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David Seaman (Rob Highton - Inglaterra)

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La cumbia de los trapos (Yerba brava - Argentina)

* dedicada al club Santos Laguna (México)

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Tenía todo arreglado para entrar a la Cuarta de Boca Juniors, el club del que soy fana a muerte. Yo jugaba en Defensores Unidos de Luján cuando se organizó una serie de partidos contra Boca. Al “Chapa” Suñé le gustó mucho cómo anduve, sobre todo en un partido que ganamos fácil y en el que metí tres goles. Pero, además, Defensores estaba jugando en la Liga de Luján, y en un partido contra El Ciclón de Escobar me clavaron un planchazo en el medio de la rodilla. Tuve luxación de rótula izquierda y me enyesaron toda la pierna. Como todavía estoy en etapa de crecimiento, los médicos no creyeron conveniente que me operara. Así que no pude firmar para Boca.

(LUCIANO PEREYRA, cantante argentino, en revista “Mística” del sábado 7 de Agosto de 1999)

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Fui arquero porque el fútbol siempre me interesó más como espectador que como protagonista.


(AMÉRICO TESORIERI, 1899-1977, célebre arquero argentino)

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Leónidas Da Silva no va a jugar la semifinal contra Italia, vamos a preservarlo pensando en la final.

(ADEMAR PIMENTA, DT de Brasil antes de la semifinal del Mundial de 1938; Brasil perdió ese partido, quedó eliminado y Pimenta no pudo volver a Río de Janeiro debiendo refugiarse por unos días en Montevideo, hasta que se calmaran las aguas)

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La “chilena” de Castec (Mauro Vidal - Chile)


"La jugada partió con un saque desde el fondo. Oscar Wirth le pega fuerte hacia la banda lateral, y ahí la agarra…"… Mira al suelo y después al cielo, como buscando en los rincones secretos de la memoria. Hasta que encuentra.

"Ah sí, la toma Bigorra. Entonces el 'Flaco' la acomoda, levanta la cabeza y mete un pelotazo como de 50 metros para Manolo Rojas"…

Por si alguien no sabe o no se acuerda, vale la pena aclarar que el hombre habla de un amistoso entre la "Roja" y Argentina que se jugó un 18 de Septiembre de 1980 en Mendoza y que terminó empatado a dos.

Y por si todavía alguien no sabe o no se acuerda, también vale la pena aclarar que el gol de empate definitivo fue una obra de arte ejecutada y cristalizada por Sandrino Castec, que se dio el gusto de perforar el arco defendido por Ubaldo Matildo Fillol (uno de los mejores arqueros argentinos después de Amadeo Carrizo) con una espectacular "chilena" que dejó con la boca abierta a medio estadio.

El relato sigue su curso y el momento del lujo técnico se acerca: “Ese día la gente fue a ver a Maradona y terminó aplaudiendo a Rojas. Es que la rompió el 'Chico', jugó tremendo… Pero bueno, la cosa es que Manolo agarró la pelota en el aire, y antes que bajara le dio de primera. Le salió un tiro súper potente y Fillol se mandó una de esas atajadas que lo hicieron famoso…”

Habla pausado, acaso como repitiendo una historia que, de tanto contarla pierde su gracia. Pero no. Porque esta sí que fue gracia. Una grande e inolvidable.

"Pensé que la pelota iba a salir por encima del travesaño, pero como el tiro fue tan potente, Fillol le colocó las manos y salió un rebote raro, porque el balón empezó a subir y a subir, haciendo una pequeña curva en su caída…"

Ahora se levanta para explicar mejor. Con una mano muestra en el cielo un punto imaginario (la pelota) y con la otra apunta hacia un arco, también imaginario.

"Yo estaba en el borde del área grande de espaldas a Fillol, y cuando la pelota venía bajando lo pensé y me animé a darle de 'chilena'… Calculé, salté y le pegué… Entonces sentí que la había agarrado llenita y antes de tocar el pasto giré y alcancé a ver que entraba. Sería un mentiroso si dijera que la quise clavar ahí donde se metió, pero la regla número uno de un delantero es estar preparado para aprovechar cualquier oportunidad. Y eso hice…"

Se ríe. Pero también hace una mueca como de hastío.

“Es que, después de tanto tiempo, no falta el envidioso que me dice que todavía estoy cobrando por ese gol. ¡Putas que hay gallos mala clase! Afortunadamente, la mayoría de las veces la gente me saluda con cariño y respeto. Incluso los que son colocolinos, porque me reconocen lo que hice en la Selección…”

Así pasa la mañana. Una mesa, un café y fútbol, excusas perfectas para estirar la conversación hacia lo obvio, como el partido que viene con Argentina, la vida, etc.

Está tranquilo Castec, embarcado a los 44 años en la escuela de fútbol que desarrolla la Universidad de Chile en las canchas del estadio “El Llano”, donde comparte cada domingo con niños que van desde los 6 a los 16 años y que escuchan atentos sus enseñanzas.

Pero cuando llega la hora de hablar de la "Roja", se acomoda y larga: " No me convence su esquema, que por lo demás no tiene nada de novedoso. Si es la misma escuela de la Católica, de Carvallo, aunque diga que no le gusta el '10´ clásico y que su estilo es jugar para adelante, buscando el arco contrario… "¿Tapia en la delantera? A ojos cerrados debería ser Pinilla, porque tiene toda una temporada en el cuerpo y es guapo hasta los tobillos. En cambio Tapia, con suerte, ha jugado dos partidos en Francia… Por eso te digo que realmente no sé lo que va a pasar el sábado. Y por supuesto quiero que ganemos. Sería lindo empezar así para reencantarnos con la Selección, pero por ahora es sólo un sueño".

