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El "Chueco" Luna (Edgardo Andrada - Uruguay)


Todo el pueblo entero se juntaba los domingos a la tarde para verlo jugar. Por la forma de parase ya se le notaba cierta majestuosidad de jugador exquisito. Afecto a las bebidas alcohólicas por naturaleza, como todo buen panadero de la zona. Varias veces tuvieron que ir a buscarlo a la casa los domingos, después de comer, ya que no aparecía nunca por las instalaciones del club antes de que el juez de turno haya pitado. Siempre se quedaba dormido, era entendible por sus inclinaciones a la botella, pero como era la estrella de su equipo, gozaba de ciertos privilegios.

La gente lo adoraba. Los compañeros que ya conocían el panorama, lo iban a buscar a su domicilio con determinados elementos imprescindibles para despertarlo, un balde de agua fría y alguna toalla mojada tomada al azar del vestuario local. Cruzaban a pie todo el monte “Lussich” y rogaban no encontrarlo tirado semidesnudo en algún descampado adyacente a su hogar. Pero “El Chueco” siempre se las ingeniaba de alguna manera para traspasar la puerta de su casa y caer fulminado en su lecho, luego de una noche de parranda desenfrenada y caótica.

Pedro Luna era el típico delantero goleador, astuto y sagaz, jugaba allí, metido entre los zagueros rivales, corpulento, puro músculos, gran fortaleza física y chueco... sobretodo del pie izquierdo, que lo tenía muy torcido hacia la derecha. Esto que podía constituir un inconveniente serio para un hombre de área como el, no le molestaba en absoluto. Al contrario, ese defecto era su orgullo.

Desde hacía cinco años venía siendo el romperredes de su cuadro, el Once Estrellas. En el espacio verde de la cancha, abierto al cálculo matemático de las probabilidades era donde este fortachón, de movimientos robóticos deslumbraba ante el aullido interminable de la multitud. Lo llamaban “el panadero del gol” y llevaba conquistados siete goles hasta el día del partido final contra el Real Mayor.

Jugaba de espaldas al arco contrario, como pivot entre los encarnizados defensas rivales. Tenía un tiro de media y larga distancia que era preciso y mortal. Su gran arma ofensiva a la hora de descargar su artillería pesada era el tiro “banana” como él mismo lo denominaba. El balón salía disparado a cámara lenta, daba la impresión de que se iba a desviar completamente, pero a medio de camino giraba de dirección y se metía por donde quería hasta incrustarse en la bendita red, engañando totalmente al guardameta que se tiraba hacia el otro costado y caía abrazado al poste. También se elevaba muy bien en el juego aéreo, se le notaba cierta prestancia aeróbica en sus saltos. Nunca se le conoció familia alguna, vivía solo, era mas bien tildado de solterón, pero de a ratos se lo podía ver acompañado de alguna dama de ocasión en los eventos sociales de la comunidad. Todo el mundo lo quería, hasta las hinchadas de los cuadros adversarios.

Durante el día trabajaba en la panadería del presidente del club, descargaba los pesados bolsones de harina procedentes de los molinos, y a la noche despuntaba el vicio de entregarse en cuerpo y alma a las bebidas espirituosas. Junto a otros parroquianos amigos se juntaban a jugar al truco y las bochas por “los mangos”, como le gustaba decir, en el bar del “flaco” Fernández. Así es como terminaba su jornada, durmiendo en el banco de la placita, ubicada unos quinientos metros antes de su casa, salvo los sábados que se iba a la sede del club a comer los asaditos que hacía el canchero. A eso de las dos de la mañana partía raudamente hacia las instalaciones del “Fogón”, un boliche de música tropical de la zona.

Esa temporada su equipo había desarrollado una campaña destacada, eran la sensación del torneo. En los últimos años terminaban los campeonatos en mitad de tabla hacia abajo, casi siempre octavos o novenos sobre un total de diez equipos, eran considerados un cuadrito sencillo y mediocre. Nadie en el valle podía creer semejante cambio de actitud en el juego desplegado por el Once Estrellas. Llegaron a la última fecha del torneo un punto por debajo del campeón de turno.

El partido se jugaría el primer domingo de Diciembre en cancha neutral a designar, posiblemente en la del Atlético Barracas. Los jugadores rivales eran en su mayoría, salvo excepciones, jugadores consagrados dentro del ámbito local. Cobraban todos los meses como profesionales y concentraban antes de cada partido importante. Por supuesto nada de esto se repetía en la vereda de enfrente. Al contrario, todos jugaban por amor a la camiseta, porque no había un peso partido a la mitad.

Sí se sabía que el único que arreglaba a comienzos de año era “El Chueco” Luna. Pero esa temporada nunca se supo la suma estipulada en el seudo contrato. La historia se repetía cada fin de semana, había que ir a buscar a la figura del equipo a su casa y rogar por que estuviera lo mas lúcido posible. Estaban acostumbrados a verlo así, era bohemio y andariego, y nadie se metía para no entorpecer la destacada actuación del equipo. El día del encuentro final amaneció algo nuboso, con algún atisbo de precipitaciones que no prosperó y que por suerte no opacó la gran fiesta que se preveía en el poblado desde algunas semanas antes.

La oportunidad para el Once Estrellas era única e irrepetible, ganando se consagrarían campeones por primera vez en sus setenta y cinco años de vida institucional. Para ello tenían que derrotar al gran campeón del último lustro, el Real Mayor. Con solo nombrarlo ya producía escalofríos en propios y extraños, era el cuadro militar.

Esa madrugada el “Chueco” no hizo de las suyas, se había ido temprano a su casa para descansar. Justamente fue lo menos que pudo lograr hacer, lo sepultaron los nervios, cosa rara en un jugador de la experiencia y categoría de el, inclusive se le manifestaron algunos quintos de fiebre. Se levantó a primera hora de la mañana, se preparó un mate, puso los botines en una bolsa y se fue a la sede del club. En el camino no paraban de animarlo los vecinos del barrio, lo arengaban de todas las formas posibles, le habían hecho carteles con su rostro, con la pelota atada a los pies, inclusive un enorme pasacalles con frases estimulantes que lo hizo emocionar.

El pueblo estaba con ellos. Ya estaban cansados de las victorias consecutivas del gran equipo del norte del valle. La cancha se empezó a llenar de fieles seguidores en pocos minutos, la expectativa era inmensa, era una lucha entre el grande y el chico, del rico arrabalero contra el pobre humilde. Estaba todo pronto, ya se respiraba el aire de final, las dos radios locales se instalaron arriba del techo del vestuario local para transmitir el encuentro del año.

Desde los poblados vecinos llovían los ómnibus de transporte, también se contaba de a decenas los autos y camionetas, inclusive algunos vinieron a caballo. Se acercó un gran contingente de personas dispuestas a pagar una entrada a cualquier precio. Los dos equipos entraron al rectángulo de juego en el mismo momento, arengados por sus bulliciosas parcialidades. El partido tal como se preveía de antemano fue de hacha y tiza, pierna fuerte y corazón.

El árbitro era el “Petiso” Pérez, un conocido zapatero de la zona que en sus ratos libres se dedicaba a la tarea de aplicar el reglamento. Su designación como juez fue muy discutida, desde el jueves a la noche en que se conoció que era el elegido de impartir justicia, se venía hablando de eso tanto o más que del propio partido final. El presidente del Once Estrellas, el “gordo” Zernikovsky, no lo quería ver ni en figuritas, pues hacía dos temporadas que los venía perjudicando seriamente al conceder a los equipos rivales ciertos privilegios que nadie entendía, ni se explicaba.

El primer tiempo pasó con más pena que gloria, los jugadores parecían cansados, el calor reinante era sofocador. Los bomberos reunidos arriba del camión-sirena decidieron terminar con ese calvario y extendieron hacia las primitivas graderías un extenso y revitalizador chorro de agua helada.

