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La primera transmisión radial de un partido de fútbol en la Argentina, se remonta exactamente al 28 de Septiembre de 1924.
En esa fecha, el seleccionado nacional se enfrentaba al por entonces poderosísimo representativo de Uruguay, que se había consagrado flamante Campeón Olímpico, en París.
El partido, de abrupto desenlace, se disputó en el estadio de Sportivo Barracas (hoy una espléndida plaza ubicada sobre la avenida Vélez Sársfield, en Capital) fue transmitido por LOR Radio Argentina, con los relatos de Horacio Martínez Seeber y comentarios de Atilio Casime, quien era el jefe de deportes del diario “Crítica”.
Para una mejor cobertura, se desplegaron tres micrófonos al borde del campo de juego: uno para Martínez Seeber, otro para Casime y un tercero para captar el sonido ambiente, con el bullicio del público que colmó todas las instalaciones del estadio de tribunas de tablón.
En realidad, la labor periodística y radial tuvo muy poco lucimiento porque era tal la cantidad de público, que al ingresar los jugadores a la cancha, se produjeron incidentes. Los uruguayos reclamaron (algunos hinchas argentinos estaban pegados a la línea de cal, con voces amenazadoras para la visita) y debido a ello, el árbitro lo suspendió, dejando pocos argumentos para los flamantes periodistas radiales.
Finalmente, el cotejo se pospuso para el 2 de Octubre, instalado ya un alambrado perimetral que separaba la tribuna con el campo de juego (el "alambrado olímpico") terminando con el triunfo argentino por 2 a 1.
El primer gol albiceleste se logró directamente del córner por Cesáreo Onzari (el primer gol olímpico de la historia -en la imagen de la izquierda-) luego igualó Uruguay para, finalmente, Domingo Tarascone marcar, para los nuestros, la diferencia en el tanteador. Y allí sí, Seeber y Casime, tuvieron muchas cosas para contar.

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Los clásicos son partidos especiales. Se juegan más por la gloria de ese momento que por cualquier otra cosa.

(CARLOS MARÍA GARCÍA CAMBÓN, ex futbolista argentino, muy recordado por sus cuatro goles a River Plate, el 3 de Febrero de 1974, defendiendo la casaca de Boca Juniors)

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Los tres palos son como la cárcel de un arquero, pero yo logré escaparme... aunque de vez en cuando me atrapa un policía y me tira un tiro desde mitad de cancha...

(RENÉ HIGUITA, arquero colombiano)

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Graffiti futbolero (Juan Pablo Sorín, ex futbolista argentino)


Se juntaban por una señal en la calle. En la misma calle dónde jugaban cuando eran chicos. No era una reunión formal, no. Ni siquiera se comunicaban vía e-mails o teléfonos.

El que se enteraba del próximo torneo de fútbol 7 debía pintar un grafiti sobre la pared del baldío. Allí, donde habían llevado a sus primeras novias y a la gordita Luisa que les había repartido alegrías, como un payaso de pueblo, a cada uno de ellos. Entonces, el dibujo con aerosoles, alegorías a veces fluorescentes, otras blanco y negro.

En general había una pelota pero eran originales, a veces amorfos y otras infantiles o también ridículos, para qué mentir. Siempre en el Pasaje Sombras, cada mes, había un tipo de 35 años creando imágenes urbanas. Algunos pensaban que era una tribu de arte moderno o artistas sin galerías donde exponer. Sin embargo, era mucho más que eso, significaba volver a la infancia, volver a encontrarse con los viejos amigos.

Parecía un juego, una simple diversión. Pero vale aclarar que ellos no tenían comunicación alguna entre sí. No se veían para comer en la semana o se juntaban en la casa de alguno a ver “Fútbol de Primera” (1). No existieron más relaciones cotidianas luego de aquel torneo final Argentino del ’84. No se volvieron a juntar nunca más. Se perdieron el rastro.

Hubo una pelea determinante que empezó a fragilizar ese lazo entrañable que habían izado entre sus manos. No fue durante la final que ganaron ni durante los partidos previos, no. Fue en la fiesta que organizaron los intendentes de San Timo para los campeones. Ahí vino el lío de polleras, decía el técnico del equipo, un tal Luigi. Que la flaquita es mía y que la “colo” tuya le repetía el Marcio al Pitu.

Pero cuando el alcohol corre en la venas, cuando las miradas son como bifes de chorizo chorreando, no hay leyes. Y no hubo orden ni respeto por aquello que habían acordado en la combi antes de llegar. Se pudrió todo. Volaron las botellas y hasta la gente del lugar, queriendo calmar, se enganchó en el revoleo de trompadas y cabezazos de esos pibes borrachos de la Capital. Fueron en cana. Durmieron con el gusto de la sangre en sus caras, todos separados y sus familias tuvieron que viajar hasta San Timo para rescatarlos del calabozo.

Fue un escándalo en el barrio y todos le apuntaron al Marcio y al Pitu, los galanes sin premio de doncellas, de aquella velada tumultuosa. Entonces empezó el periplo, alguno se marchó del barrio, otro empezó con el estudio y así sus vidas se fueron dividiendo. Que una novia regañona, que el trabajo, que la rutina glotona y tal vez, hasta la ideología fueron diferenciando sus porvenires.

Hasta que un día, veinte años más tarde, coincidieron dos de ellos caminando nostálgicos por ese lugar tan suyo, tan propio, que nunca se perdió, por el Pasaje Sombras. Y tuvieron la idea de juntar al resto. No tenían direcciones y ahora los teléfonos tenían 8 cifras y no 6 como cuando niños. Entonces surgió la idea de un cartel, una señal en ese sitio donde, imaginaron y desearon, que en algún momento todos pasarían. No podía ser un encuentro porque sí, o una cena formal después del antecedente final.

En la ciudad una vez por mes se celebraba un torneo para equipos de 7, en lugares itinerantes, y por el fútbol ninguno diría que no. El Androide pintó el primer grafiti y se abrazó con el Torto que tenía unas ganas locas de jugar y ver a los pibes, de lo que siempre hablaba en su casa con sus tres nenes. Faltaban tres semanas, tiempo suficiente para saber si su amistad había sido tan fuerte, si su fortaleza espiritual aún marcaba sus vidas, si realmente todos harían el esfuerzo en nombre del recuerdo. Dejaron su ilusión librada al destino.

Aquella tarde la temperatura marcaba dos grados y se veía desembarcar de los coches a los integrantes de los equipos inscritos para el torneo.

Estaban casi todos pero faltaban los del equipo “Pasaje Sombras”.

El primero en llegar fue el Marcio con un bolso azul, su pelo virulana como siempre y cara de bueno. Retumbaban las voces del gimnasio y se sentó en el buffet a esperar a su equipo medio descreído ante la mirada de los organizadores. Fueron llegando de a uno y las emociones iban creciendo en la atmósfera.

