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De aquellos clásicos de mediados de los 70 perduran imborrables en la memoria de los barcelonistas duelos titánicos que libró con uno de los defensas más rudos de la época: Goyo Benito. 'Milonguita' Heredia no se arrugaba ante sus entradas.
“El era el más duro de la Liga, me quería acojonar pero no pudo porque no me arrugaba. En cada choque saltaban chispas”, sentencia Heredia, que afirma que ‘contra el Real jugué mis mejores partidos’. Recuerdo que les metí un par de goles. Uno fue en el Bernabéu donde ganamos por 0-2. Charly hizo el primero de falta y en el segundo culminé yo una contra rematando cruzado con la izquierda”.
Pero su gol más espectacular se lo reservó para el Camp Nou, donde “le robé la cartera a Benito quitándole el balón con la cabeza, le hice un sombrero en su salida al portero Miguel Ángel, al que finté por su lado izquierdo y a puerta vacía alojé la pelota al fondo de la red”.
Era el 3-0, el Estadio explotó y Heredia loco de alegría fue a celebrarlo hacía el corner de la lateral del gol norte. Allí medio se despojó de la camiseta hasta besarla. La imagen fue captada en 'Barrabás', maravillosa revista satírica deportiva de la época, y durante todo un curso sirvió de forro de la carpeta escolar de quien escribe.

(artículo de Lluís Canut en el diario barcelonés "Mundo Deportivo" del jueves 20 de Diciembre de 2007)

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La gloriosa historia del Manchester fue gestada por gente como él. Todos los que vieron lo que hacía en el campo han soñado hacer lo mismo. Su contribución al fútbol fue inmensa y enriqueció las vidas de todos los que le vieron. El fútbol ha perdido una de sus glorias y yo he perdido un amigo querido.

(BOBBY CHARLTON, opinando en 2005 sobre la muerte de George Best, ex compañero en el Manchester United de los '60)

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Tengo la impresión de haber presenciado un concierto de Stradivarius.

(MATÍAS PRATS LUQUE, periodista deportivo español, tras un Real Zaragoza-Dundee United por Copa UEFA)

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Pierluigi Collina (Bernd Ertl - Austria)

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Santa Maradona (Mano Negra - Francia)

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En nuestro pueblo, en Pujato, yo era un poco de todo en el club Matienzo. Es más, dirigía la categoría 76, la de mi hijo Mauro, el más grande. Y también lo llevaba a Lionel, aunque daba un par de años de ventaja. Como tenía muy buena relación con los dirigentes de ese entonces de Newell's, les pedía a algunos jugadores para ir a participar al torneo Alianza, en Cruz Alta. Por ejemplo, me acuerdo de haber conseguido como refuerzos a Diego Crosa, a Leo Biagini, a Dieguito Quintana Y ganábamos todos los años. Con Lio siempre como motor del grupo con sus bromas. Hasta que una vez, después de otro título, una señora me pegó un carterazo en la entrega de premios y me dijo “basta Scaloni, no venga más, estamos cansados de que siempre ganen sus equipos”. Es una anécdota que guardo con cariño más allá del carterazo.

(ÁNGEL SCALONI, padre de Lionel, en “La Nación Deportiva Mundial” del lunes 19 de Junio de 2006)

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No creo que la gente pueda olvidarse fácilmente de mi. Nunca he comprendido bien por qué en este país existen cuatro diarios deportivos. Tengo la impresión de que los periodistas deportivos de Italia escriben con la mano y borran con el codo, sólo para tener algo que decir. ¿Me explico? ¿No se podría dramatizar un poco menos?

(ENRIQUE OMAR SÍVORI, opinando en el semanario "L'Europeo" acerca de los titulares de los diarios deportivos italianos que anunciaban su retiro del fútbol activo, viernes 13 de Diciembre de 1968)

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Si es cierto que con Maradona el Barcelona juega con un hombre de más, también es cierto que ahora, sin él, será como estar con diez, cualquiera sea el reemplazante del argentino.

(CÉSAR LUIS MENOTTI, al día siguiente de la grave lesión -fractura del tobillo y de ligamentos de la rodilla izquierda- causada a Diego por el defensor del Athletic Bilbao Andoni Goikoetxea. "La Gazzeta dello Sport", 27 de Septiembre de 1983)

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El Mundial del 62 (Ramón Díaz Eterovic - Chile)


Era el Mundial del 62.

Mi hermana recortaba las fotos de Pelé de los diarios

que venían de un país lejano llamado Santiago.

Un tío comentó que en Chile había nacido la televisión.

En ese tiempo lloraba todas las noches por no saber dividir ni multiplicar.

Era el Mundial del 62.


Un vecino croata tocaba el violín cada vez que su equipo patrio ganaba.

En la mesa se hablaba de fútbol y del costo de la vida.

Yo trataba de ingeniar la manera de alcanzar la caja de galletas sobre la alacena.

En el cine de los domingos veíamos los goles de Eladio Rojas

y las películas de Audie Murphie.


Era el Mundial del 62

amigo del barrio se rompió la frente

a lo Michael Escuti.

llovía yo leía sin tener las historietas

Walt Disney.

ía no entendía la penetración de los medios

comunicación,

canalla imperialista ni las fluctuaciones

la balanza de pago.