Hacia el segundo tiempo los ánimos aplacados tuvieron un vuelco inusitado. El juego desplegado por los contendientes era de ida y vuelta, no se daban ni se pedían tregua, el encuentro se transformó, ahora si que parecía una verdadera final. Todos rogaban con que el petiso Pérez no se las agarrara con los jugadores del Once Estrellas. Era matemático. Siempre cobraba alguna barbaridad inexplicable. Nada de eso había ocurrido hasta el momento crucial.

Jugada en el área. Peligro. Penal para el Real Mayor. Un foul que nadie percibió. De esos sacados de la galera, como por arte de magia. El diez del equipo del norte encaró hacia el área contraria, esquivando a su paso un mar de patadas que le rozaron las extremidades. Con la pelota en su poder y dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias fue interceptado por el zaguero rival. El “topo” Perdomo se le tiró a los pies, quitándole el balón en forma limpia, pero el delantero conocedor de las inclinaciones del juez, se dejó caer fulminado.

El fallo fue inminente. La muchedumbre enloquecía. Bronca y alegría se conjugaban en un mismo acto. Faltaban cinco minutos para el epílogo del encuentro y nadie entendía lo sucedido. El habilidoso volante del Real Mayor acomodó el esférico en el disco blanco, tomó carrera y disparó. Gol. Anulado. El árbitro señaló su silbato e hizo indicaciones acerca de que no había dado la orden de ejecutar.

Nuevamente se repetía el ritual. Por fin se dio la orden, el delantero disparó con una detonante furia que hizo que el balón se elevara por encima del pórtico del Once Estrellas.

Nadie lo podía creer. El partido continuaba empatado a cero. El jugador desequilibrante del Real Mayor había marrado un tiro penal a escasos minutos de finalizar el encuentro. Los nervios afloraban. La lucha en cada jugada era intensa. Los jugadores dejaban en el amarillento césped de la cancha hasta lo que no tenían. Se esperaba de un momento a otro la aparición fugaz del “Chueco” Luna. El tiempo reglamentario había terminado, el árbitro señaló hacia los cuatro costados con sus manos la prórroga de dos minutos más por el tiempo perdido.

Hasta que comenzó el principio del fin. El “Chueco” Luna, que había entrado poco en juego, se tiró hacia la banda derecha, pidió la pelota, y comenzó una loca carrera hacia el arco contrario. Gambeteó en un acrobático movimiento a dos rivales, en ese momento sintió la pesada carga que tenía sobre sus espaldas, se le acercaron otro número similar de jugadores contrarios que lo esperaban dispuestos a darle caza, sea por el método que sea, pensó que lo iban a enterrar de bruces en el pesado campo de juego, pero igualmente los encaró y con un rápido cambio de ritmo se los saco de arriba, para quedar mano a mano con el portero y su objetivo, el gol que le daría el gran campeonato al Once Estrellas.

Frente a su víctima era letal, no daba tiempo a la revancha, era como un lobo suelto ensimismado en la carne roja y débil de la ingenuidad. Había planificado en su cabeza ese momento durante toda la noche. Lo miró y pensó donde dirigir el balón. Allá arriba en la conjugación del poste y el larguero, allí quería mandar el esférico. La quería colgar del ángulo, tal como lo pensó durante toda la madrugada.

En ese instante el tiempo se detuvo, todo permaneció inmóvil. El público atónito y pasmado observaba el desenlace de una historia imborrable. El “Chueco” Luna preparó su misil. El tiro “banana”. Concibió nuevamente la posición del guardameta y sacó un certero cañonazo de pierna izquierda dirigido a las entrañas del arco, el destacado golero Gómez voló tanto como un pájaro en busca del preciado objeto de deseo, había estudiado las posibles direcciones del tiro, pero su esfuerzo fue inútil, en medio de camino el balón tomó un giro sorprendente para terminar incrustándose arriba sobre el otro palo, abrazado a la red.

El delirio fue total. La muchedumbre enloquecía.

Al “Chueco” Luna lo despertaron los fuertes golpes en la puerta de chapa de su casa. Los perros ladraban enfurecidos. Eran sus compañeros del Once Estrellas que lo venían a buscar...

(Mi agradecimiento a la generosidad de Edgardo por permitirme compartir con ustedes este cuento. Gracias Edgardo)

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Se enfrentaban en 1969 Deportivo Cali y Millonarios en el estadio “Pascual Guerrero”: los caleños tenían en sus filas al delantero argentino Juan Carlos “El loco” Lallana (foto), jugador rápido y de temible cabezazo, mientras que los azules contaban con el experimentado Amadeo Carrizo en el arco.
El arquero argentino estaba cerrando su ciclo por el fútbol y le ofrecieron una tentadora suma por venir a Millonarios y cayó en la tentación...
Lallana prometió que la haría gol a Carrizo y éste dijo que lo dejaría con las ganas. La prensa montó el duelo y la gente concurrió en masa a apreciarlo.
Llegó el momento esperado, mano a mano, en un balón aéreo: Lallana se levanto, cabeceó muy fuerte...el balón pasó por encima de Carrizo....los hinchas verdes y los locutores cantaron el goooolllll...
..Pero Carrizo voló hacia atrás, se dobló como un gato...y cayó con el balón atrapado, antes de producirse el gol...
El público y Juan Carlos Lallana terminaron aplaudiéndolo y nadie pudo hacerle un gol al gran Amadeo esa tarde.
Meses más tarde, en la final de ese mismo año entre Deportivo Cali y Millonarios, también fueron protagonistas Juan Carlos Lallana y Amadeo Carrizo.
A cinco minutos del final, se sancionó un penal favorable al Cali. Muchos decían que Lallana no debía cobrarlo, porque había sido compañero de Carrizo y éste lo conocía. Pero el mismo delantero tomó el balón y dijo: “Yo también conozco a Carrizo”.
En efecto, cobró el penal, anotó el gol y Deportivo Cali fue campeón.

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Faltan pequeños detalles para cerrar el contrato, pero estará listo en un par de semanas.

(Comunicado de prensa del club Helsingborg, de la primera división sueca, anunciando el fichaje del delantero Henrik Larsson de 37 años quien dejó atrás su fugaz paso por el 'floorball', un híbrido de hóckey sin patines en pista cubierta muy popular en ese país escandinavo -foto- 04/02/09)

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Italia deseaba vencer, era natural, pero se tomaron eso como algo obvio.

(JEAN LANGENUS, árbitro belga, participante de la Copa del Mundo de 1934)

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Aquella fría tarde (Rodrigo Damián Gaite - Argentina)


-Pero con el 2 a 0 del miércoles ya está- dijo Mingo acercando una silla a la mesa.

Emilio le salió al cruce arremangándose el puño y tratando de ocultar su nerviosismo.

-No pará viejo, que ya está ni ya está. A los partidos hay que jugarlos.

Ya van como cuatro veces que se nos escapa- suspiró el Negro.

Durante la semana a pesar del mal estado del campo de juego lograron sacar una diferencia importante, pero dos goles jugando de visitante no aseguraban nada y más teniendo en cuenta que a igualdad de puntos y goles el rival corría con ventaja deportiva.

La capacidad del bar estaba en su totalidad, las mesas estaban ubicadas de tal manera que todos los presentes pudieran ver con comodidad hacia el televisor de 29 pulgadas que estaba casi tocando el cielorraso en un soporte de metal.

César, que era hincha de Boca y don Pascual que era de Racing, abrigados hasta las narices, se tomaron el 46 en Pompeya que los dejaba en la esquina. Ellos habían estado casi todos los sábados de los últimos años, así que a pesar de ser domingo no iban a faltar en esa ocasión haciéndoles el aguante a los muchachos de la barra.

Todos aprovecharon la mañana y cumplieron con sus deberes de ciudadanos para elegir al nuevo Jefe de Gobierno porteño.

El Gordo Miguel, miraba de tanto en tanto por la ventana en dirección al taxi estacionado en la vereda de enfrente. Ya habían dicho que podía faltar GNC y se le ponían los pelos de punta.

