(Corría 1973, y la consulta del otro lado del teléfono provenía de un dirigente de River Plate hacia un cazatalentos del club que aseguraba, del otro lado de la línea, que había un muchacho en Chacabuco que prometía ser un fenómeno. Ese año Daniel Passarella terminó jugando para Sarmiento de Junín en la Primera C, para llegar finalmente a River en 1974)
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(Corría 1973, y la consulta del otro lado del teléfono provenía de un dirigente de River Plate hacia un cazatalentos del club que aseguraba, del otro lado de la línea, que había un muchacho en Chacabuco que prometía ser un fenómeno. Ese año Daniel Passarella terminó jugando para Sarmiento de Junín en la Primera C, para llegar finalmente a River en 1974)
El primer grande del interior
Como si se tratara del barrio o el potrero, un grupo de empleados administrativos, policías, estudiantes, funcionarios, militares, maestros y taxistas formaron hace 40 años en la provincia de Santiago del Estero un equipo de fútbol para competir en el Torneo Nacional de 1967 bajo el nombre de Central Córdoba, club fundado el 3 de Junio de 1919. Habiendo empatado un partido y perdido cuatro, venció en la sexta fecha a Boca Juniors en la mítica Bombonera por 2-1, en lo que fue la primera victoria de un equipo del interior sobre uno de los cinco “grandes” en Buenos Aires.
Ricos contra pobres, clase alta ante la baja o profesionales frente a entusiastas… De muchas formas se podría nombrar al duelo que se llevó a cabo el 15 de Octubre de 1967. El club santiagueño, que actualmente milita con suerte diversa en el Torneo Argentino B, abrió el marcador a los 20 minutos del primer tiempo a través de Marcelo Aranda, un modesto taxista disfrazado de centrodelantero. La rústica defensa conformada por los empleados administrativos René Ruiz, Juan Carlos Rossi y Alberto Chazarreta fue fundamental para que el arco defendido por el profesor Antonio Carott se mantuviera en cero al cabo del período.
Claro que el mediocampo integrado por el funcionario Alfredo Mackeprang y los policías José Ayunta y Héctor Saganías tuvo el mérito de tener la pelota y jugar corto cuando Boca buscaba desesperadamente el empate. “No teníamos ningún pálpito antes del partido, solamente ir y jugarlo”, rememora el comisario Saganías, una de las figuras del encuentro.
Aquel equipo xeneize, que contaba con figuras como Antonio Roma, Silvio Marzolini y Antonio Rattín (entre otros), tuvo que salir a jugar la segunda etapa con diez hombres por la lesión de Norberto Madurga (todavía no se usaban los cambios).
El panorama pintó más difícil para Boca cuando el militar Manuel Rojas convirtió un gol de antología a los 29 minutos, picando la pelota por encima del cuerpo de Roma. La jugada fue un contrataque llevado a cabo por los estudiantes René Taboada y Víctor Pereyra. Superados por los nervios, fueron expulsados un minuto más tarde Ruiz (Central Córdoba) y Pianetti (Boca).
Ni la expulsión de Chazarreta a los 36 minutos, ni el descuento anotado por Rattín a los 42 ayudaron al equipo de la Ribera para tratar de revertir la humillación. Los diarios de la época no pasaron por alto el inesperado acontecimiento. El matutino “La Prensa” calificó de “decepcionante” la actuación de Boca, mientras que “Crónica” halagó a los santiagueños, al remarcar que “sin sutilezas, con la complicidad de un juego práctico y acorde con las circunstancias” se llevaron el triunfo, que fue caratulado como “El Boom de los Changos”.
Con el espíritu y la realidad de jugadores amateur, los futbolistas de Central Córdoba festejaron el batacazo. “Fue una satisfacción enorme, un sueño, una cosa increíble. Jamás pensamos en ganar. Santiago se paralizó y el vestuario fue una fiesta”, recuerda el volante Saganías. Para dejar en claro que el fútbol era sólo un hobbie para ellos, el policía afirma que “el premio por haberle ganado a Boca fue el reconocimiento de la gente. No hubo nada económico”.
La única distinción para los héroes santiagueños llegó 39 años más tarde, cuando los dirigentes del club hicieron socios vitalicios a los miembros de aquel plantel. “Este año no hubo reuniones ni anuncios de algún agasajo por los 40 años”, enfatiza resignado Saganías.
Del lado de los derrotados, el arquero Roma señala que lo de Central Córdoba “fue una hazaña grandísima” , ya que “tenían poco renombre y jugadores sin rodaje en Primera”. Además, justifica la derrota afirmando que “el equipo estaba un poco desarmado” y peleaban “la mitad de la tabla”.
Si se toman en cuenta las diferencias existentes entre los clubes, la victoria de los Ferroviarios toma más importancia. Mientras Boca entrenaba todos los días, hacía viajes al interior para jugar amistosos y sus futbolistas eran bien pagos, los provincianos tenían dos prácticas semanales y todos los jugadores priorizaban su trabajo extra deportivo para poder subsistir.
A pesar de la legendaria epopeya, Central Córdoba terminó decimocuarto en la competencia de 1967, sólo por encima de San Lorenzo de Mar del Plata y Chaco For Ever; mientras que Independiente fue campeón nacional. Además, los dirigidos por Antonio Collado tuvieron apenas una incursión más en Primera, en 1971. Más allá del pobre presente, nadie le quita lo bailado al club santiagueño después de tamaña proeza.
