Tiene un único defecto, como muchos italianos: es demasiado católico.
(RUUD GULLIT, ex futbolista holandés, opinando sobre Silvio Berlusconi)
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
Ante los cambios realizados por Blogger, tiempo atrás, y que afectaron la plantilla de este blog hay textos largos que no se mostrarán totalmente. La solución a dicho inconveniente es hacer click en el título del artículo y así se logra que se muestre el resto de la entrada. Muchas gracias y disculpas por la molestia ocasionada.
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Wolfgang Overath: 62 años de edad, campeón del mundo de fútbol de 1974. Aún tiene esa velocidad en sus acciones, esa prisa apurada, sigue siendo lo que fue: un jugador. Ahora también está solicitado y se le requiere como nunca antes. Overath es el presidente del FC Colonia, un cargo honorífico. "La verdad es que me gusta mucho esta labor", y lo dice como si tuviera que convencer a alguien. "No recibo dinero a cambio. Si me pagaran ya estaría otra vez bajo presión." Y eso reduciría la diversión. Desde su mesa de presidente en su despacho ve directamente los campos de entrenamiento. En realidad el verde del césped debería tener un efecto relajante. La secretaria no está a mano, por lo que él mismo sirve el café. Aún no está sentado del todo cuando ya se lanza: ¿Qué quieres saber?
¿Por qué Alemania dentro de unas semanas será campeón del mundo?
Decir quién será campeón del mundo es increíblemente difícil.
Pero es que esa no es la pregunta: ¿Por qué Alemania será campeón del mundo?
La pregunta debería ser más bien ¿por qué tenemos alguna posibilidad de ser campeones del mundo? Pues porque jugamos en casa, porque en Alemania vamos a vivir una Copa Mundial con emociones fuertes. Yo espero que el público sea el jugador Nº 12, debe serlo para que la ilusión llegue a impregnar el equipo. Brasil, Argentina, Francia, Italia e Inglaterra son los favoritos. Pero nosotros también podemos vencer a Brasil cualquier día de éstos. Nosotros no podemos vencerles tres veces seguidas, pero sí una vez. ¿Y si esa vez fuese la semifinal o la final?
¿Qué es lo que se despierta en uno cuando recuerda la victoria en la Copa Mundial con un 2:1 en la final contra Holanda?
En 1970 fui tercero en la Copa Mundial de México, tras el partido del siglo contra Italia (perdido 3-4 en la prórroga). ¿Y todo lo que tuvimos que sufrir en la final de la Copa Mundial de 1966 con el "gol fantasma de Wembley"? Éstos fueron éxitos grandiosos y fue una gran aportación al fútbol alemán. Pero todo eso no es nada comparado con el título de campeón del mundo, ése es para la eternidad.
Sin embargo, antes de la Copa Mundial las cosas no pintaban tan bonitas para el jugador Overath.
Yo ya tenía 30 años y la temporada no me resultó nada fácil. Y tras la excepcional Eurocopa de 1972 estaba bastante claro que Günter Netzer jugaría en mi posición. A menudo llegué a pensar: Wolfgang, retírate. Pero durante la concentración de preparación en el campamento deportivo de Malente de repente todo volvía a funcionar a la perfección. Y con cada partido ansiaba más y más al gran objetivo de ser campeón del mundo.
¿Y cuando finalmente lo consiguió?
Cuando el árbitro, creo que se llamaba Taylor, dio por terminado el partido me llenó una sensación de felicidad absoluta: Había alcanzado la coronación definitiva. El hecho de que las esposas de los jugadores no pudieran asistir al banquete de celebración de la Copa Mundial en realidad ya ni me interesaba. En ese momento de felicidad indescriptible tomé una decisión totalmente racional: Wolfgang, llegado a esta cima debes retirarte como jugador de la selección nacional. Un campeón del mundo se hace inmortal.
¿A qué se debe el valor especial del título?
La gran diferencia es que, si has sido segundo o tercero, la gente lo olvida rápidamente. ¿Quién sabría decir hoy la alineación de la final de la Copa Mundial de 1966? Pero cuando has ganado una final, entonces eres inmortal. Y del título también vives en el futuro y tienes muchas ventajas, más allá del fútbol.
¿Qué consejo se le podría dar a los jugadores actuales para la Copa Mundial?