De acuerdo Sandrino. Es un sueño. Pero por ahí los sueños se cumplen, como esa vez en que uno de nuestros delanteros se dio el gusto de perforar el arco defendido por Ubaldo Matildo Fillol con una espectacular "chilena", y dejó con la boca abierta a medio estadio en Mendoza. Si hasta parece un cuento de fútbol…



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Mundial de 1982, Semifinal Francia-Alemania. Minuto 62. Schumacher avasalla a Battiston. En el parte médico se habla de conmoción cerebral, una vértebra rota y dos dientes partidos, pero no de la violencia del episodio.
En la sede del Girondins de Burdeos, años más tarde, Battiston hace memoria: "El terreno de juego era como un pasillo y no había nadie. Como en los Campos Elíseos en Agosto a las cinco de la mañana. De repente, vi algo negro que se me acercaba y ya no recuerdo más".
Acomodado en un salón de su empresa, Schumacher recuerda la jugada: "Pensé que llegaba al balón, pero Patrick (Battiston) llegó un segundo antes. Salté sin saber dónde estaba el balón, con las rodillas de frente, pero me giré y le di con la cadera. Veinticinco años después haría lo mismo. Estaba seguro de que llegaba. Sí cambiaría lo que hice mientras Patrick estaba tumbado inconsciente. Volví a mi portería y jugué con el balón porque tenía miedo".
Alemania remontó un 1-3 en la prórroga y llegó a la final gracias a los dos penaltis que detuvo Schumacher. "Fui el enemigo público número uno. Recibí amenazas de muerte, tuve guardaespaldas, amenazaron con secuestrar a mis hijos y matarlos", recuerda Schumacher. El portero alemán obtuvo el perdón de Battiston, pero la imagen de la agresión aún le persigue.

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Las modernas camisetas de fútbol parecen obra de un chimpancé drogado.

(ANDREW SHIELDS, periodista británico)

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Es inteligentísimo a pesar de su elevada estatura.

(MARIO BARDANCA, comentarista deportivo uruguayo, y una frase para el recuerdo en el partido Italia-Australia del Mundial 2006, opinando sobre el delantero azzurro Luca Toni)

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Jugar en el Ajax (Pablo Malagón - España)


Hasta aquel día nunca había conseguido disputar un solo minuto con la camiseta del Ajax, y él siempre había deseado jugar al fútbol vistiendo la camiseta del Ajax. Jugador rápido, eléctrico y de débil aspecto, había recorrido el mundo pegado a un balón y cociendo en sus instintos un único deseo; jugar en el Ajax.

Había nacido en Walkenburg, una pequeña ciudad al norte de Holanda donde cada chiquillo tenía su sueño personal. Muchos pedaleaban a toda pastilla por las sinuosas calles soñando con correr algún día el Tour de Francia, otros patinaban sobre el hielo deseando ser artistas sobre dos cuchillas, otros palmeaban la pelota buscando en el volley una vía de salvación y él, Richard Van Verenken, siempre había soñado con ser futbolista y ganar títulos vistiendo la camiseta del Ajax.

Ahora que contaba con treinta y dos años y echaba la vista atrás para rememorar todas sus patadas, solamente sentía un pequeño escozor en el alma y ese era el no haber podido jugar nunca en el Ajax.

El Ajax. Recordó la primera vez que vio un partido del fútbol. Corría el año mil novecientos ochenta y un joven talento deslumbraba sus ilusiones; se llamaba Marco Van Basten y anotaba goles como quien recita versos. Siempre quiso ser como él; fuerte, ágil, hábil y oportunista, el típico fruto de la cantera de un club que había hecho de sus jóvenes talentos una pura filosofía de vida.

El Ajax era algo así como la majestad del fútbol, por más que perdiese patrimonios nunca iba a rechazar a la máxima consigna, aquella misma que le había llevado a lo más alto y que lo había situado como un ejemplo a imitar en el universo del deporte; jugar al fútbol.

Jugar al fútbol no significaba en el Ajax un regreso a la tradición de golpe y tentetieso; el fútbol en el Ajax significaba balón. Balón, balón y balón. Circulación, desmarque y gol. Y todas aquellas consignas habían situado el amor por el fútbol del pequeño Richard Van Verenken en lo más alto de su escala de valores. El fútbol, el balón y Marco Van Basten.

Nunca pudo adquirir las mejores características del gran delantero que hizo del Milan el mejor equipo del mundo, pero sí alcanzó condiciones óptimas para convertirse en un buen jugador de fútbol. E hizo carrera.

Desde pequeño realizó multitud de pruebas y multitud de veces ofreció sus servicios al club de Ámsterdam, pero nunca había conseguido vestir aquella camiseta en la que el rojo y el blanco se combinaban para dar un aspecto de solemnidad total. Unas veces por falta de condiciones y otras veces por exceso de talentos, siempre se había visto fuera de su gran sueño.

Pero nunca desistió en su empeño de ser futbolista, el Ajax siempre estaría en la recámara pero el balón nunca le daría oportunidades de regresar si lo abandonaba por el mero ejercicio de la frustración. Y así, tras pasar por las categorías inferiores del Feyenoord, el gran rival del equipo de sus amores, consiguió debutar al fin en la primera división holandesa vistiendo los colores del Utrech cuando contaba tan sólo con diecisiete años. Pensándolo irónicamente, aquel dato significaba que llevaba media vida jugando profesionalmente al fútbol, media vida gastada buscando un sueño. No pudo sino sonreír. Tampoco le había ido tan mal.

