(KAKÁ, futbolista brasileño del Milan, opinando sobre la llegada de David Beckham al elenco rossonero, en reportaje concedido al canal de televisión deportivo Sport Mediaset)
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(KAKÁ, futbolista brasileño del Milan, opinando sobre la llegada de David Beckham al elenco rossonero, en reportaje concedido al canal de televisión deportivo Sport Mediaset)
(GENNARO GATTUSO, centrocampista de Italia, opinando antes de la final del Mundial 2006)
Una de mis mayores amarguras (Roberto Benedetto - Argentina)
Eran tiempos de dictadura y el país atravesaba una de las peores etapas de la represión. El gobierno militar acentuaba la presión y mentiras propagandísticas para ocultar lo que en el exterior era sabido y aquí se tapaba o ninguneaba. En ese contexto, llegaba el Mundial con la Argentina de Menotti a la cabeza. En la etapa de preparación, se habían prohibidos las ventas al exterior de los jugadores seleccionados y los medios periodísticos no podían opinar en contra so pena de sufrir serias consecuencias.
El entusiasmo inicial que tenía, comenzaba a desinflarse ya que como muchos argentinos en esa época, veía y me enteraba de situaciones terribles, difíciles de imaginar contra compatriotas, en muchos casos amigos, vecinos, compañeros de estudios y trabajo. Dolía la negativa de muchos en reconocer lo que se vivía y el “por algo será” empezó a ser el cobarde latiguillo que se fomentaba desde las altas esferas de la dictadura hasta el más humilde de los argentinos.
Así comenzó el evento y empecé a sufrir una lucha interna que me costó horrores poder manejarla. Hinchaba por el seleccionado nacional pero me dolía la anestesia que cubría a la mayoría de la gente. Ganaba la selección y me molestaba la alegría de todos los que salían a festejar con miles personas buscando a familiares desaparecidos. Por otro lado, sentía bronca por el técnico albiceleste de quien hubiera esperado alguna posición más jugada de acuerdo a lo que siempre pregonó. De los jugadores no se podía esperar nada, generalmente y en esas circunstancias mas todavía, no son afectos a inmiscuirse en temas sociales.
Pasó la primera fase y Argentina se clasificó para la segunda. El destino hizo que por salir segunda en su grupo fuera a Rosario, justo donde yo tenía las entradas compradas. Concurrí al primer partido versus Polonia con ese sentimiento dual que me atosigaba: que gane, que pierda, que gane, que pierda. Todo un suplicio! Estaba en el estadio con una posición muy egoísta: quería que todos tuvieran la misma bronca que yo tenía contra la Junta Militar. Y pensaba que cuando entraran los comandantes al palco, una tremenda silbatina los recibiría y entonces me sentiría reconfortado hasta unificar mis deseos en uno solo: que gane Argentina.
No fue así, no hubo rechifla o abucheo generalizado y hasta fui observado con severas miradas de mis ocasionales vecinos de platea, ante mis gruesos insultos a los generales. No obstante, esperaba ilusamente que durante el transcurso del partido la muchedumbre replicara con el grito popular de “se va acabar, se va acabar, la dictadura militar”. Nada de eso ocurrió, tuve la sensación de estar en la tribuna de nuestros rivales de Arroyito siendo hincha de Newell’s, era un extraño entre 40.000 personas que pensaban distinto.
A partir de ese momento ya no había dudas, quería que el seleccionado pierda, que el pueblo argentino no goce con un triunfo futbolístico. Me sentí muy mal de pensar así pero cuando lo razonaba, sentía una paz interior.
Entonces, no fui al partido con Brasil -regalé la entrada que cotizaba fortuna- y concurrí a última hora al juego con Perú creyendo que después del resultado de los brasileros, Argentina quedaba afuera. Quería ver a los comandantes irse con la cabeza gacha.
Triunfó el seleccionado local en un partido muy sospechado y solo quedaba la final. Me torturaba la idea de ver a la Junta Militar entregando la Copa y los jugadores argentinos recibiéndola como si nada. Me costaba alinear mi bronca y sentirme rarísimo al querer que gane Holanda. Siempre esperé ver una final con Argentina jugándola y resulta que no quería presenciarla y además que pierda, un horror!
