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Por ahí queda mal que lo diga, pero en mis años en River yo me sentía el mejor de todo el mundo.

(UBALDO FILLOL, ex internacional argentino)

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El fútbol es como una rosaleda donde están las rosas más hermosas, pero nadie puede agarrar una sin pincharse.

(CARLOS QUEIROZ, entrenador portugués)

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La noche soñada (Rodrigo Damián Gaite - Argentina)


Para ser sinceros hay que decir que durante su juventud, él siempre había soñado con una tarde de domingo; pero quiso el destino, de que no fuese una tarde sino una noche y de que no fuese un domingo sino un sábado. Así había sido programado por la televisión, que había fijado el horario de las 21.10 para el inicio; en vivo y en directo para todo el país, excepto para Capital Federal y gran Buenos Aires.

Tantas veces había soñado con ese momento, que no daba crédito a lo que iba a vivir en pocos días. Durante la semana con sus amigos y familiares no hacía otra cosa que hablar del tema. Igual, algunos dudaban de que pudiera estar presente por que venía arrastrando una molestia en la rodilla derecha, pero como el martes y el jueves en el gimnasio no sintió ningún malestar, el médico le dio el visto bueno, pero a decir verdad, aunque le doliera desde la rodilla hasta la cabeza ¿cómo no iba a estar presente si había estado esperando ese día durante tanto tiempo?

De las amigas de su hermana iban a ir todas, aunque a él solo le importase que fuese Carina, esa morocha menudita que le robaba horas de sueño.

Una semana antes se habían agotado todas las localidades. No era para menos, en los portales de Internet se lo anunciaba como el “evento del año”.

De chico, cuando escuchaba los partidos de Vélez por la radio cerraba los ojos e imaginaba al comentarista diciendo: “ingresa al campo de juego Juan Pablo Villanueva”.

El estadio de Vélez Sársfield había sido remodelado para el Mundial 78 y era uno de los mejores del país. Cuando veía al “Fortín” desde la General Paz o desde Rivadavia cruzando las vías del Sarmiento, se ponía pensar que sentiría cuando llegado el momento estuviese allí dentro, por que algún día ese momento iba a llegar y lo único que le pedía al cielo es que no le agarrase el famoso “miedo escénico”.

Por eso, aunque fuese de noche y aunque fuese un sábado para él iba a ser algo soñado y anhelado, como lo era para muchos de los nacidos en Liniers, Villa Luro, Floresta, Ciudadela o Ramos Mejía. Además, Vélez había pasado de ser un equipo de barrio a ser el equipo de la década del 90, cuando gano todo y fue campeón de América y del mundo. De los muchachos de la barra, el único Velezano era él, los demás eran de Boca, River y San Lorenzo. El otro descolgado era el pelado Sergio, que era un rabioso hincha de Ferro por que había nacido en Caballito. A pesar de la rivalidad los dos tenían algo en común: La admiración por el uruguayo Julio Cesar Jiménez, quien fuese ídolo tanto en Vélez como en Ferro, donde fue campeón de la mano del viejo Griguol.

Juan Pablo había vuelto al país después de su estadía de más de una década en España. Se había ido antes de cumplir los 20 años, y ahora que ya había cruzado la barrera de los 30, su sueño estaba cada vez más cerca, porque si bien es cierto que antes de irse había estado en dos ocasiones en la cancha de River, ahora se iba a dar el gusto de entrar al campo de juego del club del cual era hincha, y eso, iba a ser una experiencia única y quizás irrepetible.

La noche anterior en su habitación se colgó viendo el televisado del viernes, pero sin prestarle demasiada atención; más tarde, se puso a jugar al Play Station simulando ser Ronaldinho, cerca de la media noche, se recostó en la cama sin sacarse las zapatillas con las manos cruzadas por detrás de la nuca, mientras sus ojos grises se fijaban en un punto cualquiera del taparrollo de la ventana.

El sábado no desayunó por que se levantó tarde y después de afeitarse almorzó liviano tomando solamente agua mineral. Durmió una larga siesta y faltando poco más de una hora él y los demás salieron rumbo al estadio. A través de las ventanillas advertían que la Juan B. Justo era un caos, la gente caminaba entre los autos y un par de pájaros observaban tranquilamente al gentío desde la copa de un árbol.

Cuando traspasaron el portón de acceso caminaron por debajo de las plateas. La gente de seguridad se entremezclaba con el personal de control. Estaba todo muy tranquilo y el tiempo comenzó a transcurrir velozmente.

Él, solo escuchaba algunos murmullos distorsionados y ni siquiera sentía el olor del puesto de comidas, donde una rubia elegantemente vestida trataba de ponerle mostaza a un pancho sin mancharse.

Estaba tan ensimismado que no se percató de que los minutos transcurrieron aceleradamente y había que ingresar al campo de juego. Fue al baño, se paró frente al espejo y este le devolvió la imagen de su cuerpo atlético y fibroso, sus ojos estaban serenos y por ser tan diminutos para todos sus amigos era simplemente el “chino”.

Había llegado el momento. En fila india fueron subiendo las escalinatas de cemento, él se persigno y cuando ingresó al campo de juego lo hizo apoyando primero el pie derecho, de manera tal de sentir bien el contacto con el suelo. A partir de ese momento el tiempo dejó de existir para él, ya que se dedicaba a saborear cada instante plenamente. Los demás, como tenían más experiencia estaban con cara de “como si nada”.

Él trataba de sentir las huellas de Willington, de Bianchi, de Carone, de Wehbe. Miró con cierta deferencia hacia uno de los arcos donde atajara Chilavert.

Recorrió con la mirada las tribunas, haciendo un rápido paneo. Había una enorme cantidad de mujeres con cámaras digitales y el cielo amenazaba con llover, por eso, en distintos puntos de las tribunas, sobre todo en las plateas, se veía a gente con pilotos de plásticos verdes, rojos o amarillos, mientras el vendedor se regocijaba ofreciéndolos a ¡15 pesos!

También había uno que vendía unas raras vinchas fosforescentes. La cuestión es que finalmente no llovió.

Las cámaras de televisión estaban estratégicamente ubicadas y a ojo de buen cubero calculó más de 40.000 personas.

Faltaba muy poco para el inicio y el sueño del pibe se hacía realidad. Miró por última vez hacia el banco de suplentes, y se paró entre el círculo central y el área grande, recostado sobre la derecha.

Se ató los cordones y se acomodó el elástico de la media aunque no le molestase, cuando se incorporó, aspiró y exhaló el aire fresco para relajarse, se hizo sonar los huesos del cuello ladeando la cabeza de un lado a otro, mientras de las tribunas bajaban los acordes de la multitud. Entrecerró los párpados y se estaba concentrando cuando de pronto la multitud explotó. Abrió los ojos y le costó reconocer a ese tipo vestido de negro, por que los reflectores de iluminación le daban de lleno en la cara. Pasó un instante hasta que sus ojos de acostumbraron y cuando se disponía a disfrutar de aquella noche soñada, fue como si de repente las torres de iluminación hubiesen sufrido un corte de luz dejando al estadio en penumbras.

Miles de gritos histéricos lo hicieron tambalear, y en ese preciso momento, con el vibrar de la gente comenzó a cantar Luis Miguel.

