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España mira hacia afuera cuando dentro tiene futbolistas espectaculares.

(PABLO AIMAR, futbolista argentino, en revista "Fútbol Life", Agosto 2007)

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Juego y cultura


Villoro dibujó una porción de la infancia en su libro "Dios es redondo". Es ahí donde el fútbol se produce realmente como acontecimiento cultural relevante.

Proponer, probar y sostener la tesis de que fútbol es cultura precisa, en primer lugar, de una definición acertada del término "cultura", para lo cual el sentido común indica acercarse al diccionario. Arrimémonos entonces, ¡oh temerarios!, al camposanto de la RAE, y destaquemos la tercera acepción empleada: "f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.".

Vaya, al parecer "cultura" lo abarca todo -¡incluso el "etc."!- para los académicos de sillón, certeza significativa que en la realidad no hace más que amplificar una ambigüedad que poco colabora a la hora de desanudar la humilde tarea aquí emprendida.

Leído lo leído, podríamos ser más responsables y acudir a Lévi-Strauss, que en su Antropología estructural señala que "la cultura no consiste sólo en formas de comunicación que le son propias, como el lenguaje, sino sobre todo en reglas aplicables a toda clase de juegos de comunicación".

¡Por fin un académico en movimiento que asocia cultura a juego!

Al hilo del pensamiento del gran Claude, que nos ha obsequiado un balón de gol para, como metaforizaría Menotti, "pasárselo a la red", elaboremos una definición desde el potrero, es decir, desde esa porción de infancia dibujada felizmente por Villoro en Dios es redondo, aquel reino primigenio en el que "bajo una lluvia oblicua o un sol de justicia alguien anota un gol como si matara un leopardo". Entendamos pues la "cultura" como la capacidad que tiene el ser humano, armado de voluntad y poder, de afirmar el yo construyendo algo donde nada se oía, estadio al que por supuesto debe estarle prohibida la entrada a cualquier tipo de billete de compraventa.

Así definida, la cultura se juega en el aprendizaje de una soledad propia que nos permita relacionarnos con la conquistada entereza de los demás, fabricando, en el caso que nos ocupa, un balón hecho de calcetines anudados, una portería con dos montoncitos de arena, un larguero celeste a la altura del azar...

Del mito al rito (y viceversa)

Habitualmente se relaciona el fútbol con un sinnúmero de conceptos vinculados a la Cultura, escrita con mayúscula. Emulando al Diego, que tenía ojos en la nuca, echemos un vistacillo panorámico al verde césped para, como Él solía, hacer fácil lo difícil con la cabeza levantada y la pelota pegada al pie.

Siguiendo al genio de Durkheim, el eminente pensador Norbert Elias asegura con conocimiento de causa, en Deporte y ocio en el proceso de la civilización, que resulta un hecho sociológico de primer orden comprender que numerosos deportes hundan sus raíces en la religión, y que es preciso recordar que "nunca ha existido sociedad humana sin algo equivalente a los deportes modernos". En esta línea, ahora que está sentado a la vera del Señor, el extrañado Manuel Vázquez Montalbán podrá corroborar las impresiones que en la tierra vertió asociando, en Fútbol. Una religión en busca de un Dios, el fútbol con la religión laica más cuidadosamente fabricada por el sistema; reflexiones que, como a todos los amantes del padre de Carvalho, habrán influido entre otros a Enric González cuando comenzó y terminó de trazar, a base de pinceladas y de patadas, de catenaccio y apuestas ilegales, el ajustado mapa de una disparatada Italia en "Historias del calcio".

Para Vicente Verdú, que en Fútbol. Mitos, ritos y símbolos disecciona, con el poético escalpelo al que nos ha generosamente acostumbrado, todo aquello que nos regala y que nos vende el fútbol, "los equipos de una ciudad o de un país actúan como figuras totémicas". En sus páginas ni siquiera se salvan de la quema las porterías, cuando apunta por ejemplo que "un poste quemado es, en la tradición primitiva, el símbolo de la muerte y los postes de las porterías de fútbol se han cubierto tradicionalmente, para aumentar su visibilidad, con un zócalo de cuarenta centímetros de pintura negra: la marca de haber ardido". Dirá a su vez Verdú que, entre el saludo de manos inicial de los jugadores y el intercambio final de camisetas, transcurre la liturgia del partido, atrapado entre dos ritos que "depauperan su categoría de acontecimiento".

Por otra parte, en numerosos textos encontramos análisis que indican que el futbolista de hoy se ha convertido en la resurrección, vivita y coleando, de antiguos héroes mitológicos, o que el balón rodando -"brújula siempre estropeada que tiene las propiedades del imán y del chupete", como alguna vez me gustó escribir- actúa como un laberíntico hilo de Ariadna que sobrevuela la siempre compleja relación transferencial entre padre e hijo.

Sin embargo, es en el interior del juego del fútbol donde, en definitiva, se decide su ser cultural; es al abrigo de sus entrañas donde tenemos que descender, ¡oh valerosos!, para encontrar esa cultura que se escribe con minúscula y que así se transforma en cercana, en posible, en nuestra. Porque, como avisa Joyce Carol Oates en su obligatorio Del boxeo, "es el ser ancestral y perdido lo que se busca, por vanos que sean los medios. Como esos residuos de sueños de la niñez, que año tras año continúan eludiéndonos sin ser nunca abandonados, y mucho menos despreciados".

Y en las entrañas de la vida está la infancia.

Del juego a la vida (sin viceversa)

En el ámbito del potrero la inocente picardía no se ha transmutado, ¿aún?, en malicia industrializada. Quizás queriendo irse por esta misma banda y expresar un deseo nada pueril, en "La identidad de los clubes de fútbol", magnífico artículo incluido en Cultura(s) del fútbol, un sagaz Galder Reguera se atreve con todo(s) para desmentir la trivial, la peligrosa asociación que suele hacerse entre el fútbol y la guerra, sentenciando por toda la escuadra: "El fútbol es diametralmente opuesto a la guerra. Por más que determinados equipos se entiendan como enemigos irreconciliables, no hay en ningún caso un anhelo de desaparición del otro. Sin él, no hay partido. El mismo acontecer del juego parte necesariamente de la base de la consideración de igual a igual entre los contendientes, aun cuando se formulen como enemigos irreconciliables".

