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¿Sabés qué? Mi cielo tendría canchitas de fútbol. Sí. A mi no me va eso del Nirvana ni los jardines con minas tocando la flauta. A los dos días ya te querés cortar las pelotas. Con una canchita y un bar para ver a los amigos me arreglo.

(ROBERTO FONTANARROSA, 1944-2007, escritor y humorista argentino)

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El balón es mi enemigo. Sólo le temo a él.

(WALTER ZENGA, ex arquero y entrenador italiano)

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Fóbal del bueno (Jorge Bruno - Argentina)


Mi abuela había nacido en León, al norte de España y se llamaba Rufina. Recuerdo de ella su figura pequeña, su profunda mirada celeste azulada y una sonrisa permanente que no la perdía ni siquiera ante las más tremendas adversidades. El batón negro con pintitas grises y el delantal a la cintura eran su marca registrada.

Era mi abuela preferida, la que me sobreprotegía y se rendía ante cualquiera de mis pedidos. La que me preparaba unos inmensos mates cocidos puntualmente a las cinco de la tarde, con manteca de campo y galletas marinera.

La casa de abuelita fue también parte de mi vida. Un largo corredor central, tres habitaciones sobre los costados, la cocina al fondo y un patio enorme con un tremendo nogal al medio. Había una higuera cerca del lavadero y una parra con uvas chinche con la cual, todos los años, mi tío Enrique hacía unos increíbles vinos pateros tan espantosos que sólo podía probarlos él. Esto, provocaba la furia de toda la familia, tíos, sobrinos, cuñados, nueras y yernos que se turnaban semanalmente para extirparle, mediante cargadísimos cafés de filtro, las mamúas que se agarraba a raíz de insoportables sobredosis de aquel brebaje.

Sin embargo, lo que hacía de la casa de abuelita una casa sin igual, era el potrero que, con sus treinta metros de largo, se asomaba por sobre la ligustrina y dejaba ver una bellísima canchita de fóbal que, con no poco esfuerzo, preparamos con la ayuda de toda la barriada. Tenía piso de tierra, el área grande marcada con cal y la línea de fondo daba justo sobre el alambrado que servía de marca limítrofe entre el terreno y el conventillo de la familia Scaramuzza, que había llegado de Italia en el año 32 y hablaba un inentendible dialecto gringo-jerigonso, que obligaba a la contratación de un traductor toda vez que intentaba comunicarse con el mundo.

La canchita era una especie de albergue social, porque servía tanto para el fóbal como para las carreras de embolsados y, de vez en cuando, alguna kermese barrial o, por ejemplo, en Febrero, cuando se convertía en el lugar apto para la fabricación del Momo que desfilaba en los corsos vecinales. Lo que nunca pudimos terminar fueron los arcos. El que daba a espaldas de la calle Virrey Cisneros estaba completo, con los tres palos pintados de blanco, donación del Mono Salustri.

La cosa es que con los tirantes, nos alcanzó solamente para un arco y medio. El que daba sobre el alambrado del conventillo no tenía travesaño, así que en los partidos difíciles, las pelotas de alto siempre originaban conflictos.

(tomado del libro "Adoquín y potrero. Humor de barrio", del escritor tandilense Jorge Bruno)

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Sucedió en Abril de 2005.
Se enfrentaban Newcastle United y Aston Villa en casa de los primeros.
El colombiano Juan Pablo Ángel adelantó a los visitantes a los cinco minutos. Así concluyó la primera mitad.
Newcastle no le encontraba la vuelta al partido y en el minuto 73', Gareth Barry, de penal, comenzó a sentenciar la contienda. 0-2, para colmo, el mismo Barry, siete minutos después liquidó el pleito gracias a otro penal.
Cuando ya estaba todo el pescado vendido y las “urracas” atacaban en un intento desesperado por descontar y maquillar el resultado, Kieron Dyer y Lee Bowyer no tuvieron mejor idea que tomarse a golpes de puño en la mitad del campo...
El árbitro Barry Knight, que no había expulsado a nadie en lo que iba de la temporada, en este partido ya había echado al defensor de Newcastle Stephen Taylor por una mano intencionada que dio lugar al tercer gol del Villa.
Ante la gravedad de la situación, no tuvo más remedio que mandar a ambos a las duchas.
Tras este lamentable hecho, el Newcastle convocó a una conferencia de prensa una hora después del partido, en la cual Bowyer y Dyer, flanqueando al técnico Graeme Souness, se disculparon, pero quedará en la historia del Newcastle, y del fútbol inglés, este vergonzoso hecho.

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Hoy si no corren todos, por más que sean grandes futbolistas, no pueden jugar.

(ÁNGEL TULIO ZOFF, entrenador argentino)

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Vi el partido de España ante Ucrania. Y lo volví a ver. Y lo ví otra vez... No he parado de verlo. Todos mis jugadores han visto el partido. Y estamos avisados.

(ROGER LEMERRE, seleccionador de Túnez, equipo que perdió con España 3-1 en el Mundial 2006... a pesar de estar avisados)

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No me arrepiento de este amor

* Dedicada al club Montevideo Wanderers

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Ronaldo


De todas las religiones diseñadas en el siglo XX, la más poderosa es el deporte, y muy especialmente el fútbol en Europa, América Latina, parte de África y Asia. La definitiva implantación del fútbol como religión no revelada se produjo en los últimos 50 años, y a pesar de que no tuvo profetas, ni dioses sobrenaturales que lo avalaran, dogmas y rituales dieron a este deporte la gravedad de toda comunión de los santos y dos superestructuras de poder, una iglesia (la FIFA) y un Dios.
El primer Dios futbolístico contemporáneo fue Alfredo Di Stéfano; a continuación Pelé, luego Cruyff, después Maradona y mediados los años noventa del siglo XX, recién derribado el muro de Berlín, se produjo una crisis teológica grave porque existía la religión, el ritual más mediatizado que nunca, presidentes de club a lo Berlusconi que aspiraban a ser Fu Manchú o Bin Laden, pero no había manera de encontrar un Dios irrebatible.
Fue entonces cuando la FIFA tomó la iniciativa de prefabricar un joven Dios aupado a los cielos en pocos meses, los que median entre su hibernación en un club holandés y su explosión en el FC Barcelona. A pesar de su juventud, Ronaldo demostraba que necesitaba estímulos económicos y deportivos por encima de lo común, y cuando consiguió el título de mejor jugador de la FIFA, el nuevo Dios de una religión de diseño y marketing fue coronado.
Cargo indiscutido hasta que empezaron a rompérsele las rodillas, prueba evidente de que los dioses artificiales no tienen el envidiable esqueleto de los dioses originales, y en el caso de Ronaldo su corpachón de sprinter no se correspondía con sus rodillas de primera bailarina del Bolshói. Es un decir.
Remendado y campeón del mundo, Ronaldo quiere ir al Real Madrid, lo cual suscita una compleja situación en la que Valdano no le quita ojo de las rodillas y Florentino Pérez lo considera una inversión sacramental, con o sin rodillas, ¿no hizo Di Stéfano propaganda de las medias Berkshire gracias al injerto de las excelentes piernas de una modelo?
Para Pérez, Ronaldo es Dios, marketing celestial puro, y cuando los técnicos le piden un defensa central, le hablan en prosa y alejan al Madrid de la teología, único ámbito situado más allá de la intercontinentalidad.