En esa oportunidad vendí la entrada y llegado la hora del encuentro me interné en un hotel tratando de estar ausente del clima que se vivía. Ciento veinte minutos que fueron un siglo, los gritos igual se colaban en la habitación y mi corazón latía a mil. Esa sensación solo la viví después en el tiempo con los penales en la final de América de Newell’s con el San Pablo. Terminó el partido y la gente salió a festejar. Miles y miles de personas que iban al Monumento a la Bandera con sus banderas y bocinazos.
Salí del hotel y sentí como si me hubiera aplastado un elefante. Lloré de impotencia, recordé cuando pibe deseaba llegar a esta instancia y en ese momento odiaba como se dio. Así como nunca más pude ver imágenes de la final de Ñubel en Brasil, tampoco ví ni lo haré seguro, nada que tenga que ver con el Mundial 78. Por razones muy distintas pero con el mismo sentimiento: impotencia, tristeza, amargura, rabia.
Casi 3 años después, previo a la Semana Santa, mandé una carta -manuscrita entonces- a Osvaldo Ardizzone, prestigioso periodista de la revista “Goles”. Me encontraba sin trabajo ya que me había fracturado una pierna jugando al fútbol y mis tareas eran independientes. En la nota le contaba mis vivencias sobre el Mundial y Ardizzone tuvo la deferencia de dedicarme un cuento sobre las Pascuas tomando como base mi relato. En ese momento de malaria en mi vida, leerlo fue una bendición. El final de mi carta había sido “Chau, Felices Pascuas” cuando ese saludo tenia otras connotaciones!
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Promediando la charla, otra vez Pastor pidió la palabra, el técnico le aclaró que si iba a decir otra estupidez mejor se callara la boca, "de ninguna manera", contestó Pastor, ¿bueno, qué quiere? replicó el entrenador, "mire Maestro, me olvide de decirle que yo sin la 'papita' no juego", mientras se golpeaba las venas del brazo... esta vez el silencio suplió a las risas anteriores.
(SYLVAIN ZIMMERMANN, jefe de redacción del mensuario francés “Tetu” -orientada a la comunidad gay- dando las razones de porqué se eligió a Yoann Gourcuff, delantero del Burdeos, para la tapa de la edición de Febrero de 2008)
(PETER DAVIES, escritor inglés)
El porqué de una Santa Pasión… (Néstor Dipaola - Argentina)
Siento ruido de pelota... y no sé... y no sé lo que será... es el Club Santamarina... que ya viene, que ya viene de triunfar...
(De los días fundacionales de la institución aurinegra)
A diferencia del origen del mundo, o del cosmos, o de las cosas, en esto uno sabe que hubo una vez un nacimiento, un comienzo. Porque el Club y Biblioteca Ramón Santamarina nació en Tandil el 20 de Diciembre de 1913, es decir casi un siglo atrás. En cambio, no sabemos cuándo empezó el mundo. Ni cómo.
Pero esa es la única certeza. Es la única diferencia. Porque después, no sabemos más nada acerca de cómo empezó la pasión. En qué momento fue la primera vez. Qué circunstancias se dieron.
¿Será por el barrio?
Ni siquiera, porque si bien Santamarina surgió cerca de la estación, y tal vez ahí se originó el clásico duelo futbolero con Ferrocarril Sud, luego la mayor parte de su historia la vivió en el centro. Primero en 9 de Julio entre Pinto y San Martín y desde la década de 1940 en Yrigoyen al 600. Después vinieron los hechos trágicos ya conocidos, pero esa es otra historia. Ahora seguimos mirando hacia delante, con el país entero como testigo a través de la participación exitosa en el Campeonato Argentino A.
¿Será entonces por los colores que elegimos ser aurinegros para siempre? No, mucho menos. Amarillo y negro. ¿Qué tiene de bonito? En Uruguay a los de Peñarol les llaman “carboneros”. Por haber nacido también cerca de la estación ferroviaria pero un poco por el negro de la camiseta. Y menos mal que el amarillo es más vivo, más fuerte.
Carboneros, sí, pero a mucha honra.
Santa pasión, decimos por estos pagos.
Mientras cierro estas líneas, sigo pensando en el misterio del nacimiento de esa pasión aurinegra. Y confieso que no me importa no saberlo. Es más, prefiero vivir hasta el final de mis días ignorando cómo fue la cosa.
Para qué, si finalmente lo que importa es… ¡ser aurinegro!
¡Salud!