El Androide inquieto y con arrugas ya; el Torto panzón y alegre; el Loco contando chistes; el Manu pelado y ya cambiado para jugar; el Negro callado pero el más conmocionado de ver al resto, y sobre la hora vestido de traje llegó el Pitu… mirá al muñequito de torta? Gritó el Loco y todos se terminaron de aflojar, se abrazaron mil veces como en un baile a ciegas y se fueron al vestuario a seguir la tradición, como si nunca se hubieran separado. Mientras se cambiaban se observaban como si no se conocieran: ¡20 años, máquina, es mucho tiempo, che!, y apurados por el torneo se decían:

-Mirá lo viejo que estás, y vos la buzarda (2) que tenés papá! Che el Negro va a llorar eh!

El equipo de la niñez saldría a escena otra vez.

Ganaron los primeros dos pero al tercero fueron eliminados por un equipo joven que los mató físicamente. Pero eso fue sólo un detalle, luego de la ducha se metieron en una parrilla a comer. A la cena calló el técnico Luigi con su estómago estropeado y los pelos blancos a cuestas. Chuparon y morfaron como la primera vez, no querían que se terminara nunca esa noche.

Antes del brindis el Loco se paró y dijo tapándose la cara: "Ché, Marcio, como te robó la novia el Pitu ¡¡eh!!" Se hizo un silencio estremecedor… el aire se paralizó, el Torto se lo comió al Loco con la mirada… pero esta vez, mientras el Pitu le pedía perdón a Marcio de rodillas, se cagaron de risa y se volvieron a abrazar y lo obligaron al buitre (3) Pitu a pagar la comida por ser el culpable de tantos años perdidos.

-Che, Androide, gritó el Loco, la próxima hacé un mapita que tu letra es horrible…

Siguieron las anécdotas y las carcajadas. Se hicieron las cuatro. Recordaron jugadas, pibes olvidados, padres pesados, antiguos amores, goles de galera y bastón. Se pusieron al día. Todos cumplieron la promesa de no decir nada en casa y seguir con su clave: los grafiti, que no dejaban huella. Luego se mostraron, orgullosos, las fotos de los hijos.

Tenían los ojos brillosos. Más tarde agarraron los bolsos. El Manu movió la cabeza sin poder creerlo todavía y se perdieron por distintos rumbos. La noche era fría, la niebla comenzaba a subir antes del amanecer.

Notas al pie:
1. Fútbol de Primera: histórico programa de domingo a la noche con el resumen de la jornada. Excelente con amigos y pizza.
2. Buzarda: en el barrio, barriga escandalosa.
3. Buitre: el que le roba la mujer a los demás.

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Esta pequeña anécdota le ocurrió a Ángel Labruna, figura legendaria del fútbol argentino. Labruna fue principalmente un excelente goleador que marcó una época en el River Plate. Su vida está llena de anécdotas y de historias como la que sigue: A los 29 años Labruna enfermó de gravedad y como consecuencia dejó de jugar por seis meses. Al “feo” le habían recetado unos medicamentos equivocados y se le inflamó el hígado provocándole un derrame de bilis. Cómo el mismo dijo, "me salvé de casualidad".
Cuando pasó todo, volvió a la reserva, que se jugaba los jueves. En el periódico "La Razón" publicaron que el jugador estaba tan bajo que lo mejor que podía hacer era 'colgar las botas' (retirarse).
A Labruna le supo tan mal que su amor propio le obligó a trabajar como un loco para volver a ser el que había sido. Gracias a aquella nota en el periódico, Angelito pudo decir: "jugué trece años más en Primera División". Y es que Labruna se retiró a punto de cumplir los cuarenta y dos años.

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Hay algo de masoquismo en el trabajo de entrenador, y también algo de torero, de como si te la jugaras cada domingo.
En veintitantos años he tenido momentos de desazón, ganas de mandarlo todo al garete, pero a veces echo en falta eso: los domingos con tensión. Un técnico joven de Lezama me decía que el fútbol, con entrenamientos sólo, sin domingos, es más bonito. Pero a mí me gusta esa locura.


(JAVIER IRURETA, ex jugador y entrenador español, en Diario "AS" 01/12/09)

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Los entrenadores son formadores de grupos y ordenadores tácticos dentro de la cancha; su incidencia es antes del partido planificando algunos movimientos del rival, organizando marcas y estableciendo prioridades (tanto para atacar como para defender); cuando la pelota empieza a rodar solo queda estar atento para hacer bien los cambios, el resto es cosa juzgada.

(ALFIO "Coco" BASILE, entrenador del Club Atlético Boca Juniors)

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Mi tango a Maradona (Leonel Capitano - Argentina)

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El legendario centrocampista del Inter de Milán Sandro Mazzola se dirigió en cierta ocasión a su entrenador, Helenio Herrera, para pedirle una semana de vacaciones con el objetivo de recuperarse del cansancio acumulado. El míster atendió la súplica de su pupilo con la condición de que marcara tres goles en el próximo partido. Mazzola anotó uno, dos y los tres goles que Herrera le había pedido.
De vuelta al vestuario, el jugador recordó al entrenador que había cumplido con lo pactado y que, por lo tanto, estaría ausente durante unos días. Pero se llevó una desagradable sorpresa: "Ni lo sueñes. Ahora eres el jugador más en forma del equipo. ¿Cómo te voy a dar vacaciones?", dijo Don Helenio.

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Alejandro fue mi primer amigo en Buenos Aires. Nos faltaba ganar la Libertadores, y él lo logró. Primero se dijo que el que sabía era yo. Después, el 'Tolo'. Pero hoy se ve que el que sabía era Sabella, je. Por eso me estoy dedicando a otra cosa.

(DANIEL PASSARELLA, flamante Presidente de River Plate, recordando sus tiempos de entrenador conjuntamente con Alejandro Sabella -actual DT de Estudiantes de La Plata- y Américo Rubén Gallego, entrenador de Independiente de Avellaneda. Diario "Olé" 15/12/09)

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Me gustó el desenvolvimiento de los muchachos.

(CARLOS KIESE, recientemente alejado de la dirección técnica del Club Olimpia, en declaraciones a la radio paraguaya “1º de Marzo”, luego del partido disputado en 2004 contra Cerro Porteño donde el elenco olimpista perdió por 5 a 1)

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Los quince cambios de camiseta más polémicos del fútbol inglés


Con la llegada de Carlos Tévez al Manchester City y el sorprendente fichaje de Michael Owen por el United, la Premier League ha vivido una de las pretemporadas más controvertidas que se recuerdan. Quizá no igualen la convulsión la marcha de Sol Campbell al Arsenal en 2001, pero han servido para recordar algunos los fichajes que más iras han levantado en la historia del fútbol británico.

