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En el Play Land Park le compré la máscara a mi hijo. Un día se la pedí prestada para celebrar si marcaba un gol. En un principio me daba recelo ponérmela, pero luego se convirtió en mi amuleto de la buena suerte.

(OTILINO TENORIO 1980-2005, desaparecido jugador ecuatoriano, contando el origen de su recordado festejo "enmascarado")

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En Tarragona, Fabio Capello me hizo calentar por todo el segundo tiempo con Ronaldo. En el vestuario le dije 'eres una mierda de hombre, eres más falso que el dinero del Monopoly'.

(ANTONIO CASSANO, jugador italiano, en su libro autobiográfico “Dicco Tutto” -Lo digo todo-)

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Los futbolistas más peligrosos de la historia


Jorge Luis Borges definió el fútbol así: "Es un invento post-colonial que sustituye las peleas a cuchillo". De eso, de peleas, alcohol, drogas, apuestas y sexo sin amor de los casados trata el lado oscuro de estos personajes, tan grandes futbolistas como piratas de la vida.

Harold Schumacher: No matarás

Precursor del mal estilo de otro portero alemán irascible, Oliver Kahn, pero más violento. Pudo matar (no es broma) a Battiston, defensa francés, en una de las entradas más salvajes de la épica futbolística. En el Alemania-Francia de España 82 en el estadio Sánchez Pizjuán de Sevilla. Un balón dividido, lo atrapó con las manos y giró el trasero para impactar contra el rostro del zaguero galo. Quedó KO y se temió por su vida. Al final, sólo esguince cervical. Pero un escalofrío recorrió el mundo. Portero del Colonia (siempre rechazó al poderoso, el Bayern Munich), la montó parda con uno de los primeros libros autobiográficos sinceros de este invento, el 'furgol'. 'Anppfiff' (traducido aquí como 'Tarjeta Roja' cuando significa 'Empieza el partido') lo revelaba todo. Como prácticas de dopaje con efedrina. Y eran los 80, cuando la lacra se perseguía menos que ahora en el fútbol. O ni eso. Sus denuncias le valieron la expulsión del Colonia, una inhabilitación para la 'Nationalmanschaaft' pese a ser el Jugador del Año. "Nos drogaron en el 84 con el Colonia. Los chicos corrían como diablos y, por supuesto, ganamos el partido". También escribió sin tapujos del sexo, como el vivido en la concentración alemana del 86, en México: "No somos eunucos. ¿Por qué no hacerlo con chicas que estén sanas? Es mejor organizarlo para que los más jóvenes no pillen cualquier cosa por ahí".

Canción recomendada: ‘Bayern’ de Die Toten Hosen

Julio Alberto: El intento de suicidio

No hay secretos. Todo es público. Está en su libro de memorias ("Mi verdad", 1995), una especie de psicoanálisis exhibicionista, la terapia habitual de los enganchados. Pero recayó y trató de suicidarse al borde de la locura. Dinero, mucho dinero. Y juventud, divino tesoro para la reina de los mares, la cocaína. Antes de fichar por el Barça, ya le marcó su yo interior un accidente mortal: el atropello de un transeúnte en la M-30.
En el Barça conoció a Diego (Maradona) y ahondó en la herida nocturna. Ídolo culé, con un gol a la Juventus en la semifinales de la Copa de Europa del 86 (sí, la de la final contra el Steaua; cualquiera pierde el norte tras aquél ridículo), fue un icono de la Selección que deslumbró en la Eurocopa del 84 y en el Mundial del 86. Por su entrega, por su fidelidad, por su carisma. Fueron un auténtico 'shock' en los 90 las revelaciones de su libro, como alquilar una isla un fin de semana (se casó con una Botín, tres matrimonios arruinados), gastarse su fortuna en coca y prostíbulos (también adicto al sexo) y su intento de suicidio en un hotel de Barcelona. Ahora, lleva vida de ex (eso es para siempre) y parece rehabilitado. Estuvo en las Maldivas de tratamiento. A su vuelta a Barcelona en 1998 fue detenido, acusado de robar dinero de la caja del bar en el que trabajaba. Ahora se manifiesta rehabilitado. Ánimo.

Canción: ‘Exiliado en el lavabo’ de Estopa

Tony Adams: 'Hooliganismo' de vestuario

"Me bebí un día el peso de mi cuerpo en cerveza". El central del Arsenal y de la Selección inglesa, ídolo en los noventa, queda elegido por aclamación en esta sección como un ejemplo más del 'hooliganismo' que caracteriza a uno de los prototipos del fútbol inglés, el jugador pendenciero. Estuvo en prisión por conducir borracho. Como él, decenas. Desde Jimmy Greaves en los 60. El 'hat-trick' vital que se llama: alcohólico, gamberro y apostador, una religión ésta última en las islas. Hasta perder mucha, pero que mucha pasta. Como Michael Owen o Jonathan Woodgate. Otros famosos del club del 'hat-trick' en la Premier fueron Charlie Nicholas, Bryan Robson, Lee Sharpe, Paul Merson, de los primeros en confesar públicamente sus problemas como terapia, Denis Wise, Mark Bosnich, Craig Bellamy, David Pleat, Lee Chapman, Keith Gillespie, Gary Speed, Lee Bowyer (pateó al estudiante de origen asiático Sarfraz Najeib de juerga), Robbie Fowler, Rio Ferdinand, Stan Collymore (adicto al sexo) o Teddy Sheringham (adorador de la llamada silla del dentista -te sientas, echas la cabeza para atrás y te rocían la boca de licor en plan tirador de sidra-)... Tipos, muchos de ellos que han dado con sus huesos en la trena, poco pero algún tiempo, que fueron precursores con sus golferías del actualmente de moda 'roasted', afición de los futbolistas británicos por protagonizar un 'gang-bang' (todos contra una) en habitaciones de hotel lujoso con mozas que sí, que sí, vale, que luego que no, que si denuncia por violación, que si no me acuerdo por el pedo que llevaba...

Canciones: ‘Boys and girls’ de Blur o ‘The old main drug’ de The Pogues

Paul Gascoigne: Alías 'Gazza'

Fue el mejor en su momento, finales de los ochenta y semifinalista en el Mundial de Italia 90, pero se fue consumiendo como sólo la noche apaga a los diablillos que recluta. Una foto mítica: Vinnie Jones agarrándole sus partes con fuerza e intención. Y una mala suerte supina (bueno, la que acompaña a los talentos que eligen ser perdedores y autodestructivos, una decisión respetable, personal e intransferible): dos lesiones gravísimas, una por una entrada criminal en una final de Copa inglesa en la que el agresor, él, recibió más castigo que el agredido, y otra con el Lazio romano. Poco más se supo de su fútbol creativo, brillante, como un paseo en Vespa por la Roma de Nanni Moretti. Maniaco depresivo violento, con desorden compulsivo obsesivo, grabó un 'single', de éxito en el Reino Unido (allí lo oyen y lo compran todo) y recayó de una de sus lesiones al recibir un puñetazo cuando estaba de marcha con ¡muletas! Apasionado del Algarve portugués, invitaba siempre que podía a un grupo de 'hooligans' a quemar con él los bares. Divorciado de Sheryl, por su alcoholismo recalcitrante y por su reconocida condición de maltratador, estrelló una vez el autobús del Middlesbrough. Por una gracia. Intentó jugar en China (a vueltas con las cervezas no le dejaron en el Gamsu Tianma). Eso sí. Se ganó a Inglaterra con sus sentidas lágrimas cuando vio la amarilla que le habría costado perderse la final del Mundial de Italia en 1990. Tras una orgía en el 85 revelada por el azote de los futbolistas, 'The News of the World", Gazza contestó tan pancho: ¿Tres en una cama? Pensaba que eran cuatro...".