El relator anunciaba la salida de los equipos y los más exaltados alentaban con cánticos tribuneros.

La voz de un niño hizo caer en la cuenta del detalle a más de uno.

-¡Mirá, van a jugar con la camiseta azul! -gritó entusiasmado.

-Con tal que ganemos que jueguen con cualquiera- comentó Pedro repasando el mostrador con una franela.

Las cámaras mostraban la imagen del árbitro mirando su reloj y esperando la orden de la televisión; en ese momento antes de que comenzase a rodar la pelota y aunque fuesen cábalas de carácter individual, la mayoría de los parroquianos se dieron vuelta para contemplar detenidamente la enmarcada fotografía de colores sepia que colgaba en la pared de fondo. El tipo del retrato tenía un aire pintoresco, el torso desnudo y los brazos abiertos mostrando los puños desafiantes.

Casi religiosamente, cada uno a su modo miraba la imagen como si estuviesen orando en silencio, como quien se para frente a la figura de San Cayetano y desde lo más profundo de su ser le pide trabajo. A él no le iba a pedir trabajo, sino un triunfo. Palabras más, palabras menos que intercediera ante Dios para que ganaran como sea, pero que ganaran, por que había que volver. Solamente un caído del catre podía preguntar ¿Volver adónde? Al lugar del cual nunca debieron haberse ido.

La escena era muy similar a la que realizaban los Napolitanos antes de los partidos que jugaba su equipo con la foto del santo Diego, con la diferencia que aquellos habitantes del sur de Italia le pedían a uno que iba a estar a dentro de la cancha, en cambio este grupo de hinchas le pedían a alguien fallecido hace muchos años.

Retumbaron unos gritos de guerra por que se iniciaba la primera etapa. Él, que observaba todo desde arriba estaba más inquieto que de costumbre. Pensar que se fue de este mundo un par de años después de que el club de sus amores saliera campeón jugando un fútbol extraordinario, aquel equipo quedaría como uno de los mejores de todas las épocas.

Y él, que ya era querido en vida lo fue mucho más luego de su muerte corporal.

Menos mal que no estuvo presente cuando en la década del 80 se fueron al descenso por primera vez, pero como se habrá emocionado viendo desde el cielo el banderazo que 5000 hinchas hicieron en el 98 en la sede social. Para esos hinchas en el último lustro hubo más desazones que alegrías. Fueron años cargados de satisfacciones fugaces, transitando las canchas de una categoría que les quedaba chica.

Pero cuando las desgracias recaen sobre las personas recaen con todas las letras.

Para completarla el clásico rival, el de toda la vida ganó el campeonato haciendo renacer las cargadas. ¡Qué otra cosa les podía pasar!

El partido empezó con mucho nerviosismo, el rubiecito de pecas que había advertido lo de la camiseta agitaba una bandera sobre su cabeza. En los ceniceros comenzaban a caer las primeras colillas de cigarrillos.

Él, que había visto como le pedían a su foto, le rogaba encarecidamente al Señor que hiciese lugar a ese pedido, que hiciera lo imposible para que lograran el objetivo, pero el Rey de Reyes trataba de tranquilizarlo y le manifestaba que no debían invocar en vano el nombre de Dios.

-¿Cómo en vano?- le dijo desesperadamente, pero con sumo respeto. Cristo le decía que su Padre era nada más y nada menos que el creador del universo y por ende sabía todo lo que pasó e iba a pasar desde el inicio hasta los últimos días. Él le decía que si, que está bien, pero le mostraba su preocupación por los contragolpes y la presión del público local, Jesús, con un gesto de ternura lo hizo mirar hacia abajo, ahí fue cuando volvió a serenarse, por que a los pocos minutos de haberse iniciado el encuentro, se ponían en ventaja con un derechazo cruzado. Después del gol el equipo siguió con la misma actitud, con amor propio y sin renunciar al buen juego.

Ya más calmo en el transcurso del entretiempo, sin darse cuenta comenzó a reflexionar sobre su vida terrenal, en como él mismo había creado a ese personaje bohemio y fanfarrón, logrando meterse en el corazón de la gente. Pensaba en el barrio, en las pastas domingueras de la vieja, en tantas noches doradas y en como se le había escapado la posibilidad de alcanzar la gloria, cuando en aquella emblemática velada le fue de igual a igual al mejor de todos los tiempos, y aunque dejó el alma ante los ojos del mundo no le alcanzó, pero hubo que aplaudirlo de pie por su guapeza. Repasó el día de su trágico final estando tan lejos de su tierra y sus afectos.

A tal punto dejó su sello por estos pagos, que hoy en día una calle lleva su nombre y se rumorea la posibilidad de filmar una película sobre su vida.

Allá abajo algo lo hizo volver en si. Era el 2 a 0 para el alivio y la tranquilidad de todos.

A Mingo, su cara angulosa comenzaba a cubrírsele de lágrimas. Faltaba más de media hora para que terminase el partido y la dicha y la confianza eran enormes, la diferencia era holgada y salvo una fatalidad podía cambiar la historia.

A esa altura el Gordo Miguel seguía el partido de brazos cruzados, ya se había olvidado del taxi y del GNC. Emilio se frotaba las manos y se acomodaba el bigote una y otra vez.

Pero parece que el diablo metió la cola, por que los locales convirtieron dos goles en dos minutos empatando el marcador y si bien todavía los favorecía la diferencia obtenida en el encuentro de ida en el Palacio, en el ambiente volvieron a sobrevolar los fantasmas de tantos años de frustraciones, de las veces que alcanzar el tan ansiado objetivo se esfumaba, desaparecía como la luz del día cuando cae la noche; ya hacía cuatro años que no podían lograrlo.

Pero lo peor había sido lo de la semana anterior. Cuando por fin creían que se les daba en tierras cuyanas, apareció una mano negra. Mejor dicho apareció un sinvergüenza vestido de negro, un caradura que les robó el partido y les frustró las ilusiones.

Todavía duraba la bronca, la impotencia y el desconsuelo. Por que una cosa es perder deportivamente y otra muy distinta es que te roben en la cara.

En el bar volvieron a mirar la foto que pendía en la pared. Y desde lo más hondo de sus corazones le pedían por favor que intercediera ante Dios. Que ya era hora, que se remediaran de una buena vez los errores del pasado, que les diera una nueva oportunidad.

Afuera oscurecía y Pedro terminó de encender los tubos fluorescentes del cielorraso.

César, con don Pascual y algún otro que andaba por ahí, también le pedían al Supremo, como quien le pide por la salud y el bienestar de sus seres queridos. Él, que desde arriba veía todo claramente se preguntaba por que Dios permitía esos pasajes de angustia y sufrimiento, pero como era de imaginar, el Todopoderoso ya tenía todo fríamente calculado. Y como sabe que es cierto eso de que la fe mueve montañas, esperó el momento propicio y apoyándole tiernamente una mano en el hombro le dijo:

-Andá. Bajá y dale una mano en el arco a Leo Diaz.

Y así fue como el ángel de Ringo Bonavena descendió y cuando se paró bajo los tres palos, con todo el panorama del campo de juego por delante, distinguió algo que solamente él por su condición de ángel podía percibir. Eran unas figuras blancas y diáfanas que sobrevolaban el terreno de juego a unos centímetros del suelo, y mientras él hacía lo suyo en el área chica, los seres alados de Baldonedo y "Tucho" Méndez colaboraban en el mediocampo con Coyette y Poggi; entretanto los de Stabile, Onzari y Masantonio se juntaban en la delantera con Milano y Larrivey; y la figura candorosa del “Gitano” Juárez hablaba con el cuerpo técnico.