(Mi agradecimiento a Néstor por permitirme compartir este texto sobre un grande del fútbol de Tandil y de toda la Provincia de Buenos Aires)
En la misma nota, cuenta la pelea donde más lo habían golpeado: “¡Vaya si lo recuerdo!, pero no fue sobre un ring sino en una cancha de fútbol: Le cuento, yo era de La Plata y soy ‘pincha’ de toda la vida. Se venía la final de la Copa Libertadores contra Peñarol, en 1970, y el clima estaba muy pesado.
Para colmo, el segundo partido, el decisivo, debía jugarse en Montevideo. Cuando llegó el momento, los dirigentes del club pensaron que sería conveniente garantizar, con mi presencia en el micro y en el vestuario, la seguridad de los jugadores. Yo acepté encantado, porque iba a vivir el partido de adentro, como lo soñaba de chico. Pero alguien le avisó a los uruguayos. Cuando bajé del micro había seis negritos esperándome. Los seis eran boxeadores. Cuando los reconocí, apenas pude atajar la primera piña. ¡Nunca me pegaron tanto en toda mi vida!”.
(UBALDO MATILDO FILLOL, ex arquero de Racing, River y Vélez, entre otros clubes, manifestando horas atrás su malestar al no renovarle la AFA su contrato como entrenador de arqueros de la Selección Argentina)
(FERNANDO NIEMBRO, periodista deportivo argentino)
Profesor de la alegría (Los 8 de Momo - Uruguay)
-Me parece perfecto que los jugadores busquen la precisión en la velocidad: lo más complicado del fútbol. Pero de ahí a convertirla en una necesidad, me parece que es culpa de los técnicos y de los futbolistas que no se les plantan y les dicen: Así no podemos jugar, siempre vamos a tirar pelotazos. No hablo del fútbol de 80 toques a los costados, que sería aburrido, pero hay que tomar la pelota como foco de distracción, toda la vida fue eso. ¿Dónde empieza el fútbol? En los barrios. ¿Adónde íbamos todos? Atrás de la pelota. ¿Qué hacen el Arsenal o el Manchester o los equipos holandeses? ¿Tocan para volver loco a Víctor Hugo Morales? No, tocan porque distrae. El problema es que los técnicos han tomado notoriedad, al punto de que durante un partido los enfocan 40 veces, algo que me parece una perversión. Y la velocidad es una de las mayores perversiones que tiene el fútbol hipotéticamente más moderno, porque es más rápido y por eso tan impreciso. Entonces, se ve un fútbol horrible y cuando vemos tres o cuatro pavaditas nos admiramos: ¡Qué bien juega Tevez!. ¿Y qué hace Tevez? La mata, pone el cuerpo, amaga que va a salir para un lado, engaña y sale para el otro. ¿Qué hace Tevez cuando queda frente al arquero? Tiene un segundo más, no se la lleva por delante y la pone contra un palo. ¿Qué hacía Riquelme? Lo que pasa es que hoy conviene esto en esta locura, en esta enfermedad, en este gran negocio, del que también participan los entrenadores, que se han entregado a todo, porque ahora laburan si los ponen ellos...
-¿Ellos quiénes son?
-Los que manejan el fútbol junto con la AFA. ¡Yo soy hincha de Independiente, viejo! Y, al menos por este año, no voy a ver más a mi equipo los domingos, salvo cuando juegue contra River, Boca o el clásico con Racing. No es que soy un nostálgico terrible, pero me molesta que el negocio me maneje la vida. Es como en los casamientos que no te largan la comida hasta que llegue la novia. ¡No!, dame de comer ahora, y después vomitemos todos en los rincones, pero a mí no me manejés la fiesta.
(NORBERTO “Ruso” VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, en declaraciones al diario "Página 12" del domingo 31 de Agosto de 2003)
(ALFREDO DI STÉFANO, emblema viviente del Real Madrid, opinando ayer en Diario "As" de Madrid acerca del lateral holandés)
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(EDUARDO, atacante brasileño del Arsenal, opinando acerca de Martín Taylor, el defensor de Birmingham que hace un año le causó la doble fractura de tibia y peroné. Eduardo, pese a todo, dijo que el pasado domingo -15/02/09- había sido el día más feliz de su vida al anotar dos goles en el triunfo de Arsenal 4-0 ante Cardiff, en su vuelta al fútbol)
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¡Oh, Hungría! (Francisco J. Uriz - España)
la del 3-6 en Wembley y el 7-1 en Budapest.