Canción: ‘Fog on the Tyne’ de Gazza & Lindisfarne

Mané Garrincha: Sólo lo domó el alcohol

Manoel Francisco Dos Santos 'Garrincha', el ángel de las piernas torcidas, indomable amante de la libertad que salió de la pobreza para volver a ella (la eterna vuelta a los orígenes), fue uno de los mejores jugadores de Brasil, quizás el segundo tras Pelé. 'Estrella solitaria", una de sus biografías, escrita por Ruy Castro, fue llevada recientemente al cine. Porque su vida fue distinta, peculiar, autodestructiva, como corresponde a los nacidos en el segundo período del signo de Escorpión (como el Diego). Con las piernas arqueadas en lo que era un defecto de poliomielitis infantil, el patizambo Garrincha fue un extremo de muy señor padre, regateador hasta la extenuación del defensor. Ganó el Mundial del 58, en Suecia, y el del 62, en Chile. Pero acabó solo, alcoholizado, perdido en algo que nunca llegó a superar, el éxito, que voló junto al dinero. Persona sencilla, sin estudio alguno, que creció en el barrizal de una 'favela', se dice que a veces preguntaba en los descansos cómo iba el partido. La cantante de samba Elza Soares, con un pasado también notable (se casó a los 12 años), fue su eterna amante. Se le suponen 15 hijos con cinco mujeres distintas. Eso, y un tamaño descomunal de miembro. Hasta tiene un vástago sueco, Ulf Lindberg Henrik, fruto de una gira del Botafogo por el país que había deslumbrado con la 'canarinha' un año antes, en el 58. Se escapó del hotel, en Umea, y por la calle conoció a una chica, que lo reconoció e invitó a casa de sus padres. Allí lo hicieron, mientras aquellos veían la tele. Ya se sabe. Suecia, tierra de libertad sexual. La mujer abandonó luego al niño de piel negra y ensortijado pelo rubio en un orfanato. Garrincha vivió sus últimos días en un sótano, entre 'delirium tremens' por el ron y embobado por su pajarillo, al que llamó 'Libertad'. Cuando lo soltó de la jaula, se murió él. Muy lírico. Joaquim Pedro de Andrade, líder del 'cinema novo', filmó 'Garrincha, alegría del pueblo'. Su padre, alcohólico, jamás lo atendió, como ninguno de sus ¡25 hermanos!. Le apodó Garrincha, un pájaro tropical torpe. Tenía cierto retraso mental y no daban un duro por su vida en la 'favela'. Pero salió adelante para acabar hacia atrás.

Canciones: ‘Se acaso vosé chegasse’ de Elza Soares o ‘Garrincha’ de Alfredo Zitarrosa.

George Best: Su nombre lo dice todo

Un comité de sabios, o algo así de rimbombante, debió facilitar que Irlanda del Norte jugara una fase final de un Mundial. Porque George Best, uno de los míticos iconos pop del fútbol, fue un jugador fenomenal. Distinto, regateador, un genio adelantado a su tiempo. Recientemente fallecido, recibió poco menos que honores de estado. Y es que el 'quinto Beatle', amén de inspirar una retahíla de cancioncillas populares en el país más musical del mundo, fue tan famoso dentro de la pradera como por los revolcones de alcohol y alcoba. Una miss mundo, dos hígados (también se pulió el segundo), escaleras de jardinero en los hoteles de concentración para que subieran las 'fans', el teléfono de Brigitte Bardot (a la que llamó pero no se entendieron por no saber idiomas)... Bueno, incontables leyendas, vaya que sí ciertas, y frases para el recuerdo. Como aquella de "gasto mi dinero en champán y mujeres; el resto lo desperdicio". Conquistó una Copa de Europa con el Manchester United y el corazón de las británicas. Guapo, elegante y con un 'modus vivendi' de estrella del pop, a Best siempre se le recordará por su apellido: "El mejor". Típico chico malo al que la opinión pública perdonó sus pecados, más o menos todos. Otra plusmarca: siete polvos en 24 horas con siete chicas distintas, correría conocida como 'The Magnificent Seven' en Inglaterra. Se sabe de él hasta dónde probó el alcohol por primera vez: en Zurich con los juveniles del Manchester United. Una pinta en su honor.

Canciones: ‘The Magnificent Seven’ de The Clash y ‘Belfast Boy’ de Don Fardon

Romario: La noche no le confundía

Sigue jugando, porque en Brasil se puede hacerlo andando, y está considerando como uno de los 'cracks' de la historia del balompié 'brasileiro', el país del 'futebol'. Sólo un debe. E importante. La noche le confundió y le impidió ser aún más reconocido. Tras pasar por la aburrida Eindhoven (Holanda), descubrió Sitges en Barcelona y de allí sólo salió para entrenarse a desgana. Al punto que le pidió a Cruyff menos tensión en los ensayos, que a él le relajaba salir de noche y que lo demostraría con goles. Dicho y hecho. Embarazó, supuestamente, a Sonia Monroy, que se lo confesó al 'Butano' en la radio. Su rubia mujer le dejó y él le rogó al Barça marcharse un frío mes de enero. No pagó la manutención de sus hijos, eludió la cárcel por poco, pero es un dios en Brasil. Se desmayó en un entrenamiento con el Flamengo de pura resaca. Para el recuerdo futbolístico, la 'cola de vaca' a Alkorta, en un Barça campeón de Liga pero luego vapuleado por el Milán en la final de la Champions de 1994. Se desquitó un mes después y fue el líder del Brasil tetracampeón en Estados Unidos. Se habla de otro récord: sexo en un coche de viaje por Arabia Saudí, quizás el país más represor que haya. Jugó una vez en el Bernabéu con su padre secuestrado.

Canciones: ‘Till the Mornin’ de Shuffle Inc. y ‘In The Midnight Hour’ de The Jam

Paolo Rossi: El estafador

Ganó poco menos que él solo el Mundial de España 82. Bueno. Y la carnitina. Seis goles seguidos llevaron a Italia al tricampeonato, culminado en el Bernabéu ante Alemania con Sandro Pertini saltando en el palco junto al rey. Pero antes de la cumbre, hubo muchas pendientes en la vida de este delantero centro, de este hombre gol con nombre propio en el 'calcio' y que ya destacó en el Mundial de Argentina 78. El domingo 23 de marzo de 1980, al acabar una jornada, fueron detenidos once jugadores de la Serie A italiana. Rossi, entonces en el Perugia, fue uno de ellos. Todo por un escándalo de apuestas clandestinas. Le cayó un año de sanción y volvió justo para España 82, con presiones de todo tipo para ello. Como consecuencia de su éxito, hubo indultos para otros implicados a los que les llegaron a caer cinco años de sanción no cumplidos. La 'dolce vita' italiana premia así a sus héroes, que soldado vivo vale para otra guerra. Su nombre aparece en la letra de Manu Chao para la canción 'Santa Maradona': "Berlusconi, Bez y Tapie comprendieron bien a Paolo Rossi". Al dejar el fútbol (fue estrella de la Juventus, el club de Italia en mayúsculas), trató de comprar el Ibiza para convertirlo en un grande. Quedó el proyecto en nada, no así su disfrute de la noche ibicenca.

