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Es mentira que el fútbol es muy simple. Y también es mentira que cualquiera lo entiende. Ahora... que cualquiera hable de fútbol, eso sí es cierto.

(MARCELO BIELSA, entrenador argentino, 2003)

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Me interesa muy poco lo que diga Cruyff.

(LIONEL MESSI, ocupándose del holandés, quien afirmó que el argentino era el culpable de las patadas que recibía porque llevaba mucho tiempo el balón pegado al pie -18/12/08-)

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Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol (Roberto Fontanarrosa - Argentina)


Porque yo lo conocí a Cardaña. Y porque lo conocí a Cardaña puedo afirmar que mucho se equivocan aquellos que juzgaron o juzgan al áspero centrehalf peñarolense a través de la imagen recogida en los campos de juego.

Yo sé que es difícil imaginar, suponer, adivinar, una personalidad tierna y sensible escondida tras la carnadura hosca y prepotente del capitán de los aurinegros. Yo entiendo que no es sencillo intuir el gesto amable o la frase cordial en un hombre que hizo del encontronazo cruel, la pierna arriba o el gesto acerbo, una marca personal e indeleble a lo largo de su prolongada campaña. A lo sumo, admito, era factible entrever en él la grandeza, el coraje y una hombría de bien reconocida incluso por aquellos que fueron sus víctimas, encarnizados rivales o detractores.

Pero yo lo conocí a Cardaña y creo que fui uno de los pocos privilegiados que pudo compartir su círculo áulico, cimentado en el respeto mutuo y los afectos sobreentendidos.

Y fue ese respeto, ese sobreentendido, el que me permitió ser testigo de un hecho, de una anécdota, que echa por tierra el equivocado concepto de considerar a Wilmar Everton Cardaña como un mero cacique huraño, un ríspido patrón de la media cancha, temido y evitado por los rivales. ¡Cuántas veces el insulto hiriente, el epíteto injusto, el cántico soez, cayó desde la gradería rival sobre la humanidad generosa de mi amigo! Sin duda alguna, muchos de aquellos que ayer desgranaron los más pesados e injuriosos improperios contra Wilmar Everton Cardaña se sentirán incómodos o arrepentidos al finalizar de leer esta nota que revela la otra cara del ídolo deportivo.

Cuanta nobleza habitaba el pecho inconmensurable de Wilmar! Cuanto valor cívico podía esconderse bajo el glorioso número cinco prendido a la mirasol peñarolense, ya fuera sobre el césped del Estadio Centenario, en cualquier campo de la vecina Buenos Aires, o en la grama misma de tantos y tantos estadios brasileños donde los frágiles y siempre pusilánimes morenos le temían como a una figura mitológica!

No por nada, mi amigo y colega Pablo Aladino Puseya, inolvidable periodista, desaparecido ya, que supo firmar sus columnas en "El tero alerta" de Rocha con el ingenioso pseudónimo de "Banderín de córner", bautizo a Cardaña como "El hombre". Así, a secas, con mayúsculas, porque supo advertir en Cardaña al luchador indoblegable, al deportista cabal de vergüenza invicta, más allá de la circunstancial controversia sobre un puntapié a destiempo o una fractura expuesta. Tiempo después, algún pícaro modificó el apelativo para extenderlo a "El hombre de roble", lo que, en sí, parecía configurar un elogio a la increíble solidez de sus piernas ligeramente chuecas, pero que en verdad escamoteaba la verdadera intención del apodo, que aproximaba a Cardaña a la infame condición de "tronco".

Lo avieso de la maniobra lo certifica el hecho de que esta deformación de su apodo fue adaptada velozmente por los seguidores de Nacional. Y no quedó allí la cosa, porque después de aquel desgraciado incidente con Fanego (el veloz punterito de Huracán Buceo que se destrozara una clavícula contra el alambrado olímpico en un cruce fortuito con Cardaña) parte de un periodismo no propiamente imparcial, paso a llamarlo "El hombre de Neanderthal".

Quisiera que esta anécdota, que puedo contar dado el particular contacto que tuve con el caudillo indiscutible de Peñarol, eche algo de luz sobre la "leyenda negra" que sobre él se derramara desaprensivamente. A mucho tiempo de los hechos, pienso que el mismo Cardaña, refugiado hoy en la paz y el reposo de su hogar en Treinta y Tres, me perdonará que refiera lo ocurrido en circunstancias de aquella histórica final del 54, tema que él, por pudor y humildad, jamás quiso develar.

Puede que el relato aporte también nuevas referencias a los amigos tangueros, ya que lo sucedido en torno a esa final inolvidable fue inmortalizado en un tango que, precisamente, lleva por nombre "La número cinco". La anécdota revelará que el titulo de la pieza se refiere a la casquivana pelota de futbol, y no al número que lucía la camiseta de Wilmar Everton Cardaña sobre sus dorsales, ni al que identificaba (este fue un rumor poco serio y malintencionado) a una damisela aspirante al trono de "Miss Paysandú" y por quien, dicen, suspiraba el inspirado compositor de tangos.

Aquella mañana del 3 de Noviembre de 1954 llegué al hotel Olinto Gallo, donde se alojaba habitualmente el plantel de Peñarol, palpitando encontrarme con un clima de nervios y tensión, acorde con la magnitud del gran encontronazo final con el clásico enemigo de todos los tiempos: Nacional.

Había una efervescencia formidable en Montevideo y los tamboriles de la murga "Los que pelan la chaucha" no habían dejado de atronar el barrio de La Tumba en toda la noche. Sin embargo, me hallé con un grupo de muchachos -jugadores, técnicos y dirigentes- departiendo mansamente luego del desayuno, al parecer olvidados de la proximidad de la justa. Pero esa primera impresión fue efímera. Algún gesto falso, ciertas torpezas en los movimientos, un par de respuestas destempladas o el rechinar penetrante de algunas dentaduras, denotaban el crispamiento interior, el desgarro insoportable de la espera.

Pregunté por Cardaña y me contestaron que el recio capitán se había retirado a su habitación luego de merendar. Subí a su pieza, con la familiaridad que me confería su actitud amistosa hacia mí, y me invitó a pasar con un gruñido. Wilmar Everton Cardaña era hombre de pocas palabras, muy pocas, como todo hombre criado en el campo, entre vacas y animales poco propensos al diálogo. Creo que hasta ese día -y ya llevábamos mas de dos años de amistad-, solo le había contabilizado nueve palabras, monosilábicas en su mayoría. Y vale la pena consignar que más de la mitad de ellas las había gastado en una sola frase, previa a otro partido importante, cuando levantándose imprevistamente de una tertulia, anuncio: "Permiso, voy a ir al baño". Era así, directo, franco, hombre de llamar al pan, pan, y al vino, vino, y no podían esperarse de él frases grandilocuentes o inflamados discursos.

De más está decir que era la tortura de los periodistas radiales quienes, más de una vez, debieron quitarle los auriculares sin haber obtenido de él ni un dato, ni un nombre, ni una fecha. Encontré a un Cardaña taciturno y cariacontecido, cosa que atribuí a la responsabilidad del partido de la tarde. En aquella época no habían proliferado las líneas de ropa deportivas; por lo tanto, en las concentraciones, los players usaban sus propios atuendos a veces de gustos caprichosos o discutibles. Cardaña llevaba puesto un saco marrón, colocado al revés, o sea, con la pechera sobre la espalda, lo que lo hacía parecer sujeto por un chaleco de fuerza.

-Es por el pecho- me dijo, señalándose el cuello.

Yo sabía que sufría de severas anginas de pecho. El cigarrillo -aquellos cigarritos negros "Barbudas", de la época, que solía lucir detrás de la oreja durante los partidos- le había instalado una tos seca en el pulmón derecho y una tos convulsa en el izquierdo. Parecía mentira que un hombre que fumaba como él, casi siete etiquetas por día, pudiese tener ese despliegue incesante y depredador en el campo de juego. ¡Cuántos jugadores de hoy en día, con los tan mentados y publicitados sistemas de entrenamiento, dietas especiales y cuidados dignos de una odalisca quisieran poseer aquella inagotable capacidad física que acreditaba Cardaña, aún considerando sus excesos y descuidos! ¡Cuántos de los señoritos de hoy en día, atentos siempre a sus peinados y manicuras, se hubieran atrevido a mostrarse a la prensa en saco de calle vuelto del revés, camiseta musculosa debajo y pantalón pijama, sin temor a ser el hazmerreir o al escarnio!

