-Pero con el 2 a 0 del miércoles ya está- dijo Mingo acercando una silla a la mesa.
Emilio le salió al cruce arremangándose el puño y tratando de ocultar su nerviosismo.
-No pará viejo, que ya está ni ya está. A los partidos hay que jugarlos.
Ya van como cuatro veces que se nos escapa- suspiró el Negro.
Durante la semana a pesar del mal estado del campo de juego lograron sacar una diferencia importante, pero dos goles jugando de visitante no aseguraban nada y más teniendo en cuenta que a igualdad de puntos y goles el rival corría con ventaja deportiva.
La capacidad del bar estaba en su totalidad, las mesas estaban ubicadas de tal manera que todos los presentes pudieran ver con comodidad hacia el televisor de 29 pulgadas que estaba casi tocando el cielorraso en un soporte de metal.
César, que era hincha de Boca y don Pascual que era de Racing, abrigados hasta las narices, se tomaron el 46 en Pompeya que los dejaba en la esquina. Ellos habían estado casi todos los sábados de los últimos años, así que a pesar de ser domingo no iban a faltar en esa ocasión haciéndoles el aguante a los muchachos de la barra.
Todos aprovecharon la mañana y cumplieron con sus deberes de ciudadanos para elegir al nuevo Jefe de Gobierno porteño.
El Gordo Miguel, miraba de tanto en tanto por la ventana en dirección al taxi estacionado en la vereda de enfrente. Ya habían dicho que podía faltar GNC y se le ponían los pelos de punta.
El relator anunciaba la salida de los equipos y los más exaltados alentaban con cánticos tribuneros.
La voz de un niño hizo caer en la cuenta del detalle a más de uno.
-¡Mirá, van a jugar con la camiseta azul! -gritó entusiasmado.
-Con tal que ganemos que jueguen con cualquiera- comentó Pedro repasando el mostrador con una franela.
Las cámaras mostraban la imagen del árbitro mirando su reloj y esperando la orden de la televisión; en ese momento antes de que comenzase a rodar la pelota y aunque fuesen cábalas de carácter individual, la mayoría de los parroquianos se dieron vuelta para contemplar detenidamente la enmarcada fotografía de colores sepia que colgaba en la pared de fondo. El tipo del retrato tenía un aire pintoresco, el torso desnudo y los brazos abiertos mostrando los puños desafiantes.
Casi religiosamente, cada uno a su modo miraba la imagen como si estuviesen orando en silencio, como quien se para frente a la figura de San Cayetano y desde lo más profundo de su ser le pide trabajo. A él no le iba a pedir trabajo, sino un triunfo. Palabras más, palabras menos que intercediera ante Dios para que ganaran como sea, pero que ganaran, por que había que volver. Solamente un caído del catre podía preguntar ¿Volver adónde? Al lugar del cual nunca debieron haberse ido.
La escena era muy similar a la que realizaban los Napolitanos antes de los partidos que jugaba su equipo con la foto del santo Diego, con la diferencia que aquellos habitantes del sur de Italia le pedían a uno que iba a estar a dentro de la cancha, en cambio este grupo de hinchas le pedían a alguien fallecido hace muchos años.
Retumbaron unos gritos de guerra por que se iniciaba la primera etapa. Él, que observaba todo desde arriba estaba más inquieto que de costumbre. Pensar que se fue de este mundo un par de años después de que el club de sus amores saliera campeón jugando un fútbol extraordinario, aquel equipo quedaría como uno de los mejores de todas las épocas.
Y él, que ya era querido en vida lo fue mucho más luego de su muerte corporal.
Menos mal que no estuvo presente cuando en la década del 80 se fueron al descenso por primera vez, pero como se habrá emocionado viendo desde el cielo el banderazo que 5000 hinchas hicieron en el 98 en la sede social. Para esos hinchas en el último lustro hubo más desazones que alegrías. Fueron años cargados de satisfacciones fugaces, transitando las canchas de una categoría que les quedaba chica.
Pero cuando las desgracias recaen sobre las personas recaen con todas las letras.
Para completarla el clásico rival, el de toda la vida ganó el campeonato haciendo renacer las cargadas. ¡Qué otra cosa les podía pasar!
El partido empezó con mucho nerviosismo, el rubiecito de pecas que había advertido lo de la camiseta agitaba una bandera sobre su cabeza. En los ceniceros comenzaban a caer las primeras colillas de cigarrillos.
Él, que había visto como le pedían a su foto, le rogaba encarecidamente al Señor que hiciese lugar a ese pedido, que hiciera lo imposible para que lograran el objetivo, pero el Rey de Reyes trataba de tranquilizarlo y le manifestaba que no debían invocar en vano el nombre de Dios.
-¿Cómo en vano?- le dijo desesperadamente, pero con sumo respeto. Cristo le decía que su Padre era nada más y nada menos que el creador del universo y por ende sabía todo lo que pasó e iba a pasar desde el inicio hasta los últimos días. Él le decía que si, que está bien, pero le mostraba su preocupación por los contragolpes y la presión del público local, Jesús, con un gesto de ternura lo hizo mirar hacia abajo, ahí fue cuando volvió a serenarse, por que a los pocos minutos de haberse iniciado el encuentro, se ponían en ventaja con un derechazo cruzado. Después del gol el equipo siguió con la misma actitud, con amor propio y sin renunciar al buen juego.