Canción: ‘Me han estafado’ de Erika Simonian

Eric Cantona: El karateca

El 'enfant terrible' del fútbol francés, no tan fino en su 'savoir faire' con su ejemplo. Fue de equipo en equipo, de bronca en bronca con presidentes, entrenadores y compañeros. Difícil y creativo. Pintaba abstracto después de los entrenamientos. Un perfil poco futbolero. Auxerre, Martigues, Marsella, Burdeos, Montpellier, Nimes... Culo inquieto y boca sucia. Mil problemas. Insultó al seleccionador Henri Michel en 1988. Diez meses de ausencia con los 'bleus'. Pegó a un compañero del Montpellier. Tiró la camiseta al césped en un partido del Marsella. Le dio un balonazo a un árbitro. En 1992 cambió su vida y la de la Liga inglesa. Le fichó el Leeds United, al que hizo campeón. Allí se inventó lo de 'Ooh, Aah, Cantoná'. Y de ahí al estrellato mundial con el Manchester United. Lo rescató de las catacumbas y lo trasladó en volandas al pedestal. Su momento estelar, en cualquier caso, no fue el error contra Bulgaria que eliminó a Francia para el Mundial 94. Ni el gol en la final de la FA Cup al Liverpool. Estuvo en su arrebato, en ese instante de cruce de cables que puede cambiar una vida en una décima de segundo. Cruzar al lado oscuro, que se llama. Ocurrió en Selhurst Park, el estadio del Crystal Palace (buen nombre para un quinteto de cuerda). Fue sustituido y, camino de los vestuarios, un 'hooligan' local, Richard Shaw (se le cayó el pelo ante el juez), bajó las escaleras desde su asiento para increparlo. Aludió despectivamente a su condición de francés. Para qué quiso más. Saltó Cantona como en 'La casa de las espadas voladoras' y le arreó a base de bien. 'Mortal Kombat', lo nunca visto. Patada con los tacos afilados. Evitó la cárcel: ocho meses de suspensión y 120 horas de trabajo social. Lo dejó en el 98. Ha filmado varias películas francesas sin el éxito que esperaba. Vive en el campo y ahora lidera la campaña publicitaria de Nike 'O jogo bonito'. Su frase favorita: "No quiero inscripción alguna en mi tumba. Bastará con una piedra vieja. Quiero dejar tras de mí un sentimiento de gran misterio".

Canciones: ‘Kung Fu Fighting’ de King Curtis y ‘Ooh, Aah, Cantona’ de 1.300 Drums

Hristo Stoichkov: el que pisó

El mejor futbolista de la historia del balompié búlgaro. Y el más gamberro. Por lo que hizo en el Barça, consagrarse, y por llevar a su selección al cuarto puesto en Estados Unidos 94. Pero de manera peculiar. Lideró la concentración a su manera, por delante del seleccionador. Los jugadores fumaban, bebían, apostaban a las cartas hasta la madrugada. Vida insana pero sensación en el campo. Éxito y gloria de unos pendencieros que, libres de ataduras, casi ganan un Mundial. Repitió 'modus vivendi' en Francia 98, aunque sin fortuna. Se fue a quemar la noche parisina con Lubo Penev dos días antes de jugar contra España. Llegaron como si tal cosa por la mañana al hotel, en el sur de París, y con su estilo chulesco de matones de barrio (con cariño) pasearon por el jardín. Stoichkov tiró a la piscina a Lechkov, móvil incluído. Pero ni le tocaron un pelo. Era el 'boss' total. Iban a echarlos directamente y a no actuar frente a los de Javi Clemente. Pero el peso del líder, la pasión de Hristo, pudo con directivos y técnicos. Jugaron. Aunque como si no. 6-1 para España, eliminada no obstante por el cante de Zubizarreta contra Nigeria. Pero el estrellato lo alcanzó Hristo con el pisotón a Urízar Azpitarte en un Barça-Real Madrid de Supercopa en 1990. Es decir, cumplió el sueño más radical de un barcelonista, darle al árbitro por ir con el Madrid. Eso lo acercó aún más a su afición. Recibió una sanción de dos meses. Sus antecedentes en el CSKA ya fueron interesantes. Abrió la espita de una monumental tangana ante el Levski, el clásico local. Tanto se dieron en aquella final de Copa del 85 que la Federación, en un país todavía comunista, sancionó por varios meses a los jugadores implicados y a él a perpetuidad (la mecha la prendió, claro, Hristo, luego indultado por sus facultades futbolísticas que necesitaba la Selección) y hasta les cambió el nombre a los clubes, por Sredets y Vitosha, algo así como si al Madrid y al Barça les llamaran Chamartín y Ciudad Condal por mandato gubernamental. Ahora es seleccionador búlgaro. Sin mucho éxito. Montó un banco (sí, de los de pasta) con su 'hermano' Penev en Sofía. Cuando llegó al Barça, se pulió la ficha en tres meses. Tuvo que pedirle un adelanto a Núñez. Y cuando el Oporto fichó a Kostadinov, su rival en Bulgaria, le esperó en el aeropuerto de El Prat para llevarlo de tiendas y pagarle vestuario a la última y no el clásico terno de la 'nomenklatura'. Único.

Canciones: ‘One step beyond’ de Mandes; ‘Pisando fuerte’ de Alejandro Sanz y ‘Step by Step’ de Forbidden

(artículo del periodista Iván Castelló, publicado en el diario español “El País”, del 26/06/2006)

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A Fabbiani ya lo veo hasta en la sopa. Puse Rambo IV y estaba a los tiros. Fabbiani es ídolo por lo que habló, porque en el fútbol argentino no hizo nada; ni que fuera Francescoli, que tiene mil títulos en River.
(FABIÁN CUBERO, futbolista de Vélez Sarsfield, quejándose de la exposición mediática del delantero riverplatense)


Que Cubero vaya a pasearle los perritos a la señora, si se hizo conocido por eso. Yo estoy feliz acá. Hago las mismas cosas que en Lanús y en Newell's, pero como esto es River la exposición es mucho mayor. Si hiciera las cosas mal, no saldría en ningún lado. Cubero, en cambio, tuvo la suerte de conocer a una bella dama y se hizo conocido por eso... Porque los pies los tiene redondos. Mejor que juegue al fútbol y listo.
(CRISTIAN FABBIANI, respondiendo en el programa radial “Fox Sports Del Plata” el 19/02/09 a los dichos del futbolista y actual pareja de Nicole Neumann)

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Al principio Beckham era marketing; ahora es fundamental para nosotros. Deseo que el Milan pueda alcanzar un acuerdo para ficharlo de forma definitiva porque él es un jugador que puede ayudarnos ahora y en las próximas temporadas.

