrumbó. El juez no sólo sancionó en el primer tiempo un penal inexistente a favor del Santos, sino que además, por protestar levemente la sanción, expulsó al capitán del Milan, Cesare Maldini.
Esta fue la síntesis del partido final, del 16 de Noviembre de 1963 ante 120 mil almas.
Santos (1): Gilmar; Ismael, Mauro, Haroldo; Dalmo, Lima y Mengalvio; Dorval, Coutinho, Almir y Pepe.
Milan (0): Balzarini; Maldini, Trapattoni, Pelagalli; Benítez, Trebi, Mora, Lodetti, Altafini, Amarildo y Fortunato.
Gol: a los 31' Gallo (S), de penal
Expulsado: 30' del PT, Cesare Maldini (M)

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Son otras las cosas que dañan la imagen de Nápoles y de los napolitanos. Déjenlo tranquilo a Maradona: él es grande y eso nos basta.

(SEBASTIANO MAFFETTONE, "L'Unitá", 30 de Octubre de 1990, en el día del cumpleaños número treinta del astro argentino)

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Cuando fui a verlo en las semifinales de la Liga de Campeones con el PSV Eindhoven en 2005, pensé que este es un jugador que entiende el fútbol. Es inteligente y disciplinado y que puede jugar en diferentes posiciones. Quería demostrar que los jugadores asiáticos pueden triunfar en Europa. A Park lo trajimos por su calidad y no para vender camisetas en Corea.

(Sir ALEX FERGUSON, entrenador del Manchester United, opinando del delantero coreano, autor de un gol ante el Liverpool el pasado domingo)

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Caloi (Argentina)

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La potencia (Housni Mkouboi "Rohff" - Francia)

* dedicada al Paris Saint-Germain Football Club

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La historia de la Copa del Mundo de 1950 tuvo su punto clave en el inolvidable Maracanazo; ese partido definitorio cuando contra todos los pronósticos, Uruguay venció a Brasil por 2 a 1, ganando el torneo.
La desazón de los locales fue indescriptible: el Maracaná estaba colmado por casi 220 mil espectadores.
Más allá de las críticas a sus jugadores, los cañones periodísticos apuntaron hacia el director técnico, Flavio Costa quien, hasta el partido ante Uruguay, era uno de los hombres más elogiados, como estratega. Luego de la derrota final, los hinchas lo querían matar y Flavio debió alejarse del ambiente del fútbol por un tiempo.
De todas formas, con el paso de los años, se le reconocieron sus virtudes y se destacaron algunos de sus preceptos futbolísticos, que colocaba en carteles pegados a las paredes del vestuario. Uno de ellos, decía: "Tú puedes ser el Jesucristo del fútbol, pero si te marca un loco que no te deja dar una patada a la pelota, nunca podrás jugar al fútbol". Otro, señalaba: "Los extremos (wines) son al equipo lo que los brazos al cuerpo humano".
Y también inculcaba: "Las distancias iguales entre los jugadores del mismo equipo mantienen la geometría del cuadro".
Flavio Costa había nacido en Río de Janeiro el 14 de Septiembre de 1906. Quiso seguir la carrera militar, pero se dedicó al fútbol jugando en el Flamengo. Después de varios años con los pantalones cortos, se convirtió en DT dirigiendo al Flamengo, para luego irse al Vasco Da Gama.
De allí pasó a ser técnico de la selección de su país, en una primera etapa desde 1944 hasta 1950. Pese a su fracaso en la Copa del Mundo, cinco años más tarde lo volvieron a llamar, dirigiendo a Brasil entre 1955 a 1957.
Falleció en Río de Janeiro en 1999, a los 93 años de edad.

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Si Palermo es habilidoso yo soy malabarista.

(HORACIO PAGANI, periodista deportivo argentino, en el programa “Estudio Fútbol” que se emite diariamente por el canal TyC Sports)

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Hay dos maneras de afrontar los partidos, desde el saque de puerta propio y desde el saque de puerta rival. Yo he admirado a Sacchi y durante mucho tiempo dependí del saque del contrario, de controlar hasta donde llega la pelota del rival. Ahora me interesa más a dónde va a llegar la pelota limpia cuando la tiene mi equipo. Y prefiero que los mejores futbolistas estén detrás, no delante. Que el talento lo tengan los que llevan el balón, para que lo den en buenas condiciones. En Italia, el de atrás no juega y el de arriba se la juega. ¿Entonces, quién juega?.

