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Pasión por el fútbol


El arriesgado partido se juega en la terraza de una parroquia en San Pedro, 160 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires. Los chicos de alrededor de diez años están abstraídos del peligro que significa jugar en ese lugar, donde apenas una pequeña pared los separa del vacío. Dentro del equipo, Silvio Velo de 9 años, tiene un rendimiento muy desparejo. Cuando la pelota está en su poder muestra una capacidad excepcional para dominarla y gambetear a sus amigos, pero luego se mueve con algún titubeo mientras los compañeros gritan: “¡Acá! ¡Pasala!”. Sin embargo Silvio es el ídolo de la cancha.

La gran diferencia es que él es allí el único jugador totalmente ciego y aunque no puede ver los peligrosos bordes del improvisado campo de juego, tiene un claro esquema mental de esa terraza, suficiente como para no acercarse a la cornisa y ponerse en riesgo.

Silvio se fue acostumbrando a jugar al fútbol de igual a igual con sus amigos videntes, cuando a los 10 años tuvo el descubrimiento más maravilloso de su vida.

“En San Pedro no había ninguna escuela para ciegos. Por eso, mis padres me enviaron a estudiar recién a los diez años, al Instituto Román Rosell, de San Isidro”, recuerda. Fue allí donde se produjo el descubrimiento.

“Un día el profesor de Deportes dijo que nos iba a enseñar a jugar al fútbol, y para eso sacudió delante de nosotros una pelota con cascabeles en su interior. Luego la arrojó, y la oímos sonar mientras rodaba por la cancha”. Ese sonido tuvo para Silvio el valor de una revelación.

Como una cancha a oscuras que se ilumina de pronto para un vidente, el sonido de la pelota contra las paredes y las personas armó en la mente de Silvio un esquema clarísimo del campo de juego y de la posición de los otros jugadores.

Silvió Velo creció y multiplicó sus habilidades en la cancha luego de conocer a la pelota con sonido. Hoy, a los 35 años, es considerado por la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) como “el mejor jugador no vidente del mundo”, luego de que el seleccionado nacional, un equipo que él mismo bautizó como “Los Murciélagos”, se consagró campeón mundial 2006 frente al seleccionado brasileño.

Para quien nunca ha visto un partido de fútbol para ciegos, la escena en el Centro Nacional de Alto Rendimiento CENARD, de Buenos Aires, resulta muy particular desde el comienzo.

Cada equipo de cinco jugadores ingresa al campo formando un trencito con las manos izquierdas estiradas y apoyadas sobre el hombro de quien va adelante. Aunque son ciegos, llevan un antifaz negro para igualar las condiciones entre quienes conservan algo de su visión. El arquero, que es el único vidente del equipo, actúa como guía. Esa es la imagen más conmovedora del fútbol para ciegos, la que se repite cada vez que uno de los equipos entra a la cancha.

Cuando comienza el partido, en vez de estallar en gritos y aplausos, las tribunas se sumen en el más completo silencio. Lo único que se escucha son los cascabeles de la pelota. Con una precisión mágica, los jugadores buscan su posición en la cancha, uno va hacia la derecha, otro a la izquierda, el último se queda atrás defendiendo. Se guían por la pelota, por las paredes metálicas de un metro de alto que rodean al campo, y por un ayudante de equipo que grita las orientaciones desde atrás del arco. “Andá para el centro”, dice, y quien lleva la pelota corre hacia el medio del campo. Cuando le avisan “¡Pateá!” lanza el zurdazo que coloca la pelota en la red.

“El guía es fundamental -dice Velo-. Gracias a sus indicaciones sabemos que vienen a marcarnos o en que posición está el arquero rival. Pero nosotros conocemos bien en qué lugar de la cancha estamos y dónde está el arco”.

Silvio, con el número 10 en la espalda, fascina al estadio. Es lo que algunos llamarían “enganche”, o armador, y también el goleador del equipo. Casi no hay jugada que no tenga su participación. Se lanza a la carrera hacia objetivos que no ve pero que sabe perfectamente dónde están, inventa gambetas, y coloca pases precisos a un compañero que le pide el balón.