(KAKÁ, futbolista brasileño del Milan, opinando sobre la llegada de David Beckham al elenco rossonero, en reportaje concedido al canal de televisión deportivo Sport Mediaset)

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¿Una tarjeta? ¡Me la como! Me tiene sin cuidado, jugaré mi partido y lo daré todo, como siempre. Si al final me la enseñan, mala suerte, pero intentaré que no me influya.

(GENNARO GATTUSO, centrocampista de Italia, opinando antes de la final del Mundial 2006)

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Una de mis mayores amarguras (Roberto Benedetto - Argentina)


Empezaba el Mundial 78 y sentía una mezcla de euforia, ansiedad y desazón a la vez. Desde pibe había soñado con ver un mundial y se hacía realidad. Tenía en mi poder el paquete de 7 entradas que me habilitaba a presenciar los 6 partidos en la Subsede Rosario y la final en Buenos Aires. Ver esta clase de eventos, hoy es una posibilidad cierta y accesible para mucha gente. Tiempo atrás era imposible para la gran mayoría y a eso se le agregaba la falta de adelantos técnicos que hoy existen en cuanto a lo que ofrecen la TV, pantallas gigantes, cines, etc.

Eran tiempos de dictadura y el país atravesaba una de las peores etapas de la represión. El gobierno militar acentuaba la presión y mentiras propagandísticas para ocultar lo que en el exterior era sabido y aquí se tapaba o ninguneaba. En ese contexto, llegaba el Mundial con la Argentina de Menotti a la cabeza. En la etapa de preparación, se habían prohibidos las ventas al exterior de los jugadores seleccionados y los medios periodísticos no podían opinar en contra so pena de sufrir serias consecuencias.

El entusiasmo inicial que tenía, comenzaba a desinflarse ya que como muchos argentinos en esa época, veía y me enteraba de situaciones terribles, difíciles de imaginar contra compatriotas, en muchos casos amigos, vecinos, compañeros de estudios y trabajo. Dolía la negativa de muchos en reconocer lo que se vivía y el “por algo será” empezó a ser el cobarde latiguillo que se fomentaba desde las altas esferas de la dictadura hasta el más humilde de los argentinos.

Así comenzó el evento y empecé a sufrir una lucha interna que me costó horrores poder manejarla. Hinchaba por el seleccionado nacional pero me dolía la anestesia que cubría a la mayoría de la gente. Ganaba la selección y me molestaba la alegría de todos los que salían a festejar con miles personas buscando a familiares desaparecidos. Por otro lado, sentía bronca por el técnico albiceleste de quien hubiera esperado alguna posición más jugada de acuerdo a lo que siempre pregonó. De los jugadores no se podía esperar nada, generalmente y en esas circunstancias mas todavía, no son afectos a inmiscuirse en temas sociales.

Pasó la primera fase y Argentina se clasificó para la segunda. El destino hizo que por salir segunda en su grupo fuera a Rosario, justo donde yo tenía las entradas compradas. Concurrí al primer partido versus Polonia con ese sentimiento dual que me atosigaba: que gane, que pierda, que gane, que pierda. Todo un suplicio! Estaba en el estadio con una posición muy egoísta: quería que todos tuvieran la misma bronca que yo tenía contra la Junta Militar. Y pensaba que cuando entraran los comandantes al palco, una tremenda silbatina los recibiría y entonces me sentiría reconfortado hasta unificar mis deseos en uno solo: que gane Argentina.

No fue así, no hubo rechifla o abucheo generalizado y hasta fui observado con severas miradas de mis ocasionales vecinos de platea, ante mis gruesos insultos a los generales. No obstante, esperaba ilusamente que durante el transcurso del partido la muchedumbre replicara con el grito popular de “se va acabar, se va acabar, la dictadura militar”. Nada de eso ocurrió, tuve la sensación de estar en la tribuna de nuestros rivales de Arroyito siendo hincha de Newell’s, era un extraño entre 40.000 personas que pensaban distinto.

A partir de ese momento ya no había dudas, quería que el seleccionado pierda, que el pueblo argentino no goce con un triunfo futbolístico. Me sentí muy mal de pensar así pero cuando lo razonaba, sentía una paz interior.

Entonces, no fui al partido con Brasil -regalé la entrada que cotizaba fortuna- y concurrí a última hora al juego con Perú creyendo que después del resultado de los brasileros, Argentina quedaba afuera. Quería ver a los comandantes irse con la cabeza gacha.

Triunfó el seleccionado local en un partido muy sospechado y solo quedaba la final. Me torturaba la idea de ver a la Junta Militar entregando la Copa y los jugadores argentinos recibiéndola como si nada. Me costaba alinear mi bronca y sentirme rarísimo al querer que gane Holanda. Siempre esperé ver una final con Argentina jugándola y resulta que no quería presenciarla y además que pierda, un horror!

En esa oportunidad vendí la entrada y llegado la hora del encuentro me interné en un hotel tratando de estar ausente del clima que se vivía. Ciento veinte minutos que fueron un siglo, los gritos igual se colaban en la habitación y mi corazón latía a mil. Esa sensación solo la viví después en el tiempo con los penales en la final de América de Newell’s con el San Pablo. Terminó el partido y la gente salió a festejar. Miles y miles de personas que iban al Monumento a la Bandera con sus banderas y bocinazos.

Salí del hotel y sentí como si me hubiera aplastado un elefante. Lloré de impotencia, recordé cuando pibe deseaba llegar a esta instancia y en ese momento odiaba como se dio. Así como nunca más pude ver imágenes de la final de Ñubel en Brasil, tampoco ví ni lo haré seguro, nada que tenga que ver con el Mundial 78. Por razones muy distintas pero con el mismo sentimiento: impotencia, tristeza, amargura, rabia.

Casi 3 años después, previo a la Semana Santa, mandé una carta -manuscrita entonces- a Osvaldo Ardizzone, prestigioso periodista de la revista “Goles”. Me encontraba sin trabajo ya que me había fracturado una pierna jugando al fútbol y mis tareas eran independientes. En la nota le contaba mis vivencias sobre el Mundial y Ardizzone tuvo la deferencia de dedicarme un cuento sobre las Pascuas tomando como base mi relato. En ese momento de malaria en mi vida, leerlo fue una bendición. El final de mi carta había sido “Chau, Felices Pascuas” cuando ese saludo tenia otras connotaciones!

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En una de mis primeras concentraciones en el año 76, estábamos en la charla técnica antes de un partido oficial, cuando mi compañero de aquel equipo de Vélez del 76 Pastor Barreiro pidió la palabra mirando el peinado del entrenador, que no era otro que Don Eulogio Urriolabeitia (foto), un hombre muy estructurado y muy educado, le dijo: "Maestro, parece una urraca"; las risas se generalizaron poniendo muy incómodo al entrenador, que no tuvo mas remedio que dejarla pasar y seguir con el tema del partido.
Promediando la charla, otra vez Pastor pidió la palabra, el técnico le aclaró que si iba a decir otra estupidez mejor se callara la boca, "de ninguna manera", contestó Pastor, ¿bueno, qué quiere? replicó el entrenador, "mire Maestro, me olvide de decirle que yo sin la 'papita' no juego", mientras se golpeaba las venas del brazo... esta vez el silencio suplió a las risas anteriores.

