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Alessandro Del Piero (Christian Stellner - Austria)

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Cero a cero (Tito Fernández - Chile)

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Diego Lucero fue un recordado periodista que se distinguía por su particular forma de contar anécdotas transcurridas a través de años de comentar fútbol.
En su libro, "10.000 horas de fútbol" (foto), recordaba una simpática historia gastronómica ocurrida con unos jugadores uruguayos en el Sudamericano de Guayaquil de 1947 el cual cubrió para un periódico de Montevideo: "El torneo se jugó al finalizar el año y es normal en esa región del mundo que a fines de Diciembre comienza la época de las lluvias. Y huyendo de las lluvias, bandadas de grillos voladores, una especie de langostas, pero un poco más grandes que ellas, y más repugnantes, se levantan de los campos corridas por las lluvias y caen sobre las poblaciones, atraídas por las luces de la ciudad.
En aquel año, cuando estaba por terminar el campeonato, cayeron sobre Guayaquil unas bandadas imponentes que se introdujeron en las casas, un azote de destrucción. Se comen las cortinas de las casas, se introducen en los roperos y se comen todo lo que encuentran, tapan las veredas de tantos que son y hay que andar pisando una alfombra de grillos. Y pasó en un restaurante. Fueron a comer un mediodía que estaban de franco, el Negro Sarro, Schubert Gambetta y el morenito Rodríguez Andrade. Y cuando vieron que el mozo, ordenando la mesa, puso junto a los platos dos cucharas, preguntaron intrigados: '¿Y por qué esas dos cucharas?'. Y el mozo, sobrador, les dijo: 'Son dos, una para sacar los grillos, y la otra para tomar la sopa'..."

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Algunos monopolios surgen a través de la posesión de tierras que contienen minerales particularmente valiosos y aguas termales o están situadas en privilegiadas localizaciones geográficas. Otros, a causa de habilidades anormales como la voz de Maria Callas o el pie de George Best.

(B. J. Mc CORMICK, escritor británico)

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A mí me reprochaban mis noches milongueras, pero no sabés qué lindo entrenamiento es el tango para los jugadores. Fijate. Tenés ritmo, después cambio de ritmo en una corrida, manejo de perfiles, trabajo de cintura, de piernas. Mirá que en una de ésas yo anduve bien en el fútbol por eso, por ir a bailar el tango todas las noches.

(JOSÉ MANUEL MORENO 1916-1978, ex futbolista argentino)

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Una final con handicap


En 1962, Pelé era la figura indiscutible del fútbol mundial; su fama había atravesado todas las fronteras. De ahí que en el Campeonato del Mundo se aguardara con expectación su presencia como auténtico conductor del equipo brasileño. Desde hacía cuatro años la selección apenas se había renovado. Aún jugaban los laterales Djalma y Nilton Santos, de 37 y 36 años, respectivamente, aunque la franja central de la defensa la cubrían ahora Zoísmo y Mauro, menos seguros, por otra parte, que Bellini y Orlando. Afortunadamente, en la portería estaba, mejor que nunca, Gilmar.

El centro del campo había variado poco. Seguían firmes Zito y Didí, éste después de haber pasado, con poca fortuna, por el Real Madrid.

Tampoco se había modificado la línea atacante, con Garrincha, Vavá (38 años), Pelé y Zagallo. La táctica brasileña se había hecho más conservadora a medida que la veteranía de sus astros obligaba a éstos a jugar con mayores precauciones. De esta forma Zagalo se convertía prácticamente en un tercer centrocampista y Pelé tenía libertad de acción para moverse por toda la franja izquierda del campo.

No obstante, la presencia de Pelé en el Campeonato resultó lamentablemente corta. En el segundo partido, contra Checoslovaquia, quedó fuera de combate por una grave lesión en la ingle.

El nerviosismo y la inquietud se apoderaron de los brasileños, que tuvieron enormes dificultades para batir a España por 2-1 en el último partido de la fase eliminatoria, y ello gracias a dos goles de Amarildo, el sustituto de Pelé. Este joven jugador, desconocido fuera de su país, vino a ser la estrella y la tabla de saltación de su equipo. Menos completo que Pelé, Amarildo poseía, en cambio, un innato sentido del gol.

Brasil llegó a la gran final para encontrarse de nuevo con Checoslovaquia, que había eliminado en semifinales a Yugoslavia por 3 a 1.

En tanto, la 'canarinha' se había librado de Chile por 4 a 2, con dos goles de Garrincha y otros dos de Vavá. Amarildo parecía haber perdido el espectacular toque de su primer partido frente a España.

La final fue poco espectacular y muy diferente de la celebrada en Estocolmo cuatro años antes. Brasil se basaba en la experiencia y el contragolpe, igual que Checoslovaquia, que había dado la sorpresa llegando a la final con una formación no menos veterana (29 años de promedio, el más elevado después de Brasil). El soviético Latuchev fue el encargado de dirigir el partido.

Lo mismo que en Estocolmo, Brasil empezó perdiendo. A los 15 minutos, Masopust, el potente centrocampista checo, abrió el marcador. Casi inmediatamente, empató Brasil por medio de Amarildo, que había recobrado su dinamismo. Pero en esta ocasión las cosas no se veían tan cómodas; la lucha era tremenda en el centro del campo.

El primer tiempo finalizó, pues, con empate a uno. Esta situación se mantuvo hasta el minuto 70 de juego, en que Zito, el veterano medio volante, puso por delante a Brasil, que podía aplicar de esta forma su táctica de contención y contragolpe.

Zagallo se retrasó ostensiblemente para sostener a sus compañeros centrocampistas, mientras que los diabólicos regates de Garrincha obligaban a la defensa checa a vigilar sus puestos. A un cuarto de hora del final los checos se lanzaron al ataque, y poco después, en un fallo del portero checo Schroif, Vavá redondeó el triunfo brasileño.

Era el final de una época. Vavá, Didí, Garrincha, Nilton y Djalma Santos..., todos estaban en el crepúsculo de su carrera. Pasarían ocho años antes de que Brasil saboreara de nuevo las mieles de la victoria. Un solo superviviente. Pelé, culminaría en México su fabulosa carrera deportiva.

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Lo dirigí a Pablo en la 6ª de Estudiantes de Río Cuarto. Y no le perdonaba una. Un día me agarró mi mujer y me dijo que Pablo estaba muy mal porque yo nunca lo veía jugar bien. Tenía 13 años Pablo. Me senté con él y le expliqué que debía dar el ejemplo, que ante sus compañeros le tenía que pedir más que a nadie. Y le conté una fábula: había un campesino que tenía una carreta tirada por un caballo y cada vez que llovía los caminos se ponían muy fangosos, casi intransitables, pero igual tenía que cruzarlos. Para que el caballo tirase, el campesino le pegaba con el rebenque una y otra vez. “¿Por qué lo hace, pobre animal?”. Lo acusaba la gente. “Porque a los más nobles es a los que más se les puede pedir”, respondía el campesino.
En ese momento no sé si Pablo lo entendió, pero con el tiempo me dijo que le había servido mucho que yo no fuera contemplativo con él.

(RICARDO “Payo” AIMAR, ex jugador de Belgrano de Córdoba en 1971, donde tuvo como compañeros a Hugo Tocalli y a “Milonguita” Heredia, en “La Nación Deportiva Mundial” del lunes 19 de Junio de 2006, hablando de su hijo Pablo)

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Me quedaré en el fútbol. Ni siquiera me importa que me usen como banderín de córner.