1. Sol Campbell (Tottenham: 1992-2001 / Arsenal: 2001-2006)
Tras nueve temporadas en White Hart Lane, el central protagonizó la que es considerada por muchos la mayor traición del fútbol inglés. Rechazó renovar por los Spurs y desestimó varias ofertas importantes del extranjero (entre ellas una del FC Barcelona) para firmar por el Arsenal. Ganó dos Premiers y tres FA Cups antes de fichar por el Portsmouth. A partir de este hecho los fans de los "Spurs" lo llaman Judas.

2. Mo Johnston (Celtic: 1984-1987 / Rangers: 1989-1991)
Tras abandonar ‘The Paradise’ y jugar dos temporadas en el Nantes, el escocés decidió no regresar a su equipo de orígen y fichar por el Rangers de Graeme Souness. Un movimiento que no contentó ni a los supporters del Celtic ni a los del Rangers. Los ‘Hoops’ vieron en Johnson un traidor y los protestantes a un católico y seguidor de su eterno rival que rompía las tradiciones y el orgullo de su club.

3. Alan Smith (Leeds: 1998-2004 / Manchester United: 2004-2007)
Más allá de la rivalidad que enfrenta a ambos clubs y que ha dejado a otros grandes traidores entre los que destacan Eric Cantona y Rio Ferdinand, la marcha del delantero de Elland Road rumbo a Old Trafford fue especialmente dolorosa por el momento en que se produjo. Tras confirmarse el descenso del Leeds, Smith abandonó el terreno de juego besando el escudo y jurando fidelidad eterna al equipo de toda su vida aunque fuera en segunda división. Algunas semanas más tarde cerraba su traspaso al United por unos 7 millones de libras.
Alan Smith juró fidelidad eterna al Leeds y fichó por el Manchester United tiempo más tarde.

4. Ashley Cole (Arsenal: 2000-2006 / Chelsea: 2006)
El lateral flirteó con el club de Stamford Bridge en varias ocasiones durante su estancia en los ‘Gunners’ hasta que en 2006 se enfundó la camiseta azul. La prensa desveló las reuniones secretas con la directiva del Chelsea que levantaron las iras de los seguidores del Arsenal. Cole aceptó una oferta que doblaba su salario y selló su traspaso por 5 millones de libras y el pase de William Gallas al conjunto de Ársene Wenger.

5. George Graham (Arsenal: 1986-1995 / Tottenham: 1998-2001)
Vía Leeds (1996-98), el ex jugador y técnico ‘Gunner’ firmó por el eterno rival en 1998. El escocés no pudo llevar al Tottenham donde si llevó al Arsenal a lo largo de las nueve temporadas en las que se sentó en el banquillo de Highbury, pese a conquistar la Copa de la Liga en 1999. Con los cañoneros logró dos ligas (1989 y 91), una FA Cup (93), dos Copas de la Liga (87 y 93) y la Recopa de 1994. En su etapa como jugador del Arsenal entre 1966 y 1972 sumó tres títulos más.

6. Lee Clark (Newcastle: 1990-1997: / Sunderland: 1997-1999)
Tras siete temporadas en St. James’ Park el centrocampista jugó durante dos temporadas en el gran rival de los ‘Magpies’, el Sunderland. Pero en la final de la FA Cup de 1999 entre el Newcastle y el Manchester United apareció fotografiado junto a unos supporters de los Urracas con una camiseta con el slogan “Sad Mackem Bastards”. (Mackem es un término que se refiere al acento de los habitantes de Sunderland). Lógicamente no volvió a jugar nunca con los ‘Black Cats’. Firmó por el Fulham y en 2005 volvió a ‘su’ Newcastle.

7. Pat Jennings (Tottenham: 1964-1977 / Arsenal: 1977-1985)
Después de 13 temporadas y 591 partidos, los ‘Spurs’ decidieron traspasar al guardameta norirlandés al Arsenal, el gran rival, considerando que el fin de su carrera estaba cerca. Pero Jennings aguantó a gran nivel hasta los 40 y llevó a los ‘Gunners’ a la conquista de la FA Cup de 1979. Hasta Sol Campbell, en 2001, fue el último jugador que abandonó el Tottenham para recalar en el Arsenal.

8. Nick Barmby (Everton: 1996-2000 / Liverpool: 2000-2002)
Tras seis temporadas en Goodison, el delantero se convirtió en el primer jugador en cruzar Stanley Park rumbo a Anfield desde que lo hiciera Dave Hickson en 1959. Unos años después el portugués Abel Xavier seguiría el mismo camino que Barmby y se convertiría en el último jugador que ha defendido ambas camisetas.

9. Harry Redknapp (Portsmouth: 2002-2004 / Southampton: 2004-2005 / Portsmouth: 2005-2008)
El longevo técnico no ha tenido problemas en sentarse en ambos banquillos en reiteradas ocasiones. En 2002 se hizo cargo del ‘Pompey’ y logró llevarlo a la Premier League en su primera temporada. En 2004 la falta de entendimiento con el propietario del club, Milan Mandaric, acabó con su salida del equipo en diciembre, rumbo al Southampton, el gran rival. Pero Redknapp no puedo evitar el descenso de los ‘Saints’ que abandonaron la máxima categoría tras 27 años. Sin embargo, permaneció en el equipo durante los primeros meses en el Championship hasta que, de nuevo, sus malas relaciones con la cúpula del equipo forzaron su salida. Paradójicamente, de vuelta al Portsmouth. Con la conquista de la FA Cup de 2008, la afición del ‘Pompey’ pareció perdonarle definitivamente, pero su espantada para fichar por el Tottenham en octubre del año pasado acabó por colgarle la etiqueta de traidor en Fratton Park de forma definitiva.
Los aficionados del Portsmouth no guardan un buen recuerdo de Redknapp pese a los éxitos.

10. Peter Beardsley (Liverpool: 1987-1991 / Everton: 1991-1993)
Tras triunfar en el Liverpool, el pequeño delantero firmó por los ‘Toffess’ en 1991 por un millón de libras. Hasta la fecha el traspaso más caro entre ambos clubs. Sin embargo, Beardsley no despertó las antipatías de los seguidores ‘Reds’ que culparon al club de su marcha. Durante sus dos años en Goodison Park se convirtió junto a David Johnson en uno de los dos únicos jugadores capaz de marcar en el Merseyside derby con ambas camisetas.

11. Paul Ince (West Ham: 1984-1989 / Manchester United: 1989-1995)
La afición ‘Hammer’ nunca perdonará al centrocampista por fotografiarse con una camiseta del Manchester United siendo todavía jugador del West Ham. Una falta de respeto al club en el que se formó que todavía se recuerda en Upton Park. Ince tampoco tuvo inconvenientes en fichar por el Liverpool en su vuelta a la Premier en 1997 pese a haber jugado con anterioridad en los ‘Red Devils’ durante seis temporadas.