En la misma habitación de Cardaña estaba Nelson Amadeus Farragudo, aquel implacable marcador de punta, el del gol agónico al Wanderers en el 49, de sombrero de fieltro sobre los ojos, tomando mate. Le decían "El Buitre" Farragudo, no solo por la nauseabunda peladura de su cuello, sino porque, cual la conocida ave carroñera, era quien caía sobre los restos de las víctimas de Cardaña, cuando éste recibía a los delanteros rivales por el medio de la cancha. Por la mustia actitud de Farragudo -mitigaba el sonido del mate cubriéndose la cabeza con una toalla- comprendí que algo no andaba bien en mi amigo, su compañero de pieza, el legendario centrehalf peñarolense.

Por si no lo he dicho, Wilson Everton Cardaña tenía una cara de rasgos grandes, muy marcados. Las cejas, negras y pobladas, se juntaban sobre el puente de la nariz. Los ojos, sin ser bellos, eran saltones y parecían querer fugarse por debajo de unos párpados gruesos, de piel porosa como la de los citrus. La nariz era prominente, larga, carnosa, de aletas amplias. La boca se abultaba bajo el bigote generoso y se alargaba hacia los costados, pareciendo que las comisuras profundas podían alcanzar los peludos lóbulos de las orejas, también enormes. Entre estos lóbulos y la boca, sin embargo, se interponían dos ondonadas como tajos, arrancando desde los pómulos protuberantes para bajar y delimitar con claridad el mentón avanzado y desafiante.

Daba la impresión de que uno podía tomar esa porción inferior de la cara, por aquellos surcos que partían de las mejillas, y quitarla de allí, como si fuese un aditamento plástico removible. Había en ese rostro algo perturbador y obsceno pero, al mismo tiempo, sobrecogedor. Era como contemplar un fiordo inmemorial, un precipicio de roca desnuda, el magma primigenio. Era asomarse al inicio de la naturaleza. Y ese rostro, aquel día, estaba transfigurado.

Consciente Cardaña de que yo había percibido ese clima extraño y dislocado, fue hasta una cómoda y saco algo de uno de los cajones. Pronto se me acerco con la facilidad que le daba nuestra confianza mutua, y me extendió una hoja de papel azul.

-Es una carta- me aclaró.

Leí la carta y, en ella, con una letra despareja, salpicada de errores ortográficos, decía: "Soy casi un niño y, desde hace mucho tiempo, me hallo encerrado en una oscura sala del Hospital Muñoz. Padezco de un mal ireversible y, por eso mismo, no estaré el domingo en el estadio para alentar al glorioso Peñarol. Si no es mucho pedir, me haría muy feliz tener en mis manos la pelota con que se juegue el encuentro, firmada por todo el plantel mirasol. Si es necesario pagar, adjúnteme la factura, que abonaré gustoso con dinero que he ahorrado privándome de la medicación. Suyo, José Petunio Invenianto, cama 747."

Confieso que terminé de leer aquella carta con los ojos nublados por el llanto. ¿Cuántos purretes de hoy en día, deslumbrados por el artificio de la tecnología y la banalidad de la computación, serían capaces de solicitar a su ídolo deportivo el humilde y significativo obsequio de una pelota? ¿Cuántos niños de la actualidad, engañados por la urgencia de una sociedad que no sabe de la pausa para la charla amable o la reflexión, tendrían la delicada paciencia de solicitar la pelota para "después" del partido y no para "antes" del mismo, con todos los inconvenientes que esa voracidad podría provocar en la popular justa?

Pero mi sorpresa fue inmensa y total cuando alcé los ojos. Allí, delante mío, Wilson Everton Cardaña, "El hombre", "El Capitán invicto", "El hacha" Cardaña estaba llorando. Aquel que hiciera callar de un solo chistido a 150.000 brasileños aterrados en el estadio Pacaembú, cuando la final de la Copa Roca. Aquel que se bajo los pantaloncitos y el calzoncillo punzó para mostrar sus testículos velludos, uruguayos y celestes a la Reina Isabel en el mismísimo estadio de Wembley. ¡Aquel que ya a los ocho años quebrara en tres partes el tabique nasal a su profesora de música en la escuelita sanducense... estaba llorando! Esta cartita escrita sobre el burdo papel azul por aquel botija preso en la fría sala del Hospital Muñoz había hecho el milagro de ablandar el corazón, en apariencia fiero, del granítico centrehalf de Peñarol y la selección uruguaya.

No abundaré en detalles ni cederé a la tentación periodística de recordar los avatares de aquel partido memorable que termino con el resultado por todos conocido. Calle la historia por mi presenciada en la habitación de Cardaña, por pudor y por prudencia, consciente de que no saldría de mis labios ese relato, como así tampoco de los del "Buitre" Farragudo, austero en su vocabulario como en su manejo del balón.

El lunes, al día siguiente del encuentro, acudí al Hospital Marcelo Muñoz, a ser testigo del final de la historia. Esperaba hallar allí tan solo a Cardaña pero cuán grande sería mi sorpresa al ver a las puertas de nosocomio el plantel íntegro de Peñarol, algunos aún con la camiseta puesta bajo el saco, deseosos de cumplir con el pedido postal. Y lo increíble, lo conmovedor, es que no se habían reunido allí por un acuerdo previo o concertado.

Uno a uno, por su propia cuenta, con la misma coordinación que ponían en el campo de juego para implementar la ley del off-side o presionar a un juez de línea, habían llegado hasta el Muñoz para acompañar al capitán en la entrega del preciado regalo. ¿Cuántos planteles de la actualidad, ahítos de dinero y fama fácil, serían capaces de repetir aquella escena, aquella convocatoria, llevada a cabo por hombres simples y cabales, deportistas que no conocían los devaneos en torno a contratos fabulosos ni los desplantes exigentes por unas cuantas monedas de oro, antes de comenzar algún encuentro?

Y entonces fue el sinceramiento. Ante esa presencia masiva y espontanea, frente a tanta humanidad enternecida, Wilson Everton Cardaña no aguantó más y lloró como una criatura. Lo seguí yo y luego el plantel. Lloramos abrazados sin avergonzarnos.

(cuento publicado en el libro “El mayor de mis defectos y otros cuentos”, 1990, Editorial de la Flor)

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En 1969 cuando Alfredo Di Stéfano era entrenador de Boca Juniors concertó a modo de práctica un partido de visitante frente a un equipo que cuando se lo anunció a los jugadores "el Chango" Ignacio Peña le entendió "Milan" y estaba tan entusiasmado que sus compañeros no le quisieron aclarar nada.
Al otro día, todo contento, se apareció en la concentración con una maleta gigante y dos bolsos listo para partir rumbo al aeropuerto de Ezeiza. Todos mudos, como si nada. Se subieron al ómnibus para ir a jugar el partido y nadie le dijo nada hasta que por poco se desmayó al ver que se bajaron en Merlo, en la puerta de la cancha del club Midland.

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Preferiría ver un partido de hockey sobre hielo antes que un partido del Wimbledon. Y añado que odio el hóckey.

(JOHN BOND, ex futbolista y entrenador inglés)

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Lo que debe prohibirse es la incultura.

(JORGE BROWN, legendario defensor de Alumni, en respuesta a un legislador que había propuesto prohibir el fútbol tras la muerte de un niño en cancha de Lanús, alcanzado por una bala policial, en la década del 30)

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¡¡Qué amague, Steven!!

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Fútbol y alcohol: un binomio peligroso


El fútbol británico está salpicado de continuos casos en los que el alcohol se entromete en la vida de sus futbolistas y clubes, con altercados que salpican lo deportivo y en ocasiones llegan a los Tribunales.

Los escándalos protagonizados por el inglés Paul Gascoigne, detenido recientemente en un hotel de Newcastle en estado ebrio, o las sonadas juergas a las que son tan dados los futbolistas británicos corroboran que el peligroso binomio fútbol-alcohol continúa, en este país, siendo carnaza de tabloides.