Síntesis
Boca Juniors -1-: Roma; Magdalena y Marzolini; Simeone, Rattín y Silveira; Pianetti, Madurga, Novello, Zarich y González
Central Córdoba (SE) -2-: Carott; Ruiz, Rossi y Chazarreta; Mackeprang, Saganías y Ayunta; Aranda, Taboada, Rojas y Pereyra
Goles: PT 20’ Aranda (CC). ST 29’ Rojas (CC) y 42’ Rattín (BJ)
Expulsados: ST 30’ Ruiz (CC) y Pianetti (BJ), 36’ Chazarreta (CC)
Árbitro: Roberto Goicoechea
(artículo de Denis Guillermo Rosales, publicado en el blog “Tridente ofensivo” el 18 de Octubre de 2007)
(GUILLERMO PEREYRA, ex jugador del Mallorca y flamante incorporación del Real Murcia, opinando ayer, 24/08/09, en el programa “Indirecto” que se emite por la señal TyC Sports acerca de su frustrada llegada a River Plate)
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(MATÍAS DEFEDERICO, flamante jugador del Corinthians, tras su polémica desvinculación de Huracán, a su llegada a San Pablo, Brasil, en el día de ayer -24/08/09-)
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(JOSÉ NASAZZI, capitán del combinado charrúa, recordando la final del Mundial de 1930)
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Sueños Mundiales (Pablo Malagón - España)
Dormía. Se le secó un impulso de arrebato y machacó su sino contra la pared. El alma le sangraba y sus manos desprendían el sudor de la tormenta; agonizaba su ego y se hacía débil en su fracaso, su desquicio, su decepción. Sus sueños se tornaban en pesadillas al compás de una tarjeta roja que había hundido sus ansias en la desesperación infinita.
Un sueño; el Mundial, un deseo; la victoria, una realidad; la expulsión y el fin con que el cielo le había castigado aquel caluroso día ibérico. La jugada se había negado a surgir, el balón se alejaba de sus pies y de su garganta proliferó un grito de injusticia frente a la impotencia no castigada. No hubo más jugadas, no hubo más goles, no hubo más espectáculo, sólo hubo una tarjeta roja que le sumió en los perores sueños. Dormía pero no descansaba, dormía pero no vivía.
Dormía. Dormía y soñaba su éxito. Gozaba su momento y paladeaba el triunfo que había dado la vuelta al mundo. El balón se había pegado a su pie y ya no se le había despegado en ningún momento del torneo ¡Bendito balón! Bendito Mundial que le había dado la gloria eterna, bendita ilusión y bendita sensación de éxito en la venas.
Había levantado la copa, y su beso de campeón había llevado a su país al auténtico éxtasis de triunfo. Había unido a ricos y pobres en torno a un balón y había agrandado su mito hasta el punto de no ser sólo una persona o un jugador, sino el mismo Dios vestido con pantalón corto.
Todos le buscaban; la prensa, la afición, sus compañeros “¡Genio!” Le gritaban “¡Mago!” Le exclamaban. Y él lloraba, lloraba y lloraba. Lloraba porque nunca había sentido tanta alegría, lloraba porque sabía que si el fútbol tenía un rey no era otro que él mismo, lloraba porque el mundo estaba tan a sus pies que se sentía con fuerza para patearlo a la escuadra o hacerle un quiebro a la vida y colmarse de felicidad eterna.
Había marcado el gol de su vida, de la historia; una leyenda dibujada a base de regates, una carrera elegante, precisa, preciosa, una obra de arte unida a un balón y a su genio de indiscutible categoría.
Y ahora levantaba la copa del mundo, la copa que el distinguía como el mejor, la copa que le guardaba un sitio en los anales de la historia, la había besado firme, loco de alegría y colmado de paz ¡Dios! La vida no le podía ir mejor.
Dormía. Dormía sin dormir porque no comprendía su rumbo. Había conseguido destacarse, lo había dado todo, estaba vacío; vacío de fuerzas, de ganas y de fútbol. Le había dado a la vida todo su ser y ahora la vida le negaba otra victoria. Su ego de ganador no era capaz de asimilar aquella derrota. Ahora no dormía, solo intentaba dejar escapar una noche de furia y en la profundidad de sus sueños solo se oía el tambor de la decepción.
Se desesperaba, daba vueltas sobre la cama y solo pensaba amargado que le iba a ser imposible alcanzar a aquel genio de tez tostada al que tanto admiró de niño. Intentó hacerse fuerte en su refugio y pidió perdón por la derrota, suplicó perdón a su pueblo, a su gente, a sus compañeros, a si mismo, se suplicó un perdón que no pudo encontrar en ningún rincón de su alcoba.
La suerte les había acompañado a lo largo del campeonato, el balón había entrado siempre que lo habían necesitado, sus regates habían sido los justos, nunca los de antaño, eficaces latigazos asociados con remates de un socio de fatigas goleadoras y nocturnas que habían llevado a su equipo a la final ¡Maldita final! Y maldito el árbitro que había juzgado su suerte, y malditos los rivales, duros como piedras, que habían truncado su destino.
Y había llorado. Y lloraba. Había llorado al comprobar que la fortuna no iba a estar para siempre a su lado, y mientras observaba el gozo de sus rivales alzando la copa de la gloria, el suyo se había hundido en el pozo de la desesperación, había llorado por perder y lloraba por haber perdido su ilusión, su vergüenza, su torneo.
Dormía. Dormía y golpeaba con furia al aire que le viciaba la vida. Dormía y probaba el sabor de la peor derrota sin haber perdido más partido que el de la inocencia.
Había perdido la honestidad, le habían acusado sin compasión y le habían tirado a los leones a la primera de cambio “¿Por qué lo hiciste?” Le preguntaba la gente. Y él sólo intentaba contener su desánimo contestando un “yo no he hecho nada” que no percutaba ningún oído cuerdo.
Había caído en la trampa, le habían lanzado el lazo y él, tal caballo salvaje, hambriento de fútbol, no había hecho sino atraparlo sin saber que era a él, a su corazón, a su equipo y a su pueblo a quien estaban atrapando. Su expulsión había dado la vuelta al mundo y su desamparo se tornaba en perpetuo al no encontrar a nadie que el tendiera una mano, él miraba a los ojos del mundo y el mundo solo le preguntaba “¿Por qué lo hiciste?”. “Yo no hice nada” respondía ya sin esperanzas. “Yo no hice nada” repetía esta vez entre lágrimas.