Fueron unos escasos minutos en el No-Do
y la palabra sobre papel de las reseñas periodísticas
lo que nos hizo fabular mitos
-Bocsis, Hidegkuti, Puskas, Kocsis...
en aquel majestuoso equipo.
Aprendimos de su desgracia que
nunca se debe jugar con diez y una estrella lesionada
y que a una final no se va simplemente a recoger el trofeo
-hay que bajarse del autobús para ganarla-.
Que frente hay otro equipo,
cuidadito si es alemán o uruguayo.
Luego los desperdigaron
acontecimientos extrafutbolíslicos
-una rebelión nacional-,
algunos llegaron a Madrid y Barcelona.
Y nunca más Hungría.
Recordaba Zapata que cuando era muy joven iba a la cancha de Huracán, pero mucho antes del partido se dirigía a un bar de Alcorta y Luna para ver de cerca a su ídolo, Masantonio, habitué del lugar.
Y fue en una previa a enfrentar a Newell's, cuando en dicho bar, un ignoto hincha quemero le insistía a Masantonio para que aceptara la invitación de tomarse un anís.
Pese a las insistentes negativas del goleador (el máximo de la historia de Huracán con 254 tantos), y para no resultar antipático, finalmente aceptó la invitación, pero apenas dio un sorbito a la copa con anís.
Horas más tarde, ya en la cancha, Masantonio tuvo una opaca actuación. Y había un hincha en especial que lo insultaba a los gritos.
Grande fue la sorpresa del adolescente Zapata cuando advirtió que ahí en la tribuna, ese hincha que agredía al goleador y que le decía a otros simpatizantes, "¡Masantonio juega así de mal porque es un borracho! Antes del partido estuvo dándole al anís como loco...
¡Borracho hijo de p...", vociferaba el mismo hincha que lo había invitado, con exagerada insistencia, en el bar de la esquina del estadio horas antes.
(CARLOS ALBERTO LACOSTE, 1929-2004, militar argentino, titular del Ente Autárquico Mundial '78, Comisión que organizó el XI Campeonato Mundial de Fútbol en Argentina)
(Edson Arantes Do Nascimento "PELÉ", célebre futbolista brasileño)
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Los intrusos (Eduardo Galeano - Uruguay)
Cuando alguna adivina se ofrece a leer el destino, más vale pedirle que elija otra víctima: déjeme creer, señora, que el futuro es una sorpresa y no un aburrimiento.
Afortunadamente, el mundo no deja de ofrecer asombros. Hasta el fútbol profesional, una industria programada para las monotonías del poder, contiene imprevistos conejos en la galera.
-Más de una cuarta parte de la humanidad asistió, por televisión, a la primera sorpresa del Mundial 2002. Ocurrió en la noche de la inauguración, en el estadio de Seúl. Contra todos los pronósticos, Francia, el país campeón del Mundial anterior, fue vencido por Senegal, que había sido una de sus colonias africanas y que por primera vez participaba de una copa del mundo. Francia quedó por el camino en la primera rueda, sin meter ni un solo gol. Argentina, el otro país favorito en las apuestas, también cayó en las primeras de cambio. Y después se marcharon Italia y España, asaltadas a mano armada por los árbitros. Pero todas estas escuadras poderosas fueron sobre todo víctimas de la obligación de ganar y del terror de perder, que son hermanos gemelos. Las grandes estrellas del fútbol actual habían llegado a la copa abrumadas por el peso de la fama y de la responsabilidad, y extenuadas por el feroz ritmo de exigencia de los clubes donde actúan.
Sin historia mundialera, sin estrellas, sin la obligación de ganar ni el terror de perder, la selección de Senegal jugó en estado de gracia, y fue la revelación. Llegó invicta a los cuartos de final, no pudo pasar más allá, pero su bailito incesante nos devolvió una sencilla verdad que suelen olvidar los científicos de la pelota: el fútbol es un juego, y quien juega, cuando juega de verdad, siente alegría y da alegría. Fue obra de Senegal el gol que más me gustó en todo el torneo, pase de taquito de Thiaw, certero disparo de Camara; y uno de sus jugadores, Diouf, hizo la mayor cantidad de gambetas, a un promedio de ocho por partido, en un campeonato donde ese placer de los ojos parecía prohibido. La otra sorpresa fue Turquía. Nadie creía. Llevaba medio siglo de ausencia en los mundiales. En su partido inicial, contra Brasil, la selección turca fue alevosamente estafada por el árbitro; pero siguió viaje, y acabó conquistando el tercer puesto. Su fútbol, mucho brío, buena calidad, dejó mudos a los expertos que lo habían despreciado.