Tienen que intentar ir con ganas y con ilusión al torneo, para tener a la gente de su lado. Y tienen que luchar hasta la extenuación. Así gana el fútbol y también gana uno mismo como jugador. No hay meta más alta que la Copa Mundial.
Después del “milagro de Berna” de 1954, ¿Alemania necesita ahora un “milagro de Berlín”?
En aquel momento, el título aportó mucho a Alemania. De aquellas no éramos lo que somos hoy en día. Incluso deportivamente no teníamos nada que hacer frente a los poderosos húngaros. Y aún así lo conseguimos. Eso generó entre las personas un aumento de la autoestima para la reconstrucción tras la guerra. El fútbol, siempre algo secundario, se convirtió en lo principal.
A parte del dinero, ¿el jugador Overath habría preferido jugar en la actualidad a hacerlo en los años 60 y 70?
El dinero: Ya de aquellas ganaba mucho dinero. Y no quisiera prescindir de ninguno de aquellos días. Pero sí que me habría gustado jugar de aquellas y en la actualidad. Me gustaría seguir siendo joven. Y es que el fútbol ha adquirido tal fuerza, una dimensión impresionante. Basta con ver los muchos estadios increíbles. Sí, sí que me gustaría tener otra vez 20 años. Pero tengo que agradecer a Dios que me haya dado el talento que tengo y que me haya puesto en el lado soleado de la vida: en lo privado, en lo deportivo y en lo económico. Yo nací en el seno de una familia modesta, como el más joven de ocho hermanos. Desde muy pronto consideré el fútbol como una oportunidad para no tener que sufrir tanto como mis padres. Por Dios, si es que he tenido una suerte increíble.
¿Qué piensa una antigua superestrella y actual presidente de un club cuando un joven futbolista con cualidades más bien modestas exige un salario millonario?
Pues sí que es difícil cuando uno proviene de una época con otra relación con el dinero. Voy a dar un ejemplo: El FC Colonia tiene una solvencia excelente. Podríamos obtener en cualquier momento 30 millones de un banco para invertir el dinero en jugadores para que al final tal vez no tengamos un éxito considerable. Pero ese no es mi mundo, sería incapaz de hacer algo así. Aquellos que tengan ese tipo de mentalidad lo tienen difícil.
Atlético y rápido: El fútbol moderno
Si comparamos la época de 1974 con la actual: ¿Hasta qué punto ha cambiado el fútbol?
Ya en 1974 pensábamos que los medios de comunicación lo ponían todo patas arriba. Y eso que comparado con hoy no era nada. El fútbol ocupa una posición de primera. Desde hace dos meses todo gira en torno a la Copa Mundial.
¿Y táctica y técnicamente?
Yo aún viví la época en la que había un medio centro, el escoba. Éste se convirtió en el defensa libre. El libre fue sustituido por la cadena de cuatro. Hoy en día hay una mayor variabilidad en el juego y los esquemas no son tan rígidos como antes. El juego es ahora mucho más rápido y está marcado por la fuerza. Ya no queda tiempo para la técnica. Hoy en día, los que sean algo más lentos ya no tienen posibilidad alguna.
¿Y jugadores como Netzer o Beckenbauer?
Con el nivel de aquellas no podrían jugar hoy ese papel tan dominante. Aún así, con el entrenamiento actual serían igual de sobresalientes gracias a su capacidad futbolística. Pero han cambiado muchas cosas. A los equipos les faltan las grandes figuras como en los años 70: Pelé, Riva, Rivera, Bobby Charlton, Franz Beckenbauer. Cada equipo tenía jugadores destacados. Estos jugadores le sentaron bien al fútbol. Hoy en día, a fin de cuentas, el juego se presenta con fuerza, atletismo y tensión.
Bajo el seleccionador nacional Sepp Herberger la generación del 54 eran amigos. En 1974, Günter Netzer y Wolfgang Overath en la pugna por el puesto de director del equipo fueron más bien enemigos, ¿no?
Pues no. Nosotros supimos diferenciar entre la rivalidad en el campo y la vida privada. Siempre tuvimos una muy buena relación. Y eso sigue así en la actualidad. Pero la filosofía de 1954 sigue siendo posible incluso hoy. Simplemente la realidad es otra. Seré capaz de formar un auténtico equipo si estoy dispuesto a hacer todo por el otro. Si es así, el resultado de lo que se consiga será el mismo que en 1954.