De este modo, es en el interior de la infancia donde el fútbol se produce realmente como juego, como acontecimiento cultural relevante. Es alegría y risa, propiedad exclusiva del homo ridens que describiera Aristóteles; es libertad y misterio, propiedad intransferible del homo ludens que atrapara Huizinga en Homo ludens. El juego y la cultura. "Así jugado, el fútbol cristaliza -diría el fantasista Dante Panzeri, que en “Fútbol, dinámica de lo impensado” nos pone el centro en la cabeza- como "la más perfecta introducción al hombre a la lección humana del cooperativismo, ya que una de las leyes naturales del fútbol que más hermoso lo hace es aquella de que todos necesitan de todos y nadie puede subsistir por sí solo".

Cuando se juega desde las entrañas el fútbol, consumado arte del imprevisto por sobre todo los previstos, nos recuerda al maravilloso juego de Alicia, donde "el terreno de juego era un campo surcado de ondulaciones, las bolas de croquet eran erizos vivos, tan vivos como los pájaros flamencos que con sus largos cuellos hacían las veces de mallos". Se trata -corramos antes del final de este encuentro a por el balón de oxígeno y sabiduría que Gilles Deleuze nos pasa al vacío en Lógica del sentido- de un juego "ideal" en el que "no hay sino victorias para los que han sabido jugar, es decir, afirmar y ramificar el azar, en lugar de dividirlo para dominarlo, para apostar, para ganar; un juego que sólo está en el pensamiento y no tiene otro resultado sino la obra de arte".

Cher Gilles: ese juego está en el pensamiento, en la obra de arte

... y en el potrero y la infancia (que son lo mismo).

(artículo de Pablo Nacach, sociólogo y escritor español, en Diario "El País" de España del 31 de Mayo de 2008)

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El sábado 3 de Agosto de 1991, el día del cumpleaños de mamá, jugué un partido a beneficio del Hospital Fernández, para que pudieran comprar un tomógrafo más moderno, algo que necesitaban mucho y que había quedado en evidencia después del accidente del actor Adrián Ghío, pobre.
Para ese partido, Boca me permitió entrenarme junto con el plantel, que era dirigido por el Maestro Tabárez. ¡Los volvieron locos, pobres! Que yo los desconcentraba, que yo les robaba la atención, que yo no podía... ¡Carajo, si yo le había dado un montón a Boca, ¿por qué Boca no podía darme entonces esa mano?! Y encima estaba el tema del sponsor, peor todavía: los organizadores, y también Ana Ferrer, la esposa de Adrián, se habían roto el alma para conseguir alguien que los apoyara, que les diera unos mangos a cambio de publicidad, y no habían logrado nada. Cuando yo dije que jugaba, pum, aparecieron un montón. Entonces les dije, a Ana y a los organizadores: "Ustedes acepten, está bien, pero yo no voy a llevar publicidad en mi camiseta. No les voy a hacer el juego: que donen la plata, si la tienen conmigo en la cancha, también la podrían haber tenido sin mí".
Por suerte, lo más importante, una multitud llenó las tribunas y yo pude jugar; fue mi regreso a la cancha de once, en Ferro, un domingo a la mañana. ¡Qué sensación! ¡Espectacular! Aparte, la gente me dio todo, todo. Yo les decía que se olvidaran de mí, que pensaran que eso era sólo para el hospital, pero ellos me daban todo. Para ellos, El Diego había vuelto y estaba todo bien.

(extraído del libro "Yo soy El diego" de los periodistas Daniel Arcuchi y Ernesto Cherquis Bialo, Planeta)

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Sabéis lo que más me ha gustado en mi vida? Cuando la Cámara de los Comunes me eligió el mejor bebedor de cerveza del año.

(JACK CHARLTON, ex internacional inglés y ex seleccionador de la República de Irlanda)

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En la Copa demostramos que nunca nos asustamos, que nuestra clave era hacer un gol afuera y después hacer valer la altura. A mí me costó dos meses aprender a respirar en Quito.

(DAMIÁN MANSO, jugador argentino, recientemente consagrado Campeón de la Copa Libertadores de América con la Liga Deportiva de Ecuador, en diario Olé del sábado 12 de Julio de 2008)

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Me gusta el fútbol (Melendi - España)

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¿Cuál es el jugador más parecido a vos que viste?

Gorosito. Lo mejor que tenía yo era la pegada. Pipo también, pero con derecha.

¿Cuál es la clave de una buena pegada?

Viene de nacimiento, a mí nadie me enseñó a patear. Al contrario: 20 técnicos me quisieron enseñar a patear con la derecha y nunca pude aprender. Me tenían pateando contra el frontón y me terminaba fastidiando porque le pegaba muy mal.

¿Cómo era Basile de compañero?

En el famoso Huracán del 73, Coco venía atrás de muchos en técnica, pero era el líder lejos. Sabía manejar el carácter y el tiempo de cada uno. A mí me puteaba porque sabía que yo reaccionaba; a Avallay, en cambio, lo trataba como una niña porque sabía que si lo puteaba, se caía.

¿Cómo demostraba su liderazgo?

Es una personalidad como la de ahora, avasallante. Atemorizaba a los contrarios y era capaz de pelearse por un compañero. El día que salimos campeones, Rivero, un uruguayo de Gimnasia, le dijo algo y a la noche, en vez de ir a festejar el primer título en la historia del club, fue a buscar al Negro a un boliche. Coco transmitía mucho, y cuando las cosas venían mal, imponía su respeto.

(CARLOS BABINGTON, ex jugador, director técnico y actual Presidente del Club Huracán, en revista "El gráfico" de Septiembre de 2006)
)

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El fútbol es la única actividad bella que el ser humano desarrolla con los pies.

(HORACIO FERRER, poeta uruguayo)

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A Leo lo disfruto cada mañana y para mí es el mejor del mundo. Nunca ví a un jugador que pueda pasar a otro como él; cuando quiere pasa.