Tal y como confirman las estadísticas, además de ser la cuna del balompié, Reino Unido es, también, un estado que adolece de un serio problema con la bebida (o "binge drinking", como lo llaman allí).

La lista de jugadores profesionales

-véase: joven con éxito, fama, abultado talonario y demasiado tiempo libre- enredados en este tipo de episodios es generosa. La prensa sensacionalista se recrea en las miserias disciplinarias de los Joey Barton (Newcastle United) y los Johnny Evans (Manchester United) del fútbol inglés.

El "tercer tiempo", término de la jerga del rugby y extrapolado al fútbol, alude a la costumbre de ingerir unas cuantas copas al término de cada partido, ha traído más de un disgusto a nombres laureados de este país. El francés Arsène Wenger, técnico del Arsenal, se encontró con un panorama descorazonador cuando asumió las riendas del equipo en 1996: reglas laxas y nada menos que dos futbolistas, Tony Adams y Paul Merson, enganchados a la botella. El último admitía que las "presiones" que acarreaba su estilo de vida le empujaron a esa espiral incontrolable. Ni corto ni perezoso, el "Profesor" erradicó de cuajo los malos hábitos del calendario.

El periodista de Fifa.com Simon Hart observa que “el jugador inglés medio, pese a toda su fortuna, no deja de ser un joven más que se comporta como tal”. Aporta un sinfín de ejemplos: la selección de Inglaterra de la Eurocopa de 1996 se dejó fotografiar en actitudes menos que decorosas en Hong Kong; o las celebraciones ‘a lo grande’ de un "Gazza" que festejaba su famoso gol contra Escocia con ríos de alcohol.

También el Liverpool ganador de los años 80 con Robinson y Sammy Lee era conocido por sus escarceos frecuentes con la botella; y el Manchester United, al arrancar su racha demoledora bajo la tutela de Alex Ferguson a comienzos de los 90, protagonizó capítulos similares de la mano de "joyas" como Bryan Robson o, en menor escala, quizá, de Roy Keane. Ese mismo equipo volvía a saltar a las páginas amarillistas estas Navidades por idénticos motivos.

La lista de borrachos ilustres de este deporte es, pues, amplia. En sus últimos años de vida, el entrenador Brian Clough, que llevó al Nottingham Forest a ganar dos Copas de Europa, fue víctima de una cierta y preocupante adicción. Es bien sabido que el técnico animaba a sus jugadores a tomarse una copa antes de los partidos para "relajarse" y él mismo tuvo que lidiar con su particular batalla aunque jamás lo tildaran oficialmente de alcohólico.

Hart recuerda que antes de que ese equipo se enfrentara al Liverpool en la Copa de Europa en 1978, los jugadores del Forest habían bebido vino en abundancia para poder "echar la siesta". Y dato curioso: en los vestuarios del Forest se podía encontrar siempre una botella de brandy.

En este marco, es inevitable la mención de una leyenda del fútbol de los 60, George Best, ex del United y de la selección de Irlanda del Norte en 37 ocasiones. Natural de Belfast, a día de hoy, ningún norirlandés se acerca, ni de lejos, al apodado "quinto beatle". Amante confeso de una buena juerga, una de sus frases más recordadas decía: "En 1969 dejé las mujeres y la bebida, pero fueron los peores veinte minutos de mi vida".

En esta misma línea se movió Gazza, notable en el terreno de juego pero envuelto en episodios turbios, el último ocurrido la pasada semana en un hotel inglés, en el que el ex del Newcastle United o del Tottenham Hotspur era detenido en aplicación de la ley de salud mental por su comportamiento "inestable y errático".

La lista sería interminable. Aún suena en la memoria nacional el delantero centro del Newcastle y del Arsenal Malcolm McDonald, un grande de Inglaterra que pasó varias temporadas en clínicas de desintoxicación y quien fue encontrado en el 98 en estado comatoso, rodeado de botellas vacías de whisky en una pensión del noreste de Inglaterra. En aquel momento, fue la federación de fútbol inglesa la que afrontó los costes del centro médico.

Jimmy Greaves, otro icono de los 60, Alan Hudson, Rodney Marsh y Frank Worthington, en los 70 -tan laureados por sus triunfos en el campo como por el colorín extradeportivo de sus vidas-, Paul McGrath, un brillante defensa del Manchester United, Aston Villa y la selección de Irlanda de los años 80, que culpó de su caída en la alcoholemia a su deseo de "encajar" con el resto de la plantilla, se suman a la lista.

Escocia no se queda atrás, con Jim Baxter, uno de sus mejores jugadores, amante de las salidas nocturnas, las borracheras y la afición al juego; o con Frank McAvennie, con coqueteos con la cocaína y la delincuencia, hasta acabar en prisión.

(artículo de la agencia EFE -Londres- del viernes 29 de Febrero de 2008)

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Hay un famoso episodio que tuvo como protagonista al ex Beatle John Lennon. En la cumbre de su fama, y con todo el talento que Dios le regaló, Lennon se fue a Tokio con su mujer, Yoko Ono. Pero dio severas instrucciones a su empresario: quería que su visita fuera lo más secreta posible a fin de disfrutar de la libertad de ir y venir en paz en tierras niponas.
Pero apenas había puesto el pie fuera del avión, llegó el susto: admiradores de todas edades, reporteros, fotógrafos, policías, curiosos se amontonaban en el aeropuerto de Tokio, con los ojos pegados al avión.
Atónito, el empresario de John Lennon se fue averiguar lo que pasaba y volvió, relajado, el aire suficiente.
- No, no, puedes quedarte tranquilo, nada que ver contigo. Hay en nuestro avión un tipo que espera el Japón entero.
El personaje en cuestión era Pelé.

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El fútbol siempre me ha gustado porque es una pasión y yo siempre he sido hombre de pasiones. El fútbol me atrajo hasta con cierta clase de delirio. Porque basta con ver un buen partido para apreciar la belleza de este deporte. Hay momentos en el fútbol, que se asemejan a pasos de ballet por la armonía de sus movimientos, por la sensibilidad y por el ritmo.

(ERNESTO SÁBATO, escritor argentino, diario “El Colombiano”, Medellín -Colombia-, 22 de Febrero de 1998)

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Vendan el Arco de Triunfo o la Torre Eiffel, pero no vendan a Ben Barek.

(Un periodista parisino, en 1948, ante la anunciada compra del jugador marroquí del Stade Français Paris por el Atlético de Madrid)

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Crystal Palace Pavilion (FA Cup, 1910 - Inglaterra)

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La balada del futbolista (Manuel Quijano - España)

NOTA: Fallas de origen. Único video disponible de este hermoso tema.

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El aire de Liverpool parece ser propicio a los actos de nobleza. No en vano, en 1997 fue un jugador emblemático de los Reds el que se puso el traje de caballero.
En un duelo disputado en Highbury Park contra el Arsenal, el árbitro concedió un penal a Robbie Fowler, tras ser arrollado por el guardameta local, David Seaman (foto). Ante la sorpresa general (incluida la de sus compañeros de equipo), el delantero del Liverpool pidió al señor Ashby que se echara atrás en su decisión, asegurando que no había habido falta. Fue en vano: el colegiado se mantuvo inflexible.
Así pues, Fowler tomó carrera para ejecutar el penal y disparó sin gran convicción. El arquero de los Gunners se estiró y rechazó el envío. ¿Fin de la historia y final feliz? Más bien no: el irlandés Jason McAteer siguió la jugada y marcó.
Las estadísticas se quedaron con que el Liverpool se impuso por 1-2, pero la historia recordará para siempre el gesto de Robbie Fowler.
Todo el mundo creyó que el ídolo de los "reds" había pateado el penal de mala manera a propósito, para compensar el error arbitral, de hecho, por esta acción, Fowler fue galardonado con el premio al Fair Play del año. Pero él declaró: “Yo traté de anotar, pero lamentablemente tuve un mal disparo. Soy un goleador, por lo que me gano la vida haciendo goles, yo no tiré a errarlo a propósito”.

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Me bebí en un día el peso de mi cuerpo en cerveza.

(Tony Adams, ex central del Arsenal y de la selección inglesa, ídolo de los noventa en su país)

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Si Pitágoras hubiera tenido la suerte de vivir en esta era, hubiera sido entrenador de fútbol, porque el fútbol es geometría, apertura y cierre de espacios, movimientos lógico matemáticos.


