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En un duelo disputado en Highbury Park contra el Arsenal, el árbitro concedió un penal a Robbie Fowler, tras ser arrollado por el guardameta local, David Seaman (foto). Ante la sorpresa general (incluida la de sus compañeros de equipo), el delantero del Liverpool pidió al señor Ashby que se echara atrás en su decisión, asegurando que no había habido falta. Fue en vano: el colegiado se mantuvo inflexible.
Así pues, Fowler tomó carrera para ejecutar el penal y disparó sin gran convicción. El arquero de los Gunners se estiró y rechazó el envío. ¿Fin de la historia y final feliz? Más bien no: el irlandés Jason McAteer siguió la jugada y marcó.
Las estadísticas se quedaron con que el Liverpool se impuso por 1-2, pero la historia recordará para siempre el gesto de Robbie Fowler.
Todo el mundo creyó que el ídolo de los "reds" había pateado el penal de mala manera a propósito, para compensar el error arbitral, de hecho, por esta acción, Fowler fue galardonado con el premio al Fair Play del año. Pero él declaró: “Yo traté de anotar, pero lamentablemente tuve un mal disparo. Soy un goleador, por lo que me gano la vida haciendo goles, yo no tiré a errarlo a propósito”.
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Me bebí en un día el peso de mi cuerpo en cerveza.
(Tony Adams, ex central del Arsenal y de la selección inglesa, ídolo de los noventa en su país)
Si Pitágoras hubiera tenido la suerte de vivir en esta era, hubiera sido entrenador de fútbol, porque el fútbol es geometría, apertura y cierre de espacios, movimientos lógico matemáticos.
(ANÓNIMO)
La última cena (Felipe Evangelista - Argentina)
* Fragmento
El fútbol fue mi primera pasión, pero no fui el único, también mis amigos adolescentes de entonces fueron cautivados por la redonda, estrictamente como juego a muchos y por el folklore de su gente o de su entorno a otros.
Yo fui uno de esos otros, a quien lo deslumbró la tribuna, el colorido, los cánticos, los personajes y la algarabía. Mi primo Nicola, nacido en Italia pero llegado a nuestro país de muy chico, fue el primero que se enganchó y por supuesto el culpable de nuestra adicción, hablo en plural ya que mi hermano no me fue en zaga por su fanatismo, al contrario, después de pasada su timidez infantil me superó ampliamente.
Mientras Ferro competía en Primera División, Nicola nos llevaba los domingos puntualmente a todos los estadios donde jugase, pero los sábados, el tano no podía con su origen y nuestras gargantas acompañaban los goces y padecimientos de miles de connacionales suyos, siguiendo la campaña de la Azociacione Italiana di Calcio in Argentina, (ACIA) que no era otro que el Sportivo Italiano, representativo itálico que competía en Primera C y hacía las veces de local en la vieja cancha de Platense en Manuela Pedraza y Crámer, ésa que tenía detrás de una de sus cabeceras un velódromo.
En ese tiempo las colectividades italiana y española eran muy numerosas y sus equipos futbolísticos movían multitudes, la copa dos penínsulas que disputaban el Sportivo Italiano con el Deportivo Español cada año se jugaba a cancha llena, ese partido tenía seguramente más convocatoria que algunos de Primera División. El ACIA ascendió a Primera B y una casualidad llamativa nos acercó aun más en nuestros afectos futbolísticos, la dirigencia itálica decidió, a partir del ascenso, utilizar la cancha de Ferro para sus partidos de local, así que los equipos que ocupaban nuestras preferencias futbolísticas estaban unificados en Caballito.
A pesar de esta dualidad de propuesta, la ligazón fuerte y permanente fue con el equipo de nuestro Barrio, mi memoria empieza a registrar con claridad recuerdos a partir del año 59, donde ya jugaban para Ferro Roma y Marzolini que luego fueran transferidos a Boca Juniors.
Ser simpatizante de un equipo chico no eran fácil ni aun en el barrio donde estaba ubicado, por ejemplo, en la barra solo dos éramos seguidores fieles del verde, y en el grado de la escuela primaria a la que concurríamos no seríamos más de tres. Era un sufrimiento estar siempre en la cola de la tabla aguantando las cargadas de los hinchas de Boca, de River o de cualquier otro equipo grande que frecuentemente nos goleaba y con el fantasma del descenso acosando casi todos los años. Pero ser hincha de un cuadro chico tenía para mí un gusto especial.
En el año 62 sufrimos el primer descenso, entonces todavía concurríamos a la cancha con la mirada atenta y la custodia de nuestro primo italiano; gracias a Dios, apenas un año más tarde disfrutamos la alegría del ascenso a Primera División. Cada vez que descendíamos, teníamos en Primera B un apoyo masivo de todos los que hinchaban por otros equipos y vivían en la zona, así que en esa divisional éramos de los grandes, una multitudinaria concurrencia acompañó nuestra alegría cuando volvimos a la Primera División.
Entre los jugadores que integraban aquel equipo recuerdo al flaco Marrapodi, a Rubén Berón, Antonio Garabal, el vasco Mogaburu, al flaco Etchevest que fue el único jugador de ese equipo que salido de los potreros del barrio llegó luego a jugar en aquella Primera del verde y como goleadores teníamos a Pastorini junto a Felipe Ribaudo, recordado jugador de aquella época, que luego alcanzara valiosos triunfos internacionales integrando el legendario equipo de Estudiantes de La Plata, primer equipo chico que logró además de varios campeonatos trascender internacionalmente, de la mano de Osvaldo Zubeldía como director técnico.
Ese ascenso fue de final infartante, como de costumbre el sufrimiento no podía faltar en una definición que el verde estuviese disputando, después de un año brillante, el título de campeón parecía un hecho consumado, habíamos llegado a la ultima fecha con una ventaja de dos puntos sobre el resto de los equipos participantes, un empate nos dejaba en Primera. Éramos locales y no podíamos perder, el barrio todo fue pintado de verde y blanco, cordones, árboles, paredes.
Mis viejos que ya estaban sospechando mi acercamiento fanático al fútbol me obligaron a estudiar guitarra para alejarme de la cancha y la calle. El profesor decidió participar con sus alumnos en un festival que se organizaba a beneficio de un colegio de Ramos Mejía, con tan mala suerte que el día elegido para nuestra actuación, era justo el sábado en que se disputaba ese último partido del campeonato, tan esperado para festejar el ascenso. La brillante idea me impide concurrir al estadio, aún tengo grabadas las risas irónicas con que Nicola y mi hermano menor me despidieron, cuando acepté con la guitarra al hombro que me acompañaran hasta el colectivo, para luego seguir ellos hacia a la cancha.
Ese día descubrí la importancia que ya estaba significando mi amor por un equipo de fútbol; amargado acepté la decisión de los viejos y no fui al partido, cargando además de la guitarra con una bronca bárbara porque me iba a perder el festejo.