(THIERRY HENRY, futbolista francés, opinando sobre Messi en diario "Clarín" del 13/07/08)

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Fútbol treinta por treinta (Thiago De Mello - Brasil)


Somos treinta niños maduros jugando a la pelota:
encantamiento puro, el sol en los pies.
Peleamos en un baile fraternal, y sin embargo duro.
Olímpicamente desorientados sabemos soportar
la fortuna o la desgracia de las artes que inventamos:
el arabesco del cuerpo, la talud interrogada
por el combado pelotazo de engañoso destino,
el tiro suelto al viento en su dulce geometría.
la mano que se deshace desencajada y grotesca en el vértice
del arco contra el suelo, la frente que desvía
un rumbo inexorable,
el músculo empeñado en la intención cristalina
el arabesco perfecto, inútil pero radiante.
Fútbol: dolor y fiesta,
la perfección dormida sobre el pecho del pie
de repente se yergue y se cumple y florece:
es el corazón viajando por el trayecto
del sol en el viento
la delicada esfera, la indomable, la rosa.
Somos treinta jugando
concentrados desde la víspera.
Frecuentemente llueve,
cuando llega la tarde de los sábados:
pero nunca falta el sol en el campo.
Sentados aquí en Gávea,
los ángeles se divierten con esta arquitectura
de impecables lances malogrados.
Los treinta somos
un solo niño tras la infancia
que nos llega rodando,
resplandeciente,
traída a nuestra alma
a lo largo del césped de la tarde.
Somos humildes,
no tenemos nuestros nombres en boca
de la multitud.
Pero la mano de nuestros hijos encuentra
más confiada y más suave
nuestra mano, mano de treinta,
cuando,
olímpicamente fatigados,
volvemos a ser los hombres
que somos.

(extracto del libro "A fruta aberta", del citado escritor)

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El Real Madrid de Alfredo Di Stéfano ya había ganado tres Copas de Europa consecutivas (1956-1957-1958) cuando en 1959 disputó la final de una nueva edición de la misma ante el Reims, de Francia.
El partido se disputó en Stuttgart, Alemania, y para el equipo "merengue" estaban, además de Di Stéfano, los argentinos Rogelio Domínguez, arquero, y el delantero Héctor Rial, además del técnico "Yiyo" Carniglia.
El cotejo comenzó bien para el Real Madrid, porque el español Mateos lo colocó rápidamente en ventaja. Pero poco después comenzaron las desventuras. Mateos, en jugada individual, ingresó al área rival, donde lo derribaron. Penal.
El encargado de ejecutarlo era Di Stéfano, pero Mateos le pidió poder patearlo: "Alfredo, si hago dos goles en una final tengo el contrato asegurado para el año siguiente", le explicó.
Di Stéfano le dijo que no, porque el partido estaba difícil y el técnico le había dado a él la responsabilidad. Pero ante las súplicas de Mateos, El "Di", finalmente accedió a dejárselo ejecutar, no sin antes advertirle que lo pateara fuerte, porque el arquero del Reims, Colonna "es un gato".
Mateos lo tiró débil, a la derecha de Colonna, quien desvió la pelota al córner. ¡Di Stéfano lo quería matar!
Para colmo el puntero derecho del Real Madrid, el francés Raymond Kopa quedó lesionado en una rodilla. Se quería ir de la cancha (por entonces no se podía hacer cambios) pero Carniglia le tocó la moral, llamándolo "cobarde". Entonces Kopa siguió jugando, como si fuera un poste, pero al menos servía para devolver una pelota o realizar un saque lateral.
En el entretiempo, las discusiones en los vestuarios fueron muchas, pero el Real salió con todo a jugar lo que faltaba, conquistando Di Stéfano el segundo gol del Real Madrid y, de tal modo, una nueva Copa de Europa para la prestigiosa institución española.

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Este Inter es como un tanque con las velas desplegadas.

(ALESSANDRO ALTOBELLI, ex internacional italiano, actual comentarista de TV)

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Es de consumo interno. Acá, en la Argentina, se caga de risa. Es Gardel con los guitarristas. Hace lo que quiere. Maneja todo. Cobra las infracciones, pone la barrera a trece metros de distancia, agarra la pelota y sanciona lo que le parece y los árbitros en la cancha de Boca le tienen miedo. Ni Maradona podía hacer lo que hace Riquelme. Claro que en la Selección no es lo mismo. Y ya lo vimos en el Mundial de Alemania.

(HUGO GATTI, ex arquero argentino, “pegándole” a Juan Román Riquelme en Diario “Popular”, 03/07/08)

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¿Vos lo viste jugar a Martino? (Sebastián Jorgi - Argentina)