(entrevista del periodista deportivo alemán Wolfgang Golz, previa al Mundial de 2006)
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Corría el año de 1979. Para mí, literalmente corría: me escapaba del colegio (corriendo, tras escabullirme por un hueco del alambrado), me fugaba de la casa de mis padres (corriendo por la bajada de los Cóndores, en las alturas de Chaclacayo), huía de mi soledad (corriéndomela).
Yo tenía entonces 14 años y ya algunos desengaños.
Una mañana de invierno me marché de la casa de mis padres. No era la primera vez, no sería la última. Llevaba conmigo una vieja maleta de mi abuelo. Antes de huir, confundí en ella una radio portátil, revista de fútbol, una foto estragada de Farrah Fawcett y algo de ropa.
Qué hubiera sido de mí en esos años sin Pocho y Farrah Fawcett. Pocho me acompañaba en la radio todas las noches (Ovación de radio El Sol; un Perú en sintonía), a Farrah Fawcett la amaba, afiebrado, con una mano. El gordo era mi amigo del alma; la rubia, mi amante furtiva (y en este caso fugitiva).
Escondido en un modesto hotel del centro de Lima, leí en la prensa que Cristal jugaría ese fin de semana en Huancayo. No lo dudé: fuí a la estación de Desamparados, compré un boleto y viajé en tren a Huancayo. Mentiría si dijera que el viaje fue una paliza. Una guapa estudiante de la Católica, que me invitó cigarrillos y me permitió recostarme en sus piernas y acaricio mi aturdida cabeza, me enseñó que es posible encontrar ternura y belleza en un tren de madrugada a la sierra.
Yo todavía no era hincha de nadie. No quería ser de la “U”, tampoco del Alianza. Desde chico me he resistido (es un instinto que agradezco) a estar en las mayorías. Veía con simpatía al Muni y a Cristal. Me gustaba que fuesen equipos marginales, minoritarios.
Tal vez me sentía más cerca del Muni, por que ciertas tardes después del Colegio de regreso a Chaclacayo, me trepaba a los muros del Hebraica y lo veía entrenar.
Cristal era entonces una causa perdida. A mí siempre me han gustado las causas perdidas.
Ese domingo en el estadio de Huancayo fuí uno de los treinta o cuarenta entusiastas que, agitando banderas, golpeando bombos, y fatigando las gargantas, afirmamos a viva voz, sobre los crujientes bancas, nuestra (desolada) pasión por Cristal.
Conocí aquella tarde que no siempre goles son amores: a veces, si los gritas allá arriba, en la montaña, son también soroches.
Borracho de alegría (aunque no solo de alegría), pasé esa noche procurando inútilmente alguna forma de comercio verbal con dos alemanes que, del todo indiferentes a mis ardores futboleros, fumaban, taciturnos, una pipa de marihuana.
Por supuesto, no podía faltar al siguiente partido de Cristal, Habría sido un crimen perderme los desplantes del Loco Quiroga, las operaciones sin anestesia del Panadero Díaz, la aérea elegancia del Gran Capitán, el zig zag del Trucha, la zurda astuta del Ciego y sobre todo, el arte muy peruano de Cachito, que consistía, bien se sabe, en despreciar los goles fáciles (pelota reventada a la tribuna), para sólo convertir los imposibles.
La cita fue en el Nacional de Lima contra la “U”. Compré entrada en la tribuna Oriente para estar con la despoblada barra de Cristal, pero, sobre todo, porque no me alcanzó la plata para comprar Occidente.
Me veo ahora sentado en una banca de Oriente Alta, apretujado, comiendo incontables barquillos, la radio a pilas encendida en Ovación, la voz risueña de Pocho recorriendo como un eco el estadio, los olores recios a fritangas, café y maní, las manos rojas de aplaudir.
Cuando Percy metió el primer gol, un hombre obeso, en guayabera, que había estado observándome sentado en las gradas, me cogió del brazo y, en medio del griterío, me dijo al oído:
- Soy policía, Mejía de la PIP. Vengo contratado por tu viejo. Andaba buscándote. Vamos, tengo que llevarte a tu casa.
Le rogué que me permitiera ver el partido. Se negó, siempre agarrándome del brazo. Tenía que cumplir su papel de duro. Bajando las escaleras, esquivando riachuelos de orina, insistí:
- Ya pues, hermano. Sé buena gente, que te cuesta. Vemos el partido y nos vamos.
En ese momento, las tribunas rugieron gol. Era obvio, por el estruendo de los festejos, que la U había metido ese gol.