El destino quiso otra cosa, lo que parecía imposible ocurrió -nunca hay que adelantarse a los acontecimientos me decía siempre mi viejo- la dirigencia del club festejó el ascenso antes de empezar el partido con una suelta de palomas en el centro del campo que terminó por ilusionar a toda la parcialidad local, era imposible que nos arrebataran esa alegría, pero el fútbol es impredecible, al minuto de juego el arbitro Miguel Comesaña expulsa al loco Biaggio y nos deja con 10 hombres, Sarmiento de Junín no desaprovecha la oportunidad y nos gana 2 a 1, con dos goles de penal; los hinchas verdolagas estaban tan confundidos que ni siquiera atinaron a reaccionar contra el arbitro.
Este triunfo provocó un cuádruple empate en la primera colocación, lo que obligo a la realización de un petit-torneo con la participación de nuestro equipo, San Telmo, Unión y el propio Sarmiento de Junín, equipo que nos había arrebatado la alegría del ascenso directo.
Después de este golpe del destino pude ser testigo presencial del ascenso que irremediablemente se iba a producir. Los partidos se realizaron en la cancha de Huracán y San Lorenzo porque debían disputarse en terreno neutral; en ese entonces el fútbol del interior no tenía demasiado peso en la AFA, por lo tanto Sarmiento de Junín y Unión de Santa Fe, tuvieron que aceptar ser neutrales a 20 cuadras de nuestra cancha y a más de 300 km. de sus localías habituales.
El primer partido contra Sarmiento, el rival que había provocado esta situación, me permitió descubrir el diálogo de las multitudes a través de los cánticos de hinchada cuando, con sorna los hinchas de Junín nos recibieron cantando:
-¡Ferro boludo, ahora las palomas se las meten en el culo!- en clara referencia a la suelta que durante el partido anterior habían organizado nuestros directivos, adelantándose a los festejos del ascenso.
Menos mal que en el campo de juego, le contestaron los jugadores con goles y esta vez los vencimos 2 a 0, luego hicimos lo propio con Unión al que vencimos 1 a 0 y por ultimo le ganamos a San Telmo por 3 a 1. La alegría postergada explotó pero por fin pude ser protagonista y testigo presencial de esa locura colectiva que provoca obtener un título, más aún si se trata de un ascenso de categoría, esta vez a pocas cuadras de nuestra cancha, en el Viejo Gasómetro, el mítico estadio de San Lorenzo de Almagro en la avenida La Plata. Desde ese estadio, toda la masa verdolaga volvió caminando hasta Caballito llenando de alegría las calles que transitábamos.
Nosotros volvimos acompañando la caravana a paso de hombre con el Chevrolet 28 del viejo, manejado por Nicola y con una multitud arriba de la caja del camioncito que le costó la rotura de sus viejos y herrumbrados elásticos, que evidentemente no estaban preparados para una carga semejante. Esa caminata y esa algarabía popular me terminó de acercar a la magia de la movilización de masas a través del fútbol.
Cuando Nicola se casó, empezamos con mi hermano a concurrir solos a los partidos que disputaba Ferro, cada vez más cerca del "núcleo central de simpatizantes", como solía llamar el gordo Cacho Caputo a la hinchada. Metidos entre las banderas, los cánticos y los papelitos, esos que tanto combatió el querido relator José María Muñoz, y que se popularizaron durante el Mundial 78', costumbre que fue aceptada con el correr de los años al reconocer esta actitud como una verdadera muestra autóctona de manifestación de alegría. Así empezamos con mi hermano a recorrer todas las canchas donde jugaba nuestro equipo.
Una vez en Primera División tuvimos algunas actuaciones descollantes, pero los recuerdos son fundamentalmente por algunas individualidades de los jugadores que integraron los equipos representativos en esos años, como por ejemplo el primer gol del campeonato de 1965 que Antonio Garabal le convierte al legendario Amadeo Carrizo a los dieciséis segundos de juego o el gol que Juancito Pastorini le mete a San Lorenzo, después que un compañero suyo, el tano Di Gioa hace un gol en contra y una vez movida la pelota del medio del campo Juancito pateó inmediatamente al arco con toda su bronca, incrustando la pelota en el ángulo del marco que defendía el mono Irusta, haciendo realidad esa utopía futbolera del golazo de Media cancha.
Pero nuestro destino de cuadro chico condenado a descender parecía no terminar nunca, en el 68' volvimos a perder la categoría, esta vez con mi hermano y algunos de los amigos de la barra ya emborrachado de fanatismo sufrimos el descenso como algo irreparable, a los llantos que no entendía por mi corta edad cuando eran derramados por tantos y tantos hinchas que lloraban desconsoladamente la pérdida de la categoría allá por el año 62', esta vez se sumaron los nuestros, aún recuerdo los ojos de Loli enrojecidos por las lágrimas, cuando sentado en el primer escalón de la tribuna de madera, trataba de encontrar explicación al momento que vivíamos después de perder el último partido del campeonato, circunstancia que nos condenaba nuevamente a jugar en Primera B.
Creo que ese sufrimiento diferencia definitivamente a los fanáticos de un cuadro chico, de los que solo sufren cuando algún cuadro grande pierde la oportunidad de obtener un campeonato. Pelear solo por salir campeón es como vivir pensando en que no existe la muerte. Los que sufrimos por un cuadro chico sabemos perfectamente qué es la vida y qué es la muerte.
Con el descenso nos quedaba el consuelo de pensar que nuestro equipo siempre que había descendido, históricamente lograba el ascenso al año siguiente, pero esta vez no ocurrió lo mismo, un ardid reglamentario que obligaba al campeón de Primera B jugar un reclasificatorio con los últimos clasificados del torneo de Primera A, que de esta manera tenían una chance más de conservar la categoría, nos complicó el panorama. Banfield fue el rival que no desaprovechó la oportunidad, ayudado por un fallo polémico del árbitro Ducatelli, que ignorando un evidente penal a favor de nuestro equipo permitió al taladro mantener el empate y luego con un contragolpe veloz conseguir el gol que nos condenó a jugar un año más en el fútbol de los sábados.
El fanatismo había copado nuestros corazones, motivo por el cual ya recorríamos todos los estadios donde jugaba nuestro equipo acompañando a la barra, con las banderas y los bombos.
La noche de la derrota con Banfield, sufrimos una frustración adicional que esta vez no fue deportiva, un grupo de la hinchada de Racing que todo el año nos había acompañado en el aliento para la búsqueda del ascenso, nos traiciona y aprovechando que el partido se jugó en Avellaneda roban las bolsas con todas las banderas, afrenta más que dolorosa en el folklore de nuestro fútbol, la venganza no se hizo esperar y el loco Delacha -conocido miembro de la barra racinguista- hijo de un fanático de Ferro y habitante de Caballito, pagó los platos rotos; algunos de los pesados verdolagas lo visitaron en su domicilio, no con fines amistosos precisamente, logrando con esa visita que las banderas aparecieran al poco tiempo.