A Pedro Leguizamón
y Pascual Malerba


No vendrá. Te dejó de seña en la parada del colectivo, con ganas de decirles a esos que te miran desde la ventana del café: Qué les importa. Pero la cosa es así. Pensás que el amor es como tirarle la manga a la vida o al destino.
Ayer había algo extraño en sus ojos, una premonición, una advertencia. Hace un mes que la conoces y tanta milonga. Seguro que le habrá pasado algo o la vieja le tiró la bronca o simplemente se demoró. Anda a saber. No te resignas y pensás que en unos segundos ella doblará la esquina con el saquito azul y una sonrisa grande como un sol y abrazará fuerte tu cuore con un ¡Hola, mi amor! Hola, y entonces caminarás con ella mirando las baldosas; habrá de contarte esto y lo otro mientras en tu mente carburarás cómo fajarle un beso.
Ambos se dirán: No me vas a dejar nunca (a la sombra de ese arbolito que todos los días los cobija), mientras la luna desparrama su albura sobre Pompeya. Le propondrás para el sábado una película que ella elegirá o ir a Unidos a bailar y después a comer pizza. Enloquecerá de contenta y dirá te quiero para siempre, aunque a papá y a mamá todavía no les caigas bien. No le preguntarás el motivo, porque responderá (como la semana pasada): Entre mamá y papá las cosas no andan bien, además ellos me necesitan, ¿entendés?
Seguramente no vendrá. Estás viendo una risita burlona en la gorda que también espera el colectivo, como lo esperaban ustedes. Sí, ella los vio acaramelados todo este tiempo. Pero hoy, no. Aunque dudes de que venga, no te convences y la seguís esperando. Y si viene, no le recriminarás como otras veces lo que dijo el padre: Nena, sos muy joven todavía, espera un tiempo. No insistirás esta vez con que el padre exagera y que la madre es una sometida, para no contrariarla. No discutirás.
El tiempo de la espera ha pasado de largo igual que el canillita morocho pasa con la sexta. Pero mañana puede ser nunca (lo sabés); hoy ella tendría que llegar con su pelo largo acariciando las miradas de los muchachos del café, los mismos que en este momento te fichan con cierta comprensión.
No pensás que hoy es lo mismo que ayer. Te metes en el café pidiendo un cortado sin dejar de mirar hacia la calle a través de la ventana. El señor que se llama don Carlos se acercará y le contarás todo porque él adivinó de qué se trata y te dirá: Ya sé, pibe, ella no vino. Necesitarás que te escuche. Mientras tomas una ginebra, él te aconsejará: Bebida blanca, no, pibe, tomate un feca. Te aburrirá un poco con su conversación sobre los jugadores del '40: ¿Vos lo viste jugar a Martino?
Jugadores de fóbal eran los de antes, Dios me libre. Y entre otras cosas, hablará de su experiencia y vos le hablarás de ella (entonces, no te aburrirás), y él escuchará con atención mientras vaya por la cuarta ginebra. Interrumpirá tu lloriqueo preguntándote si viste a San Lorenzo el domingo y por qué no jugás al billar con los muchachos. Mirarás segundo por medio a la calle (por las dudas), aunque ya serán como las doce, lo mismo que ayer y que (invariablemente) mañana. La luna te contestará que ella no vino y mientras don Carlos cuenta el famoso gol que hizo Martino en la final contra Boca en la Bombonera (¿en el cuarenta y seis?), volverás a mirar y la ventana es y Será una pintura gris con la luna seca, como el foco sucio y gastado de la esquina.
Luego se presentará el Fino a la mesa y te invitará a una partida de billar para más tarde. Pero vos seguirás carpeteando la ventana, mientras el Fino le dirá a don Carlos que el “Coco” Rossi es un fenómeno y él responderá que Pontoni y Martino fueron grandes pisadores de pelota. De vez en cuando te consolarán diciéndote que quizá mañana venga y diga que estuvo enferma. Entonces vos le gritarás que el Flaco la vio en el 115 cuando lo tomaba en Retiro.
El tiempo ha cambiado de semana. Parece que fue ayer cuando ella no vino (o simplemente hoy). Se había despedido con un beso dulce. Ella había dicho que te quería tanto y que mamá había comprendido que a vos te gusta la contabilidad y por eso estudias comercial. Esto se lo contaste mil veces a don Carlos. Ella te había mostrado la libreta de ahorros y mañana ibas a sacarte una para vos (mejor dicho, para los dos).
Estás otra vez en la parada del colectivo, como si el tiempo no hubiera pasado. En un rato entrarás al boliche para escuchar a don Carlos: Divertite, pibe, mirá al Fino o al Flaco, van al baile. Olvidala, no es para vos. No te dirá (como los otros) que ella anda de filo y que la vieron en el cine Roca el sábado pasado. Don Carlos te transportará al mundo del fútbol para contarte alguna gambeta de Martino y, cuando vea tu cara tristona, te dirá que la vida empieza cuando vos crees que termina y que conocerás a otra piba y a otra... Un día te casas y cuando te querés acordar, sos padre. Lo tuyo, pibe, es un punto pequeñito, anillos de humo que se pierden o se desfiguran. El dolor también pasa. Y le dirás sintiéndote comprendido: Usted es un poeta, don Carlos. Poeta fue Moreno o el Chueco, responderá, vos no viste jugar a Martino. También te aconsejará que no largues el estudio (igual que tu viejo), pero vos...
No importa que te quedaras libre en la escuela por la cantidad de faltas y tampoco importa que el sábado no fueras a la farra que organizó don Carlos para todos los muchachos del café. Estarás en la pizzería, cerquita del Roca, para campanear. En una de esas, ella entrará (sola) y con el alboroto de las pizzas que van y vienen le chamuyarás que la querés para siempre (igual que la semana anterior). Ella te volverá a contar el problema que tuvo el padre: Intentó pegarle a mamá cuando estaba un poco en curda, porque papá toma, sabes, Cachito. Confesará que la madre le dijo: Estás como loca desde que conociste a ese vago que no trabaja; entonces prometerás buscar un laburo.
Lo que no te imaginas es que tu vieja le prendió una velita a la virgen de Pompeya y que rezaba por su Cachito mientras vos dormías. Ella te tapó porque de tanto dar vueltas en la cama se había deslizado la frazada. Soñás que llegará a la pizzería o a la esquina del boliche por un truco del mago Dios y que le contarás a don Carlos: Vio, ella vino, y él te reprochará: No fumes tanto, pibe. Además, la bebida blanca hace daño, dejala. Daña tanto como el recuerdo.
Así que San Lorenzo jugó bien el domingo, bueno, me alegro. Hola, Fino, qué tal, don Carlos, qué decís Cachito, y aquí estamos. Si están hablando de cosas particulares, me hago humo, les dirás. No, por favor, quédate, vos sabes, conocí una piba fenómena en Congreso, dirá el Fino.
Vos no contestarás nada. Ni si quieras escucharás cuando Pirolo diga que el Flaco vio a tu piba el sábado a la salida del Roca. Sabes que es mentira porque estuviste allí, si vas todos los sábados, hasta rondas los domingos el trocén y los cines de Lavalle.
Te quedas mirando el pocillo de café vacío, tan vacío como tu corazón sin ella. Don Carlos te repetirá como ayer (como siempre) que sigas el consejo de uno que fue otario y que se hizo vivo recién de viejo, y que la olvides, porque no te puede ver con el alma joven pero estropeada por eso tan lindo y tan filoso que llaman amor. Seguramente caerá Pirolo y se armará un truco. Tus pensamientos volarán cuando el Flaco diga envido y vos no cantarás nada y, al final, qué haces, te gritará el Flaco tirando el ancho de espadas sobre la mesa cuando ya hayan perdido el truco. Y serás barro cuando el Pirolo pregunte quién lleva a Cachito, porque tendrás una curda de órdago.
Ahora estás en Retiro y ella no aparece. No sabés ya qué pensar. El Fino dijo que la encontró (casi tropezó con ella) como a las cuatro de la madrugada del otro lado del puente. Debió confundirse. ¡A esas horas! ¿El Fino inventa para hacerte chivar? El laburo debió dejarlo, porque ni rastros de ella, a ningún horario, hasta le preguntaste a la gorda que viaja en el 115 y tampoco la vio más.
Parece mentira que hayan pasado seis meses y que siempre alguien la vea, menos vos. El Fino, Pirolo y el Flaco siempre se la encuentran. Les decís que vos también la querés encontrar, por curiosidad, nomás. Dentro de un rato estarás en el boliche con don Carlos que repetirá: Lo que pasa es que ustedes no vieron jugar a Martino ni a Pedernera. ¡Qué me vienen con estos! ¡No saben patear un penal! Mientras viajas, vas pensando en lo que dijo el Fino aquella vez, que la vio a las cuatro de la madrugada del otro lado del puente. ¡Qué raro! Vos sabes que ella vive cerca de Riestra pero no tenés idea de cuál es la casa.
La parada es una estaca que se clavó en tus sentimientos, en tu duda. Estás de vuelta en el boliche, miras y miras hacia fuera, como si el tiempo no hubiera pasado. Don Carlos caerá de un momento a otro. Cuando lleguen el Fino y el Flaco dirán que Pirolo consiguió una mina para fifar en el galpón grande, cerca del Riachuelo. Te invitarán pero vos no les harás caso.
Don Carlos te insinuará que vayas; vos te negarás a ir al galpón como te negaste aquella noche en que fueron el Fino y Pirolo. Don Carlos te reprochará tu cobardía diciéndote que la bebida blanca daña más que una mujer, te gritará que si sos hombre tenés que divertirte y que su recuerdo te jode porque no es más que una irrealidad, que la vida para vos recién empieza.
Seguís mirando hacia fuera, aunque ya no sentís ese amor de hace unos meses. Junás con disimulo la ventana para que los muchachos no se den cuenta. No compartirás la opinión de don Carlos de que Sanfilippo es un jugador oportuno. Para vos es un crack y debió ser tan bueno como Martino. Don Carlos se molestará un poco e insistirá en que no viste jugar a Martino y que los pibes de ahora no saben nada de fóbal, mientras sorbe su café. Te pedirá disculpas por haberse metido con tus sentimientos y confesará que sólo busca tu bien. Vos lo conformarás prometiéndole que irás al galpón con el Fino y Pirolo cuando se presente otra oportunidad.
No le dirás a ninguno de los muchachos que la viste en Unidos bailando con media humanidad, porque ya casi no hablas de ella. No les dirás que te rechazó de lleno porque apenas te reconoció cuando la saludaste. El Pirolo le dirá que la vieron por Vicente López en una milonga con un tendero de la calle Boedo. Vos le contestarás que no es verdad, que la habrán confundido con otra. Ni los muchachos ni don Carlos te insistirán en el asunto y, poco a poco, dejarán de batirte que la vieron aquí o allá porque ya no te importa.
Tampoco sabrán que la del pelo cortito es ella, e incluso vos te convences de que nadie la reconoció, como te negaste a reconocerla aquella vez que fuiste solo al galpón. Que no es la misma, aunque ella te entusiasmó más que la otra, y sonreirás cuando don Carlos te vuelva a decir: Viste, pibe, que la olvidaste, mientras ficharás hacia la calle a través de la ventana. Le contestarás, vio cómo jugó el “Coco” Rossi y don Carlos te preguntará: ¿Vos lo viste jugar a Martino?