(artículo de Manuel Vázquez Montalbán, publicado en el diario español "El País" del 19/08/02)

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Te lo doy a ti.

(ENZO BEARZOT, entrenador de Italia en el Mundial 1982, dirigiéndose a Claudio Gentile en la previa al partido contra Argentina, quien luego realizaría un despiadado marcaje sobre Diego Maradona)

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Es difícil hablar si la gente vale 50, 100, 200 millones o lo que sea. Es mucho dinero, no tengo noción de que es eso. Solo sé que todo es fruto de mi trabajo.

(ADRIANO, futbolista brasileño)

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Hitler recibe noticias del América y de Ramón Díaz

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Porteño y de Estudiantes (Humberto Costantini - Argentina)


Uno vivió humillado y ofendido,
se sintió negro, paria,
risible minoría
adventista, croata
o bicho raro.

Uno aguantó silencios,
miradas bocayunior,
sonrisas riverplei y
condolencias.

Uno sufrió, mintió,
dijo no es nada,
se congeló el amor en un descenso,
honestamente quiso sacudir su carga.

Uno debió explicar con voz de tío
que había una vez un Lauri,
y había un Guaita,
y había una delantera,
y había un sueño dragón y una princesa,
y había un rey Estudiantes de La Plata.

Uno dejó colgada durante veinte años
la foto de Zozaya,
porque sí, porque bueno, por costumbre,
porque le daba no se qué sacarla.

Y un día la sacó
como se sacan
los relojes viejos,
el diploma de sexto
o las nostalgias
(estaba desteñida y amarilla,
y en la pared quedó como una marca
o un fantasma).

Uno se fue,
se rechifló del fútbol,
por despecho
se volvió criticón y sociológico;
se dedicó al latín, al mus, a la política,
al ajedrez, al sánscrito, a la siesta,
a la literatura, o a Beethoven,
o simplemente a nada.

Y se indignó
y habló del opio de los pueblos,
y la revolución
que se vacía en el vicio de las canchas.

Y aguantó como un hombre,
y vio a su hijo
colgar la foto de Rattin
(justo en aquella marca)
y lo vio bostezar
de tanto cuento viejo y tanto Lauri,
tanta caperucita y príncipe encantado
y tanto rey Estudiantes de La Plata.

Uno vivió humillado y ofendido
se sintió negro, paria
risible minoría
adventista o croata.

Entonces
¿se dan cuenta
por qué ando así
bastante bien últimamente
con sonrisa de obispo
y con dos alas?

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En 1949, Peñarol de Montevideo tenía un equipazo. Integraban su plantel gran parte de los jugadores que, al año siguiente, se consagrarían campeones del mundo con la selección de Uruguay, tras al inolvidable "Maracanazo" en el definitorio partido ante Brasil.
En aquél Peñarol estaban figuras de la talla de Obdulio Várela, Míguez, Schiaffino, Gigghia, Máspoli, Davoine y muchos otros.
La campaña de ese equipo resultó brillante, con Obdulio apareciendo como líder.
En el libro "Memorias de la pelota", de Alfredo Etchandy, se rescata una anécdota imperdible, relatada por uno de sus protagonistas, el inolvidable Juan Eduardo Hohberg.
"Antes de mi primer clásico frente a Nacional, Obdulio Várela me hizo sentar a la sombra de un árbol en Los Aromos (lugar de entrenamiento de Peñarol) y me dijo: 'Usted jugó bien en la reserva un clásico, pero no es suficiente. Al hincha hay que demostrarle que uno sirve en partidos como el de hoy. Usted viene jugando muy bien, pero no le alcanza si no rinde hoy. ¿Quién lo va a marcar?'", indicó.
El delantero respondió que Tejera y el capitán continuó: "En los primeros cinco minutos va a tratar de saber quién es usted. Y lo va a buscar. Recibirá el encontronazo y se aguanta. Después yo agarro una pelota y la voy a entregar dividida entre los dos. Usted sabe lo que tiene que hacer". Y allí terminó la conversación.
"En el partido, contaba Hohberg, vino un córner desde la derecha y me doblaron de un golpe. Cuando abro los ojos veo a Obdulio inclinado sobre mí. '¿Qué le dije?', me preguntó.
Al rato agarró una pelota y se fue arrimando por donde yo estaba marcado por Tejera, la tiré rastrera entre los dos. Y supe lo que debía hacer, y lo hice. El fútbol es así, ni me quejo de Tejera ni él se quejó de mí después".
El respeto entre Hohber y Obdulio era tal, que nunca se tutearon.

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Hay jugadores que vinieron directamente a pedirme una tarjeta para así no jugar en Navidad.

(STEVE BENNET, árbitro de la Premier League, asegurando horas atrás a los medios ingleses que varias veces mostró tarjetas tras el pedido de futbolistas, fundamentalmente extranjeros, para así disponer de más tiempo para viajar a sus países y pasar las fiestas con sus familiares)

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Odio a Maradona con pasión. La mano de Dios fue una cosa rara. Estaba más enojado por el segundo por la manera en que me batió. A todo el resto de los jugadores los superó una sola vez, pero a mí me batió dos. Pequeño bastardo.

TERRY BUTCHER, en charla por chat con los lectores de la revista Four Four Two, Enero de 2009)

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Entrevista a "Mané" Garrincha (1975)


Lo vimos en su casa del barrio de Tijuca, lleva una vida tranquila, rodeado de pájaros a los que atiende todo el día. Recordó a Zizinho, a Sívori, a Paulo Valentim, a River, a Boca... nos habló de fútbol y de su ambición por ser director técnico. Tiene 39 años y tres nietos.
Manoel Dos Santos, Mané Garrincha, uno de los más grandes futbolistas de todos los tiempos. Así vive y piensa hoy.

¿Cuál es la casa de Garrincha?