Entonces, como primero hay que saber sufrir, para que los logros se valoren de una manera especial, a tres minutos del final, y para que el cielo se volviese blanco con un globo aerostático rojo en el centro, y para que comenzaran a delirar los hinchas que estaban en el bar, en el club y los 6000 que había recorrido más de 1000 kilómetros para llegar al “Malvinas Argentinas” y todos se dieran cuenta de que ahora si, que valió la pena tanta espera, por que a la larga todo llega y el tan ansiado regreso ya era un hecho, llegó el angelito de Farid Mohamed para terminar de acomodar el balón bajo la red luego del tiro libre de Gordillo, sellar el 3 a 2 definitivo y ganarle la promoción a Godoy Cruz.

El Turco Mohamed, el hombre que sabe lo que es reponerse ante la adversidad con su boina negra, desde el banco de suplentes lloraba de emoción. Houseman, Brindisi y Avallay junto a todo el pueblo quemero gozaban de felicidad. Por que los que están físicamente y los que no, saben que desde aquélla fría tarde mendocina, Huracán es de Primera y lo será para siempre.


(tomado de la página “Sector 7G”)

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El odio que poseen los hinchas de Leeds hacia Manchester United es tan profundo que el propietario de una cadena de tiendas de comidas rápidas cercana al estadio Elland Road se vio forzado a retirar los tenedores rojos de los establecimientos tras darse cuenta de que los hinchas preferían comer con las manos antes que utilizar un tenedor de color rojo los días de partido.
"Ponía cajas con tenedores rojos, pero veía que los blancos y los amarillos se gastaban rápidamente, mientras que los rojos siempre quedaban ahí", explicó el dueño, "tenía que tirarlos todos a la basura porque nadie los usaba. Entonces empecé a poner cubiertos de madera porque por lo menos tenían un color neutral. Es increíble".
Varios hinchas de Leeds confesaron este extraño prejuicio: "Algunos ni siquiera comemos ketchup los días de partido, así que lo de los tenedores no tiene discusión".
Inclusive hasta Mc Donald´s se doblegó al orgullo de estos hinchas, en su local cercano al estadio debió cambiar en los utensillos sus colores corporativos rojo y amarillo por un neutral blanco.

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Se dice que ya no hay rivales chicos y en cierta forma es verdad. Pero yo creo que, en realidad, lo que no hay son rivales grandes. El fútbol se está emparejando para abajo.

(ELÍAS FIGUEROA, ex jugador de la selección chilena, en entrevista realizada en 1982)

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El fútbol tiene algo de irremediable y fatal. Cuando dice ser revelador de ansiedades compartidas, oculta sentimientos ilegibles. Pero cuando se afirma que encubre grandes cuestiones, descubre las íntimas complejidades de una cultura.

(HORACIO GONZÁLEZ, sociólogo argentino)

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Meditación mientras se juega un partido de fútbol (Mercedes Zahorí - España)


La vida es siempre un desigual partido que
jugamos a ciegas diariamente.

Ya sabemos quién va a jugar enfrente
y el corazón lo damos por perdido.

A tientas,
con furor enloquecido,
buscamos el balón ansiosamente
intentando lograr ese potente chut
que nos dé el trofeo prometido.

Y el trofeo es vivir.
Unos a otros empujados.

A bulto.

Entre nosotros cometiéndonos faltas.

Juego duro.

Pobres ciegos jugando entre desiertos
ante un trágico público de muertos
y sólo Dios por árbitro seguro.

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Los hinchas del equipo brasileño Santos se retiraron el 2 de Agosto de 1962 del estadio de Vila Belmiro, en la ciudad portuaria del mismo nombre, estado de Sao Paulo (sureste de Brasil), seguros de que su elenco se había coronado campeón de la Copa Libertadores de América, tras empatar 3-3 con Peñarol de Montevideo.
Pero al poco tiempo se enteraron que en realidad debía jugarse un tercer encuentro (el primero lo ganaron los santistas 2-1 en el estadio Centenario de la capital uruguaya), porque en realidad el partido finalizó oficialmente con el triunfo de Peñarol, 3-2. ¿Qué había pasado?
Cuando transcurrían 51 minutos de juego y los uruguayos se imponían 3-2, el árbitro chileno Carlos Robles sufrió un fuerte botellazo que lo dejó desmayado. Robles recuperó el conocimiento en el vestuario, rodeado de dirigentes brasileños que lo presionaban para que continuara el partido.
El colegiado chileno aceptó, pero sin avisarle a nadie, lo dio por terminado y cerró el formulario con la victoria 3-2 del campeón uruguayo.
El juego siguió, no obstante, con carácter de “amistoso” (pero aquello solo lo sabía Robles).
En los 39 minutos que faltaban el puntero zurdo Pepe igualó el tanteador 3-3 y los santistas festejaron el haber obtenido el campeonato.
Pero en la Confederación Sudamericana de Fútbol (CSF), Robles explicó la situación y sus decisiones. La victoria se le adjudicó a Peñarol. La CSF consideró que se jugaron 51 minutos “oficiales” y 39 minutos “amistosos”.
Santos, igual, ganó la Copa Libertadores ese año, al derrotar 2-0 a los aurinegros en el tercer compromiso disputado días después en Buenos Aires para conseguir así su primera conquista continental con el aporte y el embrujo de Edson Arantes do Nascimento, Pelé.

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Se dice un montón de bobadas sobre defensas rudos y jugadores destructivos. Yo les llamo simplemente hijos de mala madre.

(GEORGE BEST, 1946-2005, ex jugador irlandés)

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El fútbol es la esposa del soltero, pero sobre todo la amante del casado.

(ANÓNIMO)

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El fin de una leyenda


En 1953, Hungría pudo romper la legendaria imbatibilidad de Inglaterra en su propio feudo de Wembley. Sin embargo, aquella espectacular victoria húngara por 6-3 era una más en la línea de su extraordinaria regularidad. Los húngaros habían creado escuela con un juego brillante y ofensivo en el que sus puntas de lanza eran el pie izquierdo de Ferenc Puskas y la "cabeza de oro" de Sandor Kocsis; junto a ellos, el imprevisible Zoltan Czibor, un extremo que volvía locos a los defensas, y, en una línea más retrasada, los "cerebros" del equipo: el medio Bozsik y el falso delantero centro Hidegkuti, que jugaba en posición intermedia.

Hungría llegó a la final del Campeonato del Mundo de 1954 con 27 victorias y 4 empates en sus últimos 31 partidos. Tenía que enfrentarse a Alemania, un equipo al que en la fase eliminatoria los húngaros habían vencido ya por un estrepitoso 8-3 (si bien en aquella ocasión los alemanes habían alineado a varios suplentes). Tan absolutamente convencidos estaban los húngaros de su superioridad, que alinearon a Puskas, a pesar de no hallarse totalmente recuperado de una lesión. El entrenador, Sebes, manifestó: "A fin de cuentas, esta final es una pura formalidad".

Los enemigos más peligrosos habían sido dominados: en cuartos de final, 4-2 a Brasil -con un expulsado por bando y una batalla campal en los vestuarios- y, en semifinal, también 4-2 a Uruguay, si bien tras una dramática prórroga resuelta por un espléndido testarazo de Kocsis, que mereció incluso la felicitación señorial del uruguayo Schiaffino. Alemania, en efecto, aparecía como una simple formalidad, aunque su contundente victoria por 6-1 contra Austria en la otra semifinal era un resultado muy digno de consideración.

La final se inició bajo los mejores auspicios para Hungría: a los 6 minutos Puskas marcó el primer gol; su espinilla no se resentía aún del esfuerzo. Dos minutos más tarde, Czibor puso el 2-0 en el marcador. Todo podía terminar aquí, pero a los 10 minutos de juego, el interior Morlock acortó distancias: 2-1. Y a los 18, el pequeño extremo Helmut Rahn aprovechó un error defensivo para establecer el empate. La final volvía a comenzar. Pero los húngaros tenían el hándicap de un Puskas disminuido (y en 1954 no se admitían las sustituciones). Bozsik, su mejor defensa, acusaba el peso de varios partidos muy duros, y los centrocampistas no proporcionaban a Kocsis la oportunidad de conectar sus temibles testarazos.