(JUAN MANUEL LILLO, entrenador español, en Diario "As" del 09/02/10)

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De la capital bonaerense al viejo mundo


Por aquellos años, la ciudad de La Plata no era tan conocida, los medios de comunicación eran otros y muy lentos. Lo cierto es que el club de Gimnasia y Esgrima La Plata salió con un equipo de fútbol reforzado como era la costumbre en aquella época.

Con toda la ansiedad de un puñado de jóvenes llenos de ilusiones y de alegría con la posibilidad de conocer el mundo salieron desde La Plata el 8 de Diciembre de 1930 presidiendo la delegación el señor Mario Sureda un conocido periodista platense y como entrenador Rafael “Kid” Lafuente, después gran boxeador de la ciudad.

Alfonso Doce fue el director técnico y empresario, partieron en el vapor francés “Lutetia” a lo que sería el debut en Brasilla delegación integrada por: Felipe Scarpone, Evaristo Delovo, Julio Di Giano, Vicente Ruscitti, José María Minella, Antonio Belli, Miguel Currell, Jesús Díaz, Arturo Naón, Juan González e Ismael Morgada de Gimnasia; plantel reforzado con Juan Botasso (Argentino de Quilmes), Pedro Chalú (Ferro Carril Oeste), Oscar Tarrio (San Lorenzo), Leonardo Sandoval y Juan Arrillaga (Quilmes) y Atilio Demaría (Estudiantil Porteño).

El debut no fue lo que se esperaba. En el arranque jugó con Vasco Da Gama con el que empató en un tanto. Cuatro días más tarde en la revancha perdió 4 a 0 con el Combinado Carioca, estos partidos se disputaron con luz artificial, a lo que no estaban acostumbrados los gimnasistas.

Desde Brasil el equipo a bordo del buque “Asturias”, siguió viaje hacia Portugal y desde allí hacia España donde jugó nada menos que contra el Real de Madrid, que no había podido ser derrotado ni por Boca en su gira del 25 ni por Nacional de Montevideo.

Lo cierto es que Gimnasia se impuso 3 a 2 y la prensa española dijo: Los argentinos parecen haber nacido para jugar bien al fútbol.

Gimnasia en Europa disputó 27 encuentros de los que ganó 11, empató 8 y perdió los 8 restantes, en esa memorable gira el equipo platense recogió innumerables elogios por su juego efectivo y vistoso. Se las tuvo que ver con el campeón de Europa, Sparta Praga, imbatible, ni la selección uruguaya campeona olímpica le había podido ganar.



Sureda contaba que los hinchas locales les mostraban los cinco dedos de la mano como vaticinando ya un resultado, el joven equipo de nuestra ciudad no se amedrentó y terminó ganando 3 a 1 en el nevado campo de juego quitándoles el invicto frente a equipos sudamericanos.

Gimnasia escribió una página gloriosa, jugando en el crudo invierno europeo, donde nadie lo había hecho antes, siendo el primer equipo argentino que jugó bajo la nieve, con arbitrajes a veces parciales.

Le cupo al equipo de Gimnasia quedar registrado en un hecho histórico, en Leipzig, 2 a 1 ganó Gimnasia al combinado de Düsseldorf en un día lluvioso y frío. Pero el hecho histórico para el fútbol argentino fue que un corresponsal de un diario de la Capital Federal envió a La Plata desde aquella lejana ciudad, la primera radiofoto que refleja el gol anotado por Ismael Morgada.

Si bien el tiempo pasó es bueno recordar esta página que tiene que llenar de orgullo a los platenses, si bien años más tarde Estudiantes de La Plata obtuvo su título intercontinental en Inglaterra, el “mens-sana” fue el primero en pasear la bandera argentina por aquellos remotos lugares.

