(JUAN CARLOS ESCUDIER, periodista español, autor del libro “Florentino Pérez, retrato en blanco y negro de un conseguidor”, el 03/12/2005, luego de la presentación del mismo)
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(JUAN CARLOS ESCUDIER, periodista español, autor del libro “Florentino Pérez, retrato en blanco y negro de un conseguidor”, el 03/12/2005, luego de la presentación del mismo)
Por ella (José M. Pascual - Argentina)
Ahí va ella, otra vez, con su andar de siempre. ¿Quién puede resistirse a su caminar apasionado?
Los muchachos se pelean por tenerla aunque sea un instante para demostrarle que nadie la va a tratar mejor. Pero ella va sin más deseos que el de ser acariciada, sin más deseos que el de ser respetada por lo que es.
Pisando la tierra, levantando polvo o rodando por el pasto fresco, siempre cerquita del que la sepa seducir.
La infaltable de los sueños de pibe, la que cambia el ritmo de nuestros corazones, esa que tiene reacciones impensables y que es el centro de todas las miradas. La que hace detener los autos cuando sale a la calle, la que por un simple antojo puede cambiar la historia de nuestras alegrías.
Ella te da todo y nada, ya la conocemos, no le pidas promesas. Solo quiere que la traten como se merece, busca al que sabe, al que la quiere de compañera, al que le jura amor eterno sin tratar de cambiar su personalidad infiel.
Es que no se sabe quedar quieta y si la obligan se resigna esperando al que con encanto la invite a bailar. Si se lo sabes pedir hace lo que quieras, pero no es fácil, tiene su carácter y a veces sin importarle el momento, suele hacer bromas para las que hay que estar bien preparado.
Es tan sensible que siempre nos pide lo mejor de nosotros y solo ahí se dispone a mostrar lo que es capaz de hacer.
El precio de llevarla al lado es la obligación de conocerla bien y estar siempre listo para cualquier cosa.
Esa que extrañamos tanto cuando no llega y que cuando la tenemos deseamos no defraudarla para que se quede el mayor tiempo posible. Esa que se enoja si la dejamos afuera o llora cuando deja de ser el centro de la fiesta.
Es que sabe bien que no puede faltar, simplemente porque es ella la que enciende la pasión de los que se reúnen para verla.
Su espíritu es travieso y alegre, no importa si esta vestida de trapos viejos o de fino cuero, no le interesa si con ella te va la vida o el honor, lo único que quiere es divertirse.
Te puede llenar de tristeza y al instante llenarte de alegría.
Amiga inseparable de los más famosos reyes y príncipes sin olvidarse de los que están del otro lado del alambrado palpitando sus movimientos.
Sin ella no podríamos recordar esos momentos únicos, sonrisas que no caben en la cara, dolores que no se pueden disimular, vidas enteras que su mágico girar cambio para siempre llenándolas de historias inolvidables.
No tiene secretos, ella misma es un secreto. Un secreto que solo pueden descubrir los que saben que ella es la protagonista y le agradecen su presencia en cada beso. Esos que saben que su seductora forma no sabe resistirse al que con mágica poesía sepa llevarla hasta el altar.
Si nos habrá hecho trepar alambrados, saltar paredes, y hasta subir a los árboles haciéndonos prometer que íbamos a tener más cuidado la próxima vez.
Ella guarda en su corazón la imagen de todo el planeta, nos hace tocar el cielo y a veces morder el pasto.
Es la del barrio pobre, la de las copas, la del patio de la escuela, la del mundo.
El juguete favorito de los que perdemos noción de tiempo y lugar cuando ella nos invita a su ritual.
La que puede transformar al baldío en el estadio Wembley o al partido de la cortadita en el clásico de los clásicos.
Esa que alguna vez pedimos para el cumpleaños o para reyes y que cuidamos con el orgullo de creernos su dueño, tratando de que no se moje, cuidando de que no le falte aire y hasta llevándola al ladito de la cama para soñar juntos con la jugada perfecta.
Esa que compartimos con los amigos y que queremos demostrar a los demás que nos quiere más que a nadie.
Es que ella nos acompaña desde siempre y aunque a veces se rinda a nuestros pies simulando estar loca por nosotros, somos nosotros los que estamos realmente "locos por ella".
(Un gracias! enorme a José M. Pascual, por cederme este cuento para compartirlo con la gente de "Los cuentos de la pelota")
(DIEGO ARMANDO MARADONA, prólogo del libro “Potrero”, del fotógrafo Gustavo Di Mario, editado por “Retina”)
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(MARTIN CICCIOLI -foto-, periodista y conductor de TV argentino)
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(RAÚL HORACIO COLOMBO, Presidente de AFA, desde 1956 a 1964, durante la preparación de la selección argentina para el Mundial de 1958, en el que terminó en el 13º lugar, el cual se recuerda aún como “el desastre de Suecia”)
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Welcome to Chelsea F.C. (The Blue Flag Song - Inglaterra)
El suplente de Pizziolo era Attilio Ferraris (foto), muchacho que tenía un gran defecto: fumaba 40 cigarrillos diarios. El entrenador, entonces, no quería ponerlo como titular porque pensaba que no tendría resto físico para aguantar los 90 minutos de juego (por entonces no había cambios durante los cotejos), debido al castigo, de tanto "faso", que recibían sus pulmones.
