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El atrofiado hipertrofiado


Mundialmente, el deporte es una logia secreta. Una secta socialmente contrabandista sin eludir Aduanas.

Una secreta logia con apariencia de universalizada apertura a las leyes ordinarias de la sociedad. Un neocuatrerismo ajustado al Derecho. Una chantocracia chantajista.

Tanto hay de cofradía masónica en el actual deporte industrializado y politizado, que sus organizaciones rectoras distribuyen títulos de domésticas distinciones en el estrecho ámbito de sus cerrados cenáculos.

Esa logia llamada El Deporte (que en algunos casos llega a ser auténtico y todavía puro en medio de una generalizada corrupción de su esencia primitiva) no es otra cosa que una suma multitudinaria de organizaciones civiles de lícita apariencia; para ejercer, subrepticiamente, actividades tan ilícitas o tan repulsivas a la igualdad de los derechos humanos, como las que seguidamente se enumeran como las más conocidas, todas, por supuesto, colocadas bajo el estandarte de la recreación, la salud física y la felicidad de los pueblos:

-1) La extorsión o el chantaje a los Estados.

-2) La burguesía y el privilegio más aberrantes a los comunes clamores de igualdad social de los pueblos (indistintamente en los países capitalistas, como en los comunistas, o los llamados terceristas).

-3) El adoctrinamiento de las masas populares en el insólito derecho a lo prohibido, no obstante haberse institucionalizado al deporte como escuela de civismo.

-4) El pragmatismo de lo vedado por lo moral, en aras de lo apetecido por lo material.

-5) La parasitología humana como carga de la sociedad, sin mediar jamás expresa aprobación de la sociedad para financiar esa imposición de tales castas burguesas que argumentan “obrar socialmente”.

-6) La actividad política comparable a las agrupaciones específicas, tanto donde éstas están permitidas, como donde están proscriptas por las leyes.

-7) Los más impunes delitos en punto a dolo, defraudación, estafas o drogadicción, con el amparo de la inocencia admitida en quien delinque en cumplimiento de mandatos societarios siempre anónimos, por masificados que son los pronunciamientos de las asambleas, en los cuales se escudan aquellos delitos para impunidad de sus verdaderos autores.

-8) La venalidad y la prostitución de los periodistas supuestamente preceptores de la conducta ciudadana, incorporados en crecido número al núcleo accionario de aquella secta parasitaria en todo el mundo.

-9) la difusión, primero; el estímulo, luego; y por último la más abundante información pública respecto de la drogadicción, hoy llevada a extremos de suicidio.

-l0) El soborno, el cohecho, la incentivación ilícita de las motivaciones competitivas, según lo exigen interese de asociados paralelos, o de organizaciones gangsteriles copartícipes de los intereses deportivos.

¿Qué es el deporte?

Desde luego, es algo muy transformado respecto de su idea original; de su inicio entre castas económicamente privilegiadas; de su concepción inicial sin multitudes de activos y pasivos intervinientes, ahora consumidores, o consumidos.

En respuesta a aquella pregunta, no hay ningún diccionario ni enciclopedia que aporte una definición encuadrada en la actual función positiva que el deporte puede cumplir en la sociedad, según sus muchas transformaciones sociales, económicas, industriales, morales y éticas.

Por eso me permito establecer, como pauta del sujeto a analizarse en este trabajo, una definición que me es propia y con cuyo basamento ruego al lector ubicarse en la filosofía del ideal, y la crítica de la realidad, que ha de encontrar en las páginas posteriores. Hela aquí:

DEPORTE SEGÚN SIGLO XX: Juego limpio. Cultivo del honor. No importa si por profesionalismo o amateurismo. Pueden ser deportes los dos. Pueden no ser deportes ninguna de las dos disciplinas mencionadas, si se apartan del juego limpio y honorable. Específicamente: toda actividad física o atlética de carácter competitivo. O aquello que procura una perfomance con fines recreativos, y/ o espectaculares, que sin atentar contra la salud de sus protagonistas en forma intrínseca de sus fines (boxeo, automovilismo) propenda al mejoramiento físico, moral, intelectual, y aun patrimonial de quienes lo practiquen.

Sin anacronismos, y con generosa aceptación de muchas de sus transformaciones propias de toda masificación, aquello es a mi juicio el acto deportivo encuadrado en la humanidad contemporánea, tanto en lo que respecta a sus derechos, como a sus obligaciones, en situación de convivencia.

Por cierto que los diez puntos que sintetizan aquella ubicación del deporte en una logia parasitaria (de la que implícita y explícitamente quedan excluidas las contadísimas y honrosas excepciones propias de toda generalización) no tienen armonía con la aspiración estética y social de dicha definición respecto de Deporte según siglo XX.

El deporte es, hoy, en el mundo, un gigante atrofiado e hipertrofiado a la vez.

Tan corrupto como el hombre, cosa muy natural tratándose de un quehacer de hombres; mucho más natural cuando su conducción -desde todos los ángulos- pasó a ser casi un monopolio de hombres comunes; frecuentemente mediocres. En contraposición de alguna época en la que esa conducción estuvo a cargo de hombres incomunes, acaso de “inadaptados sociales”, si afinamos sin sentido peyorativo el alcance de la expresión. Desde que el deporte quedó totalmente en manos de los “adaptados” (a épocas y distorsiones), su anatomía es la de aquella contradictoria coexistencia de la atrofia y la hipertrofia en un mismo, gigantesco, cuerpo.

ATROFIA: Falta de desarrollo de una parte del cuerpo. Consumisión. Falta de nutrición de un órgano.

ATROFIAR: Padecer atrofia, disminuir su tamaño.

HIPERTROFIA: Aumento anormal del volumen de un órgano.

Veremos ahora, recorriendo hechos comunes, sucesos sobresalientes, citas intrascendentes, publicaciones inadvertidas, constancias muy publicitadas, personajes populares, personalidades casi desconocidas, noticias deportivas y no deportivas, cómo el deporte se constituye en una suerte de logia masónica; en una típica -y casi incomprensible- burguesía igualmente imperante - con omnipotencia de oligarquía intocable- en el mundo llamado capitalista- liberal; y en el opuesto denominado socialista con su fuerte capitalismo clasista, o en el más reciente de los denominados terceristas no alineados.

Entre la extensa nómina de burguesías contra las que la humanidad proletaria lucha desde hace siglos para extirpar los privilegios, las desigualdades ajenas a la inevitable desigualdad mental de los hombres, se ha oído mentar a las burguesías agroganaderas; a las burguesías industriales; a las burguesías feudales; a las burguesías de banqueros; a las burguesías de gangsters; a las burguesías del arte; a las burguesías intelectuales; a las burguesías literarias; a las burguesías de tratantes de blancas; a las burguesías universitarias; a las burguesías del vicio; en tiempos más recientes aquella colección de burguesías se ha ampliado con las más notoriamente reemplazantes de la burguesía política, que son la burguesía militar y la burguesía sindical.

Pero no veo que se advierta la existencia de la burguesía deportiva. Se la conoce. Pero no se le da importancia.

Y tampoco advierto aproximación imaginativa- cuando los inadvertidos advierten su existencia- de lo que esa burguesía deportiva consume del tributo impositivo y voluntario que la sociedad brinda para que esa burguesía se sustente. Y se agigante hasta la hipertrofia, si se trata de su nocivo desarrollo como hecho social.

Sospecho que no transcurrirán muchos años sin que las explosiones masivas de indignación por los privilegios de los menos, produzcan el hasta ahora imposible caso de la rebelión de las masas contra el deporte parasitólogo.

Sin desearlo exactamente, creo que se trataría de un hecho plenamente justificado en el proceso de la rebeliones populares. Comprendo que la predicción es por ahora demasiado antedatada.

Pero en la proclamada era de las “transformaciones y cambios para liberar a los pueblos sojuzgados”, es absolutamente aberrante que el deporte (precisamente con aquella bandera en la mano) se convierta en un primerísimo consumidor de bienes cada vez más escasos del común plato de nuestros consumos. Que desplace, por caso, a la salud y la educación pública.

Cuando ello sea advertido, no solamente se pueden producir agresiones masivas como las registradas en los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 (cuando guerrilleros árabes masacraron a los atletas judíos), sino la desaparición por mucho tiempo de consumo de suntuosidad faraónica como han pasado a ser, en perjuicio de los contribuyentes anónimos, los Juegos Olímpicos, los Campeonatos Mundiales, y por el estilo una sucesión de otras semejantes periódicas programaciones, supuestamente “obligatorias” al “honor y promoción de los países”, pero en verdad solamente destinadas al lucro sectario de aquella logia de burgueses deportivos que han hecho del deporte un trampolín y una vidriera de otros objetivos de chantócratas (creación lunfarda de Jorge Sábato.)

Aquella, que no pretende ser una predicción, sino una mera ecuación del andar de la vida, ya tuvo algún anticipo en el rechazo que por decisión popular supiera hacer la ciudad norteamericana de Denver (Colorado) de la sede olímpica que habían logrado inconsultamente sus “representantes” en la mesa de la burocracia de la parasitología internacional del deporte. El despertar de los pueblos pocas veces se hace con racionalidad. Pero los abusos con los pueblos dormidos suele culminar en pesadillas.

Y esto es válido para el saqueo que el deporte le está haciendo a todos los pueblos del mundo, aun cuando una prensa adocenada y cómplice del engaño, aparentemente logre, momentáneamente, la felicidad de esos pueblos por verse así insultados en su pobreza.

En Febrero de 1974, ante un enfrentamiento con España, los futbolistas representativos de Yugoslavia en las eliminatorias para el Campeonato Mundial de ese año, recibían la oferta de un premio de 50.000 dinares (3.000 dólares aproximadamente) para cada uno, en caso de obtener el acceso a dicho certamen.