(tomado de Eliot Ness. Pérez and Company, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 1986)

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Nos dimos cuenta de que el público iba a ser hostil desde el primer día en que llegamos a Italia. En la calle se palpaba la antipatía de los italianos. La agresividad se repitió cada vez que jugamos en el norte. Sólo nos pudimos sentir locales en Nápoles.
Como profesional, uno, dentro de la cancha, trata de obviar ese detalle, pero en este caso era algo especial. Había un rechazo muy llamativo, quizá debido a lo de Diego, por el hecho de haber sacado campeón a un equipo del sur, aunque, la verdad, fue mucho más fuerte de lo que preveíamos.


(JUAN SIMÓN, ex mundialista en Italia '90, recordando aquel certamen y el clima antiargentino imperante en la Península)

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El jugador alemán que más me llama la atención es el del nombre difícil (por Sebastián Schweinsteiger), no sé cómo se pronuncia pero yo le llamo Schwarzenegger (por el ex actor y actual gobernador de California.

(MAURICIO SOLÍS, mediocampista de Costa Rica, opinando días antes del inicio del Mundial 2006)

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En el fútbol es más difícil de acertar que en las carreras (de caballos). Y en las carreras no se acierta nunca.

(CARLOS GARDEL, mítico cantante de tango ya fallecido)

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Team de fútbol (Antonio Berni - Argentina)

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Transpirar la camiseta (Julieta Taz - Argentina)


* Cuento infantil

Estimados compañeros del club:
Hace mucho que tengo ganas de decirles algunas cosas que me duelen. Espero que me entiendan. Tengo tanto derecho a decirlas como cualquiera.
Sabemos que los partidos se ganan con coraje. Se ganan en el juego después de todo el trabajo semanal. Y en el juego participamos todos. Cada uno colaborando con su aporte, haciendo lo que mejor sabe hacer. Cada uno atravesando momentos personales mejores o peores.
Yo pasé por momentos feos, pero no por eso dejé de poner todo en cada partido. Jamás me negué a transpirar la camiseta. Y eso, sin embargo, casi nunca fue reconocido.
Los periodistas se ocupan de los goleadores; del arquero, cuando ataja un penal; del técnico, cuando pierde tres partidos seguidos; de los lesionados y de los violentos; del presidente del club y del encargado del vestuario. Pero casi nunca se ocupan de alguien como yo.
Jamás pensé en dejar de defender los colores de nuestra institución, ni siquiera aquella vez que recibí un piedrazo durante un partido. Me sacaron en camilla y el médico me aconsejó reposo. Pero igual, el fin de semana siguiente estaba otra vez con ustedes, como siempre. Y sigo estando, aunque parezca que ustedes lo ignoran.
Nunca me hicieron un reportaje. Nadie elogia los años que llevo con los colores del equipo. Y, en todo ese tiempo, apenas hubo un par de fotos mías en los diarios. No importa.
Todos somos necesarios en la cancha: el "Puma" cuidando el arco; el "Chapa" yendo y viniendo; el "Beto" ordenando el mediocampo; el "Colo" pegándole desde lejos a la pelota; y el "Hormiga", con su zurda. El técnico, el médico y el kinesiólogo. Tito, con el bombo. Y yo, sufriendo y alentando desde afuera.
Porque yo también me siento parte del equipo. Me gustaría verlos a ustedes en una cancha que parece el fin del mundo, en una tribunita de madera, sentados bajo un sol que carboniza o con una lluvia que moja tanto, que parece que los huesos van a oxidarse. Esto es lo que quería decirles. Que siempre estaré acompañando a nuestro equipo, cada vez que juegue. Y me gustaría que lo sepan.
Los saluda atentamente.
Florencia