Las tres chiquilinas que juegan en el medio de la tranquila Estrada de Sorima, nos indican una construcción sólida, con un auto grande en la puerta y enmarcada por el verde que baja de los cerros.
Desde la ajetreada Copacabana demoramos unos treinta minutos hasta llegar a la somnolienta calle del barrio de Barra de Tijuca. El camino fue gambeteando los árboles frondosos de Sao Conrado y Joao, con el mar haciéndole cosquillas a los peñascos allá abajo. Mientras viajábamos pensaba en el reportaje al chueco que arrancó aplausos con sus amagues desconcertantes a 80 kilómetros por hora. Con sus centros rasantes que cientos de veces explotaron finalmente en las redes. Íbamos con ese "no sé qué" que precede a la entrevista con un ídolo. Con los comentarios que siempre lo acompañaron. "Garrincha está fundido..., está acabado...".
Con el temor de que tuviese la intención de volver a jugar en algún club del interior, tratando de buscar, como hace cuatro años, que las migajas de su talento le rindiesen algunos cruzeiros.

-Pasen, Garrincha está en el fondo.

Apenas un short viejo. La misma sonrisa ingenua y buena. Los saludos. Su interés por saber sobre "mi gran amigo Sívori". Después pregunta por Rossi, por Labruna, por Di Stéfano, por River, por Boca. Y las preguntas y las respuestas siguen mientras Manoel dos Santos, "Mané Garrincha", sigue con su manguera refrescando el jaulón con decenas dé pájaros de los cuatro puntos cardinales de Brasil "y algunos también de la Argentina".

-Garrincha, ¿cómo vai vocé?

-Muy tranquilo. Llevo una vida muy hogareña. Ni voy a ver fútbol. Estoy todo el día cuidando los pájaros. Sigo los partidos por televisión. A mí nunca me gusto el barullo. Ahora estoy en paz. Nos mudamos hace un año a esta casa. Hay aire puro, árboles. El restaurante no anduvo muy bien. Es que no me gusta salir de noche, ni presentarme arriba de un escenario. Yo soy un tipo simple. Y tampoco vivo de recuerdos. No me gusta hablar de mi época de jugador. Me da vergüenza, porque pienso que muchos dirán que vivo en el pasado. No, yo sé que ahora cuido de mis pájaros y soy muy feliz con eso. Es mucho más tranquilo cuidar pájaros que jugar al fútbol. Me levanto a las seis de la mañana y los veo uno por uno. Ves, ése lo traje de Fernambuco…, aquél de Ceara…, aquél...

Le preguntamos por sus dos sobrenombres. El "Mané" se lo puso Nilton Santos y es un diminutivo de Manoel. El "Garrincha" se lo colocó uno de sus 14 hermanos. Es el nombre de un pajarito muy común en el estado de Río de Janeiro -donde nació hace 39 años- que permanentemente está en movimiento con giros imprevisibles. Como las gambetas que creó ese número siete inolvidable del Botafogo, del Flamengo, del Brasil campeón mundial de 1958 y 1962.

-Contanos, Garrincha, aunque te cueste trabajo.

-La jugada que más recuerdo fue en Italia, en 1958, cuando nos preparábamos para el campeonato Mundial de Suecia. Creo que fue contra el Juventus. Agarré la pelota «n la punta, a la altura de la mitad de la cancha. Empecé a gambetear a todos los que me salían, hasta el arquero. Llegué solo frente al arco, porque había dejado a todos atrás. Entonces tomé la bola con las dos manos. Ya no tenía gracia seguir. Ahora sigo jugando picados, pero soy mediocampista. Sólo toco de primera. En el 58 yo estaba muy joven. Tenía una velocidad bárbara. Las gambetas me salían a toda velocidad. Si gambeteas parado no le sacas mucha ventaja al marcador. A mi me gustaban esos defensores que salían a darme patadas. Porque son los que menos saben jugar al fútbol y peor defienden. Más patadas tiraban y peor jugaban. Los que eran técnicos eran los que me daban trabajo; por ejemplo, Jordán, del Flamengo. Nunca me dio una patada y me marcó muchas veces en forma excelente. Aunque también a veces le tocó perder...

-¿Cómo ves el fútbol '75?

-Feo. Todos salen a defenderse. Yo ví el Mundial del '74 por televisión. Y no había ningún equipo grande, de verdad. Holanda no me convenció para nada. Si tuviese todo ese equipo que le vieron no perdía la final. Y eso de que el fútbol actual es más rápido no es verdad. Antes se llegaba con dos toques al arco contrario. Y ahora se precisan veinte. Mira el equipo de Brasil en la copa de Alemania. Toques, toques y no pasaba nada. Y volviendo a Holanda, para mí el mal del fútbol actual es que no se conservan hombres en cada posición. Cambiar de posiciones es un cuento. Vos ves todos los domingos que a un puntero se lo cambia de lado, que al zaguero central se lo pone de mediocampista. El puntero es puntero. El punta de lanza es punta de lanza. Yo empecé a jugar como centrodelantero. Me costó acostumbrarme a la punta. Después de años de ser puntero derecho me quisieron poner de centrodelantero. No te imaginas lo que me costó. Cada posición tiene su secreto. No se puede jugar de memoria en un puesto que no es el tuyo. Claro que hay jugadores que cambian y la aciertan. Pero la aciertan porque la posición de ellos es la última que probaron o porque tuvieron suerte. No comparto para nada eso de improvisar. Tenés los fenómenos que pueden jugar en cualquier posición, pero por eso son fenómenos.

-¿Y qué aconsejas?

-Hay que jugar ofensivo. El director técnico que manda a jugar a la defensiva es porque tiene miedo de perder el empleo. El fútbol es muy simple. Se ataca y se defiende. Si se monta una línea de zagueros buena podes jugar tranquilo al ataque con varios jugadores. Si tenés un Pelé y un Zico se puede jugar nada más que con dos hombres arriba. Pero si arriba hay dos burros no se puede jugar, porque no hay capacidad para hacer goles. Y por eso hay tantos cero a cero. La mayoría de los equipos no tienen ni a Pelé ni a Zico, y sin embargo siguen con apenas dos delanteros netos.

-Garrincha, ¿querés ser técnico?

-Sí, claro que quiero. Yo jugaba y miraba. Desde la raya veía bien el partido. Aprendí muchísimo viendo de cerca a grandes jugadores. Si agarro un equipo no voy a pedir grandes contrataciones. Me parece que no tiene gracia ser nombrado técnico y presentar una larga lista de jugadores costosos. Con grandes jugadores sólo basta desearles suerte en el túnel. El secreto es agarrar los pibes con condiciones y prepararlos para un puesto, para el puesto que tengan más condiciones. Sin pensar que se los puede utilizar para otra función.
Agarrar un puntero joven y ponerlo dos partidos en Primera. Después seguir puliéndolo en la división juvenil hasta que en un momento se lo pueda largar definitivamente en primera, y como puntero. En mi equipo pondría también dos jugadores mayores de 30 años. Esos que ya están de vuelta de todo dentro de un campo de fútbol. Son muy necesarios para imponer el ritmo justo en un partido difícil. Y como técnico sólo jugaría con esquema ofensivo. Claro que podría perder rápidamente el puesto. En primera división la gente quiere resultados de inmediato. Me parece que un equipo juvenil sería mejor para comenzar como técnico. En el fútbol las cosas llevan tiempo. Había gambetas que yo las tenía en la cabeza durante mucho tiempo y, sólo después de varios partidos maduraban y me salían bien en el campo.