Era el Mundial del 62

se supo que Chile salía tercero

comía churrascos fritos.

criticaba el cierre del puerto libre

coloquial del puerto (venido a menos).

escuchaban las canciones de Dean Reed

como quien reza el padrenuestro.


Era el Mundial del 62

más no recuerdo, salvo que me sentí contento

saber que Santiago también era Chile,

que el próximo año también tendría que ir a la escuela.



Nota: Poema tomado textualmente

del blog "Inmaculada decepción"

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El ex jugador argentino Juan Carlos Touriño recuerda siempre con cariño y orgullo su llegada en el año Real Madrid. Ante su sorpresa por el gran cambio, lo primero que pensó fue: Un año como suplente y me voy a otro equipo. Incluso fantaseó con casarse en esos días de desocupado. Pero Miguel Muñoz lo puso de titular en lugar de Sanchís, papá del actual jugador del Real, y no le dio descanso.
Sin embargo, a los nueve partidos se lesionó los meniscos de la rodilla derecha. Enseguida, Santiago Bernabéu -entonces presidente del club- fue a visitarlo al hospital y le aconsejó: Aproveche y cásese ahora. Yo le respondí que buscaría una iglesia y él me contestó que ya estaba todo arreglado. Me había programado hasta la luna de miel, en un hotel cinco estrellas de Málaga. Y sin perder tiempo, Graciela Martínez se fue directo a España y desde el aeropuerto, al altar. Ya vuelto a las canchas y con el croata Miljan Miljanic como técnico, protagonizó una escena singular: En una práctica, me frené para vomitar y se acercó para preguntarme por qué no seguía corriendo. Y se despachó con un sermón: En la guerra nosotros vomitábamos corriendo porque si no nos mataban. Lo más hermoso que hay en la vida es hacer lo que a uno le gusta, poniendo todo el esfuerzo. Y encima, a ustedes les pagan. Me dejó pensando un rato largo. ­Menos mal que después me dijo que la había exagerado a propósito! Miljanic era así -sigue Touriño-.
Un día me citó para un entrenamiento y cuando llegué, mis compañeros no estaban. Hoy se entrena usted solo, me dijo. ¿Y la pelota?, le pregunté. No, sin pelota. Quiero que haga todos los movimientos que hace durante un partido. Estuve 20 minutos maquinando que jugaba: desbordé y mandé centros, saqué laterales, pateé tiros libres. Todo sin pelota. Cuando estaba por volverme loco me dijo que era suficiente. De esa manera, el tipo nos fijaba todas nuestras funciones.

(anécdota extraída del diario “Clarín” del 18/03/1999)

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Si no se bebe cerveza después de los partidos, ¿cuándo hay que beber? ¿antes?

(JOHN BENJAMIN TOSHACK, entrenador galés)

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En el fútbol, lo único honesto es la pelota... y a veces pica en falso.

(JUAN CARLOS LORENZO 1922-2001, recordado entrenador argentino quien trabajó también en Italia y España)

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Atlanta, el fervor de los bohemios

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Entre mediados del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, en cada barrio, en cada cuadra, había un grupo de chicos dispuestos a formar un equipo y darle nombre, color y sello a su ilusión. En el barrio de Monserrat no pasaba nada diferente. La idea venía desde hacía rato. Otra vez, un grupo de adolescentes, algún veinteañero y las ganas de todos: crear un club de fútbol. La cita ocurrió en la casa de Alsina 1119, cerquita de la Avenida de Mayo. Allí se juntaron Héctor Franco, Trifón Piaggio, Juan Escribano, Benigno Larissa y varios entusiastas más. Fue un 12 de Octubre de 1904.

Primera coincidencia: años más adelante les pusieron bohemios y el día de la reunión fundadora los muchachos no encontraron demasiadas comodidades en esa casa y se fueron a una plaza cercana ubicada en la intersección de Buen Orden (hoy Bernardo de Irigoyen) y Concepción (Avenida Independencia).

Allí se votó elegir la casa de Sanz como sede del nuevo club, se decidió aceptar la moción de Fabián Orradre de ponerle Atlanta, en homenaje a las víctimas de un tornado que había devastado la ciudad del mismo nombre en Georgia, Estados Unidos. Nunca confirmada, otra versión indica que algún integrante de la reunión recordó el nombre de un barco que estaba fondeado en el puerto porteño, ubicado a pocas cuadras, y lo mismo sucede con la camiseta. Atlanta siempre tuvo la misma, azul y amarilla a rayas verticales, a propuesta de Emilio Bolinches, quien fuera arquero del equipo en los primeros años.

Sobre el porqué de los colores, en aquella época eran muchos los toldos de los comercios de Buenos Aires que tenían rayas azules y amarillas, lo que habría inspirado a Bolinches.

Lo que no podían conseguir, justamente, era la camiseta pensada, azul y amarilla a rayas verticales. Por ese motivo, salieron a buscar la tela y apenas pudieron llevarse varios metros de lona azul y amarilla de la casa Lage para hacer la ropa futbolera. Claro, ultracalurosas y, cuando se mojaban de sudor, recontra frías. Y empezó la recorrida por Buenos Aires para conseguir cancha propia. La primera fue en Floresta, donde hoy se cruzan Juan Bautista Alberti y la Avenida Escalada. Allí, levantando su primera casilla de madera, debutaron el 29 de Abril de 1906, cuando le ganaron por 3-1 a Estudiantes de Buenos Aires B.