Ferraris, que en su país pertenecía a la Roma, le suplicó a Pozzo que le tuviera confianza, que no lo iba a defraudar y que estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio por entrar a la cancha para defender la camiseta azzurra. Victorio Pozzo dudó pero, como no tenía demasiadas alternativas, no tenía buenos suplentes, excepto Ferraris, arribó a un insólito acuerdo con el futbolista. "Tienes que dejar de fumar hoy mismo", le ordenó. Y Ferraris le respondió: "Mire, maestro, no puedo dejar el cigarrillo de un día para otro, pero si me hace jugar, le prometo que fumaré la mitad de lo que estoy fumando".
El técnico accedió y Ferraris integró la selección italiana el resto del torneo. Todo a cambio de... ¡fumar solo la mitad de lo que acostumbraba!
Y así Ferraris, fumando entre 15 y 20 cigarrillos cada 24 horas, fue Campeón del Mundo.
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(IBSON, opinando de su compañero en Flamengo en el portal “Globo Esporte” -27/06/09-. En la imagen Ibson, Adriano y Marcelinho)
(Corría 1973, y la consulta del otro lado del teléfono provenía de un dirigente de River Plate hacia un cazatalentos del club que aseguraba, del otro lado de la línea, que había un muchacho en Chacabuco que prometía ser un fenómeno. Ese año Daniel Passarella terminó jugando para Sarmiento de Junín en la Primera C, para llegar finalmente a River en 1974)
El primer grande del interior
Como si se tratara del barrio o el potrero, un grupo de empleados administrativos, policías, estudiantes, funcionarios, militares, maestros y taxistas formaron hace 40 años en la provincia de Santiago del Estero un equipo de fútbol para competir en el Torneo Nacional de 1967 bajo el nombre de Central Córdoba, club fundado el 3 de Junio de 1919. Habiendo empatado un partido y perdido cuatro, venció en la sexta fecha a Boca Juniors en la mítica Bombonera por 2-1, en lo que fue la primera victoria de un equipo del interior sobre uno de los cinco “grandes” en Buenos Aires.
Ricos contra pobres, clase alta ante la baja o profesionales frente a entusiastas… De muchas formas se podría nombrar al duelo que se llevó a cabo el 15 de Octubre de 1967. El club santiagueño, que actualmente milita con suerte diversa en el Torneo Argentino B, abrió el marcador a los 20 minutos del primer tiempo a través de Marcelo Aranda, un modesto taxista disfrazado de centrodelantero. La rústica defensa conformada por los empleados administrativos René Ruiz, Juan Carlos Rossi y Alberto Chazarreta fue fundamental para que el arco defendido por el profesor Antonio Carott se mantuviera en cero al cabo del período.
Claro que el mediocampo integrado por el funcionario Alfredo Mackeprang y los policías José Ayunta y Héctor Saganías tuvo el mérito de tener la pelota y jugar corto cuando Boca buscaba desesperadamente el empate. “No teníamos ningún pálpito antes del partido, solamente ir y jugarlo”, rememora el comisario Saganías, una de las figuras del encuentro.
Aquel equipo xeneize, que contaba con figuras como Antonio Roma, Silvio Marzolini y Antonio Rattín (entre otros), tuvo que salir a jugar la segunda etapa con diez hombres por la lesión de Norberto Madurga (todavía no se usaban los cambios).
El panorama pintó más difícil para Boca cuando el militar Manuel Rojas convirtió un gol de antología a los 29 minutos, picando la pelota por encima del cuerpo de Roma. La jugada fue un contrataque llevado a cabo por los estudiantes René Taboada y Víctor Pereyra. Superados por los nervios, fueron expulsados un minuto más tarde Ruiz (Central Córdoba) y Pianetti (Boca).
Ni la expulsión de Chazarreta a los 36 minutos, ni el descuento anotado por Rattín a los 42 ayudaron al equipo de la Ribera para tratar de revertir la humillación. Los diarios de la época no pasaron por alto el inesperado acontecimiento. El matutino “La Prensa” calificó de “decepcionante” la actuación de Boca, mientras que “Crónica” halagó a los santiagueños, al remarcar que “sin sutilezas, con la complicidad de un juego práctico y acorde con las circunstancias” se llevaron el triunfo, que fue caratulado como “El Boom de los Changos”.
Con el espíritu y la realidad de jugadores amateur, los futbolistas de Central Córdoba festejaron el batacazo. “Fue una satisfacción enorme, un sueño, una cosa increíble. Jamás pensamos en ganar. Santiago se paralizó y el vestuario fue una fiesta”, recuerda el volante Saganías. Para dejar en claro que el fútbol era sólo un hobbie para ellos, el policía afirma que “el premio por haberle ganado a Boca fue el reconocimiento de la gente. No hubo nada económico”.
