En 1953, Hungría pudo romper la legendaria imbatibilidad de Inglaterra en su propio feudo de Wembley. Sin embargo, aquella espectacular victoria húngara por 6-3 era una más en la línea de su extraordinaria regularidad. Los húngaros habían creado escuela con un juego brillante y ofensivo en el que sus puntas de lanza eran el pie izquierdo de Ferenc Puskas y la "cabeza de oro" de Sandor Kocsis; junto a ellos, el imprevisible Zoltan Czibor, un extremo que volvía locos a los defensas, y, en una línea más retrasada, los "cerebros" del equipo: el medio Bozsik y el falso delantero centro Hidegkuti, que jugaba en posición intermedia.
Hungría llegó a la final del Campeonato del Mundo de 1954 con 27 victorias y 4 empates en sus últimos 31 partidos. Tenía que enfrentarse a Alemania, un equipo al que en la fase eliminatoria los húngaros habían vencido ya por un estrepitoso 8-3 (si bien en aquella ocasión los alemanes habían alineado a varios suplentes). Tan absolutamente convencidos estaban los húngaros de su superioridad, que alinearon a Puskas, a pesar de no hallarse totalmente recuperado de una lesión. El entrenador, Sebes, manifestó: "A fin de cuentas, esta final es una pura formalidad".
Los enemigos más peligrosos habían sido dominados: en cuartos de final, 4-2 a Brasil -con un expulsado por bando y una batalla campal en los vestuarios- y, en semifinal, también 4-2 a Uruguay, si bien tras una dramática prórroga resuelta por un espléndido testarazo de Kocsis, que mereció incluso la felicitación señorial del uruguayo Schiaffino. Alemania, en efecto, aparecía como una simple formalidad, aunque su contundente victoria por 6-1 contra Austria en la otra semifinal era un resultado muy digno de consideración.
La final se inició bajo los mejores auspicios para Hungría: a los 6 minutos Puskas marcó el primer gol; su espinilla no se resentía aún del esfuerzo. Dos minutos más tarde, Czibor puso el 2-0 en el marcador. Todo podía terminar aquí, pero a los 10 minutos de juego, el interior Morlock acortó distancias: 2-1. Y a los 18, el pequeño extremo Helmut Rahn aprovechó un error defensivo para establecer el empate. La final volvía a comenzar. Pero los húngaros tenían el hándicap de un Puskas disminuido (y en 1954 no se admitían las sustituciones). Bozsik, su mejor defensa, acusaba el peso de varios partidos muy duros, y los centrocampistas no proporcionaban a Kocsis la oportunidad de conectar sus temibles testarazos.
La racha goleadora se interrumpió. Empezaba un duro forcejeo en el centro del campo. Fritz Walter, el pulmón del equipo alemán, y sus compañeros Mai y Morlock, apoyados en el sólido bastión defensivo que era Liebrich, empezaron a imponerse al trío formado por Bozsik, Zalearías e Hidegkuti. Así iban pasando los minutos y se perfilaba la posibilidad de una prórroga. Sin embargo, a los 39 minutos del segundo tiempo, Bozsik dejó una pelota suelta que fue aprovechada por el extremo Rahn para internarse en el área y batir al meta húngaro cuando éste iniciaba una salida desesperada. Los últimos seis minutos constituyeron un dramático ataque magiar. Lo mismo que cuatro años antes en Maracaná, se producía la gran sorpresa, y Alemania ganaba el Campeonato del Mundo, rompiendo así la imbatibilidad de los húngaros mantenida a lo largo de casi siete años.
La victoria alemana sería más tarde puesta en tela de juicio por algunos observadores. Se señaló que los jugadores habían sido estimulados con determinados productos químicos en aquella memorable jornada del 4 de Julio. Su entrenador, el veterano Sepp Herberger, rechazó indignado las acusaciones, pero pocos días después de la final, la mayoría de sus jugadores se vieron aquejados de una misteriosa enfermedad parecida a la ictericia, lo que nos dejó de levantar fundadas sospechas. En cualquier caso, nada pudo probarse al respecto.
Helmut Rahn, un extremo derecho, había sido el "verdugo" de las aspiraciones húngaras en este caso. Nacido el 16 de Agosto de 1929, su juego se basaba en un extraordinario fondo físico, que le permitía apoyar a sus compañeros en el centro del campo, y en una formidable potencia de tiro. Había debutado en la selección alemana a los 22 años de edad y llegó a jugar 40 partidos internacionales, entre ellos los correspondientes a la Copa del Mundo de 1958. En esta ocasión Rahn marcó 5 goles en los tres partidos de la fase eliminatoria y después el único gol de encuentro en los cuartos de final ante Yugoslavia. En 1960, y ya en el declive de su carrera, fichó por un equipo holandés, donde todavía jugó un par de años.