(DEREK DOOLEY, ex futbolista inglés quien sufrió la amputación de su pierna derecha a raíz de una colisión accidental con un arquero)

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Es inútil comparar a Messi con Maradona porque un jugador como Diego no nacerá nunca más.

(CARLOS SALVADOR BILARDO, Director General deportivo de la AFA, opinando el 8/1/09 acerca de una comparación inevitable)

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El arquero brasileño Manga tuvo, en los años 60 y 70, las mejores actuaciones en equipos de su país y en el exterior.
Cuando atajaba para Nacional de Montevideo, en la década del 70, tenía una cábala que le dio excelentes dividendos.
Según lo escribió en su libro autobiográfico el ex titular del club montevideano, Miguel Restuecia, Manga manejaba muy bien sus contratos, y hasta la posibilidad de adelantos.
Un día, el arquero se acercó a la sede de Nacional, aduciendo que le debían dinero. Le informaron que estaba equivocado, pero él insistía en que aún le adeudaban el premio... ¡pero del domingo próximo cuando debían enfrentar a Peñarol!
Tomando su pedido como una fe ciega en el triunfo de Nacional en el clásico uruguayo, decidieron darle el "adelanto". Y Nacional ganó. A partir de esa instancia, y ya como cábala establecida por todos. Manga repetía el cobro del premio por adelantado cada vez que enfrentaba a Peñarol.
Y aquí lo insólito: Nacional, con Manga en el arco y el dinero en su bolsillo en los días previos, estuvo 16 clásicos consecutivos sin perder.
Y a propósito del "1", tiene en sus registros un golazo de arco a arco que marcó el 30 de Mayo de 1973, cuando Nacional se enfrentó a Racing de Montevideo y ganó 7 a 0. Manga convirtió el último tanto, con poderoso remate desde su área. Inolvidable.

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Con la pelota entre sus pies, hace que el Ballet del Bolshoi parezca un grupo de enanos inválidos; y la forma en que sus zurdasos violan todas las leyes del continuo espacio-tiempo harían que el mismo Einstein se ensuciase los pantalones.

(NewCity.com opinando sobre el búlgaro Hristo Stoitchkov del Chicago Fire -2001-)

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Tenía un amigo camarero. Su tarea era traerme 3 o 4 croissants después de hacer el amor. Traía los croissants a la escalera del hotel, yo acompañaba a la chica y hacíamos el intercambio: él se llevaba a la tipa, yo me zampaba los croissants. Sexo y comida, la noche perfecta.

(ANTONIO CASSANO, jugador italiano, en su libro “Dicco Tutto” -Lo digo todo-)

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Ese día estuvimos todos (Rodrigo Damián Gaite - Argentina)


“En el colegio me enseñaron
que este país es grande y tiene libertad”
(Moris)

La semana anterior, mientras acomodaba unos apuntes sobre el mantel de hule en la mesa de la cocina, le prometió a Clarita que la plata del préstamo la iba a emplear en la refacción de la casa. O parte de la refacción, porque para todo no iba alcanzar. En el baño iba a cambiar los azulejos y los artefactos, pero lo más probable era que la cocina quedara para más adelante. Pero por lo menos hasta que se casaran podría dedicarse tranquilo a arreglar la vivienda de sus padres, sobre todo la habitación matrimonial que comenzarían a utilizar cuando regresaran de la luna de miel. Tenía que rasquetear las paredes y darles unas manos de pintura, reparar el placar y engrasar las bisagras de las puertas.

Y como iba a ver polvo por todas partes, le pidió que esperara para llevar el Wincofon y los discos de vinilo de rock nacional, encima ella era tan cuidadosa que a los de Almendra y Pescado Rabioso solo faltaba que los pusiera adentro de una caja de cristal.

A ella la conocía de toda la vida por que vivían en el mismo barrio, pero recién en un asalto que hicieron sus compañeras de 5º comercial, se animó a encararla, desde entonces comenzaron un noviazgo que fue afianzándose cada vez más hasta que llegó la propuesta que a ella casi la deja muda: El casamiento.

Cuando llegó al bar se acordó que al otro día debía llevar la seña por el juego de muebles del comedor.

Hacía rato que el Ford Falcon estaba estacionado sobre la calle Gavilán, pero Manuel no lo vio; de haberlo visto, tampoco le hubiese llamado la atención. Desde que veía camiones del ejército apostados en las esquinas parando a los colectivos y haciendo una minuciosa requisa de los pasajeros, ya nada le llamaba la atención.

Desde que había comenzado a trabajar en la empresa nunca le manifestaron nada por su aspecto personal, pero hacía unos días, le habían “sugerido” que se cortara el pelo, para que sus cabellos castaños luciesen lo más prolijos posible.

Le pidió al mismo mozo lo mismo de todos los días. Se le vinieron a la mente las palabras que no se atrevió a decirle a su madre cuando la encontró en el patio regando los malvones y hablando con los canarios: “Tengo el presentimiento que hoy va a pasar algo importante”. Pero para qué. No fuese a ser que con la situación que se estaba viviendo la vieja pensara cualquier cosa y se hiciese mala sangre.

De hecho no era un día cualquiera, cientos de cordobeses habían llegado al barrio porteño de La Paternal para ver a su amado Talleres, ese Talleres fino y exquisito de Valencia, Ludueña, Galván, Bravo y Bocanelli.

Manuel, acodado en la superficie de madera y con los dedos de la mano entrecruzados, los veía pasar caminando a través del ventanal, siempre tardaba bastante el gallego para traerle un simple café con leche y tres medias lunas. Igual tenía tiempo para entrar a la cancha, no para ver a Talleres sino para ver a su querido Argentinos Juniors, y de paso ver si ese pibe que vio jugar un par de partidos en la tercera podía soportar la presión y las patadas en primera división.

También lo había visto tiempo atrás en el programa de Pipo Mancera haciendo malabares con la pelota, cuando su primo Rafael invitó a toda la familia para mostrarles el nuevo televisor blanco y negro que había comprado y costado un ojo de la cara. Pero lo que más le llamó la atención fue la estampa y la personalidad de ese pibe que ahora le faltaban diez días para cumplir los 16 años.

Como en su casa el fútbol importaba poco y nada, no se sintió afectado para ser de determinado equipo. Le gustaba Independiente por que le gustaba la camiseta roja. Pero quizás si haya tenido influencia eso de querer ser distinto, de pensar de otra manera, por que de Boca, de River y hasta de Independiente eran todos. Entonces no dudó en hacerse hincha de otro que también tenía la divisa roja y el nombre ya lo hacía sentir orgulloso: “Argentinos”. Claro que para eso también debía soportar el mote de equipo chico y el sin sabor de magras campañas.

Alguna vez lloró por su cuadro, era muy chico pero recordaba bien que había sido allá en el 60. Hicieron una campaña brillante, pero perdieron 3 a 1 con Lanús en La Paternal y con esa derrota terminaron segundos a dos puntos del campeón Independiente. Pero nunca en su vida había llorado con tanta angustia y tanto dolor, como dos años antes cuando aquel 1º de Julio falleció el General. Igual se puso contento cuando en el 73, los diablos rojos vencieron a la Juventus con el gol antológico de Bochini.

Durante su adolescencia se enteró que los fundadores de Argentinos eran de ideales socialistas y por eso no era un club, sino una “asociación atlética” y de ahí el color rojo para la casaca. Cuando no lo iba ver de visitante, le gustaba escuchar al gordo José Maria Muñoz, en la oral deportiva. Por que de tanto en tanto interrumpían la transmisión para informar desde las otras canchas y así se enteraba de la suerte de su equipo. Por eso el bichito colorado era algo especial en su vida, era una alegría ir a la cancha, encima desde aquel 24 de Marzo lo que menos tenía el pueblo era alegría.