- Mierda, nos empataron - dijo Mejía, olvidando sus tareas de sabueso, delatando su pasión por Cristal.- Vamos, corre -añadió, y trepó de dos en dos las pestilentes escaleras, de regreso a la tribuna.
El fútbol tiene esa magia: suspende la realidad, suprime, aunque sólo sea por noventa minutos, las contrariedades y amarguras que a todos nos son inevitables, inventa un mundo propio, donde, por lo general, prevalecen la destreza, el arrojo, la armonía (pero en el cual, como en la vida, no siempre ganan los buenos).
Mejía y yo nos sentamos en las gradas porque mi sitio ya había sido ocupado. Cuando Cristal metió el segundo gol, Mejía saltó, gritó como un oso, exhibió sin pudor su condición de fanático.
Yo no me alegré tanto. Estaba pensando en lo que me esperaba en casa de mis padres después del partido. Pero fue con el tercer gol de Cristal cuando Mejía enloqueció de alegría, me disolvió en un abrazo virulento y, sometiéndome al severo olor de sus axilas, gritó conmigo, como un niño:
- ¡Gol, carajo, Gol!
Saltaba a la vista (literalmente saltaba) que Mejía era un hincha de los que lloran cuando pierde su equipo.
Esa noche Cristal ganó tres a uno, y Mejía me llevó a Chaclacayo. En el camino, media hora de huecos y camiones, sólo hablamos de fútbol, Pocho en la radio comentando y entrevistando desde camerinos (Oye, Panadero, ahora que han ganado, ¿me vas a invitar por fin el cebiche que me debes?). Al despedirnos, Mejía me abrazó con la complicidad de la victoria.
- Nos vemos en el estadio el próximo domingo- me dijo.
Mi padre abrió la puerta. No levantó la voz ni me hizo reproches. Más bien me sorprendió:
- Sabía que ibas a ir al estadio.
Entré en la cocina. Mi madre me esperaba con algo de comida. Me abrazó, resignada ya a mis fugas y desvaríos.
- ¿Estás bien? - me preguntó.
- Si -le dije-, Ganó Cristal.
Todo estaba bien, en efecto. Había olvidado mi radio a pilas en el estadio y mi foto de Farrah Fawcett en el hotel, para no mencionar el penoso regreso a la casa de mis padres, pero la certeza de saberme hincha de Cristal compensó sobradamente esos percances.
A Mejía lo volví a ver en el estadio. Llevaba consigo una radio a pilas que, estoy seguro, era la mía.
(tomado del libro "No se lo digas a nadie")
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Nacido en Luque, Paraguay, el 28 de Agosto de 1960, Julio César Romero, "Romerito" es sin dudas una de los mejores jugadores que ha dado el fútbol paraguayo.
Inició su carrera, en la que alternó los puestos de extremo derecho y centrodelantero, en la Cuarta Especial del Sportivo Luqueño en 1976.
Romerito abrazó el fútbol ante la insistencia de su padre y luchó contra la tradición de su país de formar zagueros convirtiéndose en un volante de gran habilidad y excelente visión de juego.
Su buena actuación en el Sudamericano Juvenil de 1979, ya consolidado, mostró lo que sería capaz de hacer por el fútbol guaraní, actuación que luego se trasladó a la selección mayor con la que ganó la Copa América, ese mismo año.
Japón lo vio por primera vez cuando llegó con su selección al Mundial Juvenil de 1979, torneo que encumbró a un joven Diego Armando Maradona y que dejó a “Romerito” como segundo goleador del certamen.
En 1980 pasa al Cosmos de Estados Unidos coincidiendo con el primer intento serio de establecer una liga profesional de fútbol en ese país y donde tuviera de compañeros a figuras de la talla de Giorgio Chinaglia, Carlos Alberto, Wim Rijsbergen, Johan Neeskens y Franz Beckenbauer.
Tras tres años en ese incipiente fútbol, marcha luego al Fluminense brasileño en el que, entre 1984 y 1988, ofreció lo mejor de su carrera, proclamándose campeón de la Copa de Brasil en 1984 y recibiendo el Balón de Oro como mejor jugador sudamericano en 1985. Es ídolo indiscutido en el Fluminense y único jugador paraguayo elegido entre los mejores 125 futbolistas por la FIFA.