Al año siguiente, logramos ascender, pero esta vez un hecho desgraciado prolonga el sufrimiento familiar más allá del mero resultado deportivo al que estábamos condenados por nuestro inexplicable fanatismo, a partir de vivenciar la cercanía de una pérdida que no era precisamente la pérdida de una categoría en el fútbol.
El torneo se disputó de manera similar al del año anterior, cuando Banfield en un partido nos había dejado en la B un año más, otra vez debíamos jugar un reclasificatorio, esta vez junto a Almirante Brown, además de Colón y Quilmes que habían ocupado las últimas posiciones del campeonato de Primera A; la experiencia anterior nos tenía bastante preocupados, los Clubes del Interior consiguieron más respaldo de la Asociación del Fútbol Argentino y Colón a la inversa de lo que había ocurrido en el año 1963 logró que fuera designada como cancha neutral el estadio de Unión, en la ciudad de Santa Fe a pocas cuadras de su estadio, y a pesar de ser su archirrival, le daba la posibilidad de no perder la localía.
Nadie en Caballito creyó que la decisión se tomó mediante un sorteo, esta situación generó una verdadera conmoción y al pensar que esta situación disminuía notablemente la chance de nuestro equipo, una multitud de hinchas copó las instalaciones del Club en la semana previa pidiendo a las autoridades que retirasen el equipo de la competencia. Por supuesto que esto no ocurrió, por lo tanto la fiel y seguidora hinchada organizó la excursión a Santa Fe para alentar al equipo. Tuvimos que trabajar bastante para convencer al viejo y a la vieja, ellos no querían dejarnos viajar, argumentando nuestra minoridad, la preocupación de los viejos estaba fundamentada, los hechos posteriores les dieron la razón.
Una vez conseguido el permiso correspondiente, casi sobre la hora de partida de los micros, nos sumamos a la caravana que intentaba copar Santa Fe, donde un triunfo nos permitiría seguir soñando con el preciado ascenso acariciado el año anterior, pero no concretado. La madrugada del domingo, mostraba una inusitada actividad en los alrededores de la sede social del Club, todos con banderas, bombos y demás elementos adecuados para un correcto aliento estábamos listos para el viaje, hasta el pelado Miguel responsable del puesto de venta de diarios y revistas de Primera Junta, que al pasar y contagiado por la algarabía de los viajeros, se subió a nuestro micro con el manojo de diarios que se aprestaba a repartir, olvidándose del trabajo que perdió a su regreso.
El viaje se inició, con la lógica euforia de estos casos, el micro que elegimos era el de la barra, el más bullicioso, el de los cánticos y las banderas. Ese fue nuestro primer viaje al interior del país acompañando a un equipo de Ferro. Por entonces; la marihuana no existía y apenas alguna que otra damajuana de vino -que convenientemente alguien se encargó de acomodar en los asientos traseros- era el único estimulante que algunos necesitaban para estos agotadores viajes.
Por fin los micros se pusieron en marcha, la Panamericana no estaba construida así que todo el trayecto debía cumplirse por la antigua ruta 9, que solo tenía dos manos, razón por la cual el viaje demandaba unas cuantas horas más que en la actualidad. Al llegar a Rosario sucedió lo inesperado: todo el pasaje del micro venía cantando alegremente con las cabezas fuera de las ventanillas, golpeando con las manos la carrocería del micro que nos transportaba, anunciado así nuestro paso por esa ciudad, previo a nuestro arribo a Santa Fe. El cruce Alberdi en Rosario era un complicado nudo de tránsito, allí varias Avenidas convergían en un paso a nivel que permitía seguir viaje a Santa Fe, luego de cruzar las vías del ferrocarril que divide esa ciudad en dos.
Por supuesto que ni la avenida de circunvalación actual ni los puentes que hoy atraviesan esas mismas vías existían, así que era imposible para llegar a Santa Fe evitar entrar en Rosario y trasponerlas. El tránsito se complicaba aún más en ese sitio debido a la gran cantidad de camiones que circulaban hacia el norte de nuestro país y tenían ese lugar como paso inevitable. Esta situación obligó a la caravana de micros que nos transportaba a moverse lentamente, en total eran diez los buses que habían salido de Caballito con ese destino, pero a pesar del inconveniente nadie renunciaba al cántico y a la algarabía. Me encontraba charlando con el acompañante del chofer, cuando un golpe seco seguido de gritos interrumpió la conversación, giré la cabeza y vi como Gabriel lo traía a mi hermano envuelto en su campera con la cabeza totalmente ensangrentada.
Sin saber qué había ocurrido bajamos del transporte, corríamos desconsolados y desorientados, hasta que un taxista nos hizo subir a su auto y nos llevó hasta el hospital de emergencias de esa ciudad. En el viaje me enteré en detalle de lo que había sucedido, un camión había golpeado la cabeza de Beto, un manotazo a tiempo de Quique logró meterlo nuevamente dentro del interior del bus, cuando inconsciente seguía golpeando su cabeza contra los parantes de la carrocería del camión.
Gracias a esa acción las lesiones no fueron tan graves. Ese fue el final del viaje para mi hermano y para mí, el micro esperó en Rosario hasta que los médicos informaron que el golpe había sido serio, la hemorragia se produjo a través de las fosas nasales y los oídos, pero increíblemente mi hermano volvió en sí, confundido y desorientado nos reconoció a mí, a Gabriel y al tano, preguntándonos inmediatamente:
-¿Qué pasó loco? ¿Nos agarraron los de Colón? ¿Cómo salió el partido?
Eso nos tranquilizó, porque mi hermano estaba vivo y aparentemente sin daños importantes. Los facultativos decidieron internarlo para realizarle todos los estudios pertinentes, el micro siguió hacia su destino final en la ciudad de Santa Fe, conmigo se quedo Gabriel, no olvidaré nunca su gesto ni como quedó su campera de jean arena teñida de rojo por la hemorragia. No sabía como avisar a mis viejos en Buenos Aires, tomé valor y llamé por teléfono a casa, mi viejo enloquecido, exigió trasladarlo a Buenos Aires como sea.
Los médicos no autorizaron el traslado a menos que se hiciese por vía aérea, así que prestos fuimos hasta un aeroclub donde un taxi aéreo podría trasladarnos hasta aeroparque, solo así conseguimos la autorización médica e iniciamos el regreso a nuestra ciudad, ese fue nuestro bautismo aéreo; en un pequeña avioneta. Después de casi dos horas de viaje, llegamos a Buenos Aires donde una ambulancia nos esperaba en la pista para trasladarnos hasta el sanatorio Antártida también en Caballito, donde trabajábamos algunos miembros de la familia. Una vez en el sanatorio nos enteramos que Ferro -de visitante- había vencido 3 a 0 a Colón, iniciando así su nuevo ascenso a Primera División.