La única distinción para los héroes santiagueños llegó 39 años más tarde, cuando los dirigentes del club hicieron socios vitalicios a los miembros de aquel plantel. “Este año no hubo reuniones ni anuncios de algún agasajo por los 40 años”, enfatiza resignado Saganías.
Del lado de los derrotados, el arquero Roma señala que lo de Central Córdoba “fue una hazaña grandísima” , ya que “tenían poco renombre y jugadores sin rodaje en Primera”. Además, justifica la derrota afirmando que “el equipo estaba un poco desarmado” y peleaban “la mitad de la tabla”.
Si se toman en cuenta las diferencias existentes entre los clubes, la victoria de los Ferroviarios toma más importancia. Mientras Boca entrenaba todos los días, hacía viajes al interior para jugar amistosos y sus futbolistas eran bien pagos, los provincianos tenían dos prácticas semanales y todos los jugadores priorizaban su trabajo extra deportivo para poder subsistir.
A pesar de la legendaria epopeya, Central Córdoba terminó decimocuarto en la competencia de 1967, sólo por encima de San Lorenzo de Mar del Plata y Chaco For Ever; mientras que Independiente fue campeón nacional. Además, los dirigidos por Antonio Collado tuvieron apenas una incursión más en Primera, en 1971. Más allá del pobre presente, nadie le quita lo bailado al club santiagueño después de tamaña proeza.
Síntesis
Boca Juniors -1-: Roma; Magdalena y Marzolini; Simeone, Rattín y Silveira; Pianetti, Madurga, Novello, Zarich y González
Central Córdoba (SE) -2-: Carott; Ruiz, Rossi y Chazarreta; Mackeprang, Saganías y Ayunta; Aranda, Taboada, Rojas y Pereyra
Goles: PT 20’ Aranda (CC). ST 29’ Rojas (CC) y 42’ Rattín (BJ)
Expulsados: ST 30’ Ruiz (CC) y Pianetti (BJ), 36’ Chazarreta (CC)
Árbitro: Roberto Goicoechea
(artículo de Denis Guillermo Rosales, publicado en el blog “Tridente ofensivo” el 18 de Octubre de 2007)
(GUILLERMO PEREYRA, ex jugador del Mallorca y flamante incorporación del Real Murcia, opinando ayer, 24/08/09, en el programa “Indirecto” que se emite por la señal TyC Sports acerca de su frustrada llegada a River Plate)
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(MATÍAS DEFEDERICO, flamante jugador del Corinthians, tras su polémica desvinculación de Huracán, a su llegada a San Pablo, Brasil, en el día de ayer -24/08/09-)
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(JOSÉ NASAZZI, capitán del combinado charrúa, recordando la final del Mundial de 1930)
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Sueños Mundiales (Pablo Malagón - España)
Dormía. Se le secó un impulso de arrebato y machacó su sino contra la pared. El alma le sangraba y sus manos desprendían el sudor de la tormenta; agonizaba su ego y se hacía débil en su fracaso, su desquicio, su decepción. Sus sueños se tornaban en pesadillas al compás de una tarjeta roja que había hundido sus ansias en la desesperación infinita.
Un sueño; el Mundial, un deseo; la victoria, una realidad; la expulsión y el fin con que el cielo le había castigado aquel caluroso día ibérico. La jugada se había negado a surgir, el balón se alejaba de sus pies y de su garganta proliferó un grito de injusticia frente a la impotencia no castigada. No hubo más jugadas, no hubo más goles, no hubo más espectáculo, sólo hubo una tarjeta roja que le sumió en los perores sueños. Dormía pero no descansaba, dormía pero no vivía.
Dormía. Dormía y soñaba su éxito. Gozaba su momento y paladeaba el triunfo que había dado la vuelta al mundo. El balón se había pegado a su pie y ya no se le había despegado en ningún momento del torneo ¡Bendito balón! Bendito Mundial que le había dado la gloria eterna, bendita ilusión y bendita sensación de éxito en la venas.
Había levantado la copa, y su beso de campeón había llevado a su país al auténtico éxtasis de triunfo. Había unido a ricos y pobres en torno a un balón y había agrandado su mito hasta el punto de no ser sólo una persona o un jugador, sino el mismo Dios vestido con pantalón corto.
Todos le buscaban; la prensa, la afición, sus compañeros “¡Genio!” Le gritaban “¡Mago!” Le exclamaban. Y él lloraba, lloraba y lloraba. Lloraba porque nunca había sentido tanta alegría, lloraba porque sabía que si el fútbol tenía un rey no era otro que él mismo, lloraba porque el mundo estaba tan a sus pies que se sentía con fuerza para patearlo a la escuadra o hacerle un quiebro a la vida y colmarse de felicidad eterna.
Había marcado el gol de su vida, de la historia; una leyenda dibujada a base de regates, una carrera elegante, precisa, preciosa, una obra de arte unida a un balón y a su genio de indiscutible categoría.