-Garrincha, ¿tuviste algún ídolo?

-Zizinho. Un jugador excepcional. Me pareció un sueño cuando pude jugar una vez con él, en una selección carioca. Él estaba ya veterano. En el campo me dijo "vos, sos mi ídolo" y yo le dije exactamente lo mismo.

-¿Y cuál fue el mejor compañero en el campo?

-Paulo Valentim. Yo podía tirar el centro atrás desde la línea de fondo con los ojos cerrados porque Valentim estaba siempre ahí. Me enteré que está en México y que no anda muy bien. ¡Qué lástima! Era un jugador sensacional y en Boca fue figura y pudo haber hecho mucho dinero.

-Pero vos, ¿hiciste dinero?

-No. Nunca le di importancia. Cuando empecé en Botafogo, en 1953, mi gran alegría era jugar. Después fue igual. Inclusive yo firmé varios contratos con mi salario en blanco para que el club me pagase lo que considerase apropiado. Si eran 10.000 cruzeiros estaba bien, si eran 12.000 también. Una vez Juventus ofreció 700.000 dólares por mi pase, pero la transferencia no se hizo porque Botafogo pidió un millón de dólares. A mí la plata no me interesó. Y sigo igual. Con los planes de ser director técnico es lo mismo. Yo quiero hacer lo que me gusta, el dinero es secundario. No voy a ir a un club por dinero sino para enseñar lo que aprendí...

La casa en Barra de Tijuca fue el resultado de la recaudación en el partido de homenaje que le hicieron en Diciembre del '73 en el Maracaná, su mujer, la popular cantante Elza Soares, abrió un restaurante en el barrio de Villa Isabel para ver si Garrincha participaba como pequeño empresario. Pero no. A Garrincha no le gustan las complicaciones. Aunque hizo malabarismos con su vida, que ahora lo encuentra con 39 años y tres nietos, tras un casamiento a los 15 años; Garrincha se queda con la simplicidad del fondo de su casa. Con los trinos y el alpiste. Dibujando gambetas con la manguera para refrescar el jaulón.

(entrevista realizada por el periodista Guillermo Piernes y publicada en la revista “El Gráfico” Nº 2885, del 22 de Enero de 1975)



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Hay una anécdota que posiblemente muchos no conozcan del ex jugador barcelonista “Tarzán” Migueli.
Jugando en Escocia un partido para la selección española (a mediados de la década del ‘70) en una jugada un jugador escocés le arrancó una medalla de la Virgen de África (patrona de Ceuta).
Cuando llegó al vestuario se dio cuenta, pero no la encontraron y Migueli la dio por perdida con la consiguiente desazón de perder un recuerdo que le había regalado un familiar y que, evidentemente, era algo muy preciado por él.
Pocos meses después, en un enfrentamiento entre el Real Madrid y el Barça, Pirri se le acerca y le dice: “supongo que esto es tuyo...”
Era la Medalla de la Virgen de África y con las iniciales MBB (Miguel Bernardo Bianquetti “Migueli”).
Por lo visto, al día siguiente los encargados del mantenimiento del campo de juego comenzaron a arreglar el césped y encontraron esta medalla, que inmediatamente la pusieron en manos del capitán de Escocia. Este buscó entre sus compañeros de selección al dueño y, al no encontrarlo, se la guardó.
En esa misma temporada el Madrid jugaba contra uno de los equipos de Glasgow y el capitán (que, coincidentemente, era el de la selección escocesa) se le acercó al del Madrid y le preguntó, si la misma era de algún jugador español... La miró y al ver las iniciales cayó enseguida en cuenta que era la de Migueli...
A pesar de la rivalidad en el campo, privó el sentido común entre compañeros de profesión y Migueli aún la conserva entre sus tesoros más preciados.

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Si los tontos dieran vueltas, Pasarella sería un ventilador.

(HORACIO PAGANI, periodista deportivo argentino, en el programa “Estudio Fútbol” que se emite diariamente por el canal TyC Sports -2007-)

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El pasto estaba tan alto que se podía jugar a la escondida.

(CARLOS ISCHIA, entrenador de Boca Juniors, al ser consultado por el estado del campo de juego, en Jujuy, al término de Gimnasia de Jujuy 1 - Boca Jrs. 2, 08/02/09)

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El "Chueco" Luna (Edgardo Andrada - Uruguay)


Todo el pueblo entero se juntaba los domingos a la tarde para verlo jugar. Por la forma de parase ya se le notaba cierta majestuosidad de jugador exquisito. Afecto a las bebidas alcohólicas por naturaleza, como todo buen panadero de la zona. Varias veces tuvieron que ir a buscarlo a la casa los domingos, después de comer, ya que no aparecía nunca por las instalaciones del club antes de que el juez de turno haya pitado. Siempre se quedaba dormido, era entendible por sus inclinaciones a la botella, pero como era la estrella de su equipo, gozaba de ciertos privilegios.

La gente lo adoraba. Los compañeros que ya conocían el panorama, lo iban a buscar a su domicilio con determinados elementos imprescindibles para despertarlo, un balde de agua fría y alguna toalla mojada tomada al azar del vestuario local. Cruzaban a pie todo el monte “Lussich” y rogaban no encontrarlo tirado semidesnudo en algún descampado adyacente a su hogar. Pero “El Chueco” siempre se las ingeniaba de alguna manera para traspasar la puerta de su casa y caer fulminado en su lecho, luego de una noche de parranda desenfrenada y caótica.

Pedro Luna era el típico delantero goleador, astuto y sagaz, jugaba allí, metido entre los zagueros rivales, corpulento, puro músculos, gran fortaleza física y chueco... sobretodo del pie izquierdo, que lo tenía muy torcido hacia la derecha. Esto que podía constituir un inconveniente serio para un hombre de área como el, no le molestaba en absoluto. Al contrario, ese defecto era su orgullo.

Desde hacía cinco años venía siendo el romperredes de su cuadro, el Once Estrellas. En el espacio verde de la cancha, abierto al cálculo matemático de las probabilidades era donde este fortachón, de movimientos robóticos deslumbraba ante el aullido interminable de la multitud. Lo llamaban “el panadero del gol” y llevaba conquistados siete goles hasta el día del partido final contra el Real Mayor.