Su primera temporada había sido excelente. Había jugado veinticinco partidos, catorce de ellos completos y había anotado doce goles. No era Van Basten, no tenía sus condiciones y ni siquiera jugaba como delantero centro. Era más bien un segundo punta, un jugador de compañía, de fácil regate y un interesante punto de velocidad. Aprendió a usar la cabeza antes que los pies y supo así que para marcar un gol primero es imprescindible desmarcarse y que para avanzar, a veces, un solo toque elimina a más rivales que un par de quiebros. Rápidamente interesó a todos, pero el Ajax nunca quiso mover ficha por él.

En su segunda temporada con el Utrech no cumplió con las expectativas que se habían generado en torno a su figura de joven promesa. Comenzó de titular y acabó defenestrado. Superado por la presión y agotado por las alabanzas sus dieciséis partidos como titular y sus doce como suplente acabaron con la pírrica cifra de un único gol marcado a la desesperada y a puerta vacía.

Un frío vacío comenzó a inundar sus ánimos y se replanteó seriamente la idea de seguir jugando al fútbol. Fue cedido a un mísero equipo de la segunda división holandesa donde no cabía ni su talento ni sus posturas de jugador enclenque. Tuvo que luchar contra la dureza, la adversidad y contra la realidad, aquella que le escribía en renglones de oro que su sueño de vestir la camiseta del Ajax se estaba rompiendo para siempre.

La segunda división defenestró sus inquietudes y le convirtió en un joven huraño en busca de su título personal.

El Utrech rompió su contrato y un jugador rival estuvo a punto de romper sus ilusiones para siempre. En aquel momento era un simple jornalero del fútbol que gastaba sus mejores momentos jugando partidos de competiciones regionales. Quebraba a los rivales con los mismos escrúpulos que la vida había tenido en él en cada uno de sus quiebros. En uno de ellos y mientras avanzaba frenéticamente hacia la portería rival, un defensa de aspecto rudo y cercano a los cien kilos de peso se había lanzado con violencia buscando el balón y encontrando su pierna por el camino. El diagnóstico reflejaba rotura de tibia y peroné y el tiempo le convertía, a sus veinte años, en una vieja gloria con inexistentes sueños de grandeza.

Aprendió a soñar despierto y a conformarse con haber podido ser alguien. Disfrutó con los partidos del Ajax pegado a su televisor y agarrado a sus sueños de niñez, y se convirtió en un aficionado más de la máquina de Ámsterdam.

Nunca dejó de amar al fútbol pero aprendió a convencerse que nunca volvería a ser lo poco que fue. Superó la lesión y se apartó del balón. Habían pasado cinco años desde que debutara por vez primera en la primera división holandesa y ya se había convertido en un ex futbolista. Emigró a Ámsterdam y encontró un trabajo en un comercio de ropa. Comenzó a asistir al Louis de Knuip cada vez que el Ajax disputaba un partido como local y aprendió de cerca los mejores conceptos del fútbol; la presión, el toque, el desmarque y el gol. El fútbol, en el Ajax, se convertía en un ejercicio facilísimo.

Nunca podría olvidar una templada tarde de septiembre de mil novecientos noventa y cinco; tenía veintidós años, toda una vida por delante y un montón de sueños incumplidos amén de los millones de sueños que le quedaban aún por cumplir. Sintió pronunciar su nombre tras él y se giró para descubrir quien era el artífice de aquella llamada de atención. De jugador de fútbol célebre en su ciudad se había convertido en un ciudadano anónimo en Ámsterdam y era por ello que sentía extrañeza por haber sido reconocido por un extraño.

El hombre tenía aspecto de bonachón. Fumaba un habano de tamaño considerable y sonreía a medida que acompañaba el movimiento de su prominente barriga. Su cabello, totalmente blanco, le daba un aspecto de hombre interesante y su voz, firme y convincente, le convertía, a primera vista, en un personaje bastante fiable. Se llamaba Antoine Regard y hablaba con un pronunciado acento francés. Le contó sus recuerdos y sus propósitos. Le habían encandilado aquellos partidos de Richard con el Utrech y le había reconocido minutos antes entre la estremecida afición que poblaba las gradas del estado del Ajax de Ámsterdam.

Se había hecho con el poder de un club de la segunda división suiza y buscaba talentos para situarlo en lo más alto de las clasificaciones de aquel país. Le prometió fútbol, dinero y respeto y aquellas promesas hicieron reverdecer en él viejos laureles. Se estrecharon la mano y se citaron para dos días después en un pequeño despacho situado en un céntrico edificio de Ámsterdam.

Firmó un nuevo contrato y abandonó su vida sedentaria; volvía a ser un nómada del balón. Durante aquellos largos meses de reflexión había aprendido de la vida tanto como del fútbol. Estaba cerca de cumplir los veintitrés años cuando vistió por vez primera los colores del Thun suizo. Hizo un partido memorable. Volvió a sentir como sus pelos se erizaban al tiempo que las gradas coreaban su nombre vistiendo su ánimo de pura ilusión.

Hizo tantos goles como partidos disputó aquella temporada, en total veintiocho, por primera vez en su vida se sintió futbolista de verdad y fue consciente por vez primera de las enormes consecuencias de su talento. El Thun ascendió a la primera división del fútbol suizo y dos temporadas, un título y cuarenta y nueve goles después fue vendido por tres millones de libras al Liverpool inglés.

Jugar en un grande no pudo con sus ánimos de jugador inquieto. Ya había aprendido que fracasar es sólo para los tímidos así que se propuso ser líder en Liverpool, en Inglaterra y en el mundo entero. Tres años en el Liverpool le convirtieron en el mejor jugador de la Premier League y en un fijo en las convocatorias del seleccionador holandés. Se había convertido en un jugador grande en el terreno y admirado fuera de él.

Nunca perdió la humildad que aprendió mientras se arrepentía de sus egos pasados postrado en un sillón y con su pierna derecha cubierta por una escayola. Pero tampoco volvió a arrojar su toalla al precipicio de los cobardes. Cada partido jugado se convertía en un signo de admiración y cada gol era festejado como el último y recordado como el primero.