Y ahora levantaba la copa del mundo, la copa que el distinguía como el mejor, la copa que le guardaba un sitio en los anales de la historia, la había besado firme, loco de alegría y colmado de paz ¡Dios! La vida no le podía ir mejor.
Dormía. Dormía sin dormir porque no comprendía su rumbo. Había conseguido destacarse, lo había dado todo, estaba vacío; vacío de fuerzas, de ganas y de fútbol. Le había dado a la vida todo su ser y ahora la vida le negaba otra victoria. Su ego de ganador no era capaz de asimilar aquella derrota. Ahora no dormía, solo intentaba dejar escapar una noche de furia y en la profundidad de sus sueños solo se oía el tambor de la decepción.
Se desesperaba, daba vueltas sobre la cama y solo pensaba amargado que le iba a ser imposible alcanzar a aquel genio de tez tostada al que tanto admiró de niño. Intentó hacerse fuerte en su refugio y pidió perdón por la derrota, suplicó perdón a su pueblo, a su gente, a sus compañeros, a si mismo, se suplicó un perdón que no pudo encontrar en ningún rincón de su alcoba.
La suerte les había acompañado a lo largo del campeonato, el balón había entrado siempre que lo habían necesitado, sus regates habían sido los justos, nunca los de antaño, eficaces latigazos asociados con remates de un socio de fatigas goleadoras y nocturnas que habían llevado a su equipo a la final ¡Maldita final! Y maldito el árbitro que había juzgado su suerte, y malditos los rivales, duros como piedras, que habían truncado su destino.
Y había llorado. Y lloraba. Había llorado al comprobar que la fortuna no iba a estar para siempre a su lado, y mientras observaba el gozo de sus rivales alzando la copa de la gloria, el suyo se había hundido en el pozo de la desesperación, había llorado por perder y lloraba por haber perdido su ilusión, su vergüenza, su torneo.
Dormía. Dormía y golpeaba con furia al aire que le viciaba la vida. Dormía y probaba el sabor de la peor derrota sin haber perdido más partido que el de la inocencia.
Había perdido la honestidad, le habían acusado sin compasión y le habían tirado a los leones a la primera de cambio “¿Por qué lo hiciste?” Le preguntaba la gente. Y él sólo intentaba contener su desánimo contestando un “yo no he hecho nada” que no percutaba ningún oído cuerdo.
Había caído en la trampa, le habían lanzado el lazo y él, tal caballo salvaje, hambriento de fútbol, no había hecho sino atraparlo sin saber que era a él, a su corazón, a su equipo y a su pueblo a quien estaban atrapando. Su expulsión había dado la vuelta al mundo y su desamparo se tornaba en perpetuo al no encontrar a nadie que el tendiera una mano, él miraba a los ojos del mundo y el mundo solo le preguntaba “¿Por qué lo hiciste?”. “Yo no hice nada” respondía ya sin esperanzas. “Yo no hice nada” repetía esta vez entre lágrimas.
Y eras sus lágrimas nota de desencanto, eran nota de la desesperación más absoluta, porque había llegado a este campeonato con más ilusión que nunca. Había perdido velocidad, había perdido fuerza y había perdido parte de su irrepetible regate. Había ganado, por otra parte, desconfianza, mala fama y los malos hábitos que le estaban hundiendo en la nada. Pero conservaba intacto su talento, conservaba sus ganas de ganar y conservaba la ilusión, aquella que los golpes de la vida estaban dispuestos a negarle una y otra vez. Pero el orden es cruel con los rebeldes y ahora se sumía en la impotencia y eran sus lágrimas un mar de desilusión porque ¡Le habían expulsado para siempre de su campeonato!
Su error, intentar demostrarle al mundo que él podía hacer todo lo que le diese la gana, su castigo, quedar condenado para siempre a una eterna sospecha y no disfrutar nunca más de lo que tanto le gustaba: jugar al fútbol.
Dormía. Y ahora su sueño era un grito silencioso a la agonía. Dormía sin cerrar los ojos porque sus pupilas se dilataban tanto que parecían buscar la muerte sin desearlo. Y ahora lloraba la gente, ahora el mundo pedía a Dios que le salvara la vida.
Su cuerpo intoxicado yacía ya sin ánimos ante la desorbitada mirada del grupo de doctores que le atendían, tan dolidos en su alma como su propio paciente, aquel genio que levantó el país a golpes de balón. Luchaban por devolverle la vida, la ilusión y las ganas de jugar. Y él, dormido en su angustia, ajeno a la realidad y atado al destino, se encomendó a Dios. Sin querer parecerlo él mismo en este caso, sino necesitándolo, suplicando su mano, porque ante la agonía no queda más Dios que la esperanza.
Y la esperanza se tornaba en desespero y el desespero en desasosiego y todos los sentimientos se encadenaban en uno cada vez que el pueblo sentía que su ídolo se perdía para siempre.