“Los Murciélagos tenemos el mismo estilo de fútbol que el seleccionado argentino de jugadores videntes, es decir mucha garra. Nunca los vimos pero jugamos con el mismo corazón, entrega y solidaridad que ellos. El fútbol expresa las características de cada pueblo -reflexiona-; los brasileños, por ejemplo, son toda alegría, todo diversión; son más individualistas”.

En su vida familiar, Silvio tiene diez hermanos y una ceguera de nacimiento sobre cuyo origen sabe bastante poco, al punto de explicarla con pocas palabras: “Nací ciego. Al parecer tuve cataratas congénitas, pero nunca me preocupé demasiado por averiguar qué tenía. ¿Para qué?”, reflexiona.

El resto de su vida es también casi normal. Junto a su esposa Claudia, tuvieron cinco hijos: Nadia, de 11 años, Florencia, 9 años, Julia, 7 años, Lautaro, 5 años e Isaías, 2 años. “No tengo el ‘súper oído’, pero cuando voy a la plaza y mi hijo se me escapa, lo reconozco por la voz, como hace cualquier persona”, intenta minimizar.

Todas las mañanas, una camioneta lo lleva a su lugar de trabajo como empleado administrativo del Instituto Rosell y, por la tarde, se traslada al CENARD para los entrenamientos.

Además de esos entrenamientos, hace dos años que Silvio juega en River, el primer club argentino de fútbol profesional que ha incorporado el Fútbol-Sala de ciegos a las actividades de sus socios.

Al igual que los jugadores convencionales, los futbolistas ciegos recurren al estudio de sus rivales. “También nos preocupamos por saber quién es quién en el equipo contrario. El entrenador ve los videos, los analiza y nos da la charla de acuerdo con las características del rival. Luego en la cancha los reconocemos por varias cosas, pero sobre todo por las voces”, dice.

Pero su vida como ciego transcurre con cierta normalidad en un mundo hecho para los videntes. “Lo que más nos molesta es el descuido de la gente que tira cosas en las veredas. No podés caminar. Dejan bolsas, cajones, mesas, sillas... Complican la vida de los ciegos y también la de las madres que andan con sus carritos de bebés. Cerca del CENARD todo el mundo estaciona en los cruces de las esquinas o montan los autos sobre las veredas”, se queja.

Fuera de estas cuestiones Velo toma la cuestión de su ceguera directamente con humor. El chiste que más usa y al que recurrió al inicio de la entrevista, sorprende al periodista. Llegó de pronto, nos llevó por delante y dijo: “¡Uy, disculpá, pero no te vi!” Inmediatamente agrega: “No te preocupes, es la broma que siempre hago para romper un poco el hielo”.

Luego reflexiona: “Yo sé bien lo que le pasa a una persona cuando se pone a hablar con un ciego. Por eso estoy abierto, para hacer menos complicada la relación; los ciegos tenemos que facilitar el intercambio con quien no es ciego, y con las bromas buscamos acortar esa distancia”, dice.

La última reflexión de Silvio se refiere al futuro de una disciplina que él ayudó a colocar en el primer lugar del podio mundial. “Ojalá que estas cosas que nos pasan a Los Murciélagos sirvan para que en unos años los chicos ciegos que juegan al fútbol puedan disfrutar de una profesión. ¡Sería hermoso que haya chicos ciegos que vivan del fútbol!”.

Como en una película neorrealista de Luchino Visconti, hecha con actores no profesionales, la escena final de la entrevista revela el viejo espíritu amateur olímpico: parado en una esquina de la avenida Libertador, a las siete de la tarde de un martes lluvioso, Velo contesta las últimas preguntas mientras aguarda el transporte que lo llevará de vuelta. Él y su bastón blanco; solos, empapados… a la espera de un bocinazo que anunciará que ha llegado la camioneta que lo lleva de regreso a su casa en San Pedro.