Jugaba de espaldas al arco contrario, como pivot entre los encarnizados defensas rivales. Tenía un tiro de media y larga distancia que era preciso y mortal. Su gran arma ofensiva a la hora de descargar su artillería pesada era el tiro “banana” como él mismo lo denominaba. El balón salía disparado a cámara lenta, daba la impresión de que se iba a desviar completamente, pero a medio de camino giraba de dirección y se metía por donde quería hasta incrustarse en la bendita red, engañando totalmente al guardameta que se tiraba hacia el otro costado y caía abrazado al poste. También se elevaba muy bien en el juego aéreo, se le notaba cierta prestancia aeróbica en sus saltos. Nunca se le conoció familia alguna, vivía solo, era mas bien tildado de solterón, pero de a ratos se lo podía ver acompañado de alguna dama de ocasión en los eventos sociales de la comunidad. Todo el mundo lo quería, hasta las hinchadas de los cuadros adversarios.

Durante el día trabajaba en la panadería del presidente del club, descargaba los pesados bolsones de harina procedentes de los molinos, y a la noche despuntaba el vicio de entregarse en cuerpo y alma a las bebidas espirituosas. Junto a otros parroquianos amigos se juntaban a jugar al truco y las bochas por “los mangos”, como le gustaba decir, en el bar del “flaco” Fernández. Así es como terminaba su jornada, durmiendo en el banco de la placita, ubicada unos quinientos metros antes de su casa, salvo los sábados que se iba a la sede del club a comer los asaditos que hacía el canchero. A eso de las dos de la mañana partía raudamente hacia las instalaciones del “Fogón”, un boliche de música tropical de la zona.

Esa temporada su equipo había desarrollado una campaña destacada, eran la sensación del torneo. En los últimos años terminaban los campeonatos en mitad de tabla hacia abajo, casi siempre octavos o novenos sobre un total de diez equipos, eran considerados un cuadrito sencillo y mediocre. Nadie en el valle podía creer semejante cambio de actitud en el juego desplegado por el Once Estrellas. Llegaron a la última fecha del torneo un punto por debajo del campeón de turno.

El partido se jugaría el primer domingo de Diciembre en cancha neutral a designar, posiblemente en la del Atlético Barracas. Los jugadores rivales eran en su mayoría, salvo excepciones, jugadores consagrados dentro del ámbito local. Cobraban todos los meses como profesionales y concentraban antes de cada partido importante. Por supuesto nada de esto se repetía en la vereda de enfrente. Al contrario, todos jugaban por amor a la camiseta, porque no había un peso partido a la mitad.

Sí se sabía que el único que arreglaba a comienzos de año era “El Chueco” Luna. Pero esa temporada nunca se supo la suma estipulada en el seudo contrato. La historia se repetía cada fin de semana, había que ir a buscar a la figura del equipo a su casa y rogar por que estuviera lo mas lúcido posible. Estaban acostumbrados a verlo así, era bohemio y andariego, y nadie se metía para no entorpecer la destacada actuación del equipo. El día del encuentro final amaneció algo nuboso, con algún atisbo de precipitaciones que no prosperó y que por suerte no opacó la gran fiesta que se preveía en el poblado desde algunas semanas antes.

La oportunidad para el Once Estrellas era única e irrepetible, ganando se consagrarían campeones por primera vez en sus setenta y cinco años de vida institucional. Para ello tenían que derrotar al gran campeón del último lustro, el Real Mayor. Con solo nombrarlo ya producía escalofríos en propios y extraños, era el cuadro militar.

Esa madrugada el “Chueco” no hizo de las suyas, se había ido temprano a su casa para descansar. Justamente fue lo menos que pudo lograr hacer, lo sepultaron los nervios, cosa rara en un jugador de la experiencia y categoría de el, inclusive se le manifestaron algunos quintos de fiebre. Se levantó a primera hora de la mañana, se preparó un mate, puso los botines en una bolsa y se fue a la sede del club. En el camino no paraban de animarlo los vecinos del barrio, lo arengaban de todas las formas posibles, le habían hecho carteles con su rostro, con la pelota atada a los pies, inclusive un enorme pasacalles con frases estimulantes que lo hizo emocionar.

El pueblo estaba con ellos. Ya estaban cansados de las victorias consecutivas del gran equipo del norte del valle. La cancha se empezó a llenar de fieles seguidores en pocos minutos, la expectativa era inmensa, era una lucha entre el grande y el chico, del rico arrabalero contra el pobre humilde. Estaba todo pronto, ya se respiraba el aire de final, las dos radios locales se instalaron arriba del techo del vestuario local para transmitir el encuentro del año.

Desde los poblados vecinos llovían los ómnibus de transporte, también se contaba de a decenas los autos y camionetas, inclusive algunos vinieron a caballo. Se acercó un gran contingente de personas dispuestas a pagar una entrada a cualquier precio. Los dos equipos entraron al rectángulo de juego en el mismo momento, arengados por sus bulliciosas parcialidades. El partido tal como se preveía de antemano fue de hacha y tiza, pierna fuerte y corazón.

El árbitro era el “Petiso” Pérez, un conocido zapatero de la zona que en sus ratos libres se dedicaba a la tarea de aplicar el reglamento. Su designación como juez fue muy discutida, desde el jueves a la noche en que se conoció que era el elegido de impartir justicia, se venía hablando de eso tanto o más que del propio partido final. El presidente del Once Estrellas, el “gordo” Zernikovsky, no lo quería ver ni en figuritas, pues hacía dos temporadas que los venía perjudicando seriamente al conceder a los equipos rivales ciertos privilegios que nadie entendía, ni se explicaba.

El primer tiempo pasó con más pena que gloria, los jugadores parecían cansados, el calor reinante era sofocador. Los bomberos reunidos arriba del camión-sirena decidieron terminar con ese calvario y extendieron hacia las primitivas graderías un extenso y revitalizador chorro de agua helada.

Hacia el segundo tiempo los ánimos aplacados tuvieron un vuelco inusitado. El juego desplegado por los contendientes era de ida y vuelta, no se daban ni se pedían tregua, el encuentro se transformó, ahora si que parecía una verdadera final. Todos rogaban con que el petiso Pérez no se las agarrara con los jugadores del Once Estrellas. Era matemático. Siempre cobraba alguna barbaridad inexplicable. Nada de eso había ocurrido hasta el momento crucial.

Jugada en el área. Peligro. Penal para el Real Mayor. Un foul que nadie percibió. De esos sacados de la galera, como por arte de magia. El diez del equipo del norte encaró hacia el área contraria, esquivando a su paso un mar de patadas que le rozaron las extremidades. Con la pelota en su poder y dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias fue interceptado por el zaguero rival. El “topo” Perdomo se le tiró a los pies, quitándole el balón en forma limpia, pero el delantero conocedor de las inclinaciones del juez, se dejó caer fulminado.