En el libro “La historia de Atlanta”, de Alejandro Domínguez, el investigador explica que "en esa cancha jugaban los domingos, pero al terminar el partido los miembros de la comisión realizaban penosos viajes transportando cada uno los implementos a sus casas. Luego, los muchachos consiguieron que la hermana de Elías Sanz, vecina del lugar, se los guardara. El club tenía en su cancha hasta un baño, un tanque sobre el techo, una flor de una regadera y baldes de agua que traían los domingos a la mañana desde dos cuadras de distancia. Los días de partido se los veía trabajando intensamente, con una pequeña herramienta llamada zapín hacían una suave canaleta que después llenaban con cal mediante una regadera, con objeto de marcar las rayas blancas del rectángulo de juego. Con una pala ancha y una carretilla con tierra emparejaban los desniveles del terreno. Al terminar el partido, ofrecían mate cocido y galletas marineras a los jugadores locales y visitantes".

Pero la cancha se perdió rápido y hubo que mudarse. Primero fue otro terreno en Floresta, que duró muy poco. En 1906 hubo un intento de fusión con el Club Atlético Olivos que no prosperó. Enseguida llegó la reunión con la gente del Club Atlético del Oeste, que había encontrado un terreno en el Parque Chacabuco. Había que elegir un nuevo nombre y otros colores, pero no hubo acuerdo. Sin embargo, y por iniciativa de algún audaz, Atlanta empezó a jugar en la nueva cancha de Caballito Sur. Actuó oficialmente allí desde 1910 hasta 1918, cuando debió abandonar el lugar por disposición municipal. Mientras tanto, la sede social iba cambiando de domicilio, pasando por el Centro, Palermo, Congreso, Once y algunos lugares más. Desalojado del Parque, Atlanta decidió ser local en el campo de juego del Club Banco Nación, otra vez en Floresta, en Carrasco 250, donde actuó entre 1920 y 1921.

Atlanta ya era internacional en 1918, cuando colocó su primer jugador en la Selección Argentina. El defensor Mario Busso jugó contra Uruguay el 25 de Agosto de 1918 en la cancha de Gimnasia, en Palermo. Al fin, en 1922 y después de un peregrinar que llevó al apodo de bohemios, consiguió el predio definitivo de Villa Crespo. Fue en la calle Humboldt, a pocos pasos de la Avenida Corrientes. Atlanta lo inauguró oficialmente empatando 11 con River, el 30 de Julio. El equipo llevaba diez años de competencia importante, porque integraba el grupo de equipos de Primera de la Federación Argentina desde 1912. La cancha se mantuvo hasta 1959, cuando la Comisión Directiva decidió ampliarla y construyó el nuevo estadio, inaugurado el 5 de Junio de 1960 contra Argentinos Juniors.

(tomado del excelente libro de Alejandro Fabri "El nacimiento de una pasión", Capital Intelectual Ediciones)

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Roberto Carlos Farfán Quispe (Chincha, 1973) era goleador de Universitario en el año 1999. Marcaba casi siempre en el torneo doméstico y su humanidad aparecía en las portadas de los diarios deportivos en pleno festejo peculiar: con los brazos extendidos, corriendo, y sacando la lengua.
Un día la figura de Farfán llenó la sección policial de los periódicos en Lima porque había sido denunciado por una mujer presuntamente por haberla violado. La noticia causó revuelo en el medio deportivo y un periodista radial fue a buscarlo al Estadio Monumental de Ate para que haga su descargo. El futbolista se sorprendió al enterarse del hecho, negó que haya sido él el protagonista del escándalo, y remató diciendo que debe tratarse de un ¡'anónimo'!.¿Anónimo? El atacante, conocido luego de esa celebración inusual como la 'Foca', debe haber querido decir 'homónimo', o que se trataba de un caso de homonimia.
Finalmente el ex jugador de Ciclista Lima quedó limpio de polvo y paja y siguió su carrera profesional en Alianza Lima, Sport Boys de El Callao, Unión Huaral y últimamente su mayor logro fue colaborar con el retorno a Primera División de Deportivo Municipal, bajo el mando del experimentado Juan José Tan. Farfán Quispe tiene hoy 33 años, su hermano -Rafael- es jugador de Sport Áncash de Huaraz y su sobrino -el brillante Jefferson- destaca en el PSV de Holanda.

(tomado del blog “Goal Peruano”, Diciembre de 2006)

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El joven que estudia tiene muchas más posibilidades de jugar al fútbol que el que no estudia, porque desarrolla más la inteligencia. Hoy hay muchos jugadores que no pueden jugar porque no piensan, y si no se piensa hoy en día con toda la táctica que hay, es imposible.

(JUAN RAMÓN VERÓN, ex jugador de Estudiantes de La Plata y padre de Juan Sebastián)

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El único criterio para ‘medir’ a un aspirante es el talento, cosa que no puede ser juzgada a priori con relojes o cintas métricas. Un gordito bajito que le pega con una sola pierna y que no salta a cabecear puede ser Puskas, Sívori o Maradona...