(Anécdota extraída de la página web de José "Pepe" Castro)

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Por lo general, elegimos a jóvenes sexies y heterosexuales, como él. Tiene todo para ser un sex symbol y, además, es inteligente y humano.

(SYLVAIN ZIMMERMANN, jefe de redacción del mensuario francés “Tetu” -orientada a la comunidad gay- dando las razones de porqué se eligió a Yoann Gourcuff, delantero del Burdeos, para la tapa de la edición de Febrero de 2008)

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El fútbol es, en realidad, un drama; y las decisiones equivocadas son la esencia del argumento.

(PETER DAVIES, escritor inglés)

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El porqué de una Santa Pasión… (Néstor Dipaola - Argentina)


Siento ruido de pelota... y no sé... y no sé lo que será... es el Club Santamarina... que ya viene, que ya viene de triunfar...

(De los días fundacionales de la institución aurinegra)


Vaya uno a saber cuáles son las misteriosas razones por las cuales uno se hace hincha de un equipo de fútbol. Hasta me he puesto a pensar que se trata de una cuestión metafísica. Sí, como el misterio de la vida. O casi.

A diferencia del origen del mundo, o del cosmos, o de las cosas, en esto uno sabe que hubo una vez un nacimiento, un comienzo. Porque el Club y Biblioteca Ramón Santamarina nació en Tandil el 20 de Diciembre de 1913, es decir casi un siglo atrás. En cambio, no sabemos cuándo empezó el mundo. Ni cómo.

Pero esa es la única certeza. Es la única diferencia. Porque después, no sabemos más nada acerca de cómo empezó la pasión. En qué momento fue la primera vez. Qué circunstancias se dieron.

¿Será por el barrio?

Ni siquiera, porque si bien Santamarina surgió cerca de la estación, y tal vez ahí se originó el clásico duelo futbolero con Ferrocarril Sud, luego la mayor parte de su historia la vivió en el centro. Primero en 9 de Julio entre Pinto y San Martín y desde la década de 1940 en Yrigoyen al 600. Después vinieron los hechos trágicos ya conocidos, pero esa es otra historia. Ahora seguimos mirando hacia delante, con el país entero como testigo a través de la participación exitosa en el Campeonato Argentino A.

¿Será entonces por los colores que elegimos ser aurinegros para siempre? No, mucho menos. Amarillo y negro. ¿Qué tiene de bonito? En Uruguay a los de Peñarol les llaman “carboneros”. Por haber nacido también cerca de la estación ferroviaria pero un poco por el negro de la camiseta. Y menos mal que el amarillo es más vivo, más fuerte.

Carboneros, sí, pero a mucha honra.

Santa pasión, decimos por estos pagos.

Mientras cierro estas líneas, sigo pensando en el misterio del nacimiento de esa pasión aurinegra. Y confieso que no me importa no saberlo. Es más, prefiero vivir hasta el final de mis días ignorando cómo fue la cosa.

Para qué, si finalmente lo que importa es… ¡ser aurinegro!

¡Salud!

(Mi agradecimiento a Néstor por permitirme compartir este texto sobre un grande del fútbol de Tandil y de toda la Provincia de Buenos Aires)

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En una nota en la que repasaba su vida, el boxeador argentino José Menno, que fue campeón sudamericano de la categoría medio pesado a fines de la década del sesenta, recordaba su pasión por el fútbol: “Yo no era malo, era bravo. Si me buscaban, me encontraban fácil. De chico fuí a la cancha, soy hincha de Estudiantes de La Plata, y siempre me hice respetar en la tribuna. Era otra época, sin droga ni armas en el fútbol y yo tenía un lomo bárbaro”.
En la misma nota, cuenta la pelea donde más lo habían golpeado: “¡Vaya si lo recuerdo!, pero no fue sobre un ring sino en una cancha de fútbol: Le cuento, yo era de La Plata y soy ‘pincha’ de toda la vida. Se venía la final de la Copa Libertadores contra Peñarol, en 1970, y el clima estaba muy pesado.
Para colmo, el segundo partido, el decisivo, debía jugarse en Montevideo. Cuando llegó el momento, los dirigentes del club pensaron que sería conveniente garantizar, con mi presencia en el micro y en el vestuario, la seguridad de los jugadores. Yo acepté encantado, porque iba a vivir el partido de adentro, como lo soñaba de chico. Pero alguien le avisó a los uruguayos. Cuando bajé del micro había seis negritos esperándome. Los seis eran boxeadores. Cuando los reconocí, apenas pude atajar la primera piña. ¡Nunca me pegaron tanto en toda mi vida!”.

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Está pasando lo mismo que me pasó en el '86 con el Mundial. Y yo hasta el '85 era el capitán y luego me quedé sin el puesto en el seleccionado. Ayer me dijeron que no iba al mundial y hoy me pasa esto. Yo quiero hablar con Grondona para aclararle que son mentiras, le han mentido a él y no se porque él no me recibe. Estoy muy dolido y en un pozo depresivo muy grande.

(UBALDO MATILDO FILLOL, ex arquero de Racing, River y Vélez, entre otros clubes, manifestando horas atrás su malestar al no renovarle la AFA su contrato como entrenador de arqueros de la Selección Argentina)

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Los hinchas italianos son los únicos a los cuales si cuando llegan a estadio, más allá de haber abonado la entrada, le dicen que el rival no se presentó y ganaron el partido, se vuelven a sus casas sin chistar lo más contentos.

(FERNANDO NIEMBRO, periodista deportivo argentino)

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Contrasto (Luigi Montanarini - Italia)

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Profesor de la alegría (Los 8 de Momo - Uruguay)

* dedicada a Pablo Javier Bengoechea

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-¿Qué le parece esta tendencia del fútbol hacia la velocidad?

-Me parece perfecto que los jugadores busquen la precisión en la velocidad: lo más complicado del fútbol. Pero de ahí a convertirla en una necesidad, me parece que es culpa de los técnicos y de los futbolistas que no se les plantan y les dicen: Así no podemos jugar, siempre vamos a tirar pelotazos. No hablo del fútbol de 80 toques a los costados, que sería aburrido, pero hay que tomar la pelota como foco de distracción, toda la vida fue eso. ¿Dónde empieza el fútbol? En los barrios. ¿Adónde íbamos todos? Atrás de la pelota. ¿Qué hacen el Arsenal o el Manchester o los equipos holandeses? ¿Tocan para volver loco a Víctor Hugo Morales? No, tocan porque distrae. El problema es que los técnicos han tomado notoriedad, al punto de que durante un partido los enfocan 40 veces, algo que me parece una perversión. Y la velocidad es una de las mayores perversiones que tiene el fútbol hipotéticamente más moderno, porque es más rápido y por eso tan impreciso. Entonces, se ve un fútbol horrible y cuando vemos tres o cuatro pavaditas nos admiramos: ¡Qué bien juega Tevez!. ¿Y qué hace Tevez? La mata, pone el cuerpo, amaga que va a salir para un lado, engaña y sale para el otro. ¿Qué hace Tevez cuando queda frente al arquero? Tiene un segundo más, no se la lleva por delante y la pone contra un palo. ¿Qué hacía Riquelme? Lo que pasa es que hoy conviene esto en esta locura, en esta enfermedad, en este gran negocio, del que también participan los entrenadores, que se han entregado a todo, porque ahora laburan si los ponen ellos...

