1ª parte
2ª parte
3ª parte
4ª parte
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
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Club Sportivo Cerrito, del barrio Montevideano del Cerrito de la Victoria, barrio obrero y laburador si los hay, de gente fuerte, guapa, solidaria y amiga como ninguna, ahí nació Cerrito hace más de 75 años.
Cerrito es sin dudas el club donde realmente su hinchada, su equipo y dirigentes son uno solo, están mancomunados, son lo mismo los tres (equipo, gente y dirigentes) se funden entre si y forman uno solo...
Cerrito conoció todo, es de un barrio muy humilde, estuvo en la “C”, estuvo en la “B” pasó muchas veces por problemas económicos y varias veces para tristeza de su gente tuvo algún año sabático, algún año donde no pudo jugar y tuvo que cerrar las puertas, la última vez fue en el año 2001 donde no pudo participar de la divisional “B”...
Cerrito nunca volvió, por que simplemente nunca se fue. Siempre en los momentos, donde por cuestiones económicas, la verdeamarela no estuvo en las canchas uruguayas, su gente nunca le dio la espalda, sino todo lo contrario. Siempre estuvo y son el motor principal del porqué Cerrito hoy existe.
Un gran amigo del Cerrito dijo hace poco: “este es el único cuadro donde vos le preguntás a un nene de tres años y a un abuelo de 70 que te diga cuál fue el mejor cuadro de Cerrito que vio hasta ahora y te dirán: el Cerrito 2004”... por la sencilla razón que en el 2003 Cerrito logró hacer un cuadro competitivo con la base del segundo semestre del 2002 y obtuvo a fines del 2003 el ansiado ascenso a la primera “A” del fútbol uruguayo.
Cerrito por primera vez logró el ascenso en el año 2003. El 2004 lo encontró en primera “A” del fútbol uruguayo, un sueño único para todo el mundo auriverde, logró el ascenso de forma que parece que lo hubiera armado un fan del Cerri, pero un fanático ¡eh! Se jugó una final contra el otro cuadro del barrio, contra Rentistas, Rentistas si tuviera que definirlo seria un cuadro de gente muy pecho fría que en las difíciles siempre falla...le ganó Cerrito la final de la “B” en el Estadio Centenario por 2 a 1 y dio la vuelta olímpica ante su rival de todas las horas y subió a Primera...
Cerrito no tiene cancha, pero si tiene la tercer hinchada del fútbol uruguayo, después de Peñarol y Nacional, los famosos Gitanos que nunca faltan...
Pensaron todos que Cerrito subía y listo no haría nada en primera. Lo miraban todos con cierto dejo de condescendencia, “el pobre cuadro que llegó un día”... se jugó un campeonato todos contra todos en la primera “A” se jugaron 16 partidos, de los cuales Cerrito ganó 10, perdió 4 y empató 2... eso le permitió sumar 32 puntos y salir segundo atrás de Danubio que siempre de la mano de los jueces llega lejos, pero eso es otra cosa. Lo importante es que Cerrito pasó del infierno al cielo, en resumen, en el 2001 no pudo participar, y en el 2004 es el subcampeón del primer torneo del fútbol uruguayo, una gran hazaña de este hermoso club...
El mellizo Menéndez era el golero. El capitán e ídolo histórico máximo del club y mejor persona “Coco” Benia, el hijo del entrenador Ricardo Moller, Rivero (el que mejor le pega en Uruguay a los tiros libres) y en el otro lateral el Fifi... en el medio un gran jugador como El “Beto” Acosta, un negro bien uruguayo con una habilidad espectacular, dicen que le pegó un baile a Uruguay en un partido amistoso antes de la Copa América que hasta ahora andan arreglándole la cadera a Pouso. Richard Requelme volante de ida y vuelta completito, Martín Trueba muy habilidoso, Júnior un brasileño todo terreno de los brasileños de ahora, pura sangre, Nicolás López que marca y muerde todo y también juega en el fondo cuando se lo necesita, Mauricio Pérez veloz puntero y goleador y otro brasileño Everaldo Ferreira que si le das medio metro de ventaja no lo agarras más, esto mas el entrenador Raúl Moller más algún suplente como el argentino Pablito Russo era Cerrito...
Dos perlitas maravillosas en su primer partido contra un grande en el Estadio Centenario le gana a Nacional 1 a 0, y también le gana a Fénix 2 a 1 con un gol del capitán y símbolo del cuadro como lo es el “Coco” Benia, fue en la segunda fecha y se le gana a un Fénix que estaba en la Copa Libertadores como Nacional... también son famosas las caravanas que hace su gente luego de los partidos cuando el cuadro gana (casi siempre hay caravana que se termina en la sede con los jugadores tomando algo )
Cerrito es una gran familia, y al que me hable mal de Cerrito se arma bardo, Cerrito es único e irrepetible como el sol… ¡Así es el humilde y laburador Cerrito del Cerrito de la Victoria!
(Agradezco a Daniel Ibarra por acercarme este apasionado relato acerca del club de sus amores: Sportivo Cerrito. Muchas gracias Daniel!)
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Un partido de fútbol es la estética de la humanidad condensada en 90 minutos.
El sueño de la alegría entrando en la realidad.
La luz haciéndose color.
La historia estallando en el minuto 21.
Algo infinito desbordando su inmensidad en la existencia cotidiana.