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El fin de una leyenda
El cuadro crema ganaba 2 a 0, con goles de José "Chemo" Del Solar (20') y del arequipeño Juvenal Briceño (41'), al final del primer tiempo, período en el que los dirigidos por Moisés Barack, se habían quedado con 8 jugadores por las expulsiones de César Espino (34'), Wilmar Valencia (45') y Cédric Vásquez (45'), quienes recibieron la tarjeta roja de parte de César Pagano por conducta violenta.
Luego del entretiempo, las acciones siguieron hasta el minuto 54, cuando el chileno René Pinto y Eugenio La Rosa (foto), hermano menor de Guillermo, acusaron lesiones imprevistas y ya no pudieron ser reemplazados, porque el DT aliancista ya había realizado las dos variantes permitidas en ese entonces por la FIFA.
Sin cinco jugadores, cuando el máximo ente permite siete, al menos para disputar un partido oficial, el cuadro íntimo decidió retirarse de la cancha luego de recibir la venia del juez principal y, por supuesto, el marcador no varió: quedó 2 a 0 a favor de la 'U', que conducía Juan Carlos Oblitas.
En los días posteriores los medios especularon con que Pinto y La Rosa se hicieron a los sentidos para evitar que Alianza, con 8 jugadores en la cancha, sufriera una goleada catastrófica ante el rival de toda la vida, hecho que la 'U' tomó como un acto de cobardía y que la Trinchera Norte le recuerda al Comando Svr cada vez que puede en un choque entre ambos.
(JOHAN CRUYFF, ex jugador y entrenador holandés)
(MIGUEL ÁNGEL RUSSO, director técnico de San Lorenzo de Almagro, en Radio Del Plata, Sábado 31 de Enero de 2009, disconforme con la conducta del plantel a su cargo)
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La cumbia de los trapos (Yerba brava - Argentina)
(LUCIANO PEREYRA, cantante argentino, en revista “Mística” del sábado 7 de Agosto de 1999)
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Fui arquero porque el fútbol siempre me interesó más como espectador que como protagonista.
(AMÉRICO TESORIERI, 1899-1977, célebre arquero argentino)
(ADEMAR PIMENTA, DT de Brasil antes de la semifinal del Mundial de 1938; Brasil perdió ese partido, quedó eliminado y Pimenta no pudo volver a Río de Janeiro debiendo refugiarse por unos días en Montevideo, hasta que se calmaran las aguas)
La “chilena” de Castec (Mauro Vidal - Chile)
"La jugada partió con un saque desde el fondo. Oscar Wirth le pega fuerte hacia la banda lateral, y ahí la agarra…"… Mira al suelo y después al cielo, como buscando en los rincones secretos de la memoria. Hasta que encuentra.
"Ah sí, la toma Bigorra. Entonces el 'Flaco' la acomoda, levanta la cabeza y mete un pelotazo como de 50 metros para Manolo Rojas"…
Por si alguien no sabe o no se acuerda, vale la pena aclarar que el hombre habla de un amistoso entre la "Roja" y Argentina que se jugó un 18 de Septiembre de 1980 en Mendoza y que terminó empatado a dos.
Y por si todavía alguien no sabe o no se acuerda, también vale la pena aclarar que el gol de empate definitivo fue una obra de arte ejecutada y cristalizada por Sandrino Castec, que se dio el gusto de perforar el arco defendido por Ubaldo Matildo Fillol (uno de los mejores arqueros argentinos después de Amadeo Carrizo) con una espectacular "chilena" que dejó con la boca abierta a medio estadio.
El relato sigue su curso y el momento del lujo técnico se acerca: “Ese día la gente fue a ver a Maradona y terminó aplaudiendo a Rojas. Es que la rompió el 'Chico', jugó tremendo… Pero bueno, la cosa es que Manolo agarró la pelota en el aire, y antes que bajara le dio de primera. Le salió un tiro súper potente y Fillol se mandó una de esas atajadas que lo hicieron famoso…”
Habla pausado, acaso como repitiendo una historia que, de tanto contarla pierde su gracia. Pero no. Porque esta sí que fue gracia. Una grande e inolvidable.
"Pensé que la pelota iba a salir por encima del travesaño, pero como el tiro fue tan potente, Fillol le colocó las manos y salió un rebote raro, porque el balón empezó a subir y a subir, haciendo una pequeña curva en su caída…"
Ahora se levanta para explicar mejor. Con una mano muestra en el cielo un punto imaginario (la pelota) y con la otra apunta hacia un arco, también imaginario.