El chiste del viaje le costo al rey de la canaleta, mi viejo, los ahorros de muchos años de América, tuvo que hipotecar la casa de la calle Canalejas para poder enfrentar los gastos de las lesiones que produjo el accidente y mi hermano cargó con una parálisis facial durante unos cuantos años.
El accidente ocurrió un 12 de Diciembre, el 15 en cancha de Argentinos Juniors vencimos por 3 a 1 a Almirante Brown y conseguíamos el ascenso. Después del partido toda la hinchada caminando llegó desde la Paternal hasta el sanatorio; a través de la ventana pudimos verlos demostrar la alegría por el ascenso y el afecto hacia el amigo accidentado; nos trajeron la camiseta del goma Vidal, diminuto centro delantero, símbolo del club que ya era ídolo indiscutido de la gente, alguien la obtuvo como trofeo del partido para dejársela al convaleciente.
En la semana, todos los jugadores lo visitaron y le dejaron su cariño, entre ellos el rulo Lorea que era además amigo de la barra, puesto que nacido futbolísticamente en un Club del barrio, había llegado a la Primera de nuestro equipo.
Un abogado intentó convencer al viejo de iniciar acciones legales contra el Club, porque argumentaba que los micros no tenían habilitación ni seguro; tanto mi viejo como yo nos negamos rotundamente. Lejos de alejarnos de ese fanatismo inexplicable, esto potenció nuestra pasión, al poco tiempo mi hermano pasó a ser Tablón, apodo con que lo conocieron propios y extraños, perdió su timidez y me superó en su fanatismo y locura. La tribuna popular fue nuestro lugar, un lugar mágico donde todos conocíamos nuestro nombre o simplemente nuestro apodo, el apellido no contaba, ni nuestras ocupaciones ni preocupaciones.
-¡Tantos años de andar juntos corriendo y guardando trapos y me entero leyendo la revista “Gente” que el loco Hugo era el hijo de Celestino Rodrigo!
Me dijo Tablón cuando en la revista Gente salió la foto del entonces ministro de Economía, que utilizaba el subte para trasladarse desde su domicilio en José María Moreno y Rivadavia hasta el Ministerio en Plaza de Mayo, acompañado por su hijo que no era otro que uno de nuestros compinches del tablón.
Sucesos como éste eran frecuentes; aquellos adolescentes fanáticos, que solo nos conocíamos nuestro nombre o el apodo fuimos ocupando distintos puestos en la vida, algunos profesionales importantes, políticos, actores o simplemente trabajadores, pero con un origen compartido y feliz, donde la pasión nos unió en un destino común, siguiendo una divisa deportiva que no cambiaríamos nunca en la vida.
(tomado del libro “Tablón y caviar”, Ed. Argenta, 2000. El autor fue Presidente del Club Ferro Carril Oeste en el período 1993-1995)
(RUUD GULLIT, ex futbolista y entremador holandés)
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(Párrafo de la carta recibida en Diciembre de 2000 por el ex jugador vasco Bixente Lizarazu de parte de la organización terrorista vasca “ETA” disconforme pues el defensor jugaba por la selección de Francia.
Lizarazu fue llamado por la Justicia francesa, que investigó sus cuentas para ver si había colaborado. El infierno de Lizarazu no acabó ahí. Cuando le amenazaron, tuvo que cambiar de vida, llevar escoltas, utilizar salidas y entradas diferentes en los aeropuertos cuando jugaba con el Bayern... e incluso le afectó a nivel de selección.
Cuenta en su libro que el seleccionador Roger Lemerre le relegó a la suplencia en 2001 en un partido contra Alemania y se lo transmitió con estas palabras: "No te voy a sacar. ¿Sabes?, incluso he dudado convocarte. Con todo lo que pasa a tu alrededor, la carta de amenazas de ETA, he temido que traigas ondas negativas al equipo. El equipo es más importante que todo, más importante que tú".
Esta carta se encuentra en su libro en donde también transmite su sentimiento sobre el vasquismo: “Amo profundamente el País Vasco pero jamás he sentido la necesidad de reivindicar mi pertenencia de manera política. (...) nada me permite pensar que la existencia sería mejor si mi País Vasco se volviera independiente”.
(JORGE BARRAZA, periodista argentino, opinando sobre uno de los mejores futbolistas colombianos de todos los tiempos)
El gol (Héctor Negro - Argentina)
Un pájaro redondo, para poder jugar.
Dos arcos de madera o de ropa y un revuelo
de alucinados chicos, que parecen bailar.
Un afán congregado de miles de pechos.
Veintidós camisetas persiguiendo otro afán.
El ritual o la fiesta del domingo, que han hecho
para que crezca el fútbol con milagro de pan.
El gol vendrá estallando desde truenos dispersos
y su eco prodigioso ya no se apagará.
Regueros rumorosos volcarán los regresos
y más allá del lunes la pasión arderá.
-¡Giunta! ¡Giunta! ¡Giunta! -le clama la barra su consigna particular-. ¡Huevo! ¡Huevo! ¡Huevo!
Desde el arco, Carlos Navarro Montoya se vino al humo y hubo, por decir algo, una especie de entredicho entre el guardián del orden y muy en especial con el desairado por insólita maniobra de potrero de una autoridad constituida. A tal punto que el oficial lo llamó a Francisco Lamolina, juez argentino internacional que dirigía el encuentro, máxima autoridad en el campo de juego, y de acuerdo con la cadena de mandos le hizo disciplinadamente saber que Giunta lo había agredido de palabra.
El sanguíneo volante no pudo con el genio:
-¿Cuándo te agredí yo, muerto de hambre?!! -replicó.
Aclaradas así las cosas, Lamolina procedió a pedirle al oficial que se retirara del campo de juego y el falsamente acusado pudo por fin hacer normalmente el saque lateral.
(tomado del libro "Jodas futboleras de antología", de Amílcar Romero, Ediciones Cambio S.R.L., pág. 78 y 79)
Basta de puterío, estamos para hablar de fútbol.
(JUAN ROMÁN RIQUELME, jugador de Boca Juniors, en diario “Olé”, del pasado 10 de Diciembre, acerca de los rumores de divisiones en el plantel. Gracias a Lucas Jara por la colaboración)
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(ANTAL SZABÓ, arquero de la selección húngara en el Mundial de 1938)
Goles de relatores uruguayos de fútbol
Alguna vez, no se porqué, me puse a pensar cual fue el relato del gol que mas me emocionó y elevó a un éxtasis incomparable, y no dudé: fue del uruguayo Víctor Hugo Morales, cuando era un desconocido para la afición argentina, ya que aún no había cruzado “el charco”, y el tanto lo anotó luego de una epopéyica corrida arrancando casi desde el mediocampo el ya veteranísimo y obeso Luis Cubilla, vistiendo la camiseta de Defensor, quien con todas sus mañas de casi dos décadas de fútbol de esplendor, se las ingenió contra todos para llegar con el último aliento frente al arquero rival y derrotarlo certeramente, para obtener cuando faltaba muy poco para la expiración del partido, la victoria para su equipo y también el campeonato por primera vez, rompiendo la histórica hegemonía de Nacional y Peñarol...