Se le escapó una sonrisa irónica con eso de “Proceso de Reorganización Nacional”. Hacía poco había estado con otros compañeros en La Plata reclamando por el boleto estudiantil cuando sucedió lo que más tarde se conocería como “la noche de los lápices”.

“Linda manera de reorganizar al país a palazo limpio”, pensó.

Cuando salió del bar, se dirigió rápidamente al estadio y se ubicó en la colmada platea que daba espaldas a Boyacá.

El campo de juego estaba en muy malas condiciones y no daba pie con bola Argentinos cuando empezó el partido, y como era de suponer a mediados del primer tiempo Talleres se puso en ventaja con gol de Ludueña. Cuando terminó la primera etapa, todos se preguntaban por el pibe que estaba sentado en el banco de suplentes.

En el entretiempo Manuel desvió sus pensamientos hacia otras cuestiones. Pensó en sus viejos y sus hermanos, en el sueño de compartir con Clarita toda la vida, en el sueño de que sus hijos crecieran en un país mejor, sin miedos y sin ataduras, con la libertad de expresarse y de elegir, en un país con igualdades sociales. Maldijo la hora de haberse metido en la facultad, estaba jodida la mano en Filosofía y Letras. Maldijo la hora de pensar distinto.

Ese zurdito que la descosía en los potreros de Villa Fiorito y se preparaba para ingresar en el segundo tiempo, lo hizo volver a la realidad. La melena enrulada, la camiseta roja con la banda blanca cruzada en diagonal, el número 16 en la espalda y los botines Adidas, eran el centro de atención de todos los presentes. Era el mismo que Manuel había visto llegar a la cancha vestido con camisa blanca y pantalón de corderoy turquesa con botamangas y se había preguntado si el pibe no tendría calor con la temperatura que hacía.

Años después el pibe contaría casi con gracia que ese pantalón era el único que tenía.

El árbitro Maino autorizó el cambio que todos esperaban que hiciera el técnico Montes por Giacobetti, y Manuel se acordó de sus presentimientos “Va a pasar algo importante”.

Él, nunca le podría contar a nadie, que a la primera jugada el pibe recibió el balón a espaldas de su marcador, se dio vuelta al tiempo que hacía pasar la pelota Pintier por entremedio de las piernas del número 8 Cabrera y mientras bajaban los aplausos de las tribunas, sin saber muy bien por que Manuel tuvo la sensación que comenzaba a escribirse una nueva historia y a partir de ese momento muchas cosas importantes iban a suceder.

Para la historia quedará que Talleres se llevó la victoria por la mínima diferencia. Para las estadísticas también quedará que esa no sería una tarde más.

Al salir de la cancha, no tuvo mucho tiempo de pensar en lo que había presenciado. A pocos metros de la parada de colectivos los cuatros integrantes del Ford Falcon se bajaron y lo increparon al tiempo que le pedían documentos. Eran todos iguales: peinados a la gomina, con camperas de cuero y lentes oscuros. El que tenía cierto aire de “jefe” le inmovilizó los brazos y lo metió a los empujones en el asiento trasero del auto que aceleró bruscamente. Sus ojos marrones se vieron por última vez con un brillo de resignación y desconsuelo. Nunca más se supo de él. Por supuesto nadie vio nada.

En ese momento, en un rincón oculto del deteriorado vestuario, el pibe estaba sentado en un banco de madera cubierto por una toalla, contestando las preguntas de algunos cronistas.

Lástima que Manuel y miles más no podrán contar jamás, la historia que comenzaba a escribirse desde aquel caluroso miércoles, del 20 de Octubre de 1976.

(Mi agradecimiento a Rodrigo Gaite por cederme este hermoso cuento que alude al debut en 1ª División de Diego Armando Maradona)

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Corrían tiempos de Copa Libertadores de América, eran tiempos de gloria para el fútbol argentino, le habíamos ganado merecidamente con Argentinos a dos grandes del fútbol brasilero, al Fluminense y al Vasco da Gama.
Nos hospedábamos en el Sheraton de Río, la costumbre en esos hoteles de gran categoría es colgar en el picaporte de la puerta de la habitación, una cartulina impresa con todo lo disponible en cuanto a las principales comidas, para que el pasajero antes de acostarse tilde en dicha cartulina la hora que quiere despertarse con el desayuno o si quiere ordenar que la cena le sea servida en su cuarto o la merienda, etc. etc. todo el servicio está a la orden del pasajero.
Recuerdo la madrugada antes del último entrenamiento en Brasil, que junto a Emilio Commisso y el “Negro” Juan José López nos dirigíamos a nuestros aposentos cuando al pasar por la puerta de la habitación asignada al “Profe” Carberol y al “Piojo” Yudica (foto), nuestro cuerpo técnico en ese momento, nos miramos y la idea fue simultánea, tomamos la cartulina que colgaba del picaporte, nos fuimos al final del pasillo y consensuadamente llenamos la orden a nuestro criterio:

Hora que desea despertarse: 5 AM
Bebida sugerida: Champagne bien helado con dos copas
Primer plato: Champiñones gratinados y ostras frescas
Segundo plato: Pavo caliente con aderezos afrodisíacos
Postre: Sorbete de fresa fresca y ron

Luego del hecho consumado y siendo las 12 y 30 hs. nos retiramos a dormir.
Grande fue nuestra sorpresa a la mañana entrante, en el lugar donde habitualmente desayunábamos reinaba una llamativa calma, más aún conociendo el carácter de Yudica, nada pasaba y nada pasó hasta abordar el micro que nos llevaría al campo de entrenamiento, todo el plantel estaba sentado en sus respectivos asientos, solo faltaba el cuerpo técnico, cuando estos aparecieron en escena y subieron al micro el silencio era abrumador, subió Yudica y se sentó con su habitual cara de culo. El Profe por el contrario pidió que lo escucharan y en voz alta dijo: felicito a los autores intelectuales y materiales que ordenaron semejante servicio a nuestra habitación, se sentó y no habló una palabra más, nosotros a pesar de nuestras risas contenidas estábamos recalientes porque no era el resultado que esperábamos.
Larga fue nuestra espera para enterarnos de la reacción del cuerpo técnico, esto ocurrió en el vuelo de regreso, cuando asumiendo nuestra autoría ante el Profe le pedimos que nos cuente y con mucho gusto nos contó: "nos despertó el incesante golpeteo en la puerta, miramos el reloj y nos preocupamos por la hora, eran las 5 am, pensamos que habrá pasado para que nos despierten tan temprano, lógicamente el encargado de abrir la puerta fui yo, me encontré con un negro vestido de rojo con gorro de chef que traía un carrito lleno de cosas y me decía en portugués... cena, cena .. pavo caliente y me mostraba una bandeja de plata donde reposaba el ave, yo le decía que se había equivocado, no me entendía y quería entrar con el carro, le grite que no lo habíamos pedido, no entendía y repetía cena.. cena.. pavo.. pavo; en ese momento intervino Yudica muy caliente y le dijo: pavo, pavo nosotros, tómatelas ante que te cague a trompadas, el hombre de rojo se retiro ofuscado, dejó el carrito y volvió a nuestro cuarto con el jefe de seguridad y las autoridades del hotel, palabra va palabra viene todo término horas después cuando intervino un directivo del club que dijo que igual pagaría la cena cuyo costo era de 350 dólares".
Mucho le costó al Profe convencerlo a Yudica para que no tome represalias con los autores, así fue, nunca hasta el final de su cargo Yudica habló del tema.