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En el invierno de 1979, Argentinos Juniors viajó al exterior en una gira nacional e internacional que tenía la finalidad de solventar la continuidad de Diego Armando Maradona en sus filas. En esa ocasión, Argentinos enfrentó a un seleccionado peruano con figuras destacadas de la talla de Héctor Chumpitaz, Jaime Duarte y Roberto Rojas, el combinado de Perú recibió a los "bichos colorados" en el Estadio Nacional de Lima.
En el equipo argentino sobresalían los nombres de Rafael Domingo Moreno, Hugo José Saggioratto y Ricardo Pellerano. En la foto podemos ver a Maradona junto César Cueto, figura peruana de aquellos días, que había disputado el Mundial de 1978 en Argentina. El partido finalizó igualado en dos tantos por bando.
Maradona había adelantado a Argentinos en el tanteador antes de finalizar la primera etapa, pero en el amanecer del complemento igualó Leguía. Minutos más tarde Rafael Moreno puso en ventaja nuevamente a los de La Paternal pero Minutti, en contra de su propia valla, dejó las cosas empatadas, resultado que se mantendría hasta el final. Casi 15 mil personas presenciaron el encuentro, que fue arbitrado por Sergio Leibinger.

(Extraido del blog "En una baldosa")

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Quieren que me meta en los jaleos de antes, pero yo me meteré en los jaleos que yo quiera y cuando yo quiera.

(JAVIER CLEMENTE, entrenador español, en 1984 cuando dirigía al Athletic Club de Bilbao)

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Hubo muchos partidos en los que no hice goles, pero nunca dejé a mi equipo con diez.

(IVÁN ZAMORANO, ex internacional chileno)

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La soledad del portero (Pablo Malagón - España)


La vida del portero se analiza más en los goles recibidos que en las paradas realizadas. Cada parada es una oportunidad más para la victoria y cada gol es una oportunidad menos. Una parada no cambia nada y un gol lo cambia todo. Una parada es una ovación y un gol es una losa. Para que un portero termine convirtiéndose en héroe debe esperar a una tanda de penaltis.

Y en esas andaba entonces el protagonista de esta historia. Se llamaba Ramón y de primeras, el propio nombre le sonaba tanto a común como lo era su capacidad de salvador. Ramón era un portero normal, con una pizca de instinto para los lanzamientos y un poco de cabeza para la colocación. Nunca había sido un héroe y estaba ante la oportunidad de serlo.

De reserva sin aspiraciones había pasado a titular indiscutible en sólo dos semanas. Dos lesiones y la oportunidad de su vida se abrió ante sus ojos; el primer portero se había roto la mano y él, que hacía tiempo que andaba con el alma rota por la suplencia, se había encontrado cara a cara con el destino. Su última parada había acabado en un rechace a pies de un delantero rival y en un gol sin concesiones. Era posible que el destino hubiese reservado para él una página mucho más gloriosa que la que le podía deportar cualquier parada en cualquier prórroga aun siendo imaginaria.

Cuando los ciento veinte minutos del final de la Copa de Europa llegaron a su fin, inmediatamente supo Ramón que había nacido para vivir aquel instante. Sus primeras paradas bajo el sol de su barrio y sobre la dura piel del asfalto las recordaba ahora como un desafío a igualar. De familia humilde y corazón emprendedor, había decidido ser portero después de ver a Arconada volar para quitarle el polvo a una escuadra y mandar el balón al limbo de las oportunidades perdidas.

Su carrera se dibujaba en altibajos y sus titularidades siempre le habían costado más que cualquier parada. Debutar en la Primera División le llevó veintidós años de su vida y fichar por un equipo de empaque un total de veintiséis. Si sumaba los años que le había costado ganar un título se santiguaba al pensar que había pasado veintiocho años buscando un sueño y que en su búsqueda había dejado atrás una infancia y una juventud restregadas por los suelos de los campos de fútbol.

Y entonces, un año más tarde y con veintinueve años en el carné de identidad y más de un millón de paradas en el currículum, afrontaba la tanda de penaltis más importante de su vida. Era como saberse protagonista y no creer en serlo, porque él, Ramón, portero y trabajador, nunca había querido acumular la gloria de sus paradas ante los ojos del público, si alguna característica que hubiese de convertirse en virtud le adornaba, esa era la humildad, pues para él nunca había habido un jugador sin un equipo, para él no existía un gran portero sin una gran defensa y para él no se podría salir invicto de una tanda de penaltis si no acompañaba la suerte.

La suerte. Él, supersticioso en el límite y soñador frustrado por su propia convicción, siempre había creído en la suerte como factor determinante de la vida. Nunca quiso ver gatos negros en sus paradas ni espejos rotos en sus decisiones, estaba convencido de que tentar a la suerte era tentar al pecado y que guardarse de llorar, las más de las veces, prevenía más de los fracasos que de las victorias. Cuando se encontró con su primera titularidad de verdad, le dio gracias a la vida y se convenció a sí mismo de que le había llegado su momento para demostrarle al mundo si de verdad la suerte estaba con él o si por el contrario, estaba dispuesta a darle la espalda.

Aquella final de la Copa de Europa la había afrontado en plenitud de ganas. Ante cualquier circunstancia, él siempre decidía reír, porque para llorar, como solía decir, siempre había tiempo. A su equipo le había caído en suerte (siempre la suerte revoloteando como una tentación) ser el primero en lanzar en la tanda de penaltis. Cuando vio a su compañero Lucio, con el número cuatro en la espalda, central exquisito y mejor persona, tomar la carrerilla, sintió la total seguridad de que aquel lanzamiento se iba a convertir en el primer punto a favor en la tanda. El gol supuso un alivio y una primera batalla ganada dentro de aquella guerra a diez lanzamientos.

Era su turno. Ramón siempre había afrontado cada penalti como un duelo de miradas. Si mantenía la vista firme y el cuerpo equilibrado, era posible adivinar la dirección del lanzamiento. Si se dejaba vencer por el engaño y por la bravura del lanzador, entonces no le quedaría otra que acudir a la red a recoger la pelota. En los ojos de su rival no percibió más que dudas y aquello acrecentó su ánimo.

Se colocó sobre la línea de portería y bajó los brazos, esperó al silbido del árbitro y siguió esperando el momento decisivo, vio la carrera de su rival y esperó un poco más. El lanzador miró hacia el frente y chutó fuerte. Ramón esperaba un lanzamiento más colocado, se tiró bien en busca del balón pero el rival le había dado altura y lo había ajustado bastante. No llegó. Empate a uno y vuelta a empezar. En sí mismo supo que nadie le iba a culpar si no detenía ningún penalti, pero sus hechuras de héroe en aquellos minutos en los que soñar costaba tan poco como probar a alcanzar la gloria, no se iba a resistir a marcharse de allí sin detener al menos un lanzamiento.

El siguiente jugador de su equipo en lanzar también anotó, por lo que le puso de nuevo en situación de alcanzar la gloria en la punta de sus guantes. Volvió a mirar y volvió a aguantar, pero esta vez tampoco pudo detener el disparo certero de su rival. Si seguían lanzando tan fuerte y ajustado le iba a resultar un ejercicio imposible el de convertirse en héroe de aquella final.