12. Denis Law (Manchester United: 1962-1973 / Manchester City: 1973-1974)
Uno de los jugadores más grandes de la historia de los ‘Diablos Rojos’ jugó el último año de su carrera deportiva en el gran rival ciudadano, el City. El escocés ya había formado parte de los ‘Sky Blues’ la temporada 60-61 en la que llegó procedente del Huddersfield Town en el traspaso más caro de la historia del fútbol británico: 55.000 libras. Un año más tarde, Law firmaba por el Torino con el que realizó una buena temporada pero en la que no se adaptó al estilo de vida italiano. Su vuelta a Inglaterra era inevitable y lo hizo con otro traspaso récord de 115.000 libras que le llevó a Old Trafford. En el último partido de su carrera en 1974, el delantero marcó un gol ante el United que no celebró al creer que suponía el descenso del equipo con el que se hizo grande. Law fue sustituido inmediatamente y abandonó el campo cabizbajo, pero lo que no sabía era que sin aquel gol el United habría descendido de todas formas. Denis Law finalizó su carrera en el Manchester City.

13. Kenny Miller (Rangers: 2000-2002 / Celtic: 2006-2007 / Rangers: 2008-2009)
El delantero de Edimburgo no ha tenido ningún tipo de reparo en vestir las dos camisetas de los conjuntos que protagonizan el eterno derby de Glasgow. El más caliente del fútbol británico. Miller jugó en el Rangers la temporada 2000-01, antes de dar el primer salto al fútbol inglés para incorporarse a los ‘Wolves’, en los que jugó cuatro temporadas y media. En el año 2006 volvió a Escocia para jugar en el Celtic, pero tras una sola temporada con los ‘Hoops’ probó de nuevo suerte en Inglaterra, en esta ocasión la camiseta del Derby County. Tras una temporada para olvidar, fichó por el Rangers el pasado verano.

14. Billy Bonds (West Ham: 1967-1994 / Millwall: 1997-1998)
Leyenda en el West Ham, con el que jugó desde 1967 hasta 1988, se sentó en el banquillo de Upton Park entre 1990 y 1994 para suceder a Lou Macari. Logró el ascenso en la campaña 90-91, no pudo mantener el equipo en la máxima categoría la temporada siguiente, pero en 1993 devolvió a los ‘Hammers’ a la ya creada Premier League. En 1994 fue sustituido por Harry Redknapp y su carrera como técnico se prolongó por Queens Park Rangers y Reading antes de recalar en el Millwall en 1997. Los ‘Lions’ y el West Ham protagonizan una de las rivalidades más calientes de Inglaterra que ha dejado tras de sí, incluso, alguna película como Green Street Hooligans (2005) dirigida por Lexi Alexander y protagonizada por Elijah Wood.

15. Gordon Durie (Chelsea: 1986-1991 / Tottenham: 1991-1993)
En 1991, el escocés decidió abandonar el Chelsea, según afirmó, para estar cerca de su familia en Escocia…. pero fichó por el Tottenham. Años más tarde sí que acabaría cumpliendo su deseo y firmaría por el Glasgow Rangers, antes de retirarse en 2001 con la camiseta del Hearts.

(tomado del blog “Premier Football”)

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El gol de un Dios con cara de niño


Allá donde se cruzan los caminos, que diría Sabina, irrumpió Ronaldo Nazário de Lima. El Santiago Bernabéu rugió como un tigre de Bengala nada más verle saltar a su alfombra mágica. 80.000 almas intuían que algo grande iba a pasar. Su imponente estampa, su sonrisa profiden, su instinto básico ante el gol... Todo se guionizó como si fuese un cuento de hadas en el que Ronaldo se coronó como ese príncipe capaz de hacer feliz a un pueblo entero, sin distinguir entre ricos y pobres. El 6 de Octubre de 2002 quedará inmortalizado por ser el domingo de gloria en el que Ronaldo tuvo el privilegio de debutar con la sagrada camiseta del Real Madrid como sólo lo hacen los elegidos: con una actuación majestuosa. Le bastaron sesenta y un segundos para tapar las bocas de los que hablaban de que el suyo era un fichaje de márketing y sólo para vender camisetas. Su primera intervención la hubiese firmado Maradona. Magnífico control de pelota con el pecho, sangre helada para programar el disparo y volea picada a la escuadra de Dutruel. Gol de crack. Gol del mejor nueve del mundo. El Bernabéu estalló, fue un río de ilusiones satisfechas y Ronaldo sonrió de nuevo y se olvidó para siempre de Cúper y de su infierno italiano. Ya lo escribió Valdano: “Ronaldo es Dios con cara de niño”. Florentino ahí tienes tu obra: Zidane, Figo y Ronaldo. Disfrútalo. El que siembra, recoge. ¡Y qué cosecha!

(TOMÁS RONCERO, periodista español, en Diario “AS” -07/10/2002-)

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¿Y Jorge Fossati lo quiso hacer echar a usted de Tenfield?

Alguien vino y me chimentó: Mirá Julio, que hubo una charla y Fossati dijo tal cosa. Después los datos que me llegaron fueron que, en un momento de calentura, se había quejado de que yo estaba diciendo determinadas cosas. Después yo tuve una charla con él de cuatro horas en la que se aclararon las cosas.

(JULIO RÍOS, periodista deportivo uruguayo (en la imagen), y un recordado momento con el ex DT de Uruguay, 27 de Abril de 2005)

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Fuera del campo Cruyff era un chaval muy enclenque. Pero sobre el terreno de juego era como de otro planeta.

(RINUS MICHELS [1928-2005], entrenador de Johan Cruyff en el Ajax, Barcelona y en la selección holandesa)

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Tanta pasión para nada -La paradoja de Djukic- (Julio Llamazares - España)


Cuando recogió el balón, Djukic se acordó de lo que su mujer le había dicho aquella tarde; parecía como si se lo hubiese profetizado. Si acaso, le había dicho Ceca, no se te ocurra tirar un penalty.

Como cada domingo, Ceca estaba más preocupada que él. A decir verdad, él nunca se ponía nervioso, al menos no especialmente {sobre todo si se comparaba con algunos compañeros); era ella la que se ponía nerviosa por él, a veces desde varios días antes. Pero, aquel día, su equipo, el Deportivo de La Coruña, en el que jugaba por tercer año consecutivo tras su marcha del fútbol yugoslavo, se enfrentaba al partido más importante de toda su historia: se jugaba a una carta la Liga que durante toda la temporada había tenido en la mano.

Hasta seis puntos habían llegado a sacarle de ventaja al Barcelona, su perseguidor más inmediato, ventaja que habían ido perdiendo, sin embargo, en los últimos partidos, sin duda por la presión, hasta el extremo de llegar a la última jornada igualados a puntos al frente de la tabla; aunque al Depor le bastaba con ganar: a igualdad de puntos, le daría el título -el primero de su historia- su mejor gol average particular. Por eso, aquella semana, los jugadores del Deportivo, Djukic incluido, la habían vivido en medio de una gran tensión y, por eso, aquella tarde, cuando su mujer le llamó, como todos los días de partido, al hotel de concentración para desearle suerte, le dijo muy preocupada: si acaso, no se te ocurra tirar un penalty.