Casi todo lo demás fue un largo bostezo. A los uruguayos nos despertó el segundo tiempo contra Senegal: en agonía, como de costumbre, la celeste desplegó bravura. Para mucho no dio, pero algo fue algo. Y después los futboleros tuvimos la suerte de que Brasil se acordara de que era Brasil. Cuando se desataron y jugaron a la brasileña, sus jugadores se salieron de la jaula de mediocridad donde el director técnico, Scolari, los tenía encerrados. Y entonces, por fin, después de tanto fiasco, Brasil pudo ser una fiesta.
- Se juega con nada. O casi nada: una sola pelota alcanza, o cualquier cosa que ruede, de trapo, goma, cuero o plástico. El fútbol es el deporte más barato del mundo. Pero la pelota tiene mágicos poderes y puede hacer brotar mucho dinero del pasto. La pelota que Adidas estrenó en el Mundial es de alta tecnología: una cámara de látex, rodeada por una malla de tela cubierta por espuma de gas, que tiene por piel una blanca capa de polímero decorada con el símbolo del fuego. Ella mueve fortunas.
- El negocio del fútbol, como todos los negocios, está organizado para recompensar a los más fuertes. A veces, sin embargo, los países imprevistos y los clubes chicos, sin ningún valor de mercado, rompen las rutinas del poder. Hace un par de años, el club Calais, un equipo de aficionados de poca experiencia y poca hinchada, fue casi campeón de Francia. Perdió la final por un pelito, por culpa de un penal dudoso. Era de no creer: los jugadores del Calais, empleados, obreros, jardineros, maestros, habían dejado por el camino a los equipos franceses de alto nivel profesional.
Cerquita nomás, en Italia, un enanito está faltando el respeto a los clubes más ricos del mundo. Nunca en la historia italiana había ocurrido: un cuadro de pueblo chico ha entrado en la serie A. Este año disputó los primeros lugares, entró quinto, a un punto del Milan, y se clasificó para la copa europea. El convidado de piedra se llama Chievo. Proviene de una parroquia de tres mil quinientos habitantes, campesinos que producen kiwis, duraznos, salames y buenos vinos. En el café del pueblo, donde reina María la Pantalona, los hinchas celebran, lloran, discuten y deciden: el Chievo es de todos. El equipo entero, titulares y suplentes y todo lo demás, cuesta cincuenta veces menos que el dinero que recibió el club Juventus por la venta de un solo jugador, Zinedine Zidane, al Real Madrid.
A las grandes empresas del fútbol italiano no les gusta ni un poquito el fulgurante ascenso de estos nadies que juegan un fútbol suelto, audaz, atrevido. También sus vecinos, de la ciudad de Verona, los miran de reojo. Los fanáticos de la barra brava del club Verona, que hacen el saludo fascista, tienen la costumbre de insultar a sus rivales africanos, y entre los jugadores del Chievo brillan los inmigrantes negros.
Al otro lado del mar, en el Brasil, la novedad se llama San Caetano. Este club nació en un suburbio obrero de la ciudad de San Pablo, en el anillo industrial que incubó el nuevo sindicalismo y el partido de Lula.
El San Caetano, que tiene por símbolo un pájaro silvestre de color azul, practica un fútbol ofensivo y fulminante, fiel a la profesión de fe formulada por el presidente del club: "Hoy en día predomina el fútbol europeo, que es pura marcación. Pero el fútbol brasileño no debería mudar su estilo, su sello: jugar para adelante". Mal no le ha ido, que digamos. En sus escasos trece años de vida, el San Caetano se ha abierto paso hasta la primera división y los primeros lugares de la tabla, y este año está disputando, por segunda vez, la Copa Libertadores, contra los mejores equipos de América Latina.