Recogió el balón para entregárselo al portero rival y entonces descubrió en su mirada el mismo miedo que quizá a él también le inundaba el ánimo y aquello le produjo un escalofrío terrible que le recorrió el espinazo como una hoja de navaja helada. Ambos eran rivales y a la vez compañeros porque solamente en aquella mirada había encontrado el eterno secreto de la comprensión y supo que no estaba solo en el mundo. Le compadeció sin darse cuenta de que al hacerlo también se estaba compadeciendo a sí mismo y con ello estaba poniendo su futuro en manos de un destino en el que nunca creyó, porque él solamente creía en la suerte, en los días y en la esperanza.

El siguiente jugador de su equipo en lanzar era Nebinho, era brasileño y era muy bueno. Había cuajado un gran partido y ahora estaba en disposición de rematarlo con un nuevo pasaporte hacia un sueño. Recordó, al tiempo que maldecía su instinto por recordar, aquella frase sentenciadora de su abuelo cada vez que se destapaba la emoción en una tanda de penaltis: “el jugador que hace un gran partido siempre falla su penalti”. Nunca detestó tanto el ejercicio de concederle la razón al bueno de su abuelo. Nebinho puso el balón en las nubes y las ilusiones se desplomaron en el suelo. Por primera vez en toda la final había llegado su turno de verdad.

Imaginó mil veces una estirada y dudó entre jugársela o aguantar. Cuando el miedo te acorrala resulta muy difícil decidirse y cuando Ramón vio la carrera frontal de su rival decidió jugar a las adivinanzas y creyó intuir que el disparo viajaría hacía su izquierda y hacía allá se lanzó, pero la fortuna no quiso sonreírle esta vez y se lamentó por cometer el pecado que tanto odiaba y que era el de tentarle a la suerte. El balón viajó despacio y templado hacia el centro de la portería para hacerse allí un hueco en la red y una extensión en el ánimo de los jugadores rivales.

Perdían. Por primera vez en la noche estaban perdiendo la final. El siguiente lanzamiento resultaba pues, además de crucial, un último motivo para seguir agarrado a un sueño. Ramón siempre había tendido sus valores hacia la confianza y por ello prefería confiar en sus compañeros antes que dudar de ellos. Así, no vaciló un instante a la hora de aclamar en el oído de su amigo Rody las más valiosas palabras de ánimo para convencerle de que aquel lanzamiento iba a ser un gol seguro. Tantas veces debió decirle que era el mejor, que Rody debió de creérselo a pies juntillas pues chutó el penalti hacia el lugar más imposible de detener; la misma escuadra.

De nuevo llegó su turno. Como aquella vez en la que debutó en el equipo infantil de su barrio y le detuvo ocho disparos al delantero rival. Como aquella vez en la que viajó a Moscú para ganarse una semifinal de la Recopa y había vuelto con la memoria fija en cada una de sus paradas. De nuevo, era su turno. La gloria, aquella que le había negado la vida durante tantos años pendía ahora de un hilo en torno a sus decisiones y a su capacidad de lanzarse hacia el balón. Era hora de olvidar Valencia, Málaga y otros tantos estadios en los que había dejado carcajadas y fallos estrepitosos. Nunca había sido un portero genial pero siempre se había negado a quedar como un cantamañanas del área.

Se situó sobre la línea y volvió a bajar los brazos como si de un ritual se tratase. Observó a su rival y se sorprendió de su complexión atlética, jugó de nuevo a adivinar y pensó que le chutaría fuerte y al centro así que debía guardar la compostura si quería ganarse el derecho a seguir soñando con la Copa de Europa. El contrario tomó carrerilla frente a él y Ramón resopló intentando ahuyentar cualquier atisbo de temor dentro de su cuerpo. Siguió observando a su rival y no se inmutó cuando le chutó. El balón salió despedido con una violencia atroz y produjo un sonido hueco cuando chocó violentamente contra el travesaño. Por fin, después de cuatro lanzamientos en contra, había aparecido la suerte. Como bien sabía Ramón, era mejor no tentarla.

Y así quedaron momentáneamente empatados a tres goles y con dos lanzamientos por delante, uno para cada equipo. Humberto Martín Gallego tomó el balón con ambas manos y lo depositó lentamente sobre el círculo de cal que señalaba el punto de lanzamiento de penalti. Ramón sabía que como buen uruguayo, Humberto no iba a entregar la victoria al rival en un mal lanzamiento, no iba a estar dispuesto a hacerlo. Por todo ello, Humberto le pegó suave pero ajustado, lo suficientemente ajustado como para evitar que el portero rival, aún en su magnífica estirada, alcanzase a tocar el balón y salvar así el gol que había subido al marcador y que les había puesto de nuevo por delante en el camino hacia la gloria.

Si alguna vez había estado Ramón convencido de haber alcanzado su turno para casarse con la gloria, no lo podía haber esta nunca como lo estaba entonces. A escasos segundos de él estaba el lanzamiento del décimo penalti de la tanda decisiva de la final de la Copa de Europa y él iba a estar bajo los palos para intentar evitar un gol que podía ponerlos en la tela de una nueva duda. Para ganar había que parar y para parar debía de ser él el héroe que consiguiese acertar una trayectoria y detener un balón que venía vestido de gloria, éxito y fortuna.

Ramón volvió a jugar a las miradas y volvió a concentrar su ánimo en los ojos del delantero rival. Le conocía de sobra pues había jugado durante muchas temporadas en el campeonato de su país y le había lanzado más de un penalti, de los que, por cierto, no había conseguido detener ninguno. Pero no era momento para lamentaciones ni para sonrojos por fracasos anteriores, era momento para parar, ganar y celebrar.

Volvió a pisar la línea de portería y volvió a bajar los brazos, no era por tentar a la suerte en vista del lanzamiento anterior, sino que lo hizo por costumbre y acomodo. El rival era zurdo y solía chutar hacia un lado. Muchas veces lo había hecho por raso y se preguntó Ramón si iba a hacerlo de nuevo esta vez. Lo difícil era adivinar el lado hacia el que iba a lanzar el balón y para hacerlo debía templar sus nervios y saber que aguantar era una cuestión de fe y de éxito total.

En los ojos de su rival detectó miedo y aquello le produjo una crecida en la corriente de sus instintos. Siguió aguantando firme aun cuando el silbato del árbitro ponía parte de sentencia a la final. La carrera fue lenta y el golpeo fue suave, con la izquierda y hacia la izquierda de Ramón.

Ramón aguantó y aguantó y sujetó el viento sobre sus dedos, se lanzó bien y cerró los ojos soñando que paraba el balón. Por eso, cuando sintió el contacto en sus guantes no supo creer si estaba soñando o si había tocado el poste de la portería y no supo si jugar a mirar o decidirse a escuchar. Escuchó, y la algarabía que emitió la grada no dio lugar a equívocos; había campeón de Europa. Abrió los ojos y descubrió el balón cinco metros más allá de la portería, y cuando quiso levantarse el peso de uno de sus compañeros volvió a desplomarle en el suelo. Todos se unieron en una piña fabricando una melé sobre el cuerpo de Ramón, portero de casualidad y, por fin, héroe de una noche de primavera.

Ramón quiso reír y se puso a llorar como un niño. Pensó en las vueltas que da la vida y en lo duro que resulta el oficio de portero; toda la vida jugándose el pan en una estirada y esperando a una tanda de penaltis para conocer si la ruleta de la vida está dispuesta a concederte la suerte y convertirte en un héroe.

