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Silvio Marzolini recuerda lo que fue su doble vuelta olímpica con Boca Juniors en el Monumental de River Plate, en el año 69. "Era un partido difícil y nosotros sólo teníamos que empatar para salir campeones. Ganábamos 2-0 con dos golazos del Muñeco Madurga, pero después nos empataron y, aunque con algo de susto, nos consagramos”.
Con el título de campeón, los muchachos de Boca iniciaron una vuelta olímpica por el campo de juego, tomado el recaudo de no acercarse a la pista de atletismo. Así hasta que el personal de intendencia riverplatense abrió los grifos de riego para “aguarle la fiesta a Boca”.
Allí fue cuando Marzolini desoyó los consejos de Rattín sobre que no había que dar la vuelta porque podía haber “bronca grossa”. Y sin compañía se mandó una segunda vuelta, pero esta vez por el centro de la pista de atletismo y “gambeteando hinchas”. Ese día, el pulcro Marzolini (considerado en su tiempo el mejor 3 de la historia) sacó a relucir el híper bostero que llevaba dentro.

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Si es por los títulos que ganó, Gorosito no puede dirigir nada.

(NORBERTO "Beto" ALONSO, ídolo histórico de River, pegándole a "Pipo" Gorosito, flamante técnico millonario y compañero de equipo en 1986, en entrevista al portal Esparavos.com, 10/01/09)

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Los jugadores sólo son pedazos de carne. Si el club decide venderles, hay poco que puedan hacer.

(ROY KEANE, ex jugador irlandés, en 2001 cuando jugaba para el Manchester United)

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El pase atrás (Torgny Lindgren - Suecia)


Cuando un futbolista ya no sabe qué hacer, cuando los contrarios se precipitan sobre él corriendo a toda velocidad por todos los lados, entonces puede retrasar el balón a su portero, es lo que se llama un pase atrás.

Hubo una vez un futbolista, un líbero, que nunca en su vida había dado un pase atrás al portero, era famoso por ello, era bajo de estatura pero nervudo y tozudo y valiente.

Lo más notable de su vida era eso: que jamás había dado un pase atrás al portero.

También por esa razón se sentía orgulloso, casi arrogante, llevaba la cabeza alta y jamás bajó la mirada ante árbitros o entrenador o jueces de línea.

Pero una vez ocurrió, una sola, que le falló la confianza. Fue a finales de un partido en que los ganadores iban a recibir una gran urna de oro abombada con gigantescas asas de platino, ninguno de los equipos había marcado, el portero sacó pasándole la pelota, él se encontraba a mitad de camino entre su área de penalti y el centro del campo, controló el balón con el pie derecho y giró para avanzar como solía hacer siempre. Entonces vio venir hacia él a toda velocidad al delantero más terrible de los contrarios, un tío duro al que llamaban Toro Cuernicorto.

Y el toro gritó: ¡No soy culpable de tu sangre vertida!

La pierna izquierda del líbero que sostenía todo el peso de su cuerpo comenzó a temblar, la saliva se le evaporó instantáneamente en la boca, los brazos y las manos se le derrumbaron como si de repente se hubiesen marchitado y toda la confianza se le escurrió como si apenas hubiese sido del tamaño y peso de una gota de sudor.

Inesperadamente se vio abandonado por sí mismo.

Y envuelto en una cobardía y una congoja que casi le obligó a vomitar dio el primer pase atrás de su vida a su portero.

Pero también su pie derecho lo traicionó, golpeó el balón con tales dudas y tal flojera que la pelota apenas rodó unos metros por la hierba dando botecitos, el Toro Cuernicorto se precipitó hacia ella y la alcanzó bramando aterradoramente, hizo una espléndida vaselina fuera del alcance del portero que estaba saliendo y el balón acabó en el fondo de la red.

Por culpa de aquel único pase atrás, aquel acto de alta traición, lo llevaron al juez de la ciudad, ante el que se presentó con la cabeza baja y la mirada derrotada.

Y fue condenado al suplicio de la rueda, le rompieron las extremidades y lo ataron a los radios de una gigantesca rueda de carro y así lo exhibieron en la plaza pública.

Si hubiese tenido la costumbre de retrasar el balón al portero, si hubiese sido así por naturaleza, entonces a nadie se le hubiera ocurrido ni siquiera señalarlo con el dedo.

Entonces Dios se le presentó allí en la plaza, aquel Dios que en el momento de la muerte, en el lugar de la ejecución, había gritado: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? aquel Dios que se preguntaba a sí mismo por qué se había abandonado a sí mismo, y cogió al futbolista y lo recompuso y lo curó, y le dijo: "Mi amado futbolista, también tú tienes derecho a ser hombre".

¿Hombre?, dijo el futbolista.

"Tuviste un momento de vertiginosa debilidad y perdiste la cabeza", dijo Dios. "Es en esos momentos en los que se revela la verdadera naturaleza humana".

¿Y ahora? dijo el futbolista.

"Ahora la prueba que has pasado te ha curtido. Ahora ya eres un hombre libre".

Entonces el futbolista se fue a casa a ver a su mujer, iba con la cabeza alta y contestaba abiertamente a todas las asombradas miradas de las personas boquiabiertas con que se cruzaba, Dios lo había devuelto a la vida, sobre todo había borrado aquel pase atrás.

Pero la esposa no quiso saber nada de él, por un lado porque había visto cómo lo había enrodado el verdugo tras lo cual tenía que estar muerto para siempre, y por otro por lo del pase atrás.

No obstante ella le dio un saco para sus cosas más valiosas y él metió las botas de fútbol, la camiseta con el número 5 a la espalda, las espinilleras de plástico reforzado, el frasco de las vitaminas, el viejo oso de peluche deshilachado y el rollo de venda elástica, se echó el saco a la espalda y se fue, subiendo las montañas y atravesando los bosques, también llevaba la pequeña pelota de gomaespuma, a veces la sacaba y jugaba a que los tocones y las piedras eran contrarios a los que tenía que regatear y dejar atrás, era otoño y se alimentó de bayas y frutos de la tierra.

Y pasó el tiempo y un día llegó a una ciudad que tenía un equipo de fútbol que era casi tan magnífico y famoso como el que había tenido que abandonar de manera tan desgraciada y se puso en manos del entrenador.

Y firmó con su nombre una promesa de que sería fiel y no traicionaría a su nuevo equipo.

El entrenador que vio su valentía y tenacidad y el número 5 en su camiseta, quiso probar inmediatamente sus condiciones para líbero.

Pero él dijo: “Puedes utilizarme donde quieras. Sin embargo jamás seré defensa”.