(Anécdota extraída de la página web de José "Pepe" Castro)

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El fútbol (muy de vez en cuando) no es una operación matemática de resultados previsibles, sino un encuentro de seres vivos que juegan más para divertirse y gozar que para un salario o una Copa. Esas tardes, en las que el corazón mete los goles y no los pies, se recuerdan después como una de esas experiencias que nos reconcilian a nosotros, los hinchas pobres diablos con la vida.

(MARIO VARGAS LLOSA, escritor peruano, extractado de su ensayo 'El corazón goleador')

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Siempre soñé con vestir la camiseta de la selección, donde siempre fui feliz. Estoy seguro de que si encuentro mi mejor forma física voy a volver. Tengo que mejorar, adelgazar un poco, ganar más velocidad y movimiento.

(RONALDO, tras conocer la posibilidad de que Dunga pueda convocarlo en los próximos partidos de Brasil para la eliminatoria de Sudáfrica 2010)

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Cariño (Ricardo Martínez Gálvez - Argentina)

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El deporte del balón (Eduardo Bustos Alister - Chile)


Rotación y traslación,
el deporte del balón
que en el orbe hace furor.

En la década del veinte
se jugaba por amor,
por los pies y la cabeza
circulaba la de cuero.

Con correas y costuras:
fútbol puro y tesonero
no ha perdido la belleza
ni su límpida emoción.

Hay traslados de sistemas,
rotación de jugadores,
campeonatos permanentes
por copa de campeones.

No dejemos en el olvido
a famosos que se han ido,
de las blancas selecciones
dirigidas por Bertone

A Ramón, el olvidado
le dedico esta canción,
inventor de la chilena,
amateur de corazón.

Los hermanos argentinos,
bautizaron en su honor.
¡Qué jugada más hermosa
del insigne decatlón!..

Hoy espero que este tango,
se haga eco en Argentina,
traspasando las fronteras
de la América Morena,
cuando se haga una chilena
se recuerde a su inventor:
un Unzaga de esta tierra,
por su célebre invención.

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Guando Brasil organizó la Copa del Mundo de 1950, Italia era la selección favorita para quedarse con la Copa Jules Rimet, al haberlas ganado en las dos ocasiones anteriores, en Italia '34 y Francia '38 (el primer Mundial, disputado en Uruguay, había sido ganado por el país anfitrión).
Luego, la II Guerra Mundial evitó que se jugaran mundiales entre 1942 y 1946. Lo cierto es que Italia fue el único representativo que arribó a Brasil en barco. Como el equipo del Torino había muerto trágicamente un año antes en un accidente, al estrellarse el avión contra la colina de Superga, el técnico, los jugadores y dirigentes del seleccionado azzurro, prefirieron la travesía naviera.
Claro que en la motonave "Sies" que los transportaba, se comían muy buenas pastas y como el viaje duró un par de semanitas, todos engordaron más de lo previsto al arribo a la bahía de Guanabara.
El tema fue que en el primer partido, a los italianos se los notó fuera de forma, y perdieron ante Suecia por 3 a 1. Días más tarde le ganaron a Paraguay por 2 a 0, pero no dieron los números para la clasificación e Italia quedó afuera del torneo.
"Quisieron que engordásemos para perder forma -adujeron-; de alguna manera tenían que arrebatarnos el título de campeones del mundo".
Fueron lamentables excusas. A veces es preferible cerrar la boca para no hablar de más, y de paso, comer menos...

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Mucho se habla sobre la evolución del fútbol y hay que aceptar que algo cambió. Pero en el Mundial de 1994 los tres primeros equipos, Brasil, Italia y Suecia, jugaron el fútbol que yo había jugado hace muchísimos años.

(ÁNGEL TULIO ZOFF, entrenador argentino -1995-)

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Muéstrame un hombre que no ha hecho ningún error, y te enseñaré un mentiroso.

(HARRY REDKNAPP, ex jugador y entrenador británico)

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Entrevista a Juan Ramón Carrasco


El técnico que inauguró el Estadio Ciudad de La Plata, aquella noche de Argentina 2 Uruguay 2, dejó en claro cuál es su paladar y su idea como DT luego de una extensa carrera.

“Vos en Uruguay perdés haciendo defensa o siendo avaro para atacar y te justifican. Pero vos podés perder pero atacando y te viene la crítica: que sos lírico, querés jugar bonito. Esa es la mentalidad que hay en Uruguay. Justifican al que no propone, y al que intenta, al que llega, a ése, si no concreta, va muerto. Te hablan con el diario del lunes. Si no se te dan los resultados, ahí están con el "no tenés equilibrio, que no estás balanceado, que te gusta jugar lindo pero eso no es jugar bien. Mil críticas”.

Mate en mano, fiel a la costumbre de su país de no convidar, el ex futbolista que no perdió la estampa, atendió a ATFA con el tema esencial: la pelota.

-Siempre es así, en cualquier punto del mapa evidentemente, ¿Cuándo eras aquel Nº 10, el palo venía igual?

-Claro. Si yo de repente la metía en un tornillo y el equipo ganaba, entonces era un fenómeno, Carrasco estaba iluminado. Pero si el equipo perdía, “Carrasco no estuvo”.

-¿Qué puede contar de su manual, cuál es su revolución, qué trae de nuevo?


-No sé si de nuevo, al fútbol lo interpreto con dos arcos y una pelota, fácil. Tengo la obsesión de ganar, pero no en la teoría, sino llevándolo a la práctica. Para eso tenés que hacer goles, atacar y no entrar a la cancha improvisando, que al entrar al campo no se crea ‘este partido lo gano yo’. Hay un trabajo previo donde es determinante tener en la memoria cómo llegar. Y si eso lo haces a una velocidad atípica es donde mejor sorprendés. Nosotros somos de presionar, de quites técnicos, sobre el quite meter el pase, y de ese pase llegar lo antes posible a definir. Es por ahí donde está la obsesión mía de la disciplina táctica, eso me interesa, más allá de su cuidado personal que es el famoso cuidado invisible. Soy estricto en lo que se hace en la semana, en la pretemporada y que se lleve a fin en el partido.


“No hay que payar”

-Estás convencido...


-Estoy convencido y que el jugador tenga también esa credibilidad. Para eso no hay que payar... El jugador va de menos a más, y es algo totalmente atípico a lo que estábamos acostumbrados. En La Plata te lo puede decir Don Miguel Ignomiriello, una eminencia, que en Uruguay fue un Dios, te lo puede decir con total propiedad. Uno pregunta, consulta a los maestros.

-Tan joven y ya dirigiste la Selección

-Creo que aproveché mi paso por la Selección en mi corta carrera. Pensar que muchos están toda una carrera y no se les da esa posibilidad y a mi se me dio gracias a Fénix, un equipo chico que peleaba descensos siempre, y que a fuerza de goles llegó a una Copa internacional histórica para ese club. En la Selección de mi país tuve la posibilidad de hablar con jugadores que están en las mejores ligas del mundo y ahí les preguntaba qué les parecía lo que yo estaba haciendo, si estaban acostumbrados a eso, si lo habían hecho… Y te encontrás con la sorpresa de que nadie trabaja así. Ellos tienen el aval de que tuvieron muchos técnicos, que mayormente apuntan a defender, a destruir, y dejar liberado al que sabe con la pelota a que él sea quien decida cómo llegar al gol. Esa libertad no la corto, pero el jugador debe tener un libreto muy amplio donde tenga para decidir y llegar al gol.