(entrevista de Pablo Llonto publicada en la revista "Selecciones" del Readers Digest)

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Francisco Gento fue un extraordinario wing izquierdo español, pieza fundamental del Real Madrid de los años 50, del que era dueño y señor en cuanto a estrategia y mando Alfredo Di Stéfano.
Entre sus recuerdos, Paco Gento recordaba hechos y anécdotas de aquéllos equipos que integró junto a Di Stéfano, Puskas, Rial y Kopa, entre otros fenomenales futbolistas que le permitieron a él dar la vuelta olímpica en 6 ocasiones en la Copa de Europa.
Entre otros temas, Gento rememoraba al por entonces presidente del club, Santiago Bernabeu, mencionando que no le agradaba tener en su plantel a jugadores negros, o con bigotes. Pura discriminación.
"En aquéllos tiempos yo le dije a don Santiago que en Portugal había visto a un jugador extraordinario, que se llamaba Eusebio y que por qué no lo traía al Real. No lo trajo y me enteré que era porque Eusebio era negro. Don Santiago tenía esas cosas. Pero una temporada más tarde, incorporó a Didí (dos veces campeón del mundo con Brasil) que traía enorme fama. Sin embargo Didí fracasó, y no por que, como se decía, no se llevaba bien con Di Stéfano. Nada que ver. El problema era que nosotros jugábamos a cien kilómetros por hora y Didí caminaba en la cancha", explicaba el legendario delantero merengue, a quien llamaban "La galerna del Cantábrico", y que se retiró del fútbol en 1971.
Luego toreó novillos, cortó una tarde dos orejas, pero no quiso por nada del mundo ser técnico de fútbol.

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Vinimos a ver a los cuatro fantásticos y terminamos viendo a los cuatro fantasmas.

(SEBASTIÁN PIÑERA, empresario y ex candidato a la presidencia de Chile al salir el domingo 6/7/08 del Estadio Monumental de Colo Colo, luego del empate en 0 ante Palestino, y acerca de la pobre demostración de la delantera del "Cacique" -Cristóbal Jorquera, Daud Gazale, Macnelly Torres y Lucas Barrios-)

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Si llega la convocatoria, subo en el primer avión y parto para Croacia. Su equipo es una potencia, cualquiera desearía jugar allí.


(DARÍO CVITANICH, delantero argentino recientemente fichado por el Ajax de Holanda, y tentado para jugar por la selección croata)

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Tiro penal (Eduardo J. Quintana - Argentina)


Penal... Penal... Gritaron al unísono. Y era así, por designio del destino, por ese invento a veces maldito, a veces bendito, que una mano mal puesta, un foul torpe e innecesario o por la mera equivocación de un árbitro, la falta desde los doce pasos cambia el destino de un partido de fútbol.
¿Habrá pensado quien inventó con tamaño desparpajo, la llamada pena máxima, todo lo que ella provocaría?
Las reacciones de los jugadores contrarios contra el árbitro bandido que cobró penal en el minuto cuarenta y seis del segundo tiempo con el marcador igualado en cero.
La reacción casi justificada por otro partido perdido. Por la pérdida de la punta del campeonato o la ya predeterminada pelea por no descender.
Habrá pensado el ideario de tan sublime idiotez, las consecuencias nefastas que un penal provoca en el hincha apasionado y fanático; la cantidad de paros cardíacos, suicidios y muertes prematuras que han sufrido quienes pueblan las graderías de los estadios por más chicos que sean, pagando su entrada para ver un supuesto espectáculo deportivo y se encuentran con esa necia decisión de dirimir un cotejo por medio de un miserable tiro penal, que convertido vale lo mismo que el gol del habilidoso número diez, que eludiendo a cinco adversarios y ante la salida del arquero, la empala por encima de su cabeza, dejándolo estupefacto ante la algarabía general. Vale lo mismo que un arquero elija un palo y el shoteador le pegué un puntazo al medio del arco y la pelota haga una parábola pero igualmente entre. Vale igual, vale uno.
Me imagino que quien inventó el penal hoy debe sentirse cómplice de la violencia generada contra el árbitro, que según su visión, dice haber cobrado por reglamento y allí correrán los jugadores para demostrarle que ellos no están de acuerdo con tamaña medida y habrá expulsados y pedradas desde las tribunas y comenzará la represión policial.
El penal es psicológicamente inaceptable, tanto para el jugador profesional que acertando aumenta sus ingresos, como errándolo los disminuye. La presión es infinita, tan infinita como son las chanzas a las que se ve sometido el jugador que erra el penal, cuando llega al café o a la escuela al día siguiente.
Es psicológicamente inaceptable por la tamaña desigualdad que hay entre el heroico arquero que ataja la pena y el shoteador que obligadamente debe hacer el gol ante el tamaño del arco y los diminutos doce pasos que separan a la pelota de él.
Pues el jugador que shotea por encima del travesaño o el que mansamente entrega la pelota a las manos del guardavallas será considerado responsable. No así el arquero que “hizo lo que pudo” en un manoteo casi casual, casi instintivo y fortuito, aunque la pelota termine besando la red.
El penal es inaceptable desde todo punto de vista y nadie me va a hacer cambiar de opinión.
Doce pasos que separan a shoteador de la gloria...
Y te puedo asegurar que dejé los prejuicios de lado y grité internamente... ¡Tomá, atajate ésta...! Y le pegué un chutazo que metió la bola justo al lado del bolso izquierdo y el arquero,... pobre,... se quedó parado mirando como entraba...