La revista yugoslava Nin, comentando el episodio, hablaba de “maquinaciones en el alto nivel del fútbol” y agregaba: “Podrá ser el partido de la década, pero aún cuando fuera el del milenio, preguntamos: ¿qué sociedad puede darse el lujo de estimular cada 60 segundos de un partido con 350 dólares a cada jugador?” (La Nación, 20/01/74)

El día anterior, Tom Weiskopf, el golfista que mayor cantidad de dinero ganó en el mundo durante 1973 (245.463 dólares) declaraba (La Nación, 19/01/74) que no comprendía cómo un golfista podía ganar 100.000 dólares en dos semanas, y se manifestaba partidario de una distribución más equitativa de los premios, agregando: “Me gusta ganar dinero, pero no tendría inconveniente en que se reduzcan mis beneficios anuales en 50.000 dólares”.

No participo de la ñoñería de regular honorarios profesionales según las exigencias formativas previas del sujeto, como lo sustenta el frecuentemente alegato de que “un jugador de fútbol no debe ganar más que un médico”. Acepto que gane más, si su arte cuenta con mayor demanda que el de curar.

Pero no comparto la universalizada insolencia socioeconómica que hace del recreador de multitudes (sea deportista, artista o cualquier profesión exclusivamente recreativa, no productora de servicios esenciales para la sociedad) el ciudadano económicamente privilegiado dentro de las escalas retributivas de los salarios.

Lejos de ser un lastre del capitalismo, esa aberración igualmente imperante en el mundo capitalista como en el comunista, es mucho más que cualquier otra cosa, un caso de inconsciencia social colectiva contra el cual tendrán que alzarse alguna vez los clamores populares o los procesos auténticamente socializantes, dentro de los cuales, hasta ahora, aquella lacra sobrevive, curiosamente, como uno de sus puntos de supuesto apoyo, según es generalizado el uso del deporte como anestésico mental de todos los pueblos que lo pagan sin cuestionar su característica de monopolio de una secta parasitaria.

El entusiasmo deportivo terminó por inundar de infantilismo la vida continental, decía Ortega y Gasset, en una suerte de asociación de extremos igualmente representativos de una degeneración humana en el deporte, como pueden serlo, con la misma gravedad, la detención del desarrollo de los individuos por insuficiencia glandular, o el desarrollo anormal del volumen de sus órganos por desproporcionada actividad. Atrofia e hipertrofia deportivas.

El deporte desnaturalizado como juego o como negocio del juego, está en esos extremos, que por cierto sobrepasan lo que imaginó y condenó Ortega y, como él, muchos sociólogos del hecho deportivo.

Pero con todo, la vigencia de sus anatemas sigue siendo fresca:

“La exageración de los deportes (…) es uno de los vicios, de las enormidades, contra la norma de nuestro tiempo; constituye una de sus falsificaciones.”

“Está bien alguna dosis de fútbol. Pero ya tanto es intolerable.”

(Y en la época que Ortega decía esto no había aún copas de campeones, recopas, supercopas, copas de ganadores de copas, campeonatos metropolitano y nacional, y todo este fútbol convertido en bazar que puede determinar que River Boca jueguen 9 veces en el año y esos nueve partidos se multiplican en 18 exhibiciones por televisión…)

“Una confirmación nos la proporcionan los diarios, que por su misma naturaleza (…) son el lugar donde más prontamente y de modo más claro se revela lo falso de cada época. Columnas y páginas, y más páginas, no hacen si no hablar del deporte.”

“Los jóvenes sólo se ocupan con fervor de su cuerpo y se están volviendo estúpidos.”


(Ortega no imaginó que también podían transformarse en estúpidos a través del mismo fervor volcado en la atención de sus melenas y sus patillones convertidos en “el cuerpo del joven 1970”.)

Huizinga, otro ensayista del fenómeno social del deporte, coincide diciendo: “Nos amenaza la misma organización exagerada de la vida deportiva, con la excesiva importancia que las noticias relativas al deporte adquieren en la prensa diaria, en los diarios especializados, hasta convertirse en el alimento espiritual de muchos.”

Volpicelli, hoy primera autoridad mundial en la educación física, señala: “Es ya un hecho que la radio, la televisión, la prensa, no sepan que imágenes y superlativos emplear, de qué inéditos poemas épicos extraer metáforas para exaltar la gloria de los campeones, los incuestionables caudillos de las masas de hoy… Si la cultura nace en el juego deportivo, su propagación en nuestro tiempo habría tenido, como única consecuencia, la de difundir puerilidad y estupidez.

El hecho de que el deporte se origina en la civilización de rapiña, se demuestra, entre otras cosas, por la jerga de los atletas, formada en gran parte por locuciones sumamente sanguinarias, provenientes de la terminología guerrera (“matar”, “sacrificio”, “machos”, “fuerza”, “degollar”). De este modo, las cualidades que por lo común se admiran en el tipo masculino producto de la vida deportiva, tales como “la confianza en sí mismo y la camaradería” podrían denominarse más bien “crueldad y complicidad del silencio”.

No es sólo que el fanatismo puede emplearse con fines demagógicos para distraer y adormecer a las masas, sino que, de un modo más amplio, el deporte, como fanatismo, como participación emotiva, acentúa la arcaica tendencia de las masas a rehuír el control de la crítica y del juicio y a someterse a los mecanismos contemporáneos de condicionamiento y alineación.”


Representando de una manera más realista a este concepto, se podría decir: no es sólo que el fanatismo sea usado por los gobiernos para hacer demagogia sobre las masas fáciles de seducir con dulces bocadillos; lo peor es que ya nos hemos ido al otro extremo del proceso y tenemos en boga el contrauso de aquella demagogia gobernante en todo el mundo, por las propias masas elegidas para ser adormecidas en la etapa inicial del proceso: ahora esas masas son poderosas sucursales de la explotación autónoma de esa misma demagogia, desde luego que teniendo como clientes a los hombres-masas que aún se encandilan con ella. Y así se da el caso que prácticamente los gobiernos más proclives a aquella explotación ya casi no necesitan actuar para que ese proceso de captación mental de las masas siga su curso. ¡Ahora son las masas las que actúan demagógicamente y en alguna forma son los gobiernos los que hacen de clientes de ellas!

En un comienzo fue al revés: los gobiernos ponían el circo y en él hacían de payasos los pueblos; ahora los pueblos han puesto su circo propio y colocado a los gobernantes a hacer de payasos dentro de ellos. Y lo curioso es que todos, absolutamente todos, proclaman a cada momento, aunque cuidándose de hacerlo en forma pública:

-¡Todo esto es camelo! ¡Puro camelo!

-El deporte ahora es circo en todos los niveles.

-Es todo mentira
(aporteñadamente: “es puro grupo”).

El relator de más audiencia en la radiofonía futbolera argentina es un típico ejemplo de ese sentido: viendo crecer aquella corriente de “apoyo al deporte”, se puso a su vera y en su ritmo; hoy la encabeza y hasta en cierto modo la orienta hacia donde a él se le ocurra o más convenga: tanto hace llorar a coro, como aplaudir a coro, como sufrir a coro, como gozar a coro, a la “sensibilidad futbolística del país”. Se mete en la vida privada más herméticamente cerrada y puede ser capaz de obligar al Estado a hacerse partícipe de lo que el Estado haya querido dejar librado al uso privado de la población; requiere la palabra del hombre de la calle y del hombre de gobierno; los obliga a integrar el carnaval; y en definitiva la comedia se hace absolutamente “nacional” sin exclusión de clases ni rangos; todos “están en el jardín” (título de obra teatral descriptiva del llamado mundo contemporáneo). Todos participan del rosado rosal, puesto que la presión desde aquel medio es tan grande, que no adherirse a él puede ser, para cualquier obrero como para cualquier ministro, peligrosamente “antipopular” como muestra de “insensibilidad de masas”.

Lo demás es obra de la prensa, que refuerza esa educación emotiva e irracional del hombre-masa -dice Volpicelli- para lo cual los diarios deportivos destilan una forma de embrutecimiento de la cual no siempre se tiene conciencia. Aquél que asistió a un partido espera con ansia el lunes para poder leer el relato de un diario deportivo, pero el lunes el partido le resulta nuevo y el lector vuelve a presenciarlo sin que siquiera medie la duda de que existan exageraciones y deformaciones”. El lector- tipo las hace suyas y las lleva consigo al próximo partido que ha de presenciar con sus ojos y tratará de saber “cómo fue”… con el diario del lunes.

Un alemán, Kischnick, ha dicho: “Por lo tanto, si nos preguntamos si el deporte constituye la forma espiritual de expresión de nuestro tiempo, la respuesta es que en ninguna actividad se niega el principio espiritual tanto como en el deporte, mientras que por otra parte, y esto es lo trágico, en ninguna otra se lo busca con tanta sinceridad. Si la práctica del deporte se vuelve absorbente, el arte desaparece y la fantasía viviente deja de encontrar el placer del alegre juego.”

Del pintor Quinquela Martín: “A mí me gustaba el fútbol cuando lo jugaban los líricos y los tuberculosos. Pero ahora se ha convertido en refugio de millonarios”. (29/10/1967).

Del poeta Alberto Girri: “En el fútbol de antaño se ganaba o se perdía; en el de hoy, nuestros “reyes del estadio”, como los llamaría Montherlant, siempre son “vencedores morales”, una expresión tan ambigua como hipócrita”. Y agregaba refiriéndose al tango como actitud nacional semejante al fútbol… “parece haber sucumbido definitivamente bajo los embates de sociólogos, intelectuales y renovadores” (16/02/1969).

Con las mismas palabras que para el tango pudo referirse al fútbol con igual exactitud.