Y eras sus lágrimas nota de desencanto, eran nota de la desesperación más absoluta, porque había llegado a este campeonato con más ilusión que nunca. Había perdido velocidad, había perdido fuerza y había perdido parte de su irrepetible regate. Había ganado, por otra parte, desconfianza, mala fama y los malos hábitos que le estaban hundiendo en la nada. Pero conservaba intacto su talento, conservaba sus ganas de ganar y conservaba la ilusión, aquella que los golpes de la vida estaban dispuestos a negarle una y otra vez. Pero el orden es cruel con los rebeldes y ahora se sumía en la impotencia y eran sus lágrimas un mar de desilusión porque ¡Le habían expulsado para siempre de su campeonato!
Su error, intentar demostrarle al mundo que él podía hacer todo lo que le diese la gana, su castigo, quedar condenado para siempre a una eterna sospecha y no disfrutar nunca más de lo que tanto le gustaba: jugar al fútbol.
Dormía. Y ahora su sueño era un grito silencioso a la agonía. Dormía sin cerrar los ojos porque sus pupilas se dilataban tanto que parecían buscar la muerte sin desearlo. Y ahora lloraba la gente, ahora el mundo pedía a Dios que le salvara la vida.
Su cuerpo intoxicado yacía ya sin ánimos ante la desorbitada mirada del grupo de doctores que le atendían, tan dolidos en su alma como su propio paciente, aquel genio que levantó el país a golpes de balón. Luchaban por devolverle la vida, la ilusión y las ganas de jugar. Y él, dormido en su angustia, ajeno a la realidad y atado al destino, se encomendó a Dios. Sin querer parecerlo él mismo en este caso, sino necesitándolo, suplicando su mano, porque ante la agonía no queda más Dios que la esperanza.
Y la esperanza se tornaba en desespero y el desespero en desasosiego y todos los sentimientos se encadenaban en uno cada vez que el pueblo sentía que su ídolo se perdía para siempre.
Había vivido el hambre, el éxito, la gloria y la suerte de tener ante sí todo el talento del fútbol. Había levantado estadios, pasiones, camas y fiestas. Había sido el número uno, el mejor, y ahora, la vida, a la que tanto había regateado sin sentido, le hacía a él, el rey del regate, un último quiebro hacia la muerte.
Y por su mente se pasearon todos los recuerdos; su infancia pegada al hambre y a un balón que siempre llevó cosido a su pie, su adolescencia prometiendo fútbol a sus creyentes, su juventud, levantando tantas expectativas como bocas fue dejando abiertas por los estadios, sufriendo la expulsión que le atormentó sus comienzos, cifrando traspasos multimillonarios y demostrando al fútbol que su cabeza y su corazón iban unidos a su pierna izquierda. Su madurez, alcanzando la gloria del Mundial y dibujando sonrisas en sus periplos, resucitando el espíritu de los mejores futbolistas, abocando a sus rivales a quedar sentados siempre que se enfrentaran a su cintura.
Risas y lágrimas que desnudaban un carácter presto al mínimo error, delirios de grandeza que no se hundieron con derrotas y un desparpajo nocturno al tiempo que cavaba su propia tumba. Y su hundimiento, sellado el día que le señalaron con el dedo y le declararon culpable por siempre, afirmado una tarde de junio cuando le prohibieron disfrutar de su último Mundial y culminado aquella noche en la que todo su país rezaba por su salvación.
Se encaramó a la esperanza y apuró su último esfuerzo mientras se apuntaba de nuevo a la vida. Decidió seguir siendo él mismo y no hundir a su gente en el llanto. Le molestó que aquellos que antes le empujaron ahora le diesen la mano, y se la rechazó, con orgullo futbolístico, como él sabía. Le indignó que ahora le lloraran los que le habían reído, se volvía loco, le creían loco, pero solo él y Dios sabían lo que pasaba por su cabeza, solo él y Dios pactaron una última oportunidad que le devolviera a la vida.
Abrió los ojos, sintió el olor a medicina y observó el techo inerte de la clínica que le hospedaba. Esbozó una sonrisa y recordó su último acuerdo con Dios; siempre sería un rebelde pero Dios estaba con él, al menos de momento, y aquello le hizo feliz. Por fin, como aquel día en el que levantó al mundo con su gol de recorrido antológico, como el día que levantó la copa de la vida ante los ojos del universo, volvía a ser feliz. Porque Dios estaba con él. Porque Dios también disfrutó con él. Porque Dios vive en él.
Dios salve a Maradona.
(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento)
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El 2 de Junio de 1991, le ganó a la Academia por 6 a 1, en lo que parecía constituirse en un partido de tenis. Estaban igualados en sets.
Los goles del ganador fueron anotados por Gabriel Batistuta (3), Diego Latorre (2) y Alfredo Graciani. El descuento académico lo convirtió Ortega Sánchez. Sergio Goycochea estaba en la valla de Racing.
El 13 de Marzo de 1995, Boca pasó al frente en el fútbol-tenis, derrotando a Racing por 6 a 0, con anotaciones de Sergio Martínez (3, uno de ellos de penal), Rubén Da Silva, Alberto Acosta y Alberto "Beto" Carranza. Ignacio "Nacho" González fue el arquero que sufrió la goleada.
La paridad de este "fútbol-tenis" se produjo el 3 de Diciembre de 1995, en la Bombonera, cuando Racing le ganó a Boca por 6 a 4.
Los goles los convirtieron Rubén Capria (3), Claudio Piojo López (2) y Marcelo "Chelo" Delgado para el ganador, mientras que los de Boca los hicieron Carlos Mac Allister, Diego Maradona (de penal), Sergio "Manteca" Martínez y Darío Scotto.
(JORGE RIAL, periodista argentino de espectáculos -2008-)
(GENNARO GATTUSO, mediocampista italiano, opinando sobre su talentoso compañero en la selección azzurra)
Gran victoria (Gunnar Larsen - Noruega)
* Poesía dedicada a la gran victoria (2-0) de la selección de Noruega a la de Alemania en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936.
mi pegaso inicia el trote como si de salida oyera el disparo.
¡Hola, viejo, le dije, actúas bastante solo
y ni siquiera estás inscrito en saltos ni en polo!
Pero contento y esperanzado el animal relincha a una
y entramos velozmente galopando en la tribuna.
