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Crist (Argentina)

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La cuarta decepción (Javier Velaza - España)


Si soy un descreído,
lo que llaman algunos un agnóstico a ultranza,
es porque las tres veces que creí
me defraudaron.

Creí primero en los Reyes Magos
y resultaron ser una multinacional;
luego creí en grandes revoluciones
y eran solo palabras;
más tarde creí en Michael Laudrup
y se pasó al Madrid.

Si soy un descreído, os lo confeso,
es porque no podría soportar que con Dios
me pasara lo mismo:
que sea una multinacional,
o solo una palabra,
o, peor todavía, que se pase al Madrid.

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En los comienzos del siglo XX, cuando el fútbol argentino era simplemente un entretenimiento para aficionados, se estaba forjando su posterior grandeza. Y allí había un equipo que arrasaba con todos los campeonatos: Alumni.
Este club, nacido oficialmente en 1901, estaba integrado por jugadores alumnos del English High School, la mayoría de ellos portando un apellido de una familia que fue todo un hito dentro del fútbol nacional: Brown.
Eran 14 hermanos de una familia de origen irlandés, 11 de ellos varones. El más destacado a nivel futbolístico, fue Jorge. Jugador imparable por aquellos tiempos.
Igualmente, no todos los hermanos Brown jugaron juntos, sino que solo 7 lo hicieron alguna vez en la misma alineación.
Alumni, con los Brown como figuras emblemáticas, ganó los torneos de 1901, 1902, 1903, 1905, 1906, 1907, 1909, 1910 y 1911.
Cuando finalizó el ciclo del absoluto dominio de Alumni, se produjo la primera separación en el orden institucional. En 1912, la Argentino Fútbol Association cambió, entre otros aspectos organizativos, su nombre inglés por el castizo Asociación Argentina de Fútbol.
Discrepancias entre los dirigentes, provocaron una escisión y así varios equipos decidieron separarse para formar parte de la Federación Argentina.

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Mi visión del fútbol español y del italiano es muy personal: siempre he dicho que en España se juega para ganar y en Italia se juega para no perder.

(IVÁN ZAMORANO, ex futbolista chileno)

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Yo quiero jugar en River, es una gran oportunidad para mí. Y espero no desaprovecharla. Todos saben el nombre que tiene River internacionalmente. Y yo sé que se trata de un club elegante, cuya hinchada admite únicamente al que sabe jugar, que tiene un estilo definido, que siempre se destaca por su buen fútbol. Por eso me tengo fe. Creo que mi estilo andaría bien en River Plate.

(ENZO FRANCESCOLI, ex internacional uruguayo, en 1983, en su llegada al Club Atlético River Plate)

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Caños a grandes jugadores

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Los goles que quiero seguir viviendo


En todos estos años hay algo que permanece inamovible en mi: la intensidad con que disfruto de las jugadas de calidad y dé esos goles que se meten haciendo ruido, sacudiendo la red... Esos que entran y se caen todos los cuadros de la pared. Un toquecito suave al costado, como el de Valdano a los alemanes, o el de Maradona a los ingleses en México 86, o el de Bochini a Boca en la Liguilla del 87, son lindos. Pero a mí me gustan los otros.
Si tengo que elegir el gol más emocionante de todos los que vi; no dudo un instante me quedo con el segundo de Mario Alberto Kempes a Holanda en la final de la Copa del Mundo del 78. Lo tuvo todo: vibración, habilidad, empuje coraje, clase, determinación, fibra, alegría y drama.

En esos cinco o seis segundos interminables que duró la jugada, Kempes los juntó a todos: a Bernabé Ferreira, a Varallo, a Moreno, a Sastre, a Pedernera, a Méndez, a Alfredo Di Stéfano, a Pontoni, a Grillo, a Sívori, a Sanfilippo, a Rojas, a Menotti, a Verón, a Onega, a Artime, a Bianchi; a Maschio, a Yazalde, a Willington, a Alonso, a Brindisi, a Bochini y a Diego Armando Maradona.


(JULIO CÉSAR PASQUATO "Juvenal" [1923-1998], periodista deportivo argentino, en su libro "Fútbol desde el alma")

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Cuando le dije a Alfredo (por Di Stéfano) que iba a dirigir a Huracán, me dijo dos cosas: primero, "Vas al club que menos plata tiene en el mundo", y segundo, "Es el club ideal para vivir la ilusión que vos tenés".
Y como siempre, tuvo razón en las dos cosas.

(ÁNGEL CAPPA, entrenador del Club Atlético Huracán)

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Siempre querrías tenerle a tu lado en la guerra.

(JOSÉ MOURINHO, opinando sobre el delantero marfilense Didier Drogba)

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El fútbol solitario


Un importantísimo capítulo dentro de los juegos solitarios en la infancia es el de los juegos que se realizan en la calle, tomando a la calle, tanto con sus propiedades geométricas y geográficas como con los elementos variables que la habitan, como escenario, juez y parte del juego.