"Yo estaba en el borde del área grande de espaldas a Fillol, y cuando la pelota venía bajando lo pensé y me animé a darle de 'chilena'… Calculé, salté y le pegué… Entonces sentí que la había agarrado llenita y antes de tocar el pasto giré y alcancé a ver que entraba. Sería un mentiroso si dijera que la quise clavar ahí donde se metió, pero la regla número uno de un delantero es estar preparado para aprovechar cualquier oportunidad. Y eso hice…"
Se ríe. Pero también hace una mueca como de hastío.
“Es que, después de tanto tiempo, no falta el envidioso que me dice que todavía estoy cobrando por ese gol. ¡Putas que hay gallos mala clase! Afortunadamente, la mayoría de las veces la gente me saluda con cariño y respeto. Incluso los que son colocolinos, porque me reconocen lo que hice en la Selección…”
Así pasa la mañana. Una mesa, un café y fútbol, excusas perfectas para estirar la conversación hacia lo obvio, como el partido que viene con Argentina, la vida, etc.
Está tranquilo Castec, embarcado a los 44 años en la escuela de fútbol que desarrolla la Universidad de Chile en las canchas del estadio “El Llano”, donde comparte cada domingo con niños que van desde los 6 a los 16 años y que escuchan atentos sus enseñanzas.
Pero cuando llega la hora de hablar de la "Roja", se acomoda y larga: " No me convence su esquema, que por lo demás no tiene nada de novedoso. Si es la misma escuela de la Católica, de Carvallo, aunque diga que no le gusta el '10´ clásico y que su estilo es jugar para adelante, buscando el arco contrario… "¿Tapia en la delantera? A ojos cerrados debería ser Pinilla, porque tiene toda una temporada en el cuerpo y es guapo hasta los tobillos. En cambio Tapia, con suerte, ha jugado dos partidos en Francia… Por eso te digo que realmente no sé lo que va a pasar el sábado. Y por supuesto quiero que ganemos. Sería lindo empezar así para reencantarnos con la Selección, pero por ahora es sólo un sueño".
De acuerdo Sandrino. Es un sueño. Pero por ahí los sueños se cumplen, como esa vez en que uno de nuestros delanteros se dio el gusto de perforar el arco defendido por Ubaldo Matildo Fillol con una espectacular "chilena", y dejó con la boca abierta a medio estadio en Mendoza. Si hasta parece un cuento de fútbol…
En la sede del Girondins de Burdeos, años más tarde, Battiston hace memoria: "El terreno de juego era como un pasillo y no había nadie. Como en los Campos Elíseos en Agosto a las cinco de la mañana. De repente, vi algo negro que se me acercaba y ya no recuerdo más".
Acomodado en un salón de su empresa, Schumacher recuerda la jugada: "Pensé que llegaba al balón, pero Patrick (Battiston) llegó un segundo antes. Salté sin saber dónde estaba el balón, con las rodillas de frente, pero me giré y le di con la cadera. Veinticinco años después haría lo mismo. Estaba seguro de que llegaba. Sí cambiaría lo que hice mientras Patrick estaba tumbado inconsciente. Volví a mi portería y jugué con el balón porque tenía miedo".
Alemania remontó un 1-3 en la prórroga y llegó a la final gracias a los dos penaltis que detuvo Schumacher. "Fui el enemigo público número uno. Recibí amenazas de muerte, tuve guardaespaldas, amenazaron con secuestrar a mis hijos y matarlos", recuerda Schumacher. El portero alemán obtuvo el perdón de Battiston, pero la imagen de la agresión aún le persigue.
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(ANDREW SHIELDS, periodista británico)
(MARIO BARDANCA, comentarista deportivo uruguayo, y una frase para el recuerdo en el partido Italia-Australia del Mundial 2006, opinando sobre el delantero azzurro Luca Toni)
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Jugar en el Ajax (Pablo Malagón - España)
Hasta aquel día nunca había conseguido disputar un solo minuto con la camiseta del Ajax, y él siempre había deseado jugar al fútbol vistiendo la camiseta del Ajax. Jugador rápido, eléctrico y de débil aspecto, había recorrido el mundo pegado a un balón y cociendo en sus instintos un único deseo; jugar en el Ajax.
Había nacido en Walkenburg, una pequeña ciudad al norte de Holanda donde cada chiquillo tenía su sueño personal. Muchos pedaleaban a toda pastilla por las sinuosas calles soñando con correr algún día el Tour de Francia, otros patinaban sobre el hielo deseando ser artistas sobre dos cuchillas, otros palmeaban la pelota buscando en el volley una vía de salvación y él, Richard Van Verenken, siempre había soñado con ser futbolista y ganar títulos vistiendo la camiseta del Ajax.