-¿Ellos quiénes son?

-Los que manejan el fútbol junto con la AFA. ¡Yo soy hincha de Independiente, viejo! Y, al menos por este año, no voy a ver más a mi equipo los domingos, salvo cuando juegue contra River, Boca o el clásico con Racing. No es que soy un nostálgico terrible, pero me molesta que el negocio me maneje la vida. Es como en los casamientos que no te largan la comida hasta que llegue la novia. ¡No!, dame de comer ahora, y después vomitemos todos en los rincones, pero a mí no me manejés la fiesta.

(NORBERTO “Ruso” VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, en declaraciones al diario "Página 12" del domingo 31 de Agosto de 2003)

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Si Drenthe juega como extremo, tiene que tapar esa zona cuando haya que defender y después debe atacar y demostrar el juego que tiene, que lo tiene. Además, debería cortarse el pelo y quitarse esos pendientes.

(ALFREDO DI STÉFANO, emblema viviente del Real Madrid, opinando ayer en Diario "As" de Madrid acerca del lateral holandés)

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Algunos amigos me dijeron que Taylor dice que habló conmigo, pero yo jamás lo vi en persona. Alguno en Arsenal recibió un correo suyo diciéndole que estaba contento de mi vuelta, pero a mí no me mandó nada y no me pidió disculpas.

(EDUARDO, atacante brasileño del Arsenal, opinando acerca de Martín Taylor, el defensor de Birmingham que hace un año le causó la doble fractura de tibia y peroné. Eduardo, pese a todo, dijo que el pasado domingo -15/02/09- había sido el día más feliz de su vida al anotar dos goles en el triunfo de Arsenal 4-0 ante Cardiff, en su vuelta al fútbol)

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¡Oh, Hungría! (Francisco J. Uriz - España)


Cima del fútbol de los 50,
la del 3-6 en Wembley y el 7-1 en Budapest.

Fueron unos escasos minutos en el No-Do
y la palabra sobre papel de las reseñas periodísticas
lo que nos hizo fabular mitos
-Bocsis, Hidegkuti, Puskas, Kocsis...
en aquel majestuoso equipo.

Aprendimos de su desgracia que
nunca se debe jugar con diez y una estrella lesionada
y que a una final no se va simplemente a recoger el trofeo
-hay que bajarse del autobús para ganarla-.

Que frente hay otro equipo,
cuidadito si es alemán o uruguayo.

Luego los desperdigaron
acontecimientos extrafutbolíslicos
-una rebelión nacional-,
algunos llegaron a Madrid y Barcelona.

Y nunca más Hungría.

(Mi agradecimiento al Maestro Francisco J. Uriz quien, con toda generosidad, me envió su libro "Un rectángulo de hierba" de donde tomé este poema)

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La anécdota, imperdible, fue relatada por un hincha de Huracán de alma, el cantante argentino Rodolfo Zapata. En la misma dio cuenta lo que pueden afectar las habladurías populares y que, en este caso, perjudicaba a un grande de la historia futbolera del “globito”: Herminio Masantonio (foto).
Recordaba Zapata que cuando era muy joven iba a la cancha de Huracán, pero mucho antes del partido se dirigía a un bar de Alcorta y Luna para ver de cerca a su ídolo, Masantonio, habitué del lugar.
Y fue en una previa a enfrentar a Newell's, cuando en dicho bar, un ignoto hincha quemero le insistía a Masantonio para que aceptara la invitación de tomarse un anís.
Pese a las insistentes negativas del goleador (el máximo de la historia de Huracán con 254 tantos), y para no resultar antipático, finalmente aceptó la invitación, pero apenas dio un sorbito a la copa con anís.
Horas más tarde, ya en la cancha, Masantonio tuvo una opaca actuación. Y había un hincha en especial que lo insultaba a los gritos.
Grande fue la sorpresa del adolescente Zapata cuando advirtió que ahí en la tribuna, ese hincha que agredía al goleador y que le decía a otros simpatizantes, "¡Masantonio juega así de mal porque es un borracho! Antes del partido estuvo dándole al anís como loco...
¡Borracho hijo de p...", vociferaba el mismo hincha que lo había invitado, con exagerada insistencia, en el bar de la esquina del estadio horas antes.

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El hito histórico no es el Mundial ni el fútbol. El hito histórico es que pasamos de perdedores a ganadores. No en fútbol, en todo.

(CARLOS ALBERTO LACOSTE, 1929-2004, militar argentino, titular del Ente Autárquico Mundial '78, Comisión que organizó el XI Campeonato Mundial de Fútbol en Argentina)

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Jamás seré técnico de futbol. Sé que ser entrenador es complicado y no deseo complicarme la vida con eso, además no puedo aspirar a tener una carrera como la que tuve como jugador, eso es inalcanzable.

(Edson Arantes Do Nascimento "PELÉ", célebre futbolista brasileño)

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Los intrusos (Eduardo Galeano - Uruguay)


Cuando alguna adivina se ofrece a leer el destino, más vale pedirle que elija otra víctima: déjeme creer, señora, que el futuro es una sorpresa y no un aburrimiento.

Afortunadamente, el mundo no deja de ofrecer asombros. Hasta el fútbol profesional, una industria programada para las monotonías del poder, contiene imprevistos conejos en la galera.

-Más de una cuarta parte de la humanidad asistió, por televisión, a la primera sorpresa del Mundial 2002. Ocurrió en la noche de la inauguración, en el estadio de Seúl. Contra todos los pronósticos, Francia, el país campeón del Mundial anterior, fue vencido por Senegal, que había sido una de sus colonias africanas y que por primera vez participaba de una copa del mundo. Francia quedó por el camino en la primera rueda, sin meter ni un solo gol. Argentina, el otro país favorito en las apuestas, también cayó en las primeras de cambio. Y después se marcharon Italia y España, asaltadas a mano armada por los árbitros. Pero todas estas escuadras poderosas fueron sobre todo víctimas de la obligación de ganar y del terror de perder, que son hermanos gemelos. Las grandes estrellas del fútbol actual habían llegado a la copa abrumadas por el peso de la fama y de la responsabilidad, y extenuadas por el feroz ritmo de exigencia de los clubes donde actúan.

Sin historia mundialera, sin estrellas, sin la obligación de ganar ni el terror de perder, la selección de Senegal jugó en estado de gracia, y fue la revelación. Llegó invicta a los cuartos de final, no pudo pasar más allá, pero su bailito incesante nos devolvió una sencilla verdad que suelen olvidar los científicos de la pelota: el fútbol es un juego, y quien juega, cuando juega de verdad, siente alegría y da alegría. Fue obra de Senegal el gol que más me gustó en todo el torneo, pase de taquito de Thiaw, certero disparo de Camara; y uno de sus jugadores, Diouf, hizo la mayor cantidad de gambetas, a un promedio de ocho por partido, en un campeonato donde ese placer de los ojos parecía prohibido. La otra sorpresa fue Turquía. Nadie creía. Llevaba medio siglo de ausencia en los mundiales. En su partido inicial, contra Brasil, la selección turca fue alevosamente estafada por el árbitro; pero siguió viaje, y acabó conquistando el tercer puesto. Su fútbol, mucho brío, buena calidad, dejó mudos a los expertos que lo habían despreciado.