Cuando Ceca se lo dijo, Djukic -lo recordaba ahora- se había echado a reír. Le había hecho tanta gracia la cariñosa advertencia de Ceca, siempre tan temerosa, siempre tan preocupada por él, que se había echado a reír como hacía cuando su madre le decía de pequeño, allá, en Stitar (qué lejos estaba ahora), que no tirase muy fuerte no fuese a hacerle daño al portero.

Cuando Ceca le dijo lo del penalty, él ni siquiera había pensado en aquella posibilidad y, además, Djukic sabía que, en el caso de que se produjera (cosa bastante improbable teniendo en cuenta las circunstancias de aquel partido), el encargado de tirarlo, era Donato. El sólo tendría que hacerlo en el supuesto también bastante improbable de que Donato no estuviese en condiciones o en el campo (hasta el partido anterior, cuando Bebeto falló su segunda pena máxima en un mes, incluso habría sido el tercero, después de los dos brasileños, en el orden de los lanzadores).

Fue lo primero en lo que pensó cuando, a falta de un minuto para el final del partido y con el marcador a cero, el árbitro pitó penalty. Hacía dos minutos que en Barcelona había acabado el partido (con victoria del Barcelona) y, en ese instante, éste era el campeón de Liga. En Riazor, entre tanto, el partido había ido transcurriendo sin que el Coruña, hecho un manojo de nervios, fuese capaz de batir la portería Valencia que, por lo que se entregaban y corrían sus jugadores, que no se jugaban nada en aquel partido, estaba claro que había venido primado, y los presentimientos peores de las vísperas estaban a punto de consumarse. Lo que los más pesimistas habían augurado: que el Deportivo no tenía mentalidad de campeón, que al final le podría la presión, que La Coruña y toda Galicia sufrirían la peor decepción de su historia deportiva, etcétera, se estaba cumpliendo.

El Barcelona era ya el campeón de Liga. Quedaba sólo un minuto -más lo que añadiese el árbitro- para que se produjese el milagro y se produjo. Llegó el milagro cuando ya nadie en el campo ni en las gradas lo esperaba; en el campo, porque, los jugadores del Deportivo, aunque seguían intentándolo, ya apenas tenían fuerzas para correr (alguno, incluso, como Bebeto, renqueaba por el césped con calambres en las piernas) y, en las gradas, porque los aficionados, al principio tan bulliciosos, tan convencidos de la victoria, habían enmudecido, aunque siguieran en sus asientos contemplando impotentes la tragedia que se cernía sobre su estadio.

Pero, de repente, un delantero deportivista, quizá Fran, quizá Bebeto (con la tensión del momento y desde su posición en el campo, Djukic ni siquiera pudo ver quién había sido), se internó decidido en el área del Valencia, regateó a un defensor, el defensa le zancadilleó y, ante el asombro de todos los que seguían el partido con el corazón en un puño desde todos los puntos de España y de Yugoslavia (los de Yugoslavia por culpa de él), el árbitro pitó penalty.

El campo se vino abajo. Los graderíos de Riazor, hasta esos momentos mudos, estallaron en un griterío como Djukic no había oído nunca antes; y eso que en Yugoslavia los aficionados al fútbol también gritaban lo suyo. A lo lejos, en el área del Valencia, los jugadores valencianistas rodeaban al árbitro protestándole el penalty -que, por cierto, había sido muy claro-, pero Djukic sólo oía el inmenso griterío que recorría el estadio. Penalty. Era verdad. El árbitro lo había pitado.

Algunos jugadores del Deportivo se llevaban las manos a la cabeza sin acabar de creérselo. Otros, como Liaño, el portero, se santiguaban. Aunque parecía imposible, el milagro se había consumado.

Mejor dicho: se podía consumar. El árbitro había pitado penalty, pero el penalty aún había que meterlo. ¡Ya ver quién era el guapo que lo tiraba en aquellas circunstancias! Fue Justo en ese momento, cuando calibró aquel trance, cuando Djukic se dio cuenta de que Donato no estaba ya en el campo. Hacía quince minutos que Arsenio le había sustituido por Alfredo jugándose a la desesperada la carta del ataque. Cuando el entrenador hizo el cambio, Djukic ni siquiera se fijó en él, entregado como estaba, igual que sus compañeros, a la difícil tarea de levantar el partido -un partido que se les escapaba-, pero ahora se daba cuenta de lo que suponía: que era él, precisamente él, el señalado por el destino para tirar el penalty.

De hecho, sus compañeros ya le buscaban con la mirada y, desde el banquillo, todos: Arsenio, el médico, el masajista, hasta los jugadores reservas -entre los que divisó a Donato-, le hacían gestos histéricos para que se dirigiera hacia la otra área. A Djukic le pareció que todo el estadio se apoyaba de repente sobre él.

Pese a ello, reaccionó con entereza. Aunque ninguno seguramente tan trascendental como aquél, a lo largo de su vida deportiva ya había vivido muchos momentos difíciles. Como cuando debutó en Primera (con el Rad de Belgrado, allá, en su país) o como cuando, con el Deportivo, consiguió el ascenso a la Primera División española en un final agónico en el que hubo hasta un incendio en los graderíos, en su primera temporada en el fútbol español.

Eso sin contar los que la otra vida, la de verdad, le había dado: el día que decidió dedicarse al fútbol abandonando el trabajo que tenía entonces y contra la voluntad de su padre, que prácticamente le echó de casa, el de su boda con Ceca -a la que conoció por aquella época-, el nacimiento de sus dos hijos (los seres que más quería) o la muerte de su hermano Milosav en accidente de tráfico.

Mientras cruzaba el campo entre el griterío del público y las palabras de ánimo de sus compañeros, que le daban consejos distintos y hasta enfrentados (¡por arriba!, ¡por abajo!, ¡a romper!, ¡colócala!, ¡vamos, Yuka! ...), Yuka, como le llamaban todos en La Coruña, quizá porque era más fácil, recordó el largo camino que había recorrido hasta ese instante, desde cuando jugaba en los prados de Stitar con los otros chicos del pueblo (todos más altos que él) hasta que fichó por el Deportivo buscando ganar dinero y huyendo de la guerra que asolaba su país.