Había vivido el hambre, el éxito, la gloria y la suerte de tener ante sí todo el talento del fútbol. Había levantado estadios, pasiones, camas y fiestas. Había sido el número uno, el mejor, y ahora, la vida, a la que tanto había regateado sin sentido, le hacía a él, el rey del regate, un último quiebro hacia la muerte.
Y por su mente se pasearon todos los recuerdos; su infancia pegada al hambre y a un balón que siempre llevó cosido a su pie, su adolescencia prometiendo fútbol a sus creyentes, su juventud, levantando tantas expectativas como bocas fue dejando abiertas por los estadios, sufriendo la expulsión que le atormentó sus comienzos, cifrando traspasos multimillonarios y demostrando al fútbol que su cabeza y su corazón iban unidos a su pierna izquierda. Su madurez, alcanzando la gloria del Mundial y dibujando sonrisas en sus periplos, resucitando el espíritu de los mejores futbolistas, abocando a sus rivales a quedar sentados siempre que se enfrentaran a su cintura.
Risas y lágrimas que desnudaban un carácter presto al mínimo error, delirios de grandeza que no se hundieron con derrotas y un desparpajo nocturno al tiempo que cavaba su propia tumba. Y su hundimiento, sellado el día que le señalaron con el dedo y le declararon culpable por siempre, afirmado una tarde de junio cuando le prohibieron disfrutar de su último Mundial y culminado aquella noche en la que todo su país rezaba por su salvación.
Se encaramó a la esperanza y apuró su último esfuerzo mientras se apuntaba de nuevo a la vida. Decidió seguir siendo él mismo y no hundir a su gente en el llanto. Le molestó que aquellos que antes le empujaron ahora le diesen la mano, y se la rechazó, con orgullo futbolístico, como él sabía. Le indignó que ahora le lloraran los que le habían reído, se volvía loco, le creían loco, pero solo él y Dios sabían lo que pasaba por su cabeza, solo él y Dios pactaron una última oportunidad que le devolviera a la vida.
Abrió los ojos, sintió el olor a medicina y observó el techo inerte de la clínica que le hospedaba. Esbozó una sonrisa y recordó su último acuerdo con Dios; siempre sería un rebelde pero Dios estaba con él, al menos de momento, y aquello le hizo feliz. Por fin, como aquel día en el que levantó al mundo con su gol de recorrido antológico, como el día que levantó la copa de la vida ante los ojos del universo, volvía a ser feliz. Porque Dios estaba con él. Porque Dios también disfrutó con él. Porque Dios vive en él.
Dios salve a Maradona.
(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento)
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El 2 de Junio de 1991, le ganó a la Academia por 6 a 1, en lo que parecía constituirse en un partido de tenis. Estaban igualados en sets.
Los goles del ganador fueron anotados por Gabriel Batistuta (3), Diego Latorre (2) y Alfredo Graciani. El descuento académico lo convirtió Ortega Sánchez. Sergio Goycochea estaba en la valla de Racing.
El 13 de Marzo de 1995, Boca pasó al frente en el fútbol-tenis, derrotando a Racing por 6 a 0, con anotaciones de Sergio Martínez (3, uno de ellos de penal), Rubén Da Silva, Alberto Acosta y Alberto "Beto" Carranza. Ignacio "Nacho" González fue el arquero que sufrió la goleada.
La paridad de este "fútbol-tenis" se produjo el 3 de Diciembre de 1995, en la Bombonera, cuando Racing le ganó a Boca por 6 a 4.
Los goles los convirtieron Rubén Capria (3), Claudio Piojo López (2) y Marcelo "Chelo" Delgado para el ganador, mientras que los de Boca los hicieron Carlos Mac Allister, Diego Maradona (de penal), Sergio "Manteca" Martínez y Darío Scotto.
(JORGE RIAL, periodista argentino de espectáculos -2008-)
(GENNARO GATTUSO, mediocampista italiano, opinando sobre su talentoso compañero en la selección azzurra)
Gran victoria (Gunnar Larsen - Noruega)
* Poesía dedicada a la gran victoria (2-0) de la selección de Noruega a la de Alemania en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.
mi pegaso inicia el trote como si de salida oyera el disparo.
¡Hola, viejo, le dije, actúas bastante solo
y ni siquiera estás inscrito en saltos ni en polo!
Pero contento y esperanzado el animal relincha a una
y entramos velozmente galopando en la tribuna.
En la primera fila se agolpaba toda la nobleza del deporte
desde la cima del ilustre Sir Thomas hasta Hitler y su cohorte
y allí la voz de líderes como Rudolf Hess y Goebbels mezclaban su gloria
con la plebe ordinaria y se mostraban contentos y seguros de la victoria
porque como es sabido la voz en Alemania es el espejo del alma
y todos estaban tan contentos y todos gritaban Heil! y daban palmas.
40 000 espectadores, el estadio de Post estaba abarrotado,
y el Gran Kal y sus parientes ya se habían achispado
y el patinador Haraldsen y toda la hinchada noruega con su brillo
el embajador Scheel noruegamente embanderado tarareaba el estribillo
y la gente de Aftenposten estaba en la tribuna norte
jugando a patriotas noruegos en el pequeño formato del deporte.