El fallo fue inminente. La muchedumbre enloquecía. Bronca y alegría se conjugaban en un mismo acto. Faltaban cinco minutos para el epílogo del encuentro y nadie entendía lo sucedido. El habilidoso volante del Real Mayor acomodó el esférico en el disco blanco, tomó carrera y disparó. Gol. Anulado. El árbitro señaló su silbato e hizo indicaciones acerca de que no había dado la orden de ejecutar.

Nuevamente se repetía el ritual. Por fin se dio la orden, el delantero disparó con una detonante furia que hizo que el balón se elevara por encima del pórtico del Once Estrellas.

Nadie lo podía creer. El partido continuaba empatado a cero. El jugador desequilibrante del Real Mayor había marrado un tiro penal a escasos minutos de finalizar el encuentro. Los nervios afloraban. La lucha en cada jugada era intensa. Los jugadores dejaban en el amarillento césped de la cancha hasta lo que no tenían. Se esperaba de un momento a otro la aparición fugaz del “Chueco” Luna. El tiempo reglamentario había terminado, el árbitro señaló hacia los cuatro costados con sus manos la prórroga de dos minutos más por el tiempo perdido.

Hasta que comenzó el principio del fin. El “Chueco” Luna, que había entrado poco en juego, se tiró hacia la banda derecha, pidió la pelota, y comenzó una loca carrera hacia el arco contrario. Gambeteó en un acrobático movimiento a dos rivales, en ese momento sintió la pesada carga que tenía sobre sus espaldas, se le acercaron otro número similar de jugadores contrarios que lo esperaban dispuestos a darle caza, sea por el método que sea, pensó que lo iban a enterrar de bruces en el pesado campo de juego, pero igualmente los encaró y con un rápido cambio de ritmo se los saco de arriba, para quedar mano a mano con el portero y su objetivo, el gol que le daría el gran campeonato al Once Estrellas.

Frente a su víctima era letal, no daba tiempo a la revancha, era como un lobo suelto ensimismado en la carne roja y débil de la ingenuidad. Había planificado en su cabeza ese momento durante toda la noche. Lo miró y pensó donde dirigir el balón. Allá arriba en la conjugación del poste y el larguero, allí quería mandar el esférico. La quería colgar del ángulo, tal como lo pensó durante toda la madrugada.

En ese instante el tiempo se detuvo, todo permaneció inmóvil. El público atónito y pasmado observaba el desenlace de una historia imborrable. El “Chueco” Luna preparó su misil. El tiro “banana”. Concibió nuevamente la posición del guardameta y sacó un certero cañonazo de pierna izquierda dirigido a las entrañas del arco, el destacado golero Gómez voló tanto como un pájaro en busca del preciado objeto de deseo, había estudiado las posibles direcciones del tiro, pero su esfuerzo fue inútil, en medio de camino el balón tomó un giro sorprendente para terminar incrustándose arriba sobre el otro palo, abrazado a la red.

El delirio fue total. La muchedumbre enloquecía.

Al “Chueco” Luna lo despertaron los fuertes golpes en la puerta de chapa de su casa. Los perros ladraban enfurecidos. Eran sus compañeros del Once Estrellas que lo venían a buscar...

(Mi agradecimiento a la generosidad de Edgardo por permitirme compartir con ustedes este cuento. Gracias Edgardo)

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Se enfrentaban en 1969 Deportivo Cali y Millonarios en el estadio “Pascual Guerrero”: los caleños tenían en sus filas al delantero argentino Juan Carlos “El loco” Lallana (foto), jugador rápido y de temible cabezazo, mientras que los azules contaban con el experimentado Amadeo Carrizo en el arco.
El arquero argentino estaba cerrando su ciclo por el fútbol y le ofrecieron una tentadora suma por venir a Millonarios y cayó en la tentación...
Lallana prometió que la haría gol a Carrizo y éste dijo que lo dejaría con las ganas. La prensa montó el duelo y la gente concurrió en masa a apreciarlo.
Llegó el momento esperado, mano a mano, en un balón aéreo: Lallana se levanto, cabeceó muy fuerte...el balón pasó por encima de Carrizo....los hinchas verdes y los locutores cantaron el goooolllll...
..Pero Carrizo voló hacia atrás, se dobló como un gato...y cayó con el balón atrapado, antes de producirse el gol...
El público y Juan Carlos Lallana terminaron aplaudiéndolo y nadie pudo hacerle un gol al gran Amadeo esa tarde.
Meses más tarde, en la final de ese mismo año entre Deportivo Cali y Millonarios, también fueron protagonistas Juan Carlos Lallana y Amadeo Carrizo.
A cinco minutos del final, se sancionó un penal favorable al Cali. Muchos decían que Lallana no debía cobrarlo, porque había sido compañero de Carrizo y éste lo conocía. Pero el mismo delantero tomó el balón y dijo: “Yo también conozco a Carrizo”.
En efecto, cobró el penal, anotó el gol y Deportivo Cali fue campeón.

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Faltan pequeños detalles para cerrar el contrato, pero estará listo en un par de semanas.

(Comunicado de prensa del club Helsingborg, de la primera división sueca, anunciando el fichaje del delantero Henrik Larsson de 37 años quien dejó atrás su fugaz paso por el 'floorball', un híbrido de hóckey sin patines en pista cubierta muy popular en ese país escandinavo -foto- 04/02/09)

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Italia deseaba vencer, era natural, pero se tomaron eso como algo obvio.

(JEAN LANGENUS, árbitro belga, participante de la Copa del Mundo de 1934)

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Aquella fría tarde (Rodrigo Damián Gaite - Argentina)


-Pero con el 2 a 0 del miércoles ya está- dijo Mingo acercando una silla a la mesa.

Emilio le salió al cruce arremangándose el puño y tratando de ocultar su nerviosismo.

-No pará viejo, que ya está ni ya está. A los partidos hay que jugarlos.

Ya van como cuatro veces que se nos escapa- suspiró el Negro.

Durante la semana a pesar del mal estado del campo de juego lograron sacar una diferencia importante, pero dos goles jugando de visitante no aseguraban nada y más teniendo en cuenta que a igualdad de puntos y goles el rival corría con ventaja deportiva.

La capacidad del bar estaba en su totalidad, las mesas estaban ubicadas de tal manera que todos los presentes pudieran ver con comodidad hacia el televisor de 29 pulgadas que estaba casi tocando el cielorraso en un soporte de metal.

César, que era hincha de Boca y don Pascual que era de Racing, abrigados hasta las narices, se tomaron el 46 en Pompeya que los dejaba en la esquina. Ellos habían estado casi todos los sábados de los últimos años, así que a pesar de ser domingo no iban a faltar en esa ocasión haciéndoles el aguante a los muchachos de la barra.