¿No eres acaso un líbero temerario y famoso? le dijo el entrenador que hasta creyó reconocerlo.

Mi viejo ser era defensa, dijo el futbolista. Fue en mi vida anterior.

No quería verse nunca más ante la odiosa tentación del pase atrás.

Entonces lo pusieron de delantero, su vocación debería ser la de ariete y su lugar de trabajo el área de penalti de los contrarios, le encomendaron ser indefectiblemente el más adelantado en cada ataque, respondería al nombre de Obús.

En un principio sus éxitos fueron modestos, todavía durante algún tiempo siguió siendo involuntariamente, en grado excesivo, una rémora y un ralentizador en lugar de ser el hombre que abría las defensas y finalizaba los ataques, era su vieja personalidad que aún quedaba en él.

Pero después de tres partidos metió su primer gol, fue un tremendo zambombazo con la izquierda desde el punto de penalti, las falanges del portero se ennegrecieron y se le rompieron.

Y todos dijeron: ¡Ahora sí que se ha soltado!

Pronto se convirtió en el goleador más eminente del reino, su nombre, Obús, estaba en labios de todo el mundo, obligaba a la pelota a entrar una y otra vez en la portería con ayuda de todas las fuerzas de su cuerpo y su alma, utilizaba todas las partes permitidas del cuerpo de manera que, finalmente, se le cubrieron de rugosas durezas y callos.

Ahora lo más notable de su vida: que metía uno o varios goles en cada partido, este acto decisivo de sagrada e irrevocable conclusión y consumación.

Y los hinchas lo llevaban literalmente en palmetas.

Pasaron tres años, pasaron con vertiginosa rapidez y sin dejar la menor huella, lo mismo que un partido de fútbol.

En un partido en que se disputaba una enorme copa de plata repujada pareció que finalmente la fortuna abandonaba a Obús, se encontró frente a un defensa que jamás había retrasado la pelota a su portero, un líbero que no le permitió tocar la pelota una sola vez en todo el partido ni siquiera con la punta de la bota.

Cuando en la ampolleta del reloj del árbitro ya solo quedaban unos adarmes de arena, Obús aún no había marcado ningún gol. Sintió cómo una vez más estaba a punto de traicionarse y entregarse, la desesperación y la desconfianza crecieron dentro de él como retorcidos matorrales.

Entonces el líbero se quedó solo con la pelota a unos pasos de su área de penalti, el portero le había echado la pelota, un breve instante pareció vacilante y confundido.

Y Obús gritó: ¡No soy culpable de tu sangre derramada!

Luego se precipitó hacia adelante, pisaba el césped con toda la fuerza de que disponía e hizo sinceros esfuerzos para bramar como un toro.

Y una oleada de agobiante cansancio recorrió el cuerpo del líbero, el jamás había imaginado que algún día se vería tentado a dar un pase atrás. Luego lo hizo, tan pronto como hubo tomado su decisión se llenó de una fuerza increíble y un gran equilibrio interior, golpeó la pelota con dureza y decisión con el empeine derecho.

Pero Obús que ya no podía contener su ardiente voluntad de meter la pelota en la portería, voluntad ahora convertida en obsesión, pasó volando al lado del líbero como si se creyese capaz de alcanzar el balón que se escapaba, sí, estaba convencido de que iba a alcanzarlo, se precipitó hacia adelante como un toro rabioso aunque irrisorio, los hinchas gritaron su vibrante ardor hacia el cielo del atardecer coloreado de malva, la tremenda velocidad le plegó los brazos hacia atrás, y cuando solo le quedaban unos pasos hasta la portería, el portero ya tenía atenazada la pelota en sus brazos, entonces dio un salto espantoso, se lanzó hacia adelante de manera que voló por el aire como un faisán, y su frente fue a dar en el poste derecho a dos pies del suelo, chocó con tal fuerza y precisión que se abrió la cabeza y expiró como una víctima de un sacrificio ritual.

Fue enterrado con todos los honores que la ciudad pudo movilizar, la gran y resplandeciente banda municipal, un sinfín de banderas, caballos de patas rectas cubiertos de velos negros, seis sacerdotes y un obispo, plañideras, cerdos enteros al horno y un novillo de cuernos cortos asado. Y asistió el duque. Y un príncipe bastardo.

Y el alcalde. Y el mariscal.

Pero no Dios. No patentemente en ninguna de sus figuras.

No estuvo más presente de lo que suele estar cuando se entierra a alguien que se ha abierto la cabeza en un último esfuerzo abocado al fracaso o una esperanza vana o un último indecible pensamiento.

(mi agradecimiento al maestro Francisco J. Uriz, quien me acercó este cuento del libro de Torgny Lindgren “Agua y otros cuentos” publicado por Nórdica Libros, Madrid 2008)

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Uno de los sucesos más increíbles de la historia de los mundiales de fútbol sucedió en el de España 1982.
Los jugadores que integraban la selección de Kuwait habían estado concentrados dos años, el tiempo que duraron las eliminatorias clasificatorias para esa cita mundialista.
El emir kuwaití les había prometido 150.000 dólares a cada uno, si lograban la clasificación.
Kuwait llegó a España a jugar el Mundial que el emir había soñado, pero su rendimiento no fue el esperado.
El 21 de Junio de 1982 en el Estadio José Zorrilla de Valladolid el jeque Fahid Al Ahmad Al Sabah (foto), hermano del emir de Kuwait, quién harto del bajo rendimiento de su selección fue protagonista de un echo insólito: en el minuto 35, Kuwait perdía 3-1 con Francia (goles de Jean Tigana, Michael Platini y Didier Six), cuando la defensa kuwaití se detuvo debido al sonido de un silbato que parecía venir de la tribuna, creyendo que era del árbitro del encuentro.
Desde el palco principal del estadio, un individuo ataviado con vestimentas árabes, el jeque Al Sabah, hacia aspavientos indicando al equipo kuwaití que abandonaran el terreno de juego.
Tras varios minutos de incertidumbre, el hombre del turbante aparece sobre el césped entre el tumulto de jugadores y acompañado por varios escoltas. El público en las gradas y los jugadores franceses observan la insólita escena.
Tras una conversación con el árbitro soviético Miroslav Stupar, rodeado de jugadores y policías, Fahid Al Ahmad Al Sabah vuelve a amenazar con retirar a sus jugadores del terreno de juego si no se anulaba el gol.
Tras varios minutos de descontrol, el árbitro toma la inexplicable decisión de anular el gol.
El árbitro no había pitado, el gol era legal, pero las presiones del jeque surten efecto y el tanto no es convalidado.
Dicen los testigos que el ucraniano vio en la cintura del jeque un cuchillo tan amenazante como filoso. El partido se reanuda con un pique, la intervención del jeque Fahid no sirvió de mucho, minutos después Bossis decretó el definitivo 4-1.
Años más tarde, el 2 de Junio de 1990, Irak dio el puntapié inicial a la Guerra del Golfo al invadir Kuwait. Por dicha invasión el COI (Comité Olímpico Internacional) decidió excluir a Irak de los Juegos Asiáticos de ese año.
En represalia, las tropas de Saddam Hussein invadieron el palacio del COK (Comité Olímpico Kuwaití) y un pelotón se encargó de fusilar a todos los atletas que permanecían en el edificio y al jeque Fahid, que presidía dicho organismo.