Ahora que contaba con treinta y dos años y echaba la vista atrás para rememorar todas sus patadas, solamente sentía un pequeño escozor en el alma y ese era el no haber podido jugar nunca en el Ajax.
El Ajax. Recordó la primera vez que vio un partido del fútbol. Corría el año mil novecientos ochenta y un joven talento deslumbraba sus ilusiones; se llamaba Marco Van Basten y anotaba goles como quien recita versos. Siempre quiso ser como él; fuerte, ágil, hábil y oportunista, el típico fruto de la cantera de un club que había hecho de sus jóvenes talentos una pura filosofía de vida.
El Ajax era algo así como la majestad del fútbol, por más que perdiese patrimonios nunca iba a rechazar a la máxima consigna, aquella misma que le había llevado a lo más alto y que lo había situado como un ejemplo a imitar en el universo del deporte; jugar al fútbol.
Jugar al fútbol no significaba en el Ajax un regreso a la tradición de golpe y tentetieso; el fútbol en el Ajax significaba balón. Balón, balón y balón. Circulación, desmarque y gol. Y todas aquellas consignas habían situado el amor por el fútbol del pequeño Richard Van Verenken en lo más alto de su escala de valores. El fútbol, el balón y Marco Van Basten.
Nunca pudo adquirir las mejores características del gran delantero que hizo del Milan el mejor equipo del mundo, pero sí alcanzó condiciones óptimas para convertirse en un buen jugador de fútbol. E hizo carrera.
Desde pequeño realizó multitud de pruebas y multitud de veces ofreció sus servicios al club de Ámsterdam, pero nunca había conseguido vestir aquella camiseta en la que el rojo y el blanco se combinaban para dar un aspecto de solemnidad total. Unas veces por falta de condiciones y otras veces por exceso de talentos, siempre se había visto fuera de su gran sueño.
Pero nunca desistió en su empeño de ser futbolista, el Ajax siempre estaría en la recámara pero el balón nunca le daría oportunidades de regresar si lo abandonaba por el mero ejercicio de la frustración. Y así, tras pasar por las categorías inferiores del Feyenoord, el gran rival del equipo de sus amores, consiguió debutar al fin en la primera división holandesa vistiendo los colores del Utrech cuando contaba tan sólo con diecisiete años. Pensándolo irónicamente, aquel dato significaba que llevaba media vida jugando profesionalmente al fútbol, media vida gastada buscando un sueño. No pudo sino sonreír. Tampoco le había ido tan mal.
Su primera temporada había sido excelente. Había jugado veinticinco partidos, catorce de ellos completos y había anotado doce goles. No era Van Basten, no tenía sus condiciones y ni siquiera jugaba como delantero centro. Era más bien un segundo punta, un jugador de compañía, de fácil regate y un interesante punto de velocidad. Aprendió a usar la cabeza antes que los pies y supo así que para marcar un gol primero es imprescindible desmarcarse y que para avanzar, a veces, un solo toque elimina a más rivales que un par de quiebros. Rápidamente interesó a todos, pero el Ajax nunca quiso mover ficha por él.
En su segunda temporada con el Utrech no cumplió con las expectativas que se habían generado en torno a su figura de joven promesa. Comenzó de titular y acabó defenestrado. Superado por la presión y agotado por las alabanzas sus dieciséis partidos como titular y sus doce como suplente acabaron con la pírrica cifra de un único gol marcado a la desesperada y a puerta vacía.
Un frío vacío comenzó a inundar sus ánimos y se replanteó seriamente la idea de seguir jugando al fútbol. Fue cedido a un mísero equipo de la segunda división holandesa donde no cabía ni su talento ni sus posturas de jugador enclenque. Tuvo que luchar contra la dureza, la adversidad y contra la realidad, aquella que le escribía en renglones de oro que su sueño de vestir la camiseta del Ajax se estaba rompiendo para siempre.
La segunda división defenestró sus inquietudes y le convirtió en un joven huraño en busca de su título personal.
El Utrech rompió su contrato y un jugador rival estuvo a punto de romper sus ilusiones para siempre. En aquel momento era un simple jornalero del fútbol que gastaba sus mejores momentos jugando partidos de competiciones regionales. Quebraba a los rivales con los mismos escrúpulos que la vida había tenido en él en cada uno de sus quiebros. En uno de ellos y mientras avanzaba frenéticamente hacia la portería rival, un defensa de aspecto rudo y cercano a los cien kilos de peso se había lanzado con violencia buscando el balón y encontrando su pierna por el camino. El diagnóstico reflejaba rotura de tibia y peroné y el tiempo le convertía, a sus veinte años, en una vieja gloria con inexistentes sueños de grandeza.