Así una Noruega unida asistió orgullosa al futbolístico combate,
del gran Jowe los alemanes rugían el nombre, pero resistimos el embate,
ante los ojos del propio Führer vimos intervenir a Tippen, el veterano,
y el Gran Kal entusiasmado secó sus lágrimas en un pañuelo samaritano,
cuando Brustad pasó a Isaksen y este chutó y marcó
la propia madre Noruega allí presente emocionada se sonó.
Miré a Hitler que al devolverme el saludo se equivocó
y vi que un gran desánimo en el bigote se le enredó,
el embajador Scheel se lamentaba y Fladvad andaba compungido,
Camillo Holm estaba triste, pero siempre a la última vestido.
No era para eso para lo que al Führer al estadio habían llevado,
así es que el ambiente al final del primer tiempo estaba cargado.
¡Bravo Noruega! otro gol en el segundo tiempo marcado con presteza
y la Madre Germania quedó transformada en la Señora Tristeza.
Jørgen Jowe, Brostad, Olleberg, Quammen, todos tan famosos
formaban con el medio izquierda Isaak un equipo fabuloso,
cada balón que caía de lo alto los noruegos lo despejaban de cabeza
y ante Deutschland über alles pies noruegos alzaban una fortaleza.
Gran día fue para la madre Noruega y estaba muy contenta,
luego le lanzaron incesantes bravos hasta que perdió la cuenta
y cuando el mismísimo Hitler se marchó, si yo no oí mal,
en el tristemente conocido heil la “l” se convirtió en “a”.
El alemán Nertz tres jugadores había reservado, era el entrenador,
y la masa enfurecida gritaba: ¡Eso sí que fue un inmenso error!
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Argentinos y uruguayos, rioplatenses al fin, fuimos sin dudas el centro del mundo futbolero de los años '20. Los Charrúas, Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos 1924, defendían su presea en Ámsterdam 1928.
No la tenían fácil. Argentina mando representativo, y se sabía que la el duelo rioplatense era final segura. Pero entre ambas delegaciones que se reflejaba en continuas reuniones, cenas y amistad permanente.
En una de esas cenas, antes de jugarse las semifinales, los jugadores de ambos países sellaron un pacto por demás particular: si una de las dos delegaciones no pasa a la final, el otro país utilizaría en el partido definitivo, en modo de homenaje, los colores del hermano rioplatense. Un hermoso gesto, propio de un fútbol todavía amateur, en lo económico, y por suerte, en lo moral.
Argentina y Uruguay derrotaron a Egipto e Italia respectivamente, jugando las final el 10 de Junio, y repitiéndola el día 13, en la cual, finalmente; Uruguay se alzó con la presea dorada.
(VICENTE DEL BOSQUE, entrenador español, en el diario español "El Mundo" 7 de Abril de 2008)
(ROMARIO, ex internacional brasileño, en declaraciones que concedió a periodistas durante el lanzamiento de su libro el pasado 21 de Julio. Está acusado en la actualidad por su ex mujer, Mónica Santoro, por el atraso en el pago de la pensión alimenticia, así como también es señalado como uno de los inversores en una red financiera irregular que quebró y que dejó a varias personas en la bancarrota)
La pasión desde lejos (Manoel Castanho - Brasil)
A los diez años de edad conocí a Nacional. Fue a través de un número de la revista Placar cuyo tema era 'los mayores clubes del planeta'. Datos, historia, ídolos y títulos de 31 clubes del mundo (y 13 de Brasil, por ser una revista brasileña). El que me interesó fue Nacional, uno de los últimos de la revista. Y decidí en aquel momento (mitad de 1991) que este sería mi equipo. Antes tenía alguna simpatía por Vasco (y no era Ostolaza precisamente), pero era pequeño. Nacional fue una decisión.
Lejos de Uruguay, casi no había manera de enterarme sobre su realidad. A veces encontraba resultados de la Libertadores en los diarios. Solamente cuando llegó el Libro del Año 1992, de la Enciclopedia Británica, pude saber que Nacional fue campeón uruguayo en aquel año.
En una noche normal de 1993 encendí la televisión para ver fútbol. La primera cosa que escuché fue un grito de gol de Nacional (al contrario de Uruguay, en Brasil los relatores gritan los goles de equipos extranjeros, aunque sin la misma fuerza). ¡Yo no sabía que hacer! Corrí por todo el ambiente en lo que estaba, gritando gol. Aquella noche vencimos a Cruzeiro por 1-2, con goles de Vidal Gonzalez y Severo, descontando transitoriamente para los brasileños el joven Ronaldo, todavía sin cumplir 17 años.
Algunas pocas veces, cuando Nacional jugaba contra equipos brasileños, lo podría ver por televisión. Recuerdo, por desgracia, algunos momentos malos: un partido contra Flamengo en 1995 (en lo que su portero, Clemer, recibió dos amarillas y no fue expulsado), otro contra Palmeiras en 1998 (perdimos 3-1). En este período aprendí a soportar las cargadas. La gente no creía que un brasileño era capaz de ser hincha de un cuadro uruguayo.