La racha goleadora se interrumpió. Empezaba un duro forcejeo en el centro del campo. Fritz Walter, el pulmón del equipo alemán, y sus compañeros Mai y Morlock, apoyados en el sólido bastión defensivo que era Liebrich, empezaron a imponerse al trío formado por Bozsik, Zalearías e Hidegkuti. Así iban pasando los minutos y se perfilaba la posibilidad de una prórroga. Sin embargo, a los 39 minutos del segundo tiempo, Bozsik dejó una pelota suelta que fue aprovechada por el extremo Rahn para internarse en el área y batir al meta húngaro cuando éste iniciaba una salida desesperada. Los últimos seis minutos constituyeron un dramático ataque magiar. Lo mismo que cuatro años antes en Maracaná, se producía la gran sorpresa, y Alemania ganaba el Campeonato del Mundo, rompiendo así la imbatibilidad de los húngaros mantenida a lo largo de casi siete años.

La victoria alemana sería más tarde puesta en tela de juicio por algunos observadores. Se señaló que los jugadores habían sido estimulados con determinados productos químicos en aquella memorable jornada del 4 de Julio. Su entrenador, el veterano Sepp Herberger, rechazó indignado las acusaciones, pero pocos días después de la final, la mayoría de sus jugadores se vieron aquejados de una misteriosa enfermedad parecida a la ictericia, lo que nos dejó de levantar fundadas sospechas. En cualquier caso, nada pudo probarse al respecto.

Helmut Rahn, un extremo derecho, había sido el "verdugo" de las aspiraciones húngaras en este caso. Nacido el 16 de Agosto de 1929, su juego se basaba en un extraordinario fondo físico, que le permitía apoyar a sus compañeros en el centro del campo, y en una formidable potencia de tiro. Había debutado en la selección alemana a los 22 años de edad y llegó a jugar 40 partidos internacionales, entre ellos los correspondientes a la Copa del Mundo de 1958. En esta ocasión Rahn marcó 5 goles en los tres partidos de la fase eliminatoria y después el único gol de encuentro en los cuartos de final ante Yugoslavia. En 1960, y ya en el declive de su carrera, fichó por un equipo holandés, donde todavía jugó un par de años.

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Universitario de Deportes y Alianza Lima jugaban en el Estadio Nacional por la Copa Libertadores, el 3 de Agosto de 1988.
El cuadro crema ganaba 2 a 0, con goles de José "Chemo" Del Solar (20') y del arequipeño Juvenal Briceño (41'), al final del primer tiempo, período en el que los dirigidos por Moisés Barack, se habían quedado con 8 jugadores por las expulsiones de César Espino (34'), Wilmar Valencia (45') y Cédric Vásquez (45'), quienes recibieron la tarjeta roja de parte de César Pagano por conducta violenta.
Luego del entretiempo, las acciones siguieron hasta el minuto 54, cuando el chileno René Pinto y Eugenio La Rosa (foto), hermano menor de Guillermo, acusaron lesiones imprevistas y ya no pudieron ser reemplazados, porque el DT aliancista ya había realizado las dos variantes permitidas en ese entonces por la FIFA.
Sin cinco jugadores, cuando el máximo ente permite siete, al menos para disputar un partido oficial, el cuadro íntimo decidió retirarse de la cancha luego de recibir la venia del juez principal y, por supuesto, el marcador no varió: quedó 2 a 0 a favor de la 'U', que conducía Juan Carlos Oblitas.
En los días posteriores los medios especularon con que Pinto y La Rosa se hicieron a los sentidos para evitar que Alianza, con 8 jugadores en la cancha, sufriera una goleada catastrófica ante el rival de toda la vida, hecho que la 'U' tomó como un acto de cobardía y que la Trinchera Norte le recuerda al Comando Svr cada vez que puede en un choque entre ambos.

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Un día, poco antes del inicio del campeonato, pregunté a mis compañeros, como capitán, si aceptaban el sometimiento total a los sistemas tácticos de Rinus Michels. "Quien no esté con nosotros está contra nosotros", les dije. Nadie desertó de nuestras filas.

(JOHAN CRUYFF, ex jugador y entrenador holandés)

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En este club siempre hubo rumores. Acá no sólo las paredes hablan, hablan hasta las canillas del baño. Pareciera que todo el mundo quiere opinar.

(MIGUEL ÁNGEL RUSSO, director técnico de San Lorenzo de Almagro, en Radio Del Plata, Sábado 31 de Enero de 2009, disconforme con la conducta del plantel a su cargo)

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David Seaman (Rob Highton - Inglaterra)

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La cumbia de los trapos (Yerba brava - Argentina)

* dedicada al club Santos Laguna (México)

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Tenía todo arreglado para entrar a la Cuarta de Boca Juniors, el club del que soy fana a muerte. Yo jugaba en Defensores Unidos de Luján cuando se organizó una serie de partidos contra Boca. Al “Chapa” Suñé le gustó mucho cómo anduve, sobre todo en un partido que ganamos fácil y en el que metí tres goles. Pero, además, Defensores estaba jugando en la Liga de Luján, y en un partido contra El Ciclón de Escobar me clavaron un planchazo en el medio de la rodilla. Tuve luxación de rótula izquierda y me enyesaron toda la pierna. Como todavía estoy en etapa de crecimiento, los médicos no creyeron conveniente que me operara. Así que no pude firmar para Boca.

(LUCIANO PEREYRA, cantante argentino, en revista “Mística” del sábado 7 de Agosto de 1999)

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Fui arquero porque el fútbol siempre me interesó más como espectador que como protagonista.


(AMÉRICO TESORIERI, 1899-1977, célebre arquero argentino)

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Leónidas Da Silva no va a jugar la semifinal contra Italia, vamos a preservarlo pensando en la final.

(ADEMAR PIMENTA, DT de Brasil antes de la semifinal del Mundial de 1938; Brasil perdió ese partido, quedó eliminado y Pimenta no pudo volver a Río de Janeiro debiendo refugiarse por unos días en Montevideo, hasta que se calmaran las aguas)

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La “chilena” de Castec (Mauro Vidal - Chile)


"La jugada partió con un saque desde el fondo. Oscar Wirth le pega fuerte hacia la banda lateral, y ahí la agarra…"… Mira al suelo y después al cielo, como buscando en los rincones secretos de la memoria. Hasta que encuentra.

"Ah sí, la toma Bigorra. Entonces el 'Flaco' la acomoda, levanta la cabeza y mete un pelotazo como de 50 metros para Manolo Rojas"…

Por si alguien no sabe o no se acuerda, vale la pena aclarar que el hombre habla de un amistoso entre la "Roja" y Argentina que se jugó un 18 de Septiembre de 1980 en Mendoza y que terminó empatado a dos.

Y por si todavía alguien no sabe o no se acuerda, también vale la pena aclarar que el gol de empate definitivo fue una obra de arte ejecutada y cristalizada por Sandrino Castec, que se dio el gusto de perforar el arco defendido por Ubaldo Matildo Fillol (uno de los mejores arqueros argentinos después de Amadeo Carrizo) con una espectacular "chilena" que dejó con la boca abierta a medio estadio.

El relato sigue su curso y el momento del lujo técnico se acerca: “Ese día la gente fue a ver a Maradona y terminó aplaudiendo a Rojas. Es que la rompió el 'Chico', jugó tremendo… Pero bueno, la cosa es que Manolo agarró la pelota en el aire, y antes que bajara le dio de primera. Le salió un tiro súper potente y Fillol se mandó una de esas atajadas que lo hicieron famoso…”

Habla pausado, acaso como repitiendo una historia que, de tanto contarla pierde su gracia. Pero no. Porque esta sí que fue gracia. Una grande e inolvidable.