-Vivís vestido de fútbol, con botines como si fueran zapatos


-Siempre estoy con ropa deportiva, a no ser en los partidos, que soy muy variable. Por ahí estoy de sport, por ahí de traje, por ahí formal, pero en el día a día siempre estoy en ropa deportiva.


-Todos tuvimos una infancia en que alguien nos abrió la puerta para ir a jugar fútbol y nos enseñó el fútbol. ¿Quién fue en tu caso?


-No hablo en lo personal sino en representación de muchos compañeros uruguayos, quien nos enseñó a amar esto y a que sea una carrera seria fue Don Miguel Ignomiriello. En eso no hay dos opiniones.

Trabajo semanal

-Juan Ramón ¿cómo armás la semana?


-No soy esquemático, ni sistematizado con seguir una línea. Me gusta que el jugador entrene con alegría, que no entre en una rutina y aburguesarlo. Trato de hacer mucho trabajo con pelota que es lo que les gusta.


-Sin dejar de lado la motivación, el ánimo


-Por ahí los incentivo con regalos. Si los delanteros hacen tantos goles, y los defensores no reciben, hay un asado que tienen que pagar los de la línea perdedora. El juego tiene que ser democrático y apuntando a sumar para todos.


-El curso de entrenador lo hiciste en...


-En Montevideo, los dos años que se requiere. Es un tema delicado allá porque hay muchos futbolistas que no terminaron el tercer año secundario y a ellos no se les da posibilidad de hacerlo. Algunos no pudieron por negligencia propia, pero otros porque tuvieron que trabajar.

-¿Es condición indispensable estar en esas aulas?


-No lo comparto, pero tuve que hacerlo. Por supuesto que la mejor escuela es la vivida, la práctica. No puede ser que futbolistas campeones, internacionales a nivel club o seleccionados se vean perjudicados por esa reglamentación, no puede ser que no puedan dirigir por no tener el título de entrenador.


-¿Quién pasó por esa?


-Rubén Paz, que para ustedes es ídolo.


-Tu actual institución, River de Montevideo, debe tener un campo para entrenar muy precario, al menos así lo imaginamos...


-Sabés que no. River ha invertido lo poco que le ha entrado por transferencias y tiene su complejo para concentrar, con varias canchas, aunque no tengan el estado ideal. Después tiene su estadio (Parque Saroldi) donde juega de local. Se puede jactar de tener esa independencia.


-¿De qué no te podés quejar de este River uruguayo?

-Que la hinchada y los dirigentes coincidan con el paladar futbolístico. Es una de las entidades que siempre pregonó ese fútbol bien atildado, de buen pase, de apuntar a ganar, de trabajar en inferiores.


-¿Qué es lo que más destacas cuando te llega la oferta: la historia, el dinero, el plantel, el semillero?


-Apunto a la parte sentimental, si uno jugó ahí por ejemplo. Tengo en mi carrera muchos equipos y eso es un plus porque conocés su ideología y la gente que lo maneja. Por supuesto tenés que ver la aceptación de la propuesta de uno y los objetivos de ellos.


-¿Sos de esos técnicos, de los que se levantan a hacer señas cuando van ganando y si pierden se esconden...?

-Lo único que siempre tuve, no sé si como virtud o defecto, es que me molestaba si me sacaban o si jugaba poco.

-Pero durante el partido, ahora DT, no te inmutás ante una cámara…


-Cuando estás en el partido te olvidás de todo.


-¿El mejor elogio que te hizo un periodista?

-Por momentos me comparaban con Maradona, que se yo. Hubo muchos buenos, sobre todo Víctor Hugo Morales, que era hincha a muerte mío y después nos hicimos amigos.

-Tuviste un sponsor que te siguió siempre

-Sí, la marca era brasileña, Atleta.

-¿El mejor gol?

Se lo hice a River, el equipo que dirijo hoy. Se lo hice con Nacional, a Goyén. Parecía un gol de campito, que enganchás y pasa uno, enganchás y pasa otro, y amagás a patear y el golero se tira y se vuelve a levantar, se lo hice cuatro veces, parecía que no quería hacer el gol y por ahí, en una que estaba en el piso, se la tiré por arriba del cuerpo.

-¿Qué es lo más importante que debe tener presente un jugador?


-Disfrutar. Que no lo tome como un trabajo, aunque hacerlo serio.


-¿Vas a ver juveniles, te quedás revisando?

-No, no tengo acceso, pero al equipo del preliminar lo veo y le pido que juegue igual al de Primera.


-En La Plata tenés alguna anécdota con Pinchas y Triperos


-No muchas. El otro día cuando jugamos contra Gimnasia la gente me decía cómo le pegabas. Alguno me gritó el “¡Uruguayo, Uruguayo...!”


-¿Dirigirías a alguno de los dos platenses?


-Bueno, aquí fuimos invitados por Gimnasia, que se ha portado de mil maravillas. Por supuesto ya hay un plus de agradecimiento.


-Recordanos uruguayos que pasaron por el Lobo platense…


-Sanguinetti, Alonso, El "Turbo" Vargas y el que actualmente está, Leal.


-¿Llamás por teléfono a los jugadores, a esos que tal vez hoy no estás dirigiendo?


-Los jugadores siempre te llaman. De repente los que están sin equipo. Cuando apuntás a un refuerzo tiene que ser muy puntual: con características técnicas muy buenas y tienen que ser rapiditos. Si tenés eso, tenés un crédito conmigo.


-Respecto a la comida de un plantel, te metés en el detalle o lo delegás


-No, eso lo delego.


La doble función de DT y Futbolista

-¿Cuál fue el primer equipo que dirigiste?


-Rocha, donde jugué y dirigí al mismo tiempo. Ahí me retiré y después agarré Fénix.

-¿Cómo te sentías en esa doble función?


-Fue algo muy atípico, más acá en Sudamérica. Me sentí bien, en una experiencia que no fue mejor porque Rocha era un equipo amateur que en menos de un mes se hizo profesional, con la famosa integración que se hizo con los del interior. Ser técnico y futbolista fue una linda posibilidad, pero se pagó un precio muy caro de pasar de amateur a profesional a nivel club, en lo futbolístico y en la vida. Me hubiera gustado volver a hacer esa experiencia pero con otro tipo de rodaje en los jugadores


-Ahora que sacaste el mate, ¿alguno de los técnicos te lo prohibió alguna vez?

-No, nunca.
-

Ping pong sobre técnicos ¿empezamos?


-Dale


-Gregorio Pérez
Muy buena gente, por ahí con un estilo totalmente opuesto a lo que es mi forma de trabajar. Muy respetable y una persona querida en el fútbol


-Oscar Washington Tabárez
-En lo que es mi idea futbolística está más cercano. Respetado no solo en Uruguay sino en el Mundial. Le deseo toda la suerte en el nuevo proceso


-Luis Garisto
Tengo una experiencia muy mala, porque él me dirigió. Por lo general no soy de hablar mal, pero tampoco voy a hablar bien porque no me corresponde.


-Víctor Pua
-Fue muy buen jugador y como técnico ha marcado una diferencia con respecto a los juveniles.


-¿Hasta que edad pensás dirigir?

Las cosas hay que hacerlas a gusto y si te sentís feliz. No sé. Hasta que deje de disfrutar.


La familia


-Armaste una familia...