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He sudado más en el banquillo que algunos en el campo de juego.

(JOHN BENJAMIN TOSHACK, ex jugador y entrenador galés)

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Era pobre, aunque he de reconocer que en mi vida nunca he trabajado, más que nada porque no sé hacer nada.

(ANTONIO CASSANO, jugador italiano, en su libro autobiográfico "Dicco Tutto" -Lo digo todo-)

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Toco y me voy (dedicado al club Danubio -ROU-)

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La Copa Libertadores, a su vez, entraba en su fase crítica histórica. Llovían reclamos de todos los medios acerca de la brutalidad criminal que imperaba en el torneo continental. Y Estudiantes, que seguía para 1970 en la cumbre de la Copa, viajó a Montevideo para chocar en el partido revancha ante los mirasoles de Peñarol. Y chocar es una buena forma de definirlo, sin eufemismos de por medio.
El partido de ida había sido para los de La Plata por uno a cero. Los platenses buscaban su tercera copa consecutiva, cosa que lograrían al empatar en cero en la capital uruguaya.
El ex jugador de Estudiantes "Tato" Medina recuerda: “Faltaban quince minutos para el final, empatábamos cero a cero, y cuando iba a sacar un lateral, Bilardo me gritó que lo hiciera engranar a "Tito" Gonçalves (foto). Empecé a demorar el saque, me acerqué al uruguayo y lo insulté para que reaccionara ahí mismo. Ni se inmutó. Me miró fijamente y me dijo ‘cuando termine el partido te vas a acordar de mí’. Pasaron los minutos, llegó el final y salí corriendo para celebrar con mis compañeros la tercera Libertadores seguida que ganaba Estudiantes.
De repente, sentí que me agarraban del cuello y me pegaban en la trucha. No recuerdo nada más. Cuando me desperté, estaba en mi cama, en el hotel, con una bolsa de hielo en el melón para achicar los chichones. Durante los diez días siguientes, mi única alimentación fueron líquidos que tomaba con una pajita. Recién entonces comprendí por qué le habían hecho fama de caudillo a Tito Gonçalves”.

(tomado de la página “En la tribuna”)

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El amor que uno tiene por el club, Newell’s en este caso, es mayor al que se siente por la Selección. La época de Bielsa, quizás, era algo distinta. Si vienen y me preguntan: ¿Elegí entre un título para Newell’s o uno para la Selección? Y casi te digo que me quedó con uno para Newell’s.

(EDUARDO VAN DER KOOY, periodista argentino)

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Oscar Córdoba pondrá en riesgo el nombre que tiene, porque es difícil ganarse la titularidad en buena forma a los 39 años. Yo desearía recordar a Oscar como lo ví.

(JORGE BERMÚDEZ, ex jugador de Boca Juniors, en el programa “Un buen momento”, de radio La Red, Argentina, opinando horas atrás sobre la posibilidad que el arquero colombiano retorne a la entidad de la Ribera)

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La tragedia que cambió el fútbol


El tiempo no ha logrado borrar de la memoria el horror de aquella tarde en Sheffield. 96 hinchas del Liverpool murieron por aplastamiento y asfixia en la tribuna oeste del campo de Hillsborough, en Sheffield. La tragedia significó el final de una época, el acta de defunción del fútbol como rito tribal de la clase obrera en Inglaterra y, en buena medida, en el resto de Europa.

De las consecuencias de aquel drama se deriva el perfil actual del fútbol: un espectáculo que se interpreta prioritariamente en términos económicos, propulsado por las grandes compañías de televisión, gestionado por magnates y arribistas, generador de un nuevo tipo de aficionado (el espectador virtual a través de la teletaquilla), aceptado como un colosal juguete por la sociedad actual. Por supuesto, el fútbol había perdido su inocencia en Heysel, donde murieron 39 hinchas de la Juve tras el brutal ataque de los hooligans del Liverpool. Fue su momento de máxima degradación, pero aquella tragedia repercutió principalmente sobre la conciencia del fútbol, a través de una perspectiva moral. El efecto de Hillsborough tiene otra naturaleza. Se relaciona con una mirada práctica, con el nacimiento de una nueva época que destierra viejos hábitos y alumbra un tiempo diferente.

El 15 de Abril de 1989, las hinchadas del Liverpool y el Nottingham Forest se dirigieron en masa hacia Sheffield, el lugar elegido por la Federación Inglesa para disputar la semifinal de Copa. El partido convocó a 25.000 aficionados de cada equipo, en su mayoría menores de 25 años. El escenario del partido era Hillsborough, un estadio construido en 1899 entre las callejas de una ciudad industrial. Un típico campo inglés: viejo, mal acondicionado, símbolo de un tiempo que llegaba a su fin. El tiempo del fútbol como gran bandera de las clases populares en Inglaterra.

Todo lo que podía ir mal aquel sábado de Abril, fue rematadamente mal. La tribuna oeste de Hillsborough, conocida como Leppings Lane, observaba todas las condiciones para convertirse en un matadero. Pequeña, seccionada por barras de hierro que actuaban a modo de rediles, precedida por escasos y angostos pasillos, rematada por una valla que impedía el acceso de los hinchas al terreno de juego.

A las 14.45, un cuarto de hora ante de comenzar el partido, la parte central del fondo se encontraba atestada de gente. Pero los seguidores del Liverpool continuaban entrando hacia ese sector de la tribuna. Algunos aficionados comenzaron a protestar a los agentes de policía por los primeros síntomas de aglomeración. Pero lo peor estaba por venir. A David Duckenfield, el superindente encargado de la seguridad, se le había designado en su puesto sólo 19 días antes. No contaba con experiencia alguna para manejar esa situación.