Es muy común que los niños, mientras caminan solos por la calle, jueguen al fútbol. La variante más notoria de esta práctica se da cuando un niño, por lo general varón, se vale de un objeto que encuentra en el suelo para llevar a cabo su destreza lúdica y deportiva. Se suelen usar cajas de cartón, latas de bebidas, rollos de cinta scotch, o bien elementos de la naturaleza como piñas o piedras. Los perfeccionistas suelen moldear el elemento encontrado hasta darle la forma más esférica, o al menos compacta, posible; así se achatan las latas con un sonoro pisotón (que equivale al pitazo del árbitro que da comienzo al partido) y se abollan papeles y cartones.

Otros, ya no perfeccionistas sino directamente emprendedores, aquellos que no son sorprendidos por un objeto que convoca al fútbol sino que viven buscándolo en cada caminata, llegan a construir su pelota con la fusión de varios elementos que van encontrando a medida que caminan. Con los elementos antes mencionados, un futbolista solitario emprendedor recogería la cinta scotch y la usaría para moldear la superficie de un bollo de papel, dejándolo así perfectamente esférico, sólido, y hasta con cierta funcionalidad para rebotar en los desniveles de la vereda.

De esta forma, una vez elegido el símil balón, el niño va conduciéndolo con los pies durante la mayor cantidad de tiempo posible, haciéndolo pasar de la calle a la vereda evitando que caiga en las zanjas, haciéndola doblar la esquina con enganches vistosos, y, principalmente, haciendo pasar de largo a los transeúntes que vienen hacia él, con un intempestivo regate. Tiene que sortear también la pegajosa marca de esos rivales imaginarios que suelen aparecer, y tiene que hacerlo con movimientos doblemente sorpresivos: un movimiento sorpresivo que evada la marca de un rival cuya aparición ha sido de por sí sorpresiva.

La carrera futbolística con obstáculos culmina, al llegar el niño a casa, con un furibundo pelotazo que marca, como un "gol de oro", el fin del partido y de la importancia de ese objeto indiferente que tuvo la gracia de hacerse pasar por pelota.

La otra variante del fútbol solitario, menos constatable para quienes no lo practican, es la de la pelota imaginaria. En lugar de valerse de objetos, el niño hace movimientos para dominar una pelota que nadie más puede ver. Este juego suele durar solo unos breves instantes. El niño camina por la calle, para la pelota con el pecho, le pega de volea y se olvida de ella.

La denominación de pelota imaginaria ha motivado más de una polémica entre los investigadores.

El Profesor Rodolfo Edreira, especialista en juegos solitarios urbanos (y, dicho sea de paso, uno de los pocos que comprendió, desde un principio, la importancia que le atribuyo a esta disciplina) expresa que, no habiéndose visto nunca a dos niños patear una pelota al mismo tiempo, es muy probable que la característica principal del juego no radique en la solitariedad del jugador, sino en la invisibilidad de la pelota: una pelota, no imaginaria sino apenas invisible, viaja por el mundo desde hace años, siendo encontrada y puesta en juego por millones de niños sucesivamente.

Relata el Profesor Edreira un curioso partido, cuya existencia no fue percibida de modo consciente ni por sus propios jugadores (preservando así el carácter solitario del juego), que tuvo lugar en Buenos Aires en el año 1995.

El partido comenzó unos minutos después de las cuatro y media de la tarde. Participaron cuarenta y cinco niños de entre diez y doce años, distribuidos entre los barrios de Palermo, Belgrano y Colegiales, en la ciudad de Buenos Aires. Es necesario saber que se trató de un match de fútbol "a tres arcos", variante relativamente nueva y desconocida de este popularísimo deporte.

Para facilitar la comprensión de quienes aún conocen este juego: tres arcos son dispuestos en los vértices del campo de juego, que tiene la forma de un triángulo equilátero. Tres equipos participarán del encuentro. El ganador será el conjunto cuyo arco haya recibido menos goles al finalizar el tiempo de juego.

La variante del fútbol a tres arcos exige una mayor habilidad motriz y una mayor precisión en los pases, ya que ningún equipo puede tener, en ningún momento, superioridad numérica neta. Es decir, puede poseer en el sector del campo donde se encuentra la pelota más jugadores que cada uno de sus rivales, pero es casi imposible que cuente con más jugadores propios que ajenos.

En cuanto al resto de los elementos del fútbol, vale destacar que esta variante ofrece dificultades tácticas elevadísimas, casi incomprensibles; hay que decir que no existe mediocampo sino un muy preciado centro del campo (encontrándose en posesión de la pelota, un equipo que ha ganado el centro del campo tiene la posibilidad de amagar con atacar a un rival y terminar haciéndolo con el otro); existen variantes estratégicas como la de las complejas alianzas (sólo una mente brillante y acostumbrada a trabajar a gran velocidad puede conducir con éxito su equipo a través de alianzas alternativas con sus rivales), y casi no se registran goles de cabeza puesto que no hay desde donde enviar los centros. Adentrados en los detalles del fútbol a tres arcos, podrán ahora entender lo que sucedió aquel día de 1995.