En medio, perdidos entre las brumas del tiempo y de la distancia, quedaban los balones que su padre le pinchaba para que estudiara en vez de estar todo el día jugando al fútbol (y que él reponía en seguida con el dinero que ahorraba); la bicicleta que aquél, chatarrero de oficio, le fabricó, sin embargo, con trozos de bicis viejas para que pudiera ir a entrenar cada día a Savac, la capital de la región, por cuyo primer equipo -el Macva, de Segunda División- ya había fichado; su primera decepción y su abandono del fútbol tras su fracaso en el Macva; su trabajo posterior, como palista en la estación del ferrocarril, trabajo que alternaba por las tardes con los entrenamientos del Zeleznikar, el otro equipo de Savac, al que le llevó Milinkovic, un jugador de su pueblo que había jugado en Primera, a cambio precisamente de aquel trabajo; su triunfo en el Zeleznikar y su vuelta al Macva -ahora ya como profesional- o, en fin, el primer dinero serio que ganó jugando al fútbol cuando, dos años más tarde, le fichó el Rad de Belgrado: dos millones y medio de pesetas con los que se compró su primer coche y amuebló la casa que su hermano Milosav le había hecho en Stitar.

Djukic todavía recordaba algunas veces -ahora con una sonrisa- el viaje en tren de regreso a SAVAK comentando con Ceca, con la que se acababa de casar, si les daría tiempo en toda su vida de gastar todo el dinero que acababan de pagarles. La verdad es que la suya no había sido una carrera fácil. Al contrario que otros, desde que empezó en el fútbol, todo lo había logrado a base de mucho esfuerzo; nadie le regaló nada. Aunque siempre, sin embargo -pensaba Djukic ahora mientras se acercaba al área-, había tenido suerte en los momentos cruciales.

Parecía como si una estrella lo iluminase. Si no, ¿cómo se explicaba el hecho de que siempre hubiese acertado en las decisiones más importantes, esas que determinan la vida de una persona, o que, en los momentos bajos, cuando todo le iba mal, algo o alguien le empujaran a seguir hacia adelante? Le pasó cuando Milinkovic le llevó a jugar al Zeleznikar (cuando él ya había decidido dejar el fútbol) o cuando Juan Ballesta, el ayudante de Arsenio en el Deportivo, le fue a buscar a su casa. En este caso, además, el azar ayudó también. Ballesta, por lo que él supo luego; había viajado a Belgrado para espiar al Estrella Roja y al Partizán (el Deportivo andaba buscando un líbero), pero, como se aburría en la ciudad, se fue a ver jugar al Rad, que jugaba sus partidos los sábados por la noche para no coincidir con los de aquellos.

Ese día, Djukic hizo uno de sus mejores partidos. Es más: tuvo hasta la buena suerte de debutar como líbero (hasta entonces, lo hacía siempre de pivote) en sustitución del líbero titular, que atravesaba una mala racha. Ballesta quedó tan impresionado que no sólo se olvidó del Estrella Roja y el Partizán, que eran los dos equipos que había ido a ver, sino que se quedó dos semanas más en Belgrado para seguir a Djukic, quien, por su parte, ni siquiera sabía que alguien le estaba espiando. Lo supo a los pocos días, cuando Ballesta se presentó en su casa para ofrecerle fichar por el Deportivo de La Coruña, una ciudad y un equipo que Djukic oía nombrar por vez primera en su vida; ni siquiera sabía casi dónde quedaba España en el mapa.

De hecho, rechazó en un principio la oferta (tenía ya otras de equipos más importantes, como el Paris Saint-Germain francés o el Standard de Lieja belga) e incluso se escondía cuando veía el coche del ojeador español aparcado ante su casa para no tener que hablar con él. Aunque, al final, acabó aceptando: quería ganar dinero y las ofertas de aquellos no terminaban de concretarse. Si entonces -pensaba Djukic ahora- el azar y su buena estrella le iluminaron (desde que llegó al Deportivo todo habían sido éxitos), ¿por qué no habrían de hacerlo ahora que se enfrentaba al momento de su vida deportiva posiblemente más importante?

Cuando el árbitro le dio el balón (le miró, por cierto, un instante, como si le compadeciera), Djukic ya estaba decidido a tirar aquel penalty. No tenía, además, otra elección. Podía, ciertamente, todavía echarse atrás (otro, en su situación, quizá lo hubiera pensado) y pasarle la responsabilidad a otro compañero, a Bebeto, por ejemplo, que para algo era la estrella del equipo y el que más dinero cobraba, pero Djukic no era de los que se arrugaban. Desde que jugaba en Savac con apenas quince años, era de los que siempre daban la cara. Y, además, sus compañeros nunca se lo hubiesen perdonado. Como tampoco -pensó- le perdonarían en el caso de que fallase.

Cogió el balón y lo apretó con las manos. Lo hacía siempre en esos casos, como para asegurarse de que tenía aire. Aunque al que le faltaba el aire era a él.

Sentía como si el pecho se le estuviese cerrando. A su lado, un compañero le daba todavía algún último consejo (¡por abajo, junto al palo!, ¡Vamos, Yuka!...) y el árbitro le decía lo que siempre dicen los árbitros en esos casos: que no hiciese nada extraño, que no se detuviera a mitad de su carrera, que esperase a tirar a que él pitase..., pero él no les oía.

Ni siquiera oía ya el griterío del público, que se había ido apagando poco a poco, a medida que el instante decisivo se acercaba. Djukic sólo oía ya el palpitar de su corazón y el zumbido entrecortado de su respiración ahogada. Fue la primera prueba que tuvo de que estaba más nervioso de la cuenta.

Intentó recobrar la calma. Respiró hondo buscando aire y sintió cómo éste se agolpaba en su diafragma. No podía llegar a los pulmones; era como si aquél se le hubiese bloqueado. Djukic volvió a intentarlo.

Posó el balón en el suelo, en el punto de penalty, y retrocedió unos pasos. Frente a él, a mitad de camino entre el penalty y la portería, el árbitro le daba ahora las advertencias correspondientes al portero del Valencia (por primera vez en todo el partido, Djukic se fijó en él; hasta entonces, sólo se había fijado en que llevaba un jersey azul) e imaginó, para consolarse, que a éste tampoco le llegaría el aire hasta los pulmones, porque estaría tan nervioso como él en ese instante. La suposición no bastó para tranquilizarle, pero sí al menos para que comenzase a pensar en el penalty. Hasta entonces, había sopesado una por una todas las circunstancias de aquel momento, pero no en cómo iba a tirarlo.

A veces, en los entrenamientos -recordó Djukic entonces- él y sus compañeros habían imaginado aquella posibilidad como un juego, como una hipótesis tan lejana que incluso se divertían imaginándola: último minuto de un partido, empate a cero o a goles y el árbitro pita un penalty. ¿Quién lo tira? ¿y cómo? Djukic y sus compañeros (del Deportivo de La Coruña y de todos los equipos en que había jugado antes) lo habían imaginado muchas veces, siempre como una posibilidad, pero ahora aquella hipótesis no era una posibilidad, y mucho menos un juego. Ahora, la hipótesis de los entrenamientos se había hecho realidad y en las peores circunstancias en las que podía darse: en el último minuto del último partido de una Liga que se jugaba precisamente en aquel penalty.