Aprendió a ser un ídolo y se comportó como tal, recibió multitud de ofertas y aunque su reojo siempre miraba al remitente antes de rechazar cualquier propuesta, siempre sintió deseos de ser pretendido por una vez en la vida por el Ajax de Ámsterdam, el mismo club con el que aprendió a amar el fútbol hacía ya más de veinte años.

Tres años, dos títulos y noventa y ocho goles después de fichar por el Liverpool, abandonaba Inglaterra para fichar por el Real Madrid. Después de haber sido alzado a la categoría de ídolo por parte de los hinchas “reds”, subía un peldaño más en su ascenso hacia la gloria fichando por el club más importante del mundo. Atrás quedaban las desdichas, los triunfos y los goles, atrás quedaban sus sueños de grandeza vistiendo la equipación del Ajax y frente a él se presentaban los últimos años de su carrera formando parte de la historia del mejor club de todos los tiempos.

Su llegada a Madrid estuvo bendecida por un halo de entusiasmo. En el club merengue se le esperaba como el agua del mes de mayo como el engranaje perfecto para una máquina a pleno funcionamiento. No le resultó demasiado fácil adaptarse a su nueva situación en la que el compromiso con la victoria iba más allá de un simple reto. Hubo de soportar unas semanas de banquillo que acicatearon en parte sus humos; no había llegado tan lejos como para rendirse a las primeras de cambio, así que no cambió ni un ápice su fórmula del éxito: constancia, trabajo, ilusión y unas gotas de demagogia. Nada mejor para levantar a un público acostumbrado a lo más grande.

Richard Van Verenken jugó por vez primera como titular vistiendo la camiseta del Real Madrid en el Nou Camp de Barcelona el cuatro de noviembre del año dos mil y aquella misma noche salió aclamado por la prensa como el mejor jugador del mundo. Su exquisita aportación y sus ganas de triunfar hicieron una parte, su talento inmenso y sus dos goles anotados hicieron el resto. A nadie le quedó una ínfima duda de la realidad; rendirse a su talento o morir.

Con la camiseta del Real Madrid alcanzó sus cotas más altas. Lo ganó todo y se hizo con el balón de oro, un premio que le reconfortó tanto que por instantes creyó verse libre de su gran sueño y que seguía siendo el de jugar en el Ajax.

Sumo tantas temporadas como títulos jugando en el Real Madrid, un total de cuatro, en las que sumó doscientos cuatro partidos y ciento doce goles. Se convirtió en un mito, en un ídolo y en la personificación de los premios de la vida a quien busca la fortuna detrás de cada esquina.

Pero nunca olvidaría la tarde del veintiuno de Marzo de dos mil cuatro. El Bernabéu, colosal y mágico, como de costumbre, estaba a rebosar. Se jugaba un partido clave de cara a afrontar las verdaderas aspiraciones hacia el título y sus quiebros tenían emocionados a los más de setenta mil espectadores que abarrotaban las gradas, sus intenciones eran las más directas y sus genialidades se estaban convirtiendo en películas de las mejores memorias. Pero olvidó, por un instante, que el hombre, como ser tozudo y despistado, es el único ser vivo que tropieza dos veces con la misma piedra y así, olvidó que quien entra con quietud puede entrar también con violencia si el respeto y la furia se descontrolan por completo.

Así, incapaz de ver al defensa central que aparecía desde su flanco izquierdo, hizo amago de continuar y frenó buscando a un compañero a quien regalarle la delicia del gol, pero lo único que halló fue una dura patada que lo mandaba para varios meses a la enfermería. De nuevo, la misma tibia y el mismo peroné se rompían para ofrecer una imagen macabra y dolorosa, un gesto torcido por el dolor y una baja que significaba un adiós casi definitivo a la temporada.

Como ya se había olvidado de llorar decidió sonreír, al fin y al cabo, la vida le había llegado a tratar mucho peor de lo que lo estaba haciendo entonces. Regresó a su país y tomó con calma su recuperación. Al contrario de lo que se hubiese podido esperar, su equipo no le echó de menos. Quizá había llegado la hora de ceder su lugar a nuevas hornadas y dar la razón a todos aquellos que auspiciaban el fin de su carrera. Hacía ya unos meses que venía sintiéndose más lento y más pesado, con menos brillo y más peso, con menos ganas y más canas en el pelo. Debía de ser verdad aquello de que se estaba haciendo viejo.

En Holanda, mientras sus huesos soldaban y su corazón recuperaba la monotonía, volvió a sentir de cerca el cariño de sus seres más queridos, volvió a pasear por las calles que le habían acogido durante los peores días de su juventud, volvió a respirar el aire frío que tanto añoraba y volvió a ver al Ajax.

Primero fue una visita por compromiso, después fue una visita por curiosidad y por último, pisar las gradas del Ámsterdam Arena, el nuevo estado del Ajax, cada dos semanas, se había convertido en poco más que una obligación. Sintió como un profundo ánimo abrigaba su corazón y sintió, por enésima vez en su vida, la eterna nostalgia que producía el único gran deseo que jamás consiguió hacer realidad en su vida; jugar al fútbol con la camiseta del Ajax.

Él, que había nacido una tarde de mayo de mil novecientos setenta y tres, cuando el Ajax levantaba su tercera Copa de Europa, y que siempre se había sentido ligado, por entusiasmo, concordancia y obligación a la filosofía futbolística del mejor club de Holanda, estaba a punto de poner fin a su carrera como futbolista sin llegar a vestir los colores que siempre amó.