La pelota imaginaria fue puesta en movimiento a las cuatro y treinta tres de la tarde. Usted querrá saber, conociendo el carácter inconsciente del fútbol con pelota imaginaria (los jugadores no supieron de su participación en el partido) cómo es que los jugadores formaron equipos. Esto es así: la distinción entre consciente e inconsciente no tiene ningún valor en este caso, ni en cualquiera de los casos en que relatemos los efectos de un juego solitario.

El jugador solitario se encuentra constantemente maniobrando en un paisaje que ha sido alterado por los efectos de juegos propios y ajenos. Qué importancia puede tener entonces si la acción que generó esos efectos ha sido gestada por el sujeto consciente o no, si son los efectos y no las intenciones los que preforman y transforman el terreno en que se dará el juego.

Los jugadores se agruparon en tres equipos, esto es indiscutible, y lo hicieron a través del recorrido que iban dejando sus soledades. Es que un campo de juego de fútbol con pelota imaginaria, tanto como el universo, es una sinfonía involuntaria de voluntades solitarias.

Comenzaba a levantarse una brisa refrescante en la calurosa jornada primaveral. Los niños habían salido hacía escasos minutos de sus escuelas. Algunos habían faltado a clase, otro no solían asistir a clase alguna. En la intersección de Teodoro García y Avenida Crámer el equipo 1 (los llamaremos equipos 1, 2 y 3) dio el puntapié inicial con un toque corto entre dos niños que caminaban juntos aunque absorto cada uno en su juego mental.

Rápidamente perdieron el control de la pelota a manos (o pies) de un jugador del equipo 2 que venía corriendo de frente a ellos, y en virtuosa jugada individual marcó el primer tanto. El equipo 3 aprovechó la distracción del 1 y tomó posiciones en el sector del campo en que se había realizado el gol, en el barrio de Colegiales.

El equipo 3 convirtió un par de goles más en aquel arco, incluso algún gol fue logrado por la involuntaria colaboración entre jugadores del 2 y el 3.

No había transcurrido la mitad del encuentro y el equipo 1 había recibido seis goles.

El segundo tiempo de partido comenzó conforme se apaciguaba la luz de la tarde. Movió el equipo 3, que luego de amagar con seguir la estrategia de humillar la defensa del 1 sorprendió con un larguísimo remate que se coló en la valla del 2. El resultado parcial era: 1: -6; 2: -1; 3: 0.

El 1 no encontraba respuestas anímicas ni físicas en sus jugadores. Un par daban vueltas siguiendo el recorrido circular de las líneas de una vereda, la mayor parte de sus jugadores dedicaban sus minutos a la contemplación atenta de ciertos fenómenos de la naturaleza.

Por su parte, como en este juego no hay diferencia entre los derrotados, y lo mismo da salir segundo o tercero, los valerosos integrantes del 2 comenzaron a atacar el arco del 3. Pronto lograron convertir dos goles, en jugadas de excelente coordinación colectiva. Los jugadores del 3, menos hábiles pero más voluntariosos, arremetieron entonces contra el 2 para remontar la desventaja.

Así estuvieron un largo rato, promoviendo un vibrante ida y vuelta, alternando el control del resultado. Cuando en el último minuto de juego, el equipo 3 alcanzó el empate agónico, con una imponente pirueta de un jugador que se quedó quieto antes de cruzar la Avenida Santa Fe e impulsó la pelota de espaldas luego saltar en el aire, cuando se creyó necesario investigar en el reglamento para averiguar cómo se resolvía el desempate, se cayó en la cuenta de que el ganador había terminado siendo el equipo 1, que permanecía con sus seis goles en contra de la primer mitad del partido.

El resultado final: 1: -6; 2: -8; 3: -8.

Así concluyó en 1995, en la ciudad de Buenos Aires, el partido más largo de la historia del fútbol con pelota imaginaria.

(artículo del escritor rosarino Federico Levín publicado en el portal “El ático”)

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El Rayo Vallecano es uno de los tres clubes de fútbol más importantes de Madrid (los otros son el Real Madrid y el Atlético Madrid), nacido en el barrio de Puente de Vallecas se desempeña actualmente en la Segunda División del fútbol español.
El Rayo Vallecano fue fundado el 9 de Mayo de 1924 y tiene una curiosidad muy particular y referida al espectáculo; un personaje que toca tiernamente a los argentinos que gozamos con inolvidables artistas de la península ibérica.
Es que la sede social del club Rayo Vallecano está ubicada en la calle Payaso Fofó, recordando al fundador del famoso trío de payasos, junto a Gaby y Miliki, que triunfaron en la Argentina en la década del 70.
El Rayo Vallecano, que tiene 5.500 socios, nunca ganó una Liga de Primera División, jamás tuvo un goleador de torneo y su mejor colocación en toda su historia fue la 9ª, pero tiene el orgullo que el inolvidable Fofó, que vivía en la zona del club, fue uno de sus hinchas más prestigiosos.
Gaby, Fofó y Miliki (los hermanos Aragón) arribaron a Buenos Aires en 1970 y a través de Canal 13 alcanzaron un éxito impresionante. Fofó falleció en 1976 y aún hoy se lo recuerda tiernamente.