El partido comenzó a las 15 horas, pero las cámaras de la BBC dedicaban más atención a lo que sucedía en el fondo oeste que en el campo. Se hacía evidente la posibilidad de una catástrofe. Agolpados en el sector central de la tribuna, los seguidores del Liverpool pedían a los agentes que cerraran las puertas de acceso. Fuera del estadio, un número insuficiente de policías no conseguía detener a la marea humana que se dirigía desde el callejón de Lepping a las puertas de entrada del fondo oeste, atestadas de hinchas, unos con entradas, otros sin ellas. Dentro y fuera del estadio, reinaba la confusión y el pánico.

En los dos primeros minutos del encuentro, el Nottingham lanzó dos saques de esquina. Algo terrible debía suceder: algunos espectadores saltaron las vallas y entraron en el campo. Querían detener el juego. "Ahí dentro está muriendo nuestra gente", le dijo un aficionado a Alan Hansen, capitán del Liverpool. Pero el juego continuó, mientras cerca de 2.000 hinchas pugnaban por acceder al fondo oeste.

Un policía solicitó al superintendente Duckenfield el permiso para abrir una de las puertas. Duckenfield, que luego aseguró que la puerta fue derribada por los hinchas, dio el permiso para abrirla. La gente entró en tropel, aplastando, derribando, asfixiando. La tragedia era irremediable. Sin embargo, la policía se negó a abrir las portezuelas que daban acceso desde las vallas al terreno de juego. Se sentían más preocupados por impedir la invasión del terreno de juego que por aliviar el drama de la muchedumbre atrapada en el matadero.

El partido terminó en el minuto siete, instantes después de un tiro al palo de Peter Beardsley. En el otro fondo del campo, la tragedia se había consumado. Las cámaras de televisión recogían la espantosa escena de cientos de hinchas luchando con desesperación por sus vidas. 96 personas no lo consiguieron. Se habló de la responsabilidad de los hoolingans, pero el desastre se consumó sobre todo por la incompetencia de la policía, por las deficientes condiciones del estadio, por el descontrol que presidió los acontecimientos de aquella tarde mortífera.

El juez Peter Taylor fue designado por el gobierno para investigar la tragedia, dirimir responsabilidades y elaborar un informe decisorio. En sus conclusiones, el juez Taylor propuso un nuevo escenario para el fútbol, en la confianza de evitar tragedias como las de Hillsborough. El gobierno asumió las directrices del informe, destinado a cambiar el destino del fútbol en el Reino Unido y, por extensión, en el resto de Europa.

Se eliminaron las vallas, se obligó a los clubes a disponer en los campos sólo de localidades de asiento, se instruyeron todas las medidas para convertir los estadios en lugares seguros y confortables. Fue el final del fútbol como una ceremonia tribal destinada a satisfacer el ocio de la clase obrera. Así había ocurrido desde el siglo XIX. A finales del XX, el fútbol es otra cosa. Es el tiempo del dinero, del comercio, de la televisión, del espectador virtual que no ocupa su asiento en el campo, sino en el sofä de su salón. Es el fútbol que nació de la tragedia de Hillsborough.

(artículo de Santiago Segurota publicado en el diario “El País” de España del 15/04/1999)


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El diario sensacionalista The Sun señaló a los culpables de la tragedia de Hillsborough. Bajo el título "La verdad" (The truth) y siguiendo testimonios de los responsables policiales, acusó a hinchas reds de robar a los muertos y orinarse encima, así como de golpear a agentes y sanitarios, además de generar el problema por estar borrachos. Ni un solo fallecido dio positivo por alcohol en las autopsias. En Liverpool todavía se toman represalias contra The Sun y su ofensa.
Según las evidencias recogidas por el juez Taylor en sus investigaciones, la negligencia policial fue manifiesta. El responsable del operativo se empeñó en meter a 3.000 hinchas en una zona para 1.600 para evitar incidentes en el exterior, sólo se habilitaron dos puertas y, cuando ya había decenas de cadáveres y el partido estaba suspendido, el inexperto oficial al mando pidió permiso al superintendente Duckenfield para abrir las salidas de emergencia y dejar que la gente escapara por el césped. Le fue negado.
Dos hipótesis afectan al trabajo de Duckenfield. "Si vio morir a los chicos y no hizo nada, no es humano", justifican los voluntarios de la campaña para la justicia. Y, "si no vio a la gente morir a través del televisor, ¿dónde estaba?". En Liverpool juran que, tarde o temprano, se hará justicia y alguien pagará por sus 96 muertos, que nunca caminarán solos.

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De no haber sido futbolista, habría estado allí, animando al Liverpool. Durante seis meses no pude volver a pisar un campo. Tenía amigos en la grada y no pude hacer nada por salvarles. Aún me cuesta hablar de aquello. Vuelven a mí imágenes terribles. Todos se merecen justicia. Tarde o temprano, se sabrá la verdad.

(JOHN ALDRIDGE, ex jugador del Liverpool, quien vivió desde el césped el infierno del 15 de Abril de 1989 en Hillsborough)

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Regalo de Reyes (Guillermo Rönnow - Argentina)


* Cuento infantil

Facu había estado lodo el día escribiendo la carta.

-Dejala así y andá a acostarte -le había dicho la madre.

Era cinco de Enero y a él no lo conformaba que estuviera escrita así nomás. Quería que quedara linda. Pero sobre el regalo que esperaba no tenía dudas: una pelota de verdad. Número cinco profesional; la pelota oficial, la que usa la selección.

Se despidió, entró en el cuarto y se desvistió. Aunque no quería dormir. Quería aguantar con los ojos abiertos. Quería ver si los escuchaba. Al rato, el sueño empezó a empujarlo. Entonces, prendió el televisor y lo puso bajito, para que no lo oyeran y para no quedarse dormido.

Cambió de canal hasta encontrar algo que no fuera para grandes. En el siete, encontró un programa en el que daban pedazos de partidos. Vio goles de Cambiasso, de Riquelme y de Romagnoli.

Después de un par de propagandas, empezaron a dar los mejores goles de Maradona.

Empezaron a jugar y un defensor sacó la pelota por encima del alambre. Pateó tan fuerte que la redonda cayó donde estaban los tipos disfrazados.

El partido se corría con todo. El estaba jugando bien, aunque se sentía nervioso. La hinchada había coreado su nombre. Faltaba poco para que terminara el primer tiempo, cuando el cinco le pasó la pelota e hicieron una pared con Diego, que no terminó en gol por muy poco: pateó apenas desviado, pero igual el diez lo aplaudió. Se sintió orgulloso. En el vestuario lo felicitaron.

Empezó el segundo tiempo y se largó a llover. En esa parte hizo algunas jugadas buenas y otras, no tanto. Pero nadie le hacía reproches. Seguían cero a cero y todavía había tiempo para ganar.