(ANÓNIMO)

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La última cena (Felipe Evangelista - Argentina)


* Fragmento

El fútbol fue mi primera pasión, pero no fui el único, también mis amigos adolescentes de entonces fueron cautivados por la redonda, estrictamente como juego a muchos y por el folklore de su gente o de su entorno a otros.

Yo fui uno de esos otros, a quien lo deslumbró la tribuna, el colorido, los cánticos, los personajes y la algarabía. Mi primo Nicola, nacido en Italia pero llegado a nuestro país de muy chico, fue el primero que se enganchó y por supuesto el culpable de nuestra adicción, hablo en plural ya que mi hermano no me fue en zaga por su fanatismo, al contrario, después de pasada su timidez infantil me superó ampliamente.

Mientras Ferro competía en Primera División, Nicola nos llevaba los domingos puntualmente a todos los estadios donde jugase, pero los sábados, el tano no podía con su origen y nuestras gargantas acompañaban los goces y padecimientos de miles de connacionales suyos, siguiendo la campaña de la Azociacione Italiana di Calcio in Argentina, (ACIA) que no era otro que el Sportivo Italiano, representativo itálico que competía en Primera C y hacía las veces de local en la vieja cancha de Platense en Manuela Pedraza y Crámer, ésa que tenía detrás de una de sus cabeceras un velódromo.

En ese tiempo las colectividades italiana y española eran muy numerosas y sus equipos futbolísticos movían multitudes, la copa dos penínsulas que disputaban el Sportivo Italiano con el Deportivo Español cada año se jugaba a cancha llena, ese partido tenía seguramente más convocatoria que algunos de Primera División. El ACIA ascendió a Primera B y una casualidad llamativa nos acercó aun más en nuestros afectos futbolísticos, la dirigencia itálica decidió, a partir del ascenso, utilizar la cancha de Ferro para sus partidos de local, así que los equipos que ocupaban nuestras preferencias futbolísticas estaban unificados en Caballito.

A pesar de esta dualidad de propuesta, la ligazón fuerte y permanente fue con el equipo de nuestro Barrio, mi memoria empieza a registrar con claridad recuerdos a partir del año 59, donde ya jugaban para Ferro Roma y Marzolini que luego fueran transferidos a Boca Juniors.

Ser simpatizante de un equipo chico no eran fácil ni aun en el barrio donde estaba ubicado, por ejemplo, en la barra solo dos éramos seguidores fieles del verde, y en el grado de la escuela primaria a la que concurríamos no seríamos más de tres. Era un sufrimiento estar siempre en la cola de la tabla aguantando las cargadas de los hinchas de Boca, de River o de cualquier otro equipo grande que frecuentemente nos goleaba y con el fantasma del descenso acosando casi todos los años. Pero ser hincha de un cuadro chico tenía para mí un gusto especial.

En el año 62 sufrimos el primer descenso, entonces todavía concurríamos a la cancha con la mirada atenta y la custodia de nuestro primo italiano; gracias a Dios, apenas un año más tarde disfrutamos la alegría del ascenso a Primera División. Cada vez que descendíamos, teníamos en Primera B un apoyo masivo de todos los que hinchaban por otros equipos y vivían en la zona, así que en esa divisional éramos de los grandes, una multitudinaria concurrencia acompañó nuestra alegría cuando volvimos a la Primera División.

Entre los jugadores que integraban aquel equipo recuerdo al flaco Marrapodi, a Rubén Berón, Antonio Garabal, el vasco Mogaburu, al flaco Etchevest que fue el único jugador de ese equipo que salido de los potreros del barrio llegó luego a jugar en aquella Primera del verde y como goleadores teníamos a Pastorini junto a Felipe Ribaudo, recordado jugador de aquella época, que luego alcanzara valiosos triunfos internacionales integrando el legendario equipo de Estudiantes de La Plata, primer equipo chico que logró además de varios campeonatos trascender internacionalmente, de la mano de Osvaldo Zubeldía como director técnico.

Ese ascenso fue de final infartante, como de costumbre el sufrimiento no podía faltar en una definición que el verde estuviese disputando, después de un año brillante, el título de campeón parecía un hecho consumado, habíamos llegado a la ultima fecha con una ventaja de dos puntos sobre el resto de los equipos participantes, un empate nos dejaba en Primera. Éramos locales y no podíamos perder, el barrio todo fue pintado de verde y blanco, cordones, árboles, paredes.

Mis viejos que ya estaban sospechando mi acercamiento fanático al fútbol me obligaron a estudiar guitarra para alejarme de la cancha y la calle. El profesor decidió participar con sus alumnos en un festival que se organizaba a beneficio de un colegio de Ramos Mejía, con tan mala suerte que el día elegido para nuestra actuación, era justo el sábado en que se disputaba ese último partido del campeonato, tan esperado para festejar el ascenso. La brillante idea me impide concurrir al estadio, aún tengo grabadas las risas irónicas con que Nicola y mi hermano menor me despidieron, cuando acepté con la guitarra al hombro que me acompañaran hasta el colectivo, para luego seguir ellos hacia a la cancha.

Ese día descubrí la importancia que ya estaba significando mi amor por un equipo de fútbol; amargado acepté la decisión de los viejos y no fui al partido, cargando además de la guitarra con una bronca bárbara porque me iba a perder el festejo.

El destino quiso otra cosa, lo que parecía imposible ocurrió -nunca hay que adelantarse a los acontecimientos me decía siempre mi viejo- la dirigencia del club festejó el ascenso antes de empezar el partido con una suelta de palomas en el centro del campo que terminó por ilusionar a toda la parcialidad local, era imposible que nos arrebataran esa alegría, pero el fútbol es impredecible, al minuto de juego el arbitro Miguel Comesaña expulsa al loco Biaggio y nos deja con 10 hombres, Sarmiento de Junín no desaprovecha la oportunidad y nos gana 2 a 1, con dos goles de penal; los hinchas verdolagas estaban tan confundidos que ni siquiera atinaron a reaccionar contra el arbitro.

Este triunfo provocó un cuádruple empate en la primera colocación, lo que obligo a la realización de un petit-torneo con la participación de nuestro equipo, San Telmo, Unión y el propio Sarmiento de Junín, equipo que nos había arrebatado la alegría del ascenso directo.

Después de este golpe del destino pude ser testigo presencial del ascenso que irremediablemente se iba a producir. Los partidos se realizaron en la cancha de Huracán y San Lorenzo porque debían disputarse en terreno neutral; en ese entonces el fútbol del interior no tenía demasiado peso en la AFA, por lo tanto Sarmiento de Junín y Unión de Santa Fe, tuvieron que aceptar ser neutrales a 20 cuadras de nuestra cancha y a más de 300 km. de sus localías habituales.

El primer partido contra Sarmiento, el rival que había provocado esta situación, me permitió descubrir el diálogo de las multitudes a través de los cánticos de hinchada cuando, con sorna los hinchas de Junín nos recibieron cantando:
-¡Ferro boludo, ahora las palomas se las meten en el culo!- en clara referencia a la suelta que durante el partido anterior habían organizado nuestros directivos, adelantándose a los festejos del ascenso.

Menos mal que en el campo de juego, le contestaron los jugadores con goles y esta vez los vencimos 2 a 0, luego hicimos lo propio con Unión al que vencimos 1 a 0 y por ultimo le ganamos a San Telmo por 3 a 1. La alegría postergada explotó pero por fin pude ser protagonista y testigo presencial de esa locura colectiva que provoca obtener un título, más aún si se trata de un ascenso de categoría, esta vez a pocas cuadras de nuestra cancha, en el Viejo Gasómetro, el mítico estadio de San Lorenzo de Almagro en la avenida La Plata. Desde ese estadio, toda la masa verdolaga volvió caminando hasta Caballito llenando de alegría las calles que transitábamos.

Nosotros volvimos acompañando la caravana a paso de hombre con el Chevrolet 28 del viejo, manejado por Nicola y con una multitud arriba de la caja del camioncito que le costó la rotura de sus viejos y herrumbrados elásticos, que evidentemente no estaban preparados para una carga semejante. Esa caminata y esa algarabía popular me terminó de acercar a la magia de la movilización de masas a través del fútbol.