En la primera fila se agolpaba toda la nobleza del deporte
desde la cima del ilustre Sir Thomas hasta Hitler y su cohorte
y allí la voz de líderes como Rudolf Hess y Goebbels mezclaban su gloria
con la plebe ordinaria y se mostraban contentos y seguros de la victoria
porque como es sabido la voz en Alemania es el espejo del alma
y todos estaban tan contentos y todos gritaban Heil! y daban palmas.
40 000 espectadores, el estadio de Post estaba abarrotado,
y el Gran Kal y sus parientes ya se habían achispado
y el patinador Haraldsen y toda la hinchada noruega con su brillo
el embajador Scheel noruegamente embanderado tarareaba el estribillo
y la gente de Aftenposten estaba en la tribuna norte
jugando a patriotas noruegos en el pequeño formato del deporte.
Así una Noruega unida asistió orgullosa al futbolístico combate,
del gran Jowe los alemanes rugían el nombre, pero resistimos el embate,
ante los ojos del propio Führer vimos intervenir a Tippen, el veterano,
y el Gran Kal entusiasmado secó sus lágrimas en un pañuelo samaritano,
cuando Brustad pasó a Isaksen y este chutó y marcó
la propia madre Noruega allí presente emocionada se sonó.
Miré a Hitler que al devolverme el saludo se equivocó
y vi que un gran desánimo en el bigote se le enredó,
el embajador Scheel se lamentaba y Fladvad andaba compungido,
Camillo Holm estaba triste, pero siempre a la última vestido.
No era para eso para lo que al Führer al estadio habían llevado,
así es que el ambiente al final del primer tiempo estaba cargado.
¡Bravo Noruega! otro gol en el segundo tiempo marcado con presteza
y la Madre Germania quedó transformada en la Señora Tristeza.
Jørgen Jowe, Brostad, Olleberg, Quammen, todos tan famosos
formaban con el medio izquierda Isaak un equipo fabuloso,
cada balón que caía de lo alto los noruegos lo despejaban de cabeza
y ante Deutschland über alles pies noruegos alzaban una fortaleza.
Gran día fue para la madre Noruega y estaba muy contenta,
luego le lanzaron incesantes bravos hasta que perdió la cuenta
y cuando el mismísimo Hitler se marchó, si yo no oí mal,
en el tristemente conocido heil la “l” se convirtió en “a”.
El alemán Nertz tres jugadores había reservado, era el entrenador,
y la masa enfurecida gritaba: ¡Eso sí que fue un inmenso error!
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Argentinos y uruguayos, rioplatenses al fin, fuimos sin dudas el centro del mundo futbolero de los años '20. Los Charrúas, Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos 1924, defendían su presea en Ámsterdam 1928.
No la tenían fácil. Argentina mando representativo, y se sabía que la el duelo rioplatense era final segura. Pero entre ambas delegaciones que se reflejaba en continuas reuniones, cenas y amistad permanente.
En una de esas cenas, antes de jugarse las semifinales, los jugadores de ambos países sellaron un pacto por demás particular: si una de las dos delegaciones no pasa a la final, el otro país utilizaría en el partido definitivo, en modo de homenaje, los colores del hermano rioplatense. Un hermoso gesto, propio de un fútbol todavía amateur, en lo económico, y por suerte, en lo moral.
Argentina y Uruguay derrotaron a Egipto e Italia respectivamente, jugando las final el 10 de Junio, y repitiéndola el día 13, en la cual, finalmente; Uruguay se alzó con la presea dorada.
(VICENTE DEL BOSQUE, entrenador español, en el diario español "El Mundo" 7 de Abril de 2008)
(ROMARIO, ex internacional brasileño, en declaraciones que concedió a periodistas durante el lanzamiento de su libro el pasado 21 de Julio. Está acusado en la actualidad por su ex mujer, Mónica Santoro, por el atraso en el pago de la pensión alimenticia, así como también es señalado como uno de los inversores en una red financiera irregular que quebró y que dejó a varias personas en la bancarrota)
La pasión desde lejos (Manoel Castanho - Brasil)
A los diez años de edad conocí a Nacional. Fue a través de un número de la revista Placar cuyo tema era 'los mayores clubes del planeta'. Datos, historia, ídolos y títulos de 31 clubes del mundo (y 13 de Brasil, por ser una revista brasileña). El que me interesó fue Nacional, uno de los últimos de la revista. Y decidí en aquel momento (mitad de 1991) que este sería mi equipo. Antes tenía alguna simpatía por Vasco (y no era Ostolaza precisamente), pero era pequeño. Nacional fue una decisión.
Lejos de Uruguay, casi no había manera de enterarme sobre su realidad. A veces encontraba resultados de la Libertadores en los diarios. Solamente cuando llegó el Libro del Año 1992, de la Enciclopedia Británica, pude saber que Nacional fue campeón uruguayo en aquel año.
En una noche normal de 1993 encendí la televisión para ver fútbol. La primera cosa que escuché fue un grito de gol de Nacional (al contrario de Uruguay, en Brasil los relatores gritan los goles de equipos extranjeros, aunque sin la misma fuerza). ¡Yo no sabía que hacer! Corrí por todo el ambiente en lo que estaba, gritando gol. Aquella noche vencimos a Cruzeiro por 1-2, con goles de Vidal Gonzalez y Severo, descontando transitoriamente para los brasileños el joven Ronaldo, todavía sin cumplir 17 años.
Algunas pocas veces, cuando Nacional jugaba contra equipos brasileños, lo podría ver por televisión. Recuerdo, por desgracia, algunos momentos malos: un partido contra Flamengo en 1995 (en lo que su portero, Clemer, recibió dos amarillas y no fue expulsado), otro contra Palmeiras en 1998 (perdimos 3-1). En este período aprendí a soportar las cargadas. La gente no creía que un brasileño era capaz de ser hincha de un cuadro uruguayo.
También fue en 1998 que comencé a aprender español y esto me abrió algunas puertas. En 1999 encontré un E-group en Internet, pero tenía muy poco movimiento. Sin embargo, me permitió conocer algunos amigos bolsilludos. De ellos destaco Gabriel Mancini (con quien tengo contacto hasta hoy), Ricardo Varela (me envió una vez el semanario Tricolores) y Andrés Saavedra (me envió una camiseta de Nacional a cambio de una de São Paulo).