(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento. Muchas gracias por tu amabilidad Pablo!!)

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El mítico futbolista peruano Teófilo Cubillas fue ganador del Botín de Plata en el Mundial 78, al secundar, junto al holandés Resenbrinck con 5 tantos, la tabla de goleadores que encabezó Mario Kempes con 6. En el Mundial mencionado convirtió dos goles de antología a la selección de Escocia (ver abajo).
Apodado "El Nene", nació el 8 de Marzo de 1949 en Punta Piedra, Lima...
Volante ofensivo de notable talento, debutó en la Primera de Alianza Lima cuando apenas tenía 17 años. En este club jugó en 3 etapas: 1965-1973, 1977-1979 y 1985-1987...
En su trayectoria actuó en Basilea de Suiza (1973), Porto de Portugal (1974-1977), Fort Lauderdale Strickers de EE.UU. (1979-1984) y South Florida Sun Fort Lauderdale (1984-1985)...
Jugó para el seleccionado peruano los mundiales de México 1970, Argentina 1978 y España 1982...
Mientras que con Alianza anotó un total de 167 goles oficiales, en la liga norteamericana convirtió 65 en 141 partidos y en 81 cotejos para su selección nacional, otros 26...
En toda su carrera profesional, jugó 469 partidos, anotando 268 goles. Con Alianza fue campeón peruano 1978, con Porto dio la vuelta olímpica en 1977 y resultó subcampeón con Strickers en 1980. Con la casaca de su querido Perú, fue campeón de la Copa América en 1975...
En 1972, fue consagrado como el mejor jugador de Sudamérica, y en 1978, como mencionábamos al comienzo, se quedó con el Botín de Plata, por ser el segundo goleador del torneo...

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El fútbol es Brasil.

(JOSEPH BLATTER, presidente de la FIFA)

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Vengan a ver (Javier Ruibal / Pablo Coll - Argentina)

* dedicada a Diego Maradona

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La imprevisión de los dirigentes argentinos fue completamente desfavorable en la definición del Mundial de 1930. Poco antes de la final, Francisco Varallo (foto) no se encontraba en condiciones físicas ideales para integrar el equipo. Insólitamente la delegación no tenía médico. Entonces se recurrió a los servicios del doctor Campistegui, hijo del presidente del Uruguay.
El médico revisó al futbolista y su diagnóstico fue categórico: Varallo no estaba en condiciones de jugar. Pero el "sentimiento argentino" de quienes estaban al frente de la delegación sospechó de la veracidad del médico, presumiendo que estaba teñido de parcialidad. Y Varallo fue incluido, pero a los 15 minutos de juego su dolencia recrudeció y poco de provecho hizo en la mayor parte del importantísimo partido.
El diagnóstico del doctor uruguayo había sido tan correcto, como honesto. A menudo, la historia está signada por errores que, siendo previsibles, o fácilmente solucionables, no son corregidos. Y no parece equivocado afirmar que si los argentinos hubieran presentado un equipo en la plenitud de su estado físico y moral, otro pudo haber sido el resultado.
De haberse logrado ese título mundial en Montevideo, seguramente se hubiera concurrido a los certámenes siguientes, a los que, en cambio, se dio absurda e inexplicablemente la espalda en momentos en que la capacidad del futbolista argentino mostraba una actitud creciente. Pero el derrotero seguido por el fútbol demostrado, y lo seguiría haciendo, la improvisación de la mayoría de los dirigentes, muchos de los cuales utilizaban a este deporte como trampolín para acceder a las actividades políticas.

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¿Le gustó Europa?

Sí, pero estaba todo muy roto.

(Respuesta a un periodista atribuida al ex jugador de fútbol uruguayo JULIO MONTERO CASTILLO, -padre de Paolo Montero- en la década del '70, luego de volver de gira con Nacional de Montevideo por Grecia)

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Éste es un deporte prehistórico. El fútbol, pegar patadas a algo para que se mueva, es algo natural, consustancial al ser humano. Los ingleses pusieron las reglas pero el fútbol ya estaba en Atapuerca.

(JOSÉ ÁNGEL IRIBAR, mítico portero vasco)

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Eterno quattrocento (Javier Elizalde Blasco - España)

* dedicada al Torino Football Club


Sugerente elegancia,
sutilidad de diseño,
esculturas expresivas,
crear colores nuevos.

Algún conde italiano
soñando se inspiró
en un Renacimiento
con césped y balón.

Y en esa cordillera
que separaba el arte
del Sur y del Norte
se pintó un paisaje.

Personajes de leyenda
trazaron con realismo
escenas con una luz
de alegórico idealismo.

Ese eterno quattrocento
de momentos divinos,
de devoción ferviente
dibujada con brillo,
nos dejó en el lienzo
demasiados ángeles,
seguían en el cielo
y nadie podía verles.

Aunque nos quedamos
sin óleo ni pinceles,
paleta ni caballetes,
sin piedra ni cinceles,
nos quedará siempre
la fuerza del toro,
la que dio a la belleza
sus vitrinas de oro.

Sin ese único carácter
de bravura y de casta
la victoria no hubiera
sido la esposa granata.

La trompeta de Filadelfia
sigue llamando a vencer
al Toro en un grito:
“Forza Toro alé alé”.

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El video que abajo podemos ver corresponde a un encuentro de la Copa de Holanda de la temporada 2004/2005, que enfrentaba en el Amsterdam Arena al Ajax B y al Cambuur Leeuwarden, un modesto club de la segunda división holandesa.
Tras una jugada en la que un jugador del Ajax B cae lesionado, los jugadores del Cambuur tiran la pelota fuera de banda en signo de deportividad. Hasta ahí todo normal. Lo sorprendente ocurre cuando el jugador belga del Ajax, Jan Vertonghen, se dispone a devolver el balón al rival deportivamente, con la mala (o buena) fortuna de acertar con un disparo increíble que, tras una sorprendente parábola, termina colándose en la portería del Cambuur ante el asombro de todos, incluido el propio Vertonghen.
Tras algunas deliberaciones entre los capitanes y los entrenadores, el equipo de Amsterdam decide dejarse encajar un gol que paliase el desatino de su futbolista. El resultado final fue de 3-1 para el Ajax B.

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Ninguna otra cosa en la vida iguala tanto a los humanos como el fútbol, salvo la pareja muerte.


(RODOLFO BRACELI, periodista y escritor argentino)

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Mi físico me lo ha dado Dios, no el gimnasio.

(JULIO "La bestia" BAPTISTA, internacional brasileño)

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Stanley Matthews: "Sir wing derecho"


Hubo un tiempo en el que la leyenda artúrica sembraba de épica la Vieja Europa. Cuenta la misma que existió un Rey, unos Caballeros y una Dama. Una época de leyendas míticas. Un tiempo mágico en el que “Excalibur”, prototipo de la “Tizona” de nuestro Cid y de la espada “Cantarina” del Príncipe Valiente, surgió del fondo de las aguas de la mano de la ‘Dama del Lago’ y con Merlín como testigo fue a parar a su nuevo dueño, Arturo, que se casaría con Ginebra y crearía una hermandad caballeresca en torno a la Tabla Redonda. Una nueva estirpe de héroes, caballeros rojos y negros sobre corceles blancos que partieron desde allí en busca del Grial. Y es que hubo un tiempo en el que las leyendas crearon personajes históricos arquetípicos. Un tiempo que llegó hasta nuestros días…

Todo comenzó un uno de Febrero de 1915 en Hanley, un pueblo de Stoke-on-Trent, una ciudad situada en Staffordshire, en la región de Midlands del Oeste, Inglaterra. Una ciudad en la que se hizo popular y se convirtió en héroe local un “Barbero boxeador” llamado Jack Matthews.