Ese poema de relato postrer duró minutos interminables, sublimes, el que más recuerdo haya durado.
Punto.
Otro tema. Cada vez que estoy de paso o bien de vacaciones en la Costa Atlántica, en los últimos años, no dejo pasar la oportunidad de escuchar cuanta audición y transmisión de la mayoría de los programas deportivos de la República Oriental del Uruguay. ¿Por qué?, bueno, porque a mi personal y humilde gusto, los periodistas especializados del hermano país me resultan los mas serios, ubicados, profesionales, respetuosos, analíticos, emotivos, agradecidos, memoriosos, objetivos y con otras virtudes que debe tener todo periodistas como bagaje de ésta hermosa actividad.
Pareciera ser producto de una escuela innata, que comprende desde los más jóvenes que recién se inician y también a los más experimentados. Y una curiosidad: he notado que varios son profesionales en otras funciones sociales de predicamento, como ser escribanos, abogados y médicos, lo que los hace más respetados, si se acepta el calificativo.
A través de los últimos 30 años escuché a muchos relatores y comentaristas, pero si tengo que mencionar al primero que me cautivó fue el gordo Solé (foto), fallecido hace unos cuantos años. Pero lo dicho: todos y cada uno de ellos me resultan de excepción, tanto que cualquiera sea el partido o audición que esté sintonizando, me quede prendido al receptor hasta el final de la transmisión.
Quiero dejar sentado que no pretendo de ninguna manera sembrar una semilla de discordia con los argentinos, sólo reflejar mi admiración a una cultura como podría ser calificar una película, una obra de arte, un museo o una estatua, ya que no por ello dejo de reconocer a compatriotas que me han dejado y dejan sensaciones imborrables, como Bernardino Veiga, Ricardo Arias, Manuel Sojit Comer, Hernán Santos Nicolini, Eugenio Ortega Moreno, Héctor Vidaña, José Félix del Alcázar, Alfredo Parga, Rafael Saralegui, Roberto Ayala, José María Muñoz, Jorge Navarro, Pablo Zaro, Alfredo Curcu, Ricardo Podestá, Fioravanti, Osvaldo Caffarelli, Luis Elías Sojit, Víctor Navas Prieto, Julio Ricardo, Ernesto Cherquis Bialo, Horacio García Blanco, Pablo Ramírez, Julio César Calvo, José Luis Mitri, Roberto Sbarra, Roberto Reyna, Osvaldo Webbe, Ulises Marcelo Méndez, Alfredo Julio Beherens y muchos otros que haría interminable ésta lista.
Salud, colegas uruguayos, los admiro y respeto.
(artículo del periodista Daniel F. Console, extractado del libro "Memorias de Fútbol y Ascenso". Gracias a Diego Castaño por enviarme este artículo.)
En cancha de Independiente, con él siendo muy chiquito, me agarré a las piñas con unos tipos en la tribuna y lo dejé al pobre cuarenta escalones más arriba. Mirá si no le quise transmitir mi pasión... De a poco, se fue alejando del fútbol y hace poco le pregunté: ‘Qué te pasa, por qué no me acompañás más a la cancha y tampoco te sentás conmigo a ver los partidos...’ Me contestó: ‘Hace seis años que me estoy bancando a mis compañeritos joderme con el tío Marcelo. Ahora veo una pelota y la quiero cortar con un cuchillo’. Me mató. Ahí va para los que dicen cosas y después no se dan cuenta del daño que hacen. Los precios que se pagan...
(RAFAEL BIELSA, político argentino, hermano de Marcelo, actual DT de la Selección de Chile, en diario "Clarín" del lunes 13 de Diciembre de 2004)
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(JULIO HUMBERTO GRONDONA, Presidente de AFA, el 3 de Noviembre de 2006 en el predio de Ezeiza, mientras esperaba a Diego Maradona. Horas después se reunió con él y le ofreció sumarse al cuerpo técnico de la Selección Nacional. Tras tomarse un tiempo para meditar su decisión, Maradona no aceptó el ofrecimiento)
Entrevista a Norberto “Ruso” Verea
“Hace mucho rato que en el fútbol se perdió lo esencial”
El ex arquero y periodista muestra su mirada crítica a la actualidad del fútbol argentino y asegura que el mensaje que se baja de los medios masivos es distorsionado.
La temporada futbolística está dando sus primeros pasos, y las nuevas medidas implementadas ya provocaron diversas reacciones. Norberto Verea, ex arquero y periodista, es uno de los que critican estas determinaciones y también cuestiona el sistema que sigue perturbando al juego.
-Con los nuevos cambios, ¿el fútbol va perdiendo su esencia?
-Lo que pasa es que se ha enturbiado tanto lo esencial en el fútbol, inclusive desde el crecimiento mediático con la aparición de cualquiera hablando de fútbol, y poniéndose a explicar del folklore, de los códigos. Hasta han aparecido palabras que son muy complicadas de hacer reentender el fútbol. Por ejemplo, cuando se habla de códigos, no hay códigos, el código es mafioso. Vos sos buen tipo o sos mal tipo, sos buchón o no. O sabés formar parte de un grupo o definitivamente no, y te importa un huevo lo que se habla en el grupo y no queda.
-Y entonces, ¿qué es lo esencial?
-Lo esencial en el fútbol es el juego, y hace rato que cada vez que se habla de juego la distorsión es mayor. Hablar de juego hasta parece naif y el contexto en el cual se mueve hablar del juego reúne muchísimas cosas. Cuatro fundamentales: marcar para recuperar la pelota, luego pasar de recuperarla a usarla, para después gestar, y desde ahí ir a la definición. En ese concepto hay tendencias a mayores recuperadores, o a mayores usadores del juego. Hay tendencias más atrás o más adelante. Hay tendencias para aprovechar espacios o para aprovecharse de los espacios del rival para sacar ventajas. Lo que está claro es que nosotros perdimos muchas de las cosas que eran esenciales para el público, porque se llegó a un lugar de dramatismo y el mensaje fue tan nefasto que el que perdía era un idiota que quedaba al margen de todo. O sea, el segundo escalón del podio no existe. Entonces, lo que recibe la masa es la idiotización mayor. Vos ves el fútbol en Argentina y las caras son de dramatismo.
-En definitiva, ¿se perdió toda la esencia?