Aquel año también conocí el sitio web futbol.com.uy. Semanalmente yo seguía los resultados. Esto mejoró cuando conocí otra web, elsitio.com.uy, en la que pude seguir las finales del campeonato uruguayo con transmisión de texto actualizada a cada 3 minutos. Para uno cualquiera puede sonar aburrido, pero lo viví con pasión.
Así empecé a seguir el Apertura 2000. En la sexta fecha, conseguí conectarme con la radio Sarandí Sports (hoy Sport 890). Jugaba Nacional contra Huracán Buceo. Ganaba Nacional 2-1 y yo estaba tan perdido que cuando vino el tercer gol, no sabía para qué equipo era. Y escuchando los relatos de 'la voz del gol' Alberto Sonsol, festejé aquel título conquistado un 11 de Junio, dos fechas antes, en la cara del rival de siempre (1-0, gol del Chengue). Al final del año salimos campeones uruguayos. Y los partidos que vi por TV fueron un par de derrotas contra Atlético Paranaense, además de una victoria y un empate contra Corinthians. Pero quedé tristemente impactado cuando el empate con Boca nos eliminó de la Copa Mercosur.[1]
El año siguiente, confieso que estaba medio desilusionado. Nacional había sido campeón uruguayo con dos goles de penal del Manteca Martínez. Pero la noche de 17 de Febrero es inolvidable: empezamos con goleada contra Deportivo Maldonado y el personaje que me devolvió la ilusión de hincha fue Vicente Sanchez, quien ingresó en el complemento y sufrió un penal. 'Que le corren de atrás, que le corren de atrás, penaaaaaaaaaaaaaaaaaal', escuché de Sonsol. Se tornó mi ídolo. 'Lástima que no va a durar mucho', pensé. Y así fue. En la mitad del año se fue (mi sueño de periodista y de hincha es entrevistarle un día). Pero vino Abreu y me trajo la mismísima ilusión, además de traer junto el bicampeonato. Pude ver los goles en el noticiero SportsCenter, lo que ya me daba mayor alegría.
Las preguntas de la gente seguían siendo las mismas. No comprendían como un brasileño era hincha de Nacional. Preguntaban cómo yo tenía noticias de Nacional, y yo les contaba, hasta que comprendieran que yo era un hincha en serio. Bajé de Internet todo el CD del Centenario de Nacional y me defendí de algunas cargadas regalando copias del disco a los que más me tomaban el pelo. Y a veces yo escribía poesías a Nacional.
En 2003, yo tenía unos compañeros con quienes hablaba en la radio cada lunes. A veces transmitíamos fútbol. Las cargadas seguían, pero me tuvieron que respetar cuando apenas por penales el campeón de Brasil (Santos) pudo eliminar a Nacional. Un empate por 4 goles en Montevideo y un empate por 2 en Santos, con derecho a un gol de chilena de Eguren! Pero fallamos en los penales, apenas Munúa convertió el suyo.
En 2005 fui a Rivera. Allí me compré lo que pude de Nacional: bandera, copa, banderín, llavero, papelitos, sombrero, me compré hasta una térmica! Ya tenía la camiseta. Mi segunda visita a Rivera, el año siguiente, me trajo un nuevo amor uruguayo: los alfajores! Y dejé un saludo, con el dedo central apuntado al cielo, cuando pasé ante un 'Club Atlético Peñarol'.
En 2006, pude ver todos los partidos de Nacional por la Libertadores por cable. Ahora los canales transmitían todos los partidos y pude ver más seguidamente el Bolso. Aunque a veces tenía que soportar cada inepto comentando... 'Ahí está el Parque Central, en donde Nacional es muy fuerte cuando juega por Libertadores' (y habíamos perdido los tres partidos en 2005); 'Este es (Rodrigo) Vasquez, el hombre de confianza del entrenador' (y él había quedado ausente dos partidos por pelearse con Lasarte). Pero la peor de todas fue interrumpir la transmisión del partido contra Tigres, por la Libertadores, ¡para empezar un amistoso de Flamengo contra nuestro rival! Tuve que escuchar por radio Oriental los últimos minutos.
Una curiosidad fue el partido final de la fase de grupos. Nacional jugaba con Tigres en México; Inter recibía a U.A. Maracaibo. La TV transmitió al partido de Inter, pero le quité el audio y me conecté con la radio. Empatamos, nos clasificamos... para jugar otra vez con Inter.
Desde que me casé ya no tengo TV por cable. Sigo apenas escuchando por Internet, enterándome de las noticias en decano.com y otros sitios, apoyando al Bolso de la manera que puedo. Desde lejos, busco ayudar a Nacional. Tengo pendiente un viaje a Montevideo -ya lo prometí a mi esposa- y ver allí un partido de Nacional (y si es en el Parque, mejor). Y cuando esté finalizada mi casa (que la estoy construyendo), querré guardar un dinero para tornarme socio del glorioso Club Nacional de Fútbol.
que juega mi tricolor;
estoy en tierras lejanas
pero tengo el mismo amor”.
[1]Supe unos años después que el árbitro (el brasileño Edilson Pereira de Carvalho) había sido presionado por directivos arbitrales brasileños para favorecer a Nacional. Enojado y sin aceptar la presión, él dejó de marcar un penal clarísimo sobre la hora, que hubiera significado la victoria y la clasificación.
(agradezco a mi amigo Manoel -en la foto de la derecha junto al actual presidente tricolor Ricardo Alarcón- su autorización para publicar este relato)
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La búsqueda de la directiva aliancista fue muy intensa, pero terminó por darle el gusto al DT de la hoy desintegrada Yugoslavia. A La Victoria llegó en silencio Iordani Alexander Petrov Petrova -foto- (inscrito así en los registros de la FPF), delantero búlgaro que perteneció a Lokomotiv de Sofía, al mismo tiempo que estudiaba Ingeniería en Refrigeración en una universidad de esa ciudad.