(texto perteneciente al libro “Burguesía y gangsterismo en el deporte”, del recordado periodista deportivo argentino Dante Panzeri, Editorial Líbera, Buenos Aires, 1974)

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Carlos Peucelle, en tiempos del amateurismo, jugaba para Sportivo Buenos Aires. Luego, en 1931, logró el espaldarazo al ser transferido a River, convirtiéndose en la primera gran transferencia del profesionalismo. De ahí lo de los "Millonarios".
Peucelle, que jugaba como puntero derecho, formó parte del equipo argentino que participó de la primera Copa del Mundo, la de Uruguay en 1930.
Luego de una meritoria carrera como futbolista, se dedicó al trabajo en divisiones inferiores, mostrando una enorme capacidad. A través de un testimonio recogido por el inolvidable periodista Dante Panzeri en su libro "Fútbol, dinámica de lo impensado", se rescata una sabia opinión de Peucelle, expresada en Diciembre de 1966: "¿Qué 'La Máquina' -el River de 1943- no podría jugar ahora como en su época? En aquél tiempo todos jugaban contra River a defender. Y de 90 minutos, nosotros teníamos la pelota 80, haciendo juego por los laterales para poder entrar entre equipos totalmente puestos a la defensiva. Se hacía muy difícil hacerles gol. No por nada “La Máquina” fue también conocida como ‘Los Caballeros de la Angustia’. En 1946, Lanús nos puso 10 jugadores a defender y adelante quedó solamente Arrieta. Tuvimos 80 minutos de dominio total. Lanús hizo dos contraataques y Arrieta nos hizo dos goles y nos ganó el partido. ¿Y eso no era marcación?, ¿no era fútbol moderno? ¡Qué me vienen con que ahora meten gente atrás! Siempre la actitud instintiva del que se sabía menos fuerte fue ir a la defensiva como primera medida de seguridad. ¡Siempre! Ahora quieren presentar esa actitud natural del juego como "táctica", "cerrojo", "catenaccio". Y eso siempre se llamó "amontonarse". Sí, antes hablábamos de amontonarnos y ahora hablamos de cerrojo. El fútbol es siempre el mismo, con otro nombre. Porque antes y ahora los que deciden un resultado son los elementos humanos que están dentro de una cancha...".
Finalmente, Peucelle, agregaba: "Cuando hablan de fútbol moderno yo me pregunto, ¿cuál es el antiguo? Sospecho que eso demuestra que fútbol hay uno solo: bien jugado y mal jugado, con buenos jugadores o con malos jugadores. Y nada más...".

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Los golpes quitan años.

(HUGO ORLANDO GATTI, ex arquero argentino, en alusión a los golpes innecesarios en arqueros propensos a volar cuando la situación no lo requiere)

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Bueno la verdad es que sé muy poco, sólo que está en Grecia y que están sextimos en la tabla.

(ALEJANDRO CARRASCO, ex volante de Audax Italiano, respondiendo en Abril de 2003, al ser consultado sobre su nuevo equipo, el Skoda Xanthi griego)

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Lo que debo al fútbol (Albert Camus - Francia)


Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue, entonces, hace bastante tiempo, en 1928 para adelante, supongo. Hice mi debut con el club deportivo Montpensier. Sólo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en Belcourt y el equipo de Belcourt - Mustapha era el Gallia.

Pero tenía un amigo, un tipo velludo, que nadaba en el puerto conmigo y jugaba waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la canilla de un centro forward visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha.

Al cabo de un año de porrazos y Montpensier en el “Lycée” me hicieron sentir avergonzado de mí mismo: un “universitario” debe jugar con la Universidad de Argel, RUA. En ese periodo, el tipo velludo ya había salido de mi vida. No nos habíamos peleado, sólo que ahora él prefería irse a nadar a Padovani donde el agua no era tan “pura”. Ni tampoco, para ser sinceros, eran “puros” sus motivos. Personalmente, encontré que su motivo era “adorable”, aunque ella bailaba muy mal, lo que me parecía insoportable en una mujer. ¿Es el hombre, o no es, quien debe pisarle los dedos de los pies? El tipo velludo y yo prometimos volver a vernos. Pero los años fueron pasando. Mucho después comencé a frecuentar el restaurante de Padovani (por motivos “puros”) pero el tipo velludo se había casado con su paralítica, quien seguramente le prohibía bañarse, como suele ocurrir.

¿Pero qué es lo que estaba diciendo? Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, golero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin.

No sabía entonces que veinte años después, en las calles de París e incluso en Buenos Aires (sí, me ha sucedido) la palabra RUA mencionada por un amigo con el que tropecé, me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible. Y ya que estoy confesando mis secretes, debo admitir que en París por ejemplo, voy a ver los partidos del Racing Club, al que convertí en mi favorito sólo porque usan las mismas camisas que el RUA, azul con rayas blancas. También debo decir que Racing tiene algunas de las mismas excentricidades que el RUA. Juega “científicamente”, pierde partidos que debería ganar. Parece que esto ahora ha cambiado (eso es lo que me escriben de Argel), cambiado -pero no mucho-. Después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota.

Como zaguero esta el "Grandote" -quiero decir Raymond Couard. Le dábamos bastante trabajo, si mal no recuerdo. Jugábamos duro. Los estudiantes, los nenes de papá, no escatiman nada. Pobres de nosotros -en todo sentido- ¡muchos nos burlábamos de la dureza de nuestros propios pies! No teníamos más remedio que admitirlo. Y teníamos que jugar “deportivamente”, porque ésa era la dorada regla del RUA, y “firmes”, porque, cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro.

El equipo más difícil era el Olympic Hussein Dey. El estadio quedaba detrás del cementerio. Ellos nos hicieron notar, sin piedad, que podíamos tener acceso directo. En cuanto a mí, ¡pobre golero!, vinieron por mi cadáver. Sin Roger ¡lo que hubiera sufrido! Estaba Boufarik, ese centro forward grande y gordo (entre nosotros lo llamábamos "Sandia") se excusaba con un: "Lo siento nenito" y una sonrisa franciscana.

No voy a seguir. Ya me excedí de mis límites. Y entonces, me pongo reblandecido. Hasta en "Sandía" veo bondad. Además, seamos sinceros, bien que esto era lo que habían enseñado. Y a esta altura, no quiero seguir bromeando. Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA, no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará vigilándolos a ustedes.


Revista La Maga (Extra)
Literatura de la Pelota
Octubre 1996

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En Febrero de 2008, el club Sportivo Unidas de Las Garcitas (Chaco), ya eliminado del Torneo Argentino ‘C’ (o Torneo del Interior), debía visitar a sus comprovincianos de Juventud de Tirol por la última fecha de la Zona 29.
Sin ganas de pagarle a sus mejores hombres pero con la obligación de presentar equipo para no comerse una sanción del Consejo Federal de Fútbol, el club envió lo que encontró a mano. Y así fue como salieron al rectángulo de juego sólo 7 jugadores: Marcelo Mugnier, Rubén Molina, José Amarilla, Pedro Monzón, Ernesto Cardozo, José Ortiz y Alejandro Montiel (foto).
A los 55 segundos, el local, que tenía once jugadores en cancha y buscaba el triunfo para clasificarse, ya ganaba 1 a 0. Cuatro minutos más tarde hizo el segundo. A esa altura ya no se esperaba ningún milagro por parte de los '7 magníficos'. Mucho menos cuando a los 8 minutos de la primera etapa el defensor Amarilla se lesionó y tuvo que ser retirado en camilla, quedando su equipo en inferioridad numérica y fuera del reglamento.
No es una historia producida o sacada de algún cuento. Sucedió de verdad y en un campeonato oficial del fútbol argentino.

(tomado de la página "En una baldosa")

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Los cuatro fantásticos del Barça (Messi, Henry, Ronaldinho y Eto'o) pueden jugar mejor o peor, pero ni ganan ni pierden porque se les llame de esta manera. Los vestuarios de los equipos de elite están por encima de los motes que se ponen a los jugadores y, si no lo estuvieran, tendrían un problema grave.

(SANTI NOLLA, director de Mundo Deportivo, Agosto de 2007)

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Es un tipazo. He tenido muy buenos compañeros pero pocos como Blas... Me defendía en las prácticas. Cuando a alguno se le iba una patada, saltaba. Decía: "Pará que Diego nos tiene que hacer ganar plata el domingo".

(DIEGO LATORRE, ex jugador de Boca Juniors, opinando sobre su ex compañero Blas Giunta)

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Palabra del fútbol desnudo (Salomón Valderrama Cruz - Perú)


El fútbol es un desnudo,
piel invisible, deporte extraño,
a más,
absurdo y casi divertido.

Allí los límites,
las fronteras apareadas,
apaleadas,
de las religiones,
autonomías gubernamentales
(de imaginación impuesta)
y status monetario,
no existen sino únicamente en las líneas,
silbatazos,
que definen los penales,
los tiros de esquina,
los fuera de lugar,
los tiros libres y uno que otro escupitajo,
codazo o pisada en el beso de la,
más pura,
madre para no seguir perdiendo o,
al menos,
para intentarlo.

Pervertir con la,
magistral,
gambeta,
hacer volar idea,
existencia,
con forma de planeta,
patear planetas camino a la imaginación con el único,
inconmensurable,
propósito de correr para meter un Gol.

Tan simple como eso y no al revés.