En 1988 fichó por el Barcelona, avanzada la Liga española y de una forma curiosa. Johan Cruyff, por entonces entrenador barcelonista, solicitó su contratación con urgencia ante la falta de delanteros, y le hizo debutar, apenas había bajado del avión, en el Estadio “Santiago Bernabéu” frente al Real Madrid, siendo este paso por la entidad culé tal vez el mayor fracaso de su carrera. Su desastroso debut ante el Madrid, que provocó todo tipo de burlas por parte de la afición merengue a los azulgrana durante años así como su notoria falta de adaptación al fútbol español, propiciaron su marcha al Puebla mexicano en 1990
En Enero de 1998, con 40 años de edad, regresó a los terrenos de juego tras haber fichado por su antiguo equipo, Sportivo Luqueño, que le viera nacer futbolísticamente, donde deja el fútbol activo para dedicarse de lleno a la vida política.
Tras ser Concejal de la ciudad de Luque de 2001 a 2006 se plantea un futuro en la política e incluso anhela llegar a ser Presidente de Paraguay, puesto por el que seguramente tendrá que competir con otro paraguayo de inmenso temperamento: José Luis Chilavert. El iracundo ex arquero de la selección paraguaya de fútbol que ha expresado muchas veces su intención de postularse como presidente de la República: “Jamás votaría por Chilavert. Necesitamos gente seria y él no es serio. Habla mucho”, señala en tono concluyente Romero.
Confeso admirador del General Alfredo Stroessner (1912-2006), el ex dictador paraguayo que enfrenta la acusación de haber formado en los 70, con Pinochet de Chile y otros militares de la época, parte de la “Operación Cóndor” para perseguir y matar a opositores de esos regímenes: “Después de que Stroessner salió todo se vino abajo. Lo que dicen de él son sólo mentiras”, dice “Romerito” abriendo la polémica en su país.
“Los políticos de nuestro país están destruyendo Paraguay y ya es hora que entremos a trabajar. Yo lo hice como concejal en mi ciudad, Luque, muy cerca a Asunción. Allí estamos en medio de un pueblo orgulloso de sus costumbres, pero que necesita ayuda social para la educación y el combate contra la pobreza”, declaró.
“Quiero educar a los niños en los valores de la vida a través del deporte. Allí debemos comenzar para cambiar el futuro del país. Proyecto torneos de fútbol, vóley, concursos de canto, poesía, dar becas de estudio y hasta fomentar intercambios de niños entre Paraguay y Japón. Hablo de unos 50.000 dólares por única vez porque tenemos capacidad para después autogestionarnos y vivir con nuestros propios recursos”, asegura este ex jugador que vive en el corazón del pueblo paraguayo como futbolista y de quien aguardan ahora, esperanzados, respuestas de este personaje humilde y sencillo con innegable vocación de político.
Trayectoria
* 1977-1980: Sportivo Luqueño (Paraguay)
* 1980-1983: New York Cosmos (USA)
* 1984-1989: Fluminense (Brasil)
* 1989: FC Barcelona (España)
* 1990: Puebla (México)
* 1991: Sportivo Luqueño (Paraguay)
* 1992: Club Olimpia (Paraguay)
* 1995: Deportes La Serena (Chile)
* 1995: Club Cerro Corá (Paraguay)
* 1996- 1998: Sportivo Luqueño (Paraguay)
Títulos
* Campeón de los Estados Unidos: 1980, 1982 (con el New York Cosmos)
* Campeonato Carioca: 1984, 1985 (con Fluminense)
* Campeonato Brasileiro: 1984 (con Fluminense)
* Tournoi Int'l de Paris: 1987 (con Fluminense)
* Torneo República: 1992 (con Olimpia)
* Copa América: 1979 (con Paraguay)
Villoro dibujó una porción de la infancia en su libro "Dios es redondo". Es ahí donde el fútbol se produce realmente como acontecimiento cultural relevante.
Proponer, probar y sostener la tesis de que fútbol es cultura precisa, en primer lugar, de una definición acertada del término "cultura", para lo cual el sentido común indica acercarse al diccionario. Arrimémonos entonces, ¡oh temerarios!, al camposanto de la RAE, y destaquemos la tercera acepción empleada: "f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.".
Vaya, al parecer "cultura" lo abarca todo -¡incluso el "etc."!- para los académicos de sillón, certeza significativa que en la realidad no hace más que amplificar una ambigüedad que poco colabora a la hora de desanudar la humilde tarea aquí emprendida.