Banderas rojinegras flameando en los corazones. Libertarios.
El rojinegro es un solo color, vibrando y resplandeciendo cuando la alegría logra plenitud.
El juego no es trabajo.
La Lepra es salud.
Entre el infinito y la nada, hay un gol.
Pasión de pasiones. Siempre estuvo y estará.
Un gol, un padre, un hijo.
Algo tan mágico y sencillo como una pelota penetrando en el arco rival hace que las leyes de la física desnudadas por Newton exploten en la alegría colectiva de la hinchada. Gesto humano, desbordante placer ontológico, entristece a unos y alegra a otros. Pero este gol brilla, brilla en su ingenuidad,
1 a 0.
En el juego, como en la Revolución sólo se vence con la creación
En el universo rosarino, el infinito es rojinegro y el límite con la nada auriazul es una estrucutura mucho más compleja que en el resto del cosmos. Se juegue contra quien se juegue, en potrero o en estadio, en pata o con botines, cualquiera sea el lugar del mundo donde jueguen rosarinos, siempre es un partido entre la inmensidad y la pequeñez, siempre es un partido entre Ñuls y los hijos de Génova y Cordiviola.
El juego es creación inesperada e irrepetible.
La lepra es salud.
La alegría es rojinegra.
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Cuántos misterios se entretejían alrededor de aquella vieja que no nos devolvía las pelotas, ¿no?
Éramos tan chicos, y sólo nos importaba jugar a la pelota. No nos interesaba nada más. ¿La tarea? ¿La siesta? ¿Las plantas de la abuela? Naaaah!!!... el fútbol papá… nos interesaba la pelota, el jugar en nuestra calle de tierra, descalzos, con pelota de cuero, de plástico, o en las épocas más pobres, con la pelota de trapo. Incluso existió la pelota de basura, hecha con una bolsa plástica y papel adentro, pero no soportaban más de cinco minutos dentro del campo de juego. ¿Éramos felices? ¡Pero claro que éramos felices! Si nos pasábamos horas jugando, esos partidos interminables que terminaban 32 a 30, y que se daba por terminado porque el sol se había cansado de ser el reflector de nuestro estadio, y se retiraba prometiendo volver mañana, dejando la posta a la noche.
Todo era perfecto, de color de rosas, como en los cuentos de hadas. Todo muy lindo hasta que el balón iba a parar a la casa de “la vieja”. Nadie realmente sabía su nombre, sólo por su apodo, que comúnmente iba acompañado de un insulto, pero eso no va al caso que les cuente.
Había tantas incógnitas en cuanto a aquella señora que dormía la siesta, y que le molestaba cualquier mínimo ruido.
Se decía que era viuda, y que su marido había muerto de una forma misteriosa, que la Justicia la investigó, pero que salió limpia de culpa y cargo. Otros auguraban que en realidad nunca había logrado casarse, que sólo había tenido un novio, el cual estuvo a su lado sólo por conveniencia, quien la habría dejado plantada en el mismísimo altar, y que desde entonces odiaría a la sociedad toda, incluídos los felices niños.
Tantos misterios nos quedaron de esa infancia, tantos misterios sin resolver. Nunca supimos si era cierto eso de que embalsamaba gatos, si es que se veían fantasmas por las noches en su casa, o si tiraba las cartas para ganarse unos pesos extra y llegar a fin de mes.
Eran muchas las creencias y pocas las certezas. Entre las certezas, seguramente estaba el hecho de que si la pelota caía en su terreno ¡Olvidate papá! Tu pelota ya era historia. Podía tener distintos finales, es cierto.
Podía ser regalada a sus nietos, cuando éstos la visitaban una vez por año, seguramente esperando que eso les hiciera creer que era una “vieja buenita” y que la vendrían a visitar un poco más de seguido, obviamente que no lo lograba.
Podía ser que se la dé a los perros, y disfrutar cómo destruía el preciado esférico ante nuestra atónita e impotente mirada.
O el caso más aberrante, podía esperar a que cayera la noche, y entre penumbras, salir a su patio con un cuchillo de carnicero recién afilado en una mano, y la pelota bajo el brazo, arrodillarse en el centro de su jardín, y darle certeros puntazos a la pelota, para herirla de muerte, riéndose muy fuerte… a penetrantes carcajadas… para luego arrojar los restos al patio vecino, que vendría a ser el mío.
Nunca supe bien en qué momento dejé de jugar al fútbol con mis amigos en nuestra calle de tierra, descalzos, con nuestros distintos tipos de balones. Pero desde que dejé la actividad, automáticamente olvidé la existencia de aquella señora.
Lo que fue de ella es un verdadero misterio. A veces creo oír sus carcajadas en plena madrugada, y el sonido del cuchillo atravesando el cuero del balón.
Por todo este sufrimiento que nos dejó traumados de chico, esta señora se merecía ir presa, ojalá algún día la justicia haga algo por chicos como nosotros, que fuimos víctimas psicológicas de esta homicida impune de pelotas de fútbol.
(Mi agradecimiento a Cristian por permitirme subir este cuento a “Los cuentos de la pelota”)
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Admiro la garra charrúa* de los paraguayos.
(FRANCISCO "Murci" ROJAS, futbolista chileno)
*Charrúas: pueblo indígena originario de las tierras del actual territorio del… ¡Uruguay!
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