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Hace tres décadas, por esta misma época, el ambiente futbolero de Cali como ciudad y del Deportivo Cali como institución, estaba enfervorizado con la presencia en las filas del equipo ‘azucarero’ del nuevo jugador argentino Ernesto Juan ‘El Cococho’ Álvarez, un hombre del medio campo, de exquisito y sutil manejo del balón, independientemente de su virtuosismo y efectividad en la ejecución de los tiros de esquina.
Con escasos 27 años en ese tiempo, casado con Margarita María Izaurralde y padre de dos pequeñas niñas, ‘El Cococho’ Álvarez heredó tal sobrenombre, por el simple hecho de tener el mismo apellido del famoso jugador uruguayo de su mismo apellido.
Álvarez se inició en el equipo Pueblo Nuevo de su ciudad natal. Poco tiempo después pasó a Estudiantes de La Plata, conjunto con el cual tuvo la feliz oportunidad de salir campeón intercontinental de clubes en 1968. Pasó más adelante a las toldas del equipo Colón de Santa Fe.
Su primera experiencia internacional fue jugando para Emelec del Ecuador en el año 1974. Con este equipo, en la Copa Libertadores de América, logró su primer ‘gol olímpico’, jugando frente al Cuenca del mismo país.
Cuando Juan Ernesto ‘El Cococho’ Álvarez llegó a Colombia, era un hombre moldeado futbolísticamente hablando, por técnicos de reconocido prestigio en nuestro medio como Juan Eulogio Urriolabeitia, jugador del mismo Deportivo Cali, Oswaldo Juan Zubeldía, forjador de grandes figuras en el Atlético Nacional de Medellín y el ‘Piojo’ José Yudica. ‘El Cococho’ Álvarez se vinculó a las filas del Cali, cuando al frente de la orientación técnica estaba el famoso ‘flaco’, Néstor Raúl Rossi, a quien jamás había tenido como entrenador.
Ernesto Juan Álvarez, un hombre con 1,79 metros de estatura y 80 kilos de pesos, inauguró su serie de históricos goles, el domingo 29 de Agosto de 1976, al cumplirse la 6ª fecha de la primera ronda del certamen ‘Finalización’. En el estadio ‘Pascual Guerrero’ Deportivo Cali superó al Cúcuta Deportivo por marcador de 3-2. El primer gol ‘olímpico’ del juego lo concretó ‘El Cococho’ Álvarez a los 25 minutos del tiempo inicial, en el arco sur del estadio sanfernandino, frente al portero Roganti. Fue el estreno del eficaz medio campista argentino. Después llegarían más anotaciones de la misma factura.
En ese tiempo el medio campo del cuadro de Rossi estaba conformado por Oswaldo Calero (ya fallecido), Diego Edison Umaña y la nueva contratación, Ernesto Juan ‘El Cococho’ Álvarez.
La consagración definitiva de este brillante volante ofensivo, como goleador ‘olímpico’, se hizo realidad la noche del 20 de marzo de 1979, en partido de la Copa Libertadores de América, frente a Quilmes de la Argentina. Cali ganó por marcador de 3-2. En el arco gaucho de Bernabé Adolfo Palacios, el gran ‘Cococho’ Álvarez hizo el gol de la victoria, cuando restaban solamente 11 minutos para la conclusión del juego.
En el Deportivo Cali jugó un total de 226 partidos y marcó 35 goles. Después de su paso por el equipo ‘Azucarero’, prestó sus servicios a Huracán de Buenos Aires y de regreso a Colombia actuó en el Deportes Quindío y el Cúcuta Deportivo. En nuestro medio conquistó seis goles ‘olímpicos’.
Pocos jugadores netamente zurdos, tan talentosos, de tan excepcional forma de pegar al balón, como Ernesto Juan ‘El Cococho’ Álvarez, un hombre que hizo época en el balompié nacional.

(artículo del periodista colombiano Tobías Carvajal Crespo, publicado en el sitio “Arco triunfal” del 30 de septiembre de 2006)

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Actualmente, la posición fundamental en el fútbol es la de mediocampista central, porque de ahí parte el ordenamiento para recuperar y manejar el balón; no es extraño que a muchos futbolistas de gran técnica los estén poniendo a jugar en esa posición, como por ejemplo es el caso de Juan Sebastián Verón o de Esteban Cambiasso.

(ROBERTO PERFUMO, ex futbolista argentino y actual comentarista de fútbol en TV)

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Los campeonatos los ganan los jugadores. El técnico podrá ayudar, guiar, aconsejar, pero jamás debe olvidar que los que están adentro son ellos y no uno.

(STEFAN KOVACS 1920-1995, célebre entrenador rumano, creador del "Fütbol total")

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Para un jugador de fútbol (Banchero Andersen - Uruguay)


Su estropeado esqueleto yacía en el calor mientras imaginaba cosas así, mientras pensaba que había que empezar todo de nuevo, buscar algo, y sólo encontraba los recuerdos.

Presurosa y menuda, poquita cosa más que una niña, casi le daba pena verla subir la cuesta de la calle bajo el sol a plomo de las siestas del verano, ocultando por momentos su vestido blanco, la prisa de sus pasos, detrás de las mezquinas islitas de sombra de los árboles. Más allá del reverberar del aire en la resolana iba su prisa, su figurita blanca, y fueron todas las siestas de aquel verano que cuando ella desaparecería a lo lejos, la calle quedaba sola de toda soledad.

Después se iba adensando el perfume de los jazmines, de las madreselvas y revivía el olor del campo bajo las sombras azules, violáceas, que se extendían lenitivas sobre la tierra ardiente, mientras las hojas verdes se balanceaban sobre la calle en la ilusión de frescura que creaba la virazón y alguna vez pudo imaginarse que las cosas esperaban que las lejanas sirenas de las fábricas la devolvieran a la calle, al barrio.

Veía todo aquello desde la esquina del boliche donde perdía las tardes junto al Cebolla y Miseria y algún otro vago como ellos y nunca se le hubiera ocurrido, nunca hubiera pensado que él mismo era un vago, si la mujer del bolichero no le hubiera dicho delante de todos que la muchacha no se iba a andar fijando en el primer atorrante que le hablara.

Escuchaba a Gardel en la gangosa radio del boliche y se confundía, se identificaba con todos los protagonistas de letras de tangos y amores infortunados; acaso alguna vez lloró por el parecido de los tangos con lo que a él le estaba pasando.

Eso fue casi todo, así de simple, simplificado por los inevitables olvidos.

Tirado sobre el caluroso colchón mojado por el sudor de su espalda, bajo las recalentadas chapas del techo de lata, el recuerdo, el sueño, tenían el mismo olor a la sombra, a la cerveza rancia de las botellas vacías en los casilleros apilados en el depósito de la cantina donde él dormía, en un rincón que los hermanos Arrieta, los cantineros (los dueños del club, se decía) le habían cedido.

Podía ver por la puerta entreabierta del casi ruinoso galponcito unas guías de la parra, lacias en el aire caliente, en la luz verde que filtraban las hojas entre las que ya habían colgado los parlantes, los amplificadores para el baile del sábado, para que los tangos, las milongas y los valses llovieran sobre los bailarines, sobre el torpe susurro de los pies en las baldosas rojas del patio.

También aquello pertenecía a los Arrieta, aquel calor, la rancia sombra más calurosa que la intemperie que él ahora estaba usurpando porque el mayor de ellos, el más gordo, se lo había dicho:

-Vos no vas a poder jugar más.

Lo había sabido todo el tiempo que pasó con la pierna inerte, monstruosamente hinchada por el yeso y el resto del cuerpo como un ligero apéndice atormentado de esa pierna, menos aquella parte de él que miraba girar lentamente en el techo la claridad de los días de afuera o, a veces, oía la lluvia resbalando del otro lado de la pared, pisoteada por los neumáticos, asordinando las bocinas en la calle donde había un letrero amarillo con letras negras: "silencio, hospital". Imaginando la misma lluvia en las laderas, en un barrio, una calle única entre todas las calles del mundo donde, a pesar de todo, iban a seguirse sucediendo las estaciones, iban a ocurrir otros veranos con jazmines y lentas hojas abanicando sin refrescar el aire.

Había pagado todo aquello, el techo de lata, el olor de los restos de bebidas dulzonas y hasta las cucarachas, jugando al fútbol por el club y ahora el gordo había tenido que darle a entender que lo estaba usurpando.

"Cuando me vaya, el gordo hijo de puta va a contar hasta las cucarachas -pensó-. No sea que yo me vaya a llevar alguna".

Justo entonces, en aquel partido en que, antes de empezar, el gordo lo había llamado aparte, no bien salieron del precario vestuario de lata.

-Mirá que te vinieron a ver de Nacional -le dijo.

Detrás de uno de los arcos, debajo de los eucaliptos, había un grupo de tipos hincados timbeando al seven-eleven, y parte del público, los muchachones, se habían entreverado en los peloteos preliminares porque la cancha no tenía tejido, era un cuadrilátero marcado con cal en medio de un campo con caballos sueltos y algunos ranchitos desperdigados, escondidos detrás de los ligustros.

Ahora el gordo le miraba aquella pierna que todavía arrastraba, pensando, seguramente, en los pesos que le hubieran tocado al club por su transferencia.

"Como si yo no fuera el más jodido en este asunto -pensó-. El único jodido".

Fue en las primeras jugadas. Cebolla levantó el centro y la pelota pareció quedar por un segundo suspendida del cielo, más alta que los eucaliptos, más alta que todas las cosas cuando él se metió entre las camisetas azules del otro equipo y de pronto se dio de boca contra el pasto. No oyó ningún crujido de huesos, nada, y todavía no era dolor, era una sensación, casi de pesadilla, de no poder moverse, la pelota había quedado a dos o tres pasos de él, al nivel de su vista y grande como un planeta, como todo un mundo que todavía no se daba cuenta que se le estaba escapando, quieta sobre la raya blanca del área chica. Y de pronto se encontró rodeado de piernas forradas de medias de lana, y veía allá arriba, invertida contra el cielo, la cara sudorosa, angustiada del Cebolla, mientras alguien gritaba, aproximándose en el sol:

-¡No lo muevan! ¡No vayan a moverlo!

Tenía una cara simpática el Cebolla, pecosa, de un rubio sucio, que la hacía parecer a la cara mal lavada de un chiquillo. Quizás creyera que tenía algo de culpa en aquello, aunque nunca lo dijo, no decía otra cosa que:

-Vas a ver que vas a seguir jugando. Vas a ver...

La primera vez que había ido a verlo al hospital con un paquete de cigarrillos y una botella chata, de esas de usar en el bolsillo de atrás del pantalón, llena de caña, se había quedado un rato callado, tratando de no mirarle la pierna enyesada, y de repente tuvo un arranque.

-El penal lo erré, hermano. Lo tiré como para matarlo, te juro.

Su expresión era tan sincera, tan dolida, que él no quiso decirle que ya no tenía ninguna importancia.

Más allá de la pared salpicada por la sombra de la parra, los Arieta proseguirían arreglando la sede para el próximo baile, colgando del techo y las paredes tiras de papeles de colores, globos y farolitos. Iba a tener que irse antes de la noche del sábado, y no era sólo que los Arrieta se lo iban a exigir y en último caso le iban a tirar la cama y el colchón al medio de la calle. Era que no iba a poder soportarlo.

Todo eso; sobre todo los tangos flotando sobre los tristes perfumes de peluquería de barrio, sobre el torpe susurro de los pies irremediablemente divorciados de la música, sobre las muecas, establecidas y desilusionadas, conque los bailarines iban a jugar al amor mientras él yacía allí, solo entre las cucarachas.