Parecía insólito, pero una solitaria lágrima resbaló por su mejilla y le hizo añorar todo aquello por lo que luchó de niño; había alcanzado todos sus sueños, pero por más que intentó cabalgar las bandas del Ámsterdam Arena vistiendo la camiseta del Ajax, nunca había conseguido más que vestir aquella camiseta en algún partido de patio de colegio o en algún paseo por un parque o una playa, añorando y, por otra parte, consiguiendo, sueños de grandeza.

Volvió al fútbol y regresó a un Bernabéu repleto. Pronto se notó que Richard Van Verenken no era el jugador energético que dejó el estadio en camilla por última vez hacía más de seis meses. Sus piernas añoraban sus mejores tiempos y su cabeza añoraba los tranquilos paseos por las calles de Ámsterdam. Era posible que se estuviese convirtiendo en esclavo de sus propios sueños. Sintió por vez primera la dureza del Bernabéu en forma de silbidos una noche de diciembre de dos mil cuatro, la misma noche en la que hizo la maleta para irse y no regresar jamás.

Estaba cansado de fútbol, de viajar y de sobrevivir corriendo, driblando y chutando. Sintió deseos de obtener oxígeno y replanteó todas sus dudas en apenas cinco minutos. Dos días después le estaba diciendo adiós al Real Madrid con su carta de libertad en la mano y apenas una hora después toda la ciudad añoraba la marcha de quien, durante cuatro temporadas había sido un ídolo, un ejemplo y un cúmulo de talento irrepetible. Los que le habían aplaudido lloraban por fuera y los que le habían silbado lloraban por dentro, arrepintiéndose de sus actos y pidiendo al cielo de la gloria el perdón inmediato a todos sus pecados.

Pero nadie era el culpable de aquella despedida. Richard necesitaba un espacio para acomodar sus ideas y aquel estaba lejos de los terrenos de juego. Regresó a Ámsterdam y adquirió una bonita casa en el centro. Adquirió nuevas costumbres y no olvidó ninguna de sus costumbres anteriores, sobre todo, la de ir a animar al Ajax cada dos domingos, a las gradas del Ámsterdam Arena.

Dos meses después volvía a saltar a los terrenos de juego. Había cuajado una rápida negociación. Una llamada, docenas de lágrimas y una sonrisa que ya nunca se iba a borrar de su rostro. El veinte de febrero de dos mil cinco, Richard Van Verenken volvía al fútbol, a su infancia y a sus mejores galas debutando como jugador del Ajax en el Ámsterdam Arena.

Sonrió de nuevo. Le había costado treinta y dos años alcanzar su mayor sueño. De nuevo vestido de corto y con varias canas decorando su cabello jugó a recordar y volvió a sonreír. Sonrió por haber logrado ser quien era, pero sobre todo sonrió por la seguridad que le daba el saber que por primera vez en su vida estaba a punto de jugar de verdad al fútbol.

(Mi agradecimiento a Pablo por autorizarme a publicar este cuento. Muchas gracias por tu amabilidad Pablo!!)

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“...la va a tocar para Diego, ahi la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... ¡y goooooool...! ¡Gooooool...!¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos: barrilete cósmico, ¿de que planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.... Argentina dos, Inglaterra cero. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona. Gracias Dios: por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas. Por este... Argentina dos, Inglaterra cero”.

(fragmento del relato de Víctor Hugo Morales, periodista deportivo uruguayo radicado desde hace muchos años en Buenos Aires, 22 de Junio de 1986, Mundial de México)

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Hay que aparentar un mínimo de cultura, y en caso contrario no aparecer. Y ahora somos los únicos solitarios en la punta de la tabla de posiciones.

(FÉLIX BRÍTEZ ROMÁN, ex jugador del Club Cerro Porteño, Diario "ABC" de Paraguay, Octubre de 1991)

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Ha sido un partido de dos partes y hemos estado fatal en las dos.

(BRIAN HORTON, ex entrenador del Oxford)

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La redonda (Guillermo Fernández Liguori - Argentina)


Yo, balón
no comprendo la pasión
que despierto.

Mi misión es rodar
deslizándome en el
verde césped,
cuando me acarician
sigo siendo redonda
cuando me maltratan
me convierto en ovalada
cuando estoy en las alturas
me siento astronauta.

Pero lo que mas anhelo
es pasar esa línea
y abrazarme a la red
en ese preciso momento
soy humano
y mi piel que es de cuero
se emociona y llora
por los gritos y la felicidad
de esos hinchas que se abrazan y saltan apasionados.

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Comenta Héctor "el Bambino" Veira que durante 1990 mientras era entrenador del Cádiz habitualmente tenía que lidiar en las concentraciones para conseguir que el salvadoreño Jorge "El Mágico" González (foto) se levantara de la cama para entrenar pues nunca había forma de despertarlo.
Al respecto de este tema recuerda en especial: “una vez le llevé a la habitación un grupo de flamenco para ver si se levantaba; cuando a duras penas logró ponerse en pie me dijo: Sólo me levanto porque me gusta la música”.

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Hay que tener en cuenta que son los futbolistas los que hacen la diferencia; porque si a un entrenador exitoso le das un equipo que viene peleando por no descender, ponele la firma que va a pelear por no descender.

(ALBERTO "Beto" MÁRCICO, ex futbolista argentino)

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No pude acostumbrarme a vivir en Italia, era como vivir en un país extranjero.