"Pensé que la pelota iba a salir por encima del travesaño, pero como el tiro fue tan potente, Fillol le colocó las manos y salió un rebote raro, porque el balón empezó a subir y a subir, haciendo una pequeña curva en su caída…"

Ahora se levanta para explicar mejor. Con una mano muestra en el cielo un punto imaginario (la pelota) y con la otra apunta hacia un arco, también imaginario.

"Yo estaba en el borde del área grande de espaldas a Fillol, y cuando la pelota venía bajando lo pensé y me animé a darle de 'chilena'… Calculé, salté y le pegué… Entonces sentí que la había agarrado llenita y antes de tocar el pasto giré y alcancé a ver que entraba. Sería un mentiroso si dijera que la quise clavar ahí donde se metió, pero la regla número uno de un delantero es estar preparado para aprovechar cualquier oportunidad. Y eso hice…"

Se ríe. Pero también hace una mueca como de hastío.

“Es que, después de tanto tiempo, no falta el envidioso que me dice que todavía estoy cobrando por ese gol. ¡Putas que hay gallos mala clase! Afortunadamente, la mayoría de las veces la gente me saluda con cariño y respeto. Incluso los que son colocolinos, porque me reconocen lo que hice en la Selección…”

Así pasa la mañana. Una mesa, un café y fútbol, excusas perfectas para estirar la conversación hacia lo obvio, como el partido que viene con Argentina, la vida, etc.

Está tranquilo Castec, embarcado a los 44 años en la escuela de fútbol que desarrolla la Universidad de Chile en las canchas del estadio “El Llano”, donde comparte cada domingo con niños que van desde los 6 a los 16 años y que escuchan atentos sus enseñanzas.

Pero cuando llega la hora de hablar de la "Roja", se acomoda y larga: " No me convence su esquema, que por lo demás no tiene nada de novedoso. Si es la misma escuela de la Católica, de Carvallo, aunque diga que no le gusta el '10´ clásico y que su estilo es jugar para adelante, buscando el arco contrario… "¿Tapia en la delantera? A ojos cerrados debería ser Pinilla, porque tiene toda una temporada en el cuerpo y es guapo hasta los tobillos. En cambio Tapia, con suerte, ha jugado dos partidos en Francia… Por eso te digo que realmente no sé lo que va a pasar el sábado. Y por supuesto quiero que ganemos. Sería lindo empezar así para reencantarnos con la Selección, pero por ahora es sólo un sueño".

De acuerdo Sandrino. Es un sueño. Pero por ahí los sueños se cumplen, como esa vez en que uno de nuestros delanteros se dio el gusto de perforar el arco defendido por Ubaldo Matildo Fillol con una espectacular "chilena", y dejó con la boca abierta a medio estadio en Mendoza. Si hasta parece un cuento de fútbol…



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Mundial de 1982, Semifinal Francia-Alemania. Minuto 62. Schumacher avasalla a Battiston. En el parte médico se habla de conmoción cerebral, una vértebra rota y dos dientes partidos, pero no de la violencia del episodio.
En la sede del Girondins de Burdeos, años más tarde, Battiston hace memoria: "El terreno de juego era como un pasillo y no había nadie. Como en los Campos Elíseos en Agosto a las cinco de la mañana. De repente, vi algo negro que se me acercaba y ya no recuerdo más".
Acomodado en un salón de su empresa, Schumacher recuerda la jugada: "Pensé que llegaba al balón, pero Patrick (Battiston) llegó un segundo antes. Salté sin saber dónde estaba el balón, con las rodillas de frente, pero me giré y le di con la cadera. Veinticinco años después haría lo mismo. Estaba seguro de que llegaba. Sí cambiaría lo que hice mientras Patrick estaba tumbado inconsciente. Volví a mi portería y jugué con el balón porque tenía miedo".
Alemania remontó un 1-3 en la prórroga y llegó a la final gracias a los dos penaltis que detuvo Schumacher. "Fui el enemigo público número uno. Recibí amenazas de muerte, tuve guardaespaldas, amenazaron con secuestrar a mis hijos y matarlos", recuerda Schumacher. El portero alemán obtuvo el perdón de Battiston, pero la imagen de la agresión aún le persigue.

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Las modernas camisetas de fútbol parecen obra de un chimpancé drogado.

(ANDREW SHIELDS, periodista británico)

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Es inteligentísimo a pesar de su elevada estatura.

(MARIO BARDANCA, comentarista deportivo uruguayo, y una frase para el recuerdo en el partido Italia-Australia del Mundial 2006, opinando sobre el delantero azzurro Luca Toni)

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Jugar en el Ajax (Pablo Malagón - España)


Hasta aquel día nunca había conseguido disputar un solo minuto con la camiseta del Ajax, y él siempre había deseado jugar al fútbol vistiendo la camiseta del Ajax. Jugador rápido, eléctrico y de débil aspecto, había recorrido el mundo pegado a un balón y cociendo en sus instintos un único deseo; jugar en el Ajax.

Había nacido en Walkenburg, una pequeña ciudad al norte de Holanda donde cada chiquillo tenía su sueño personal. Muchos pedaleaban a toda pastilla por las sinuosas calles soñando con correr algún día el Tour de Francia, otros patinaban sobre el hielo deseando ser artistas sobre dos cuchillas, otros palmeaban la pelota buscando en el volley una vía de salvación y él, Richard Van Verenken, siempre había soñado con ser futbolista y ganar títulos vistiendo la camiseta del Ajax.

Ahora que contaba con treinta y dos años y echaba la vista atrás para rememorar todas sus patadas, solamente sentía un pequeño escozor en el alma y ese era el no haber podido jugar nunca en el Ajax.

El Ajax. Recordó la primera vez que vio un partido del fútbol. Corría el año mil novecientos ochenta y un joven talento deslumbraba sus ilusiones; se llamaba Marco Van Basten y anotaba goles como quien recita versos. Siempre quiso ser como él; fuerte, ágil, hábil y oportunista, el típico fruto de la cantera de un club que había hecho de sus jóvenes talentos una pura filosofía de vida.

El Ajax era algo así como la majestad del fútbol, por más que perdiese patrimonios nunca iba a rechazar a la máxima consigna, aquella misma que le había llevado a lo más alto y que lo había situado como un ejemplo a imitar en el universo del deporte; jugar al fútbol.

Jugar al fútbol no significaba en el Ajax un regreso a la tradición de golpe y tentetieso; el fútbol en el Ajax significaba balón. Balón, balón y balón. Circulación, desmarque y gol. Y todas aquellas consignas habían situado el amor por el fútbol del pequeño Richard Van Verenken en lo más alto de su escala de valores. El fútbol, el balón y Marco Van Basten.

Nunca pudo adquirir las mejores características del gran delantero que hizo del Milan el mejor equipo del mundo, pero sí alcanzó condiciones óptimas para convertirse en un buen jugador de fútbol. E hizo carrera.

Desde pequeño realizó multitud de pruebas y multitud de veces ofreció sus servicios al club de Ámsterdam, pero nunca había conseguido vestir aquella camiseta en la que el rojo y el blanco se combinaban para dar un aspecto de solemnidad total. Unas veces por falta de condiciones y otras veces por exceso de talentos, siempre se había visto fuera de su gran sueño.

Pero nunca desistió en su empeño de ser futbolista, el Ajax siempre estaría en la recámara pero el balón nunca le daría oportunidades de regresar si lo abandonaba por el mero ejercicio de la frustración. Y así, tras pasar por las categorías inferiores del Feyenoord, el gran rival del equipo de sus amores, consiguió debutar al fin en la primera división holandesa vistiendo los colores del Utrech cuando contaba tan sólo con diecisiete años. Pensándolo irónicamente, aquel dato significaba que llevaba media vida jugando profesionalmente al fútbol, media vida gastada buscando un sueño. No pudo sino sonreír. Tampoco le había ido tan mal.