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Nuestros aficionados vienen al estadio a comer sándwiches de gambas sin tener ni idea de lo que está pasando en el campo.

(ROY KEANE, ex internacional irlandés, en 2000, cuando jugaba en el Manchester United)

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En fútbol manda la pelota.

(VELIBOR "Bora" MILUTINOVIC, entrenador serbio -1987-)

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Tía Lila (Daniel Moyano - Argentina)


Carozo y Titilo han formado dos bandos. Yo en el arco de Carozo, el Beto en el otro. Y hay cuatro negritos para cada equipo. Y un montón de sapos, que en cierto modo también son jugadores, alternadamente; ellos, cuando no son pelota, van saltando por la canchita como si jugaran; uno que sube y otro que baja, saltando siempre, desde el arroyo hasta la casa de tío Emilio, justamente hasta sus canteros de coronas de novias, todo es un latir de sapos.

En eso hay un pase alto de Titilo. Un negrito viene a la carrera con intenciones de cabecear, pero justo a tiempo recuerda la calidad de la pelota y entonces la para con el pecho, no la deja llegar al suelo, juega bárbaro el negrito; la frena en la rodilla, la bailotea con la izquierda y tira con la derecha a media altura y muy violento. Yo estoy bien colocado y embolso sin problemas. Pero ahí nomás la suelto, la tiro para atrás por encima del palo, está helada la pelota, córner gritan varios. Automáticamente voy a buscarla cuando llega la voz de Titilo diciendo que la deje, que ya no sirve. Y allá desde el córner con las patas abiertas viene girando el otro sapo, la panza le blanquea cuando pasa frente al arco, peligro para mí, he salido a destiempo, cuando Carozo salva la situación sacando de voleo, un tiro bárbaro que toma de sorpresa al otro arquero, que ni ve la pelota cuando pasa alta junto al poste casi en el ángulo y se estrella no sé dónde y ya estamos uno a cero, nos abrazamos con el Carozo y los negritos nuestros.

Chicos, no se ensucien, dice tía Lila debajo de la magnolia. Y dentro de un rato vengan que vamos a rezar todos juntos por el tío Jacinto que está muerto pobrecito.

Nosotros no queremos rezar ni que nos cuenten otra vez la historia del tío Jacinto. Ya nos hemos olvidado de él.

Sabemos que tenía bigotes y usaba sombrero aludo porque así está en el cuadro, en la pared. Es que el remolino lo hundió y lo devolvió tres veces a la superficie, dice siempre lía Lila como si no lo supiéramos, mostrándonos tres dedos blancos, y nadie fue capaz de alcanzarle un palo, una tablita al pobrecito y a la tercera vez no volvió a salir más.

Se ahogó por boludo, decimos siempre con Titilo. Nosotros nos bañamos siempre en los remolinos, es mejor que en aguas mansas. Uno se deja llevar girando para abajo un par de metros, y en el fondo el remolino es un puntito que no tiene fuerza, acaba en cero. Todo lo que hay que hacer es apoyar un pie en el fondo y con el envión salir hacia el costado, y ya se está fuera de la atracción del giro. Después nadar hasta la superficie, tomar resuello y otra vez adentro. Como un tobogán, pero más divertido. El remolino no existe en el fondo del río, todo el mundo lo sabe menos el tío Jacinto, claro. Y los que estaban ahí mirándolo ahogarse se lo decían: haga un envión cuando esté abajo, señor Jacinto, tenga en cuenta que el remolino lo llevará de abajo hacia arriba tres veces solamente. Se lo decían con palabras y también con señas por si era sordo, pero él nada.

En vez de hacer lo que le decían él también hacía señas con los dedos, y nadie lo entendía por supuesto. Los otros le decían tres, tres dedos le mostraban para que los mirase y él también mostraba, cada vez que salía, tres dedos, siete dedos, nueve dedos. Tres veces, le decían los otros, pero él nada, haciendo su testamento, tres vacas, siete ovejas, nueve canarios, todo eso se lo dejó a mi querido hermano Emilio. Los bigotes y el sombrero chorreando, Tres veces te perdona el remolino. Pero él, nada. Y claro, a la tercera vez el remolino se lo llevó al carajo. Entonces, que se joda, decíamos siempre con Titilo.

Qué haces, imbécil, me grita Carozo cuando me dejo meter el gol, cuando no veo al sapo que pasa como un refucilo entre mis piernas, todo por acordarme del tío Jacinto. Menos mal que es gol anulado, porque un pedazo de la pelota entró en el arco pero hubo otro que pasó por fuera junto al poste. Ahora la pelota es ésta, dice un negrito que se corta solo para el otro arco, y cuando va a tirar sale Titilo, taponazo, se la quitan y a cambiar de sapo.