(IAN RUSH, ex internacional galés, tras su paso por la Juventus en 1988)

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Fútbol (Luis San Vicente - México)

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Corazón pimentonero (Javier Sánchez - España)

* dedicado al club Real Murcia

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El 19 de Julio de 1966, en el Mundial de Inglaterra, se produjo el resultado más catastrófico para Italia, cuando Corea del Norte le ganó 1 a 0 (gol de Pak Doo Ik), partido correspondiente al Grupo IV, integrado además por Chile y la Unión Soviética...
Se anticipaba la clasificación de la URSS e Italia, pero los coreanos, cuyo plantel estaba integrado por militares solteros (Pak Doo Ik era odontólogo de la fuerza) y que casi no intervienen porque en principio, y por razones políticas (Inglaterra no autorizaba los visados de sus pasaportes), sorprendieron a todos...
Igualaron 1-1 con Chile y le ganaron a Italia, aunque perdieron frente a la Unión Soviética, 3-0. Así, coreanos y soviéticos se clasificaron para los cuartos del final...
A Corea del Norte le tocaba enfrentar, en cuartos, a la poderosa Portugal (con su estrella Eusebio a la cabeza) y en un momento del partido, tocaban el cielo con las manos. A los 22’, los coreanos solteritos ganaban por 3 a 0 con su fútbol vertiginoso, pero de escasa técnica...
Claro que Portugal sacó a relucir su mayor categoría y terminó ganando 5 a 3, con 4 de Eusebio (fue el goleador del torneo, con 9) y otro de José Augusto.

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Sobre futbolistas sabemos todos: entrenadores, presidentes, periodistas y aficionados; cada uno tiene sus gustos. Lo difícil es saber adaptar jugadores, por sus cualidades mentales y futbolísticas, a sistemas de juego.

(BENITO FLORO, entrenador español)

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Cuando uno habla de un goleador, inevitablemente tiene que echar mano de sus cifras. Y las cifras de Abreu hablan por él. Y también hay otra serie de aspectos que resultan más opacos para la gente, que tienen que ver con su forma de ser y de convivir en el vestuario, y con su forma de jugar, más allá del gol.

(JUAN MANUEL LILLO, director técnico de la Real Sociedad, dando la bienvenida al delantero uruguayo Abreu al equipo vasco, 20/01/09)

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El partido del fin del mundo


Así fue denominado por la prensa de la época a uno de los partidos más dramáticos que se recuerde en el fútbol peruano. Corría Noviembre de 1993 y se jugaba la fecha 25º del torneo descentralizado, tocándole en esa fecha a Alianza Lima subir a enfrentarse al Unión Minas de Cerro de Pasco, equipo que en ese entonces, contaba con el estadio (foto) ubicado a mayor altitud en el mundo (4.300 metros).

Era un partido de gran interés, debido a que Alianza pugnaba por hacerse del título nacional que ya le era esquivo demasiados años, mientras que el Minas, necesitaba sumar para alejarse de la baja y aprovechaba su condición de local, en la cual se había vuelto imbatible ante los equipos capitalinos, los cuales incluso llegaban a Cerro de Pasco provistos de balones de oxígeno.

A la altura se sumó el inicio de la temporada de lluvias, originándose al poco de iniciado el partido una lluvia torrencial, la cual derivó al poco en una fenomenal granizada, acompañada por una tormenta eléctrica que soltaba tremendos destellos de luz ante los aterrados camarógrafos llegados desde la capital, para transmitir en vivo el encuentro; por una decisión de ambos equipos, se continuó el partido: se jugaba mucho en aquella decisiva fecha.

Una lluvia salvaje, las pelotas de granizo, un frío que calaba los huesos y el oxígeno que apenas entraba a los pulmones se convirtieron en los enemigos de los capitalinos; eso, aunado a los rayos que no paraban de caer, crearon un ambiente dantesco,... era una de esas tormentas de las que te hacen temer a Dios.

El público y los jugadores del Minas estaban acostumbrados, pero para los aliancistas, jugando con guantes y gorras, el árbitro y sus jueces de línea, -también capitalinos-, y para el estoico equipo de transmisión de América, fue un infierno.

Los hinchas que seguían por televisión también tuvieron su cuota de sufrimiento: el empate a cero se mantuvo todo el partido, hasta le fatídico minuto 45: Waldir Sáenz finalmente pudo gritar gol casi sin aire en los pulmones.

Terminado aquel surreal cotejo, un argentino que llevaba apenas fichado unos meses en Alianza, corrió como loco a perseguir a los camarógrafos: "...¡dénme una copia; quiero una copia del video!!" -gritaba fuera de sí-, "...en la Argentina nadie me va a creer que jugamos y que ganamos este partido...!!"

Alianza salió victorioso del "Partido del fin del mundo", pero tuvo que esperar hasta 1997 para volver a campeonar luego de 18 años.

(tomado del blog “Leyendas y relatos de fútbol”)

1ª parte


2ª parte

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El apellido Hayes quedó en la historia del fútbol de Rosario Central y también de los comienzos del fútbol nacional.
Harry y Ennis Hayes eran hijos de un inmigrante inglés que se afincó en Rosario para trabajar en el ferrocarril que instalaron empresarios británicos.
Harry se destacó por su buen fútbol, pero además por haber sido el primer futbolista transferido en la Argentina (en 1905 pasó de Argentino de Rosario a Rosario Central).
Por su parte a su hermano Ennis se lo recuerda por su habilidad con la pelota y por su díscola manera de ser, lo que privó que llegara a tener tanto prestigio como Harry.
Testimonios periodísticos de aquéllos tiempos, destacaron que Ennis, en un partido entre Central y Gimnasia, eludió a varios adversarios y antes de hacer el gol, casi sobre la línea, se sentó sobre la pelota por unos segundos. Luego convirtió.
Fue casi una provocación para los adversarios, y que dio pie a una breve trifulca. Una actitud que motivó que su padre, en la precaria tribuna del estadio, le exigiera a los gritos, que se retirara de la cancha: "Hacer el gol sí, pero burlarse del rival, no", adujo el viejo Hayes, amplio conocedor del Fair Play.