Su primera temporada había sido excelente. Había jugado veinticinco partidos, catorce de ellos completos y había anotado doce goles. No era Van Basten, no tenía sus condiciones y ni siquiera jugaba como delantero centro. Era más bien un segundo punta, un jugador de compañía, de fácil regate y un interesante punto de velocidad. Aprendió a usar la cabeza antes que los pies y supo así que para marcar un gol primero es imprescindible desmarcarse y que para avanzar, a veces, un solo toque elimina a más rivales que un par de quiebros. Rápidamente interesó a todos, pero el Ajax nunca quiso mover ficha por él.

En su segunda temporada con el Utrech no cumplió con las expectativas que se habían generado en torno a su figura de joven promesa. Comenzó de titular y acabó defenestrado. Superado por la presión y agotado por las alabanzas sus dieciséis partidos como titular y sus doce como suplente acabaron con la pírrica cifra de un único gol marcado a la desesperada y a puerta vacía.

Un frío vacío comenzó a inundar sus ánimos y se replanteó seriamente la idea de seguir jugando al fútbol. Fue cedido a un mísero equipo de la segunda división holandesa donde no cabía ni su talento ni sus posturas de jugador enclenque. Tuvo que luchar contra la dureza, la adversidad y contra la realidad, aquella que le escribía en renglones de oro que su sueño de vestir la camiseta del Ajax se estaba rompiendo para siempre.

La segunda división defenestró sus inquietudes y le convirtió en un joven huraño en busca de su título personal.

El Utrech rompió su contrato y un jugador rival estuvo a punto de romper sus ilusiones para siempre. En aquel momento era un simple jornalero del fútbol que gastaba sus mejores momentos jugando partidos de competiciones regionales. Quebraba a los rivales con los mismos escrúpulos que la vida había tenido en él en cada uno de sus quiebros. En uno de ellos y mientras avanzaba frenéticamente hacia la portería rival, un defensa de aspecto rudo y cercano a los cien kilos de peso se había lanzado con violencia buscando el balón y encontrando su pierna por el camino. El diagnóstico reflejaba rotura de tibia y peroné y el tiempo le convertía, a sus veinte años, en una vieja gloria con inexistentes sueños de grandeza.

Aprendió a soñar despierto y a conformarse con haber podido ser alguien. Disfrutó con los partidos del Ajax pegado a su televisor y agarrado a sus sueños de niñez, y se convirtió en un aficionado más de la máquina de Ámsterdam.

Nunca dejó de amar al fútbol pero aprendió a convencerse que nunca volvería a ser lo poco que fue. Superó la lesión y se apartó del balón. Habían pasado cinco años desde que debutara por vez primera en la primera división holandesa y ya se había convertido en un ex futbolista. Emigró a Ámsterdam y encontró un trabajo en un comercio de ropa. Comenzó a asistir al Louis de Knuip cada vez que el Ajax disputaba un partido como local y aprendió de cerca los mejores conceptos del fútbol; la presión, el toque, el desmarque y el gol. El fútbol, en el Ajax, se convertía en un ejercicio facilísimo.

Nunca podría olvidar una templada tarde de septiembre de mil novecientos noventa y cinco; tenía veintidós años, toda una vida por delante y un montón de sueños incumplidos amén de los millones de sueños que le quedaban aún por cumplir. Sintió pronunciar su nombre tras él y se giró para descubrir quien era el artífice de aquella llamada de atención. De jugador de fútbol célebre en su ciudad se había convertido en un ciudadano anónimo en Ámsterdam y era por ello que sentía extrañeza por haber sido reconocido por un extraño.

El hombre tenía aspecto de bonachón. Fumaba un habano de tamaño considerable y sonreía a medida que acompañaba el movimiento de su prominente barriga. Su cabello, totalmente blanco, le daba un aspecto de hombre interesante y su voz, firme y convincente, le convertía, a primera vista, en un personaje bastante fiable. Se llamaba Antoine Regard y hablaba con un pronunciado acento francés. Le contó sus recuerdos y sus propósitos. Le habían encandilado aquellos partidos de Richard con el Utrech y le había reconocido minutos antes entre la estremecida afición que poblaba las gradas del estado del Ajax de Ámsterdam.

Se había hecho con el poder de un club de la segunda división suiza y buscaba talentos para situarlo en lo más alto de las clasificaciones de aquel país. Le prometió fútbol, dinero y respeto y aquellas promesas hicieron reverdecer en él viejos laureles. Se estrecharon la mano y se citaron para dos días después en un pequeño despacho situado en un céntrico edificio de Ámsterdam.

Firmó un nuevo contrato y abandonó su vida sedentaria; volvía a ser un nómada del balón. Durante aquellos largos meses de reflexión había aprendido de la vida tanto como del fútbol. Estaba cerca de cumplir los veintitrés años cuando vistió por vez primera los colores del Thun suizo. Hizo un partido memorable. Volvió a sentir como sus pelos se erizaban al tiempo que las gradas coreaban su nombre vistiendo su ánimo de pura ilusión.

Hizo tantos goles como partidos disputó aquella temporada, en total veintiocho, por primera vez en su vida se sintió futbolista de verdad y fue consciente por vez primera de las enormes consecuencias de su talento. El Thun ascendió a la primera división del fútbol suizo y dos temporadas, un título y cuarenta y nueve goles después fue vendido por tres millones de libras al Liverpool inglés.

Jugar en un grande no pudo con sus ánimos de jugador inquieto. Ya había aprendido que fracasar es sólo para los tímidos así que se propuso ser líder en Liverpool, en Inglaterra y en el mundo entero. Tres años en el Liverpool le convirtieron en el mejor jugador de la Premier League y en un fijo en las convocatorias del seleccionador holandés. Se había convertido en un jugador grande en el terreno y admirado fuera de él.

Nunca perdió la humildad que aprendió mientras se arrepentía de sus egos pasados postrado en un sillón y con su pierna derecha cubierta por una escayola. Pero tampoco volvió a arrojar su toalla al precipicio de los cobardes. Cada partido jugado se convertía en un signo de admiración y cada gol era festejado como el último y recordado como el primero.

Aprendió a ser un ídolo y se comportó como tal, recibió multitud de ofertas y aunque su reojo siempre miraba al remitente antes de rechazar cualquier propuesta, siempre sintió deseos de ser pretendido por una vez en la vida por el Ajax de Ámsterdam, el mismo club con el que aprendió a amar el fútbol hacía ya más de veinte años.

Tres años, dos títulos y noventa y ocho goles después de fichar por el Liverpool, abandonaba Inglaterra para fichar por el Real Madrid. Después de haber sido alzado a la categoría de ídolo por parte de los hinchas “reds”, subía un peldaño más en su ascenso hacia la gloria fichando por el club más importante del mundo. Atrás quedaban las desdichas, los triunfos y los goles, atrás quedaban sus sueños de grandeza vistiendo la equipación del Ajax y frente a él se presentaban los últimos años de su carrera formando parte de la historia del mejor club de todos los tiempos.

Su llegada a Madrid estuvo bendecida por un halo de entusiasmo. En el club merengue se le esperaba como el agua del mes de mayo como el engranaje perfecto para una máquina a pleno funcionamiento. No le resultó demasiado fácil adaptarse a su nueva situación en la que el compromiso con la victoria iba más allá de un simple reto. Hubo de soportar unas semanas de banquillo que acicatearon en parte sus humos; no había llegado tan lejos como para rendirse a las primeras de cambio, así que no cambió ni un ápice su fórmula del éxito: constancia, trabajo, ilusión y unas gotas de demagogia. Nada mejor para levantar a un público acostumbrado a lo más grande.

Richard Van Verenken jugó por vez primera como titular vistiendo la camiseta del Real Madrid en el Nou Camp de Barcelona el cuatro de noviembre del año dos mil y aquella misma noche salió aclamado por la prensa como el mejor jugador del mundo. Su exquisita aportación y sus ganas de triunfar hicieron una parte, su talento inmenso y sus dos goles anotados hicieron el resto. A nadie le quedó una ínfima duda de la realidad; rendirse a su talento o morir.