-Sí, hace rato que se perdió lo esencial, porque lo esencial es, desde la competencia misma, exigir que la competencia sea cada vez más linda. Hablar de lindo es un pecado, y no mezclo si es o no espectáculo porque es claro que lo es, porque cada vez ahonda más la pelea por la media para mostrarlo. Entonces que no me vengan a decir que si querés un espectáculo hay que ir al teatro. Es mentira. Pero la mala leche nosotros la dejamos que fluyera, y que se mezclara con lo que supuestamente era la viveza criolla. Mentira. Esto hay que condenarlo.
-¿Y cómo recuperamos el juego? ¿Con buenos jugadores?
-Se recupera teniendo mensajes de los entrenadores. Sobre todo para que los futbolistas reciban esos mensajes para liberarse un poco más. En el sentido de que decididamente tengo la tranquilidad de equivocarme. Hay una dependencia del jugador; se terminaron aquellos temperamentales que discutían hasta lo último con los entrenadores y con sus propios compañeros. La mirada al banco es prácticamente total.
-¿Los jugadores tienen miedo de rebelarse?
-El jugador no se rebela porque entendió que este negocio está tomado desde el empresariado, y el jugador le da más bolilla al empresario que al entrenador. Porque encima se ha perdido todo tipo de pertenencia. El dirigente habla del club, pero lo que menos quiere es tener un club, porque tener un club es un costo y un gasto supuestamente excesivo y hasta innecesario. Eso es una gran mentira, porque con la plata que entra al fútbol, después me dicen que la pileta es la que lo funde. O tener 60 mil socios no sirve, porque después tenés que darle instalaciones para esos socios. Estas entidades sin fines de lucro fueron un bastión de contención durante 100 años. Cuando el fútbol llega y se mete en este volumen de negocios, lo que menos le importa es la gente. Entonces, cuando (Julio) Grondona te dice que el ejemplo a seguir es Boca, no es gratuito. Primero por el éxito, lo cual hay que aplaudir, pero Boca hoy es un equipo de fútbol y un equipo de básquet. Y si querés ser socio de Boca no vas a poder, y si entrás y tenés tarjeta de crédito mejor, y si no pagámelo en Pago fácil. No son boludos cuando logran el objetivo.
-¿Y al sacar al público de la cancha le quitan algo clave?
-Claro, ahora van a dejar afuera a la mitad y te van a acostumbrar que te quedes en tu casa o en el bar. En el bar te podés matar, porque nosotros desgraciadamente socializamos mal, y el que tiene otra camiseta es un enemigo. Y ahí está el mensaje. La guerra, la muerte.
-¿Hasta dónde seguirán castigando al fútbol?
-No hay límite. Pensá que ahora que le dieron más guita los dirigentes están chochos. Nadie pelea por el reparto, que está mal hecho. Acá tener la camiseta de Boca o River representa que tus jugadores valgan un 50 por ciento más que vistiendo la camiseta de Estudiantes. En tres o cuatro años más, Boca y River te sacan 30 o 40 millones de diferencia. Y nadie dice que el contrato se prolongó hasta el 2024 (oficialmente se reconoce hasta el 2014), nadie levantó la voz. Yo te doy los cinco partidos codificados, pero vos me das más años. Mientras llueva plata esto no se para.
-¿Y la violencia no se podrá combatir nunca?
-Antes eran un montón de boludos pesados, que iban al frente y ganaban preponderancia ante otros. Eso le daba la posibilidad de no pagar el micro y de llevar la bandera. Cuando empezaron a ser utilizados políticamente, cuando empezaron a recibir un dinero que ni en el trabajo conseguían, esto se convirtió en una profesión. Ahí metieron lo peor, porque le dieron al sinvergüenza, al ladrón, una profesión. Y nosotros no la condenamos. Si nos cruzamos por la calle al Turu (Oscar) Flores, agarramos al nene y le hacemos sacar una foto. Pero seguimos caminando y a la otra cuadra le sacamos con Alan (Schenkler, uno de los líderes de la barra brava de River). Fijate que (Marcelo) Lombilla (representante de jugadores) tiene más plata que un club, (Gustavo) Mascardi tiene más plata que un club, (Fernando) Hidalgo no sólo tiene más plata, sino que compra equipos de automovilismo.
-¿A los clubes les conviene que haya violencia?
-No creo que les convenga. A la que le conviene es a una parte de la maquinaria. Y los que dicen que lo van a resolver no resuelven nada. Porque no hay decisiones políticas fuertes, porque la política está entongada. Nosotros sabemos quiénes son los barras y sabemos muy bien a quién hay que atacar.
-El rol del periodismo, ¿qué porcentaje de culpa tiene?
-Creo que se perdió el rol fundamental, que es informar. El entretenimiento se lo comió todo. Es todo joda. No hay líneas serias de pensamiento, de debate. Y desde dónde va a haber cuestionamiento. Encima está el que admirás cuando escribe y detestás después porque hace de payaso de otro discutiendo en televisión. No hay referencias. Yo necesito que los intelectuales intervengan, a (León) Rozitchner, ¡que sacuda, viejo!, a (Tomás) Abraham lo mismo.
(entrevista realizada por el periodista Adrián De Benedictus y publicada en el diario “Página 12” del 4 de Agosto de 2007)
(JULIÁN GARCÍA CANDAU, escritor español, y su opinión sobre la violencia en los estadios)
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(GARY LINEKER, ex futbolista inglés, el 4 de Julio de 1990 después perder por penales ante Alemania la semifinal de la Copa del Mundo de 1990)
(PELÉ, opinando sobre Michel Platini, legendario crack galo)
Colo Colo y la sombra de Pinochet
“Vamos a romper, vamos a romper el estadio de Pinochet”, este cántico es el grito de guerra de la hinchada del Universidad de Chile cuando visitan el estadio de su eterno enemigo el Colo Colo. No hace falta bucear mucho en la historia contemporánea para comprobar el excelente mecanismo de propaganda que han constituido siempre los clubes de fútbol en manos de los dictadores. El pan y circo como somnífero ideal para anestesiar a la población y perpetuarse en el poder. Augusto Pinochet hizo de esta práctica uno de los pilares de su “política social”, el resultado fue un Colo Colo cubierto durante años por un velo de duda y desdicha.
El Colo Colo o “Cacique” como se le conoce popularmente es el club más conocido de Chile, el que más aficionados reúne sobre todo entre las clases bajas. Su identificación nacional es una de sus señas de identidad, aún mantiene en su escudo los colores de la bandera de Chile y un indio Mapuche en el centro. Este autentico filón popular no podía pasar desapercibido a los ávidos ojos de Pinochet. El Estadio Monumental, hogar de los sueños del Colo Colo sería la excusa perfecta. El Monumental había sido concebido como la joya que enseñaría Chile al mundo en el Mundial de 1962. Diseñado para albergar 120.000 personas, la obra quedó para siempre inconclusa.