Todos aprovecharon la mañana y cumplieron con sus deberes de ciudadanos para elegir al nuevo Jefe de Gobierno porteño.

El Gordo Miguel, miraba de tanto en tanto por la ventana en dirección al taxi estacionado en la vereda de enfrente. Ya habían dicho que podía faltar GNC y se le ponían los pelos de punta.

El relator anunciaba la salida de los equipos y los más exaltados alentaban con cánticos tribuneros.

La voz de un niño hizo caer en la cuenta del detalle a más de uno.

-¡Mirá, van a jugar con la camiseta azul! -gritó entusiasmado.

-Con tal que ganemos que jueguen con cualquiera- comentó Pedro repasando el mostrador con una franela.

Las cámaras mostraban la imagen del árbitro mirando su reloj y esperando la orden de la televisión; en ese momento antes de que comenzase a rodar la pelota y aunque fuesen cábalas de carácter individual, la mayoría de los parroquianos se dieron vuelta para contemplar detenidamente la enmarcada fotografía de colores sepia que colgaba en la pared de fondo. El tipo del retrato tenía un aire pintoresco, el torso desnudo y los brazos abiertos mostrando los puños desafiantes.

Casi religiosamente, cada uno a su modo miraba la imagen como si estuviesen orando en silencio, como quien se para frente a la figura de San Cayetano y desde lo más profundo de su ser le pide trabajo. A él no le iba a pedir trabajo, sino un triunfo. Palabras más, palabras menos que intercediera ante Dios para que ganaran como sea, pero que ganaran, por que había que volver. Solamente un caído del catre podía preguntar ¿Volver adónde? Al lugar del cual nunca debieron haberse ido.

La escena era muy similar a la que realizaban los Napolitanos antes de los partidos que jugaba su equipo con la foto del santo Diego, con la diferencia que aquellos habitantes del sur de Italia le pedían a uno que iba a estar a dentro de la cancha, en cambio este grupo de hinchas le pedían a alguien fallecido hace muchos años.

Retumbaron unos gritos de guerra por que se iniciaba la primera etapa. Él, que observaba todo desde arriba estaba más inquieto que de costumbre. Pensar que se fue de este mundo un par de años después de que el club de sus amores saliera campeón jugando un fútbol extraordinario, aquel equipo quedaría como uno de los mejores de todas las épocas.

Y él, que ya era querido en vida lo fue mucho más luego de su muerte corporal.

Menos mal que no estuvo presente cuando en la década del 80 se fueron al descenso por primera vez, pero como se habrá emocionado viendo desde el cielo el banderazo que 5000 hinchas hicieron en el 98 en la sede social. Para esos hinchas en el último lustro hubo más desazones que alegrías. Fueron años cargados de satisfacciones fugaces, transitando las canchas de una categoría que les quedaba chica.

Pero cuando las desgracias recaen sobre las personas recaen con todas las letras.

Para completarla el clásico rival, el de toda la vida ganó el campeonato haciendo renacer las cargadas. ¡Qué otra cosa les podía pasar!

El partido empezó con mucho nerviosismo, el rubiecito de pecas que había advertido lo de la camiseta agitaba una bandera sobre su cabeza. En los ceniceros comenzaban a caer las primeras colillas de cigarrillos.

Él, que había visto como le pedían a su foto, le rogaba encarecidamente al Señor que hiciese lugar a ese pedido, que hiciera lo imposible para que lograran el objetivo, pero el Rey de Reyes trataba de tranquilizarlo y le manifestaba que no debían invocar en vano el nombre de Dios.

-¿Cómo en vano?- le dijo desesperadamente, pero con sumo respeto. Cristo le decía que su Padre era nada más y nada menos que el creador del universo y por ende sabía todo lo que pasó e iba a pasar desde el inicio hasta los últimos días. Él le decía que si, que está bien, pero le mostraba su preocupación por los contragolpes y la presión del público local, Jesús, con un gesto de ternura lo hizo mirar hacia abajo, ahí fue cuando volvió a serenarse, por que a los pocos minutos de haberse iniciado el encuentro, se ponían en ventaja con un derechazo cruzado. Después del gol el equipo siguió con la misma actitud, con amor propio y sin renunciar al buen juego.

Ya más calmo en el transcurso del entretiempo, sin darse cuenta comenzó a reflexionar sobre su vida terrenal, en como él mismo había creado a ese personaje bohemio y fanfarrón, logrando meterse en el corazón de la gente. Pensaba en el barrio, en las pastas domingueras de la vieja, en tantas noches doradas y en como se le había escapado la posibilidad de alcanzar la gloria, cuando en aquella emblemática velada le fue de igual a igual al mejor de todos los tiempos, y aunque dejó el alma ante los ojos del mundo no le alcanzó, pero hubo que aplaudirlo de pie por su guapeza. Repasó el día de su trágico final estando tan lejos de su tierra y sus afectos.

A tal punto dejó su sello por estos pagos, que hoy en día una calle lleva su nombre y se rumorea la posibilidad de filmar una película sobre su vida.

Allá abajo algo lo hizo volver en si. Era el 2 a 0 para el alivio y la tranquilidad de todos.

A Mingo, su cara angulosa comenzaba a cubrírsele de lágrimas. Faltaba más de media hora para que terminase el partido y la dicha y la confianza eran enormes, la diferencia era holgada y salvo una fatalidad podía cambiar la historia.

A esa altura el Gordo Miguel seguía el partido de brazos cruzados, ya se había olvidado del taxi y del GNC. Emilio se frotaba las manos y se acomodaba el bigote una y otra vez.

Pero parece que el diablo metió la cola, por que los locales convirtieron dos goles en dos minutos empatando el marcador y si bien todavía los favorecía la diferencia obtenida en el encuentro de ida en el Palacio, en el ambiente volvieron a sobrevolar los fantasmas de tantos años de frustraciones, de las veces que alcanzar el tan ansiado objetivo se esfumaba, desaparecía como la luz del día cuando cae la noche; ya hacía cuatro años que no podían lograrlo.

Pero lo peor había sido lo de la semana anterior. Cuando por fin creían que se les daba en tierras cuyanas, apareció una mano negra. Mejor dicho apareció un sinvergüenza vestido de negro, un caradura que les robó el partido y les frustró las ilusiones.

Todavía duraba la bronca, la impotencia y el desconsuelo. Por que una cosa es perder deportivamente y otra muy distinta es que te roben en la cara.

En el bar volvieron a mirar la foto que pendía en la pared. Y desde lo más hondo de sus corazones le pedían por favor que intercediera ante Dios. Que ya era hora, que se remediaran de una buena vez los errores del pasado, que les diera una nueva oportunidad.

Afuera oscurecía y Pedro terminó de encender los tubos fluorescentes del cielorraso.