(cuento tomado del libro “Cuentos de fútbol para chicas y chicos”,
Colección Azulejos, Editorial Estrada, Bs. As., 2007)

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Oreste Omar Corbatta, uno de los mejores futbolistas argentinos, ídolo del Racing Club Avellaneda e integrante de una de las grandes delanteras nacionales junto con Humberto Maschio, Antonio Angelillo, Enrique Omar Sívori y Osvaldo Cruz durante el Sudamericano (actual Copa América) de Perú 1957, fue uno de esos verdaderos locos que da el fútbol.
Federico Vairo, notable zaguero de River Plate, cuenta de él: "En una ocasión, ni bien empezó el partido se me había parado al lado mío y se me quedó ahí, lo que ya me ponía nervioso. De pronto me miró y me dijo ¿Cómo anda tu madre?... ¿y de la vida de tu hermana qué es? A lo que le respondí ¡Callate y jugá!... Cuando termine el partido "nos vemos afuera" si tenés algo que decirme... Con eso se calló la boca y me dejó de embromar.
Tras finalizar el encuentro, mientras nos estábamos duchando golperon la puerta del vestuario. ¡Era él que me venía a buscar! Salí con toda precaución... y vi que quería charlar conmigo en serio, venía a invitarme al vestuario para tomar algo porque cuando intentó hacerlo inicialmente en el campo me había enojado.

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Si se va Coloccini será la gran putada del verano. El equipo que se lo lleve, se lleva a un pedazo de futbolista, a un jugador para quitarse el sombrero.

(MIGUEL ÁNGEL LOTINA, Director técnico del Deportivo La Coruña, opinando a días pasados ante propuestas recibidas del Barcelona, Real Madrid y Valencia por el defensor argentino)

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El quedó muy entusiasmado con el Venecia y solía seguir al club Lazio y después al Inter. Es un gran apasionado al fútbol.

(DRAGAN KARADZIC, sobrino del criminal de guerra serbio Radovan Karadzic detenido el pasado 18/07/08, asegurando que su tío asistía en ocasiones a ver jugar al Inter de Milán en donde jugaban sus ídolos Sinisa Mihajlovic y Dejan Stankovic)

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Jugar “de sobra”


Un jugador, un defensor que ocupa el puesto que yo ocupé, tiene varias posibilidades para marcar al atacante contrario: anticiparlo o achicarle el terreno. Si el delantero tiene visión, panorama y precisión en la pegada, se hace muy difícil anticiparlo. Las posibilidades del defensor se acrecientan cuando se achican los espacios porque ahí es más probable que el delantero se equivoque. Allí el defensor tiene un ochenta por ciento de posibilidades a su favor.
Cuando llegué al fútbol brasileño, me pasé un tiempo largo sin tocar la pelota. Salía a interceptar y quedaba pagando porque el delantero tocaba la pelota en el camino, jugaba a un toque. Me salvó Dreyer, un muchacho argentino que había jugado en River y en Curitiba. Un día me dijo: "Roberto, tírate quince metros atrás". Le hice caso y empecé a jugar de zorro, arriesgando mucho menos. A esa función los brasileños la llaman “la sobra”, es como la viruta de las maderas. En otros lugares la denominan barrido, porque lo que el zaguero hace es barrer la sobra del anticipo perdido por un compañero, aprovechar el roce, el pase mal dado, socorrer al compañero que está luchando por la pelota.
Jugar "de sobra" requiere más inteligencia que despliegue físico. La gente de la tribuna dice: "No corre pero las agarra todas". Y las agarra porque siempre está bien colocado, porqué sabe deducir hacia dónde irá la jugada. Es todo lo contrario del que se la pasa rechazando de chilena y patadas voladoras, de los que hacen acrobacia.
Jugar "de sobra" es defender pensando. Es saber cuál es el momento justo para entrar en acción.

El defensor central siempre tiene que volver a la base, como los hacen los tenistas después de pegarle a la pelota. Cada vez que el zaguero central termina de intervenir en una jugada que tiene que volver a su zona, porque si se distrae y no lo hace, después llega tarde. Siempre hay que volver rápido y estar listo para defender bien ubicado.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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¿La pasaste mal después del retiro?

Sí, y mi familia también. Creí estar bien, pero no era así. Hasta que dn terapia encontré cosas cosas que no veía en mi día a día. Todavía sigo yendo.

La terapia sigue siendo bastante resistida en este ambiente...

Cuando jugaba en el Inter, el club tenía una terapeuta estable en su cuerpo médico. En ese contexto es válida su presencia porque está a disposición de la necesidad individual. No creo en la terapia grupal.

¿Encontraste alguna explicación al porqué de que fueras tan cuestionado?

No, ni la busqué. A los 18 tuve que optar entre la universidad y jugar al fútbol; mi viejo me dijo: "Elegí lo que quieras, pero entregá todo". Yo quería formarme un futuro y tuve que competir sin el colchón de la preparación de inferiores. Por eso, cuando llegó el momento de las críticas en la Selección, no me influyeron tanto.

(NELSON VIVAS, ex jugador de fútbol, ayudante de campo del "Cholo" Simeone en River Plate, en Diario "Perfil" del 13/07/08)

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Jugar limpio es no hablar con el árbitro, no pegar... pero hay circunstancias en el juego que te hacen que tengas que meter una patada.