Con la camiseta del Real Madrid alcanzó sus cotas más altas. Lo ganó todo y se hizo con el balón de oro, un premio que le reconfortó tanto que por instantes creyó verse libre de su gran sueño y que seguía siendo el de jugar en el Ajax.

Sumo tantas temporadas como títulos jugando en el Real Madrid, un total de cuatro, en las que sumó doscientos cuatro partidos y ciento doce goles. Se convirtió en un mito, en un ídolo y en la personificación de los premios de la vida a quien busca la fortuna detrás de cada esquina.

Pero nunca olvidaría la tarde del veintiuno de Marzo de dos mil cuatro. El Bernabéu, colosal y mágico, como de costumbre, estaba a rebosar. Se jugaba un partido clave de cara a afrontar las verdaderas aspiraciones hacia el título y sus quiebros tenían emocionados a los más de setenta mil espectadores que abarrotaban las gradas, sus intenciones eran las más directas y sus genialidades se estaban convirtiendo en películas de las mejores memorias. Pero olvidó, por un instante, que el hombre, como ser tozudo y despistado, es el único ser vivo que tropieza dos veces con la misma piedra y así, olvidó que quien entra con quietud puede entrar también con violencia si el respeto y la furia se descontrolan por completo.

Así, incapaz de ver al defensa central que aparecía desde su flanco izquierdo, hizo amago de continuar y frenó buscando a un compañero a quien regalarle la delicia del gol, pero lo único que halló fue una dura patada que lo mandaba para varios meses a la enfermería. De nuevo, la misma tibia y el mismo peroné se rompían para ofrecer una imagen macabra y dolorosa, un gesto torcido por el dolor y una baja que significaba un adiós casi definitivo a la temporada.

Como ya se había olvidado de llorar decidió sonreír, al fin y al cabo, la vida le había llegado a tratar mucho peor de lo que lo estaba haciendo entonces. Regresó a su país y tomó con calma su recuperación. Al contrario de lo que se hubiese podido esperar, su equipo no le echó de menos. Quizá había llegado la hora de ceder su lugar a nuevas hornadas y dar la razón a todos aquellos que auspiciaban el fin de su carrera. Hacía ya unos meses que venía sintiéndose más lento y más pesado, con menos brillo y más peso, con menos ganas y más canas en el pelo. Debía de ser verdad aquello de que se estaba haciendo viejo.

En Holanda, mientras sus huesos soldaban y su corazón recuperaba la monotonía, volvió a sentir de cerca el cariño de sus seres más queridos, volvió a pasear por las calles que le habían acogido durante los peores días de su juventud, volvió a respirar el aire frío que tanto añoraba y volvió a ver al Ajax.

Primero fue una visita por compromiso, después fue una visita por curiosidad y por último, pisar las gradas del Ámsterdam Arena, el nuevo estado del Ajax, cada dos semanas, se había convertido en poco más que una obligación. Sintió como un profundo ánimo abrigaba su corazón y sintió, por enésima vez en su vida, la eterna nostalgia que producía el único gran deseo que jamás consiguió hacer realidad en su vida; jugar al fútbol con la camiseta del Ajax.

Él, que había nacido una tarde de mayo de mil novecientos setenta y tres, cuando el Ajax levantaba su tercera Copa de Europa, y que siempre se había sentido ligado, por entusiasmo, concordancia y obligación a la filosofía futbolística del mejor club de Holanda, estaba a punto de poner fin a su carrera como futbolista sin llegar a vestir los colores que siempre amó.

Parecía insólito, pero una solitaria lágrima resbaló por su mejilla y le hizo añorar todo aquello por lo que luchó de niño; había alcanzado todos sus sueños, pero por más que intentó cabalgar las bandas del Ámsterdam Arena vistiendo la camiseta del Ajax, nunca había conseguido más que vestir aquella camiseta en algún partido de patio de colegio o en algún paseo por un parque o una playa, añorando y, por otra parte, consiguiendo, sueños de grandeza.

Volvió al fútbol y regresó a un Bernabéu repleto. Pronto se notó que Richard Van Verenken no era el jugador energético que dejó el estadio en camilla por última vez hacía más de seis meses. Sus piernas añoraban sus mejores tiempos y su cabeza añoraba los tranquilos paseos por las calles de Ámsterdam. Era posible que se estuviese convirtiendo en esclavo de sus propios sueños. Sintió por vez primera la dureza del Bernabéu en forma de silbidos una noche de diciembre de dos mil cuatro, la misma noche en la que hizo la maleta para irse y no regresar jamás.

Estaba cansado de fútbol, de viajar y de sobrevivir corriendo, driblando y chutando. Sintió deseos de obtener oxígeno y replanteó todas sus dudas en apenas cinco minutos. Dos días después le estaba diciendo adiós al Real Madrid con su carta de libertad en la mano y apenas una hora después toda la ciudad añoraba la marcha de quien, durante cuatro temporadas había sido un ídolo, un ejemplo y un cúmulo de talento irrepetible. Los que le habían aplaudido lloraban por fuera y los que le habían silbado lloraban por dentro, arrepintiéndose de sus actos y pidiendo al cielo de la gloria el perdón inmediato a todos sus pecados.

Pero nadie era el culpable de aquella despedida. Richard necesitaba un espacio para acomodar sus ideas y aquel estaba lejos de los terrenos de juego. Regresó a Ámsterdam y adquirió una bonita casa en el centro. Adquirió nuevas costumbres y no olvidó ninguna de sus costumbres anteriores, sobre todo, la de ir a animar al Ajax cada dos domingos, a las gradas del Ámsterdam Arena.

Dos meses después volvía a saltar a los terrenos de juego. Había cuajado una rápida negociación. Una llamada, docenas de lágrimas y una sonrisa que ya nunca se iba a borrar de su rostro. El veinte de febrero de dos mil cinco, Richard Van Verenken volvía al fútbol, a su infancia y a sus mejores galas debutando como jugador del Ajax en el Ámsterdam Arena.

Sonrió de nuevo. Le había costado treinta y dos años alcanzar su mayor sueño. De nuevo vestido de corto y con varias canas decorando su cabello jugó a recordar y volvió a sonreír. Sonrió por haber logrado ser quien era, pero sobre todo sonrió por la seguridad que le daba el saber que por primera vez en su vida estaba a punto de jugar de verdad al fútbol.

(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento. Muchas gracias por tu amabilidad Pablo!!)

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“...la va a tocar para Diego, ahi la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... ¡y goooooool...! ¡Gooooool...!¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos: barrilete cósmico, ¿de que planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.... Argentina dos, Inglaterra cero. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona. Gracias Dios: por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas. Por este... Argentina dos, Inglaterra cero”.

(fragmento del relato de Víctor Hugo Morales, periodista deportivo uruguayo radicado desde hace muchos años en Buenos Aires, 22 de Junio de 1986, Mundial de México)

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Hay que aparentar un mínimo de cultura, y en caso contrario no aparecer. Y ahora somos los únicos solitarios en la punta de la tabla de posiciones.

(FÉLIX BRÍTEZ ROMÁN, ex jugador del Club Cerro Porteño, Diario "ABC" de Paraguay, Octubre de 1991)

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Ha sido un partido de dos partes y hemos estado fatal en las dos.

(BRIAN HORTON, ex entrenador del Oxford)

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La redonda (Guillermo Fernández Liguori - Argentina)


Yo, balón
no comprendo la pasión
que despierto.

Mi misión es rodar
deslizándome en el
verde césped,
cuando me acarician
sigo siendo redonda
cuando me maltratan
me convierto en ovalada
cuando estoy en las alturas
me siento astronauta.

Pero lo que mas anhelo
es pasar esa línea
y abrazarme a la red
en ese preciso momento
soy humano
y mi piel que es de cuero
se emociona y llora
por los gritos y la felicidad
de esos hinchas que se abrazan y saltan apasionados.

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