Y eso a pesar del problema de siempre, el drama de los clubes chicos y de los países pobres: el San Caetano crea jugadores y los pierde. Los mejores se van, comprados por los clubes grandes del Brasil (Corinthians, Palmeiras) o se marchan a Europa, al Stuttgart, al Lazio
-El poder dice: Se acabó la historia. Y dice: El destino soy yo. Pero en el fútbol, como en todo lo demás, hay intrusos. No están previstos en el guión; y, sin embargo, se meten donde no los llaman, sin permiso, de contrabando, y actúan. Ellos son consuelo y profecía. Se agradece.
(texto tomado del semanario uruguayo “Brecha”, Montevideo, viernes 12 de Julio de 2002)
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Varios dirigentes criticaban la gestión del polémico Alfredo González y querían expulsarlo del club, hasta pedían una asamblea de socios para solicitar su vacancia por incapacidad moral y profesional. Un día, por tantos dimes y diretes entre dirigentes cremas, un editor de un diario deportivo en Lima estaba haciendo un informe al respecto y, para graficarlo, le pidió a uno de los que laboraba en el archivo de la publicación que le facilite una foto de Guinea.
El encargado fue a buscarla, pero demoraba más de la cuenta en volver con el pedido, por eso el periodista fue a buscarlo y se vio sorprendido cuando el archivador andaba perdido y confundido entre enciclopedias y libros, en los que trataba de encontrar una imagen de Guinea (en la foto), el pequeño país de África, cuando en realidad debía buscar la de Eduardo Guinea, un veterano dirigente de la 'U', opositor total de las decisiones de Alfredo González, hoy inhabilitado de por vida por la FIFA para seguir metido en la administración deportiva, al menos activamente.
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Lo que pasa es que la gente no quiere saber. Y hay que dar la mano. Un paso para acercarse es mucho más que hablar.
(THIERRY HENRY, futbolista francés, en revista argentina "Viva", del domingo 27/07/08)
(GASTÓN SESSA, arquero de Gimnasia y Esgrima de La Plata, tras el trabajoso triunfo ante Lanús por 3 a 2 del pasado domingo)
El rincón de las ánimas (Walter Iannelli - Argentina)
Eran puras suposiciones. Que al Negro lo hubiesen volteado en el medio del área, que existiese un área posible demarcada a punta de palo entre tanta tierra. Que los vecinos del otro lado del campito nos fuesen a dar la falta en pleno dominio. Sin embargo Rulo persistía con los brazos en alto, pidiendo justicia como el resto del equipo y El Gordo ya tenía la pelota entre las manos como para que no quedaran dudas de que el juego se paraba. Entonces se había armado el remolino. Sin referí posible cada uno de los contrarios elegía a uno de los nuestros para protestarle la jugada. Pero a mí me habían dejado solo. Sabían que yo no discutía. Sabían que pararse frente mí hubiese sido lo mismo que no hablar con nadie. Por eso como siempre, me mantuve a un costado.
-Chocamos- decía el presunto infractor a los gritos girando como un perro que se busca la cola.
-Minga -dijo Beto-, es penal y se patea.
El Negro todavía estaba en el suelo. Parecía que el golpe o la caída habían sido feos porque no se levantaba.
-Dale Negro -dijo El Tano.
El Negro se levantó rengueando, hizo una señal negativa con la cabeza y salió caminado para nuestro arco. Media docena de cabezas lo siguieron con movimientos sincronizados.
-¿Y quién patea? -dijo Chulo.
El Gordo le hizo dar dos saltitos a la pelota entre las manos y se encogió de hombros. Bajé la vista.
-Vos, Zurdo -dijo Bizarro.
Yo, que estaba haciendo un semicírculo en el polvo con la punta de la zapatilla, también negué con la cabeza sin levantar los ojos del piso.
-Dale -dijo El Gordo.
-Sí. ¿Si no quién va a patear? ¿Peduto? -dijo Beto, agarrándome del brazo-. La va a tirar por arriba del travesaño.
-No hay travesaño -protesté.
-Por eso -dijo El Tano.
Alguien me arrastró unos metros. Cuando levanté la vista me encontré enfrente de la pelota. La habían puesto ahí, perpendicular a la mitad del arco, y ahora me esperaba quieta. Hubiera parecido un mundo si no fuera por ese gajo descosido con forma de chichón que dejaba ver la cámara colorada escapándose entre los hilos. Levanté aún más la vista, con miedo.