Aprendió a soñar despierto y a conformarse con haber podido ser alguien. Disfrutó con los partidos del Ajax pegado a su televisor y agarrado a sus sueños de niñez, y se convirtió en un aficionado más de la máquina de Ámsterdam.
Nunca dejó de amar al fútbol pero aprendió a convencerse que nunca volvería a ser lo poco que fue. Superó la lesión y se apartó del balón. Habían pasado cinco años desde que debutara por vez primera en la primera división holandesa y ya se había convertido en un ex futbolista. Emigró a Ámsterdam y encontró un trabajo en un comercio de ropa. Comenzó a asistir al Louis de Knuip cada vez que el Ajax disputaba un partido como local y aprendió de cerca los mejores conceptos del fútbol; la presión, el toque, el desmarque y el gol. El fútbol, en el Ajax, se convertía en un ejercicio facilísimo.
Nunca podría olvidar una templada tarde de septiembre de mil novecientos noventa y cinco; tenía veintidós años, toda una vida por delante y un montón de sueños incumplidos amén de los millones de sueños que le quedaban aún por cumplir. Sintió pronunciar su nombre tras él y se giró para descubrir quien era el artífice de aquella llamada de atención. De jugador de fútbol célebre en su ciudad se había convertido en un ciudadano anónimo en Ámsterdam y era por ello que sentía extrañeza por haber sido reconocido por un extraño.
El hombre tenía aspecto de bonachón. Fumaba un habano de tamaño considerable y sonreía a medida que acompañaba el movimiento de su prominente barriga. Su cabello, totalmente blanco, le daba un aspecto de hombre interesante y su voz, firme y convincente, le convertía, a primera vista, en un personaje bastante fiable. Se llamaba Antoine Regard y hablaba con un pronunciado acento francés. Le contó sus recuerdos y sus propósitos. Le habían encandilado aquellos partidos de Richard con el Utrech y le había reconocido minutos antes entre la estremecida afición que poblaba las gradas del estado del Ajax de Ámsterdam.
Se había hecho con el poder de un club de la segunda división suiza y buscaba talentos para situarlo en lo más alto de las clasificaciones de aquel país. Le prometió fútbol, dinero y respeto y aquellas promesas hicieron reverdecer en él viejos laureles. Se estrecharon la mano y se citaron para dos días después en un pequeño despacho situado en un céntrico edificio de Ámsterdam.
Firmó un nuevo contrato y abandonó su vida sedentaria; volvía a ser un nómada del balón. Durante aquellos largos meses de reflexión había aprendido de la vida tanto como del fútbol. Estaba cerca de cumplir los veintitrés años cuando vistió por vez primera los colores del Thun suizo. Hizo un partido memorable. Volvió a sentir como sus pelos se erizaban al tiempo que las gradas coreaban su nombre vistiendo su ánimo de pura ilusión.
Hizo tantos goles como partidos disputó aquella temporada, en total veintiocho, por primera vez en su vida se sintió futbolista de verdad y fue consciente por vez primera de las enormes consecuencias de su talento. El Thun ascendió a la primera división del fútbol suizo y dos temporadas, un título y cuarenta y nueve goles después fue vendido por tres millones de libras al Liverpool inglés.
Jugar en un grande no pudo con sus ánimos de jugador inquieto. Ya había aprendido que fracasar es sólo para los tímidos así que se propuso ser líder en Liverpool, en Inglaterra y en el mundo entero. Tres años en el Liverpool le convirtieron en el mejor jugador de la Premier League y en un fijo en las convocatorias del seleccionador holandés. Se había convertido en un jugador grande en el terreno y admirado fuera de él.
Nunca perdió la humildad que aprendió mientras se arrepentía de sus egos pasados postrado en un sillón y con su pierna derecha cubierta por una escayola. Pero tampoco volvió a arrojar su toalla al precipicio de los cobardes. Cada partido jugado se convertía en un signo de admiración y cada gol era festejado como el último y recordado como el primero.
Aprendió a ser un ídolo y se comportó como tal, recibió multitud de ofertas y aunque su reojo siempre miraba al remitente antes de rechazar cualquier propuesta, siempre sintió deseos de ser pretendido por una vez en la vida por el Ajax de Ámsterdam, el mismo club con el que aprendió a amar el fútbol hacía ya más de veinte años.