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El fútbol se populariza con la revolución industrial, en pleno siglo XIX, y en la cancha se realiza una especie de ideal social: la planificación colectiva, la repartición por puestos y el espíritu de equipo tienen que ver con ese origen.

(CHRISTIAN BROMBERGER, antropólogo francés)

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Yo le armé el equipo a Cagna, Gorosito y Gamboa, todos los que pelean arriba.

(RICARDO CARUSO LOMBARDI, entrenador argentino, Noviembre de 2008)

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Un espíritu inquebrantable (Beth Kephart - Estados Unidos)


Jeremy tiene apenas ocho años y ya está convencido de que el fútbol es lo suyo. Se sienta a la mesa de la cocina y me cuenta lleno de emoción lo que ocurrió en el recreo:

-Los chicos se pusieron a jugar al fútbol. Los de segundo, tercero, cuarto y quinto. ¡Qué bien juegan! ¡Me encanta el fútbol!

- ¿De veras? -le pregunto- ¿Te gusta mucho aunque nunca has pateado un balón?

- Sí.

- ¿Por qué? -insisto, intrigada.

- Porque me gusta... Y voy a jugar. Voy a ser muy bueno.

Me mira con sus ojos grandes y soñadores, y yo le creo, porque soy su madre.

Al día siguiente, cuando paso a recogerlo a la escuela, intenta disimular el temblor de sus labios apretándolos con fuerza.

-¿Cómo te fue? -le pregunto, descorazonada al ver su tristeza.

-Bien - dice, sin convicción.

En el primer semáforo en rojo me vuelvo para mirarlo mejor.

- ¿Qué te pasó?

Se queda callado en el asiento trasero, y al cabo de un rato, tras avanzar varios kilómetros más, por fin rompe el silencio:

- ¡Qué difícil es el fútbol!

Jeremy es la viva imagen de la tenacidad. Desde que nació su desarrollo no fue como el resto de los niños. Se le dificultaba retener las palabras, y algunas que para los demás chiquillos eran familiares, como cuchara, triciclo, crayón, columpio y pelota, para él resultaban terriblemente incomprensibles.

Desde muy pequeño, el pan de cada día para él fueron las visitas a terapeutas y las desalentadoras predicciones de supuestos especialistas. Pero al final sólo una persona podía superar los desafíos: él mismo. Y, en efecto, Jeremy tomó magistralmente las riendas de su vida. Ahora que tiene ocho años, no le faltan amigos y va muy bien en la escuela. Es mi héroe. Pero, sobretodo, es mi pequeño, y como el fútbol empieza a torturarlo, lo primero en que pienso es en alejarlo de él.

Quizá sea lo mejor, en vista de sus impedimentos: reacciones lentas, flacidez muscular, percepción espacial limitada. Además, ni siquiera una flor es tan delicada como éste niño, que de la noche a la mañana se ha enamorado de un deporte que exige energía, arrojo y tácticas de guerra.

- Me encanta el fútbol -me dice cuando llegamos a casa. Luego de comer un dulce helado y varias galletas vuelve a la carga:

-Sí, es el deporte que más me gusta.

Tenemos un balón y dos caballetes que hacen las veces de porterías. ¡Y allí vamos, a jugar al fútbol. Pero cuando el balón rueda hacia Jeremy, y él se prepara, alza la pierna y calcula el disparo, barre el césped con la suela...y el balón pasa de largo. Compramos libros y videos de fútbol y luego invitamos a jugar algunos amigos. Mi esposo anota las reglas en un cartón. Hacemos cuanto podemos por alimentar la afición de nuestro hijo.

Pero la escuela se ha convertido en una prueba despiadada, y casi a diario, cuando recojó a Jeremy, veo que le tiemblan los labios. Conforme pasan las semanas empieza a bajar la guardia.

- Se burlan de mí -me cuenta. Dicen que no me sé las reglas. Que mejor me vaya a los columpios, o que primera aprenda a patear bien el balón.

-¿Y qué les contestas? - Le pregunto conteniendo el coraje.

- Que lo único que quiero es jugar, saber qué se siente patear la pelota aunque sea una vez -responde, hecho un mar de lágrimas.

- ¡Ay Jeremy! Quiero abrazarlo en ese mismo instante, pero faltan ocho kilómetros para llegar a casa.

Él continúa: - Dicen que soy un tonto porque recojo el balón con las manos, y eso no se debe hacer.

- ¿Lo tomas con las manos? - ¿Porqué?, si sabes que no se permite.

- ¿Cómo voy a poder patearlo si no me dejan que me acerque? - Tengo que agarrarlo para poder hacerlo mamá. Necesito practicar.

Más tardes de entrenamiento, más libros, más videos. Siguen las lágrimas durante los recreos y las historias desgarradoras. Casi todos los trayectos de la escuela a casa nos dejan a los dos el corazón hecho pedazos.

Empiezo a entender que para Jeremy el fútbol ha empezado a dejar de ser sólo un deporte y se ha vuelto en una metáfora: es la llave para entrar en un mundo nuevo, y si alguien le da la oportunidad, habrá traspuesto otra puerta fundamental; se habrá acercado a esa arbitraria condición que llamamos "normalidad". Jeremy no se rinde. Practica todas las tardes y estudia religiosamente los libros de fútbol.

Un día anuncia que sabe cómo resolver el problema: -Voy a entrar en una verdadera liga de fútbol. En la que juegan mis amigos. Así me volveré un buen futbolista, y me darán un trofeo.

- ¿Estás seguro, hijo? He oído que una liga es muy dura.

El entorna los ojos, y con un dejo de impaciencia contesta: -¿Cómo voy a mejorar, mamá, si no juego en una liga de verdad?