Después de un rebote, volvieron a juntarse con Diego y cada uno hizo una gambeta hermosa. Cuando iba a marcarlo un defensor, "el genio" (Maradona) le devolvió el pase justo. Entraba al área y vio que el arquero se apuraba a salirle todo despatarrado. Apretó los dientes y sintió que su mamá lo llamaba. Ella lo besó y le mostró el regalo. Cuando la vio junto a sus zapatos, le pareció que la pelota estaba embarrada. Después se dio cuenta de que no. Se volvió a acurrucar y dijo que tenía mucho sueño. Dijo que quería dormir un poco más.

Cabeceaba de sueño, pero se mantenía con los ojos abiertos gracias al relator, que gritaba como un loco cada vez que Maradona convertía un gol. Hasta que volvieron a pasar publicidad y se quedó dormido. La tele quedó encendida.

Y, dormido, soñó que jugaba. Era la cancha de su equipo y aparecían todos sus ídolos. Ellos y él. Las tribunas estaban llenas y se jugaba la final del campeonato. Pero había un colado: a la izquierda de él, que jugaba de nueve, estaba Maradona. Antes de que empezara el partido, vio que desde la platea, Brenda, su compañera de banco, le deseaba suerte. Cerca de ella, estaban su mamá y su papá, y unos hinchas disfrazados de reyes. Uno tenía piel morena. Estar en la final, le parecía un sueño.

(tomado de el libro “Cuentos de fútbol para chicas y chicos”, Editorial Estrada, 2007)

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El día anterior al decisivo partido entre Italia y Argentina en el Mundial de 1990, Maradona, aprovechando que el cotejo se jugaría en Nápoles, realizó unas declaraciones dirigidas a los sureños: “... me disgusta que ahora les pidan a los napolitanos que sean italianos y que alienten a la selección. Nápoles fue marginada por el resto de Italia. La han condenado al racismo más injusto...el norte los desprecia, no los considera como parte de Italia. ¿Van a alentar a los que los consideran extranjeros en su propio país o me van a apoyar a mí que soy uno de ustedes?...”
Los hinchas napolitanos no hicieron esperar a Maradona con su respuesta, en una de las cabeceras del estadio se podían leer varias banderas que decían: “Maradona: Nápoli te ama pero Italia es nuestra patria” y “Diego en los corazones, Italia en los coros”.
Incluso el jefe de la barra brava del Nápoli (auto proclamada Curva B), Genaro Mutori, alias Palumbella, tuvo que realizar una proclama oficial: “Haremos fuerza para que gane Italia, pero respetando y aplaudiendo a los argentinos”.
Los principales diarios de Italia, los días previos al cotejo titularon: “Ahora, Italia contra Maradona”, “Querido Diego, nos vemos en tu casa”.
Incluso la bandera argentina que había sido izada en la concentración argentina, apareció arrancada e incendiada, luego se supo que dicho acto lo había realizado el propio entrenador de la Selección Argentina, Carlos Salvador Bilardo, para tocar el orgullo de sus dirigidos.
Pero a pesar de la propaganda mediática adversa, los napolitanos aplaudieron el himno argentino de principio a fin.
El propio Diego, lo recordaría años más tarde: "...Yo no había intentado una sublevación de los napolitanos contra el resto de los italianos, cuando jugamos allá, porque yo sí sabía y sentía que los napolitanos eran italianos también... Pero eran los otros italianos, los que no vivían en Nápoles, los que no querían enterarse, los que no querían aceptarlo: solo aquel día, el día del partido, se dieron cuenta de que los napolitanos también pertenecían a Italia y podían ayudar a la selección...
Yo sabía muy bien lo que nos ocurría cuando íbamos a jugar de visitantes, aquellos carteles de "Bienvenidos a Italia", "Lavatevi", "Terroni". ¿Por qué quería esconder aquel racismo?, ¿por qué no lo iba a recordar justo en el momento en los italianos, por interés, querían agregar a Nápoles en su mapa?. Jamás pretendí que hincharan por mí, jamás... Pero me querían, me querían tanto, que la Curva B gritó mi gol de penal contra Italia, lo gritó. Porque argentinos no había tantos y el grito yo lo escuché... El problema es que lo escucharon todos, todos... Y no me lo perdonaron".

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Esa pregunta me la hice muchas veces yo después. Cómo reaccionaría un torturador al escuchar nuestros goles por ejemplo, si se ‘ablandaría’ un poquito, porque estaría más contento porque Argentina ganó. Pero al mismo tiempo significaba más tiempo de permanencia en el poder para el Gobierno, más tiempo de permanencia para el torturado...
¿La respuesta? No, no la tuve.

(OSVALDO ARDILES, ex futbolista argentino reflexionando sobre el Mundial 78 y la situación política imperante en esos momentos en Argentina)

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Para muchas personas el amor es cómo el fútbol: persiguen apasionadamente un objeto para darle un puntapié una vez que lo han alcanzado.

(ANÓNIMO)

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La firma (Martín Garrido - Argentina)


Ese seria el último, no había vuelta atrás, la próxima vez que se jugara el clásico, él estaría del otro lado, ya no vistiendo la verde y blanca a bastones que lució durante cuatro años, sino del otro lado, con la azul, con la de sus “enemigos”, la que siempre quiso ver derrotada, a la que le grito tantos goles. Los cuatro años habían sido por demás positivos para su estadística personal, ocho clásicos jugados, ocho ganados, veinticinco goles a favor (él aportó 15) y solo nueve en contra.

La historia cambiaria, allá por Marzo del próximo año estará del otro lado, con todos los que hoy serán sus compañeros del lado contrario, y el único que lo sabia era él.

El clásico se jugaba dos veces al año, una en Marzo y otra en Septiembre, en la cancha del Parque, a las 10 de la mañana, con un mundo de gente alrededor, casi siempre amigos y familiares y algún que otro imparcial. Entre los dos equipos había buena onda, pero no se regalaban nada, se jugaba como todo clásico, a dientes apretados y salían partidos horribles.

Durante las últimas semanas se preguntaba, se reprochaba, como había decidido firmar, porque puso fecha y hora, como se dejó convencer tan fácil. Talvez la insistencia de Marisa, su novia de hace tres años, o por su vieja que quería un cambio de aires para él. Primero estaba embalado, le gustó la propuesta y le dio para adelante, pero ahora la idea del arrepentimiento le daba vuelta en la cabeza, estaba desorientado, perdido.