Leído lo leído, podríamos ser más responsables y acudir a Lévi-Strauss, que en su Antropología estructural señala que "la cultura no consiste sólo en formas de comunicación que le son propias, como el lenguaje, sino sobre todo en reglas aplicables a toda clase de juegos de comunicación".
¡Por fin un académico en movimiento que asocia cultura a juego!
Al hilo del pensamiento del gran Claude, que nos ha obsequiado un balón de gol para, como metaforizaría Menotti, "pasárselo a la red", elaboremos una definición desde el potrero, es decir, desde esa porción de infancia dibujada felizmente por Villoro en Dios es redondo, aquel reino primigenio en el que "bajo una lluvia oblicua o un sol de justicia alguien anota un gol como si matara un leopardo". Entendamos pues la "cultura" como la capacidad que tiene el ser humano, armado de voluntad y poder, de afirmar el yo construyendo algo donde nada se oía, estadio al que por supuesto debe estarle prohibida la entrada a cualquier tipo de billete de compraventa.
Así definida, la cultura se juega en el aprendizaje de una soledad propia que nos permita relacionarnos con la conquistada entereza de los demás, fabricando, en el caso que nos ocupa, un balón hecho de calcetines anudados, una portería con dos montoncitos de arena, un larguero celeste a la altura del azar...
Del mito al rito (y viceversa)
Habitualmente se relaciona el fútbol con un sinnúmero de conceptos vinculados a la Cultura, escrita con mayúscula. Emulando al Diego, que tenía ojos en la nuca, echemos un vistacillo panorámico al verde césped para, como Él solía, hacer fácil lo difícil con la cabeza levantada y la pelota pegada al pie.
Siguiendo al genio de Durkheim, el eminente pensador Norbert Elias asegura con conocimiento de causa, en Deporte y ocio en el proceso de la civilización, que resulta un hecho sociológico de primer orden comprender que numerosos deportes hundan sus raíces en la religión, y que es preciso recordar que "nunca ha existido sociedad humana sin algo equivalente a los deportes modernos". En esta línea, ahora que está sentado a la vera del Señor, el extrañado Manuel Vázquez Montalbán podrá corroborar las impresiones que en la tierra vertió asociando, en Fútbol. Una religión en busca de un Dios, el fútbol con la religión laica más cuidadosamente fabricada por el sistema; reflexiones que, como a todos los amantes del padre de Carvalho, habrán influido entre otros a Enric González cuando comenzó y terminó de trazar, a base de pinceladas y de patadas, de catenaccio y apuestas ilegales, el ajustado mapa de una disparatada Italia en "Historias del calcio".
Para Vicente Verdú, que en Fútbol. Mitos, ritos y símbolos disecciona, con el poético escalpelo al que nos ha generosamente acostumbrado, todo aquello que nos regala y que nos vende el fútbol, "los equipos de una ciudad o de un país actúan como figuras totémicas". En sus páginas ni siquiera se salvan de la quema las porterías, cuando apunta por ejemplo que "un poste quemado es, en la tradición primitiva, el símbolo de la muerte y los postes de las porterías de fútbol se han cubierto tradicionalmente, para aumentar su visibilidad, con un zócalo de cuarenta centímetros de pintura negra: la marca de haber ardido". Dirá a su vez Verdú que, entre el saludo de manos inicial de los jugadores y el intercambio final de camisetas, transcurre la liturgia del partido, atrapado entre dos ritos que "depauperan su categoría de acontecimiento".
Por otra parte, en numerosos textos encontramos análisis que indican que el futbolista de hoy se ha convertido en la resurrección, vivita y coleando, de antiguos héroes mitológicos, o que el balón rodando -"brújula siempre estropeada que tiene las propiedades del imán y del chupete", como alguna vez me gustó escribir- actúa como un laberíntico hilo de Ariadna que sobrevuela la siempre compleja relación transferencial entre padre e hijo.
Sin embargo, es en el interior del juego del fútbol donde, en definitiva, se decide su ser cultural; es al abrigo de sus entrañas donde tenemos que descender, ¡oh valerosos!, para encontrar esa cultura que se escribe con minúscula y que así se transforma en cercana, en posible, en nuestra. Porque, como avisa Joyce Carol Oates en su obligatorio Del boxeo, "es el ser ancestral y perdido lo que se busca, por vanos que sean los medios. Como esos residuos de sueños de la niñez, que año tras año continúan eludiéndonos sin ser nunca abandonados, y mucho menos despreciados".