(CÉSAR LUIS MENOTTI, entrenador argentino, en su libro “Fútbol sin trampas”)

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Un buen día a alguien se le ocurrió el termino de 'todocampista' para definir al jugador completo, al que aparece por cualquier lado para marcar la diferencia. Ése es Juan Sebastián Verón, un todocampista absoluto, con una enorme personalidad.
Ahora mismo el mejor centrocampista del fútbol mundial. Verón es distinto en todo. Por actitud, por calidad con el balón, por carisma de líder. Como su padre, nació para ser un líder y creció en Estudiantes. Pasó inadvertido en el mundial Sub 17 de Italia 91, pero aun así llegó al Boca de Bilardo, que le sirvió de trampolín hasta el Scudetto. Primero Sampdoria, después Parma y por último Lazio.
Un curriculum tremendo para un futbolista distinto, enorme, un lujo para los que amamos el fútbol.


(Diario "AS", de España, viernes 9 de Junio de 2000)

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A ese José le digo adiós (Matías Kraber - Argentina)


A José Gobi,
con profundo afecto



A eso de la una ya estaba aferrado al alambrado de la cancha. Vestía una camisa escocesa verde y azul, y sus tradicionales anteojos que guardaban alguna similitud con los del emblemático cineasta norteamericano Woody Allen.

Fumaba el jockey largo con cierta impaciencia, mirando el reloj a cada instante, temeroso por el incumplimiento nuestro: de un conjunto de pibes que había pasado a convertirse en técnico futbolístico. Un plantel repleto de jóvenes que transitaban los últimos meses de vida secundaria, y otros tantos aficionados de las escalas nocturnas por los bares y bailantas del pueblo.

La tarde oscilaba en la temperatura justa para jugar un partido de fútbol. Justamente el escenario era ideal para disputar el encuentro de la fecha; el complejo deportivo del CEF empezó a teñirse de colorido en las tribunas y a sobrecargarse de autos en las afueras de la cancha. Los presidentes de los clubes que se enfrentaban en un clásico contemporáneo estaban en sus habituales lugares, totalmente alejados para evitar posibles enfrentamientos o cruces.

De alguna forma era más que un partido de fútbol, era un desafío noble por el monopolio del juego en el pueblo. Nosotros conformábamos un grupo novato de futbolistas que recién empezaban a transitar la carrera en primera división, luego de coronarnos con un bronce preciado a nivel bonaerense que había sobrevaluado la confianza y la imagen del equipo en el ámbito futbolero del pueblo.

Por otro lado, ellos eran, nada más y nada menos, que el Deportivo Alvear: un club con trayectoria dorada en las vitrinas del deporte. Un club con jugadores que habían vestido las camisetas gloriosas de los trofeos zonales…y que en ese momento, en el trance final de su carrera, no pretendían manchar con una derrota que significaba humillación y deshonra en la repisa sagrada donde depositarían los botines como adornos vivientes.

José había llegado algunos meses antes al clásico. Se adueñó del plantel porque el fútbol representaba uno de sus amores vitales; el fútbol lo había trasladado a una pieza inhóspita pero cargada de pasión, allá en la Avellaneda de los años 60, debajo de la cancha temblorosa del Racing Club de sus amores.

Vivió de jugar a la pelota en aquellos años que “entraba el talentoso” según expresaba en los minutos típicos del entrenamiento que dedicaba a monólogos anecdóticos. Pero la ciclotimia del ámbito deportista, los recambios generacionales, la vida misma que impregna el lema del progreso porque se acaba la juventud y comienza la adultez en un simple abrir y cerrar de ojos; hizo que José incursionara en un nuevo oficio donde también lució una prolijidad tan estética como su vocación de número cinco. Pasó de conducir la columna vertebral del juego a organizar las construcciones edilicias del pueblo bonaerense de General Alvear.

Pero volvamos a la tarde de ese domingo; quizá la misma memoria es una herramienta que salpica demasiados acontecimientos juntos y te traslada con efecto físico a narrar por doquier: son vallas y cercos propios del oficio de escribir, supongo.

A las dos de la tarde todos estábamos cambiándonos en el vestuario con un clima alegre, perfumado de átomo, y contagiado por la música tropical que provenía de un grabador cabalero que nos acompañaba los domingos de partido como una estampita sagrada en la cartera de alguna abuela religiosa.

Algunos paseaban descalzos y con el torso desnudo por los pasillos de los vestuarios donde merodeaban los árbitros y jugadores del equipo rival.

En ese protocolo de espera estábamos cuando José entró a pedir la palabra. No tenía intenciones de garabatear en el pizarrón con posibles combinaciones tácticas; se lo notaba un tanto nervioso y emocionado por la sobrecarga intensa del clásico.

Quizá su mismo amor al fútbol acentuaba la dimensión del encuentro, o quizá se sentía con la cinco en la espalda y los cortos puestos para jugar un partido que iba más allá de la escala al campeonato, que tenía la pimienta de un choque generacional donde se mediría empíricamente el mejor equipo del pueblo…y que cualquier jugador que sintiera algún mínimo romance con el deporte estaría entusiasmado por jugarlo.