El día del partido le costó armar el bolso, tardó un montón en enrollar las vendas, lustrar los botines, alistar la ropa. Llegó casi sobre la hora, en el camino se imaginó con la “azul” y rápidamente sacudió la cabeza para volver en si. Pensó que esta sería la última vez que tiraría paredes con el Pelu, que ya no volvería a tirar un pase en cortada sabiendo que Guille picaría al vacío, que nunca mas esperaría el centro llovido de Lucas en el borde del área, la próxima vez los tendría en frente y se le hizo un nudo en la garganta.

Fue todo el camino en silencio, casi llegando al parque, Marisa le preguntó -¿le dijiste a los muchachos?

-No, en el entretiempo les digo, o cuando termine.

Se cambió y empezó a calentar, sus amigos lo notaron distante, frío. Él miraba a los que serían sus compañeros y no podía entender su propia desición. “Con estos rústicos no gano un partido mas” se dijo.

No le salió una, ni un pase, una pared, un pique, un remate al arco, nada. El clásico terminó 1 a 0 gracias a una genialidad del Gaby, pero no hubo nada más. Se cambió rápido y se fue, no dijo nada, ni siquiera se quedó a comer la picada con los muchachos.

Los días siguientes estuvo raro, pensante y desaparecido.

El primer viernes de Diciembre, a las 11, debía firmar. Estaban todos, la vieja, el padre, los hermanos, Marisa, sus viejos, fotógrafos, todos, hasta algunos de los muchachos del equipo se habían juntado en la esquina para ver si era cierto lo que les había contado Cachi.

No fue, no apareció. Lo buscaron por todos lados y nada, ni en el club, ni en el bar del Pua, ni en el laburo sabían nada de él. El Gaby y Damián se fueron en el “fito” a buscarlo a Claromecó, pero nada, se lo había tragado la tierra. Un hermano de Marisa fue a ver un conocido en la policía, el oficial Gorostegui, pero les dijo que tenían que pasar 48 hs, que cualquier cosa les avisaba.

El domingo a la mañana le mandó un mensaje a la vieja “estoy bien, no te preocupes, me vine a dedo al sur, cuando me acomode te llamo no digas nada, besos”.

Se rajó, no soportó la presión de cambiar de bando, de equipo. Intimamente sabía que no volvería, que ya no vería a los chicos, compañeros y rivales, que aquel había sido su último partido, su último clásico.

Su último “solteros contra casados”…

(Un gracias enorme al tresarroyense Martín por enviarme este cuento y poder compartirlo con todos ustedes)

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A pocos meses de finalizado el Mundial de México ´86, el ex arquero argentino Sergio Javier Goycochea, participó como invitado de un programa de televisión donde una tarotista le auguró un desempaño destacado en el certamen de Italia ´90.
Pasados los años, la Selección Argentina disputaba el segundo partido de la primera fase versus la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el 13 de Junio de 1990 en Nápoles, y a los doce minutos del primer tiempo, un desafortunado choque entre el defensor Julio Jorge Olarticoechea y el arquero titular Nery Alberto Pumpido, dejó como saldo la fractura de la pierna derecha del guardameta titular albiceleste.
Ante la imposibilidad de continuar el partido (y el resto del torneo), ingresó en su lugar el primer suplente, Sergio Javier Goycochea, quién se convirtió en el artífice de la llegada de su selección hasta la final luego de atajarle dos penales el 30 de Junio a Yugoslavia a los jugadores Brnovic y a Hadzibegic en cuartos de final y a Italia por la semifinal el 3 de Julio a Donadoni y Serena, en ambas definiciones por penales y en la cual dejó a los organizadores fuera del certamen.
Creer o reventar.

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Se sabe que Grondona es socio de Ávila (Carlos, por ese entonces mandamás de la empresa "Torneos y Competencias") y nadie dice nada. (Maradona)

-"¿En la ferretería?" (pregunta del periodista del diario argentino "Crónica")

-"No nos chupemos más el dedo" (tajante respuesta del Diego)

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Cuando Pelé marcó el quinto gol en aquella final, debo ser sincero y admitir que me dieron ganas de ponerme a aplaudir.

(SIGVARD PARLING, defensor sueco, encargado de marcar a Pelé en la final del Mundial 1958)

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Sparwasser: el héroe de nadie


Tal vez no fue el mejor futbolista que dio la República Democrática de Alemania (RDA) durante sus cuatro décadas de existencia, o tal vez sí. En cualquier caso, pocas carreras como la suya se vieron tan influidas por el tiempo que le toco vivir desde el terreno de juego y, sobre todo, tan marcadas por un gol, un a ciudad y una fecha: el que logró en Hamburgo en 1974.

La suya bien podría haber sido una historia más de un jugador más. Con una técnica muy aseada y unas cualidades que bien merecieron mayor relumbrón, sí, pero un jugador más al fin y al cabo. Y seguramente él mismo lo hubiese preferido así. Sin embargo, para Jürgen Sparwasser siempre habrá un antes y un después del 22 de Junio de 1974. Aquella tarde, la historia se enfundó la camiseta de la ‘DDR’ con el 14 a la espalda para arrebatar a un espigado y prometedor mediapunta del anonimato masivo.

Sparwasser vio la luz en 1948, el mismo año en el que los expertos sitúan el comienzo de la Guerra Fría. La tensión larvada entre los dos bloques, el comunista y el capitalista, se sufrió en Alemania de manera más cruda y directa que en cualquier otro rincón de Europa, ya que provocó la división del país en dos estados separados por un ‘telón de acero’. Al protagonista de este artículo le tocó nacer al este de aquella enorme cicatriz.

Paradójicamente, Alemania Occidental tuvo en Sparwasser una importancia capital desde edad temprana. En 1965, dos goles suyos en la final contra Inglaterra le dieron la victoria a la selección germano-oriental en el Campeonato Europeo juvenil que se disputó en la RFA. Siete años más tarde, Munich acogió los Juegos Olímpicos. Jürgen tomó parte como integrante del combinado que logró la medalla de bronce. Y, dos temporadas después, confirmaría en suelo ’federal’ su mejor curso como futbolista: el de 1974.

En aquel periodo, el Magdeburgo había alcanzado una velocidad de crucero que le granjeaba muchas victorias, tanto en la competición doméstica -la Oberliga- como en la Recopa de Europa. Ambos trofeos fueron a parar a las vitrinas del club blanquiazul y en los dos logros tuvo mucho que ver el papel de Sparwasser, un mediapunta con caída a bandas que también podía desenvolverse como ariete o medio ofensivo. La consecución de la Recopa fue especialmente celebrada, por lo que de excepcional tenía que un título continental fuera a caer en manos de unos futbolistas de la RDA (de hecho, fue la única ocasión en que esto sucedió).