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Yo nunca me creí el mejor, como ocurrió con Colombia cuando le hicimos los cinco goles a la Argentina. En ese punto me mantuve equilibrado. Lo que me marcó después fue la mala experiencia en el Zaragoza de España.

¿Te hizo peor la mala experiencia en España o haber estado tan arriba en el Mundial 98?

Si hubiera tenido la madurez de ahora, después del Mundial habría mantenido ese buen momento, sin dejarme estar en el semestre posterior. Encima, en la Selección de Colombia asumió como técnico Javier Álvarez, y pasé de ser titular indiscutido a ni siquiera ser convocado.

En Colombia se dice que sos arrogante...

Eso lo dijo un periodista de la cadena Caracol al que mis abogados le van a mandar una carta documento. Estoy en la Selección desde el 92 y hasta el 96 fui suplente. Pacho Maturana y el Bolillo Gómez se fijan mucho en qué clase de personas son sus dirigidos, y siempre me destacaron como alguien que alentaba a los demás y que trabajaba más que ningún otro. Cuando fui al Mundial llegué como tercer arquero y terminé como titular.

¿Qué motivos tendría entonces Álvarez para no tenerte en cuenta y por qué la prensa te criticó por tu personalidad?

Lo del técnico nunca lo sabré porque ni siquiera me explicó por qué me sacó. No tuvo agallas. Evidentemente, algunos somos más valientes que otros.

(FARYD MONDRAGÓN, arquero colombiano, Junio de 2000)

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No sé de quien es mi pase.

(JOSÉ LUIS MARTÍNEZ GULLOTA, arquero del Racing Club, en declaraciones a Radio "Ciudad", el 03/07/08)

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El fútbol es como una novia, cuando uno no tiene nada más que decirle, ganas de compartir su tiempo o hacer cosas juntos, se la deja y punto.

(ERIC CANTONÁ, ex futbolista francés)

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Entrevista a Enrique Macaya Márquez


Con más de 45 años de periodismo deportivo de respaldo, es el conductor del prestigioso programa "Fútbol de Primera" y es el clásico comentarista del fútbol argentino. Su experiencia, lucidez y respuestas inteligentes nos dan una lección sobre la maquinaria futbolística.
En los estudios de Canal 13 fue el encuentro, puntual y con la humildad de los grandes nos recibió de brazos abiertos para compartir sus vivencias y opiniones acerca de su prestigiosa carrera. Señores, señoras, Enrique Macaya Márquez.