También fue en 1998 que comencé a aprender español y esto me abrió algunas puertas. En 1999 encontré un E-group en Internet, pero tenía muy poco movimiento. Sin embargo, me permitió conocer algunos amigos bolsilludos. De ellos destaco Gabriel Mancini (con quien tengo contacto hasta hoy), Ricardo Varela (me envió una vez el semanario Tricolores) y Andrés Saavedra (me envió una camiseta de Nacional a cambio de una de São Paulo).
Aquel año también conocí el sitio web futbol.com.uy. Semanalmente yo seguía los resultados. Esto mejoró cuando conocí otra web, elsitio.com.uy, en la que pude seguir las finales del campeonato uruguayo con transmisión de texto actualizada a cada 3 minutos. Para uno cualquiera puede sonar aburrido, pero lo viví con pasión.
Así empecé a seguir el Apertura 2000. En la sexta fecha, conseguí conectarme con la radio Sarandí Sports (hoy Sport 890). Jugaba Nacional contra Huracán Buceo. Ganaba Nacional 2-1 y yo estaba tan perdido que cuando vino el tercer gol, no sabía para qué equipo era. Y escuchando los relatos de 'la voz del gol' Alberto Sonsol, festejé aquel título conquistado un 11 de Junio, dos fechas antes, en la cara del rival de siempre (1-0, gol del Chengue). Al final del año salimos campeones uruguayos. Y los partidos que vi por TV fueron un par de derrotas contra Atlético Paranaense, además de una victoria y un empate contra Corinthians. Pero quedé tristemente impactado cuando el empate con Boca nos eliminó de la Copa Mercosur.[1]
El año siguiente, confieso que estaba medio desilusionado. Nacional había sido campeón uruguayo con dos goles de penal del Manteca Martínez. Pero la noche de 17 de Febrero es inolvidable: empezamos con goleada contra Deportivo Maldonado y el personaje que me devolvió la ilusión de hincha fue Vicente Sanchez, quien ingresó en el complemento y sufrió un penal. 'Que le corren de atrás, que le corren de atrás, penaaaaaaaaaaaaaaaaaal', escuché de Sonsol. Se tornó mi ídolo. 'Lástima que no va a durar mucho', pensé. Y así fue. En la mitad del año se fue (mi sueño de periodista y de hincha es entrevistarle un día). Pero vino Abreu y me trajo la mismísima ilusión, además de traer junto el bicampeonato. Pude ver los goles en el noticiero SportsCenter, lo que ya me daba mayor alegría.
Las preguntas de la gente seguían siendo las mismas. No comprendían como un brasileño era hincha de Nacional. Preguntaban cómo yo tenía noticias de Nacional, y yo les contaba, hasta que comprendieran que yo era un hincha en serio. Bajé de Internet todo el CD del Centenario de Nacional y me defendí de algunas cargadas regalando copias del disco a los que más me tomaban el pelo. Y a veces yo escribía poesías a Nacional.
En 2003, yo tenía unos compañeros con quienes hablaba en la radio cada lunes. A veces transmitíamos fútbol. Las cargadas seguían, pero me tuvieron que respetar cuando apenas por penales el campeón de Brasil (Santos) pudo eliminar a Nacional. Un empate por 4 goles en Montevideo y un empate por 2 en Santos, con derecho a un gol de chilena de Eguren! Pero fallamos en los penales, apenas Munúa convertió el suyo.
En 2005 fui a Rivera. Allí me compré lo que pude de Nacional: bandera, copa, banderín, llavero, papelitos, sombrero, me compré hasta una térmica! Ya tenía la camiseta. Mi segunda visita a Rivera, el año siguiente, me trajo un nuevo amor uruguayo: los alfajores! Y dejé un saludo, con el dedo central apuntado al cielo, cuando pasé ante un 'Club Atlético Peñarol'.
En 2006, pude ver todos los partidos de Nacional por la Libertadores por cable. Ahora los canales transmitían todos los partidos y pude ver más seguidamente el Bolso. Aunque a veces tenía que soportar cada inepto comentando... 'Ahí está el Parque Central, en donde Nacional es muy fuerte cuando juega por Libertadores' (y habíamos perdido los tres partidos en 2005); 'Este es (Rodrigo) Vasquez, el hombre de confianza del entrenador' (y él había quedado ausente dos partidos por pelearse con Lasarte). Pero la peor de todas fue interrumpir la transmisión del partido contra Tigres, por la Libertadores, ¡para empezar un amistoso de Flamengo contra nuestro rival! Tuve que escuchar por radio Oriental los últimos minutos.
Una curiosidad fue el partido final de la fase de grupos. Nacional jugaba con Tigres en México; Inter recibía a U.A. Maracaibo. La TV transmitió al partido de Inter, pero le quité el audio y me conecté con la radio. Empatamos, nos clasificamos... para jugar otra vez con Inter.