Cuenta la historia que aquel día una comadrona satisfecha en un humilde hogar de Hanley se acercó a aquel “Barbero boxeador” y le dijo: “Su esposa ha traído al mundo un wing derecho”.

Excalibur acababa de surgir de las aguas, aunque en este caso lo hacía de una mujer que desde ese momento supo que acababa de traer al mundo un chico especial.

De nombre “Sir Wing”, (desde su primer segundo de vida), fue un chico que creció bajo la estricta educación deportiva de su padre, que pretendió inútilmente que fuera boxeador pero que en buena parte forjó su tremenda fortaleza. Por ello siempre grabó a fuego en su memoria una frase que este le enseñó: “Nunca esperes nada. Nunca des nada por sentado. De esta forma nunca sufrirás una gran decepción”.

Y es que para cumplir nuestros sueños a veces la vida te lleva por caminos insospechados. En el caso de “Sir Wing” para mantener la economía familiar tuvo que trabajar como albañil y ayudar a su padre en la barbería, oficios que compaginaba con el deporte y en especial con el fútbol.

Cuentan que mientras practicaba su oficio de albañil entre paletas, planas y palustres surgía su personalidad de wing y ‘sorteaba’ los sacos de arena con la misma facilidad que se escabullía de sus rivales en el terreno de juego.

Al igual que Los Caballeros de la Mesa Redonda encontraron en Broceliande, un decorado a la medida de su destino, “Sir Wing” encontró en dos clubes el vehículo idóneo para forjar su leyenda: Stoke City y Blackpool.

Tenía quince años cuando el Stoke le acogió en sus filas, un club que comenzó pagándole una libra a la semana pero que sin ser conscientes de ello había sido fundado para que “Sir Wing” jugara en él. Y es que con el paso de los años todos los que le rodearon llegaron a la conclusión de que el Stoke, el Blackpool y el fútbol habían sido creados pensando en la figura de “The Move”, de “Dribling man”.

“Sir Wing” era depositario de las artes mágicas como el mago Merlín, hijo del Diablo y de una mujer mortal, que heredó los poderes de su padre y los puso al servicio del Rey Arturo. En el caso de “The Move” este poseía en sus pies la destreza de su padre con la navaja, la sutileza femenina de su madre y en su corazón la fuerza acerada de los puños de su padre. Cuentan además que sus piernas galopaban a la velocidad de corceles blancos y que estos poderes los puso al servicio del fútbol británico.

De entre sus muchos poderes destacaba una acción por la que se hizo acreedor al apelativo de “The Move”. El futbolista inglés amagaba con la izquierda, un ligero toque y luego un recorte seco, como un latigazo y el defensa, a pie cambiado, sólo podía mirar como se iba con el balón. “Sir Wing” se acercaba al defensa con el balón controlado, el defensa le tapaba la salida y le obligaba a hacer su “movimiento”. Los defensas sabían lo que les iba a hacer, e intentaban inútilmente una y otra vez impedirlo. Lo hacía mil veces y mil veces se iba.

A los dieciocho “Sir Wing” firmó su primer contrato profesional por diez libras semanales con el Stoke y ese mismo año, concretamente un 29 de Septiembre de 1934 se puso por primera vez la armadura de la selección inglesa, en una victoria 4 a 0 en la que hizo su primer gol.

En dos años “los alfareros” como eran conocidos los jugadores del Stoke ascendían a primera división. “The Move” seguía haciendo magia por los condados y estadios del fútbol británico pero una terrible Guerra frenó en seco las andanzas y galopadas de este legendario caballero. “Sir Wing” tuvo que servir como preparador físico en la Royal Air Force.

A la finalización del conflicto “Sir Wing” tenía 31 años y volvió a retomar su leyenda aunque defendiendo los colores de los “tangerines” de Blackpool, que pusieron todo el oro posible (11.000 libras, un cifra récord) para hacerse con los servicios del caballero de Stoke-on-Trent.

Allí sufrió varias decepciones en forma de finales de la FA Cup perdidas, pero llegó aquel 2 de Mayo de 1953 en el que Wembley pareció ser un estadio construido para él, en el que aquella final pareció haberse disputado para él, una fecha en la que el destino se topó de bruces con el genio.

Aquella tarde el Blackpool perdía por 3-1 ante el Bolton Wanderers en la primera mitad y cuando todos pensaban en un nuevo fracaso del genio futbolístico, a dos minutos de la conclusión del choque y con 3 a 2 en el marcador, apareció su imponente y elegante figura para dejar sentados a tres defensas y dar en bandeja en sendas ocasiones los goles a Mortensen (que hizo un hat trick), primero, y Perry después para certificar una épica remontada (4-3) y levantar el primer título de su carrera: la inolvidable FA Cup de 1953 y con 38 años de edad. Aquella final que quedó para la posteridad, fue bautizada con su nombre por la prensa británica.

Aquellas andanzas del caballero de Hanley traspasaron las fronteras del Imperio británico y en 1956, en Francia, una tierra que ha legado al fútbol grandes personajes como Jules Rimet, Henry Delaunay… se creó un trofeo individual a la medida de un genio como él. La revista especializada France Football a través de la iniciativa y la idea de Gabriel Hanot creó el “Balón de oro” al mejor jugador europeo y buscó al jugador idóneo que reuniera todas las cualidades que deben adornar a un genio del fútbol. Y ese jugador no podía ser otro más que “The Move”, al que para nada le pesó el hecho de contar con 41 años de edad puesto que “Corazón de León” seguía rompiendo cinturas en los campos británicos.

El 15 de Mayo de 1957 y a los 42 años de edad se colocó por última vez la armadura inglesa. Y como no podía ser de otra manera, aquellas hazañas del wing derecho que más alto anduvo sobre la tierra inglesa llegaron hasta palacio. La reina Isabel II le nombró “Sir”

Estuvo al servicio de la “Orden de Blackpool” hasta 1961, cuando a los 46 acudió al rescate de sus viejos escuderos del Stoke City, que coqueteaban peligrosamente con el descenso a Tercera División pero que con el espíritu de este notable caballero mantuvo la categoría y al año siguiente (1962) regresó a la Primera División Inglesa. Una año más tarde en 1963, fue nombrado “futbolista del año” por segunda vez (la primera en 1948).

Fueron 34 años de wing derecho, de ala mortal, desde 1931 a 1965, disputó su último partido con 51 años y cinco días, el 28 de Abril de 1965, en el estadio del Stoke, donde una selección de Gran Bretaña y una del “Resto de Europa”, dejaron para el recuerdo en una tarde memorable un 6-4 favorable al “Resto de Europa”.