Teniendo en cuenta a usted como referente del periodismo deportivo argentino. ¿Cómo ve la realidad del mismo?

Como en casi todos los países latinoamericanos, en donde la mayoría de los periodistas se dedican únicamente al fútbol, por una cuestión obvia, el fútbol es un deporte de consumo masivo. Pero además de eso, es indudable que a través de las escuelas, empresas y hasta facultades se ha desarrollado la carrera de periodismo deportivo de una manera diferente a cómo aprendimos nosotros con la práctica diaria, mucho más pragmática. Entonces creo, que en este momento la Argentina por lo menos, cuenta con lugares de especialización y con la tecnología adecuada a las circunstancias, creo que el nivel en este momento es muy bueno.

¿Existe la libertad de prensa en el periodismo deportivo argentino?

Sí claro, toda la libertad. ¿De quién va a depender? ¿Quién la puede controlar? Lo que si puede haber es una confrontación de ideas que no tiene nada que ver con la orientación empresarial que en este caso sería quién determine a favor o en contra, yo creo que acá seguimos con una controversia añeja entre “Menottismo” y el “Bilardismo”, pero salvo un problema de ideología futbolística, en lo que es determinaciones empresariales para que se escriba o se diga referente a algo, que yo sepa eso no existe.

¿Cómo ve la realidad del fútbol argentino en general, desde el último campeonato mundial obtenido hasta la fecha?

Tomo dos parámetros, la actuación internacional de la selección Argentina que de pronto puede ser buena, regular o mala y otra es el nivel de standard en donde los espectadores pueden observar el fútbol del campeonato local que es mediocre, por fenómenos que se produjeron. En Uruguay, por ejemplo, en donde se van los mejores y vuelven ya cuando están para retirarse. El fútbol argentino se ve en la necesidad de exportar permanentemente porque es una de las fuentes de ingreso más importantes que tienen los clubes entonces cuando hay facilidades económicas para aquellas que tienen poder, no les cuesta nada llevarse a las figuras de acá para sentarlas en el banco y el seleccionado se forma en su mayoría por los jugadores que están afuera y muy pocos del medio local por una razón obvia y una lectura muy sencilla, siempre se van los mejores eso quiere decir que los mejores están afuera, pero lo que pasa con ellos no se puede trabajar como con los que están en la Argentina. Pero ahora no se puede ni eso, porque con la necesidad de generar ingresos se han hecho más extensos los campeonatos, la Copa Libertadores, Copa Sudamericana y en consecuencia hay fechas que están permanentemente ocupadas y los técnicos no están dispuestos a ceder jugadores para una selección que no se sabe cuándo va a jugar.

Usted es partidario de reducir la cantidad de equipos en la Copa Libertadores, por ejemplo

Yo no soy partidario de nada, es una realidad, si uno quiere tener continuidad con una selección tienen que haber fechas libres para que pueda trabajar cada seleccionador. Pero si a los clubes les interesa participar de las diferentes copas, bueno, deberán entregar los jugadores o negarlos directamente y el técnico saber con qué jugadores cuenta y/o puede citar.

¿Usted considera que esta camada de jugadores de la selección Argentina es una generación perdedora?

No perdedores, porque llegaron a la final de la Copa América y a cuartos de final en la Copa del Mundo, clasificaron primeros en las eliminatorias, no creo que sean perdedores. De todos modos, no son ganadores, pues nosotros exigimos que sean ganadores cuando se obtienen los títulos, además hay jugadores que van cumpliendo su ciclo se van cargando de años y les resulta difícil mantenerse con nivel de competencia internacional, hoy en día no es tan sencillo si no hay lugar y tiempo de trabajo.

¿Cómo es el fútbol argentino a nivel dirigencial? ¿Cómo es la AFA?

La AFA (Asociación Argentina de Fútbol), como ente, es un ente poderoso que recauda muy bien de acuerdo a las presentaciones de la selección en las diferentes copas y que alimenta a clubes que son deficitarios, que están mal manejados en un medio donde de pronto se paga de lo que tiene que pagarse, y esto en un análisis doméstico se sabe que no se puede gastar más de lo que entra. Y como los clubes gastan más de lo que ingresan después se ven obligados a vender sus figuras con rapidez para generar ingresos, que son su patrimonio, son quienes deben ofrecer el espectáculo.