César, con don Pascual y algún otro que andaba por ahí, también le pedían al Supremo, como quien le pide por la salud y el bienestar de sus seres queridos. Él, que desde arriba veía todo claramente se preguntaba por que Dios permitía esos pasajes de angustia y sufrimiento, pero como era de imaginar, el Todopoderoso ya tenía todo fríamente calculado. Y como sabe que es cierto eso de que la fe mueve montañas, esperó el momento propicio y apoyándole tiernamente una mano en el hombro le dijo:

-Andá. Bajá y dale una mano en el arco a Leo Diaz.

Y así fue como el ángel de Ringo Bonavena descendió y cuando se paró bajo los tres palos, con todo el panorama del campo de juego por delante, distinguió algo que solamente él por su condición de ángel podía percibir. Eran unas figuras blancas y diáfanas que sobrevolaban el terreno de juego a unos centímetros del suelo, y mientras él hacía lo suyo en el área chica, los seres alados de Baldonedo y "Tucho" Méndez colaboraban en el mediocampo con Coyette y Poggi; entretanto los de Stabile, Onzari y Masantonio se juntaban en la delantera con Milano y Larrivey; y la figura candorosa del “Gitano” Juárez hablaba con el cuerpo técnico.

Entonces, como primero hay que saber sufrir, para que los logros se valoren de una manera especial, a tres minutos del final, y para que el cielo se volviese blanco con un globo aerostático rojo en el centro, y para que comenzaran a delirar los hinchas que estaban en el bar, en el club y los 6000 que había recorrido más de 1000 kilómetros para llegar al “Malvinas Argentinas” y todos se dieran cuenta de que ahora si, que valió la pena tanta espera, por que a la larga todo llega y el tan ansiado regreso ya era un hecho, llegó el angelito de Farid Mohamed para terminar de acomodar el balón bajo la red luego del tiro libre de Gordillo, sellar el 3 a 2 definitivo y ganarle la promoción a Godoy Cruz.

El Turco Mohamed, el hombre que sabe lo que es reponerse ante la adversidad con su boina negra, desde el banco de suplentes lloraba de emoción. Houseman, Brindisi y Avallay junto a todo el pueblo quemero gozaban de felicidad. Por que los que están físicamente y los que no, saben que desde aquélla fría tarde mendocina, Huracán es de Primera y lo será para siempre.


(tomado de la página “Sector 7G”)

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El odio que poseen los hinchas de Leeds hacia Manchester United es tan profundo que el propietario de una cadena de tiendas de comidas rápidas cercana al estadio Elland Road se vio forzado a retirar los tenedores rojos de los establecimientos tras darse cuenta de que los hinchas preferían comer con las manos antes que utilizar un tenedor de color rojo los días de partido.
"Ponía cajas con tenedores rojos, pero veía que los blancos y los amarillos se gastaban rápidamente, mientras que los rojos siempre quedaban ahí", explicó el dueño, "tenía que tirarlos todos a la basura porque nadie los usaba. Entonces empecé a poner cubiertos de madera porque por lo menos tenían un color neutral. Es increíble".
Varios hinchas de Leeds confesaron este extraño prejuicio: "Algunos ni siquiera comemos ketchup los días de partido, así que lo de los tenedores no tiene discusión".
Inclusive hasta Mc Donald´s se doblegó al orgullo de estos hinchas, en su local cercano al estadio debió cambiar en los utensillos sus colores corporativos rojo y amarillo por un neutral blanco.

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Se dice que ya no hay rivales chicos y en cierta forma es verdad. Pero yo creo que, en realidad, lo que no hay son rivales grandes. El fútbol se está emparejando para abajo.

(ELÍAS FIGUEROA, ex jugador de la selección chilena, en entrevista realizada en 1982)

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El fútbol tiene algo de irremediable y fatal. Cuando dice ser revelador de ansiedades compartidas, oculta sentimientos ilegibles. Pero cuando se afirma que encubre grandes cuestiones, descubre las íntimas complejidades de una cultura.

(HORACIO GONZÁLEZ, sociólogo argentino)

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Meditación mientras se juega un partido de fútbol (Mercedes Zahorí - España)


La vida es siempre un desigual partido que
jugamos a ciegas diariamente.

Ya sabemos quién va a jugar enfrente
y el corazón lo damos por perdido.

A tientas,
con furor enloquecido,
buscamos el balón ansiosamente
intentando lograr ese potente chut
que nos dé el trofeo prometido.

Y el trofeo es vivir.
Unos a otros empujados.

A bulto.

Entre nosotros cometiéndonos faltas.

Juego duro.

Pobres ciegos jugando entre desiertos
ante un trágico público de muertos
y sólo Dios por árbitro seguro.

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Los hinchas del equipo brasileño Santos se retiraron el 2 de Agosto de 1962 del estadio de Vila Belmiro, en la ciudad portuaria del mismo nombre, estado de Sao Paulo (sureste de Brasil), seguros de que su elenco se había coronado campeón de la Copa Libertadores de América, tras empatar 3-3 con Peñarol de Montevideo.
Pero al poco tiempo se enteraron que en realidad debía jugarse un tercer encuentro (el primero lo ganaron los santistas 2-1 en el estadio Centenario de la capital uruguaya), porque en realidad el partido finalizó oficialmente con el triunfo de Peñarol, 3-2. ¿Qué había pasado?
Cuando transcurrían 51 minutos de juego y los uruguayos se imponían 3-2, el árbitro chileno Carlos Robles sufrió un fuerte botellazo que lo dejó desmayado. Robles recuperó el conocimiento en el vestuario, rodeado de dirigentes brasileños que lo presionaban para que continuara el partido.
El colegiado chileno aceptó, pero sin avisarle a nadie, lo dio por terminado y cerró el formulario con la victoria 3-2 del campeón uruguayo.
El juego siguió, no obstante, con carácter de “amistoso” (pero aquello solo lo sabía Robles).
En los 39 minutos que faltaban el puntero zurdo Pepe igualó el tanteador 3-3 y los santistas festejaron el haber obtenido el campeonato.
Pero en la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF), Robles explicó la situación y sus decisiones. La victoria se le adjudicó a Peñarol. La CSF consideró que se jugaron 51 minutos “oficiales” y 39 minutos “amistosos”.
Santos, igual, ganó la Copa Libertadores ese año, al derrotar 2-0 a los aurinegros en el tercer compromiso disputado días después en Buenos Aires para conseguir así su primera conquista continental con el aporte y el embrujo de Edson Arantes do Nascimento, Pelé.

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Se dice un montón de bobadas sobre defensas rudos y jugadores destructivos. Yo les llamo simplemente hijos de mala madre.

(GEORGE BEST, 1946-2005, ex jugador irlandés)

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