José se paró en el frente, mientras todo abandonamos los menesteres del vestuario para fijar la mirada en sus ojos cristalinos. Después de apaciguar el barullo, nos enfatizó con la voz un poco quebrada por la sugestión del partido:

-Muchachos… de ninguna forma esto que le voy a decir es una presión. No lo tomen así; simplemente quiero anunciarles que éste partido es muy importante para mi y para ustedes -José tomó un respiro que pareció eterno y retomó con una voz suave mientras se rascaba su cabello blanco- para mí porque ya soy viejo, ya me queda poco en el fútbol, y si obtienen esta victoria sería el mejor regalo que podría recibir justo hoy en el día de mi cumpleaños.

Una sensación de sorpresa efímera se dibujó en nuestras caras, pero inmediatamente después empezamos a saludarlo con un beso mientras se agitaban las palmas y se cantaba a coro, con tono tribunero, el feliz cumpleaños: “pero el partido es muy importante para ustedes porque juegan contra los que ganaron todo, y los que van a hacer lo imposible para que ustedes les pinten la cara en la cancha. Así que muchachos, si perdemos son las cosas del juego y habrá que asumir la derrota como caballeros, pero si ganamos me darían una satisfacción enorme, y esta noche nos podríamos juntar en casa para cenar los tallarines de mi mujer agasajando mis 73 años de vida y el triunfo” .

Cuando José terminó de hablar, casi al unísono, golpearon la puerta del vestuario para indicarnos que teníamos que entrar a la cancha. Creo que ninguno de los que estábamos allí por jugar los noventa minutos, habíamos sentido un entusiasmo y unas ganas similares a las que emanaron después del discurso de José. Todos sufrimos una inyección de motivación, todos pretendíamos adquirir la victoria como el mejor regalo de su cumpleaños. Salimos a la cancha excitados por apabullar al rival, por consumirlos con nuestra entrega física y algunos destellos creativos de nuestros talentosos.

Finalmente noventa minutos después, todos estábamos descontrolados de euforia y satisfacción abrazando a José que recorría el campo de juego arrodillado como en una plegaria fiel de agradecimiento para con dios. Fue un partido redondo, ganamos 2 a 0 pero diseñando decenas de situaciones líricas donde la pelota no entró porque existía un impedimento desconocido para aumentar la brecha. Pero el fútbol sobró: fue uno de esos días únicos donde todos tienen la capacidad de explotar los recursos para jugar el mejor partido de su vida.

Desde el pitazo final todo fue un pasaje colorido: alientos, cánticos y abrazos que destilaban la algarabía del triunfo constituyeron el escenario deportivo en el postre del partido.

José era el más fanatizado con los tres puntos del clásico; no le faltó abrazarse con nadie y tampoco no le faltó emocionarse con nadie. Recorría el campo de juego en un vaivén permanente y ligero, sonreía por doquier con los ojos azules acuosos de tanta lluvia emocional, y gritaba a cada uno de nosotros: “Me van a volver loco, pibes” con una voz que resonaba como un eco expresando indirectamente que ese día se ancló en el pedestal de sus días menos efímeros y más inolvidables.

Llegamos al vestuario conservando esa magia de la victoria. El grabador volvió a encenderse para ejecutar el ritmo contagioso de la previa, y esperábamos, antes de cambiarnos, la llegada de José para cantarles a coro el feliz cumpleaños tal como lo habíamos previsto.

Cuando entró José todos empezamos a cantar con fuerza mientras incesantemente lo arrojábamos hacia el techo para volver a sujetarlo, como en un acto de veneración donde le devolvimos su juventud en sus 73 años. De repente José interrumpió el ritual y volvió a pedir la palabra como en los minutos previos al clásico:

-Muchachos -largó con la voz áspera, carcomida por la satisfacción y permaneció algunos segundos recuperando el aliento- ustedes van a decir que yo soy un viejo mentiroso…pero mi cumpleaños no es hoy, es mentira. Yo se los dije para motivarlos nada más… discúlpenme, soy un viejo pícaro y mentiroso.

De inmediato todos reímos y volvimos a abrazarlo como la peculiar forma de reconocerle el éxito, de festejarle el método más eficaz de interpelación que provocó que brotara nuestro mejor fútbol… quizá el único fútbol que podía eliminar al Deportivo Alvear con semejante contundencia.

Esa noche cenamos cumpliendo con la mejor prolongación del festejo: no faltó nadie y el clima fue más que agradable.

Después de aquella noche se retornó a la siesta de los entrenamientos físicos, a las anécdotas de José y a domingos de partidos de menor envergadura. El campeonato se difuminó en la anteúltima fecha, pero los méritos sobre todo fueron negligencias propias más que astucias aplastantes del rival. Llegó la época de fin de año donde la mayoría transitamos las fiestas de despedida de curso y egreso.

Se dormía poco y en condiciones poco saludables para materializar una buena actuación en la cancha, y el resto del equipo también tenía aventuras nocturnas exhaustas por motus propio más que por eventos planificados; e indeclinablemente la confluencia se palpó en el resultado: Deportivo salió campeón por un punto, sólo por un empate traicionero.

Así como terminó el campeonato se terminó con la rutina de meses entrenando, y meses compartiendo charlas y momentos deliciosos con José. Cada cual tomó su senda particular: José volvió a las construcciones y apenas lo cruzábamos, una gran porción del plantel volvió al trabajo y su vida privada, y nosotros nos preparamos para incursionar en La Plata o en Capital en una vida universitaria.