Cuentan que aquel día en el que ese “abuelo diabólico”, que un día aterrorizó a una leyenda del fútbol como Nilton Santos, dijo adiós, llegaron caballeros desde todos los reinos futbolísticos. Desde Castilla la Nueva llegaron el caballero blanco, Sir Alfredo Di Stéfano y el caballero magyar Sir Ferenc Puskas, a los que acompañó otro caballero magyar Sir Ladislao Kubala y desde el hielo llegó el caballero negro Lev Yashin. Todos ellos para homenajear y honrar a una leyenda, a un caballero llamado “Sir Stanley Matthews” con la orden de caballero del Imperio británico, algo que había demostrado ser durante toda su vida, pero que desde aquel momento le convirtió en el primer jugador en actividad en lograrlo.

(extraordinario artículo tomado del portal "El enganche")

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El famoso penal que Antonio Roma le atajó al brasileño Delem y que le sirvió a Boca para ganar el título de 1962, tuvo un protagonista casi excluyente: el árbitro Carlos Nai Foino, que se bancó el adelantamiento del arquero boquense y no atendió los reclamos de los jugadores de River. “Aire, aire... penal bien pateado es gol”, les dijo a los enardecidos millonarios que fueron a encararlo.
Años después, el pintoresco árbitro recordaría: “Cobré un penal en cancha de Boca, contra Boca y en favor de River, faltando pocos minutos para terminar el partido. Si se convertía en gol, le costaba el campeonato a Boca. Hacerlo patear de nuevo ya era demasiado...”

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Estoy muy triste por todo esto y creo que estoy diciendo adiós. No creo que sea jugador de Manchester United en la próxima temporada. He hecho todo lo posible pero nunca me hicieron una oferta o me dieron un contrato. No me siento querido. Los hinchas me trataron como si fuese de la familia pero en el club no.

(CARLOS TÉVEZ, en "News of The World" el 14/05/09 manifestando su declarada intención de irse de los 'Diablos Rojos')

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En Brasil la máxima pena por cualquier delito es de treinta años. Yo llevo cuarenta y tres pagando por un delito que no cometí.

(BARBOSA, arquero brasileño, señalado como máximo responsable de la derrota de Brasil en la final del Mundial de 1950, cuando no le dejaron visitar la concentración de la selección de Brasil en 1993)

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Memorias de un wing derecho (Roberto Fontanarrosa - Argentina)


Y aquí estoy. Como siempre. Bien tirado contra la raya. Abriendo la cancha. Y eso no me enseño nadie. Son cosas que uno ya sabe solo. Y meter centros o ponerle al arco como venga. Para eso son wines. No me vengan con eso de wing “ventilador” o wing “mentiroso” o las pelotas. Arriba y contra la raya.

Abriendo la cancha para que no se amontonen los forwards en el medio. Nada de andar bajando a ayudar al marcador de punta ni nada de eso. Si el marcador de punta no puede con el wing de él... ¿para qué m..... juega de marcador de punta? Lo que pasa es que ahora cualquier mocoso le sale con esas teorías nuevas y nuevas formas de juego o te viene con la “holandesa” o la brasileña y otras estupideces.

¡Por favor! El fútbol es uno solo y a mí no me saca de la formación clásica: el arquero bien parado en la raya y atento. Por ahí escucho decir que Gatti juega por toda el área o sale hasta el medio de la cancha... Y bueno, así le va. Yo al arquero lo quiero paradito en su arco y nada más. Para eso es arquero. Después una línea de tres. Después otra de cinco. Y arriba que nos dejen a nosotros tres. Más de veinte años hace que jugamos así y nos hemos podrido de hacer goles. De a siete hacemos. Yo ya debo llevar como 6.800. Yo solo... ¡Después me dicen de Pelé! O arman tanto despelote porque Maradona hizo cien. Cien yo hago en una temporada. Y en verano, cuando los pibes se quedan en el club como hasta las dos de la matina, me atrevo a hacer cuarenta, cincuenta goles por semana. Cuarenta, cincuenta. Yo solo... Maradona... ¡Por favor! Y eso para no hablar del centrofoward nuestro debe llevar más de 12.000 goles por debajo de las patas... Y... ¡el tipo está ahí! donde deben estar los centrofoward. En la boca del arco. En el área chica. Pelota que recibe, ¡Pum! adentro. A cobrar. Y ojo, que el nueve de los de Boca no es maño tampoco. Es el mismo estilo que el nuestro. Siempre ahí: en la troya. Adonde están los japoneses. ¡Nos ha amargado más de un partido, eh! Yo no he visto los goles que nos ha hecho pero escucho los gritos y el ruido de la pelota adentro del arco.

Le da con un fierro el guacho. Pero, claro, tiene dos wines que son dos salames. Por ahí si jugara al lado mío él también habría hecho como 12.000 goles. ¡Si le habré servido goles al nueve! ¡Si le habré servido goles! Me acuerdo el día del debut. Le estoy hablando de hace 25 años, 25 años, un cuarto de siglo. Sacaron la lona que cubría la cancha y le juro que nos encegueció la luz. Un solazo bárbaro. Yo casi no podía ver por el resplandor en las camisetas, especialmente en las nuestras. Claro, por el blanco. Las bandas rojas parecían fuego. No como ahora, que está saltando todo el esmalte y se ve el plomo. O el piso, del verde ya no queda casi nada. ¡Cómo está ésta cancha! ¡Qué lástima! Qué poco cuidada está. Pero bueno, ese día fue algo inolvidable. Era domingo al mediodía y se ve que los muchachos estaban alborotados porque esa tarde jugaban River y Boca en el Monumental y ellos se habían reunido en el club para irse todos juntos en el camión para el partido. ¡Uy, lo que era ese día! Y claro, llegaron ahí y se encontraron con que la Comisión Directiva había comprado el metegol.

Yo había escuchado desde abajo de la lona que pensaban inaugurarlo esa noche cuando los socios se juntaban en la sede social a comentar los partidos o tomarse un fernet antes de cenar. Pero... ¡qué!... apenas los muchachos vieron el metegol al lado de la cancha de básquet ni siquiera se molestaron en meterlo adentro.

¡Además, esto es pesado, eh! No sé cuántos kilos debe pesar esto, pero es pesado. Puro fierro, de las cosas que se hacían antes. Bueno, ahí nomás lo destaparon y se armó el partido. Yo calculo, calculo, que había de haber entre 20 y 25 años personal viendo el partido. ¡No menos, eh! No menos. Una multitud. Y había apuestas y todo. Le digo que calculo que había esa gente porque yo ni miré para arriba, le juro, no me atrevía a levantar la vista del cagazo que tenía. Le juro. Uno escuchaba bramar esa tribuna y temblaba.