(artículo del periodista Roberto Abrodos, publicado en el portal de Agencia NOVA del lunes 25 de Febrero de 2008)

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El legendario futbolista camerunés, Rogert Albert Milla, jugó 3 Copas del Mundo para su país. La primera de ellas fue en España ‘82, cuando tenía 30 años, y allí Camerún empató los 3 partidos que jugó. Luego intervino en el Mundial de Italia, en 1990, enfrentando a la Argentina, luego a Colombia (le anotó 2 goles) y a Rumania (convirtió 2 tantos). Milla quedó segundo en la tabla de goleadores, detrás del líder absoluto, el italiano Schillaci (Camerún se ubicó en la 7ª posición).
En 1991 le otorgaron el Balón de Oro de la prensa europea, como el mejor jugador de la temporada. Milla jugó en el Valenciennes, luego en Mónaco y más tarde en el Bastia, equipos franceses. Posteriormente integró el plantel del Puebla, de México. Su tercer y último mundial lo jugó para Camerún en los Estados Unidos ‘94, cuando tenía 42 años de edad. Siempre demostró una enorme calidad.
Pudo tener su jornada de gloria al organizársele un homenaje en Wembley, cuando se enfrentaron los seleccionados de Camerún e Inglaterra. Claro que poco antes de salir a jugar, exigió una cotización personal cercana a los 70 mil dólares. No se los dieron y entonces optó por retirarse del estadio, sin jugar el partido.
Entre otra de sus facetas, para Milla el canto y la música ocupó un lugar importante de su vida, habiendo grabado un disco con el ex tenista Yannick Noah. Rogert Albert Milla, tan genial como díscolo: un verdadero personaje.

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El fútbol es como la vida, requiere perseverancia, abnegación, sacrificio trabajo duro, dedicación y respeto a la autoridad.

(VINCE LOMBARDI [1913-1970], entrenador de fútbol americano)

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Si los jugadores quieren, voltean a un técnico. Como dependen de un dirigente que apuesta al jugador, tranquilamente pueden pedirle que despida al entrenador. Nunca vi una empresa en la que el dueño le pregunte al empleado qué opina del gerente. El 'Chueco' Alves es el gerente del club. Si salen mal las cosas, no hay producción, el que se va es el gerente. Pero el problema son los dirigentes que le dan ese poder al jugador, quien en realidad es empleado del club y nada más. Si no le gusta el gerente, el empleado se tiene que ir. No esperaba la traición que sufrí como técnico, porque siempre hablé de frente. Cuando una persona te dice una cosa, te sonríe, te habla bárbaro y después se reúnen diez tipos con el presidente y dicen lo contrario, eso se llama traición.

(JORGE "Chino" BENÍTEZ, ex jugador y entrenador de Boca Juniors (2004-2005) opinando en "ESPN Radio" acerca del actual momento de la entidad de la Ribera)

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El domingo debutó el 'Negro' Fontanarrosa


Invitado por "El Gráfico", el entrañable 'Negro' experimentó su primer River-Boca en 1988. Una crónica que aún nos deleita y que fuera publicada en dicha revista el 20 de Septiembre de 1988.

Es sabido, el Negro Fontanarrosa es hincha de Rosario Central. Es, además, quien nos hace reír a diario con chistes unitarios o tiras como Inodoro Pereyra. O sea, un humorista de talento inmenso y creatividad permanente. Y como también sabe escribir, le pedimos que viajara desde Rosario para colaborar con nosotros. Aunque parezca mentira, y pese a su edad (que no quiso develar) fue la primera vez que presenció un River-Boca. Por eso no dudamos en anunciar su debut.

De la misma forma en que el coronel Aureliano Buendía ansiaba conocer el hielo para, de una vez por todas, saciar su curiosidad, empezar con buen pie “Cien años de soledad” y postular a Gabriel García Márquez como futuro Premio Nobel de Literatura, yo ansiaba ver un River y Boca.

He estado algunas veces en la cancha de River, pero, salvo en la tarde del Argentina-Holanda del 78, nunca la he visto tan llena. Sólo por esa final vi tanta gente. Y no creo que sea la misma. Al menos, no alcanzo a reconocer a ninguno. Es cierto que han pasado ya varios años pero no detecto rostros familiares. Cerca mío supongo reconocer a uno. Es un holandés, que también me mira con rostro de complicidad. Lo identifico porque no salta.