En 1988 Chile estaba convulsionado por el plebiscito que debía dirimir la permanencia como líder del país hasta 1997 o la entrada en vigor la constitución democrática impuesta en 1980. Pinochet vio una oportunidad en la inacabada casa del Cacique. Meses antes del plebiscito ofreció a trescientos millones de pesos a Peter Dragicevic y Eduardo Menichetti antiguos dirigentes del club para acabar el Monumental. Después de todo el dictador ya era presidente honorario del club desde 1976, tras destituir a la directiva y salvar al club de una grave crisis económica al considerarlo patrimonio de todos los chilenos.
El ex presidente Patricio Vildósola cuenta que él le pidió directamente a Pinochet que fuera presidente honorario. “Si otros han sido presidente, don Augusto, por qué usted no”, le dijo. Y finalmente Pinochet aceptó. El resultado de aquel plebiscito no fue favorable a Pinochet, años después la democracia volvía a encontrar su lugar en Chile. La segunda inauguración del Monumental se celebró el siguiente 1989. La sombra de la duda planeó desde entonces como un oscuro estigma sobre los colocolinos.
Como un gemelo de la vergüenza a kilómetros del inacabado Monumental se alzaba sombrío, otro estadio que resumía la cara oscura del régimen. El Nacional de Chile, símbolo del horror, y la tortura. Años antes de que Pinochet interviniese la directiva la directiva colocolina para salvar al club, una comisión de la FIFA inspeccionaba el estadio para autorizar un partido de clasificación del Mundial 74 frente a la U.R.R.S
Cuentan que los gritos de los torturados chilenos ascendían desde los subterráneos de aquella pesadilla en que se convirtió el Nacional, la FIFA vergonzosamente autorizó el partido. Pero esa es otra historia. El Nacional sería el símbolo del horror, el Monumental de la vergüenza por lo que se creía la apropiación del patrimonio sentimental de gran parte de la sociedad chilena.
En 2006 un documental exhibido por el periodista Andrés Ampuero demostraba que aquel dinero nunca llegó. Pinochet lo negó al fracasar en el plebiscito. El Monumental hubo de ser financiado con los fondos de los socios y la venta de un ídolo como el delantero Hugo Rubio “El pájaro”, al Bolonia italiano. A muchos no les interesó conocer la verdad.
El Cacique permanecería asociado para siempre a la dictadura por un país roto por el dolor. La figura de Pinochet se encargó de aparecer ocasionalmente como un espectro de mal agüero en la vida pública del Colo Colo. A las elecciones colocolinas de 1994 entre Dragicevic y Eduardo Menichetti acudía a votar sonriente “Como colocolino estoy muy contento de concurrir a esta elección que considero muy importante”.
Así sobrevivió el Colo Colo los últimos veinte años de su historia, acosado por las hinchadas rivales, y con la sospecha de gran parte de los chilenos, sintiéndose traicionados y viendo mancillado lo que más amaban. Así vivió su afición la consecución de su primera Copa Libertadores en 1991 con los inolvidables Marcelo Barticciotto, Jaime Pizarro, Gabriel Mendoza o Lizardo Garrido. En Diciembre de 2006 moría Augusto Pinochet, semanas después no se celebró ni un minuto de silencio en el Monumental, y el Colo Colo era eliminado por el Chivas en la Libertadores.
La gárgola fantasmal de Pinochet se desprendía por fin del escudo del Cacique.
(artículo del periodista Enrique Vaquerizo, publicado en “Notas de fútbol”, 28/08/08)
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Con un total de 80 goles a favor, el City se erigió como el equipo más goleador entre los 22 equipos participantes de la competición. A pesar de su habilidad para romper las redes rivales, el equipo celeste descendió a la segunda categoría.
Ahora bien, planteada así la situación, uno supone que por lo menos la principal culpa de tal descenso fue su flojísima y desechable defensa. Pues no señores el equipo encajó 77 goles (menos de los anotados); lo que implica una distribución de los goles, tanto a favor como en contra, totalmente desproporcionada.
Lo que hace aún más insólita esta situación es que el Manchester City se presentaba en la competición ¡como el defensor del título!
(ÁNGEL LABRUNA,1918-1983, recordado jugador y técnico argentino, opinando sobre como armar un buen equipo)
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(SALVADOR SADURNI, ex portero del F.C. Barcelona desde 1961 a 1975, en el programa “¿Qué has comido?” de la emisora COM Ràdio, Noviembre 2008)
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No sean malos con el Cóndor Rojas (Samuel Orellana - Chile)
Pidió comprensión. Le dimos la espalda.
Todos queríamos un pedazo de la torta,
un poquito de gloria para peinarnos en la mañana
antes de salir a la oficina.
No me vengan ahora a envolinar la perdiz
ni a darle lecciones a la historia, señores:
la honestidad no encontró silla
en nuestra mesa.
No sean malos con el Cóndor Rojas.
Y el que esté libre de pecado
que se meta la primera piedra
por la raja.
Empiezo por ahí para que se entienda por qué razón este ‘es un juego estúpido para personas inteligentes’.
No suele bastar la suma de algunas características para medir el valor de un jugador. Existen la visión, el sentido del tiempo, la astucia… y, a veces, ese tesoro suele estar escondido en un jugador de apariencia frágil y vulnerable, capaz de ver lo que otros no pueden ni espiar.
(JORGE VALDANO, reflexionando sobre el ex jugador vallisoletano y ex barcelonista Eusebio Sacristán. Párrafo tomado de su libro titulado “Apuntes del balón”)
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(NELSON PEDETTI, ex futbolista uruguayo de Nacional de Montevideo y con un extenso paso por el fútbol chileno, dejando para el recuerdo esta estupenda frase al ser entrevistado por Heber Pinto)
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(NIALL QUINN, Presidente del Sunderland inglés, ocupándose del renunciante entrenador del equipo, Roy Keane, quien dimitió el pasado jueves (4/12) mediante un mensaje de texto)
Segundo tiempo (Carlos Béjar Portilla - Ecuador)
Eso mismo le digo. Si a "Cascarita" se le ocurre cruzarla por la izquierda así, en forma total, era seguro que yo la agarraba de chanfle, pero el otro aflojó y tuvo miedo de driblar en la línea de córner y para no perder el cuero prefirió, el menso, tocar los botines del back centro y los hizo refugiarse en el tiro de esquina. ¡Qué le cuento! Faltaban minutos para terminar y la general era un despelote completo, gritaban y ya invadían el grass para celebrar el empate y sacar a los locales en hombros. Con ese punto ganaban el campeonato. Bien aliviados nos íbamos a quedar, y eso que nosotros veníamos de sostener en Bolivia varias confrontaciones y en Montevideo las ganamos todas, para que vea nomás la experiencia que traíamos como visitantes.