Petrov abandonó su país por el comunismo dominante, se marchó luego a Canadá y terminó en el Perú. Iba a reforzar a Independiente de Cañete en la Segunda División, pero este equipo no participó en ese certamen por problemas económicos, y el atacante europeo apareció de la noche a la mañana en Matute. Hizo algunos goles -ya como Jordan Petrov- con la camiseta aliancista en 1991, pero Alianza Lima no pudo ser campeón.
Vilic falleció por una penosa enfermedad en su país y la directiva blanquiazul optó por otros técnicos (primero el argentino Pedro Dellacha, luego los nacionales César Cueto y Javier Castillo, después el sureño Miguel Ángel Arrué) Justamente el chileno pidió a Petrov de vuelta, pero al goleador se le secó la pólvora en el último tramo del Descentralizado de 1992.
En 1993 actuó en Defensor Lima y luego no se supo más de él como futbolista profesional. Cuando ya estaba retirado del fútbol, Petrov se desempeñó por buen tiempo como dealer (repartidor de barajas) en un conocido casino en Lima. Hoy pocos conocen su paradero.
(anécdota tomada de la página "Goal peruano")
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(ADRIÁN GONZÁLEZ, jugador argentino en revista "El Gráfico", Julio de 2008)
(ALMUDENA GRANDES, escritora española y simpatizante del Atlético de Madrid)
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Himno del Atlético Mineiro (Wilson Sideral y Rogério Flausino)
Andrada, mundialmente conocido como el arquero del Vasco da Gama cuando Pelé, con la camiseta del Santos, le convirtió su gol Nº 1000 en el estadio Maracaná, tuvo en su año debut, 1960, un resultado catastrófico. Fue cuando, en Avellaneda, Racing le convirtió a Rosario Central ¡11 goles!... con él en el arco. Sin embargo, esa tarde, fue considerado como uno de los mejores jugadores de la cancha. Recordando ese partido, dijo: "Nos tendrían que haber hecho veinticinco goles".
El partido, disputado el 2 de Octubre de 1960, por la 21ª fecha del certamen, arrojó la siguiente síntesis:
Racing (11): Negri; Anido y Murúa; De Vicente, Víctor Rodríguez y Cap; Corbata, Pizzuti, Mansilla, Sosa y Belén.
Rosario Central (3): Andrada; Bautista y Cardoso; Álvarez, Lombardi y Ramos; A. Rodríguez, I. López, Pagani, Castro y F. Rodríguez.
Goles en el primer tiempo: 6m. Sosa (R), 20m. Pizzuti (R), 21 m. Sosa (R), 25m. Lombardi (RC), 27m. Corbatta, de penal (R), 30m. y 37m. A. Rodríguez (RC). (en este tiempo, y con el resultado 4 a 3 a favor del local, Pagani, de la visita, marró un penal).
Goles en el segundo tiempo: 1 y 14m. Mansilla (R), 11m. Corbatta, de penal (R), 16m. Pizzuti (R), 20m. y 25m. Sosa (R) y 42m. Corbatta, de penal (R).
Árbitro: Eduardo Velarde
Al final de ese cotejo, el puntero izquierdo de la Academia, Raúl Belén, se retiró a los vestuarios llorando porque no pudo conquistar ni uno solo de los 11 tantos de su equipo.
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(FABIÁN MADORRÁN 1965-2004, ex árbitro argentino, en un Boca-Banfield del Clausura 2002, cuando el volante banfileño Fabián Santa Cruz toma del pantalón a Riquelme quien reacciona y se va por primera vez expulsado en su carrera)
(RON ATKINSON, ex jugador y entrenador inglés)
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La triste historia de Justin Fashanu
Justin Fashanu, el primer futbolista profesional que salió del armario. Y, por ahora, el único...
¿Quién era?
Un futbolista inglés de origen nigeriano de los 80 y los 90.
¿Por qué se le recuerda?
Por ser el único futbolista de élite que declaró públicamente su homosexualidad. Lo hizo en 1990, cuando era futbolista del Leyton Orient londinense.
Justin Fashanu (Londres, 19 de Febrero de 1961) era uno de los más prometedores jugadores del Reino Unido, cuando jugaba en el Norwich City. Más aún, cuando en 1981, el entonces poderoso Nottingham Forest pagó por él 1 millón de libras esterlinas. Ya entonces, Fashanu tenía clara su sexualidad.
Aunque no era oficial, sus salidas nocturnas llegaron a los oídos del polémico entrenador del Forest, Brian Clough. Éste, en su biografía, relata una conversación que tuvo con Fashanu: "Si quieres una barra de pan, ¿adónde vas? Al panadero, supongo. Si quieres una pierna de cordero, al carnicero... Entonces, ¿por qué sigues yendo a esos malditos clubs de maricones?".
Clough llegó a apartar a Fashanu del equipo y ahí empezó un rosario de pasos efímeros por numerosos clubes, que incluyeron estancias en Estados Unidos y Canadá. Regresó a Inglaterra, jugó en el Manchester City, en el West Ham y en el Leyton Orient.
Estando en este equipo, el 22 de Octubre de 1990, el diario sensacionalista The Sun publicó una entrevista exclusiva con Fashanu en la que el jugador declaraba su homosexualidad y además, relataba que había tenido un affaire con un parlamentario conservador casado.
Su vida como gay
Cuando salió del armario, comenzaron sus problemas. Su propio hermano, John, que también era futbolista, lo rechazó, afirmando que "era un paria". Aunque sus compañeros de vestuario no le hicieron el vacío, Fashanu tuvo que aguantar declaraciones de otros que lo rechazaban y las inevitables chanzas y comentarios maliciosos de los aficionados. Por todo ello, volvió a hacer las maletas y retornó a Canadá.
Volvió al Reino Unido para jugar en Escocia. Entre otros, formó parte del Hearts of Midlothian de Edimburgo, equipo con el que se enfrentó al Atlético de Madrid en una eliminatoria de Copa de la UEFA. Incapaz de pasar una temporada seguida en más de un club, se retiró en Nueva Zelanda tras otro breve paso por Estados Unidos.