Es un domingo de sol esplendoroso. Con un estadio, el mayor del país, cubierto completamente. Está el colorido de las tribunas, las incontables banderas (hasta una inglesa veo, valioso aporte de los hooligans, quizás, al máximo encontronazo del fútbol argentino). Está el árbitro y los dos equipos formados para comenzar el partido. Y un césped verde impecable. Cierro los ojos y trato de recordar dónde he visto antes esta escena. Debo remontarme a la remota infancia: la he visto muchísimas veces en las tortas de cumpleaños.

Los dos arquitos, los equipos formados, los jugadores de pasta clavados en el bizcochuelo sosteniendo cada uno, una velita. En Rosario, esa escena era frecuentemente ocupada por los muñequitos de Central y Ñuls. Pero cuando el niño es pequeño, cuando aún no ha definido el color de su pelo, su ideología política ni su tendencia futbolera, no es raro que las madres se inclinen por la perdurabilidad de lo clásico: River, Boca y dulce de leche en el medio.

El estadio es de River, los colores son de River, los controles y auxiliares son de River, pero todo lo demás parece ser de Boca. Estoy rodeado de boquenses, atrás, a los costados, arriba. Y no son de los más tímidos. Gritan, saltan, vociferan. Debe haber gente de River, no lo dudo, pero no se dan a conocer, no se identifican. Se los puede adivinar por un gesto contrariado, un rictus severo, a veces, un manotazo veloz y crispado cuando alguna pelota da en un palo. La gente de Boca me hace acordar a la hinchada de Central. La de River a la de Newell’s. La hinchada de Boca, en cambio, se acuerda de Menotti. La de River de Alonso. Pero no se puede vivir de recuerdos.

Los primeros quince minutos son de River. Apenas larga, el Ruso Hrabina la toca para atrás buscando al arquero. Llega Centurión (viejo tiburón de aguas cálidas) y le entra flojito desde dos metros a las manos de Navarro Montoya. Estamos todos fríos, el Ruso, Centurión, el árbitro, los chocolatineros y nosotros. Parece como si nadie asumiese la importancia de esa jugada crucial cuando todavía no han pasado dos minutos. Si Centurión la metía, el curso de la historia podía volcarse. Pero también si Napoleón hubiese vencido en Waterloo, tal vez, los hinchas de River estarían ahora festejando.

Es difícil ver bien desde la platea. Hay gente parada en los pasillos y parada sobre las plateas. Me tengo que incorporar, a mi edad, por cada ataque de River y por los nervios. Entonces me pregunto: ¿por qué estoy nervioso, si yo soy hincha de Central? Es difícil no estarlo. Hay una carga eléctrica en estos partidos. Una energía que dinamiza y crispa, sea el partido bueno, malo o regular. Después los argentinos nos sobresaltamos cuando nos sorprende una sobrefacturación de fluido. Es por este tipo de cosas.

Van quince minutos y alguien grita: “¡Che, Boca, ya empezó el partido!”. Pese al estruendo del público, pese al ulular constante de las hinchadas, Boca lo escucha. Tapia cambia una pelota a la izquierda por la espalda de Basualdo y Barberón le pega un zurdazo bajo que se va junto al primer palo. Más tarde lo tendría Tapia, tras desborde de Graciani por la derecha. Llega como ocho y le da de zurda sacudiendo el triángulo lateral de la red por el lado de afuera.

River contesta, Basualdo se suelta como siete y la cruza al medio conde Centurión no alcanza con el arco descubierto. Pero después es de Perazzo, el goleador ausente, el hombre al que algunos memoriosos habían visto hacer goles. River juega al offside, una pelota terca, como en las maquinitas electrónicas de “pin-ball”, rebota en todos los rebotes y lo sirve a Walter disparando hacia el arco. La mida y la pone abajo, adonde no llega nadie. Ni el gol. La pelota pega en el poste, cruza el arco y se escabulle por el otro lado.

Hay una ley llamada “Ley de Murphy” que dice, sabiamente: “Si algo puede funcionar mal, funcionará mal”. Hay otra ley, más conocida y complicada, tal vez, que es la Ley de la Offside. A veces ambas leyes se entrecruzan y un marcador que no sale a tiempo o un zaguero que sale demasiado pronto o un linesman que desconoce ambas leyes, produce el cortocircuito. Y así como hay gente que se propone achicar el Estado, la última línea de River procura achicar el terreno. A los hinchas de River se les suben los sentimientos a la garganta durante los noventa minutos.