Se removió sobre el caliente y húmedo colchón. Un rayo de sol, polvoriento y oblicuo, había empezado a entrar en el galponcito, y en la calle, lejanamente, habían empezado a despertarse los ruidos del verano, la corneta de un heladero, los gritos de unos botijas, que le permitieron recordar exactamente, un repecho con mezquitas sombras que el sol achataba rabiosamente en las veredas.

-Y cantaba Gardel cosas así de tristes -se dijo.

No era la calle, la figurita blanca, ahora el sueño era la pena. Era un cielo de tarde de domingo hacia el que se encumbraba mientras los vociferantes relatores deportivos repetían su nombre por toda la ciudad y acaso también a lo largo de aquella calle desde algunas radios encendidas detrás de los cercos. Era el sueño lo que evocaba, su pena ya sola en el mundo, ya sin dueño, mientras su estropeado esqueleto yacía en el calor.


(tomado de “El País Cultural”, Montevideo, Nº 499 -28 de Mayo de 1999-)

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El 22 de Mayo de 1974 Inglaterra y Argentina se enfrentaron en el viejo estadio de Wembley dentro de una gira previa al Mundial de Alemania que realizó la selección albiceleste por Europa.
En un momento del partido Vladislao Cap, entrenador de la visita, tuvo intenciones de hacer ingresar a René Houseman (foto); pero miró al banco y no lo encontró... le preguntó a uno de sus colaboradores "¿y René dónde está?", mientras le hacía un gesto para tranquilizarlo el masajista dijo "no se preocupen, ya vuelvo" y se fue hacia al vestuario; al minuto "el Loco" salió al campo de juego para hacer de las suyas.
Según explicó después, se había ido a fumar ahí dado que tenía entendido que afuera estaba prohibido.

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Estoy muy emocionado porque no todos los días se viaja a Europa.

(FRANK LOBOS, ex futbolista chileno, cuando lo entrevistaron en 1995 previo a una gira de la Sub-20 chilena a los Estados Unidos)

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Pelé es muy conocido por las tonterías que dice, es gracioso, no hay que hacerle caso. Romario dijo que Pelé es un poeta callado. Yo le he respetado. Pido a Dios que cuando deje el fútbol no quiero ser una persona amargada que comenta y dice tonterías de la actualidad. Quiero ser recordado por lo que he hecho.

(RONALDO, internacional brasileño)

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El jugador de fútbol (Pavluk Arkady Grigorievich - Ucrania)

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Que gire la pasión (Ignacio Copani - Argentina)

* dedicado al Club Atlético Peñarol

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Uno de los grandes goleadores de la historia del fútbol argentino fue el cordobés Manuel Pelegrina, quien se consagrara en Estudiantes de La Plata, logrando 221 conquistas.
Se inició a mediados de la década del '30 en el club Lavalle de Córdoba, destacándose por su poderoso remate de zurda. Sus actuaciones lo llevaron a integrar al seleccionado provincial.
Rosario Central se mostró interesado a incorporarlo a su plantel, pero los dirigentes de Estudiantes de La Plata les ganaron la iniciativa y se lo llevaron a ‘la ciudad de las diagonales’.
Pelegrina llegó a Estudiantes en 1938 para sustituir al legendario Enrique Guayta.
A partir de 1942, Peregrina integró una delantera que entusiasmó a los hinchas ‘pincharratas’. Gagliardo, Negri, Infante, De Sagastizábal (en 1945 se incorporó Arbios y más tarde Antonio) y Pelegrina.
Sus goles provocaron gran interés en los directivos de San Lorenzo, pero en Estudiantes quisieron conservarlo en el equipo.
En 1953 pasó a Huracán, donde convirtió 10 goles, llegando al final de su trayectoria con un total de 231 tantos. Volvió a Estudiantes en 1955, finalizando al año siguiente su exitosa campaña en Primera División.

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Y una cosa es comprometerse y otra es prometer, cosa que han estado manejando algunos (medios) que han dicho que yo he prometido; yo no prometo nunca nada, simplemente lo que sí es que nos comprometemos. Muy diferente es comprometerse a prometer.

(HUGO SÁNCHEZ, el 26 de junio de 2007, cuando no pudo ser campeón de la Copa Oro con la selección de México, a la que dirigía por entonces)

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El fútbol es uno de los muchos signos que se basan en la mentira. Canibaliza y carnavaliza la cultura -utilizando sus mismos sistemas de representación según una serie de reglas propias y arbitrarias- para hacerla participar en un juego que algunos se toman muy en serio y que a veces tiene graves consecuencias.
Se fomenta y se busca sistemáticamente la rivalidad a toda costa. Los conflictos sociales y políticos pasan a formar parte de la violencia competitiva entre grupos de seguidores enfrentados. El objetivo es superar a un igual por el derecho a reclamar honor y status en el seno de las hinchadas rivales y entre éstas.

(tomado del libro “Umberto Eco y el fútbol" de Peter Pericles Trifonas)

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Cuando en Cuba se jugaba al fútbol


En Cuba, durante los gobiernos de Prío Socarrás y Fulgencio Batista, en el arranque de la década que culminaría con la revolución de Castro y Guevara, floreció una efímera liga profesional en un país sin tradición aparente ni continuidad futbolera. Y no faltaron -como siempre sucede en cualquier lugar del mundo- las presencias argentinas, jugadores más o menos oscuros o conocidos que en la memoria de espontáneos historiadores dejaron huella de buen fútbol en una isla que no usa potreros.

Todos eran argentinos, como el Che. Viajaron a Cuba cuando ya alumbraban las ideas revolucionarias, un puñado de años antes del desembarco que lideró Fidel Castro a bordo del “Granma” y que culminó con la gesta de Sierra Maestra. Habían viajado a la isla sin el propósito de sumarse a la insurrección, pero sí con el afán de ganar dinero jugando al fútbol. Desde Buenos Aires partieron empujados por la huelga de 1948, la misma que provocó un éxodo masivo hacia Colombia de las principales figuras como Alfredo Di Stéfano y Adolfo Pedernera.

Un tal Boby Maduro, nacido en las Antillas Holandesas, precursor entre los intermediarios que hoy abundan como plaga, había tenido bastante que ver en esa aventura. Sus nombres, atesorados en la memoria de Juan Antonio Lotina, cubano, entrenador y pieza clave en la asociación de su país, han vuelto a cobrar vida en páginas repletas de estadísticas. Algunos estudiosos de aquí, como el periodista Alejandro Fabbri, contribuyeron para completar las trayectorias de estos hombres que, cuando en La Habana gobernaban Carlos Prío Socarrás y Fulgencio Batista, escogieron la efímera liga profesional de fútbol cubana como escenario para mostrar su juego.

“Amadeo Colángelo fue un futbolista extraordinario, el mejor de los argentinos que pasó por aquí. Llegó para la temporada de 1949-1950 y jugó en el Centro Gallego...”, cuenta Lotina desde Cuba, quien dirige la sección de Historia y Estadísticas del fútbol en su país. Se refiere a un entreala izquierdo -hoy sería un volante de creación- que integró el plantel de Boca entre 1955 y 1957, jugó 18 partidos y marcó 7 goles. Colángelo había surgido en Ferro cuando el equipo de Caballito militaba en el Ascenso y su campaña en Argentinos Juniors -posterior a su retorno de Cuba- le valió que el club de la ribera lo contratara al año siguiente. No era para menos. Había convertido 60 goles en 55 encuentros durante el torneo de Primera B, una marca que en la actualidad sería casi imposible de igualar. Chacarita, el campeón de la misma categoría en 1959 y El Porvenir en 1960 también contaron con él.

La Liga cubana se mantuvo entre 1948 y 1953, el año en el que fracasó la toma del cuartel Moncada. El primer campeonato lo jugaron cuatro equipos: Puentes Grandes -que ganó el título en tres temporadas sucesivas-, Fortuna, Juventud Asturiana e Iberia. Hasta que el fútbol profesional desapareció, se agregaron Centro Gallego (campeón de 1951) y Marianao. Casi todos contaron con el aporte de jugadores argentinos que incluso se quedaron en Cuba cuando la Liga finalizó. Aquéllos fueron tiempos de visitas deportivas ilustres, como las del Real Madrid y el Botafogo de Brasil. Lotina recuerda que “el estadio Latinoamericano de La Habana convocaba a 25 o 30 mil personas para ver a esos jugadores argentinos de mucha calidad. También había uruguayos, mexicanos y haitianos”.

Los pioneros que llegaron desde la Argentina entre 1948 y 1949 fueron Alberto Soto y Raúl Torrens, este último un volante izquierdo, cuyo rastro se pierde hasta 1956. Ese año jugó para El Porvenir, donde marcó cuatro goles en cinco partidos. Pero el grupo más nutrido arribó a la isla una vez comenzada la década del 50, cuando ni siquiera se había iniciado la segunda dictadura de Batista.

Juan Carlos Carrera integró el equipo de la Juventud Asturiana, el último campeón del profesionalismo cubano. Mediocampista ofensivo, había tenido una trayectoria respetable antes de jugar en Cuba. Entre 1945 y 1946 formó parte del plantel de Racing, donde hizo 28 goles en 18 partidos. Luego pasó por Newell’s (1947), Banfield (1948) y Atlanta (1949-51). Carrera tuvo como compañero en aquel conjunto de la colectividad española que residía en Cuba a Américo Belén, quien no es la “Bruja”, aquel delantero de Racing que se consagró campeón en 1959. El Belén menos conocido había jugado básicamente en el Ascenso, en clubes como Quilmes, All Boys y Talleres de Remedios de Escalada. Era un volante central de carácter y que no escatimaba poner la pierna fuerte cuando los partidos se ponían fuleros.