Casi todo lo demás fue un largo bostezo. A los uruguayos nos despertó el segundo tiempo contra Senegal: en agonía, como de costumbre, la celeste desplegó bravura. Para mucho no dio, pero algo fue algo. Y después los futboleros tuvimos la suerte de que Brasil se acordara de que era Brasil. Cuando se desataron y jugaron a la brasileña, sus jugadores se salieron de la jaula de mediocridad donde el director técnico, Scolari, los tenía encerrados. Y entonces, por fin, después de tanto fiasco, Brasil pudo ser una fiesta.

- Se juega con nada. O casi nada: una sola pelota alcanza, o cualquier cosa que ruede, de trapo, goma, cuero o plástico. El fútbol es el deporte más barato del mundo. Pero la pelota tiene mágicos poderes y puede hacer brotar mucho dinero del pasto. La pelota que Adidas estrenó en el Mundial es de alta tecnología: una cámara de látex, rodeada por una malla de tela cubierta por espuma de gas, que tiene por piel una blanca capa de polímero decorada con el símbolo del fuego. Ella mueve fortunas.

- El negocio del fútbol, como todos los negocios, está organizado para recompensar a los más fuertes. A veces, sin embargo, los países imprevistos y los clubes chicos, sin ningún valor de mercado, rompen las rutinas del poder. Hace un par de años, el club Calais, un equipo de aficionados de poca experiencia y poca hinchada, fue casi campeón de Francia. Perdió la final por un pelito, por culpa de un penal dudoso. Era de no creer: los jugadores del Calais, empleados, obreros, jardineros, maestros, habían dejado por el camino a los equipos franceses de alto nivel profesional.

Cerquita nomás, en Italia, un enanito está faltando el respeto a los clubes más ricos del mundo. Nunca en la historia italiana había ocurrido: un cuadro de pueblo chico ha entrado en la serie A. Este año disputó los primeros lugares, entró quinto, a un punto del Milan, y se clasificó para la copa europea. El convidado de piedra se llama Chievo. Proviene de una parroquia de tres mil quinientos habitantes, campesinos que producen kiwis, duraznos, salames y buenos vinos. En el café del pueblo, donde reina María la Pantalona, los hinchas celebran, lloran, discuten y deciden: el Chievo es de todos. El equipo entero, titulares y suplentes y todo lo demás, cuesta cincuenta veces menos que el dinero que recibió el club Juventus por la venta de un solo jugador, Zinedine Zidane, al Real Madrid.

A las grandes empresas del fútbol italiano no les gusta ni un poquito el fulgurante ascenso de estos nadies que juegan un fútbol suelto, audaz, atrevido. También sus vecinos, de la ciudad de Verona, los miran de reojo. Los fanáticos de la barra brava del club Verona, que hacen el saludo fascista, tienen la costumbre de insultar a sus rivales africanos, y entre los jugadores del Chievo brillan los inmigrantes negros.

Al otro lado del mar, en el Brasil, la novedad se llama San Caetano. Este club nació en un suburbio obrero de la ciudad de San Pablo, en el anillo industrial que incubó el nuevo sindicalismo y el partido de Lula.

El San Caetano, que tiene por símbolo un pájaro silvestre de color azul, practica un fútbol ofensivo y fulminante, fiel a la profesión de fe formulada por el presidente del club: "Hoy en día predomina el fútbol europeo, que es pura marcación. Pero el fútbol brasileño no debería mudar su estilo, su sello: jugar para adelante". Mal no le ha ido, que digamos. En sus escasos trece años de vida, el San Caetano se ha abierto paso hasta la primera división y los primeros lugares de la tabla, y este año está disputando, por segunda vez, la Copa Libertadores, contra los mejores equipos de América Latina.

Y eso a pesar del problema de siempre, el drama de los clubes chicos y de los países pobres: el San Caetano crea jugadores y los pierde. Los mejores se van, comprados por los clubes grandes del Brasil (Corinthians, Palmeiras) o se marchan a Europa, al Stuttgart, al Lazio

-El poder dice: Se acabó la historia. Y dice: El destino soy yo. Pero en el fútbol, como en todo lo demás, hay intrusos. No están previstos en el guión; y, sin embargo, se meten donde no los llaman, sin permiso, de contrabando, y actúan. Ellos son consuelo y profecía. Se agradece.

(texto tomado del semanario uruguayo “Brecha”, Montevideo, viernes 12 de Julio de 2002)

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Eran épocas de profunda inestabilidad política en el club Universitario de Deportes de Perú.
Varios dirigentes criticaban la gestión del polémico Alfredo González y querían expulsarlo del club, hasta pedían una asamblea de socios para solicitar su vacancia por incapacidad moral y profesional. Un día, por tantos dimes y diretes entre dirigentes cremas, un editor de un diario deportivo en Lima estaba haciendo un informe al respecto y, para graficarlo, le pidió a uno de los que laboraba en el archivo de la publicación que le facilite una foto de Guinea.
El encargado fue a buscarla, pero demoraba más de la cuenta en volver con el pedido, por eso el periodista fue a buscarlo y se vio sorprendido cuando el archivador andaba perdido y confundido entre enciclopedias y libros, en los que trataba de encontrar una imagen de Guinea (en la foto), el pequeño país de África, cuando en realidad debía buscar la de Eduardo Guinea, un veterano dirigente de la 'U', opositor total de las decisiones de Alfredo González, hoy inhabilitado de por vida por la FIFA para seguir metido en la administración deportiva, al menos activamente.

(anécdota tomada del blog "Goal peruano")

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Creo que el racismo es un tema no sólo en el fútbol sino en la sociedad, pero hay muchas cosas que pueden cambiar eso. Por ejemplo, si cada uno se interesa por la gente de afuera, lee sobre otras culturas, podrá aceptar las diferencias. Si puede viajar, mejor, y si no para eso están los libros, que enseñan por qué una persona puede creer en otro dios o vestir otra ropa.
Lo que pasa es que la gente no quiere saber. Y hay que dar la mano. Un paso para acercarse es mucho más que hablar.


(THIERRY HENRY, futbolista francés, en revista argentina "Viva", del domingo 27/07/08)

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La verdad es que hoy no jugamos bien, para nada, pero ganamos, y el fútbol es resultado. El que quiera espectáculo, que vaya al teatro.

(GASTÓN SESSA, arquero de Gimnasia y Esgrima de La Plata, tras el trabajoso triunfo ante Lanús por 3 a 2 del pasado domingo)

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El rincón de las ánimas (Walter Iannelli - Argentina)


Eran puras suposiciones. Que al Negro lo hubiesen volteado en el medio del área, que existiese un área posible demarcada a punta de palo entre tanta tierra. Que los vecinos del otro lado del campito nos fuesen a dar la falta en pleno dominio. Sin embargo Rulo persistía con los brazos en alto, pidiendo justicia como el resto del equipo y El Gordo ya tenía la pelota entre las manos como para que no quedaran dudas de que el juego se paraba. Entonces se había armado el remolino. Sin referí posible cada uno de los contrarios elegía a uno de los nuestros para protestarle la jugada. Pero a mí me habían dejado solo. Sabían que yo no discutía. Sabían que pararse frente mí hubiese sido lo mismo que no hablar con nadie. Por eso como siempre, me mantuve a un costado.