Su triste final
Fue en Estados Unidos donde recibió el peor palo de su vida. En 1998, un joven de 17 años le denunció por abusos sexuales. Fue interrogado por la Policía por ese caso, pero ni siquiera fue detenido. Fashanu retornó al poco a Inglaterra, temiendo ser arrestado. Poco más de un mes después de este asunto, y agobiado por una profunda depresión, Fashanu fue encontrado ahorcado en un garaje abandonado en Shoreditch, un suburbio de Londres.
Dejó una nota de suicidio en la que decía que "Me he dado cuenta de que ya he sido declarado culpable. No quiero dar más preocupaciones a mi familia y a mis amigos. Espero que el Jesús que amo me dé la bienvenida; al final encontraré la paz". La Policía inglesa averiguó poco después que las autoridades estadounidenses habían archivado el caso de abusos sexuales contra Fashanu por falta de pruebas.
(tomado del blog “20 minutos”. Más información aquí)
Golazo de Justin Fashanu frente al Liverpool (1980)
Una vigilia solitaria - Justicia para Justin Fashanu
Jason Hall viaja de Brighton a Londres en una solitaria vigilia para conmemorar un nuevo aniversario de la muerte por suicidio de Justin Fashanu. Este acto marca el inicio de una campaña de sensibilización sobre la homofobia en el fútbol profesional.
En 1941, logró el ascenso a Primera División con el equipo funebrero. Y estando en Vélez, en 1944, junto al legendario arquero Miguel Rugilo, y delantero Ángel Fernández, decidió emigrar al fútbol mexicano, más precisamente al club León.
Según relata el periodista Luciano Wernicke, en su imperdible libro "Curiosidades futboleras" -1996-, en el León, los mencionados tuvieron a un técnico que utilizaba singulares métodos. Decía Aurelio: "el entrenador, en pleno partido, les daba instrucciones a sus jugadores utilizando pañuelos de diferentes colores. Si el técnico agitaba uno de color azul, todos debían ir al ataque. En cambio, si exhibía uno verde, los once integrantes del equipo tenían que defender. Y si el pañuelo elegido era el rojo, había que retener la pelota".
La novedosa estrategia se puso en práctica, pero las cosas no salían nada bien. Por más que se cambiaban los colores establecidos -más que nada los verdes-, los goles de los rivales llegaban unos tras otros.
En una ocasión, con el partido desfavorable por 5 a 1, Aurelio se acercó al banco y, dirigiéndose al técnico, le sugirió: "Maestro, ¿qué le parece si saca un pañuelo blanco y nos rendimos?" Marco Aurelio, inefable.
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(LUIS GARISTO, ex jugador y entrenador uruguayo)
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Maradona me quería robar a mi marido. Debe ser por el pelo largo y los músculos marcados.
(MARIANA NANNIS, esposa del ex jugador argentino Claudio Paul Caniggia)
El fútbol es sagrado (Carlos Penelas - Argentina)
Usted le tiene fe al María Mater Ecclesiae? ¿Es simpatizante, hincha o barra brava de éste equipo? ¿Conoce su historia, la superstición de cada jugador, sus cábalas? ¿Piensa que la Clericus Cup será más trascendente que la Jules Rimet? Alfredo Ves Losada escribió una nota sumamente interesante en torno al fútbol, al Vaticano y el carisma de sus motivaciones. Ese artículo me llevó a escribir éste que seguramente llevará a un poeta, escritor o periodista a escribir otro. Un rosario de palabras jadeantes, votos y sortilegios entre arco y arco, entre el punto del penal y el silbato divino. Ante un tiro libre, ¿usted es capaz de rezar un Ave María?
Pues bien, para muchos la Clericus Cup es llamada en estos días la Champions League de la Santa Sede. Todo nació, según cuenta la leyenda, de la cabeza (no del cabezazo) del cardenal Bertone, Tarsicio. Ningún parentesco con nuestro amado y admirado Bertoni, Daniel. Este cardenal convenció a Benedicto XVI -llamado por las malas lenguas el Beckenbauer de la Iglesia- para organizar un torneo de fútbol. Euforia y esoterismo. Se habló de la vidriera, de sponsor, de evangelización, de fieles, de la actualización. Oficios y comunión de santos. Creo que también de lo ventajoso para luchar contra el aborto, los homosexuales y los anarquistas. Gracias a Dios tuvo el visto bueno de su Santidad. Ergo, el cardenal convocó a dieciséis institutos romanos de formación diocesana. Y proliferaron equipos de fútbol con los seminaristas. El torneo se puso en marcha con jugadores de más de cincuenta nacionalidades. Un milagro: genuflexión y desplazamientos.
El Banco del Espíritu Santo aparentemente no intervino en ninguna publicidad pero colaboró con su mirada celestial. Una de las canchas auxiliares al Oratorio de San Pedro formará parte de la efemeridografía. Otro equipo: el Colegio Tiberino que intentó pasar a cuarto de final en el Grupo A.
Los nombres de los seleccionados son infernales, zigzageantes: Pontificio Seminario Gallito, North American, Pontificio Seminario Romano Maggiore, Universidad Lateranense, Redemptoris Mater -este último un equipo con letanías-. La copa tiene forma de sombrero como los que lucían los seminaristas hasta los 90, con dos botines al pie. Un hallazgo bíblico, un emblema de la globalización. También participa un equipo cuyo nombre nos produce escalofrío: Legionarios de Cristo. Conservadores en el juego, dicen. Cuatro, cuatro, dos, dicen. Sin pecado concebido, dicen.
Hay banco de suplentes, entrenador, director técnico. Los seminaristas de Antioquia, los nigerianos y los colombianos parecen que dan que hablar. En el campo Cardinali Spellman -una leyenda como el Maracaná- es la cancha principal del Oratorio de San Pedro. Al entrar casi todos se persignan, otros besan el césped, ingresan por lo general con el pie derecho. Entran corajudamente. De afuera se escuchan los gritos de aliento, las hinchadas no tiran papelitos pero despliegan rezos, miran al cielo y entonan cánticos que no se parecen a los gregorianos. Códigos.