¿Qué dirigente se avizora como sucesor de Grondona en la AFA?

No lo sé, porque eso va a depender de muchas cosas, como por ejemplo si va a estar del lado de Grondona o de la vereda de enfrente, no le veo muchas posibilidades a quien esté en la vereda de enfrente por una cuestión de la infraestructura que Grondona a montado en torno a la AFA en los años y a su conocimiento que lo ha convertido en vice-presidente de FIFA y, por otra parte, no sé a quién elegirá Grondona para que lo suceda.

¿Desde Uruguay escuchamos hablar de los “barras bravas”, ¿cuál es la verdad sobre estos?

Son delincuentes, el fútbol es un reflejo de nuestra sociedad, el fútbol inventa delincuentes. A los delincuentes lo hacen la falta de pasión, la falta de oportunidades, la falta de instrucción, las necesidades económicas que es un proceso para cualquier habitante de nuestro país; la droga también ha sido un componente explosivo en esto, lo que pasa que aquellos que eran fanáticos y se peleaban por una camiseta o bandera, ahora son fanáticos y delincuentes, entonces tienen la gimnasia de la delincuencia en la semana y de pronto la ponen en práctica el domingo en la cancha, hasta muchas veces cometiendo un robo o un crimen, es un proceso muy grave…

Pero, ¿no hay una sobreprotección dirigencial hacia esos “barras bravas”?

Puede haber una complicidad por temor, en algún momento, los dirigentes aprovecharon los servicios de los barras y después quedaron presos a ellos; y ahora a qué dirigente le gusta que aparezcan los barras, a ninguno, es lo mismo que vos seas cómplice de alguien, después lo tenés para toda la vida y es así. Yo creo que hay temor por parte de los dirigentes, temor a lo que puedan generar estos tipos que realmente son peligrosos y creo que hay una ineficiencia total del poder político para terminar con este tema.

¿Cómo ve el campeonato argentino? ¿Le sorprendió algún equipo?

No, lamentablemente no. No veo ninguna revelación ni de equipos ni de jugadores, Tigre y German Denis respectivamente puede ser, pero creo que estamos en la mediocridad.

¿El hecho de que ningún equipo repita el titulo de campeón argentino, habla de una igualdad hacia abajo?

Sí, total. Se ha nivelado hacia abajo y no hacia arriba, y no se han capacitado los menos capaces sino que los capaces han perdido esa capacidad. Los equipos grandes al tener el mayor poderío económico son los que pueden tener las mejores figuras, pero también estos equipos exportan, y mucho, entonces ahí también se empareja la cosa.

¿Qué nos puede decir del fútbol uruguayo?

Uruguay no ha podido superar el fenómeno del cual ha quedado preso desde hace muchísimos años, que es el de exportar los mejores jugadores por una necesidad económica. El fútbol uruguayo se ha empobrecido y esto va a ser muy difícil de solucionar. Los jugadores uruguayos y argentinos piensan más en cómo se van a ganar la vida afuera, que en jugar al fútbol en su país; más sabiendo que tienen una carrera corta y que tampoco es a todos que les llegan las oportunidades. Además, es un trabajo muy bien redituado en muchas partes del mundo, pero que puede ser truncado sorpresivamente por una desgracia cualquiera.

¿Qué figura recuerda del fútbol uruguayo?

Uhhh muchas…tengo muchos años (risas), desde los campeones del 50’ y hasta algunos de los del 30’…

En Uruguay tenemos siempre latente la interrogante, ¿Casal sí o Casal no? y el monopolio de los futbolistas…

Creo que la interrogante sería por qué no lo tienen otros, por qué el monopolio no lo tienen los clubes y lo tiene Paco: eso es lo que hay que preguntarse, cuál es la razón, por qué no hay otro y no si está bien o mal que los tenga Paco.