El memorioso Lotina, primo lejano del entrenador vasco que dirige en la actualidad al Celta de Vigo (Miguel Ángel Lotina), matiza sus recuerdos de aquella Liga cubana con algún comentario sobre la época: “Batista no se ocupó del fútbol ni nada de eso. No había apoyo ni presupuesto. Quienes conducían los principales equipos que tenían base en la colectividad española eran dueños de fábricas o empresas que les pagaban un salario a los jugadores extranjeros. Recuerdo que algunos, como los argentinos Torrens, Soto y Pelegrino se quedaron trabajando en Cuba o se casaron. Yo mismo llegué a entrenar con el Iberia en la etapa profesional”. El último de los futbolistas mencionados, Benjamín Pelegrino, jugó cuatro partidos como arquero en la primera de San Lorenzo durante 1948.

Del lustro de fútbol rentado que tuvo la tierra de José Martí ya casi no quedan huellas, a no ser por el trabajo de recopilación que ha ido desarrollando Lotina y que ansía editar algún día en un libro. Podría afirmarse, como sostienen aquellos que lo tratan a diario, que nadie conoce como él la historia del fútbol cubano. Martín Mendizábal, un periodista deportivo argentino que reside en La Habana y colabora con la Asociación de ese país, puede dar fe. Y el propio entrevistado lo corrobora cuando evoca la visita a Cuba de Vélez Sarsfield a mediados de la década del 20. De esa época (1924) data la fundación de la entidad que rige su fútbol y que se afilió a la FIFA en 1932. Seis años después y cuando se cernía sobre Europa la amenaza del nazismo, el seleccionado cubano jugaría su único Mundial. Ocurrió en Francia, donde el 9 de Junio de 1938 superó primero a Rumania por 2 a 1, para luego caer goleado por Suecia con un lapidario 8 a 0.

Por entonces, el fútbol cubano era tan amateur como ahora. El béisbol y el boxeo lo superaban con holgura en popularidad, tanto como sucede hoy. Sin embargo, durante el último Mundial de Corea y Japón, el pueblo siguió con mucho interés las campañas de Brasil y la Argentina, por sobre los otros equipos. En la isla, el actual campeonato está estructurado de acuerdo con su división administrativa -juegan dieciséis equipos de catorce provincias- y el último campeón salió de Villa Clara, la ciudad donde se hizo fuerte el Che en plena lucha revolucionaria.

Una pequeña curiosidad que los biógrafos del Comandante nacido en Rosario, hincha de Central y arquero en sus escasos ratos libres, no pasarían por alto.

(artículo del periodista Gustavo Veiga, publicado en el diario “Página 12” del lunes 10 de Marzo de 2003)

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El recordado relator deportivo argentino José María Muñoz -1914/1992-, tuvo un accidentado debut en el periodismo, fue en 1946 en cancha de Barracas Central, en un encuentro entre el local y Banfield por la máxima categoría del ascenso en donde Muñoz hacía de corresponsal en ese estadio.
Como en el estadio no había teléfono, Muñoz debía llegar hasta el aparato de una casilla del ferrocarril, después de saltar una alambrada y recorrer más de 100 metros. Así, pasaba el informe gol a gol y volvía rápidamente a seguir viendo el partido.
No era su día de suerte, ya que Banfield, ganó por 5-2 y él se la paso corriendo de un lado al otro. En uno de esos viajes se enganchó en el alambre y se hizo un ‘siete’ en el pantalón.
La reparación histórica llegó en 1982 cuando el club Barracas Central lo premió con una sugestiva plaqueta que rezaba “El pantalón de oro” después de agradecer, el popular “Gordo” Muñoz recordó con gran claridad aquella tarde que por esos tiempos "era el único que tenía".

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Ustedes hablan del hijo... el padre jugaba diez veces más. ¡Ese sí era un fenómeno! No le podías dar un metro. Jugaba de puntero, enganchaba para adentro y ¡chau! El hijo no tiene nada que ver con el padre.

(JUAN MARTÍN MUJICA, ex jugador de Nacional de Montevideo, recordando en 'Ovación digital' del 24/06/09 sus duelos con Estudiantes de La Plata por Copa Libertadores de América a fines de la década del 60 y en particular a Juan Ramón Verón, padre de Sebastián)

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Al acabar el partido, los "tifosi" me han desnudado y tocado. Los entiendo, yo también lo habría hecho y me hubiera tocado a mí mismo.

(SALVATORE "Totó" SCHILLACI, opinando sobre su dulce momento durante el Mundial de Italia 1990)

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Yo soy Fontanarrosa (Juan Villoro - México)


-Te van a expulsar, pendejo -me dijo Kafka.

Yo llevaba años sin tocar un balón y de pronto enfrentaba el pésimo humor de Kafka y los consejos de Chéjov, que de nada servían.

Chéjov jugaba de medio escudo, no porque tuviera facultades, sino porque quería estar en el centro de la cancha, donde hay más gente para dar consejos. Desde el silbatazo inicial, gritó cosas apasionadas que nadie entendió. Como si hablara en ruso, el muy mamón. Por ahí del minuto 14 hubo una pausa (la pelota se fue a la cancha de al lado, donde un delantero anotó con ella un golazo inútil); mientras, Chéjov me recomendó marcar al extremo izquierdo a dos metros de distancia. Luego dijo:

-Te va a fundir.

Esto ya no era un consejo sino una negra hipótesis. No lo insulté porque yo no estaba en condiciones de discutir.

Jugábamos en un potrero con más hoyos que pasto, no lo digo para disculparme -todo el mundo sabe que las condiciones del terreno afectan por igual a los dos equipos- ni porque tenga mucho toque, pero intenté pases finos, de corte europeo, que fueron desfigurados por un hueco. Era como patear pepinos.

Todos deslucían en ese campo, pero el pinche Kafka consideraba que yo jugaba peor. Cuando me preguntaron cuál era mi posición dije que lateral derecho. Siempre jugué de extremo derecho, pero he fumado demasiado y rebajé mi puesto.

Carezco de fuelle y el dribling es una habilidad proletaria que desconozco. Me faltan potencia y picardía. Mi estilo es europeo, pero del tipo portugués. Ni muchas carreras ni muchos desbordes. Pases elegantes, alguna que otra pared, un fútbol de clase que no siempre se aprecia.

Por desgracia, yo parecía un portugués en Angola. Todas las canchas populares de México están en África. Había que oír esos gritos y ver esa tierra agrietada: una contienda inter-tribus donde cada encontronazo hacía que una espiral de polvo subiera al cielo como una plegaria primitiva. ¡Y así querían que marcara al extremo izquierdo!

Cuando conocí al equipo, me impresionó el porte de uno de los centrales, Tolstoi. El tipo parecía La guerra y la paz. A su lado estaba Ben Okri. Tenía facha de basquetbolista y terribles ojos color carbón.

No sé quién es Okri. Soy escritor pero leo poco porque no quiero influenciarme. Supongo que es un africano. En el fútbol está de moda tener africanos. Además, esa cancha era perfecta para un prófugo de los leones.

Al otro lado, de lateral izquierdo, se movía el inquieto Kawabata. Un zurdo natural que disparaba diagonales imprevistas. Tampoco he leído a Kawabata, pero vi una película supercachonda basada en un texto suyo.

Nuestro 10 era Cortázar. La verdad, era el único con idea de lo que hacía. Tocaba el balón como si hubiera nacido en Argentina. Un crack. Lo malo es que sus pases iban a dar a Joyce, un presuntuoso que se sentía hecho a mano. Cortázar le puso el balón en bandeja y Joyce disparó a las nubes, o al cielo gris donde debería haber nubes. Luego sonrió como si sus errores fueran geniales.

Aunque los demás también se equivocaban, desde el principio se ensañaron conmigo. Por ahí del minuto 28, el extremo izquierdo me rebasó con facilidad, siguió de largo y Tolstoi y Ben Okri le salieron al paso. Los centrales demostraron lo que puede la fuerza bruta ante un jugador habilidoso: lo hicieron sándwich. El árbitro decretó penalti.

Así nos metieron el primer gol. 28 minutos sin gol podía ser visto como una proeza para nuestro equipo, pero Hemingway, que solo se animaba cuando había un conato de bronca, me vio con esos ojos que en las canchas reglamentarias significan: "nos vemos en los vestidores" y en las canchas donde no hay vestidores significan: "te voy a partir la madre", sin que haya que precisar el escenario.

En la siguiente oportunidad en que el extremo izquierdo se quiso lucir, traté de meterle una zancadilla pero me salió una patada. Vi la tarjeta amarilla. Entonces fue cuando Kafka me dijo que me iban a expulsar por pendejo.

...El era nuestro capitán. Siempre he respetado los códigos del fútbol, pero no me gustaba que un tipo con pelo de roedor (de hámster, para ser exacto) pusiera en entredicho su autoridad haciéndole caso a Chéjov, que me ordenaba como si fuera Johan Cruyff:

-¡Abre la cancha!

¿Sabía él que dos horas antes yo estaba fumando mi quinto cigarro del día? ¿Que la coca y el trago me ayudan a vivir, siempre y cuando eso no implique correr? ¿Que la barriga me pesa como si fuera de otra persona? ¿Que la última vez que visité a mi ex mujer el elevador estaba descompuesto, tuve que subir por la escalera y llegué arriba con una cara tan preocupante que ella se abstuvo de insultarme?

Obviamente no sabía nada... El era Chéjov, instructor de inferiores. A su lado, Kafka parecía dispuesto a enviarme a una colonia penitenciaria.

Jugaba por mi libertad, como todos los hombres de palabra verdadera, según dice el Subcomandante Marcos. Pero yo enfrentaba un desafío superior: estaba arrestado en la cancha.

Nuestro equipo llevaba nombres de escritores en los dorsales. Eso era especial. Más especial era que mis diez compañeros trabajaban en la policía.

Alguna vez le dije a mi ex esposa (entonces mi novia) que el fútbol significaba un estado de ánimo. He llorado con los goles del Cruz Azul y mi única fractura se debió al fútbol (pateé el refrigerador cuando nos eliminó el Santos). Afición no me falta. Cada vez que atravieso un parque y veo niños jugando, anhelo que se les vaya la pelota para devolvérselas con un toque que considero maestro, aunque le pegue al carrito de algodones de azúcar.