(MAURICIO "Chicho" SERNA, ex futbolista colombiano)

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Querido Presidente Pertini, sé que usted ama el fútbol y es un poco el papá de todos los deportistas italianos. Y bien, me gustaría conocerlo. Si usted no puede venir aquí, a Castelcapuano, o bien a Nápoles, iré yo al Quirinale.
Firmado: Diego Armando Maradona

(Mensaje desde la concentración, "La Gazzetta dello Sport", 28 de Julio de 1984)

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Roger Milla (La historia se hace bailando)


En 1989, el delantero francés Dominique Rocheteau organizó su despedida con una fiesta que duró tres días con sus noches, e incluyó un encuentro de fútbol junto a las grandes estrellas de Europa. Los conserjes de varios hoteles de París, ocupados por los atractivos del evento, se restregaban las manos al hacer la caja y canjeaban su sueño por horas extras. Los ocupantes de una de esas lujosas habitaciones eran el carnerunos Roger Milla, el argentino Alberto Márcico y un hermano de Milla que se había pegado como lapa al éxito de su doble de cuerpo.
La primera mañana en común entre esos artistas del fútbol de procedencias tan dispares, fue un derroche de coreografía africana que Márcico alcanzó a ver como una sombra cerrada a través de los ojos de quien aún no ha terminado de dormir la mona. "No sé qué hora sería -recuerda el ex delantero de Boca- pero me despertaron unos ruidos, y cuando miré hacia el baño lo veo al negro Milla afeitándose y bailando como si pudiera hacerse una fiesta en cualquier momento y en cualquier lugar. Esa alegría era la misma que tenía para jugar al fútbol, pero no se trataba de indisciplina, como solían asegurar en Europa. El hecho era que cuando jugaba en África tenía reglas sociales más flexibles; salía a bailar la noche antes de los partidos, y eso para él era normal. Cuando llegó a Francia trató de conservar esas costumbres porque se identificaba con eso y no con el rigor del deporte profesional".Roger Milla fue uno de los últimos convocados a la selección de Camerún por su técnico, el francés Jean Vincent, para jugar el Mundial de España 82, luego de la dimisión del yugoslavo Banko Zutic, quien había entrenado al equipo africano desde 1975 tratando de colonizar con las técnicas europeas la plasticidad de sus dirigidos e incorporándoles la idea de que el fútbol es una disciplina de ataque pero también de defensa. A pesar de que Roger Milla -por entonces figura del Bastia francés- había sido el goleador de Camerún durante las eliminatorias, su nuevo técnico le reprochaba su indiferencia cuando no entraba en contacto con la pelota. Como los niños, para Milla no había juego sin instrumento -no había juego sin juguete-, y en esas circunstancias apenas si atendía a los avatares del encuentro, al margen de lo importante que éstas fueran, dando incluso la espalda a situaciones de riesgo que no lo tuvieran como protagonista.
Después de Thomas N' Kono -el arquero que se distinguía con sus pantalones largos en el verano español-, Milla era la otra figura de Camerún, un equipo descompensado en sus líneas pero que intentaba un delicado tratamiento de pelota y despertaba simpatías a su paso debido a la excentricidad de sus miembros y, acaso, al carácter inofensivo de su desempeño. Pero el Mundial de España -donde Camerún no pasó a la segunda ronda pero terminó invicto- no fue la consagración de Milla y sus legendarios leones, sino que habría de ser mucho más tarde, en el Mundial de Italia 90, cuando el fútbol africano se consagraría como una potencia, entrando a los cuartos de final luego de realizar una campaña que lo situó a la altura de las grandes selecciones.

Al compás del tamboril

Roger Albert Milla nació el 20 de Mayo de 1952 en Yaoundé, capital de Camerún, un país entonces desconocido para los argentinos, y que a partir de 1982 se convirtió en una onomatopeya que animaba los bares de Buenos Aires, atentos al desarrollo del Mundial de España. La participación de Milla en el triunfo 2 a 1 contra Marruecos, durante las eliminatorias africanas de 1981, produjo el efecto social de efusiones y un feriado nacional decretado por su Presidente, Ahmadou Ahidjo, quién contrató personalmente al francés Vincent y comenzó a soñar esos sueños de gobiernos en los que un triunfo deportivo termina siendo un triunfo del jefe de Estado.
Jean Vincent abandonó su cargo en el Nantes y viajó a Camerún, donde se topó con una mezcla extraña de virginidad profesional y un desbordante entusiasmo de novatos. "Me encontré con algo realmente desacostumbrado para el profesionalismo -ha dicho Vincent-: un grupo de jugadores que tenían que trabajar para vivir. Como es habitual en estos casos, la mayoría lo hacía en oficinas del Estado, y algunos oficios eran insólitos para un futbolista: había muchachos que hasta trabajaban como guardianes de cárceles. Pero lo que me sorprendió realmente fue el estado físico en el que se encontraban: eran fuertes, veloces, ágiles; y así como eran de tranquilos fuera de la cancha, se transformaban una vez que empezaban a jugar".
Pero Roger Milla ya había oído hablar de las ideas acerca de la perseverancia y la disciplina que intentaba inculcarles Vincent a sus discípulos. A los dieciocho años había abandonado su casa para probar suerte en Francia. Comenzó en el Valenciennes, de la Segunda División, luego pasó al Mónaco y más tarde al Bastía, con el que fue campeón de la liga y uno de los goleadores de su equipo durante la temporada de 1980-81. Fue una de las primeras figuras del deporte africano en conquistar Europa y sacudir con su estilo tribal la estética del festejo futbolero. La televisión no tardó en rendirse ante sus atractivos coreográficos cada vez que convertía un gol, y los franceses comenzaron a entender que, al menos en el fútbol, no todo era pensar y después existir.
El baile de Roger Milla, un festejo que le daba forma a la alegría íntima del goleador, consistía en sostener la mano izquierda en el aire, apoyar la derecha sobre el abdomen (aquellos gestos del bailarín solitario que se ha quedado sin compañera) y mover la cintura como en una sucesión de amagues. Esa imagen que comenzó a dar vueltas por el mundo, restituyó para el fútbol su carácter primitivo de juego humano, como si esas reacciones espontáneas del camerunés les recordaran a los amantes del deporte que, en el fondo, es en las proezas del cuerpo donde empieza y termina su verdad.