Visto de atrás, un jugador de Boca es un jugador de Boca. Usted puede ver un jugador de Boca en la cola del cine, adelante suyo y puede decir, sin temor a equivocarse: “Ese es un jugador de Boca”. Es más, si le ve el número puede decir: “Es Simón. O Marangoni”. Ahora, si usted ve un jugador de River de adelante es un jugador de River. Pero si lo ve de atrás, puede ser de River, de Huracán, de Argentino de Rosario o del Deportivo Cúcuta de Cúcuta jugando con la camiseta suplente. ¿Quién quitó la banda roja de las espaldas millonarias? No puede aducirse que sea un sitio destinado a publicidad. Al menos, yo no vi allí ningún reclamo de tal tipo. Tal vez están aguardando ofertas. Lo cierto es, que en algún lugar de los vestuarios locales deben estar, tiradas, las bandas rojas que ya no brillan sobre los dorsales de los jugadores riverplatenses.

Se agota el partido y ya, entre pelotazos para arriba y toques imprecisos, comenzamos a pensar en la ruleta rusa de los penales. Pero se va pico por la izquierda, la cruza larga, llega Tapia y no se anima de derecha, gira sobre la línea de córner y la cambia, suave y malintencionada, por arriba hacia el segundo palo. Por detrás salta Walter, la frentea débil y calculada y la mete adentro. Sin furia, como diciendo “¿Por qué tardaste tanto?”. Revienta el estadio y los de Boca van a caer, revueltos y sudorosos, bajo la cabecera que los ha alentado todo el partido.

No faltan las explosiones, los papelitos, los puños cerrados, los besos a la camiseta, esas venas hinchadas que hacen aparecer los cuellos como viejos troncos de árbol. Todo, todo lo que hace a un partido de fútbol en la Capital de los argentinos. ¡Es lo que he venido a ver, caramba! ¡Qué triste hubiese sido mi regreso sin ningún gol para contar! ¡Qué hubiese dicho en “El Cairo” si regresaba con la mecánica obligación de narrar penales o atajadas desde los doce pasos! Tal vez no hubiese vuelto, por vergüenza, y me hubiese radicado en Buenos Aires.

River quema las naves. Perdió el atildamiento y el intento por jugar con mesura la pelota. Ha entrado Rinaldi, quien, con Higuaín y Tapia es un compendio de amores cruzados y tumultuosos. Ayer de Boca, hoy de River. Ayer de River, hoy de Boca. Hay reproches duros, palabras ácidas, recuerdos de goles perdidos o encontrados. Una maraña de pasiones salvajes. Un tema medular para una telenovela de cariños traicionados. Enrique es el toque impulsivo y meridional de la trama. Arranca por la izquierda y le pega de zurda para los que vienen. Pero le sale al arco y el pelotazo sacude al primer palo de Navarro Montoya, el mismo que fuera castigado por Perazzo.

Hrabina anuncia un zurdazo desde el fondo y la cruza larga. Graciani, los ojos muy abiertos, la nariz filosa, como tantas y tantas veces en su destino de puntero, gana la posición en su diagonal hacia adentro y la mata cuando baja. Casi antes de que de que llegue al piso, atisba un resquicio junto a la cadera de Comizzo y se la toca allí. La bola se va picando hacia la red y Graciani sigue disparado hacia la tribuna de Boca, saltando los carteles de publicidad, especialidad que ya, hoy por hoy, debería exigírsele a todos los goleadores.

Conocí el mar ya de grande, cuando había pasado la veintena. Estuve después en las pirámides de El Cairo (el verdadero) atraído por la leyenda de Keops, Kefrén y Micerino, aquel terceto central como nunca más volverían a tener los egipcios. Y vi un River-Boca en cancha de River. “Puedo morir tranquilo -aseveró cierta vez un agudo estadista norteamericano-. He visto al hombre llegar a la Luna y he visto el perfil de Jane Mansfield”. Yo no tuve el gusto de conocer a la señorita. Pero vi una película de Isabel Sarli. Y he visto jugar al “Gitano” Juárez.