Y en las entrañas de la vida está la infancia.
Del juego a la vida (sin viceversa)
En el ámbito del potrero la inocente picardía no se ha transmutado, ¿aún?, en malicia industrializada. Quizás queriendo irse por esta misma banda y expresar un deseo nada pueril, en "La identidad de los clubes de fútbol", magnífico artículo incluido en Cultura(s) del fútbol, un sagaz Galder Reguera se atreve con todo(s) para desmentir la trivial, la peligrosa asociación que suele hacerse entre el fútbol y la guerra, sentenciando por toda la escuadra: "El fútbol es diametralmente opuesto a la guerra. Por más que determinados equipos se entiendan como enemigos irreconciliables, no hay en ningún caso un anhelo de desaparición del otro. Sin él, no hay partido. El mismo acontecer del juego parte necesariamente de la base de la consideración de igual a igual entre los contendientes, aun cuando se formulen como enemigos irreconciliables".
De este modo, es en el interior de la infancia donde el fútbol se produce realmente como juego, como acontecimiento cultural relevante. Es alegría y risa, propiedad exclusiva del homo ridens que describiera Aristóteles; es libertad y misterio, propiedad intransferible del homo ludens que atrapara Huizinga en Homo ludens. El juego y la cultura. "Así jugado, el fútbol cristaliza -diría el fantasista Dante Panzeri, que en “Fútbol, dinámica de lo impensado” nos pone el centro en la cabeza- como "la más perfecta introducción al hombre a la lección humana del cooperativismo, ya que una de las leyes naturales del fútbol que más hermoso lo hace es aquella de que todos necesitan de todos y nadie puede subsistir por sí solo".
Cuando se juega desde las entrañas el fútbol, consumado arte del imprevisto por sobre todo los previstos, nos recuerda al maravilloso juego de Alicia, donde "el terreno de juego era un campo surcado de ondulaciones, las bolas de croquet eran erizos vivos, tan vivos como los pájaros flamencos que con sus largos cuellos hacían las veces de mallos". Se trata -corramos antes del final de este encuentro a por el balón de oxígeno y sabiduría que Gilles Deleuze nos pasa al vacío en Lógica del sentido- de un juego "ideal" en el que "no hay sino victorias para los que han sabido jugar, es decir, afirmar y ramificar el azar, en lugar de dividirlo para dominarlo, para apostar, para ganar; un juego que sólo está en el pensamiento y no tiene otro resultado sino la obra de arte".
Cher Gilles: ese juego está en el pensamiento, en la obra de arte
... y en el potrero y la infancia (que son lo mismo).
(artículo de Pablo Nacach, sociólogo y escritor español, en Diario "El País" de España del 31 de Mayo de 2008)
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Somos treinta niños maduros jugando a la pelota:
encantamiento puro, el sol en los pies.
Peleamos en un baile fraternal, y sin embargo duro.
Olímpicamente desorientados sabemos soportar
la fortuna o la desgracia de las artes que inventamos:
el arabesco del cuerpo, la talud interrogada
por el combado pelotazo de engañoso destino,
el tiro suelto al viento en su dulce geometría.
la mano que se deshace desencajada y grotesca en el vértice
del arco contra el suelo, la frente que desvía
un rumbo inexorable,
el músculo empeñado en la intención cristalina
el arabesco perfecto, inútil pero radiante.
Fútbol: dolor y fiesta,
la perfección dormida sobre el pecho del pie
de repente se yergue y se cumple y florece:
es el corazón viajando por el trayecto
del sol en el viento
la delicada esfera, la indomable, la rosa.
Somos treinta jugando
concentrados desde la víspera.
Frecuentemente llueve,
cuando llega la tarde de los sábados:
pero nunca falta el sol en el campo.
Sentados aquí en Gávea,
los ángeles se divierten con esta arquitectura
de impecables lances malogrados.
Los treinta somos
un solo niño tras la infancia
que nos llega rodando,
resplandeciente,
traída a nuestra alma
a lo largo del césped de la tarde.
Somos humildes,
no tenemos nuestros nombres en boca
de la multitud.
Pero la mano de nuestros hijos encuentra
más confiada y más suave
nuestra mano, mano de treinta,
cuando,
olímpicamente fatigados,
volvemos a ser los hombres
que somos.
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