Cuando Nicola se casó, empezamos con mi hermano a concurrir solos a los partidos que disputaba Ferro, cada vez más cerca del "núcleo central de simpatizantes", como solía llamar el gordo Cacho Caputo a la hinchada. Metidos entre las banderas, los cánticos y los papelitos, esos que tanto combatió el querido relator José María Muñoz, y que se popularizaron durante el Mundial 78', costumbre que fue aceptada con el correr de los años al reconocer esta actitud como una verdadera muestra autóctona de manifestación de alegría. Así empezamos con mi hermano a recorrer todas las canchas donde jugaba nuestro equipo.

Una vez en Primera División tuvimos algunas actuaciones descollantes, pero los recuerdos son fundamentalmente por algunas individualidades de los jugadores que integraron los equipos representativos en esos años, como por ejemplo el primer gol del campeonato de 1965 que Antonio Garabal le convierte al legendario Amadeo Carrizo a los dieciséis segundos de juego o el gol que Juancito Pastorini le mete a San Lorenzo, después que un compañero suyo, el tano Di Gioa hace un gol en contra y una vez movida la pelota del medio del campo Juancito pateó inmediatamente al arco con toda su bronca, incrustando la pelota en el ángulo del marco que defendía el mono Irusta, haciendo realidad esa utopía futbolera del golazo de Media cancha.

Pero nuestro destino de cuadro chico condenado a descender parecía no terminar nunca, en el 68' volvimos a perder la categoría, esta vez con mi hermano y algunos de los amigos de la barra ya emborrachado de fanatismo sufrimos el descenso como algo irreparable, a los llantos que no entendía por mi corta edad cuando eran derramados por tantos y tantos hinchas que lloraban desconsoladamente la pérdida de la categoría allá por el año 62', esta vez se sumaron los nuestros, aún recuerdo los ojos de Loli enrojecidos por las lágrimas, cuando sentado en el primer escalón de la tribuna de madera, trataba de encontrar explicación al momento que vivíamos después de perder el último partido del campeonato, circunstancia que nos condenaba nuevamente a jugar en Primera B.

Creo que ese sufrimiento diferencia definitivamente a los fanáticos de un cuadro chico, de los que solo sufren cuando algún cuadro grande pierde la oportunidad de obtener un campeonato. Pelear solo por salir campeón es como vivir pensando en que no existe la muerte. Los que sufrimos por un cuadro chico sabemos perfectamente qué es la vida y qué es la muerte.

Con el descenso nos quedaba el consuelo de pensar que nuestro equipo siempre que había descendido, históricamente lograba el ascenso al año siguiente, pero esta vez no ocurrió lo mismo, un ardid reglamentario que obligaba al campeón de Primera B jugar un reclasificatorio con los últimos clasificados del torneo de Primera A, que de esta manera tenían una chance más de conservar la categoría, nos complicó el panorama. Banfield fue el rival que no desaprovechó la oportunidad, ayudado por un fallo polémico del árbitro Ducatelli, que ignorando un evidente penal a favor de nuestro equipo permitió al taladro mantener el empate y luego con un contragolpe veloz conseguir el gol que nos condenó a jugar un año más en el fútbol de los sábados.

El fanatismo había copado nuestros corazones, motivo por el cual ya recorríamos todos los estadios donde jugaba nuestro equipo acompañando a la barra, con las banderas y los bombos.

La noche de la derrota con Banfield, sufrimos una frustración adicional que esta vez no fue deportiva, un grupo de la hinchada de Racing que todo el año nos había acompañado en el aliento para la búsqueda del ascenso, nos traiciona y aprovechando que el partido se jugó en Avellaneda roban las bolsas con todas las banderas, afrenta más que dolorosa en el folklore de nuestro fútbol, la venganza no se hizo esperar y el loco Delacha -conocido miembro de la barra racinguista- hijo de un fanático de Ferro y habitante de Caballito, pagó los platos rotos; algunos de los pesados verdolagas lo visitaron en su domicilio, no con fines amistosos precisamente, logrando con esa visita que las banderas aparecieran al poco tiempo.

Al año siguiente, logramos ascender, pero esta vez un hecho desgraciado prolonga el sufrimiento familiar más allá del mero resultado deportivo al que estábamos condenados por nuestro inexplicable fanatismo, a partir de vivenciar la cercanía de una pérdida que no era precisamente la pérdida de una categoría en el fútbol.

El torneo se disputó de manera similar al del año anterior, cuando Banfield en un partido nos había dejado en la B un año más, otra vez debíamos jugar un reclasificatorio, esta vez junto a Almirante Brown, además de Colón y Quilmes que habían ocupado las últimas posiciones del campeonato de Primera A; la experiencia anterior nos tenía bastante preocupados, los Clubes del Interior consiguieron más respaldo de la Asociación del Fútbol Argentino y Colón a la inversa de lo que había ocurrido en el año 1963 logró que fuera designada como cancha neutral el estadio de Unión, en la ciudad de Santa Fe a pocas cuadras de su estadio, y a pesar de ser su archirrival, le daba la posibilidad de no perder la localía.

Nadie en Caballito creyó que la decisión se tomó mediante un sorteo, esta situación generó una verdadera conmoción y al pensar que esta situación disminuía notablemente la chance de nuestro equipo, una multitud de hinchas copó las instalaciones del Club en la semana previa pidiendo a las autoridades que retirasen el equipo de la competencia. Por supuesto que esto no ocurrió, por lo tanto la fiel y seguidora hinchada organizó la excursión a Santa Fe para alentar al equipo. Tuvimos que trabajar bastante para convencer al viejo y a la vieja, ellos no querían dejarnos viajar, argumentando nuestra minoridad, la preocupación de los viejos estaba fundamentada, los hechos posteriores les dieron la razón.

Una vez conseguido el permiso correspondiente, casi sobre la hora de partida de los micros, nos sumamos a la caravana que intentaba copar Santa Fe, donde un triunfo nos permitiría seguir soñando con el preciado ascenso acariciado el año anterior, pero no concretado. La madrugada del domingo, mostraba una inusitada actividad en los alrededores de la sede social del Club, todos con banderas, bombos y demás elementos adecuados para un correcto aliento estábamos listos para el viaje, hasta el pelado Miguel responsable del puesto de venta de diarios y revistas de Primera Junta, que al pasar y contagiado por la algarabía de los viajeros, se subió a nuestro micro con el manojo de diarios que se aprestaba a repartir, olvidándose del trabajo que perdió a su regreso.

El viaje se inició, con la lógica euforia de estos casos, el micro que elegimos era el de la barra, el más bullicioso, el de los cánticos y las banderas. Ese fue nuestro primer viaje al interior del país acompañando a un equipo de Ferro. Por entonces; la marihuana no existía y apenas alguna que otra damajuana de vino -que convenientemente alguien se encargó de acomodar en los asientos traseros- era el único estimulante que algunos necesitaban para estos agotadores viajes.

Por fin los micros se pusieron en marcha, la Panamericana no estaba construida así que todo el trayecto debía cumplirse por la antigua ruta 9, que solo tenía dos manos, razón por la cual el viaje demandaba unas cuantas horas más que en la actualidad. Al llegar a Rosario sucedió lo inesperado: todo el pasaje del micro venía cantando alegremente con las cabezas fuera de las ventanillas, golpeando con las manos la carrocería del micro que nos transportaba, anunciado así nuestro paso por esa ciudad, previo a nuestro arribo a Santa Fe. El cruce Alberdi en Rosario era un complicado nudo de tránsito, allí varias Avenidas convergían en un paso a nivel que permitía seguir viaje a Santa Fe, luego de cruzar las vías del ferrocarril que divide esa ciudad en dos.

Por supuesto que ni la avenida de circunvalación actual ni los puentes que hoy atraviesan esas mismas vías existían, así que era imposible para llegar a Santa Fe evitar entrar en Rosario y trasponerlas. El tránsito se complicaba aún más en ese sitio debido a la gran cantidad de camiones que circulaban hacia el norte de nuestro país y tenían ese lugar como paso inevitable. Esta situación obligó a la caravana de micros que nos transportaba a moverse lentamente, en total eran diez los buses que habían salido de Caballito con ese destino, pero a pesar del inconveniente nadie renunciaba al cántico y a la algarabía. Me encontraba charlando con el acompañante del chofer, cuando un golpe seco seguido de gritos interrumpió la conversación, giré la cabeza y vi como Gabriel lo traía a mi hermano envuelto en su campera con la cabeza totalmente ensangrentada.