Titilo busca el empate como loco y como sabe que yo no sé atajar pelotas altas se remuerde en un tiro muy elevado que pasa por encima del travesaño; salto todo lo que puedo viendo que el sapo va derechito a lo del tío Emilio, alcanzo a rozar la pelota con las uñas pero no hay caso, se me va, girando como un remolino con la panza para arriba allá lejos se estrella contra la jaula del Siete Colores del tío Emilio. Y enseguida la voz de tía Lila, tan buena. Tan creída, la voz que dice por amor del Señor mis chiquilines, dejen tranquilo ese sapito y vengan a rezar. Ella hablando de un sapo y nosotros ya hemos usado como veinte.

Paren, penal, gritaron varios. Del penal del empate me acuerdo muy bien. Discutían a ver quién lo pateaba. Era un sapo grande, gordísimo, que no se quedaba quieto frente al arco mientras discutíamos. Lo ponían en su sitio, sobre un montoncito de tierra, y él enseguida agarraba para el lado del arroyo. Al final lo pateó el Titilo, como siempre. Volvieron a poner la pelota en su sitio. Titilo lo miró, tomó carrera y se remordió en un tiro a media altura que no pude atajar desgraciadamente mientras oía el grito de tía Lila como yéndose del mundo, cayendo en remolinos, mientras veíamos que su vestido blanco cambiaba rápidamente de color, mientras oíamos su grito más bien suave, como si fueran señas de gritos, más bien lánguidos, como si en vez de gritar estuviese diciendo qué han hecho mis queridos, no se olviden que Dios y el tío Jacinto los están mirando desde el cielo.

Gol, golazo, gritan Titilo y sus negritos, que se abrazan con el Beto. Yo me retuerzo de bronca en el suelo, muerdo el pasto. Dejarme meter el gol y además mancharle el vestido a tía Lila. Ahora ella va a pensar que no la queremos. El vestido tan blanco, tan bordado, tan puntillas, entre las dos mariposas ha reventado el sapo, a la altura del canesú alforzado del vestido de tía Lila pavo real y escarapela.

Es molestísimo rezar cuando se suda a mares. Sudando es imposible concentrarse en el retrato del tío Jacinto, alumbrado con velas. Rezamos mirando de vez en cuando a tía Lila, que llora en enaguas lavando el vestido en una palangana. Nunca sabremos si llora por el vestido o por el tío Jacinto. Titilo reza mirando el retrato del difunto, pero los ojos le relumbran de alegría. Yo rezo tratando de disimular la bronca que tengo todavía. Un poquito más y lo atajaba, le agarraba una pata, qué sé yo, lo echaba al córner. Si me estiraba un poco más ganábamos uno a cero.

El tío Emilio, que reza con nosotros como si contara melones o cabritos. La tía Lila, que al siguiente verano habíamos olvidado como al tío Jacinto porque después no volvimos a las sierras. La tía Lila creyendo en tantas cosas buenas. La tía Lila, que dicen que nunca pudo sacar del todo las manchas de sangre que hicimos en su vestido blanco. La tía Lila, sin saber que nosotros seguiríamos matando sapos.

(fragmento del cuento “Tía Lila”, y que puede leerse en "La otra realidad. Cuentistas de todos los rincones del país". Selección y prólogo de Mempo Giardinelli. Ediciones Desde la Gente, Buenos Aires, 1994)

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Si a un jugador en mal momento físico, con mucha presión por lo cuantioso que ha resultado y con dudas constantes sobre molestias de lesiones, se le une un técnico testarudo que no es capaz de dar segundas oportunidades, el resultado es un caos tremendo. José Mourinho fue un gran organizador de la plantilla, su atención era al detalle, preparaba los partidos de manera increíble… pero tal vez hay que hablar más con los jugadores.

(ANDRIY SHEVCHENKO, internacional ucraniano, hablando del actual técnico del Inter de Milán, Jose Mourinho, en una entrevista concedida al diario "Daily Mirror" la semana pasada)

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Roberto Carlos Da Silva (10 de Abril de 1973), más conocido como Roberto Carlos, es un futbolista brasileño nacido en Garça, Sao Paulo, (Brasil).
Su padre le puso ese nombre en honor al popular cantante brasileño Roberto Carlos Braga. Juega de lateral izquierdo actualmente en el Fenerbahçe SK y su primer equipo fue el União São João, para pasar posteriormente al Palmeiras.
Con solo 14 años, intentaba ser la pesadilla de las defensas rivales. Era el extremo izquierdo del equipo de su ciudad natal y compartía once inicial con su padre.
Ya desde pequeño, Roberto Carlos pegaba muy fuerte a la pelota y esa facultad le permitía jugar partidos con gente de mayor edad que él.
El ex madridista ocupaba la demarcación de extremo izquierdo y asegura que gracias a su velocidad sorteaba a los defensas rivales. Por aquel entonces trataba de emular a Eder, el 11 de la selección brasileña en el Mundial de España 82, que, casualmente, también sobresalía por su potencia en el disparo.
El destino le hizo retrasar su posición hasta la defensa: un buen día el lateral izquierdo se lesionó y el entrenador le preguntó si quería jugar en esa posición. No lo dudó, aceptó y el resto ya lo sabe todo el mundo. Quizás éste sea uno de los motivos por los que siempre que puede merodea el área rival.