Las semifinales, contra el Sporting lisboeta, contaron con la participación decisiva de ‘Spari’, que con un gol en la ida y otro en la vuelta dejó encarrilada la presencia de su club en la final de Rotterdam. Sólo 4.000 aficionados, la mayoría italianos, presenciaron el 2-0 que los hombres de Heinz Krügel infligieron al todopoderoso Milan de Rivera. Sparwasser no marcó, pero vivió desde el césped aquel éxtasis europeo.

Así que el Mundial de Alemania llegó no sólo en el mejor momento de Jürgen y su club, sino en el punto más álgido del fútbol en un país que dedicaba más fondos al atletismo o a la natación por su mayor rentabilidad olímpica. En este punto es necesario señalar que la RDA atravesaba en 1974 su mejor ciclo histórico también en lo económico y en lo social, y que parecía por fin consolidarse la extraña coexistencia de dos Alemanias, vueltas de espaldas para no tener que mirarse. Pero el bombo del Mundial las obligó.

El morboso último partido del Grupo A se salpimentó además con un escándalo de espionaje: un estrecho colaborador del canciller federal Willy Brandt resultó agente de la policía secreta de la RDA, la Stasi. En ese ambiente saltaron los 22 alemanes al tapete de Hamburgo para dirimir algo más que el primer puesto de un grupo mundialista.

Hamburgo, 1974

“Si en mi lápida pusieran ‘Hamburgo, 1974’, todos sabrían quién yace debajo”, ha afirmado Sparwasser con acierto y sin una pizca de vanidad. Corría el minuto 77 de ese duelo entre compatriotas y el 0-0 campeaba en el electrónico. De repente, la Alemania visitante recupera un balón en su terreno, es ‘Spari’ quien arranca la carrera, cruza el centro del campo y encara a los tres defensas occidentales (Beckenbauer, Vogts y Höttges); sigue galopando y es justo en ese punto, cuando Jürgen pisa ya el área de la RFA, cuando su propia su vida cambia de rumbo y, en un espasmo, se convierte en algo que no busca. Latigazo seco. Sepp Maier cae, pero las mallas se ondulan por efecto del balón. Gol.

Lejos de erigirse en un ídolo para su país, Jürgen comenzó a ser visto con recelo, cuando no con odio mal disimulado, por parte de sus conciudadanos. Según Heiko Puechel, especialista en fútbol germano-oriental, “más de la mitad de la población de la RDA se sentía alemana por encima de su propio estado y apoyaba a la selección de la RFA”.

La figura de Sparwasser, que para colmo empezó a ser utilizada con fines propagandísticos por parte del régimen comunista, dejó de contar con la admiración de los jóvenes. Incluso deportivamente, aquel fue un gol inoportuno: de haber concluido segunda de grupo, la RDA habría evitado en la siguiente fase a Holanda, Brasil y Polonia, verdugos que le impidieron luchar por el podio. Jürgen trató de aislarse de todo ello para proseguir con su carrera. Aunque los jugadores germano-orientales no podían salir de la Oberliga, algunos recibían mareantes ofertas de los clubs de la Bundesliga para cruzar la frontera. Fue su caso: rechazó un traspaso de 350.000 marcos alegando ser “hijo de familia trabajadora” y despreciando “el lujo y el dinero” que le ofrecía el Bayern de Munich.

En 1979, la cadera de este inteligente, técnico y explosivo jugador, algo irregular pero con innegables dotes de liderazgo, dijo basta. Los médicos le enseñaron el camino del quirófano y él se negó. Colgó las botas a los 31 años.

La RDA ya no era el paraíso comunista que aparentaba sólo un lustro atrás. Jürgen, harto de los rumores que le adjudicaban una casa o un coche a cambio de sonreír en los actos del partido, decidió rebelarse: hasta en tres ocasiones rechazó la propuesta oficial de convertirse en técnico del Magdeburgo, un cargo con evidentes conexiones políticas. En represalia, su doctorado en Pedagogía nunca vio la luz. Durante largo tiempo, el mítico Sparwasser desempeñó tareas menores en el cuerpo técnico de un Magdeburgo muy venido a menos.

Hasta que en Enero de 1988 fue invitado a ir a la RFA para participar en un partido de veteranos. Nunca volvió a pisar Alemania Oriental. “No podía quedarme en mí país: tanta mentira, tanta propaganda…” declaró. Su mujer, Christa, pudo reencontrarse con él en la República Federal, pero no su hija de 19 años. La adaptación de Sparwasser a la República Federal no fue nada cómoda.

“Los diarios conservadores lo acusaban de haber sido afiliado al SED (partido único en la RDA) mientras que la gran mayoría seguían recordándole el gol de Hamburgo” , rememora Puechel. Dirigió a dos equipos en la Bundesliga sin pena ni gloria. Tras la reunificación (1990) presidió con acierto la Asociación de Jugadores, una especie de sindicato desde el que bregó por mejorar las condiciones de los futbolistas más modestos.

En la actualidad intenta tejer una red de escuelas de fútbol por todo el territorio de la antigua Alemania Oriental. Parece que por fin ha podido deshacerse del fantasma que tanto tiempo le persiguió (“ese tanto me supuso más daño que beneficios”). Vuelve a residir con Christa en Magdeburgo. Y ya nadie le señala con desdén por aquel gol en plena Guerra Fría.

(artículo de Aitor Lagunas publicado en “Don Balón” del 15/02/2006)



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El 8 de Julio de 1982, durante la Copa del Mundo realizada en España, por primera vez en la historia de los mundiales de fútbol se definió un partido mediante la ejecución de tiros penales, tras haberse igualado en el tiempo reglamentario y en el alargue. Fue cuando se enfrentaron, por las semifinales del torneo, Alemania y Francia, quienes luego de disputar los 90 minutos de juego, terminaron con un empate: 1 a1.
Y vino el alargue de 30 minutos, donde se convirtieron varios goles más, pero todo culminó en un 3 a 3 que determinó la definición con tiros desde los 12 pasos. El primero en ejecutar y convertir, fue el francés Alain Giresse, quedando en la historia, y luego anotaron, para Francia, Amoros, Rocheteau y Platini, mientras que el arquero alemán Schumacher detuvo los remates de Six y Bossis.
Por su parte Kaltz, Breitner, Littbarski, Rummenigge y Hrubesch anotaron para Alemania, mientras que el arquero galo Jean-Luc Ettori detuvo la ejecución de Stielike.
Alemania, inaugurando los penales, pasó a la final, en memorable cotejo mundialista.

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Yo fui ex futbolista.

(CARLOS "Pato" AGUILERA, recordado futbolista uruguayo, en entrevista con Rodolfo Pereira en VTV, 6/10/05)

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Sí señores, no le tuvimos miedo a Argentina, que vino con sus enanos Messi y Agüero y el pecho frío de Riquelme.