¡Qué cosa inolvidable! Nosotros, los tres de adelante, tuvimos suerte porque el tipo que nos manejaba se ve que sabía. Yo apenas sentí que se movía, dije: “Hoy vamos a andar bien”. Porque también es importante el tipo que a uno le toque para manejarlo. Usted podrá tener condiciones, es más, podrá ser un fenómeno, pero si el que está afuera es un queso, va muerto. Y yo le digo, ahora, con experiencia, yo apenas noto cómo el tipo me mueve ya me doy cuenta si conoce o no. Es una cuestión de experiencia, nada más. No es que uno sea sabio. Escúcheme, usted ve un tipo cómo se para en la cancha y ya sabe cómo juega al fútbol. No tiene necesidad ni de verlo correr. ¡Por favor! Pero ese día se ve que el tipo conocía. No era ni improvisado ni uno que agarra la manija porque está aburrido y para matar el tiempo se juega un metegol. De esos que usted trata de ayudarlos, de darles una mano pero al final el que queda como un patadura es usted. Cuando el culpable es el que tiene la manija. Y usted los escucha gritar: “¡Qué tronco es el siete ese! ¡Qué animal el wing!”. Hay que aguantar cada cosa. ¡Por favor! Pero ese día no.

Ese día tuve suerte, lo que es importante en un debut. Y más en un River-Boca. Usted sabe bien cómo son estos partidos. Un clásico es un clásico, digan lo que digan ahora yo ya tengo como 30.000 clásicos jugados y así y todo, le digo, todavía cuando escucho el pique de la primera pelota en la mitad de la cancha me pongo nervioso. Parece mentira. Es que son partidos muy parejos. Somos equipos que nos conocemos mucho. Pero aquél día tuvimos suerte, por lo menos los de adelante. De la mitad de la cancha para adelante la rompimos, la hacíamos de trapo. “Tachola”, me acuerdo que se llamaba el que tenía la manija. Me acuerdo porque le gritaban permanentemente y además porque durante cuatro años vuelta a vuelta venía al club y jugaba. ¡Cómo sabía ese tipo! Lo arruinó la bebida. Cuando llegaba en pedo yo me daba cuenta porque nos hacía hacer molinetes y cada cagada que ni le cuento. Un día me hizo hacer un molinete y yo cacé un chute que la pelota saltó del metegol e hizo sonar un vaso. Me quería hacer pagar a mí el desgraciado. Pero cuando estaba sobrio era un león. Y ese día la gasté. En la defensa no andábamos tan bien porque el que manejaba a los tres era un salame. Un paspado. Pero con los de adelante bastaba.

No hay mejor defensa que un buen ataque, mi amigo, eso lo sabe cualquiera. ¡Por favor! Ahora se meten todos abajo. Están locos. Tres pepas hice ese día. Y las otras tres se las serví al nueve, al morochón. Y no tenía bigotes. Lo que pasa es que algún mocoso se los pintó con birome para que se pareciera a Luque. Un gol, me acuerdo, un gol, la bola rebotó en el corner y se me vino. Íbamos perdiendo uno a cero, porque ¡ojo! habíamos arrancado perdiendo, y la hinchada bramaba. La puse debajo de la suela y casi la astillo. La empecé a pisar y me la traje despacito para el medio. El nueve se fue para la izquierda y el once también, para abrirme un buco. Yo la masé y un par de veces amagué el puntazo, pero el fullback me tapaba el tiro y no veía ángulo para el taponazo. Le cuento que yo no le hago asco a patear y cuando veo luz le sacudo. A mí no me vengan con boludeces. Pero el rubio que me marcaba me tapaba bien. Entonces yo agarro y la engancho de nuevo para afuera, para mi lado, como para meterle un derechazo cruzado, al segundo palo, a la ratonera. ¡Si habré hecho goles así! Y cuando el rubio me sigue para taparme y el arquero cubre el primer palo, de revés nomás, cortita, la toco para el medio. Y el nueve, sin pararla ché, le puso semejante quema que abolló la chapa del fondo del arco.

¡Qué golazo! ¡Lo que fue eso! Yo lo había escuchado al negro, lo había escuchado. Cuando yo me abrí para la derecha y ví que la defensa se venía conmigo. Y lo escuché al Negro, lo había escuchado. Cuando yo me abrí para la derecha ví que la defensa se venía conmigo. Y lo escuché al Negro que me grita: “¡Ah!”. Y se la toqué. Lo mató al Negro. Lo mató. La hacemos siempre a ésa. Diga que ya nos conocen. ¡Qué partido fue ése! Y para esta noche tenemos uno lindo. Si es que vienen los muchachos. Porque los escuché decir que iban a las maquinitas. Siempre hablan de las maquinitas. Vaya a saber qué es eso. Acá una vez al club trajeron una. Yo siempre escuchaba unos ruidos raros, unas cosas como “pluic” “plinc” “clun” y unas sacudidas. Unas luces. Pero después no lo sentí más. Dicen que se le jodió algo adentro a la máquina, algún fusible y nunca hay guita para comprarlo. Son máquinas delicadas. De ésas que hacen los yanquis. Por eso los muchachos siempre vuelven. Porque el fútbol es el fútbol. Esa es la única verdad. ¡Qué me vienen con esas cosas! Son modas que se ponen de moda y después pasan. El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol. La única verdad.
¡Por favor!

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En el Benfica de Lisboa, un ataque cardiaco costó la vida en Enero de 2004 al delantero húngaro Miklos Fehér, fallecido en pleno partido.
En su honor, el número 29 fue retirado para siempre. Sin embargo, esos dos guarismos reaparecieron en el "Estadio de la Luz" una noche de Noviembre de 2006. Más de dos años después de la tragedia, en un encuentro de Liga de Campeones entre el Benfica y el Celtic de Glasgow, los aficionados escoceses desplegaron una banderola con el número 29 y la frase en portugués: 'Feher: Nunca caminharás sozinho' (nunca caminarás solo).
Los jugadores lusos, llenos de emoción, agradecieron el homenaje, como en estas palabras del delantero internacional Nuno Gomes: 'Ha sido un momento inolvidable y un detalle maravilloso, una bonita demostración de juego limpio'.

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Apedreenmé!!! Tuvimos cocaina, soborno y Arsenal haciendo dos goles de local. Pero justo cuando pensás que no va a haber más sorpresas en el fútbol, Vinnie Jones se convierte en futbolista internacional.

(JIMMY GREAVES, célebre goleador inglés, shockeado al enterarse de la citación a la selección galesa del hombre duro del Wimbledon para un partido contra Bulgaria el 14/12/94)

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He sido muy gentil y me han hecho pelota todos los días. Para que seguir así... igual es muy difícil criticar sin herir.

(CLAUDIO BORGHI, ex jugador y entrenador argentino, en Octubre de 2008 al marcharse de la dirección técnica de Independiente de Avellaneda)

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Pelota naranja (Juan Horacio Rodríguez - Argentina)


Nunca me gustó el fútbol. Ni mirarlo ni jugarlo. Mi máxima hazaña deportiva consistió en revolearlo por el aire al gordo Paulella en la histórica final 7º "A" versus 7º "B" del '84. Nuestra mediocampo y delantera tenían dominado el match, y mi intervención en el puesto de defensor se limitaba a putear a los del "B" y charlar con Gu que estaba en el arco. Repentinamente, de entre la remota polvareda -es notorio como cuando uno es chico, el mundo parece más grande- se desprende un malón encabezado por el susodicho gordo, que más que gordo era grande, por aquel entonces a mi me parecía que medía 2 metros por 2 metros por 2 metros. Encaró con furia hacia nuestra área, arrastrando tras de si a tres o cuatro de los nuestros. Semejaba un gran danés en una riña de caniches. Coraje nunca me faltó: me hice eco de las sabias palabras de mi abuelo "la pelota pasa, el jugador no", lo encaré al trotecito y cuando lo tuve a tiro le revolié un guadañazo rastrero que produjo el notable, imprevisto, azaroso y doble efecto de dejar la pelota entre mis pies y hacerlo volar dos metros, y arrastrar por el arenal que llamábamos campo de juego, otro tanto.