Djukic, en esos casos -recordó entonces también-, era el primero en tirarlo. Le gustaba tirar penaltys porque era la única manera que tenía de recordar sus tiempos del Macva, y antes aún: de los partidos con el equipo del pueblo, cuando, por su pequeña estatura, jugaba de delantero. Hasta los quince años, de hecho, era tan diminuto que la gente iba a mirarlo, admirada de ver a aquel chiquillo que volvía locos a los contrarios pese a que a algunos de ellos apenas les llegaba a la cintura. Pero, a los quince años, estando ya en el Macva, Djukic empezó a crecer (en un año solamente creció 20 centímetros) y los entrenadores comenzaron a retrasarle, primero al centro del campo y luego ya a la defensa, para aprovechar su estatura y su poderío físico ante los delanteros contrarios. Pero él siempre prefirió el juego de ataque.

Le gustaba coger el balón, bien del portero o bien de algún compañero, que se lo pasaban para que lo jugara, y, con su depurada técnica, cruzar el campo con él hasta la portería contraria regateando a cuantos le salían al paso; lo cual le había causado más de una bronca de sus entrenadores, que veían con temor cómo arriesgaba el balón y cómo dejaba huecos a sus espaldas (Arsenio, incluso, le había prohibido pasar del medio campo), aunque su natural instinto le llevara a repetir sus arrancadas en cuanto se le presentaba otra oportunidad. Por eso, le gustaba subir a rematar los córners (a lo que sí estaba autorizado) y, por eso, en los entrenamientos, era el primero en tirar los penaltys. Lo hacía siempre muy suave, a la izquierda o a la derecha, colocando el balón y engañando al portero con la mirada.

Pero ahora era distinto. Ahora se estaba jugando el futuro de la Liga y de su equipo (por no hablar del suyo propio) y no era momento para florituras. Era mejor tirar a romper, olvidarse de la técnica y de lo que decía su madre y pegarle al balón con todas sus fuerzas para asegurarse al menos que nadie le diría nada. Porque, si el balón entraba, nadie se iba a fijar en si iba bien o mal tirado (lo importante es que había entrado) y, si no, daría lo mismo: la decepción iba a ser tan grande que durante toda su vida la seguiría recordando. Pero, al menos, nadie podría decirle que la había provocado él por quererse lucir en aquel trance.

No le dio tiempo a seguir pensando. De repente, Djukic oyó el silbato del árbitro y comprendió con angustia que el momento decisivo había llegado. Frente a él, la mancha azul del portero llenaba toda la portería (que hasta entonces le había parecido inmensa: siempre pasaba lo mismo) y a su lado ya no vio a nadie. Sólo otra mancha -la mancha negra del árbitro-, que esperaba también a su derecha, junto a la raya del área. Los demás: los jugadores de ambos equipos, el público, hasta los policías y los fotógrafos que hasta ese instante se amontonaban por centenares detrás de la portería habían desaparecido. En el estadio de Riazor -y en el mundo- sólo estaban ya él, el portero y el árbitro.

Djukic comenzó a correr sin saber todavía cómo tirar el penalty. Ya no podía pensar; ya era tarde para todo. Le dio al balón sin mirarlo, como si le pegara al aire (el aire que a él le faltaba), y durante unos segundos, que a él le parecieron eternos, larguísimos, interminables, miró cómo se alejaba en dirección a la portería donde la mancha azul del portero comenzaba lentamente a desplazarse. Ni siquiera vio adónde iba; no vio cómo lo paraba. Sólo vio que, de repente, el campo volvió a rugir, después de varios segundos mudo, y el portero del Valencia, que había vuelto a levantarse, comenzaba a correr ya dar saltos de alegría mientras sus compañeros de equipo corrían a abrazarlo. Había parado el penalty.

Los compañeros de Djukic tardaron más en hacer lo mismo con él, pero él ni llegó a enterarse. Arrodillado en el césped, como un boxeador caído, sólo pensaba en huir de allí mientras se repetía a sí mismo, como cuando se mató su hermano, lo que su padre solía decir de la vida cuando la vida le golpeaba: tanta pasión para nada.

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¿Qué le llevó a escribir un cuento sobre el fatídico penalti de Djukic en Riazor frente al Valencia?

El fútbol es un drama. En abstracto puede resultar absurdo. Son veintidós señores en pantalón corto detrás de un trozo de cuero cosido. No deja de ser la prehistoria de la humanidad. Sin embargo, cuando adquiere determinados componentes puede ser una tragedia. Cuando me pidieron un cuento, me vino a la cabeza esta historia. Parece un guión de una película de John Huston. El protagonista, en el último segundo del último partido de la liga tiene que tirar un penalti del que depende, no sólo ganar el partido, sino el primer campeonato de un equipo gallego en la historia. De la patada de un chico yugoslavo que hacía unos meses no sabía ni donde estaba Coruña, dependía el destino futbolístico de Galicia y de Breogán y lo falló. Aquella cara, tras el fallo del penalti, se me quedó grabada.

(JULIO LLAMAZARES, escritor español, autor del cuento que aparece arriba de este post)

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El individualismo es el principal vicio del jugador argentino.

(OSVALDO ZUBELDÍA [1927-1982], recordado entrenador argentino)

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Siempre recordaré la Copa del Mundo de 1958, cuando pude certificar la importancia de Zagallo. De la misma forma que servía un pase gol, volvía para ayudar a la defensa. Fue un ejemplo de combatividad, inteligencia y personalidad. Aunque era pequeño y flaco, era único, un verdadero tractor.

(JOAO HAVELANGE, ex Presidente de la FIFA, opinando sobre el entrenador brasileño y Campeón del Mundo, como jugador en Suecia 1958, Mario "Lobo" Zagallo)

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Adrián Palmas (Argentina)

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Tempus fugit (Miguel D'Ors - España)


Lo dijeron Horacio y el Barroco:
cada hora nos va acercando un poco
más al negro cuchillo de la Parca.
¿Qué es esta vida sino un breve sueño?

Hoy lo repite, a su manera, el Marca:
en Junio se retira Butragueño.

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El día 6 de Marzo de 1962 se despedía de la afición el portero más emblemático de toda la historia azulgrana: Antoni Ramallets i Simón, más conocido como Ramallets.
Aquel día participaron muchos deportistas que habían compartido vestuario con el mítico portero y las autoridades políticas, tanto nacionales como provinciales.
El Camp Nou se llenó como en las grandes tardes de fútbol y se pactaron dos partidos. El primero entre la Selección de España, compuesta por jugadores ya retirados de la práctica activa del fútbol, y un equipo de "Les Cinc Copes" que finalmente se impondría por 3 a 2. En este partido jugarían:

Barcelona: Velasco, Seguer, Biosca, Calvet (Navarro III), Gonzalvo III, Flotats, Basora, César, Aloy, Moreno (Colino) y Manchón (Rueda).
Selección de España: Eizaguirre (Quique), Alonso (Babot), Parra, Asensi (Navarro I), Pasieguito, Puchades (Alonso), Iriondo (Juncosa), Venancio (Hernández), Zarra (Arcas), Pañizo (Taltavull) y Gaínza.
Goles: 1-0 Gonzalvo, 2-0 Rueda, 3-0 Aloy, 3-1 Pasieguito (p), 3-2 Hernández.