No vivimos en la ciudad que patrocina la liga que Jeremy escogió, pero las mamás de sus amiguitos prometen ayudarlo a inscribirse en un equipo. Y al cabo de varias semanas la noticia es oficial: Jeremy jugará con los Tiburones, usará una camiseta morada y espinilleras de plástico. Le han asignado el número tres. ¡Es todo un acontecimiento!

Los primeros dos entrenamientos se cancelan, y sólo queda uno antes del partido inaugural. Llegamos temprano, y Jeremy baja de un salto del coche, con las piernas de gacela ocultas por los gruesos calcetines y los protectores, dando pasos inseguros con sus zapatos de taco.

Cuando llegan los demás Tiburones, se ponen a calentar por toda la cancha: cabecean el balón, lo golpean con los muslos, driblan furiosamente a sus compañeros. Jeremy solo salta de aquí para allá y parece un cometa solitario. ¡Ay, Dios mío, apiádate de él, imploro! En eso, aparece la entrenadora y toca el silbato. Los chicos corren hacia ella...excepto Jeremy, que sigue dando saltos -¡Jeremy! le grito, ¡acércate!- No me oye, dejo mi bolso un lado para ir por él.

-No vayas,
me dice una de las madres-. Déjalo sólo. Asiento con la cabeza. Juro mantener la boca cerrada y me pongo de espaldas para poder cumplirlo.

Tres días después es el primer partido Aún no amanece y Jeremy ya está de pie, luciendo orgulloso su camiseta morada. En todos estos confusos y emotivos años jamás imaginé que lo vería jugar con un equipo “tú eres el mejor” -le digo-. Y es que no importa lo que ocurra dentro de una hora: él ha salvado mayores obstáculos. El juego es estrujante.

Mi pequeño se entrega por completo al frenético y rudo vaivén. Y tres veces patea el balón. ¡Tres veces, en un partido oficial de liga! Jeremy cumple su parte, mientras los gritos de júbilo de mi marido y los míos resuenan en la cancha. Mi hijo juega al fútbol, y yo pertenezco en el sitio que al fin entiendo que me corresponde: el área para padres delimitada por una línea blanca.

Muchas semanas después, cuando la temporada termina, le comento a mi héroe que voy a escribir su historia en el fútbol. Ahora ya puede ufanarse de que ha ganado un trofeo. "Jeremy de los Tiburones", dice una pequeña placa que está al pie de un futbolista dorado. Me pide que incluya algunas observaciones:

-Escribe que todavía estoy trabajando duro para mejorar. Y no olvides hablar del pase, de que en el quinto juego se me quitó el miedo y llevé el balón desde la media cancha hasta la portería. Y que se lo pasé a Garret, porque él es el goleador.

-No lo olvidaré, hijo
-le digo-. Eso es muy importante.

- Escribe también que papá y tú eran los únicos que me animaban. Ahí estaban los demás papás y la entrenadora, gritando que corriéramos, como en los equipos de verdad.

- Tampoco lo olvidaré.

- Creo que es todo, mamá. Bueno, si te queda espacio, habla del fútbol profesional.

- ¿Del fútbol profesional?

- Sí, que cuando crezca seré futbolista profesional. Que no sé si estaré en los Juegos Olímpicos, o en la Copa del Mundo, pero que todo el mundo me verá por televisión.

- Eso voy a escribir. Sé que puede lograrlo. Lograr lo que quiera. Sólo necesita una oportunidad, que lo llamen Tiburón, que lo incluyan en el equipo.

(tomado de la revista “Selecciones”, edición en español de Septiembre de 2000)




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El recordado entrenador de fútbol, Carmelo Faraone, quien tuvo como ayudante a Héctor "Bambino" Veira en sus comienzos como técnico, dirigió a varios clubes hasta que llegó a Boca Juniors en la década del ochenta.
Inagotable fuente de anécdotas, hombre de mucha calle y de muchos amigos de la noche, Faraone relataba que cuando conducía a Boca, todas las mañanas, antes del entrenamiento, daba el parte diario con referencia a los descuidos físicos de sus jugadores. Decía algo así como: “Alguien me dijo que anoche (y mencionaba puntualmente a dos o tres futbolistas delante de todo el grupo) estuvieron en un boliche hasta las tres de la madrugada tomando unas copas en muy buena compañía...”
Lógicamente, y sabiendo que lo que decía era verdad, los jugadores querían conocer al acertado informante de Faraone. “No me jodan -retrucaba el carismático entrenador- ustedes se deben de cuidar porque si no van a terminar en el banco de suplentes. Pero si quieren saber quien me lo dijo -como para sacárselos de encima e inventando un personaje en un minuto- les voy a comentar que mi chimentero es el hombre de la moto que camina”.
Nunca nadie lo pudo descubrir. Fue una gran intriga en el plantel. Hasta que por entonces, una persona conectada con el propio Faraone, que filmaba todos los partidos de Boca, como para analizarlos tácticamente (eran otros tiempos, claro) se había hecho amigo de los muchachos del plantel.
Claro que una tarde, el buen hombre llegó a un entrenamiento muy golpeado, y al verlo, Faraone le preguntó que le había sucedido. La respuesta fue: “No sé, Carmelo. Algunos de sus jugadores, cuando me vieron venir en mi moto nueva, me empezaron a pegar. No entiendo nada...”

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Una de las cosas más importantes que me ha dado el fútbol ha sido defender la camiseta de mi país. Eso no hay dinero que lo pague. A mis nietos les contaré que unas cuantas veces su abuelo vistió la camiseta de España.

(JOSÉ LUIS PÉREZ CAMINERO, ex internacional español, revista "Don Balón", Octubre de 2007)

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El fútbol tiene un problema y es que el equipo contrario existe.

(JEAN PAUL SARTRE, 1905-1980, filósofo, escritor y dramaturgo francés, exponente del existencialismo)

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