Necesidad y urgencia

Los diez millones de cameruneses que ansiaban ver a sus leones depredar las canchas mexicanas en el Mundial 86, debieron conformarse con los escasos recuerdos que les quedaron de España y comenzar a especular con una clasificación sin angustia para Italia 90.
Roger Milla permanecía como figura estelar del fútbol africano, dondequiera que éste fuera nombrado, pero en privado era un convencido de que su momento de gloria no había llegado todavía, al menos no del modo en que lo esperaba. Sin embargo, con treinta y siete años, y aun cuando hubiera necesitado demostrar a sus compatriotas y a la élite del fútbol mundial qué él seguía siendo alguien, decide retirarse en 1989 tras un partido homenaje que su país le brinda en Yaoundé. Luego de un año de tranquilidad, y poco antes de confirmarse el plantel de Camerún que trataría de brillar en Italia 90, el presidente de la pequeña república, Paul Biya, toma el toro por las astas, y ordena a su ministro de Deportes -a través de un decreto donde se invoca "el superior interés de la nación"- que se incorpore a la selección al viejo Roger. El técnico soviético, Valeri Nepomniaschi, acepta sin oposiciones semejante sugerencia y termina sentando a Milla en el banco de suplentes del Giusseppe Meazza de Milán, en el partido inaugural de la Copa del Mundo Italia 90, en el que -todo el mundo lo sabe, pero los argentinos lo saben en detalle- el equipo africano venció por 1 a 0 a la desorientada escuadra del previsor Carlos Salvador Bilardo.
Roger Milla jugó sólo nueve minutos frente a Argentina, pero atemorizó como una sombra del mal a la defensa nacional. Néstor Lorenzo participó de ese encuentro y recuerda a quien ya comenzaban a llamar “el Nono”, como "un jugador muy bien dotado técnicamente y muy alegre para jugar. Tal vez no fuera veloz, pero tenía una manera muy inteligente de utilizar el cuerpo y de aprovechar las jugadas de riesgo". Así como el ex defensor de Boca lo sufrió como rival, también pudo jugar junto al “Nono” en la despedida del arquero inglés Peter Shilton -en 1991, en Londres-, durante un partido en el que se enfrentaron la selección de Inglaterra y el Resto del Mundo. Lorenzo recuerda, además de ese juego acaso sudamericano, el modo en que el carisma de Roger Milla conquistó al público británico, a pesar de que durante esa noche no fue la única estrella de la constelación.

Al banco voy contento

Luego de esas insinuaciones contra Argentina, Milla convirtió dos goles contra Rumania en sólo treinta y dos minutos de juego, y más tarde sacrificó a Colombia con otros dos, transformándose en un implacable goleador de banco y en uno de los máximos exponentes de un juego vistoso al que él mismo llamaba "fútbol champagne". Pero el cenit de su carrera -y de la del fútbol camerunés- lo vivió a lo largo de los ciento veinte minutos de juego intenso que tuvieron lugar en Inglaterra 3-Camerún 2, uno de los trámites más emocionantes en la historia de los Mundiales, en un partido por cuartos de final de Italia 90. El hecho de haber sentido durante algunos momentos que Camerún era el fuerte e Inglaterra el débil, fue una compensación para el goleador, quien percibió el temor de los ingleses y el sabor dulce del triunfo moral a un mismo tiempo.
La idea de Roger Milla, de que "el nombre de Camerún se inscribiera en el mundo", había llegado a buen puerto. Su llegada a la concentración italiana, avalada por los hombres de Estado y el apoyo popular -aunque resistida de algún modo por las nuevas figuras del plantel-, fue acompañada por una frase de Milla que funcionó como la divisa colectiva: "El drama del fútbol no me interesa, pero hagan las cosas en serio por la patria".
Poco más tarde, en Febrero de 1991, volvió a retirarse de la Selección, esta vez en el estadio de Wembley, pero a pesar de su carácter de homenajeado, faltó a la cita. En un encuentro entre Inglaterra y Camerún -tibio remedo de aquel match salvaje-, Milla advirtió que había setenta mil espectadores en las tribunas y, entusiasmado por su capacidad de convocatoria, exigió un cachet de setenta mil dólares adicionales, de lo contrario no saldría a participar de su fiesta. No cobró, volvió a su elegante sport con el que había llegado al aeropuerto de Heathrow, y finalmente triunfó Inglaterra con dos goles de Gary Lineker.
Tres meses después, Roger Milla grabó junto al tenista Yannick Noah un disco de música pop llamado "Negro... ¿y qué?", con un éxito que no habría de alcanzar la trascendencia de sus goles. Pero el fútbol ya no volvió a tentarlo con grandes empresas, excepto para regresarlo como mito viviente al Mundial de Estados Unidos 94 y despedirlo, a los cuarenta y dos años, con un gol frente a Rusia, tras una derrota por 6 a 1 en la que su equipo comenzó a ser llamado -ya sin gracia de por medio- el de "los leones herbívoros”

(nota publicada en revista “Mística” del 22/01/00)

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Mientras me dirigía a colocar la pelota miré a Yashin. Se movía de un lado a otro, agitando sus brazos como para soltarse. Ahí me acordé de que estaba frente al mejor arquero del mundo de todos los tiempos. Me acordé también que en esa gira él había atajado su penal número cien. Contra él habían fracasado los mejores especialistas del mundo. ¡Le juro, fue la primera vez que me sentí nervioso! Yashin tomó su sitio y fue la única vez que nos miramos. Fue un segundo. El tiene que haber recordado. Yo también. Comencé a retroceder sin darle la espalda, y mientras tomaba distancia noté que no estaba medio a medio. 'Los zurdos patean mejor a la izquierda del arquero'. Alguna vez leí esa declaración de Yashin en una revista. Por eso me dejaba tres cuartos de arco a su derecha para obligarme. Me pareció que hacía mucho rato que el árbitro había dado la orden cuando inicié el trote. A dos pasos de la pelota, y sin bajar la vista del ruso, comprobé que aún no se movía. Reduje mi marcha y, al levantar la zurda, Yashin saltó como un gato y se la crucé al lado en que mejor patean los zurdos. Gol. Golazo.

(LEONEL SÁNCHEZ, ex jugador chileno -figura del Mundial 1962-, recordando un penal convertido al extraordinario arquero ruso Lev Yashin "La araña negra" en Diciembre de 1964)

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El fútbol no sería un deporte grato si se condenara a muerte o se dejara morir de hambre a los equipos derrotados.

(BERTRAND RUSSELL, 1872-1970, filósofo, matemático y escritor británico)

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Si Silvio Berlusconi va a una reunión, quiere ser el que habla; si asiste a una boda, quiere ser el novio; si va a un funeral, quiere ser el muerto.

(ROBERTO BENIGNI, cineasta italiano, opinando sobre el Primer Ministro italiano y actual Presidente del AC Milan)

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