-Chocamos- decía el presunto infractor a los gritos girando como un perro que se busca la cola.

-Minga -dijo Beto-, es penal y se patea.

El Negro todavía estaba en el suelo. Parecía que el golpe o la caída habían sido feos porque no se levantaba.

-Dale Negro -dijo El Tano.

El Negro se levantó rengueando, hizo una señal negativa con la cabeza y salió caminado para nuestro arco. Media docena de cabezas lo siguieron con movimientos sincronizados.

-¿Y quién patea? -dijo Chulo.

El Gordo le hizo dar dos saltitos a la pelota entre las manos y se encogió de hombros. Bajé la vista.

-Vos, Zurdo -dijo Bizarro.

Yo, que estaba haciendo un semicírculo en el polvo con la punta de la zapatilla, también negué con la cabeza sin levantar los ojos del piso.

-Dale -dijo El Gordo.

-Sí. ¿Si no quién va a patear? ¿Peduto? -dijo Beto, agarrándome del brazo-. La va a tirar por arriba del travesaño.

-No hay travesaño -protesté.

-Por eso -dijo El Tano.

Alguien me arrastró unos metros. Cuando levanté la vista me encontré enfrente de la pelota. La habían puesto ahí, perpendicular a la mitad del arco, y ahora me esperaba quieta. Hubiera parecido un mundo si no fuera por ese gajo descosido con forma de chichón que dejaba ver la cámara colorada escapándose entre los hilos. Levanté aún más la vista, con miedo.

En el medio del arco estaba El Rubio Silento. Más grande que todos nosotros, le teníamos respeto porque era el barrendero del barrio. Pero además porque se decía que si no fuera tan borracho hubiese sido arquero en serio. Para mí era lo mismo. Silento o el cura del barrio con sotana y todo, tenía que pegarle a esa cosa ovalada y meterla en el rectángulo justo en el momento en que me temblaban las piernas.

-Al rincón de las ánimas -dijo Beto, en mi oreja-. Ahí nadie llega.

Lo miré con rabia. Hacía menos de una semana que habíamos discutido del asunto. Beto sostenía que si la ponía al ras del piso, contra el palo, no podía llegar ningún arquero. Ni siquiera el mejor de todos.

-Chupame un guevo -dije y retrocedí tres pasos. Tenía que entrarle con todo el pie como si tuviese una cuchara en vez de un Sacachispas. Empalarla con un golpe seco, ni muy abajo, ni muy arriba para que la pelota no fuese a los tumbos o se quedase enganchada en los árboles. Al rincón de las ánimas, había dicho Beto y ahí esperaban todos que la pusiera. El lugar donde nunca se llega, decía Beto: ni Silento, ni Perico Pérez, ni los curas con Dios y todo. El lugar desde donde ninguna pelota vuelve, donde se queda para ser por siempre un pedazo de cuero en pena, un lugar donde ya no hay miedo a colgarla. Sólo nada, una nada flotando, tan parecida a una pelota desaparecida, a una pelota en el Triángulo de las Bermudas, a una pelota atajada por fantasmas que nunca habrían de devolverla, como hacían todas las vecinas viejas.

-Dale, Silento se coge a tu hermana -dijo El Tano.

Levanté la cabeza. Después de todo qué culpa tenía Silento.

Cerré los ojos y empecé a tomar carrera pensando en las canchas de fútbol de los domingos. El pastito verde y liso. El palo pintado de blanco y un triangulito de red donde un toque suave podía quedarse a dormir su dulce siesta toda la tarde. El rincón de las ánimas. Una especie de tierra de nadie, entre cielo e infierno, donde iban aquellos tiros que no tenían destino.

Le pegué con el tobillo. La pelota salió viboreando y vi como el rubio Silento se aferraba con las piernas al piso en dirección al palo como si estuviera escalando una montaña. Había que tirarse hacía arriba, manotear la nada, el rincón, a ver si se pescaba algo. Había que arrastrarse como un mendigo a ver si la incertidumbre tapaba los agujeros. El cuero pegó en el palo con un chicotazo, tan cerca del suelo que levantó polvo y se metió en el arco y saltó a la calle para irse por el hueco de un caño de desagüe abandonado. Y el rubio Silento se quedó manoteando el aire, la nada, con los ojos fijos en el hueco que parecía haberse tragado el ruido.

Después escuché los gritos. Los de siempre.

-El rincón de las ánimas -dijo Beto, palmeándome la espalda-. Te dije.

- -dije-. Andá a buscarla.

Nunca encontramos la pelota, y entonces, se terminó el partido.

Después crecí, me casé, tuve hijos, esas cosas. Silento no pudo dejar la bebida y no se convirtió en arquero en serio, y el tiempo se encargó de achicar la diferencia en años pero también de estirar la extrañeza del recuerdo.

Según dicen los nuevos viejos del barrio, esa tarde en que yo pateé el penal dos hombres de un club grande habían ido a mirarlo. Esperaban una señal, una gran atajada que los terminara de convencer para ficharlo. Pero a Silento, sin saberlo, la única oportunidad le quedó lejos, arrinconada al palo por un tiro defectuoso del que yo mismo, sin demasiada convicción, me había encargado. Ahora pienso que el rincón de las ánimas es más oscuro y misterioso de lo que creía de chico, y me pregunto si esa pelota que nunca más apareció realmente habrá existido.

(gracias a Walter Iannelli por su generosidad al permitirme publicar este cuento perteneciente al libro "Metano", editado por Paradiso en 2008, y de esa manera compartirlo con todos ustedes)

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Después de la final del Mundial de 1930, entre Uruguay y Argentina, con el triunfo de los Celestes por 4 a 2, las relaciones entre ambas asociaciones quedaron rotas...
El partido había sido muy duro, incluso con amenazas previas para alguno de nuestros jugadores...
Recién el 27 de Enero de 1935, ambos seleccionados se enfrentaron nuevamente de forma oficial (antes solo hubo un par de “amistosos”) durante el Sudamericano de Lima...
Lo curioso es que para esa ocasión especial, no utilizaron las casacas con los colores acostumbrados. Argentina llevó una totalmente blanca y Uruguay, otra roja... Ganó Uruguay por 3 a 0.
Argentina formó con Bello (Gualco); Wilson, Scarcella, De Jorge y Minella; De Mare (Sbarra); Lauri, Sastre, Masantonio, Diego García (Zito) y Arrieta...
Luego, a través de los años, poco a poco se fueron limando asperezas, y si bien la rivalidad siempre sigue latente, se calmaron los ánimos recordando aquel terrible encono de los comienzos del profesionalismo en ambas orillas del Río de La Plata...

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¿Sabés qué? Mi cielo tendría canchitas de fútbol. Sí. A mi no me va eso del Nirvana ni los jardines con minas tocando la flauta. A los dos días ya te querés cortar las pelotas. Con una canchita y un bar para ver a los amigos me arreglo.

(ROBERTO FONTANARROSA, 1944-2007, escritor y humorista argentino)

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