Rápidamente recuperado de la sorpresa de estar no solo con vida si no en posesión del esférico, encaré por el lateral a todo lo que me daban las patas -que era bastante- hacia el área de ellos, mandé un zapatazo con aires de centro hacia la medialuna y continué mi carrera hacia rumbos más lejanos para evitar que gordo me alcanzara y me matara. Esa fué la última vez que jugué un partido de fútbol.

Habida cuenta entonces de mi escaso interés por el balompié, más notorio es entonces que uno de los juguetes que más añoro de mi infancia, sea una pelota de fútbol, de cuero, color naranja pero cuando digo naranja digo naranja rabioso. Me la regalaron los Reyes, o Papá Noel, yo tendría entre cuatro y siete años. Como se puede apreciar mis recuerdos son difusos, en parte porque la tuve tan poco tiempo que no logro asociar ningún evento significativo con la posesión de la pelota, y en parte porque el recuerdo de la pelota eclipsa los detalles circundantes. O tal vez es sólo el paso del tiempo, quien sabe.

Tampoco hay una explicación racional. ¿Qué tenía esa pelota de fantástico? Nada. Yo no había pedido una pelota, no me interesaba el fútbol, habría con seguridad miles, millones de pelotas mejores, midiendo por cualquier parámetro. Más profesionales, más lindas, más prácticas, más livianas, mejor cosidas, más simétricas. Pero a mi me encantaba mi pelota naranja. Desde el primer momento que la vi, ejerció sobre mi una fascinación sobrenatural. No se convirtió sin embargo en objeto de culto: inmediatamente la puse en juego y me dediqué a patear, torpemente como siempre, pero disfrutando como un poseso.

Breve tiempo después, y tiene que haber sido súmamente breve porque a esa edad por ejemplo las vacaciones de verano duran lo que aparenta ser un año completo, fuimos con mi familia a un lugar que llamábamos "la higuera". Era un descampado a orillas del río, de bastante difícil acceso y donde como ya se habrá intuído, había una higuera. Por supuesto yo me puse a jugar con la pelota naranja. En un determinado momento, no recuerdo quien si yo o alguno de mis hermanos, (y esta ausencia de detalles me tortura), la pelota fue a caer al río, lo suficientemente lejos como para no poder alcanzarla con una rama. El río es profundo, correntoso. Además no debía ser verano, porque nadie se metió. No me acuerdo si mi viejo intentó rescatarla. Recuerdo que yo le tiraba piedras, mas allá de donde estaba, con la intención de que las olitas la acercaran a la orilla. Pero ese truco solo funciona en lagos o estanques: en éste caso, la corriente la fue arrastrando, cada vez más rápido, cada vez más lejos. Por un tiempo, aunque la pelota ya estaba perdida y yo ya no tenía la más mínima esperanza de recuperarla, corrí desesperado por la orilla, sin saber que hacer. Luego seguramente, el cansancio, alguna anfractuosidad del terreno o recoveco del río me impidió seguirla. La contemplé largo rato, mientras se alejaba corriente abajo: su color naranja la hacía fácil de distinguir aún a la distancia. Después, no la vi más.

Tuve antes que esa, y después seguramente, otras pelotas. Las de goma marrón, alguna de cuero blanco, otras que en su medianía pasaron sin dejar huella. El fútbol nunca me gustó, aunque ahora que lo pienso es probable que mi aversión a éste deporte provenga de éste incidente.

A veces, como anoche, sueño con la pelota naranja. Sin embargo, no logro recordar que era lo que me gustaba de ella, ni la alegría que tuve mientras la tenía.

Sólo la veo flotar, corriente abajo, cada vez más lejos.

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En el libro “Un grito de gol” (foto), donde trata la historia de la radiofonía uruguaya en cuanto al fútbol, escrito por el periodista deportivo uruguayo Joel Rosenberg, se cuenta una anécdota muy singular de los tiempos en que la tecnología era muy precaria...
Muchas veces se relataban partidos desde Montevideo, como si se estuviese en el exterior, de acuerdo a los cables recibidos, con largas pausas en donde se agregaban jugadas, hasta que llegaba el próximo “telegrama”...
Rosenberg, decía: “La final olímpica del 10 de Junio de 1928, en Amsterdam, terminó empatada en un gol entre Uruguay y Argentina. El desempate se jugó el 13. Ese día, una gran tormenta sobre Montevideo provocó interferencias y problemas en la recepción de las emisiones. De tal modo, se escuchó por los altoparlantes ubicados en una vidriera de un negocio montevideano, con una voz apenas audible: ‘¡Avanzan los argentinos sobre las últimas posiciones del rival! Peligro para Mazali. Centro por elevación de Orsi. Arremeten Tarascone y Ferreira. Aleja de cabeza, angustiosamente Nasazzi. Pero persiste el peligro en la valla oriental. ¡Cuidado Mazali, cuidado! (Un segundo de pausa). ¡Gol uruguayo! ¡Gol uruguayo! ¡Héctor Scarone! Gana Uruguay 2 a 1”... Era tal el entusiasmo por el gol que el relator no demoró ni dos segundos en saltar de su parodia a la información verdadera. Apenas recibió el dato a través de un telegrama la dio, en la misma emisión en que un segundo atrás el golero uruguayo sufría el ataque argentino. La alegría y la euforia de ese momento fueron tales que el hecho fue comentado al día siguiente. Pero luego las murgas en el carnaval y la memoria popular se encargaron de hacer famosa la frase: Avanza Argentina. ¡Gol uruguayo!

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No estoy casado con Beckham aunque muchos piensen que lo estoy... es más, ni siquiera estoy comprometido con él.

(SVEN GORAN ERIKSSON, en 2005 cuando era entrenador de Inglaterra, ante las críticas de preferencias de su parte por el mediático jugador)

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Si salgo soy un golfo, y si me quedo en casa, maricón.

(RAFAEL MARTÍN VÁZQUEZ, ex futbolista español)

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Ikeriónida (Elena Medel - España)


Hoy -como siempre- tú eres el protagonista,
supernova ángulo a ángulo de mi universo;
ningún meteorito de cristal rasga tu aura.

¿Cicatriz en azul, estigma de nube, mon très doux enfant?

Tú eterno, ahora imagina; lo que rechazas -pateado-
es mi corazón, que se precipita hacia tu red.

Rebota contra tus tobillos, carrilero a tu clavícula.

Así es: no entiende de contrarios ni tarjetas.
Iker Casillas, mírate rasgando el aire,
perfecto al derramarte de alegría, inmortal,
¿domador de serpientes, mi patria de cometas?

No dejes de competir en belleza con los astros:
tú eres uno, y esta batalla es tuya y de tus ojos,
tuya y de tus labios expectantes de elegía.

Frágil azar -brizna de aire atravesando tu templo-,
seré sacerdotisa servicial desde la banda, por siempre
admirándote crecido en tu estirpe de triunfo,
delicatessen tu mentón, Apolo mío Iker Casillas.

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