El fútbol concluyó en apenas dos meses. El equipo quedó desarmado, carentes de esas caras que le dieron bautismo a la “Asociación de Jóvenes Alvearenses”. El fútbol se terminó para nosotros porque la misma inercia de la vida nos llevó a tratar de ser lo que pretendíamos, a tratar de acaparar una vasta cantidad de materias que nos convirtiera en alguien…ese alguien que nuestros padres quisieron ser y por cuestiones coyunturales propias de un país que tenía trabajo y una Universidad más elitista; no pudieron lograr.

Se concluyó con el fútbol y se agrandó la distancia con aquellos personajes que compartimos experiencias dentro de la cancha y fuera: pero unidos férreamente por el nexo que permitió el fútbol propiamente dicho.

A partir de aquel Diciembre de 2002 donde terminó el ciclo del año y paralelamente la escuela y el campeonato; volví a ver apenas unas tres veces más a José. Quizá hubo algún otro cruce pasajero por las calles del pueblo, pero lamentablemente mi memoria no lo registra.

Recuerdo que la última vez que estuve con él era un viernes soleado de otoño, y fue tomando mates en la despensa de mi amigo Juanchy. Mientras compartíamos un diálogo entrañable que siempre se adeudan los grandes amigos cuando están lejos; José llegó en su moto, con el rostro cansado pero con la vivacidad de siempre. Un abrazo fuerte fue el sello del reencuentro, habían pasado varios meses que ninguno sabía de ninguno, y ese gesto inmediato demostraba claramente la pureza de una amistad que nació por el fútbol.

José compró sus Jockey´s largos y antes de patear para encender la moto, se detuvo y nos clavó la mirada:

-Me imagino que si agarro Atlético Norte van a venir conmigo.

-Claro que sí José, desde ya contá con nosotros- Unifiqué el discurso de Juanchy con el mío porque presumí que respondería lo mismo.

José encendió un cigarrillo, pegó una pitada larga, y arrancó en la moto levantando la mano con una sonrisa ancha en la cara.

Después de aquel cruce espontáneo no volví a verlo. Nunca me había enterado que tenía alguna enfermedad cardiaca que podría efectuarle una muerte silenciosa en cualquier contexto. Jamás su rostro lo comunicó, siempre procuró impregnar de alegría sus momentos comunitarios o sociales.

A casi tres meses de aquel reencuentro me enteré telefónicamente que José había fallecido de un infarto. Sentí una sensación de profunda congoja y desazón porque además de la tortuosa noticia, me enteraba tarde, lejos de la fecha real de su defunción; por lo mismo la deuda que sentí fue gigante. No estaba en condiciones de asistir a su velatorio como el gesto correcto y formal de despedida. Estaba lejos espacial y temporalmente.

Por lo mismo, hoy, un par de meses después a esa voluptuosa distancia, me propuse sincronizar párrafos para formular un texto que pretende ser mi forma peculiar de despedirlo.

Quizá no encuadre dentro de las prácticas normales y formales, pero yo prefiero escoger la mejor cara de José para decirle adiós, prefiero decirle chau a ese José que fue un viejo joven, con un corazón cinco estrellas envuelto en una caja de cristal, que no estaba apto para soportar sobrecargas emotivas intensas.

Un viejo entrañable, manso y divertido que podía colgarse de un alambrado para festejar el gol o recorrer la cancha en cuclillas mirando al cielo como modo de agradecimiento con dios. Y con ese José yo alivió mi deuda; a ese José le digo adiós.

(Mi agradecimiento a Matías Kraber por cederme este cuento para poder compartirlo con todos ustedes)

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Yo empaté aquel partido. Soy descendiente de húngaros y odio a los rusos desde la invasión soviética a Hungría en 1956.

(JOAO ETZEL FILHO, árbitro paulista que arbitró el recordado 4 a 4 en el Mundial de Chile 1962 entre las selecciones de Colombia y la URSS, que ganaba 4 a 1 a falta de 22 minutos para terminar el partido)

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Schubert Gambetta fue el héroe de Maracaná. Tenía todo: temperamento, clase, confianza. Contagiaba fe. Con gente así es imposible perder.

(ROQUE GASTÓN MÁSPOLI, 1917-2004, legendario arquero uruguayo, una de las figuras de la final del Mundial de 1950)

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Entrevista a Juan Sasturain


El escritor argentino Juan Sasturain (1945), es periodista desde hace más de treinta años y actualmente editor de la sección deportes del diario “Página 12” de Buenos Aires. Como narrador ha publicado las novelas “Manual de perdedores I y II” (1985-87); “Arena en los zapatos” (1988); “Parecido S.A.” (1990); “Los dedos de Walt Disney” (1991); “Los sentidos del agua” (1992) -recientemente reeditada- y dos volúmenes de relatos: “Zenitram” (1996) y “La mujer ducha” (2001). Fue guionista de la historieta Perramus -dibujada por Alberto Breccia- publicada durante los años ochenta. Especializado en ciertas formas marginales de la literatura, desde el policial a la historieta, es autor de los ensayos de “El domicilio de la aventura” (1995).