Como colofón hubo un partido que el FC Barcelona ganó al SV Hamburgo por 5 tantos a 1. Las alineaciones fueron las siguientes:

Barcelona: Ramallets (Sadurní), Benítez, Gensana (Rodri), Chicao (Olivella), Segarra (Marañón), Garay (Vergés), Zaballa (Pereda), Evaristo, Martínez, Seminario (Villaverde) y Villaverde (Vicente).
Hamburgo: Schnoor, Krug, Meinke, Jughun, Werner, D. Seeler, Dehn. Neisner, U. Seeler, Dahre y Doerfel.
Goles: Eulogio Martinez, Evaristo (2), Vicente y Verges.

En el intermedio, se le impuso al portero la Medalla al Merito Deportivo. Ramallets, que tenía 38 años, hizo vibrar el Camp Nou con sus intervenciones, especialmente una increíble parada al delantero alemán Uwe Seeler.
Años después, el 11 de Marzo de 2008, recibe un nuevo homenaje cuando recibe la llave de Barcelona de manos del ex Presidente del FC Barcelona, Joan Gaspart.
Ramallets se consagró definitivamente en el Mundial de 1950 que se celebró en Brasil. En este Mundial la selección española obtuvo la mejor clasificación de su historia.
El portero azulgrana era conocido como el "gato de Maracaná" por su gran agilidad y por la extraordinaria actuación que realizó en el estadio brasileño.

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Pocos jugadores sabían abrir espacios como lo hacía Tostao.

(DIDÍ, ex jugador y entrenador brasileño, opinando sobre el Campeón Mundial en México 1970)

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El entrenador no debería ser cómplice de un sistema que se lo devora ante dos malos resultados; si renuncia, está alimentando el sistema.

(ROBERTO PERFUMO, ex jugador, entrenador y psicólogo social argentino)

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La mentira de la vejez (Germán Kijel - Argentina)


Norbeto Ubaldo Mumope de Lalou tenía 68 años el día de su retiro definitivo, fue un 3 de Mayo de 1964, en una oscura cancha de Ezeiza, cuando "El padre", como lo apodaban con cariño sus compañeros, dejó la práctica activa del fútbol.

Debutó en 1913 en el viejo patio donde entrenaban los héroes de Alumni, jugando un partido contra el Lomas Athletic Club, pero en realidad nadie lo recuerda por sus hazañas deportivas; sino que, "El padre" Mumope es recordado por sus sabios consejos.

Cuando "El Bambino" Alfio Salvador Tierratriste tuvo que debutar en Defensores de Belgrano allá por 1955, él lo llamó a un costado, mientras precalentaban en el vestuario, y le hizo una revelación, que quedó marcada en la memoria del novato por el resto de sus días: "No te calentés pibe, dejalos que corran, que nos hagan los primeros dos goles, total el dos a cero es el mejor resultado".

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John Tate [1955-1998], un yanqui campeón mundial de boxeo, vino para un aniversario de la revista "El Gráfico" en 1979. Había que juntarlo con Maradona para la tapa.
No pudimos hablar con Diego, entonces fuimos a la cancha. No me dejaban pasar. “¿Usted cree que este negro de dos metros se va a querer colar*?”, le pregunto al guarda.
Al final aparecí en el campo de juego, corriendo a Diego mientras hacía calentamiento. El Negro no tenía idea quién era Diego. Hicimos la foto. Soy de los pocos que pueden decir: “Corrí a Maradona por toda la cancha… y lo agarré”.

(CARLOS IRUSTA, periodista deportivo argentino, especialista en boxeo)

Glosario
* Colarse: Ingresar sin entrada a un espectáculo

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La forma de jugar de esos maravillosos artistas era fácil, tan fácil que parecía un sueño. Esa clase de fútbol es la que hace ver a los equipos británicos como de segunda clase.

(Titular del diario británico "THE DAILY HERALD" del 19 de Mayo de 1960 tras la Final de la Copa de Europa ganada por el Real Madrid al Eintracht Frankfurt por 7 a 3 el día anterior en el Hampden Park de Glasgow, Escocia, ante 135.000 espectadores)

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Contento por mi debut, lo hice bien y por suerte pude lesionar a Francescoli.

(LUIS “Chiqui” CHAVARRÍA, ex futbolista chileno, participó en las Eliminatorias de Francia 1998, concretamente en un partido entre Chile y Uruguay, que finalizó con victoria para Chile por 1 a 0 y en el que lesionó al crack oriental)

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Maradona Blues (Charly García - Argentina)

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Los veteranos hinchas de fútbol que suman recuerdos de aquellos campeonatos en donde ir a la cancha era una fiesta y no un riesgo (aunque perder siempre dejó un sabor amargo, pero no una imagen de catástrofe) en las charlas de café rememoran inolvidables escenografías domingueras.
Queda el recuerdo de cuando, por ejemplo, Independiente salía a la cancha mientras en los parlantes se escuchaba el himno del club:

"Somos los de Independiente
de pierna fuerte y templada
guapos para una jornada
dignos de un team muy valiente."

o cuando previo a un partido, y en el entretiempo, las publicidades más comunes estaban hechas con canciones como:

"Si su piloto no es Aguamar
no es impermeable
se lo puedo asegurar",

ó

"venga del aire o del sol
del vino o de la cerveza
cualquier dolor de cabeza
se quita con un Geniol...",

ó

"primero papá
después mamá
y ahora nosotros dos
tomamos Pulmosán".

Tiempos en que (a partir del 29 de Mayo de 1932) era infaltable para los que tenían una moneda de más, entrar a los estadios con la revista “Alumni”, que contenía la clave de los otros partidos de la fecha. Era una publicación semanal, con claves qué se reflejaban en carteles ubicados en lo alto de una tribuna de cada cancha (en la imagen).
Los equipos de toda la jornada estaban identificados con una letra (por ejemplo M vs R) y cuando había alguna novedad, un hombre que recibía el dato por teléfono, colocaba en el cartel la placa anunciando un gol, o una expulsión (con paneles de diferentes colores), o así como cuando se producía un penal, si era marrado, o cuando terminaba el primer tiempo o el partido. La llegada, a fines de la década del 50, de las radios portátiles (la Spika, enfundada en cuero color dulce de leche, era la más codiciada) terminó con la revista "Alumni", iniciándose una nueva etapa en las comunicaciones.

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