-Tengo dos matrimonios, uno me dio tres hijos, entre ellos Juan Carlos que es mi ayudante. Tengo a Naiqué y a Macarena, una viviendo en España y la otra en Montevideo. Después, con otro matrimonio de mi actual pareja Claudia, con tres hijas mujeres, mellizas de 2 años y una de 13 que es muy buena estudiante y tenista. Y tengo un hijo argentino que vive en Carlos Paz, cuando estuve en Racing conocí a una chica argentina y ella también me dio un hijo. Así que en total son 7.


-¿Cómo se hace para tener la otra vida y ser un profesional famoso?


-Da para todo. Es mentira que no podes disfrutar, que no podes comer. Por ahí veo que los jugadores dejan y se ponen panzones, como si la carrera fuera una esclavitud. Yo digo que todas las cosas tienen su lugar y se puede, hasta salirse de la dieta. Yo disfruto cuando mis jugadores exponen todo lo que les enseñé


-Sección cábalas ¿sirven?


-No, no. La mejor cábala es el trabajo. Es la elección del jugador, y la recepción


-¿Te has agarrado a trompadas por Nacional?

-Están esos momentos, siempre existen, pero siempre entré predispuesto a jugar y a divertirme. Entonces no puede pasar por la cabeza la pelea.


-¿Sos un tipo tranquilo?

-Me considero tranquilo, calmo, frontal, que si no me buscás es difícil que pelee.


El botija de Sarandí del Yi


“Nací en Sarandí del Yi, en el centro del departamento de Durazno. El primer equipo que me probó del fútbol profesional fue Nacional. Ahí hice casi toda mi carrera y aparte soy hincha del Bolso”.

Carrasco se pone cómodo en el sillón del hall de ingreso del Corregidor Hotel. Tiene puesto un camperón de la AUF, abierto el cierre.

-De juvenil, sufriste alguna vez no ser tenido en cuenta en un equipo...


-No. Ya de chiquito en Sarandí del Yi me recomendaron para ir a jugar a Durazno, al Club Ñandutí que queda como a 100 kilómetros. Me quedé en ese equipo y ya era un logro por haberme ido del pueblito donde uno y llegar a la capital del Departamento.


-¿Favorece en los pueblos eso que el único juguete sea la pelota?

-Tenés muchas diversiones, pero claro, lo que sí te puede formar para el futuro con una remuneración es el fútbol, el modo más fácil y en menos tiempo. Lo tomas como una carrera, más allá de que es pasión para el que lo practica.


-Considero que esa remuneración está bastante exagerada hoy día, ¿te preocupa?


-No es un tema que me rompa la cabeza. Sé que mueve muchos intereses y como todo lo que es marketing, por su convocatoria, mueve al mundo.


Amigo de Víctor Hugo

Hace unos años, cuando el relator uruguayo Víctor Hugo Morales fue declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires, se le preguntó si existe el amiguismo en el periodismo deportivo. "Ta Ta Ta" dijo: "Ese es un defecto gigante: la notable necesidad de tomar contacto con el protagonista. Gravísimo error. Les gusta sentirse amigos y así pierden totalmente la objetividad". Pero reconoció que "fui bastante amigo de Juan Ramón Carrasco, un futbolista uruguayo que dirigió a la Selección, medio rebeldón, medio parecido a mí, pero muy querible. Entré una noche a un boliche muy concurrido de Montevideo y él estaba ahí. ¡Y se escondió! Entonces le mandé a decir que si jugaba mal el domingo lo iba a decir, pero que jamás iba a contar que había estado la noche anterior en un boliche. Le dije que escondiéndose me había insultado. Desapareció. Luego vino a la mesa, charlamos y terminamos jugando muchas veces al billar".

(entrevista publicada en el sitio web de la Asociación de Técnicos del Fútbol Argentino)

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La final de las botellas

El 11 de Julio de 1968 el Barcelona y el Real Madrid se enfrentaron en la final de copa. Había una enorme presión ambiental, ya que los madridistas consideraban que el árbitro mallorquín Antonio Rigo, era probarcelonista, y todo por que había concedido al Barça un penalti en la semifinal contra el Atlético.
El Barça jugó aquel 11 de Julio con: Sadurni, Torres, Gallego, Eladio, Zabalza, Fuste, Rifé, Zaldúa, Mendonça, Pereda y Rexach.
Por el Madrid jugaron: Betancort, Miera, Zunzunegui, Sanchís, Pirri, Zoco, Serena, Amancio, Grosso, José Luis, M. Pérez
Aquel día, el Real Madrid y el Barça disputaban la final de la “Copa del Generalísimo” y el conjunto blanco, que quería lograr el doblete tras conquistar el título de Liga, partía como claro favorito teniendo en cuenta la ventaja que suponía jugar el partido decisivo de esta competición ante su público.
A pesar de ello, el equipo barcelonista salió muy mentalizado al terreno de juego y supo sobreponerse a esta circunstancia. Así, al poco de empezar el partido, en el minuto seis, un centro de Rifé que fue desviado por el madridista Zunzunegui al fondo de su propia portería, suponía el 0 a 1. Los hombres de Salvador Artigas controlaron totalmente el encuentro y con este resultado se llegó al final de los 90 minutos. Aunque el nerviosismo del publico estalló al no castigar con penalti una caída de Serena en el área culé. A partir de aquel momento no dejaron de caer cientos de botellas sobre el terreno de juego, aunque la entereza de los jugadores azulgrana posibilito que el trofeo, aunque abollado, llegara a la Plaza Sant Jaume. El Barcelona había conseguido uno de sus títulos más difíciles, como verificaba la anécdota que contaría años más tarde el presidente Narcis de Carreras:
"En el palco presidencial estaban Franco y su mujer (Pilar), el Ministro de la Gobernación y su mujer, Samaranch y su mujer, Bernabéu...
La mujer de Samaranch, María Teresa Salisachs que es barcelonista a diferencia de su marido, que es del Espanyol, me dio un beso de satisfacción... pero la señora del Ministro de la Gobernación, que se llamaba Ramona, se acercó a Bernabéu:
- Santiago, hemos perdido que desgracia"
su marido, el Ministro, le dijo:
- Ramona, felicita al presidente del Barcelona"
Y ella..
- Ah si, si, claro, le felicito porque Barcelona también es España ¿no?
Y yo le contesté a la señora:
-No jodamos, señora, no jodamos...

Desde aquella final ganada por el Barça se prohibió la venta de botellas de vidrio en los campos españoles.

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A veces los relatores dicen: “corre cada pelota como si fuera la última”. Pienso yo, debe jugar muy mal con esa desesperación, esa crispación. No, viejo, debe correr cada pelota como lo que cada pelota es. Si es la primera, como la primera, y si es la última, como la última. Porque si no es la última por ahí hay más tiempo, más paciencia.

(ALEJANDRO DOLINA, escritor y periodista argentino)

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Es absurda la pregunta sobre el mejor jugador del siglo. Sólo existe una respuesta: Pelé, que es el más grande y los demás se encuentran a mucha distancia de él.

(ZICO, opinando sobre la legendaria figura de la selección brasileña)

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El fútbol y la utopía


Hace diez días empezó la gran fiesta. En todas las regiones del mundo, millones de hombres participan del gran espectáculo: el campeonato mundial de fútbol. Durante los partidos la vida cotidiana se interrumpe. Hay que robarle el mayor tiempo al trabajo o al sueño, para sumergirse en otro mundo que la televisión nos brinda. Pocos son inmunes a su hechizo; aún quienes no son aficionados habituales al deporte, participan por unas semanas del mismo contagio, a reserva del olvidarse del juego, terminado el campeonato. ¿Hay un secreto de esa fascinación colectiva?