Se escucha: tocando de primera, distribuyan la pelota, vayan por las puntas, se marca a presión. En el Colegio Marista se hizo una especie de concentración con un almuerzo balanceado: pavo. El cocinero fue el padre Ignacio, Ignatius si usted conoce algo de latín. Hay sobrenombres, motes. Todo con beatitud. Algunos, devotos de la Virgen de Guadalupe, hacen sus pedidos. Mexicanos, qué duda cabe.
Un gol; el jugador levanta el puño derecho. Estatura canónica. Maradona, susurran. Admite, el goleador mira y admite. Pero hay más. Va hasta la platea y lo grita. Las matracas y los redoblantes hacen lo suyo. Está filmado: matracas y redoblantes. Describo, cuento aquello que leí y pude ver. Poco, poco. Y la gente corea, se abraza, se besa, tocan el cielo con las manos. No hay insultos, no hay laicos ni ateos ni desvergonzados. Reina la pulcritud, la pureza y el balón tiene algo espiritual, algo mágico. Impoluto, angelical, asexuado. Ninguna relación con el Mundial de Fútbol Gay que se hizo en Buenos Aires. Acá no hay maricas ni travestis ni onanistas. Ni monaguillos ni prostitutas.
(Estoy seguro que ninguno de ellos vio ‘Sin techo ni ley’ de Agnés Varda, ni ‘Nadie sabe’ de Hirokazu Koreeda. Tal vez me equivoque pero no creo, no creo)
Hay tarjetas amarillas, no por el color de la bandera del Vaticano. Crearon una tarjeta azul, una tarjeta intermedia. Hay spray, ídolos, ritos. También algunos periodistas, devotos, moralizantes. No hay denuncias de proxenetas aunque el nombre de Marcial Maciel da vueltas en el campo de juego y sus alrededores. Silencio de monasterio. Los jugadores son, además, alumnos destacados. Estudian filosofía, teología, bioética. Algunas camisetas llevan el auspicio de Lotto en el pecho. Obediencia debida.
Al finalizar el encuentro se siente el olor a transpiración, no a santidad. No se sabe por qué pero muchos seminaristas brasileños no fueron convocados. En algunos el resentimiento se hizo ver. Culpas, algunos golpes beneméritos. Confesionario y a verlo todo detrás del alambrado. De Darwin no se habla. Ni de Galileo.
Hay fotos en los colegios de los muchachos. Alguien dice: yo no estoy para hacer banco. Aunque parezca mentira algunos les agrada la cumbia villera. Citan a Messi y a Carlitos Tévez. Saben que mañana les espera los abdominales, los piques, las carreras cortas, la elongación. Las duchas son como las de la Roma. Los espera la misa, la música y el reposo. Se juegan dos tiempos de treinta minutos cada uno.
Afuera, en los jardines, se escuchan los grillos. Moralejas eclesiásticas. Que Dios te bendiga, acotan al retirarse. El encargado del bufet les pregunta sobre el resultado, cómo jugaron, cómo están. En el bufet hay un bello crucifijo, grande, detrás de la caja, arriba del mueble de las gaseosas. Sutilezas, panoplias, platerías.
Felizmente, desde el día en que nací, soy de Independiente, de los Diablos Rojos. Como toda mi familia: padres, tíos, hermanos, primos. En la cancha aparece un fana disfrazado de diablo y en la popular una bandera lleva con claridad un número amenazante: 666. Una vez -hace años- pisé ese césped, caminé lo místico. Un proceso de levitación. No hay iglesia que nos ampare, me digo. Tal vez de allí el agnosticismo; de esas banderas rojas, de esa gente voluptuosa, de esos seres indolentes (como yo) que se emocionan en ese templo pagano, ateo, que sólo tienen fe en Lucifer. El de la visera, el de la Cordero, el de la calle Bochini.
(agradezco a Carlos por autorizarme a publicar este cuento y compartirlo con todos ustedes)
Es común que durante los partidos de fútbol que dan en la tele, se magnifique el bullicio del público con sonido envasado. Lo mismo pasa en radio.
Durante el Mundial de 1990 yo realizaba narraciones en Radio Agricultura, independientemente de mi condición entonces de editor de Prensa de Radio Minería. Para ese torneo Mundial de fútbol no estuvimos en Europa, sino que lo relatábamos desde nuestros estudios, situados en la zona céntrica de Santiago. No decíamos que estábamos en directo pero queríamos impregnar a los auditores del ambiente que se vivía en la cancha, por más que nuestra fuente de información era el cotejo que aparecía por la televisión. De modo que solo observando la pantalla chica sin su sonido, realizábamos nuestro trabajo. No era primera vez ni sería la última en que las cosas se estilaban de esa manera en las transmisiones radiales en general. Todo salía bien. Uno de los técnicos contaba con una serie de sonidos originados en los estadios chilenos durante los partidos de alta convocatoria. Entonces, ese especialista en sonidos mantenía al aire un murmullo constante que se acentuaba al atacar alguno de los equipos y que, claro, se agudizaba al máximo en caso de gol.
Pero en el partido por el tercer lugar en ese certamen, entre Italia e Inglaterra, la ilusión que generaba el sistema quedó en entredicho. Sucede que en medio de la intensidad de aquel encuentro, el público alentaba a los suyos con algunos chilenismos inexplicables. Una de las barras cantaba "Se callaron los huevones... se callaron los huevones...".
Imaginen a los hinchas itálicos y británicos refiriéndose a la barra adversaria en esos términos, en idioma castellano, y más todavía, utilizando una cantinela hasta hoy usual en Chile sobretodo en los clásicos de la "U" y Colo Colo. Por cierto, que el sonido envasado correspondía a uno de esos partidos del campeonato chileno, pero los auditores de Agricultura esa tarde deben haber quedado desconcertados cada vez que le decíamos que tomaba la pelota un astro italiano o inglés y la gente supuestamente se levantaba de sus asientos para gritar a voz en cuello que se callaron los huevones.
(VLADIMIR NABOKOV, recordando a los porteros de su infancia en Rusia en "Habla memoria" -Anagrama-)