En el medio del arco estaba El Rubio Silento. Más grande que todos nosotros, le teníamos respeto porque era el barrendero del barrio. Pero además porque se decía que si no fuera tan borracho hubiese sido arquero en serio. Para mí era lo mismo. Silento o el cura del barrio con sotana y todo, tenía que pegarle a esa cosa ovalada y meterla en el rectángulo justo en el momento en que me temblaban las piernas.
-Al rincón de las ánimas -dijo Beto, en mi oreja-. Ahí nadie llega.
Lo miré con rabia. Hacía menos de una semana que habíamos discutido del asunto. Beto sostenía que si la ponía al ras del piso, contra el palo, no podía llegar ningún arquero. Ni siquiera el mejor de todos.
-Chupame un guevo -dije y retrocedí tres pasos. Tenía que entrarle con todo el pie como si tuviese una cuchara en vez de un Sacachispas. Empalarla con un golpe seco, ni muy abajo, ni muy arriba para que la pelota no fuese a los tumbos o se quedase enganchada en los árboles. Al rincón de las ánimas, había dicho Beto y ahí esperaban todos que la pusiera. El lugar donde nunca se llega, decía Beto: ni Silento, ni Perico Pérez, ni los curas con Dios y todo. El lugar desde donde ninguna pelota vuelve, donde se queda para ser por siempre un pedazo de cuero en pena, un lugar donde ya no hay miedo a colgarla. Sólo nada, una nada flotando, tan parecida a una pelota desaparecida, a una pelota en el Triángulo de las Bermudas, a una pelota atajada por fantasmas que nunca habrían de devolverla, como hacían todas las vecinas viejas.
-Dale, Silento se coge a tu hermana -dijo El Tano.
Levanté la cabeza. Después de todo qué culpa tenía Silento.
Cerré los ojos y empecé a tomar carrera pensando en las canchas de fútbol de los domingos. El pastito verde y liso. El palo pintado de blanco y un triangulito de red donde un toque suave podía quedarse a dormir su dulce siesta toda la tarde. El rincón de las ánimas. Una especie de tierra de nadie, entre cielo e infierno, donde iban aquellos tiros que no tenían destino.
Le pegué con el tobillo. La pelota salió viboreando y vi como el rubio Silento se aferraba con las piernas al piso en dirección al palo como si estuviera escalando una montaña. Había que tirarse hacía arriba, manotear la nada, el rincón, a ver si se pescaba algo. Había que arrastrarse como un mendigo a ver si la incertidumbre tapaba los agujeros. El cuero pegó en el palo con un chicotazo, tan cerca del suelo que levantó polvo y se metió en el arco y saltó a la calle para irse por el hueco de un caño de desagüe abandonado. Y el rubio Silento se quedó manoteando el aire, la nada, con los ojos fijos en el hueco que parecía haberse tragado el ruido.
Después escuché los gritos. Los de siempre.
-El rincón de las ánimas -dijo Beto, palmeándome la espalda-. Te dije.
-Sí -dije-. Andá a buscarla.
Nunca encontramos la pelota, y entonces, se terminó el partido.
Después crecí, me casé, tuve hijos, esas cosas. Silento no pudo dejar la bebida y no se convirtió en arquero en serio, y el tiempo se encargó de achicar la diferencia en años pero también de estirar la extrañeza del recuerdo.
Según dicen los nuevos viejos del barrio, esa tarde en que yo pateé el penal dos hombres de un club grande habían ido a mirarlo. Esperaban una señal, una gran atajada que los terminara de convencer para ficharlo. Pero a Silento, sin saberlo, la única oportunidad le quedó lejos, arrinconada al palo por un tiro defectuoso del que yo mismo, sin demasiada convicción, me había encargado. Ahora pienso que el rincón de las ánimas es más oscuro y misterioso de lo que creía de chico, y me pregunto si esa pelota que nunca más apareció realmente habrá existido.
(gracias a Walter Iannelli por su generosidad al permitirme publicar este cuento perteneciente al libro "Metano", editado por Paradiso en 2008, y de esa manera compartirlo con todos ustedes)
El partido había sido muy duro, incluso con amenazas previas para alguno de nuestros jugadores...
Recién el 27 de Enero de 1935, ambos seleccionados se enfrentaron nuevamente de forma oficial (antes solo hubo un par de “amistosos”) durante el Sudamericano de Lima...
Lo curioso es que para esa ocasión especial, no utilizaron las casacas con los colores acostumbrados. Argentina llevó una totalmente blanca y Uruguay, otra roja... Ganó Uruguay por 3 a 0.