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Te daré un buen consejo, Brian Clough. No importa lo bueno o inteligente que creas que eres, o cuantos amigos hagas en la tele. La realidad de la vida en el fútbol es esta: el presidente es el jefe, después vienen los directivos, luego el secretario, después los hinchas, a continuación los jugadores y finalmente el último de todos, al final del montón, en lo más bajo de lo bajo, viene aquel del que se puede prescindir, el puto entrenador.

(SAM LONGSTON, adinerado presidente del Derby County campeón de los 70, “aconsejando” a su exitoso entrenador en el reciente film ”The Damned United”)

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Fútbol de mujeres (Bernardo Canal Feijóo - Argentina)



No podía prosperar el partido…

La pelota se apesantaba, se enmelaba

En los muslos

En los senos

En las caderas

En el vientre,

Con una galantería solapada

Y aprovechona…

Y los choques trababan a las jugadoras en un abrazo lésbico inaceptable…

En el medio tiempo, como en una alcoba reservada, todas ellas se oblaban al descanso vigoroso sobre el césped del estadio…

La muchedumbre se agolpaba a sus propios ojos, como al ojo de la cerradura, para fisgar el holocausto orgiástico…

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Cuando recién empezaba mi carrera, relaté un amistoso entre Racing y el Bayern Múnich alemán. El recordado Juan Carlos Rousselot era el comentarista, y yo hacía de relator y locutor. Relataba, él comentaba y después cambiaba la voz y metía un aviso. No podíamos hablarnos. Pensé que venía bárbaro, pero cuando terminó el primer tiempo Rousselot me pasó un papelito donde lacónicamente decía: “El siete es João Cardoso, y no lo nombraste ni una sola vez”.
Para mí, Racing había jugado con diez jugadores. Al día siguiente, todos los diarios dieron como figura a Cardoso.

(VÍCTOR HUGO MORALES, relator deportivo uruguayo)

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Tendría que estar muerto de hambre para jugar en Colo Colo.

(ARTURO SALAH, ex jugador, ex entrenador y símbolo de Universidad de Chile -1980-)

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A nosotros siempre nos hicieron sentir que no éramos tan buenos como los anteriores. Nuestras tres Copas de Europa no valían igual que la primera...

(GRAEME SOUNESS, gloria viviente del Liverpool, recordando la gloriosa década del 70’ en diario “El País” de España, Febrero de 2008)

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Yo viví el ascenso del Geta (Pablo Malagón - España)


Yo estaba allí. Había sufrido toda el año soñando un hito y no estaba dispuesto a perderme el partido clave de la temporada.

Había abonado mi cuota de socio con más dudas que entusiasmo. Ver la Segunda División cada domingo no era un reclamo muy convincente, pero finalmente me decidí por colgar mis asperezas y embarcarme en el proyecto del aficionado fiel que anima, un domingo sí y dos después también, al equipo de su pueblo.

Y el día en el que el Numancia vino a visitarnos fui consciente por vez primera de que lo que allí se jugaba era mucho más que el orgullo. Con un ascenso a Primera División en juego, toda la ciudad se había volcado para llevar en volandas al equipo hacia un objetivo impensable a principio de temporada.

Aquello ya no parecía el teatro de otras ocasiones; el silencio y el vacío de la temporada habían cedido su lugar al jolgorio y la algarabía. Se respiraba la ilusión por todos los costados del Coliseum y ya no quedaba tiempo ni espacio para devorar una sola bolsa de pipas. Ya sólo se vendían ilusiones, sólo se veía una marea azul que imaginaba con una sonrisa, una victoria que se iba a poner muy cara. Por eso, cuando Miguel Ángel anotó el segundo gol, más que alegría, fue frenesí lo que se respiró en la grada. Yo lo vi en directo porque yo estaba allí, relegado a un córner por la muchedumbre tan poco habitual en los lances del equipo, pero tan entusiasmado por la victoria como cualquier portador del escudo del equipo.

Y después llegó Murcia y yo no estaba allí. Pero estaba frente al televisor cumpliendo entre inquietudes el mandamiento que me había fijado para aquella tarde que apuntaba como histórica. Pasase lo que pasase, nada me iba a impedir ver el partido.

El ascenso era, por aquellas alturas, una obligación más que un sueño. Era impensable un fracaso que despertara de golpe las ilusiones que todo un pueblo había depositado sobre sus jugadores.