Lo que me molesta es correr. El organismo se degrada con ese desgaste disfrazado de ejercicio. Correr envilece y correr en el trópico o a dos mil metros de altura envilece dos veces. Los mexicanos debemos caminar.

El problema, mi problema, es que ese partido podía ser la salvación. El fútbol regresaba como el peor estado de ánimo: la angustia del hombre acorralado.

La mañana empezó mal. Abrí el periódico y vi el marcador del narcotráfico: cuatro ejecutados, dos en Zamora, mi ciudad natal, y dos en Guadalajara, donde estudié la universidad. Las ejecuciones se habían convertido en mi horóscopo. Si las víctimas caían en sitios que tenían que ver conmigo, el día era atroz.

A pesar de las señales en contra, salí a la calle, y no solo eso: salí con el Mecate. Me pidió que lo acompañara a Ciudad Moctezuma a ver a un mecánico baratísimo.

El coche del Mecate revela que ya consultó a un mecánico baratísimo, pero necesitaba otro, a 15 kilómetros de donde estábamos, para cambiar el claxon que sonaba como si tuviera gripe.

Todo esto resulta indigno de figurar en una historia, pero cuando uno se siente en deuda hace cosas indignas de figurar en una historia. El Mecate enseña Educación Física en una secundaria donde las tres maestras de Español están enamoradas de él. Gracias a eso, recomiendan mis libros juveniles y una vez al año me invitan a un auditorio donde reúnen a mil lectores cautivos. Entonces siento un poder magnífico. Con el Mecate iría a la Patagonia.

Hicimos hora y media de camino. En el desayuno, yo había bebido una cafetera completa. Cuando pasamos junto a la Cabeza de Juárez, me estaba orinando. Apenas pude disfrutar la vista de ese horrendo monumento, el cráneo colosal del Benemérito de las Américas montado sobre un arco que lo hace ver aún más alucinatorio. Aunque no advertí toda la fealdad en su espectacular detalle, la imagen resultó profética.

Entramos a un inmenso conglomerado de casitas de dos pisos donde la planta baja es ocupada por un negocio y la azotea por perros, antenas y tinacos. Cuando llegamos al taller, me pellizcaba la mejilla para que el dolor me distrajera.

Minutos después oriné sobre un montón de piedras. El taller mecánico estaba junto a un sitio donde hacían lápidas para cementerios y figuras de yeso.

Un hombre desesperado puede orinar entre futuras tumbas. Un hombre muy desesperado puede orinar sobre una estatua de Benito Juárez. Fue lo que hice.

Me gusta contar el tiempo en las orinadas largas. Mi récord son dos minutos. Iba en el segundo 98 cuando alguien me tocó la espalda. Me volví y oriné los zapatos de un policía.

-Mira nomás, pendejo -el policía señaló sus pies; luego señaló lo que yo había tomado por una piedra. ¿Ya viste?

-¿Qué?

-¡Measte a Juárez!

Me acuclillé para ver la piedra y comprobé que, en efecto, se trataba de un busto en miniatura del Benemérito de las Américas. A su lado estaban Morelos con su pañuelo en la cabeza, Carranza con sus barbas, Allende con sus patillas. ¿Cómo no los había distinguido?

Cuando me incorporé, un pelotón rodeaba al policía. Me vieron como si mis orines hubieran apagado la flama del Soldado Desconocido.

Los policías estaban ahí para escoger una lápida en memoria de un compañero acribillado. La ocasión era solemne. Eso me lo dijeron después. En ese momento solo criticaron lo que yo había hecho. Orinar una propiedad privada (ajena) es delito. Mancillar un símbolo patrio es un delito peor.

Los policías de Ciudad Moctezuma llevaban un uniforme algo distinto al de los del D. F. Pero eso los distinguía menos que otro detalle: eran juaristas convencidos. Mi suerte había sido pésima: la cabeza de Juárez es la que más se parece a una piedra redonda.

El celo histórico de los uniformados se confundía con el abuso de autoridad, pero un sexto sentido me indicó que decirlo podía ser nocivo para mi salud.

Me llevaron a la patrulla sin que pudiera despedirme del Mecate. En el camino a la delegación, politizaron mi arresto. Me recordaron que la izquierda mexicana es juarista y que Ciudad Moctezuma está regida por la izquierda. El gobierno federal no le perdonaba a Juárez haber separado la Iglesia del Estado, ni haber sido indio.

-La derecha es discriminatoria -dijo un policía.

-Yo no discrimino a nadie -me defendí.

-¡Te measte en Juárez!

-Fue un accidente.

-No hay accidentes, solo hay consecuencias -contestó otro policía.

Pensé que era una cita. Luego me pareció discriminatorio suponer que si un policía dice algo raro es una cita. Guardé silencio para no parecer antijuarista.

No fuimos a la delegación porque hubo un 28 y un 04. Eso dijo el radio. La patrulla se desvió primero a una licorería que había sido asaltada y luego a una escuela donde encontraron una mochila con mariguana "que no era de nadie". Vi trabajar a los policías durante hora y media con dedicación. Esto resquebrajó algunos prejuicios que tengo sobre las fuerzas armadas.

La siguiente sorpresa vino cuando me preguntaron a qué me dedicaba.

-Soy escritor.

-¿Le gusta el fútbol? -preguntaron, como si hubiera relación entre las dos cosas.

-El fútbol es un estado de ánimo -dije, para demostrar que soy escritor.

La frase no les interesó. Uno de los policías me escrutó como si buscara mis obras completas en el nacimiento del pelo:

-A ver: ¿quién escribió La vorágine?

Estaba muy nervioso y aún no me acostumbraba a respetar a la policía. Cuando el uniformado dijo "La vorágine" pensé que, en su condición de iletrado, malpronunciaba un título francés, algo así como “La vorange”. Como no sé francés, no quise ser pedante ni arriesgarme en falso con un autor:

-No sé.

No creyeron que fuera escritor.

El operativo 28 y el 04 retrasaron a la patrulla en su principal meta del día: un partido en cancha grande.

No les daba tiempo de dejarme en una celda y tuve que acompañarlos.

En el trayecto sonó el radio:

-"Houston, tenemos un problema".

Luego siguió una conversación que la estática volvió incomprensible.

-Llevamos un elemento -el policía que iba al volante dijo en su radio.

Fuimos los últimos en llegar al campo. Los demás ya estaban vestidos, con camisetas a rayas azules y negras, como el Inter de Milán.

-Nos falta un jugador -me explicó el policía que me había arrestado.

Fue así como me entregaron la camiseta de Fontanarrosa.

-Para ponértela, tienes que aprender esto -me dieron una tarjeta.

El ayuntamiento izquierdista había lanzado un peculiar programa de promoción de la lectura entre los policías. Les daba uniformes a condición de que portaran nombres de escritores. Para vestir la camiseta, había que saber quién era el autor que la respaldaba. Después del partido se celebraba una velada literaria.

Leí mi tarjeta: "Roberto Fontanarrosa fue un humorista que ayudó a pensar en serio. Dibujó las series de “Boogie el aceitoso” y “El renegau”. Hincha del Rosario Central, escribió inmortales cuentos de fútbol. Su libro Una lección de vida resume en su título lo que dejó a sus lectores. Cuando murió, las barras pidieron que el estadio de Rosario llevara su nombre. Se reunía a hablar con los amigos en el Café Egipto. Ahí, una taza no deja de echar humo, por si el Negro regresa".

Hace años escribí una nota un poco displicente sobre Una lección de vida. Quería mostrarme como escritor sofisticado y no me pareció correcto elogiar a un caricaturista. Ahora, la camiseta con su nombre podía congraciarme con los policías. Me la puse como una segunda piel.

El policía que había conducido la patrulla resultó ser Chéjov. Justo cuando pensaba que un buen rendimiento en el partido podría salvarme se acercó a decir:

-Estás arrestado. Vas a jugar, pero arrestado.

¿Puede alguien sobreponerse a semejante presión? Tenía tantas ganas de hacer las cosas bien que las piernas me temblaban.

He omitido un detalle que no me queda más remedio que decir. Cuando los policías me detuvieron, les ofrecí un billete de cincuenta pesos. Me vieron con el rencor de un pueblo especialista en sacrificios humanos. Entonces les ofrecí cien, pensando que había un problema de cotización.

-No aceptamos sobornos: esto no es el D. F.

Había caído en un andurrial donde la norma era inflexible. Cuento esto para que se comprenda mi angustia en la cancha: esos policías no me iban a perdonar así nomás. Todo les parecía grave. Eran fanáticos juaristas que no se corrompían y esperaban que yo frenara al extremo izquierdo.

Me apliqué en la marca, como si me entrenara el dictatorial Lavolpe, pero fui rebasado, metí el pie en un agujero, tropecé con Tolstoi, la pelota me rebotó en la espalda y el enredo se convirtió en un pase para el centro delantero rival: 0-2.

En el segundo tiempo la vista se me nublaba de cansancio pero no me rendí. En algún minuto impreciso recibí un balón elevado, lo maté con el pecho y chuté con efecto. El balón salió como un planeta en miniatura, girando sobre su eje, y fue a dar al rincón donde anidan las arañas. En caso de contar con redes, aquello se hubiera visto como un golazo. El único problema es que esa era mi portería.

Hemingway llegó dispuesto a matarme.

-"Los valientes no asesinan" -cité la frase con que Guillermo Prieto salvó la vida de Benito Juárez.

Debo reconocer que los policías juaristas respetan sus principios: Hemingway me perdonó la vida.

Se podría pensar que el marcador de tres goles en contra, las condiciones del terreno y mi escasa capacidad de respirar en ese aire cuajado de polvo podían desanimarme, pero no fue así. Corrí por mi libertad, me barrí aunque no fuese necesario y fracturé al extremo izquierdo.

El árbitro fue sádico: en vez de sacarme la segunda tarjeta amarilla y luego la roja, me sacó directamente la roja para enfatizar mi torpeza.

Ya dije que en Ciudad Moctezuma hay leyes que se respetan. Cuando un futbolista es expulsado se le suspende dos partidos, aunque se trate de una liga amateur y las porterías no tengan redes. Por mi culpa, el verdadero Fontanarrosa se iba a perder lo que quedaba del campeonato.