Se ha dicho hasta el cansancio: el deporte, promovido oficialmente en gran escala, sirve para desviar a los pueblos de sus problemas reales. Permite que se olviden de sus carencias, de la explotación, de la servidumbre; encauza los impulsos rebeldes hacia un campo de lucha políticamente neutro. Por ello es un instrumento que ayuda a mantener una situación de dominio, conservando satisfechos a los siervos: Pan et cirquenses. Desde antiguo, los gobernantes se percataron de su utilidad para mantener en paz a las masas. En ese sentido, el deporte en gran escala favorece la huida de la realidad, ayuda a volverle la espalda. Sería el nuevo "opio de los pueblos".

Todo eso es cierto. Pero nada humano suele ser tan sencillo; a menudo, tras la dimensión aparente puede descubrirse otra más profunda. Después de todo, el opio no sólo adormece, también despierta el sentido para percibir formas nuevas, posibilidades más ricas de los objetos. Quisiera hoy asomarme a esa otra dimensión del juego, aunque sólo sea por el gozo de romper una lanza a favor del bello espectáculo.

Nuestra época es, como pocas, violenta y represiva. La ansiedad, el temor, el desencanto, amenazan continuamente nuestras vidas. Los grandes valores colectivos se desdoran y muchos se preguntan si la vida no carece de sentido. La sociedad moderna, represiva y vacía, está permeada por un sordo nihilismo.

Frente a esa realidad, el juego nos ofrece un gran respiro. Al través de las pantallas aparece otro espacio y otro tiempo. En la duración cotidiana se ha abierto un paréntesis. La reemplaza una temporalidad con un inicio y un término precisos, con una trama coherente y ordenada, con un sentido claro: el campeonato. En ella todo transcurre según reglas, todo tiene un fin y un propósito: en el espacio-tiempo del juego, la represión y el vacío han terminado. Los sustituye el gozo de los cuerpos en libertad, el entusiasmo de la contienda, los destellos de ritmo y de armonía. Sí, huimos de nuestra realidad cotidiana -violenta y represiva-, pero vislumbramos también la posibilidad de una realidad distinta.

Cada año, los pueblos primitivos tenían un lapso de tiempo en que la vida cotidiana quedaba en suspenso. Todas las actividades detenían su curso normal. Las leyes, los tabúes de la moral convencional dejaban de regir en ese lapso; en su lugar, se instauraba la espontaneidad, la libertad y el gozo colectivos. Todo el sistema de represión y dominio estaba suspendido, las jerarquías sociales se trastocaban, el amo se volvía siervo, el siervo, rey. En esos días,, los dioses descendían a la Tierra. Venían a dar nueva vida, a instaurar un nuevo ciclo histórico. Su presencia se celebraba en ritos. La sociedad no podía subsistir sin esos días. En ellos se recreaba periódicamente a sí misma. Pero cuando terminaban, todo volvía a su cauce; el orden y la represión se imponían de nuevo sobre el espacio-tiempo libre del rito. Los antropólogos han bautizado a ese lapso con un nombre: la "Fiesta".

Pues bien, los grandes sucesos deportivos mundiales, el campeonato de futbol, las olimpiadas, tienen algo de la Fiesta primitiva. Podrían considerarse como una versión desacralizada, al alcance de las grandes masas, que cumple, en la sociedad tecnificada y enajenada en el consumo, una función, en algunos puntos análoga, a la que cumplía la Fiesta en los pueblos primitivos.

El campeonato mundial se desarrolla en una unidad espacio-temporal que se inserta, como un paréntesis, en la vida cotidiana. En ella las jerarquías establecidas entre las naciones parecen suspenderse. Naciones pequeñas y sumisas tienen la misma oportunidad que países poderosos. Un espectador de África o de Sudamérica puede tener la sensación, es ese lapso, de que su nación supera a las más fuertes. Un modesto portero haitiano puede, en un instante privilegiado, brillar ante los ojos del mundo; un país dependiente y atrasado puede actuar en señor de sus poderosos amos. Los órdenes de dominio reales, mantenidos por siglos, pueden trastocarse; la igualdad parece reinar en vez del dominio.

En el espacio-tiempo del campeonato quedan suspendidas también las reglas represivas de la sociedad cotidiana. Rigen, en cambio, otras. Ya no valen la riqueza, ni la arbitrariedad del poder, ni la violencia. Priva, en cambio, la agilidad, la habilidad y la gracia, dotes que cualquiera, dominante o dominado, puede poseer. A la competencia basada en la fuerza del poder, en el que el pequeño necesariamente se humilla o sucumbe, sucede otra en que sólo vence la inteligencia, el arrojo, la habilidad y el arte.

En ese espacio-tiempo se manifiesta un nuevo tipo de libertad. Frente a la rigidez de las actitudes convencionales de la sociedad represiva, se despliega la espontaneidad de los movimientos del cuerpo en libertad. En el césped hace su presencia la vitalidad corporal, desatada de las ligas que la entorpecen: se expresa en el vigor del impulso, en el ritmo de los movimientos, en la inventiva del juego creador. En el espacio cerrado de la cancha, se escenifica un rito, un rito que evoca la energía vital, el goce del movimiento libre, el entusiasmo de vivir. De pronto, en un pedazo de hierba, se desarrolla ante nuestros ojos un tejido de movimientos concordes; el vigor de la vida está allí, la gracia ilumina el espacio... como si los dioses hubieran de nuevo descendido a la Tierra.

El espacio-tiempo del deporte, como el de la Fiesta antigua, nos hace vislumbrar otra realidad posible. Una realidad humana donde, en lugar de la represión y el poder, rigieran la igualdad, la espontaneidad, la alegría de vivir, la belleza; un mundo donde el trabajo enajenado y la ansiedad serían reemplazados por la creatividad del juego estético.

Un mundo semejante pertenece a la utopía. Con todo, el enorme desarrollo de la ciencia y de la técnica lo ha puesto a nuestro alcance. Nunca la humanidad ha estado tan cerca de alcanzar una sociedad donde el trabajo enajenado dejara lugar al ocio creador; una sociedad donde ya no fueran necesarios los tabúes morales represivos y, en vez de ellos, rigieran reglas de convivencia destinadas a favorecer el desarrollo vital, libre, de los hombres; una sociedad cuyo valor máximo no fuera el rendimiento, ni el poder, sino la alegría de vivir, la espontaneidad y la belleza; una sociedad, en suma, donde la represión y la violencia fueran sustituidas por el gozo y la libertad.

En el seno de la sociedad represiva, el gran espectáculo deportivo nos ofrece un símbolo confuso de otra posibilidad de vida humana. Es como una alegoría de otro mundo posible, como un vislumbre oscuro, en imagen, de la utopía. En eso consiste quizás su más profundo atractivo.


(texto del escritor mexicano Luis Villoro publicado en el diario “Excelsior” del 22 de Junio de 1974, en ocasión del Campeonato Mundial de Fútbol que en ese año se realizó en Alemania. También publicado en su libro “Signos políticos”, México, Grijalbo, 1974)

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-¿Qué piensa del fútbol de las categorías de ascenso?