Sentí regresar mis ansias cuando Pachón anotó el primer gol del partido. Y mis sensaciones viajaron, en un momento, desde el cielo de la gloria hasta el infierno de la rabia cuando fui consciente de que podíamos perder toda nuestra cosecha por culpa de un penalti inexistente.

Nos empataron, claro. Pero no desanimé. Porque allí estaba yo frente al televisor y viendo pasar mi vida entre aspavientos de desaprobación; imaginando un gol que nos pusiese de nuevo rumbo al paraíso.

Y llegó de nuevo la algarabía desde la pierna izquierda de Miguel Ángel. Santo pepinero que llegaste desde el rival para ponernos de puntillas en la cima de nuestro sueño. Mi cuerpo estaba en mi hogar, dando saltos incontrolados y bailando incoherente al compás de mis alivios de entusiasmo. Pero mi espíritu estaba en Murcia; seguro de una victoria y ansioso por ser testigo del cumplimiento de un deseo que había pronunciado casi sin querer una tarde de agosto del año anterior. Por eso, no estaba dispuesto a perderme el siguiente enfrentamiento contra el Eibar.

Y allí estaba yo. Claro que estaba allí. Con mi pecho pintado de azul regalado y mi cabeza cubierta con la gorra del ascenso. Había remado tanto con el equipo que no estaba dispuesto a saltar del bote a apenas dos metros de la orilla. Dos últimos metros que recorrer en dos últimos partidos en los que la cara, la cruz, la vida y la muerte ya estaban servidas por el destino en bandeja de plata. Ya sólo faltaba saber si esta vez nos tocaría sonreír.

Cuando contemplé los aledaños del Coliseum teñidos de ilusión y algarabía, tuve un conato de ilusión, mi primera visita mental al ascenso a lo largo de aquella tarde irrepetible.

Esta vez no descuidé mi horario y me planté codo a codo con mi amigo José con una hora y media de antelación en la puerta del recinto. La entrada, obstruida por una muchedumbre ávida de victoria, no era sino el mejor precedente del espectáculo que estaba por llegar.

Ví a la gente temblar desde mi sitio privilegiado. Ví a la gente soñar y ví a la gente animar con tanta fuerza que parecían escupir el alma en cada canción. Ví sonrisas y ví lágrimas de emoción cuando Gari hizo el segundo gol que nos transportaba al final de un sueño casi cumplido a cinco minutos del final.

Yo estaba allí, impasible y emocionado, cuando el árbitro señaló el final del encuentro y toda la ciudad se precipitó al césped para abrazar a los héroes del terreno. Todo el mundo estaba convencido de un logro al que aún le quedaba un último metro por remar. Aún quedaba Tenerife.

Y allí estaba yo de nuevo, dispuesto a ser fiel testigo del acto definitivo. El equipo salía a muerte en Tenerife y yo les animaba a muerte desde el rincón más futbolero de mi casa.

La televisión lo daba todo muy bonito, pero los nervios me impedían disfrutar del todo de un espectáculo irrepetible e inolvidable. En mi hogar, mis ánimos rompían el aire de incertidumbre; en la calle, los gritos de mis vecinos aclamaban las gestas del equipo de todos y en Tenerife, sobre el campo, Pachón se encargaba de demostrar a todos que la manera más rápida de alcanzar un sueño es la decisión.

Fue un partido memorable. Tantos sueños hechos realidad y tantas recompensas para nuestras ilusiones. La sensación de haber acertado en mi decisión veraniega me regaló una fascinante satisfacción. Estaba orgulloso de mi equipo y mis gracias y alabanzas al cielo fueron tan constantes que, por un momento, me sentí acariciado por la mano de Dios.

El quinto gol de Pachón no fue sino la guinda de un pastel tan dulce como costoso en su fabricación; todas las pesadillas que habían atacado al equipo a lo largo de una temporada de lo más regular.

Se bajó el telón de la temporada y se abrió una nueva función con la Primera División como escenario grandioso. Ahora sólo queda la comprobación que asuma si somos capaces de vencer al miedo escénico que tanta fama ganó desde el fútbol.

Ya no quedaba tiempo para más. Ni siquiera le quedaba un segundo a Josu Uribe, por eso comprendí su ilusión de empleado fiel e incomprendido. Delante del tiempo sólo quedaba La Cibelina.

Y a La Cibelina me fui. Allí estaba yo para ser testigo del último acto de una función que estaba a punto de inscribirse en el libro de oro de la historia del deporte. Un hito inolvidable que quedará para siempre marcado a fuego en nuestros corazones de fieles aficionados.

Me abrí paso entre la gente y me abracé con cada vecino bebiendo de un trago toda su alegría. Salté, boté, canté y no agoté ninguna fuerza ebrio como estaba de alegría de la más buena.