Argentina formó con Bello (Gualco); Wilson, Scarcella, De Jorge y Minella; De Mare (Sbarra); Lauri, Sastre, Masantonio, Diego García (Zito) y Arrieta...
Luego, a través de los años, poco a poco se fueron limando asperezas, y si bien la rivalidad siempre sigue latente, se calmaron los ánimos recordando aquel terrible encono de los comienzos del profesionalismo en ambas orillas del Río de La Plata...
(ROBERTO FONTANARROSA, 1944-2007, escritor y humorista argentino)
Fóbal del bueno (Jorge Bruno - Argentina)
Era mi abuela preferida, la que me sobreprotegía y se rendía ante cualquiera de mis pedidos. La que me preparaba unos inmensos mates cocidos puntualmente a las cinco de la tarde, con manteca de campo y galletas marinera.
La casa de abuelita fue también parte de mi vida. Un largo corredor central, tres habitaciones sobre los costados, la cocina al fondo y un patio enorme con un tremendo nogal al medio. Había una higuera cerca del lavadero y una parra con uvas chinche con la cual, todos los años, mi tío Enrique hacía unos increíbles vinos pateros tan espantosos que sólo podía probarlos él. Esto, provocaba la furia de toda la familia, tíos, sobrinos, cuñados, nueras y yernos que se turnaban semanalmente para extirparle, mediante cargadísimos cafés de filtro, las mamúas que se agarraba a raíz de insoportables sobredosis de aquel brebaje.
Sin embargo, lo que hacía de la casa de abuelita una casa sin igual, era el potrero que, con sus treinta metros de largo, se asomaba por sobre la ligustrina y dejaba ver una bellísima canchita de fóbal que, con no poco esfuerzo, preparamos con la ayuda de toda la barriada. Tenía piso de tierra, el área grande marcada con cal y la línea de fondo daba justo sobre el alambrado que servía de marca limítrofe entre el terreno y el conventillo de la familia Scaramuzza, que había llegado de Italia en el año 32 y hablaba un inentendible dialecto gringo-jerigonso, que obligaba a la contratación de un traductor toda vez que intentaba comunicarse con el mundo.
La canchita era una especie de albergue social, porque servía tanto para el fóbal como para las carreras de embolsados y, de vez en cuando, alguna kermese barrial o, por ejemplo, en Febrero, cuando se convertía en el lugar apto para la fabricación del Momo que desfilaba en los corsos vecinales. Lo que nunca pudimos terminar fueron los arcos. El que daba a espaldas de la calle Virrey Cisneros estaba completo, con los tres palos pintados de blanco, donación del Mono Salustri.
La cosa es que con los tirantes, nos alcanzó solamente para un arco y medio. El que daba sobre el alambrado del conventillo no tenía travesaño, así que en los partidos difíciles, las pelotas de alto siempre originaban conflictos.
(tomado del libro "Adoquín y potrero. Humor de barrio", del escritor tandilense Jorge Bruno)
Se enfrentaban Newcastle United y Aston Villa en casa de los primeros.
El colombiano Juan Pablo Ángel adelantó a los visitantes a los cinco minutos. Así concluyó la primera mitad.
Newcastle no le encontraba la vuelta al partido y en el minuto 73', Gareth Barry, de penal, comenzó a sentenciar la contienda. 0-2, para colmo, el mismo Barry, siete minutos después liquidó el pleito gracias a otro penal.
Cuando ya estaba todo el pescado vendido y las “urracas” atacaban en un intento desesperado por descontar y maquillar el resultado, Kieron Dyer y Lee Bowyer no tuvieron mejor idea que tomarse a golpes de puño en la mitad del campo...
El árbitro Barry Knight, que no había expulsado a nadie en lo que iba de la temporada, en este partido ya había echado al defensor de Newcastle Stephen Taylor por una mano intencionada que dio lugar al tercer gol del Villa.
Ante la gravedad de la situación, no tuvo más remedio que mandar a ambos a las duchas.
Tras este lamentable hecho, el Newcastle convocó a una conferencia de prensa una hora después del partido, en la cual Bowyer y Dyer, flanqueando al técnico Graeme Souness, se disculparon, pero quedará en la historia del Newcastle, y del fútbol inglés, este vergonzoso hecho.