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Con el nombre de Zaire fue conocido entre el 27 de Octubre de 1971 y el 17 de Mayo de 1997 el país africano actualmente llamado República Democrática del Congo quien se convirtió, en Alemania 1974, en la primera selección subsahariana que alcanzaba la fase final del máximo torneo futbolístico.
Los 'leopardos' emprendieron viaje hacia Alemania con una advertencia de su presidente, el delirante dictador Mobutu Sese Seko: "Si pierden, no vuelvan". Lo recordaron, sin duda, cuando Yugoslavia les ganó por 9 a 0.
Ya consumada su eliminación, intentaron poner en práctica un plan desesperado: subieron al autobús que les prestaba la organización e intentaron huir hacia cualquier sitio, menos hacia su propio país.
Según algunas versiones, el plan consistía en volver a Zaire por carretera y aplacar la ira de Mobutu regalándole el vehículo. La cosa no funcionó. La policía alemana les detuvo en la frontera y les obligó a devolver el autocar. Volvieron a Kinshasa, capital de ese país y, como temían, sufrieron represalias y alguna paliza policial.

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En fin, que mientras vuelve el Barça, ahí está Messi, que puede curar a un enfermo sólo con tocarlo. ¿Flemón? Este jugaría bien hasta con apendicitis. ¡Si hasta consiguió por fin que marcara Ibrahimovic!

(ALFREDO RELAÑO, periodista español, en diario "AS" en su edición de hoy)

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La palabra profesionalismo es un término complicado para los saudíes en estos momentos, porque exige cosas que les faltan a algunas de nuestras estrellas. Lo que más necesitan los saudíes que juegan profesionalmente en el extranjero son paciencia y capacidad de adaptación, cualidades de las que a menudo carecen.

(SAMI AL JABER, ex futbolista saudí, acerca de los retos que afrontan sus compatriotas que compiten en el extranjero)

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Mi corazón en México (Carlos Drummond de Andrade - Brasil)


Mi corazón no juega ni conoce
las artes de jugar.

Late alejado del balón
del estadio que enloquece
al forofo, esclavo de su club.

Vive conmigo, y en mí, mis cuidados.

Hoy, sin embargo, despierto, y he aquí que me extraño:
¿Qué es de mi corazón? Está en México,
voló certero y ni me consultó,
se acomodó, discreto, en un rinconcito
cualquiera, entre banderas tremolantes,
micrófonos, charangas, ovaciones,
y de repente, sin que yo mismo sepa
cómo quedó así, se exacerba,
se vuelve corazón de aficionado,
tuerce, retuerce, se destuerce todo,
grita: ¡Brasil! con furia y con amor.

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Se llamaba Schubert Gambetta y entró en la historia grande del fútbol de Uruguay al haber sido uno de los campeones del mundo de 1950, en el recodado Maracanazo.
Fue 9 veces campeón con la camiseta de Nacional de Montevideo (1940, 1941, 1942, 1943, 1946, 1947, 1950, 1952 y 1955) y una vez campeón Sudamericano con la Celeste (1942).
El “Mono” Gambetta había nacido en Montevideo en 1920, falleciendo en la misma ciudad en 1991.
Era un volante de entrega total, incansable, aguerrido, polifuncional y con mucha llegada al gol. Estaba donde tenía que estar y poniendo todo lo que había que poner. En cada acción era como si se jugara la vida, disputando la pelota como la última de su carrera.
En 1949, a menos de un año del Mundial de Brasil, sufrió una fractura de tobillo que, prácticamente, descartaba su participación. Pero con mucho amor propio se recuperó y fue convocado por el técnico Juan López.
Al final de su trayectoria, sus batallas en el campo de juego le dejaron un balance de fracturas en los dos brazos, rotura de ligamentos de rodilla derecha, fracturas en ambos tobillos, fractura de maxilar, y un hundimiento de pómulo, además de una operación de meniscos que le realizaron una vez retirado. Un retiro que se produjo a los 50 años, luego de deambular, despuntando el vicio, por varios equipos del interior del Uruguay, para terminar como empleado en el Casino del Parque Rodó. Schubert “Mono” Gambetta, fue un jugadorazo y un guapo de verdad.

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Además de su propio principio, el del rebote y el de la independencia, el equipo da a la pelota el motor de once malicias y once imaginaciones.

(JEAN GIRAUDOUX, [1882-1944], novelista, ensayista, escritor y diplomático francés)

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