Encontré a mis amigos tan alborozados como yo y los abracé con el entusiasmo que requería el momento. Toda la ciudad se había volcado en una celebración con la que llevaban dos meses soñando. Cuando todas las posibilidades se habían agotado en una realidad, todos los habitantes del pueblo se habían echado a la calle para gritar sin cordura todo su entusiasmo.

Yo estaba en La Cibelina y ví salpicar el agua sobre el pecho de todo aficionado que se acercaba a la fuente para exclamar su alegría. No cabía un alfiler en la Plaza del General Palacio y todas las verdades que se cantaron aquella noche fueron el reflejo más simple del logro que el equipo había conseguido; un ascenso a Primera División que agruparía a nuestra ciudad con las más grandes potencias del deporte rey.

Yo estaba allí aquella noche de sábado y puedo confesar que todo Getafe lloró de alegría por el ascenso de su equipo.

(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento)

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El debut de la Argentina en los Juegos Olímpicos de Holanda en 1928, fue una espectacular goleada por 11 a 2 ante los Estados Unidos. Conocida la noticia, uno de los diarios argentinos tituló: “Once ‘pepas’ inolvidables”.
En ese primer partido de Argentina, disputado el 29 de Mayo por los octavos de final, el seleccionado formó así: Bossio: Bidoglio y Paternoster; Médici, Calandra y Monti; Carricaberry, Tarasconi, Ferreira, Cherro y Orsi.
Los goles: Tarasconi (4), Cherro (3), Orsi (2) y Ferreira (2).
Nuestros jugadores lamentaban que el débil equipo norteamericano les haya convertido dos tantos. Después, Argentina apabulló (por cuartos de final) a Bélgica 6 a 3 y a Egipto (semifinal) 6 a 0, llegando a la final frente a Uruguay.
Ese enfrentamiento terminó 1 a 1 y entonces el reglamento establecía que había que jugar el desempate.
Pese a las goleadas previas, Argentina no pudo ejercer predominio. Vencieron los uruguayos 2 a 1 en emotivo encuentro, logrando la medalla de oro olímpica por segunda vez consecutiva (habían sido campeones cuatro años antes, en París).

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Nosotros nunca retrocedemos.

(ALFREDO DI STEFANO, antes de la final de la Copa de Europa de Glasgow, contra el Eintracht de Frankfurt en 1960, mientras el plantel "merengue" bajaba apresuradamente del autobús porque este iba a aparcar ¡marcha atrás!)

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Yo soy el Diego bueno.

(DIEGO LATORRE, ex jugador y actual comentarista de TV -1991-)

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Beckenbauer (Annelies Štrba - Suiza)

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Bilardo y el "Bambino" Veira en dudoso estado

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-Don Santiago, ¿qué pasa con Netzer?

-Nada, hijo. Está bien de salud. Es un gran chico.

-Pero el entrenador Miljanić no cuenta con él…

-Eso es cosa de los técnicos.

-Dicen que usted lo ha sacado a subasta con una puja inicial de un millón de marcos...

-Por Dios!, esto es una barbaridad. Yo ya estoy viejo para comprar y vender. Esto lo hace la Sociedad. Yo estoy aquí sólo para ver buenos partidos, buen fútbol.

-¿Ha decidido ya el Real Madrid el futuro de Netzer?

-Esto es competencia exclusiva de los técnicos.

-¿Lo cambiaría con los ojos cerrados por Cruyff?

-No. Sería una descortesía hacia nuestro jugador. Además, no tengo envidia al Barcelona, sino que me alegro de sus éxitos, y prueba de ello es que acabo de mandar un telegrama a Montal para felicitarle por un homenaje que le tributan en Madrid.

-En una palabra, ¿no existe el ‘caso Netzer’?

-No. Es jugador del Madrid y se acabó.

(Don Santiago Bernabéu, célebre presidente madridista, entrevistado en diario “El Mundo Deportivo”, viernes 21 de Junio de 1974 y contestando acerca de la continuidad en el club del talentoso volante alemán Günter Netzer -foto-)

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Al principio nuestra relación fue muy divertida, pero dejar a mis dos hijos en Brasil para venir a vivir con él en Milán fue la cosa más loca que he hecho por él. Adriano no hizo nada para mí, a cambio me faltó el respeto. Adriano no está en las drogas, su único vicio es la cerveza, pero ¿a quién no le gusta beber una cerveza?
Adriano es un niño-viejo de 27 años y no puedo cuidar de él, ya tengo dos hijos.
Lo tenía todo para ser feliz -dinero, una familia maravillosa, etc.-, pero sólo se siente "normal" cuando está en las favelas. Le gusta ir descalzo y remontar cometas con los niños locales. Es el lugar donde él no es 'L'Imperatore'.

(JOANA MACHADO, ex novia de Adriano)

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Los entrenadores trabajamos tácticamente con el jugador, pero la impronta la tienen que poner ellos. Es lo que pasaba con Alberto Olmedo, le daban el argumento y él después inventaba.

(JUAN JOSÉ LÓPEZ, ex futbolista y entrenador argentino, recordando al malogrado actor rosarino)

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