Ya más calmo en el transcurso del entretiempo, sin darse cuenta comenzó a reflexionar sobre su vida terrenal, en como él mismo había creado a ese personaje bohemio y fanfarrón, logrando meterse en el corazón de la gente. Pensaba en el barrio, en las pastas domingueras de la vieja, en tantas noches doradas y en como se le había escapado la posibilidad de alcanzar la gloria, cuando en aquella emblemática velada le fue de igual a igual al mejor de todos los tiempos, y aunque dejó el alma ante los ojos del mundo no le alcanzó, pero hubo que aplaudirlo de pie por su guapeza. Repasó el día de su trágico final estando tan lejos de su tierra y sus afectos.
A tal punto dejó su sello por estos pagos, que hoy en día una calle lleva su nombre y se rumorea la posibilidad de filmar una película sobre su vida.
Allá abajo algo lo hizo volver en si. Era el 2 a 0 para el alivio y la tranquilidad de todos.
A Mingo, su cara angulosa comenzaba a cubrírsele de lágrimas. Faltaba más de media hora para que terminase el partido y la dicha y la confianza eran enormes, la diferencia era holgada y salvo una fatalidad podía cambiar la historia.
A esa altura el Gordo Miguel seguía el partido de brazos cruzados, ya se había olvidado del taxi y del GNC. Emilio se frotaba las manos y se acomodaba el bigote una y otra vez.
Pero parece que el diablo metió la cola, por que los locales convirtieron dos goles en dos minutos empatando el marcador y si bien todavía los favorecía la diferencia obtenida en el encuentro de ida en el Palacio, en el ambiente volvieron a sobrevolar los fantasmas de tantos años de frustraciones, de las veces que alcanzar el tan ansiado objetivo se esfumaba, desaparecía como la luz del día cuando cae la noche; ya hacía cuatro años que no podían lograrlo.
Pero lo peor había sido lo de la semana anterior. Cuando por fin creían que se les daba en tierras cuyanas, apareció una mano negra. Mejor dicho apareció un sinvergüenza vestido de negro, un caradura que les robó el partido y les frustró las ilusiones.
Todavía duraba la bronca, la impotencia y el desconsuelo. Por que una cosa es perder deportivamente y otra muy distinta es que te roben en la cara.
En el bar volvieron a mirar la foto que pendía en la pared. Y desde lo más hondo de sus corazones le pedían por favor que intercediera ante Dios. Que ya era hora, que se remediaran de una buena vez los errores del pasado, que les diera una nueva oportunidad.
Afuera oscurecía y Pedro terminó de encender los tubos fluorescentes del cielorraso.
César, con don Pascual y algún otro que andaba por ahí, también le pedían al Supremo, como quien le pide por la salud y el bienestar de sus seres queridos. Él, que desde arriba veía todo claramente se preguntaba por que Dios permitía esos pasajes de angustia y sufrimiento, pero como era de imaginar, el Todopoderoso ya tenía todo fríamente calculado. Y como sabe que es cierto eso de que la fe mueve montañas, esperó el momento propicio y apoyándole tiernamente una mano en el hombro le dijo:
-Andá. Bajá y dale una mano en el arco a Leo Diaz.
Y así fue como el ángel de Ringo Bonavena descendió y cuando se paró bajo los tres palos, con todo el panorama del campo de juego por delante, distinguió algo que solamente él por su condición de ángel podía percibir. Eran unas figuras blancas y diáfanas que sobrevolaban el terreno de juego a unos centímetros del suelo, y mientras él hacía lo suyo en el área chica, los seres alados de Baldonedo y "Tucho" Méndez colaboraban en el mediocampo con Coyette y Poggi; entretanto los de Stabile, Onzari y Masantonio se juntaban en la delantera con Milano y Larrivey; y la figura candorosa del “Gitano” Juárez hablaba con el cuerpo técnico.
Entonces, como primero hay que saber sufrir, para que los logros se valoren de una manera especial, a tres minutos del final, y para que el cielo se volviese blanco con un globo aerostático rojo en el centro, y para que comenzaran a delirar los hinchas que estaban en el bar, en el club y los 6000 que había recorrido más de 1000 kilómetros para llegar al “Malvinas Argentinas” y todos se dieran cuenta de que ahora si, que valió la pena tanta espera, por que a la larga todo llega y el tan ansiado regreso ya era un hecho, llegó el angelito de Farid Mohamed para terminar de acomodar el balón bajo la red luego del tiro libre de Gordillo, sellar el 3 a 2 definitivo y ganarle la promoción a Godoy Cruz.
El Turco Mohamed, el hombre que sabe lo que es reponerse ante la adversidad con su boina negra, desde el banco de suplentes lloraba de emoción. Houseman, Brindisi y Avallay junto a todo el pueblo quemero gozaban de felicidad. Por que los que están físicamente y los que no, saben que desde aquélla fría tarde mendocina, Huracán es de Primera y lo será para siempre.
(tomado de la página “Sector 7G”)