Pero había que ver, los paisanos eran duros y el machete zumbaba en las dieciocho. El referí no decía nada, como que el muy torcuato ya estaba pitando cargado desde que empezó la complementaria y me derribaron un par de veces, a la altura de los veinte y los cuarentidós, cuando entraba embalado; por más que reclamamos, nada, nada. Al ver esto la defensa de ellos se avispó y comenzaron con los fauls descarados, si hasta me sacaron la manga de la camiseta, además que como nueve me tocaba la peor parte y usted siente que las cañoneras se le agarrotan y cuando corre en profundidad a buscar el claro o hace la pared con el interior es como que va con plomo en los botines. Eso siempre pasa a los cuarenta, así que no se puede hacer jugadas de fantasía y que me cache acariciar el cuero, las cascaritas se acaban, se busca el hueco para patear, pero todo se cierra. Ve únicamente defensas por todos lados, de manera que hay que retrasar el balón con las consabidas rechiflas de la general.
Me imagino aquí los nervios de toda la fanaticada oyendo la radio ya casi para finalizar y la vieja esperando que ponga el de honor que también nos hubiera dado el campeonato. En eso lesionaron al zurdo Gobea, cuando hacía una entrada de mucho peligro, arremetiendo por el centro y ya todos coreaban el gol, la bola que viaja al fondo de los piolines, y el referí no pita aplicando la ventaja y hace sonar el silbato sancionando el tanto. Faltaban treinta segundos. Era nuestra victoria y nos pusimos a brincar como niños en la grama. El estadio se derrumbaba de puro silencio, los paisanos se quedaron fríos cuando en eso el arbitro indica el punto en donde se cometió la infracción para que se cobre, anulando así nuestra conquista. Gobea se levantó y corrió como loco a reclamarle y todavía no salíamos de la euforia cuando ya lo había expulsado.
Esto me hace acordar de las finales que jugamos en Bogotá por la Libertadores. Era en el sesenta y dos y el respetable había colmado totalmente las aposentadurías del "Campín" sin dejar claros. Récord de taquilla que pasaba del millón de pesos. Nuestro cartel era fabuloso porque veníamos de cumplir una campaña de puros triunfos. Yo estaba en la cabeza de la tabla, veintidós goles en doce partidos. Gobea y el ñato Santacruz todavía andaban por el banco. Nos entrenaba Pepe Silveira que después se fue al Corinthians y nos impuso el cuatro a tres con un libero adelante, que ése era yo, como nueve, a pesar que algunas veces cambiamos las camisetas para confundir un poco a las defensas. El hecho es que tenían depositadas en nosotros todas las expectativas. En esa vez teníamos poca barra porque fueron pocos los aficionados que pudieron acompañarnos, no como en Guayaquil, un partido antes de la final, cuando la hinchada se venía estadio abajo ya que en los primeros cuarenta y cinco les habíamos metido cinco a los peruanos.
No se olvide que los del Rímac son lo que hay para un desmarque y juegan con profundidad. Perico Cruz era un show pateando desde las dieciocho pero no había nada que hacer, estábamos inspirados y atrás el patucho Carpió no dejaba pasar ni el aire. Comenzamos con el baile, la filigrana, el ballet funcionaba como nunca y nos marcaban el ritmo desde las tribunas batiendo las manos. Dos minutos antes el árbitro dio por finalizado el encuentro, porque el respetable empezó a invadir la cancha para sacarnos en hombros y todo era una locura increíble; las banderas, los pitos, los cohetes, encendieron los periódicos en galería, nos arrancaron en pedazos la celeste y al rato también me quedé sin los botines. Imagínese usted el recibimiento que me esperaba en el barrio. La vieja estaría llorando de pura emoción prendida de los comentarios finales en donde se iba a dar cuenta exacta de los tres goles que me tocaron, sobre todo del segundo que fue una jugada de mucha inspiración.
Vino un centro de la derecha para nadie. Sacó de lateral uno de los muchachos justo sobre mi cabeza, saltamos con el back y me lo llevé largo para bajarla con el pecho, driblar a dos más que se botaron y disparar de zurda al vuelo, bajo y cruzado sobre el parante derecho porque había visto con el rabillo del ojo que el man del arco andaba cazando moscas en el izquierdo. Un partido más y nos llevábamos la Copa. Por eso vino lo de Quito y como le dije era algo bárbaro que dos equipos nacionales se hubieran clasificado pero todos nos daban el mayor chance para el triunfo. Se sabía que los paisanos juegan recio y en cancha propia se creen como cuando le metieron dos a cero al seleccionado de Argentina, pero qué le íbamos a hacer, llevábamos la camiseta, usted sabe lo que son los colores, y teníamos fe absoluta en llevarnos los puntos.
El partido iba a ser de trámite violento por lo que se jugaba y le repito que en el área chica zumbaba la patada, además teníamos miedo de que el referí de puro bandido nos pite un penal en las postrimerías, así que había que jugar limpio abajo, entrándole al cuero con anticipación. Ya le conté cómo nos anularon el gol del zurdo Gobea faltando treinta segundos y estábamos jugando el descuento con el público metido en la cancha cuando un mal rechazo de la defensa permitió desviar la esférica hacia la izquierda en donde el ñato la cogió solo y enfiló potente cañonazo a media altura hasta el mismo fondo de las redes, así fue que nos llevamos la Copa. Ahora, si usted quiere que le cuente el partido que jugamos con Santos en el sesenta, pida media botella más de caña, bríndeme otro trago y verá lo que es candela.
(tomado de "Joyas de la Literatura Ecuatoriana", Círculo de Lectores, 1985, Quito, Ecuador)
Vavá (nacido en Recife) quedó en la historia al ser el primer futbolista en convertir goles en dos finales del mundo consecutivas, y ganar el trofeo.
En 1958 anotó 2 para el triunfo de Brasil en la final ante Suecia por 5 a 2, y 1 gol en la final de 1962 ante Checoslovaquia (Brasil 3 a 1). Pese a esos títulos y a jugar en clubes como el Vasco Da Gama, Atlético de Madrid, Palmeiras, América de México, San Diego, en EEUU, y cerrar su trayectoria, en 1970, actuando para el Portuguesa de su país, tuvo un retiro con poco dinero en su cuenta bancaria.
Para colmo, no le habían hecho aportes jubilatorios y se le hizo difícil sobrevivir. Murió en 2002, a los 67 años, enfermo y angustiado por su situación económica. Para sobrellevar su hogar, su viuda, Miriam, recurrió a subastar la camiseta que utilizó su esposo y todo el equipo de Brasil en la final ante Suecia, en 1958. Una camiseta de color azul, y no la tradicional amarilla de Brasil. Dicha casaca se compró en Suecia, de apuro (los escudos y los números de las mismas se cosieron horas antes del partido), porque apenas unos pocos advirtieron que Suecia llevaba también la casaca amarilla.
Lo cierto es que esa camiseta de Brasil, única en su historia, quedó como una reliquia que a Mirian Netto le sirvió para aliviar su momento económico.
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