(titular del diario peruano “El Popular” tras el empate de Perú con Argentina por la eliminatoria mundialista para Sudáfrica 2010, 11/09/08)

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Futbolera 977 (Washington Cucurto - Argentina)


Hoy les voy a contar la historia de amor de una gran mujer por el fútbol. Ya sé, me van a decir que el fútbol es un deporte para hombres. ¡No señores! Nada que ver, hoy las mujeres son muy protagonistas a la hora de ver y sentir el fútbol.

Hasta la hinchada más pequeña, por ejemplo la de Douglas Haig, tiene una rubia desopilante y una morocha fuera de serie. Y no es un disparate ver a unas tetonas infernales hablando de fútbol en la tele.

Aun para Jaime Bayly sería complicado explicar el amor de una mujer por la pelota. Pero no confundamos futbolera con botineras, por favor, que son dos cosas bien distintas.

Yo les explicaré lo que es una mujer futbolera de verdad, pues la sufrí en carne propia: tuve el infortunio de enamorarme de una mujer que respiraba fútbol por todos los agujeros de su cuerpo. Su nombre es Futbolera 977.

La conocí en Internet, o mejor dicho jamás la conocí y los pocos datos que tengo sobre su presencia me los dio ella misma, computadora de por medio. Desde que apareció Futbolera 977 en mi vida muchas cosas cambiaron.¿Cómo piensa? ¿Qué gustos tiene una mujer futbolera? Son vanas inquietudes que me surgieron desde que ella apareció en un blog comentando un partido de Boca por la Copa Libertadores de este año.

¡Cuánto fuego sagrado había en aquellos manojos de palabras que Futbolera 977 nos enviaba! “Una abanderada de los colores”, así se definió magistralmente en un blog.

Todo comenzó gracias a mis amigos que me consiguieron trabajo para escribir en un portal deportivo, “el portal de los latinoamericanos en el mundo”.

Sobrevivía redactando partidos intrascendentes, mientras los hinchas del Atlas criticaban mis crónicas con dureza. “Este cerdo barbado no sabe escribir”.

“Señores, por favor, más profesionalismo”, son algunas de las palabras más suaves que puedo reproducirles. Es duro ser blanco de más de 15.000 hinchas del América. ¡Imagínense: yo solito contra todos los hinchas que hay en México! Esta frecuencia se estandarizó y se convirtió en un diario.

El Sr. Michelini me llamó aparte y me dijo: -Cucu, sos un bestia. Pero aglutinás otros más bestias que vos, seguí escribiendo...

El drama del cronista moderno: cree que tiene público. Me enganché y fue mi gran error. A cada palabra que la empresa colgaba en Internet, miles de comentaristas cibernautas me mataban.

Hasta que apareció ella, Futbolera 977. Primero con comentarios escuetos, casi invisibles, pero de un valor futbolístico y humano que ni el Toto Lorenzo, señores. Se peleaba con todos los hinchas en comentarios interminables y nadie le ganaba nunca.

Sufría y lloraba cuando Boquita perdía y se lo escribía al mundo.

Nunca en mi vida me voy a olvidar el día después de que Boca quedó eliminado por Fluminense de la Copa Libertadores.

Futbolera 977 se despachó con un mensaje único en el mundo de los bloggers y tal vez del periodismo entero.

Basta decirles, negros, que nos describía la ciudad triste, llorosa, su día de trabajo gris, la escuelita del Bajo donde daba clases con la camiseta de Boca debajo del guardapolvo, porque para colmo, Futbolera era maestra de cuarto grado inferior. ¡Y decía que venían todos los chicos llorando! ¡Nos pusimos a llorar también nosotros, como unos boludos delante de la computadora, en cualquier parte del mundo donde estuviéramos! Lo que puede, de lo que es capaz, señores, una gran mujer.

Futbolera 977 decía que no siempre los jugadores debían ganar todo lo que disputaban, que muchas veces se achicaban o simplemente se aburguesaban, como nos pasa a todos. Se atrevía a todo, a darle consejos a Riquelme, a cuestionar las decisiones de Ischia.

Jamás la conocí, nunca supe quién era, como en un sueño Futbolera me llenaba y le daba motivos a mi existencia, a mi abrumadora tarea de escribir crónicas deportivas. Ahora que pasó el tiempo, creo confiable darle las gracias por todos sus comentarios que yo esperaba y leía a diario, casi tan a diario como las crónicas que escribía.

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La Unión Deportiva Poblense es un club español que se sitúa en la ciudad de La Puebla, en las Islas Baleares.
El modesto club mallorquín, que milita en el grupo 11 de la Tercera División y cuenta con un patrimonio no mayor a los 250.000 €, ha sido el foco de todas las miradas por la extraña y polémica campaña llevada a cabo para atraer socios en 2007.
A comienzos de esa temporada bajo el slogan "No dejes al Poblense con el culo al aire. Hazte socio", el humilde conjunto rojiazul ha pasado a ser mundialmente reconocido y a ser la envidia de varios publicistas. Tal como se ve en la foto, se pueden apreciar a los jugadores de espalda mostrando su trasero, haciendo alusión a la frase en cuestión.
Andreu Aguiló, el publicista encargado en la confección de la campaña sostuvo: “La sensación que tenía es que son entidades que están con el culo al aire, mal económicamente, que dependen de que el ayuntamiento les de algo. Todos son del Barsa o del Madrid y, así, el equipo del pueblo se va perdiendo. La foto lógica de la frase era que los jugadores enseñaron un poco el trasero”.
Por otro lado el vicepresidente del club, Jaime Mir, se mostró rojo de contento cuando a tan solo trece días de haberse presentado la campaña el club inscribió 50 nuevos socios.
Uno de los valientes que posó en esta extravagante campaña fue el arquero Rafa Calderón, quien prometió sacarse la foto de frente en caso de conseguir el tan ansiado ascenso a Segunda B.
El Poblense, sin dudas, un equipo con el que te caes de culo.

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Probablemente va a morir pronto. No creo que sirva de nada ayudarlo. Es una pérdida de tiempo. Si pudiera pedir un deseo, desearía que nos dejara.

(REGAN GASCOIGNE, 12 años, hijo del ex jugador de Newcastle, en un reciente documental de la televisión inglesa opinando sobre el delicado estado de salud de su padre)

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Es muy complicado tener sexo cuando mi mujer no está conmigo.

(HENRIK LARSSON, delantero sueco, refiriéndose a la vida sexual impuesta por el cuerpo técnico de la selección escandinava, Junio de 2000)

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