Le gusta el fútbol, escribe regularmente sobre el tema y ha publicado dos libros: las crónicas y reflexiones de “El día del arquero” (1986) y el reciente “Argentina en los Mundiales” (2002) -junto con Daniel Arcucci- mientras tiene en prensa “Wing de metegol” o “¿De qué hablamos cuando hablamos de fútbol?”

¿Cuál son los puntos de contacto que marcarías entre el fútbol y la literatura?

Tanto la práctica del fútbol como el ejercicio de la literatura, llevados a su grado de excelencia y respeto por los medios y posibilidades, pueden (aunque no suelen) alcanzar el grado de la artisticidad: pueden ser un arte, no sólo una actividad reglada por la eficacia o un trabajo marcado por la recompensa. El manejo de la pelota como el del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad y de ahí, de esa tensión por encontrar una forma original, cada vez única, para resolver dificultades expresivas, puede saltar la belleza. Ambas actividades tienen en común su condición de juego en tanto desafío, actividad en el fondo inmotivada, asunción de un riesgo y entrega personal. Las habilidades que requiere el fútbol (saber golpear una indócil pelota con cualquier parte del cuerpo que no sean las manos) no sirven absolutamente para nada... Para nada que no sea el fútbol. De ahí su equívoca grandeza.

Hay muy buenos escritores que se interesaron en narrar relatos sobre fútbol. Por supuesto, en la Argentina tenemos a Soriano. ¿Qué pasa con los lectores, creés que hay lectores de cuentos de fútbol?

El fútbol, como tema literario, es uno más. Se puede hacer buena literatura o basura con él: hay ejemplos abundantes. No define un género ni una subclase, aunque se puedan hacer antologías con cuentos “de fútbol” que abarquen desde Borges-Bioy a Soriano con variedad de registros e intereses; en ningún caso serán buenos o malos cuentos, más o menos serios, por el tema sino por el tratamiento, ya sea desde adentro o desde afuera del juego. La soleded del corredor de fondo de Alan Sillitoe no es un relato deportivo (Insai izquierdo, de Costantini, que lo reescribe, tampoco), ni Cincuenta de los grandes de Hemingway una historia de boxeadores. Son dos extraordinarios relatos a secas en los que los protagonistas -a diferencia de otros- andan y compiten con otros de pantaloncitos cortos. Escenas de la vida deportiva es un gran cuento de Fontanarrosa -obrita maestra de observación psicológica y de registro coloquial- que trata de un picado; y una historia como la de Campitos está ambientado en el mundo del fútbol pero habla -como siempre sucede- de otras cosas.
Probablemente haya lectores que gusten especialmente de los relatos futboleros y han proliferado últimamente los libros que los reúnen. Hay “especialistas” que sólo escriben historias con esa temática como Corin Tellado escribía novelas “de amor” y Marcial Lafuente Estefanía “de cowboys”. Son oficios; a veces la literatura se cruza por ahí. Obviamente: no hay géneros mayores y menores; ni temas serios y triviales. Hay sí productores de textos y sus consumidores; y escritores y lectores, que son otra cosa.

Desde hace un año estoy siguiendo todas los domingos los programas de fútbol de la Rai. Me parece que hay algo muy interesante en los relatos de esos partidos y que tienen una relación muy directa con la escritura. Estoy pensando en la sobriedad, en la mesura de los relatores italianos. Algo infrecuente para quien transmite partidos en la Argentina. Los relatos aquí son desbordados, los relatores se enfervorizan tanto que desde sus cabinas de transmisión llegan a violentarse oralmente con los jugadores aunque éstos por supuesto, lo ignoren porque están en el campo de juego. ¿Cuáles son los estilos de relato que vos preferís?

El relato futbolero es un fenómeno radial, invento argentino, substituto de la imagen, de la presencia en vivo. Pretende la inmediatez. Un partido de fútbol transmitido/escuchado por radio es un cuento, una historia, un acto de invención dramática con su desarrollo, sus protagonistas, sus apartes, sus énfasis, su tono: es una versión de los hechos, una construcción verbal más o menos veraz o estilizada. A mitad de camino entre la crónica periodística y el relato de ficción, debe retener al oyente -hay diferentes versiones o relatos de un mismo acontecimiento- y el vicario espectador elige la “mirada” (el relator) que más le satisface de acuerdo con sus necesidades. Siempre se trata de una historia que se propone de suspenso pero que puede derivar en comedia o drama. El oyente de fútbol es un receptor muy activo, básicamente interesado en cómo termina una historia en la que está absolutamente jugado partidariamente: buenos y malos, vencedores y vencidos. El relato lo implica sentimentalmente (desea que termine de una u otra manera) y desconfía siempre de la equidistancia de la versión que se le ofrece. Se le pide veracidad y emoción para que substituya la presencia en vivo. El relato televisivo, en términos lógicos, no estaría sujeto a esas reglas pues su función no sería substitutiva sino meramente complementaria, como las voces que acompañan un documental: no explicar lo que se ve sino aportar datos complementarios para su perfecta comprensión. Y así era en origen: la sola mención de los jugadores en el momento de tomar contacto con la pelota agotaba la función del relator. Así eran las transmisiones de Mauro Viale, por ejemplo, durante años, en que sólo la elevación del tono y la velocidad con que se nombraba al jugador indicaba la inminencia del gol.
Desde Araujo-Macaya y en menos medida otros narradores y comentaristas epigonales o no, las voces que se superponen a la imagen han dejado de ser complementarias para convertirse en coprotagonistas e incluso (cuando los partidos son menores, por interés objetivo o malos por su calidad) en las verdaderas estrellas del acontecimiento televisivo. Porque el fútbol es desde hace mucho en la Argentina un hecho mediático, un espectáculo televisivo para el 90 por ciento de la gente. Cada vez va menos gente al fútbol y cada vez más gente lo ve por tevé. Araujo es una estrella de la televisión y un partido relatado/comentado/acotado por él en Fútbol de Primera es, respecto del partido en vivo en la cancha, lo mismo que un video clip elaboradísimo respecto de la versión de ese tema en vivo o en simple disco. Otra cosa no equiparable, manipulada, transformada, enriquecida y distorsionada. No hay vuelta atrás: han inventado otra cosa.
Aparte, además y fundamentalmente, Araujo me resulta particularmente insoportable y prefiero las transmisiones lisas, sin acotaciones sobradoras, supuestamente ingeniosas, arbitrarias exageradas, llenas de muletillas falsamente espontáneas. Pero el fenómeno existe, tiene su indudable entidad.