Tres años, dos títulos y noventa y ocho goles después de fichar por el Liverpool, abandonaba Inglaterra para fichar por el Real Madrid. Después de haber sido alzado a la categoría de ídolo por parte de los hinchas “reds”, subía un peldaño más en su ascenso hacia la gloria fichando por el club más importante del mundo. Atrás quedaban las desdichas, los triunfos y los goles, atrás quedaban sus sueños de grandeza vistiendo la equipación del Ajax y frente a él se presentaban los últimos años de su carrera formando parte de la historia del mejor club de todos los tiempos.
Su llegada a Madrid estuvo bendecida por un halo de entusiasmo. En el club merengue se le esperaba como el agua del mes de mayo como el engranaje perfecto para una máquina a pleno funcionamiento. No le resultó demasiado fácil adaptarse a su nueva situación en la que el compromiso con la victoria iba más allá de un simple reto. Hubo de soportar unas semanas de banquillo que acicatearon en parte sus humos; no había llegado tan lejos como para rendirse a las primeras de cambio, así que no cambió ni un ápice su fórmula del éxito: constancia, trabajo, ilusión y unas gotas de demagogia. Nada mejor para levantar a un público acostumbrado a lo más grande.
Richard Van Verenken jugó por vez primera como titular vistiendo la camiseta del Real Madrid en el Nou Camp de Barcelona el cuatro de noviembre del año dos mil y aquella misma noche salió aclamado por la prensa como el mejor jugador del mundo. Su exquisita aportación y sus ganas de triunfar hicieron una parte, su talento inmenso y sus dos goles anotados hicieron el resto. A nadie le quedó una ínfima duda de la realidad; rendirse a su talento o morir.
Con la camiseta del Real Madrid alcanzó sus cotas más altas. Lo ganó todo y se hizo con el balón de oro, un premio que le reconfortó tanto que por instantes creyó verse libre de su gran sueño y que seguía siendo el de jugar en el Ajax.
Sumo tantas temporadas como títulos jugando en el Real Madrid, un total de cuatro, en las que sumó doscientos cuatro partidos y ciento doce goles. Se convirtió en un mito, en un ídolo y en la personificación de los premios de la vida a quien busca la fortuna detrás de cada esquina.
Pero nunca olvidaría la tarde del veintiuno de Marzo de dos mil cuatro. El Bernabéu, colosal y mágico, como de costumbre, estaba a rebosar. Se jugaba un partido clave de cara a afrontar las verdaderas aspiraciones hacia el título y sus quiebros tenían emocionados a los más de setenta mil espectadores que abarrotaban las gradas, sus intenciones eran las más directas y sus genialidades se estaban convirtiendo en películas de las mejores memorias. Pero olvidó, por un instante, que el hombre, como ser tozudo y despistado, es el único ser vivo que tropieza dos veces con la misma piedra y así, olvidó que quien entra con quietud puede entrar también con violencia si el respeto y la furia se descontrolan por completo.
Así, incapaz de ver al defensa central que aparecía desde su flanco izquierdo, hizo amago de continuar y frenó buscando a un compañero a quien regalarle la delicia del gol, pero lo único que halló fue una dura patada que lo mandaba para varios meses a la enfermería. De nuevo, la misma tibia y el mismo peroné se rompían para ofrecer una imagen macabra y dolorosa, un gesto torcido por el dolor y una baja que significaba un adiós casi definitivo a la temporada.
Como ya se había olvidado de llorar decidió sonreír, al fin y al cabo, la vida le había llegado a tratar mucho peor de lo que lo estaba haciendo entonces. Regresó a su país y tomó con calma su recuperación. Al contrario de lo que se hubiese podido esperar, su equipo no le echó de menos. Quizá había llegado la hora de ceder su lugar a nuevas hornadas y dar la razón a todos aquellos que auspiciaban el fin de su carrera. Hacía ya unos meses que venía sintiéndose más lento y más pesado, con menos brillo y más peso, con menos ganas y más canas en el pelo. Debía de ser verdad aquello de que se estaba haciendo viejo.
En Holanda, mientras sus huesos soldaban y su corazón recuperaba la monotonía, volvió a sentir de cerca el cariño de sus seres más queridos, volvió a pasear por las calles que le habían acogido durante los peores días de su juventud, volvió a respirar el aire frío que tanto añoraba y volvió a ver al Ajax.
Primero fue una visita por compromiso, después fue una visita por curiosidad y por último, pisar las gradas del Ámsterdam Arena, el nuevo estado del Ajax, cada dos semanas, se había convertido en poco más que una obligación. Sintió como un profundo ánimo abrigaba su corazón y sintió, por enésima vez en su vida, la eterna nostalgia que producía el único gran deseo que jamás consiguió hacer realidad en su vida; jugar al fútbol con la camiseta del Ajax.