Sin saber qué había ocurrido bajamos del transporte, corríamos desconsolados y desorientados, hasta que un taxista nos hizo subir a su auto y nos llevó hasta el hospital de emergencias de esa ciudad. En el viaje me enteré en detalle de lo que había sucedido, un camión había golpeado la cabeza de Beto, un manotazo a tiempo de Quique logró meterlo nuevamente dentro del interior del bus, cuando inconsciente seguía golpeando su cabeza contra los parantes de la carrocería del camión.

Gracias a esa acción las lesiones no fueron tan graves. Ese fue el final del viaje para mi hermano y para mí, el micro esperó en Rosario hasta que los médicos informaron que el golpe había sido serio, la hemorragia se produjo a través de las fosas nasales y los oídos, pero increíblemente mi hermano volvió en sí, confundido y desorientado nos reconoció a mí, a Gabriel y al tano, preguntándonos inmediatamente:
-¿Qué pasó loco? ¿Nos agarraron los de Colón? ¿Cómo salió el partido?

Eso nos tranquilizó, porque mi hermano estaba vivo y aparentemente sin daños importantes. Los facultativos decidieron internarlo para realizarle todos los estudios pertinentes, el micro siguió hacia su destino final en la ciudad de Santa Fe, conmigo se quedo Gabriel, no olvidaré nunca su gesto ni como quedó su campera de jean arena teñida de rojo por la hemorragia. No sabía como avisar a mis viejos en Buenos Aires, tomé valor y llamé por teléfono a casa, mi viejo enloquecido, exigió trasladarlo a Buenos Aires como sea.

Los médicos no autorizaron el traslado a menos que se hiciese por vía aérea, así que prestos fuimos hasta un aeroclub donde un taxi aéreo podría trasladarnos hasta aeroparque, solo así conseguimos la autorización médica e iniciamos el regreso a nuestra ciudad, ese fue nuestro bautismo aéreo; en un pequeña avioneta. Después de casi dos horas de viaje, llegamos a Buenos Aires donde una ambulancia nos esperaba en la pista para trasladarnos hasta el sanatorio Antártida también en Caballito, donde trabajábamos algunos miembros de la familia. Una vez en el sanatorio nos enteramos que Ferro -de visitante- había vencido 3 a 0 a Colón, iniciando así su nuevo ascenso a Primera División.

El chiste del viaje le costo al rey de la canaleta, mi viejo, los ahorros de muchos años de América, tuvo que hipotecar la casa de la calle Canalejas para poder enfrentar los gastos de las lesiones que produjo el accidente y mi hermano cargó con una parálisis facial durante unos cuantos años.

El accidente ocurrió un 12 de Diciembre, el 15 en cancha de Argentinos Juniors vencimos por 3 a 1 a Almirante Brown y conseguíamos el ascenso. Después del partido toda la hinchada caminando llegó desde la Paternal hasta el sanatorio; a través de la ventana pudimos verlos demostrar la alegría por el ascenso y el afecto hacia el amigo accidentado; nos trajeron la camiseta del goma Vidal, diminuto centro delantero, símbolo del club que ya era ídolo indiscutido de la gente, alguien la obtuvo como trofeo del partido para dejársela al convaleciente.

En la semana, todos los jugadores lo visitaron y le dejaron su cariño, entre ellos el rulo Lorea que era además amigo de la barra, puesto que nacido futbolísticamente en un Club del barrio, había llegado a la Primera de nuestro equipo.

Un abogado intentó convencer al viejo de iniciar acciones legales contra el Club, porque argumentaba que los micros no tenían habilitación ni seguro; tanto mi viejo como yo nos negamos rotundamente. Lejos de alejarnos de ese fanatismo inexplicable, esto potenció nuestra pasión, al poco tiempo mi hermano pasó a ser Tablón, apodo con que lo conocieron propios y extraños, perdió su timidez y me superó en su fanatismo y locura. La tribuna popular fue nuestro lugar, un lugar mágico donde todos conocíamos nuestro nombre o simplemente nuestro apodo, el apellido no contaba, ni nuestras ocupaciones ni preocupaciones.

-¡Tantos años de andar juntos corriendo y guardando trapos y me entero leyendo la revista “Gente” que el loco Hugo era el hijo de Celestino Rodrigo!
Me dijo Tablón cuando en la revista Gente salió la foto del entonces ministro de Economía, que utilizaba el subte para trasladarse desde su domicilio en José María Moreno y Rivadavia hasta el Ministerio en Plaza de Mayo, acompañado por su hijo que no era otro que uno de nuestros compinches del tablón.

Sucesos como éste eran frecuentes; aquellos adolescentes fanáticos, que solo nos conocíamos nuestro nombre o el apodo fuimos ocupando distintos puestos en la vida, algunos profesionales importantes, políticos, actores o simplemente trabajadores, pero con un origen compartido y feliz, donde la pasión nos unió en un destino común, siguiendo una divisa deportiva que no cambiaríamos nunca en la vida.

(tomado del libro “Tablón y caviar”, Ed. Argenta, 2000. El autor fue Presidente del Club Ferro Carril Oeste en el período 1993-1995)

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El fútbol es como un coche. Tienes que manejar las cinco velocidades. El problema con los equipos ingleses es que siempre quieren conducir en cuarta o en quinta.

(RUUD GULLIT, ex futbolista y entremador holandés)

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“¿Por qué no pueden los ciudadanos vascos aplaudir a una selección que juega en su nombre? ¿Por qué vosotros, los deportistas, no tenéis el derecho de jugar en nombre de vuestro pueblo, salvo excepciones? Sentimos inquietud y cólera pues has defendido los colores de un Estado enemigo... Has sido pagado con creces para llevar la camiseta de un Estado opresor con el dinero robado a los vascos y al pueblo vasco. Habida cuenta de los emolumentos recibidos del enemigo, ETA se dirige a ti. Una falta de respuesta entrañaría una respuesta contra ti y contra tus bienes”.

(Párrafo de la carta recibida en Diciembre de 2000 por el ex jugador vasco Bixente Lizarazu de parte de la organización terrorista vasca “ETA” disconforme pues el defensor jugaba por la selección de Francia.
Lizarazu fue llamado por la Justicia francesa, que investigó sus cuentas para ver si había colaborado. El infierno de Lizarazu no acabó ahí. Cuando le amenazaron, tuvo que cambiar de vida, llevar escoltas, utilizar salidas y entradas diferentes en los aeropuertos cuando jugaba con el Bayern... e incluso le afectó a nivel de selección.
Cuenta en su libro que el seleccionador Roger Lemerre le relegó a la suplencia en 2001 en un partido contra Alemania y se lo transmitió con estas palabras: "No te voy a sacar. ¿Sabes?, incluso he dudado convocarte. Con todo lo que pasa a tu alrededor, la carta de amenazas de ETA, he temido que traigas ondas negativas al equipo. El equipo es más importante que todo, más importante que tú".
Esta carta se encuentra en su libro en donde también transmite su sentimiento sobre el vasquismo: “Amo profundamente el País Vasco pero jamás he sentido la necesidad de reivindicar mi pertenencia de manera política. (...) nada me permite pensar que la existencia sería mejor si mi País Vasco se volviera independiente”.

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Llegó alto Willington Ortiz con su metro sesenta y nueve. Tanto que en el podio del fútbol colombiano está en el escalón de arriba. Ni la evolución del balompié cafetero, ni la aparición de varios talentos de renombre, ni siquiera la gigantesca silueta de Carlos Valderrama han logrado destronarlo. El recuerdo de las gambetas profundas, la velocidad, la potencia y los goles del "Viejo Willy" resiste al paso del tiempo, a las desventajas (para él) de la televisión y a todas las tempestades.

(JORGE BARRAZA, periodista argentino, opinando sobre uno de los mejores futbolistas colombianos de todos los tiempos)

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El gol (Héctor Negro - Argentina)


Un remanso de tierra, con luz de cualquier cielo.