(entrevista de Ángela Pradelli, Junio de 2002 en el portal “Literaturas”)

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El primer entrenamiento que hice con el Real Madrid, después de que el técnico Jorge Valdano me había dicho que yo era el quinto extranjero y tenía pocas chances de jugar, fue en una pretemporada en Suiza.
En ese primer entrenamiento estábamos haciendo un partido de nueve contra nueve. Yo estaba corriendo como un salvaje, porque entrenaba siempre como un salvaje. Y Valdano entró a jugar con nosotros... y sin quererlo, porque la pelota le llegó y no me pude detener, lo trabé fuerte, lo levanté por el aire y cayó al suelo.
Estando los dos en el piso, me dijo:
"¿Siempre entrenas así o sólo cuando odias a tu entrenador?

(IVÁN ZAMORANO, ex jugador chileno)

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La velocidad en el fútbol cambió a partir de la Selección de Holanda en 1974. Fue una revolución en el fútbol mundial, a partir de allí se empezó a jugar mucho más rápido.

(RICARDO BOCHINI, ex jugador argentino)

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Cuando se me hablaba del Estadio Centenario, yo creía que sería uno de los tantos que se construyen continuamente. Pero después que lo vi y lo pude apreciar en todas sus partes, he sacado la conclusión que es el primero del mundo. Yo conozco bastantes, por no decir todos, sin embargo no he visto ninguno tan completo.

(JULES RIMET, Presidente de la FIFA en 1930, álbum del 1º Campeonato Mundial de Fútbol; Segunda Edición; pág. 15)

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Campione 2000 (E-type - Suecia)

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En La Bombonera, cuando Argentina le ganó a Bolivia y empató con Perú debí ejecutar dos penales casi calcados. Yo daba un paso y miraba de reojo a los arqueros; llegaba a la pelota y le daba fuerte, al palo opuesto al movimiento de ellos. Los arqueros me habían estudiado y ninguno se movía. Entonces, di dos pasos y en el último cambié la decisión, pegándole fuerte a media altura. Los dos remates, con diferencia de una semana y con 60.000 almas empujando, al final entraron. Pero no alcanzó y quedamos fuera de México 70.

(JOSÉ RAFAEL ALBRECHT, ex internacional argentino, recordando la eliminación albiceleste de la cita mundialista de México ’70)

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La cara más negra del fútbol es la de Hasselbaink.

(FRANCISCO MIGUEL NARVÁEZ "Kiko", ex futbolista español)

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Kevin Keegan no sirve ni para atarle los cordones de la botella a George Best.

(JOHN ROBERTS, periodista inglés, criticando al ex jugador del Hamburgo y actual entrenador en el fútbol británico)

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Décimotercer partido (Umberto Saba - Italia)


Un exiguo grupo en las gradas
se calentaba gritando.

Y cuando
-enorme aureola- atrás de una casa
apagó el sol su resplandor, la cancha
metió el presentimiento de la noche.

Corrían arriba abajo camisetas
rojas, blancas, en una luz extraña
de iridiscente transparencia.

El viento desviaba la pelota,
la Fortuna se vendaba otra vez los ojos.

Era hermoso
ser tan pocos, juntos,
entumidos,
como los últimos hombres en un monte,
mirando el último partido.

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El entrenamiento es bastante similar al de acá, pero no se trabaja mucho la parte táctica. Más que nada explican, el entrenador te dice lo que tenés que hacer, pero no lo trabaja tácticamente. Entonces, muchas veces las cosas no salen y el entrenador se enoja muchísimo. Y rezonga, pero de rezongarte como a un chiquilín, como a un niño chico. Una vez llegó a tirarle un borrador a un muchacho por la cabeza. Y el jugador sumiso totalmente, cabeza baja. Y eso que era un muchacho muy grande y el entrenador es bajito. No hay respeto mutuo. Y para hablar con el técnico tenés que pedir conferencia. Es como hablar con el Papa.

(GERARDO "Karibito" MORALES, jugador uruguayo del club Mes, de la ciudad de Kerman, contando sus vivencias en el fútbol iraní. Publicado el 8/1/08 en el diario "El País" de Montevideo)

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