Él, que había nacido una tarde de mayo de mil novecientos setenta y tres, cuando el Ajax levantaba su tercera Copa de Europa, y que siempre se había sentido ligado, por entusiasmo, concordancia y obligación a la filosofía futbolística del mejor club de Holanda, estaba a punto de poner fin a su carrera como futbolista sin llegar a vestir los colores que siempre amó.
Parecía insólito, pero una solitaria lágrima resbaló por su mejilla y le hizo añorar todo aquello por lo que luchó de niño; había alcanzado todos sus sueños, pero por más que intentó cabalgar las bandas del Ámsterdam Arena vistiendo la camiseta del Ajax, nunca había conseguido más que vestir aquella camiseta en algún partido de patio de colegio o en algún paseo por un parque o una playa, añorando y, por otra parte, consiguiendo, sueños de grandeza.
Volvió al fútbol y regresó a un Bernabéu repleto. Pronto se notó que Richard Van Verenken no era el jugador energético que dejó el estadio en camilla por última vez hacía más de seis meses. Sus piernas añoraban sus mejores tiempos y su cabeza añoraba los tranquilos paseos por las calles de Ámsterdam. Era posible que se estuviese convirtiendo en esclavo de sus propios sueños. Sintió por vez primera la dureza del Bernabéu en forma de silbidos una noche de diciembre de dos mil cuatro, la misma noche en la que hizo la maleta para irse y no regresar jamás.
Estaba cansado de fútbol, de viajar y de sobrevivir corriendo, driblando y chutando. Sintió deseos de obtener oxígeno y replanteó todas sus dudas en apenas cinco minutos. Dos días después le estaba diciendo adiós al Real Madrid con su carta de libertad en la mano y apenas una hora después toda la ciudad añoraba la marcha de quien, durante cuatro temporadas había sido un ídolo, un ejemplo y un cúmulo de talento irrepetible. Los que le habían aplaudido lloraban por fuera y los que le habían silbado lloraban por dentro, arrepintiéndose de sus actos y pidiendo al cielo de la gloria el perdón inmediato a todos sus pecados.
Pero nadie era el culpable de aquella despedida. Richard necesitaba un espacio para acomodar sus ideas y aquel estaba lejos de los terrenos de juego. Regresó a Ámsterdam y adquirió una bonita casa en el centro. Adquirió nuevas costumbres y no olvidó ninguna de sus costumbres anteriores, sobre todo, la de ir a animar al Ajax cada dos domingos, a las gradas del Ámsterdam Arena.
Dos meses después volvía a saltar a los terrenos de juego. Había cuajado una rápida negociación. Una llamada, docenas de lágrimas y una sonrisa que ya nunca se iba a borrar de su rostro. El veinte de febrero de dos mil cinco, Richard Van Verenken volvía al fútbol, a su infancia y a sus mejores galas debutando como jugador del Ajax en el Ámsterdam Arena.
Sonrió de nuevo. Le había costado treinta y dos años alcanzar su mayor sueño. De nuevo vestido de corto y con varias canas decorando su cabello jugó a recordar y volvió a sonreír. Sonrió por haber logrado ser quien era, pero sobre todo sonrió por la seguridad que le daba el saber que por primera vez en su vida estaba a punto de jugar de verdad al fútbol.
(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento. Muchas gracias por tu amabilidad Pablo!!)
(fragmento del relato de Víctor Hugo Morales, periodista deportivo uruguayo radicado desde hace muchos años en Buenos Aires, 22 de Junio de 1986, Mundial de México)
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(FÉLIX BRÍTEZ ROMÁN, ex jugador del Club Cerro Porteño, Diario "ABC" de Paraguay, Octubre de 1991)
(BRIAN HORTON, ex entrenador del Oxford)
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La redonda (Guillermo Fernández Liguori - Argentina)
no comprendo la pasión
que despierto.
Mi misión es rodar
deslizándome en el
verde césped,
cuando me acarician
sigo siendo redonda
cuando me maltratan
me convierto en ovalada
cuando estoy en las alturas
me siento astronauta.
Pero lo que mas anhelo
es pasar esa línea
y abrazarme a la red
en ese preciso momento
soy humano
y mi piel que es de cuero
se emociona y llora
por los gritos y la felicidad
de esos hinchas que se abrazan y saltan apasionados.
Al respecto de este tema recuerda en especial: “una vez le llevé a la habitación un grupo de flamenco para ver si se levantaba; cuando a duras penas logró ponerse en pie me dijo: Sólo me levanto porque me gusta la música”.