Un pájaro redondo, para poder jugar.

Dos arcos de madera o de ropa y un revuelo
de alucinados chicos, que parecen bailar.

Un afán congregado de miles de pechos.

Veintidós camisetas persiguiendo otro afán.

El ritual o la fiesta del domingo, que han hecho
para que crezca el fútbol con milagro de pan.

El gol vendrá estallando desde truenos dispersos
y su eco prodigioso ya no se apagará.

Regueros rumorosos volcarán los regresos
y más allá del lunes la pasión arderá.

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Faltaba poco para terminar San Lorenzo-Boca en Huracán, el domingo 4 de Noviembre de 1989, la visita estaba apretando, el local miraba al reloj más que al contrario, cuando una pelota se fue al lateral de su lado y Blas Giunta (foto) fue a buscarla junto al alambrado. El oficial de la Federal que estaba ahí al lado, quizá recordando viejas épocas, justito justito que el profesional la iba a agarrar, se la pisó y la pasó para un costado.
-¡Giunta! ¡Giunta! ¡Giunta! -le clama la barra su consigna particular-. ¡Huevo! ¡Huevo! ¡Huevo!
Desde el arco, Carlos Navarro Montoya se vino al humo y hubo, por decir algo, una especie de entredicho entre el guardián del orden y muy en especial con el desairado por insólita maniobra de potrero de una autoridad constituida. A tal punto que el oficial lo llamó a Francisco Lamolina, juez argentino internacional que dirigía el encuentro, máxima autoridad en el campo de juego, y de acuerdo con la cadena de mandos le hizo disciplinadamente saber que Giunta lo había agredido de palabra.
El sanguíneo volante no pudo con el genio:
-¿Cuándo te agredí yo, muerto de hambre?!! -replicó.
Aclaradas así las cosas, Lamolina procedió a pedirle al oficial que se retirara del campo de juego y el falsamente acusado pudo por fin hacer normalmente el saque lateral.

(tomado del libro "Jodas futboleras de antología", de Amílcar Romero, Ediciones Cambio S.R.L., pág. 78 y 79)

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Basta de puterío, estamos para hablar de fútbol.

(JUAN ROMÁN RIQUELME, jugador de Boca Juniors, en diario “Olé”, del pasado 10 de Diciembre, acerca de los rumores de divisiones en el plantel. Gracias a Lucas Jara por la colaboración)

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Jamás en mi vida me sentí tan feliz por haber perdido. Con los cuatro goles que me hicieron salvé la vida a once seres humanos. Antes de empezar el partido los italianos recibieron un telegrama de Mussolini en el que decía: Vencer o morir.

(ANTAL SZABÓ, arquero de la selección húngara en el Mundial de 1938)

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Goles de relatores uruguayos de fútbol


Alguna vez, no se porqué, me puse a pensar cual fue el relato del gol que mas me emocionó y elevó a un éxtasis incomparable, y no dudé: fue del uruguayo Víctor Hugo Morales, cuando era un desconocido para la afición argentina, ya que aún no había cruzado “el charco”, y el tanto lo anotó luego de una epopéyica corrida arrancando casi desde el mediocampo el ya veteranísimo y obeso Luis Cubilla, vistiendo la camiseta de Defensor, quien con todas sus mañas de casi dos décadas de fútbol de esplendor, se las ingenió contra todos para llegar con el último aliento frente al arquero rival y derrotarlo certeramente, para obtener cuando faltaba muy poco para la expiración del partido, la victoria para su equipo y también el campeonato por primera vez, rompiendo la histórica hegemonía de Nacional y Peñarol...

Ese poema de relato postrer duró minutos interminables, sublimes, el que más recuerdo haya durado.

Punto.

Otro tema. Cada vez que estoy de paso o bien de vacaciones en la Costa Atlántica, en los últimos años, no dejo pasar la oportunidad de escuchar cuanta audición y transmisión de la mayoría de los programas deportivos de la República Oriental del Uruguay. ¿Por qué?, bueno, porque a mi personal y humilde gusto, los periodistas especializados del hermano país me resultan los mas serios, ubicados, profesionales, respetuosos, analíticos, emotivos, agradecidos, memoriosos, objetivos y con otras virtudes que debe tener todo periodistas como bagaje de ésta hermosa actividad.

Pareciera ser producto de una escuela innata, que comprende desde los más jóvenes que recién se inician y también a los más experimentados. Y una curiosidad: he notado que varios son profesionales en otras funciones sociales de predicamento, como ser escribanos, abogados y médicos, lo que los hace más respetados, si se acepta el calificativo.

A través de los últimos 30 años escuché a muchos relatores y comentaristas, pero si tengo que mencionar al primero que me cautivó fue el gordo Solé (foto), fallecido hace unos cuantos años. Pero lo dicho: todos y cada uno de ellos me resultan de excepción, tanto que cualquiera sea el partido o audición que esté sintonizando, me quede prendido al receptor hasta el final de la transmisión.

Quiero dejar sentado que no pretendo de ninguna manera sembrar una semilla de discordia con los argentinos, sólo reflejar mi admiración a una cultura como podría ser calificar una película, una obra de arte, un museo o una estatua, ya que no por ello dejo de reconocer a compatriotas que me han dejado y dejan sensaciones imborrables, como Bernardino Veiga, Ricardo Arias, Manuel Sojit Comer, Hernán Santos Nicolini, Eugenio Ortega Moreno, Héctor Vidaña, José Félix del Alcázar, Alfredo Parga, Rafael Saralegui, Roberto Ayala, José María Muñoz, Jorge Navarro, Pablo Zaro, Alfredo Curcu, Ricardo Podestá, Fioravanti, Osvaldo Caffarelli, Luis Elías Sojit, Víctor Navas Prieto, Julio Ricardo, Ernesto Cherquis Bialo, Horacio García Blanco, Pablo Ramírez, Julio César Calvo, José Luis Mitri, Roberto Sbarra, Roberto Reyna, Osvaldo Webbe, Ulises Marcelo Méndez, Alfredo Julio Beherens y muchos otros que haría interminable ésta lista.

Salud, colegas uruguayos, los admiro y respeto.

(artículo del periodista Daniel F. Console, extractado del libro "Memorias de Fútbol y Ascenso". Gracias a Diego Castaño por enviarme este artículo.)

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Hay pelotudos que a veces creen que las cosas son gratis y que uno no paga ningún precio. Yo iba mucho a la cancha con mi pibe, que hoy tiene 12 años. Me confieso, hice cada cosa. Va una.
En cancha de Independiente, con él siendo muy chiquito, me agarré a las piñas con unos tipos en la tribuna y lo dejé al pobre cuarenta escalones más arriba. Mirá si no le quise transmitir mi pasión... De a poco, se fue alejando del fútbol y hace poco le pregunté: ‘Qué te pasa, por qué no me acompañás más a la cancha y tampoco te sentás conmigo a ver los partidos...’ Me contestó: ‘Hace seis años que me estoy bancando a mis compañeritos joderme con el tío Marcelo. Ahora veo una pelota y la quiero cortar con un cuchillo’. Me mató. Ahí va para los que dicen cosas y después no se dan cuenta del daño que hacen. Los precios que se pagan...

(RAFAEL BIELSA, político argentino, hermano de Marcelo, actual DT de la Selección de Chile, en diario "Clarín" del lunes 13 de Diciembre de 2004)

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Los pies siguen doliéndome, tendré que ir al pediatra.

(FRANCO CAUSIO, ex futbolista italiano)

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El novio está en la iglesia. A veces, la novia viene, pero en otras ocasiones, el novio la espera en vano y termina yéndose con la suegra.

(JULIO HUMBERTO GRONDONA, Presidente de AFA, el 3 de Noviembre de 2006 en el predio de Ezeiza, mientras esperaba a Diego Maradona. Horas después se reunió con él y le ofreció sumarse al cuerpo técnico de la Selección Nacional. Tras tomarse un tiempo para meditar su decisión, Maradona no aceptó el ofrecimiento)

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Entrevista a Norberto “Ruso” Verea


“Hace mucho rato que en el fútbol se perdió lo esencial”

El ex arquero y periodista muestra su mirada crítica a la actualidad del fútbol argentino y asegura que el mensaje que se baja de los medios masivos es distorsionado.
La temporada futbolística está dando sus primeros pasos, y las nuevas medidas implementadas ya provocaron diversas reacciones. Norberto Verea, ex arquero y periodista, es uno de los que critican estas determinaciones y también cuestiona el sistema que sigue perturbando al juego.