-Que tiene algo de pintoresco, que conserva esto de ir a Zárate a ver a un equipo o ir la cancha de Cambaceres o de Laferrere. Pero en realidad, los dirigentes son iguales. Dicen: No hacen nada por el ascenso, y después son los primeros en entregarle el club a cualquiera. A mí me quisieron de técnico en un club. ¿Sabés qué me dijeron? Ruso, conseguí un sponsor que te pague el sueldo y te damos la llave. ¡Sí, tomá!, me dan la llave y seguro que cuando la voy a poner no queda ni la cerradura. Después, andá a hacerles entender a los cincuenta tipos que van con las banderas que querés hacer un proyecto a largo plazo.

-¿Pero no hay una mística especial en el ascenso?

-Sí, en ese sentido me acuerdo de que en la cancha de Riestra, por ejemplo, las gallinas te picaban los botines. Quiero decir, el fútbol de ascenso tiene una gran parte de fantasía, pero tiene otra realidad que está más cercana a lo macabro, a la gran mentira del fútbol.

(NORBERTO "Ruso" VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, en declaraciones al diario "Página12" del domingo 31 de Agosto de 2003)

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El misterio del futbol reside en la inagotable variedad de los hombres, y es por la diferencia que de ello resulta que la maravilla se renovará siempre... ¿Existe una encarnación más irrefutable de la nobleza prometida a todo hombre?

(VLADIMIR DIMITRIJEVIC, escritor serbio, en su libro “La vida es un balón redondo”)

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Nadie va a lograr pararlo en la cancha y él va a anotar en todos los partidos. Adriano, si permanece 30 días sin beber, es un fuera de serie.

(JUVENAL JUVENCIO, Presidente del San Pablo, en declaraciones a la página electrónica del diario "O Globo" del pasado jueves opinando sobre la nueva contratación del Flamengo)

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Ritual de resurrección (Sergio Villaverde - Uruguay)


A Alfredo Bello


Había levantado la enclenque estantería recostándola nuevamente contra la pared. Estaba agachado en el metro que la separaba del mostrador, cada vez más destartalado, donde seguían en pie y vacías las tres copas que habían servido al rubio ese y a sus dos ocasionales acompañantes. Era en esa parte de la ceremonia, mientras hacía el cuidadoso recuento de lo perdido, separando vidrios y botellas rotas, secando a medias dos paquetes de puerto rico y abriendo un tercero con el tabaco empapado en grappa, cuando lo asaltaba el impulso de fijar la estantería a la pared con dos clavos largos, suprimiendo definitivamente las condiciones del ritual de su resurrección. Él sabía que todo sería irrepetible si no seguía suelta, y dejaba que ese impulso se alejase poco a poco, junto con las risas del rubio ese y sus amigos en la puerta del bolichito, mientras se iba sumiendo lentamente en la tumba de su cotidianidad. Un tiempo muerto, indefinido, en el que Casella despachaba sombras acodadas que de vez en vez llegaban a mitigar, masticando sorbos, el tedio de la tarde.

Muy espaciadamente recibía la visita de los agentes viajeros que reponían en la estantería los vacíos de sus menguadas ventas.

Casella no esperaba nada ni a nadie, pero no podía reprimir aquel rumor que sentía en el estómago y en las piernas cuando el rubio ese de carrau, siempre con renovados acólitos, emergía del polvo de la calle, para, una vez salvado los gestos formales, instalarse en el ámbito que reiniciaba los actos y discursos de su extraño sacerdocio.

Era siempre en la tercera vuelta cuando el rubio ese, recostándose de lado al mostrador, dejando a su espalda la foto enmarcada que colgaba triste en la pared del bolichito, levantaba la copa de paredes gruesas y culo espeso y mirando el infinito a través del vidrio y de la grappa preguntaba:

- ¿Usté estuvo en Montevideo...no...?

- Si... hace años... - contestaba Casella, sabiendo que el tiempo le daba, apenas, para llegar en el veinte por la bajada de Carlos María Ramírez, el motorman sembrando arena en las vías para sofrenar aquel bólido bamboleante que se detenía chirriando a pocos metros del puente del Pantanoso, que abriéndose morosamente , daba paso a las chatas que entraban a las aguas espesas de la bahía; o para caminar por Suiza, antes del sol, la gorra hasta las orejas y el cuello de la campera levantado, saludando a los que se iban descolgando de aquellas calles empinadas, todos rumbo a las chimeneas del suif, que quemaban sin parar turno tras turno; o para trepar por la cuesta de Viacaba con el mate, el termo y los amigos, bajo la sombra de los paraísos, adueñándose, desde arriba, de la ciudad que se perdía, verde y gris, hacia el este.

Hasta que el rubio ese bajaba el cáliz, lo apoyaba en el mostrador y mirándolo a los ojos le inquiría:

- ¿Usté jugó al fútbol... no...?- Casella con una sonrisa atisbada, giraba un poco la cabeza y sin levantar las manos del mostrador, con un gesto de la pera decía: - Sí ... en Rampla... - señalando aquel cuadrito en la pared, el rojo y el verde pintados a mano sobre la foto gris, mientras rompía la pose para los fotógrafos y se iban a pelotear al arco de abajo; gringos, rusos y canarios, que venían del frío del nacional, de la sangre de la playa de matanza del Artigas o de aguantar remaches en el varadero. Y Casella, de batrasado se apoderaba del área, mientras atrás del mostrador sentía los tobillos firmes, le desaparecía aquel dolor en la cadera, la sangre trepándose a la cabeza, regándole el cuerpo con una leve excitación; momento en que el rubio ese, girando la grappa entre los dedos todavía con un fondito, mirando el cuadro le decía:

- ¿Y llegó a jugar en el Estadio?

-Sí... contra Nacional... - Casella ya en el túnel, y entraba corriendo hacia el medio a saludar, mirando nada, y apenas respiraba cuando entró Nacional y después, cuando aquella tromba de bigotes le metió el codo en los riñones en el primer centro.

-Yo marqué a Atilio... - agregaba Casella apretando los dientes, los puños cerrados, los ojos desorbitados, detrás del mostrador esperaba el centro bien plantado y saltaba y cabeceaba otra vez y la ventaba lejos de boleo y entonces toda la Villa lo conocía, todos lo saludaban, y se juntaban seis o siete y a las carcajadas en dos taxis, bordeaban la bahía hasta el bajo, y cerraban el mulín o el ancla y ya de vuelta amanecían en los ranchos de la playa... y el rubio ese, con el último buche de grappa, clavaba, también, su última estocada:

-¿Y... cuántos goles hizo Atilio...?

-Ninguno... empatamos cero a cero... - contesta Casella, que le ganó por alto toda la tarde, hasta que sobre el final, Atilio recibe al borde del área una pelota rastrera y de empeine se la levanta por arriba del moño, y Casella la huele al pasar, y el estadio casi se viene abajo, y se viene abajo nomás cuando, con Atilio ya en su espalda, se apoya en la zurda y estirando hacia atrás la derecha detrás del mostrador, -la saqué de taco- dice Casella, en la plenitud de su vida recobrada, en el vértice de su gloria rediviva, enganchando la estantería que se le viene encima con un estrépito de botellas y el Cerro se va ensombreciendo, el suif se recorta como un fantasma gigante y solitario contra el gris del cielo, las aguas de la bahía van pudriendo las embarcaciones en el varadero callado y quieto, y el rubio ese explota en risotadas que festejan la culminación de la ceremonia, mientras Casella levanta la estantería y se agacha detrás del mostrador, sintiendo, una vez más, aquel impulso de fijarla con dos clavos largos...


(Cuento incluido en el libro "Mientras voy cayendo" (Orbe, Montevideo, 2006)

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