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(ALBERTO "Beto" MÁRCICO, ex futbolista argentino)
(IAN RUSH, ex internacional galés, tras su paso por la Juventus en 1988)
Corazón pimentonero (Javier Sánchez - España)
Se anticipaba la clasificación de la URSS e Italia, pero los coreanos, cuyo plantel estaba integrado por militares solteros (Pak Doo Ik era odontólogo de la fuerza) y que casi no intervienen porque en principio, y por razones políticas (Inglaterra no autorizaba los visados de sus pasaportes), sorprendieron a todos...
Igualaron 1-1 con Chile y le ganaron a Italia, aunque perdieron frente a la Unión Soviética, 3-0. Así, coreanos y soviéticos se clasificaron para los cuartos del final...
A Corea del Norte le tocaba enfrentar, en cuartos, a la poderosa Portugal (con su estrella Eusebio a la cabeza) y en un momento del partido, tocaban el cielo con las manos. A los 22’, los coreanos solteritos ganaban por 3 a 0 con su fútbol vertiginoso, pero de escasa técnica...
Claro que Portugal sacó a relucir su mayor categoría y terminó ganando 5 a 3, con 4 de Eusebio (fue el goleador del torneo, con 9) y otro de José Augusto.
(BENITO FLORO, entrenador español)
(JUAN MANUEL LILLO, director técnico de la Real Sociedad, dando la bienvenida al delantero uruguayo Abreu al equipo vasco, 20/01/09)
El partido del fin del mundo
Era un partido de gran interés, debido a que Alianza pugnaba por hacerse del título nacional que ya le era esquivo demasiados años, mientras que el Minas, necesitaba sumar para alejarse de la baja y aprovechaba su condición de local, en la cual se había vuelto imbatible ante los equipos capitalinos, los cuales incluso llegaban a Cerro de Pasco provistos de balones de oxígeno.
A la altura se sumó el inicio de la temporada de lluvias, originándose al poco de iniciado el partido una lluvia torrencial, la cual derivó al poco en una fenomenal granizada, acompañada por una tormenta eléctrica que soltaba tremendos destellos de luz ante los aterrados camarógrafos llegados desde la capital, para transmitir en vivo el encuentro; por una decisión de ambos equipos, se continuó el partido: se jugaba mucho en aquella decisiva fecha.
Una lluvia salvaje, las pelotas de granizo, un frío que calaba los huesos y el oxígeno que apenas entraba a los pulmones se convirtieron en los enemigos de los capitalinos; eso, aunado a los rayos que no paraban de caer, crearon un ambiente dantesco,... era una de esas tormentas de las que te hacen temer a Dios.
El público y los jugadores del Minas estaban acostumbrados, pero para los aliancistas, jugando con guantes y gorras, el árbitro y sus jueces de línea, -también capitalinos-, y para el estoico equipo de transmisión de América, fue un infierno.
Los hinchas que seguían por televisión también tuvieron su cuota de sufrimiento: el empate a cero se mantuvo todo el partido, hasta le fatídico minuto 45: Waldir Sáenz finalmente pudo gritar gol casi sin aire en los pulmones.
Terminado aquel surreal cotejo, un argentino que llevaba apenas fichado unos meses en Alianza, corrió como loco a perseguir a los camarógrafos: "...¡dénme una copia; quiero una copia del video!!" -gritaba fuera de sí-, "...en la Argentina nadie me va a creer que jugamos y que ganamos este partido...!!"
Alianza salió victorioso del "Partido del fin del mundo", pero tuvo que esperar hasta 1997 para volver a campeonar luego de 18 años.
1ª parte
2ª parte
Harry y Ennis Hayes eran hijos de un inmigrante inglés que se afincó en Rosario para trabajar en el ferrocarril que instalaron empresarios británicos.
Harry se destacó por su buen fútbol, pero además por haber sido el primer futbolista transferido en la Argentina (en 1905 pasó de Argentino de Rosario a Rosario Central).
Por su parte a su hermano Ennis se lo recuerda por su habilidad con la pelota y por su díscola manera de ser, lo que privó que llegara a tener tanto prestigio como Harry.
Testimonios periodísticos de aquéllos tiempos, destacaron que Ennis, en un partido entre Central y Gimnasia, eludió a varios adversarios y antes de hacer el gol, casi sobre la línea, se sentó sobre la pelota por unos segundos. Luego convirtió.
Fue casi una provocación para los adversarios, y que dio pie a una breve trifulca. Una actitud que motivó que su padre, en la precaria tribuna del estadio, le exigiera a los gritos, que se retirara de la cancha: "Hacer el gol sí, pero burlarse del rival, no", adujo el viejo Hayes, amplio conocedor del Fair Play.
(CHRISTIAN BROMBERGER, antropólogo francés)
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