-Con los nuevos cambios, ¿el fútbol va perdiendo su esencia?

-Lo que pasa es que se ha enturbiado tanto lo esencial en el fútbol, inclusive desde el crecimiento mediático con la aparición de cualquiera hablando de fútbol, y poniéndose a explicar del folklore, de los códigos. Hasta han aparecido palabras que son muy complicadas de hacer reentender el fútbol. Por ejemplo, cuando se habla de códigos, no hay códigos, el código es mafioso. Vos sos buen tipo o sos mal tipo, sos buchón o no. O sabés formar parte de un grupo o definitivamente no, y te importa un huevo lo que se habla en el grupo y no queda.

-Y entonces, ¿qué es lo esencial?

-Lo esencial en el fútbol es el juego, y hace rato que cada vez que se habla de juego la distorsión es mayor. Hablar de juego hasta parece naif y el contexto en el cual se mueve hablar del juego reúne muchísimas cosas. Cuatro fundamentales: marcar para recuperar la pelota, luego pasar de recuperarla a usarla, para después gestar, y desde ahí ir a la definición. En ese concepto hay tendencias a mayores recuperadores, o a mayores usadores del juego. Hay tendencias más atrás o más adelante. Hay tendencias para aprovechar espacios o para aprovecharse de los espacios del rival para sacar ventajas. Lo que está claro es que nosotros perdimos muchas de las cosas que eran esenciales para el público, porque se llegó a un lugar de dramatismo y el mensaje fue tan nefasto que el que perdía era un idiota que quedaba al margen de todo. O sea, el segundo escalón del podio no existe. Entonces, lo que recibe la masa es la idiotización mayor. Vos ves el fútbol en Argentina y las caras son de dramatismo.

-En definitiva, ¿se perdió toda la esencia?

-Sí, hace rato que se perdió lo esencial, porque lo esencial es, desde la competencia misma, exigir que la competencia sea cada vez más linda. Hablar de lindo es un pecado, y no mezclo si es o no espectáculo porque es claro que lo es, porque cada vez ahonda más la pelea por la media para mostrarlo. Entonces que no me vengan a decir que si querés un espectáculo hay que ir al teatro. Es mentira. Pero la mala leche nosotros la dejamos que fluyera, y que se mezclara con lo que supuestamente era la viveza criolla. Mentira. Esto hay que condenarlo.

-¿Y cómo recuperamos el juego? ¿Con buenos jugadores?

-Se recupera teniendo mensajes de los entrenadores. Sobre todo para que los futbolistas reciban esos mensajes para liberarse un poco más. En el sentido de que decididamente tengo la tranquilidad de equivocarme. Hay una dependencia del jugador; se terminaron aquellos temperamentales que discutían hasta lo último con los entrenadores y con sus propios compañeros. La mirada al banco es prácticamente total.

-¿Los jugadores tienen miedo de rebelarse?

-El jugador no se rebela porque entendió que este negocio está tomado desde el empresariado, y el jugador le da más bolilla al empresario que al entrenador. Porque encima se ha perdido todo tipo de pertenencia. El dirigente habla del club, pero lo que menos quiere es tener un club, porque tener un club es un costo y un gasto supuestamente excesivo y hasta innecesario. Eso es una gran mentira, porque con la plata que entra al fútbol, después me dicen que la pileta es la que lo funde. O tener 60 mil socios no sirve, porque después tenés que darle instalaciones para esos socios. Estas entidades sin fines de lucro fueron un bastión de contención durante 100 años. Cuando el fútbol llega y se mete en este volumen de negocios, lo que menos le importa es la gente. Entonces, cuando (Julio) Grondona te dice que el ejemplo a seguir es Boca, no es gratuito. Primero por el éxito, lo cual hay que aplaudir, pero Boca hoy es un equipo de fútbol y un equipo de básquet. Y si querés ser socio de Boca no vas a poder, y si entrás y tenés tarjeta de crédito mejor, y si no pagámelo en Pago fácil. No son boludos cuando logran el objetivo.

-¿Y al sacar al público de la cancha le quitan algo clave?

-Claro, ahora van a dejar afuera a la mitad y te van a acostumbrar que te quedes en tu casa o en el bar. En el bar te podés matar, porque nosotros desgraciadamente socializamos mal, y el que tiene otra camiseta es un enemigo. Y ahí está el mensaje. La guerra, la muerte.

-¿Hasta dónde seguirán castigando al fútbol?

-No hay límite. Pensá que ahora que le dieron más guita los dirigentes están chochos. Nadie pelea por el reparto, que está mal hecho. Acá tener la camiseta de Boca o River representa que tus jugadores valgan un 50 por ciento más que vistiendo la camiseta de Estudiantes. En tres o cuatro años más, Boca y River te sacan 30 o 40 millones de diferencia. Y nadie dice que el contrato se prolongó hasta el 2024 (oficialmente se reconoce hasta el 2014), nadie levantó la voz. Yo te doy los cinco partidos codificados, pero vos me das más años. Mientras llueva plata esto no se para.

-¿Y la violencia no se podrá combatir nunca?

-Antes eran un montón de boludos pesados, que iban al frente y ganaban preponderancia ante otros. Eso le daba la posibilidad de no pagar el micro y de llevar la bandera. Cuando empezaron a ser utilizados políticamente, cuando empezaron a recibir un dinero que ni en el trabajo conseguían, esto se convirtió en una profesión. Ahí metieron lo peor, porque le dieron al sinvergüenza, al ladrón, una profesión. Y nosotros no la condenamos. Si nos cruzamos por la calle al Turu (Oscar) Flores, agarramos al nene y le hacemos sacar una foto. Pero seguimos caminando y a la otra cuadra le sacamos con Alan (Schenkler, uno de los líderes de la barra brava de River). Fijate que (Marcelo) Lombilla (representante de jugadores) tiene más plata que un club, (Gustavo) Mascardi tiene más plata que un club, (Fernando) Hidalgo no sólo tiene más plata, sino que compra equipos de automovilismo.

-¿A los clubes les conviene que haya violencia?

-No creo que les convenga. A la que le conviene es a una parte de la maquinaria. Y los que dicen que lo van a resolver no resuelven nada. Porque no hay decisiones políticas fuertes, porque la política está entongada. Nosotros sabemos quiénes son los barras y sabemos muy bien a quién hay que atacar.

-El rol del periodismo, ¿qué porcentaje de culpa tiene?

-Creo que se perdió el rol fundamental, que es informar. El entretenimiento se lo comió todo. Es todo joda. No hay líneas serias de pensamiento, de debate. Y desde dónde va a haber cuestionamiento. Encima está el que admirás cuando escribe y detestás después porque hace de payaso de otro discutiendo en televisión. No hay referencias. Yo necesito que los intelectuales intervengan, a (León) Rozitchner, ¡que sacuda, viejo!, a (Tomás) Abraham lo mismo.

(entrevista realizada por el periodista Adrián De Benedictus y publicada en el diario “Página 12” del 4 de Agosto de 2007)

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No hay más remedio que plantarles cara y denunciar a los violentos. Si no se persiguen los que están llevando a los campos de fútbol, las banderas nazis, los emblemas inconstitucionales no acabaremos nunca con esta historia. Recuerdo que el señor Hiddink cuando era entrenador del Valencia (1991-93) un día vio en una grada unos símbolos nazis y dijo que el partido no comenzaba mientras no desaparecieran esos símbolos. Fue el primer signo de lucha clara contra esa violencia. Después se ha reglamentado, pero siguen apareciendo. Hay que luchar cada día contra ellos. La mayoría de esos grupos son de ideología nazi, fascista. Lo que apareció en el Bernabeu fue una pancarta xenófoba y, casualmente ese día, el tonto de Roberto Carlos, por no decirle otra cosa, regaló la camiseta al jefe de Ultra Sur, individuo perseguible de oficio y que ha estado sancionado más de una vez.

(JULIÁN GARCÍA CANDAU, escritor español, y su opinión sobre la violencia en los estadios)

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