Salí de la cancha corriendo, para no retrasar el juego y permitir que mis compañeros anotaran tres goles para empatar. Atrás de mí venía Kafka.

Se dirigió a un maletín de utilero y sacó unas esposas.

Pasé el resto del partido encadenado a un poste.

Ya sin mí, el equipo recibió otros dos goles, pero ellos no reconocieron que les hice falta. Después de los tres pitidos finales, volvieron a verme con ojos de sacrificio mesoamericano.

Por primera vez consideré una suerte que respetaran la ley. Un poquito de impunidad habría bastado para que me asesinaran.

¿Qué podía hacer para calmarlos, recitar la frase famosa de Juárez: "El respeto al derecho ajeno es la paz"? Guardé silencio y eso me ayudó.

Después del partido, el equipo debía asistir a la tertulia literaria. Tampoco ahora había tiempo para llevarme a la delegación.

Los acompañé a un salón de la presidencia municipal. Entramos en uniforme, con caras de policías goleados, más tristes que las de los futbolistas.

Me sentaron entre Kawabata y Okri. En ese momento, ocurrió algo desagradable: Jorge Linares entró al estrado por una puerta lateral.

Los policías aplaudieron su llegada. A continuación, uno por uno se pusieron de pie, dijeron el nombre del escritor que llevaban en la espalda y recitaron su biografía. Cuando me tocó mi turno dije:

-Yo soy Fontanarrosa.

Linares me vio con atención. Nos conocíamos de nuestros inicios literarios... El es de Colima y recibimos juntos la beca Jóvenes Creadores del Occidente.

A pesar de sus ojeras, los dientes manchados de tabaco, el pelo ralo y la frente arrugada por sus fracasos literarios, Jorge era reconocible. Más difícil resultaba que me ubicara a mí, con la camiseta del Inter, en un equipo de policías de Ciudad Moctezuma.

Recité lo que recordaba de la tarjeta. Jorge sabía de memoria las biografías porque él las había escrito. Me vio con incertidumbre, como si tratara de recordar algo.

Lo que quería recordar era lo siguiente: en 1998 nos peleamos por Fontanarrosa. Me acuerdo bien porque fue el año del Mundial de Francia. Jorge era entonces jefe de redacción de una revista que desprecio pero donde a veces publico porque soy plural. Escribí para ellos la reseña de Una lección de vida. Jorge la rechazó con estos argumentos:

-No te atreves a decir que el autor te gusta porque te parece populachero y tú quieres ser el escritor más fino de Zamora. El epígrafe de Adorno no viene al caso: lo pusiste para lucirte.

El comentario me molestó por veraz. Había leído a Fontanarrosa con gusto y mis reparos eran caprichosos (lo acusé de colonialista por escribir "mejicano" en vez de "mexicano" ). Sin embargo, en ese momento pensé que Jorge quería bloquear mi carrera, me odiaba por ser un mejor escritor del Occidente y solo se interesaba en Fontanarrosa por estar enfermo del fútbol.

Poco después, Jorge dejó el trabajo de jefe de redacción, se fue como corresponsal al Mundial de Francia y comenzó el sostenido hundimiento que ha sido su trayectoria. No volvió a escribir cuentos. Adquirió la deleznable notoriedad de un cronista de fútbol y apareció en programas deportivos donde parecía intelectual porque nadie lo entendía. Mientras él se sometía al declive de alguien que solo concibe una metáfora si incluye un balón, yo aprovechaba el tiempo de otro modo. No puedo decir que me haya consagrado, pero soy uno de los autores juveniles más leídos de México, especialmente en la escuela del Mecate, y el año pasado recibí la Mazorca de Plata para autores del Occidente. Si ahora Jorge Linares me odia es por envidia.

Después de que recitamos las biografías, él leyó unos textos que hicieron reír mucho a los policías. En la sección de preguntas y respuestas, mis compañeros de equipo revelaron que lo habían leído con admiración, y no solo a él, sino a otros autores que mencionaron al lado de Zidane y Figo. Al terminar la lectura, rodearon a Jorge para pedirle autógrafos, como si fuera Maradona.

Cuando lo dejaron libre, él se acercó a preguntar:

-¿Qué haces aquí?

-Yo soy Fontanarrosa -repetí, como si no pudiera decir nada más.

-Un grande -dijo él.

-Grandísimo -agregué, con tardía sinceridad.

En ese momento el Mecate entró a la sala. Me había buscado por toda Ciudad Moctezuma y al descubrirme gritó mi nombre como un náufrago que ve una gaviota.

La expresión de Jorge no cambió:

-¿Qué haces aquí? -insistió.

-Me arrestaron -contesté, y le conté mi historia.

Los policías le tenían respeto a Jorge. Nos dejaron hablar, sin interrumpirnos ni acercarse a nosotros. La situación cobró tal rigidez que ni siquiera el Mecate se aproximó. Fue un momento extraño, como cuando los capitanes de los equipos discuten en la cancha y nadie se les acerca. Una pausa dramática en la que dos rivales resuelven algo urgente. Segundos después volverán a odiarse. En ese instante, concentran las miradas del estadio entero y sus compañeros aguardan como estatuas.

¿Hay mayor tensión que la de los enemigos que acuerdan algo? Ese diálogo no califica como una jugada; al contrario: suspende el partido, ocurre fuera del tiempo, en una lógica paralela, inescrutable, que agrega un elemento extraño, que nadie desea pero contra el que no se puede hacer nada, un pacto oscuro y preocupante, el de los adversarios forzados a coincidir. Así nos vieron los demás, o así quise que nos vieran.

Cuando acabamos de hablar, Jorge se dirigió a los policías y me dejaron libre. Ellos lo hubieran obedecido en cualquier cosa. Pude regresar a casa, en el coche del Mecate, al que ahora le sonaba el claxon cuando caíamos en un bache.

¿Qué fue lo que Jorge Linares me dijo en aquel conciliábulo? Contó que había perdido la facultad de escribir historias. No se le ocurría nada. Solo podía narrar lo sucedido en una cancha de fútbol. Me pidió mi historia a cambio de mi libertad. Acepté porque no me quedaba más remedio:

-"Una lección de vida" -recité.

Jorge me dio un abrazo. Olía a tequila y a jabón barato.

Sentí lástima por él. Luego me irritó no haberme dado cuenta de que lo mío era una historia.

Al despedirse, Jorge se hizo el interesante:

-Un defensa debe dejar que pase la pelota o pase el jugador, pero no a los dos. La literatura es igual: a veces pasa la historia, pero no el autor.

El hijo de puta se quedó con mi cuento. No digo que yo lo hubiera escrito como Borges, pero sí como un mejor escritor del Occidente. Modestia aparte, él tiene el tema, pero no tiene mi voz.

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Pocas veces algún club boliviano tuvo en su seno a una gran figura internacional de la talla de Osvaldo Potente, un verdadero crack argentino que, pese a que estuvo por espacio de sólo unos tres meses, dejó imborrables recuerdos para los hinchas atigrados y los del fútbol en general.
Osvaldo Potente o ‘Patota’ como era y es conocido, sobrenombre que le viene desde niño porque lo pronunció así para nombrar a la ‘número 5’, tuvo sus inicios en las inferiores de Boca Juniors de Argentina.
‘Patota’ fue un jugador exquisito, un genio de ésos que ven la segunda jugada antes de la primera, con una gran pegada con la pelota en movimiento, nunca se arrugaba. Integró un equipo de lujo, junto a Trobbiani, Ferrero, Ponce, Nicolau, Rogel, García Cambón, Sánchez entre otros, dirigidos por Rogelio Domínguez, que no fue campeón por esas cosas del destino, según aseguran entendidos en la materia.
En un recordado clásico, le ganaron 5-2 a River que en esos tiempos tenía entre sus estrellas a Perfumo, Fillol, Merlo, Alonso, JJ López y muchos otros jugadores de renombre. Potente llegó a jugar en la selección contra España 1-1, en el debut de Menotti. En un clásico en 1975, la hinchada de River tiró un chanchito con la casaca número 10 en la espalda, representando a Potente, que era un tanto petiso y regordete. En ese partido ‘Patota’ le metió un gol de tiro libre a Fillol con el que salieron triunfantes.
En 1976 y tras un altercado con la dirigencia de Boca y pese a tener ofertas de clubes italianos, se fue a Rosario Central hasta 1978, cuando se produce su resonante pase a The Strongest de La Paz que se había clasificado, junto a Oriente Petrolero para la Copa Libertadores donde enfrentaron a los equipos peruanos.
El debut de Potente se produjo con un lleno total del estadio “Hernando Siles”, en un equipo en el que brillaban Ovidio Messa, Luis Galarza, Jorge Lattini, Bastida, Eduardo Angulo, Luis Iriondo y muchas otras grandes figuras del fútbol nacional. Al no haber pasado a la segunda fase, Potente regresó a Boca Juniors, que era entrenado por Juan Carlos Lorenzo, habiendo jugado de nuevo la Copa Libertadores.
Como muestra de su valía es necesario recordar que tras la salida en 1980 de Potente, Boca contrató a Maradona en su puesto.
Luego jugó en un tiempo en San Lorenzo de Mar del Plata, clasificando para el nacional. Después de un frustrado pase al fútbol mexicano se retiró, realizando luego el curso de Director Técnico.
Actualmente es copropietario de la fábrica de trofeos “Potente Hermanos” en la capital argentina, que realiza trabajos para diferentes disciplinas deportivas y también para especiales ocasiones.

(anécdota tomada del diario boliviano “El deber”)

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Hay dos clases de enemigos del fútbol: los enemigos mortales, que lo consideran una evasión y los enemigos morales, que van más allá, como una evasión de la realidad; el fútbol es sospechoso de inocular sueños de irrealidad.

(VICENTE VERDÚ, escritor y periodista español)

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Cuando tienes la suerte de conocer un club como el Barça, su historia, o su gente, no lo puedes olvidar en tu vida.

(FRANK RIJKAARD, entrenador holandés, "Mundo Deportivo", Abril de 2007)

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