Desde que me casé ya no tengo TV por cable. Sigo apenas escuchando por Internet, enterándome de las noticias en decano.com y otros sitios, apoyando al Bolso de la manera que puedo. Desde lejos, busco ayudar a Nacional. Tengo pendiente un viaje a Montevideo -ya lo prometí a mi esposa- y ver allí un partido de Nacional (y si es en el Parque, mejor). Y cuando esté finalizada mi casa (que la estoy construyendo), querré guardar un dinero para tornarme socio del glorioso Club Nacional de Fútbol.
que juega mi tricolor;
estoy en tierras lejanas
pero tengo el mismo amor”.
[1]Supe unos años después que el árbitro (el brasileño Edilson Pereira de Carvalho) había sido presionado por directivos arbitrales brasileños para favorecer a Nacional. Enojado y sin aceptar la presión, él dejó de marcar un penal clarísimo sobre la hora, que hubiera significado la victoria y la clasificación.
(agradezco a mi amigo Manoel -en la foto de la derecha junto al actual presidente tricolor Ricardo Alarcón- su autorización para publicar este relato)
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La búsqueda de la directiva aliancista fue muy intensa, pero terminó por darle el gusto al DT de la hoy desintegrada Yugoslavia. A La Victoria llegó en silencio Iordani Alexander Petrov Petrova -foto- (inscrito así en los registros de la FPF), delantero búlgaro que perteneció a Lokomotiv de Sofía, al mismo tiempo que estudiaba Ingeniería en Refrigeración en una universidad de esa ciudad.
Petrov abandonó su país por el comunismo dominante, se marchó luego a Canadá y terminó en el Perú. Iba a reforzar a Independiente de Cañete en la Segunda División, pero este equipo no participó en ese certamen por problemas económicos, y el atacante europeo apareció de la noche a la mañana en Matute. Hizo algunos goles -ya como Jordan Petrov- con la camiseta aliancista en 1991, pero Alianza Lima no pudo ser campeón.
Vilic falleció por una penosa enfermedad en su país y la directiva blanquiazul optó por otros técnicos (primero el argentino Pedro Dellacha, luego los nacionales César Cueto y Javier Castillo, después el sureño Miguel Ángel Arrué) Justamente el chileno pidió a Petrov de vuelta, pero al goleador se le secó la pólvora en el último tramo del Descentralizado de 1992.
En 1993 actuó en Defensor Lima y luego no se supo más de él como futbolista profesional. Cuando ya estaba retirado del fútbol, Petrov se desempeñó por buen tiempo como dealer (repartidor de barajas) en un conocido casino en Lima. Hoy pocos conocen su paradero.
(anécdota tomada de la página "Goal peruano")
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(ADRIÁN GONZÁLEZ, jugador argentino en revista "El Gráfico", Julio de 2008)
(ALMUDENA GRANDES, escritora española y simpatizante del Atlético de Madrid)
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Himno del Atlético Mineiro (Wilson Sideral y Rogério Flausino)
Andrada, mundialmente conocido como el arquero del Vasco da Gama cuando Pelé, con la camiseta del Santos, le convirtió su gol Nº 1000 en el estadio Maracaná, tuvo en su año debut, 1960, un resultado catastrófico. Fue cuando, en Avellaneda, Racing le convirtió a Rosario Central ¡11 goles!... con él en el arco. Sin embargo, esa tarde, fue considerado como uno de los mejores jugadores de la cancha. Recordando ese partido, dijo: "Nos tendrían que haber hecho veinticinco goles".
El partido, disputado el 2 de Octubre de 1960, por la 21ª fecha del certamen, arrojó la siguiente síntesis:
Racing (11): Negri; Anido y Murúa; De Vicente, Víctor Rodríguez y Cap; Corbata, Pizzuti, Mansilla, Sosa y Belén.
Rosario Central (3): Andrada; Bautista y Cardoso; Álvarez, Lombardi y Ramos; A. Rodríguez, I. López, Pagani, Castro y F. Rodríguez.
Goles en el primer tiempo: 6m. Sosa (R), 20m. Pizzuti (R), 21 m. Sosa (R), 25m. Lombardi (RC), 27m. Corbatta, de penal (R), 30m. y 37m. A. Rodríguez (RC). (en este tiempo, y con el resultado 4 a 3 a favor del local, Pagani, de la visita, marró un penal).
Goles en el segundo tiempo: 1 y 14m. Mansilla (R), 11m. Corbatta, de penal (R), 16m. Pizzuti (R), 20m. y 25m. Sosa (R) y 42m. Corbatta, de penal (R).
Árbitro: Eduardo Velarde
Al final de ese cotejo, el puntero izquierdo de la Academia, Raúl Belén, se retiró a los vestuarios llorando porque no pudo conquistar ni uno solo de los 11 tantos de su equipo.
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(FABIÁN MADORRÁN 1965-2004, ex árbitro argentino, en un Boca-Banfield del Clausura 2002, cuando el volante banfileño Fabián Santa Cruz toma del pantalón a Riquelme quien reacciona y se va por primera vez expulsado en su carrera)