¿Pero Casal no se ha aprovechado de la mala administración dirigencial?

Pasa lo mismo en la Argentina con los grupos empresariales, de los cuales a veces se sabe sus integrantes y a veces no se sabe nada y esto puede llegar a ser más peligroso. Como el caso de River con el club suizo Lucerna (supuestamente este club le compra jugadores a River para luego transferirlos a otros clubes europeos) y hasta algunos clubes uruguayos han saltado a luz con este mismo tema, jugadores que supuestamente pasan por esos clubes. Todo es parte del sistema.

¿Está de acuerdo con que futbolistas o ex futbolistas integren paneles en programas deportivos?

Bueno esas son decisiones de empresas, los periodistas nada tenemos que ver en estas decisiones. Acá es una profesión que está tan abierta que las empresas pueden contratar a quienes quieran; no exigen ningún título o tener un curso que te avale para trabajar en televisión, entonces pueden hacer mala praxis. Estos jugadores pueden saber mucho de lo que se trata, pero seguramente no saben cómo se trata, que en definitiva es de lo que sabe un periodista, saber cómo transmitir la noticia, cómo utilizar el lenguaje…

¿No lo ve como algo positivo?

En algunos casos sí y en otros no. Porque eso depende más de la capacidad de cada uno de ellos. Creo que la profesión está abierta y está bien que tengan la oportunidad, pero creo que lo que no se tiene en cuenta es que mas allá de la fama o popularidad de cada uno ellos lo más importante es que tengan los conocimientos y la técnica para transmitir sus conocimientos.

Un mensaje al televidente uruguayo que domingo a domingo lo escucha…

Les agradezco que estén ahí todavía, mientras estén ahí yo voy a estar acá, por ahora no pienso retirarme.

(entrevista tomada de la revista uruguaya "Ligate", Enero de 2008)

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Corría el año 1989, me desempeñaba en Unión de Santa Fe, donde conocí a un tipo de primera calidad, un gran compañero y amigo, el “flaco” Gustavo Tognarelli.
Por ese entonces yo me hospedaba en uno de los mejores hoteles de la ciudad, El Hostal, el flaco, que era el arquero de aquel equipo del 89, lo hacía en el hotel Zavaletta distante a unas cuadras del mío, con el tiempo nos hicimos compinches y en consecuencia autores de muchas historias sabrosas, si lo sabrá el “Profe” Mazza y Zucarelli, nuestro cuerpo técnico por aquel entonces.
Recuerdo en especial una noche, después de entrenar y realizar el corretaje acostumbrado por la peatonal, nos fuimos a cenar al Hostal tras una invitación mía, siempre era mía, al “flaco” le decían “isoca”, por que le comía la plata que el padre obtenía al vender la cosecha de soja, terminada la cena nos dirigimos a la habitación a ver una película, esta finalizó tipo dos de la mañana, comentario va, comentario viene ya eran tres y media y al “flaco” se le ocurrió una de las suyas tentando mi insomnio.
El conserje de la noche acostumbraba a quedarse dormido, en el despacho de la dueña del hotel colgaba un retrato de su padre, muy bien pintado pero extremadamente grande en sus dimensiones. Se nos ocurrió darlo vuelta, para que se entienda bien, era ponerlo cabeza abajo, sigilosamente entramos sin ser descubiertos por el conserje y consumamos la tarea, antes de retirarnos no pudimos ocultar la tentación al ver semejante cuadro dado vuelta y llegamos riéndonos a la habitación donde pudimos soltar nuestras carcajadas contenidas.
Antes de dormirnos pensábamos en voz alta si nuestra “maldad” no le traería problemas a los empleados, llegado el caso que la dueña se enterara o viese a su padre de esa manera, nos dormimos pensando que la empleada encargada de limpiar la oficina a la mañana lo vería o el conserje antes de retirarse lo detectaría, el cuadro era muy grande para no darse cuenta, bajo ese manto de conjeturas terminamos la noche.
Muy temprano me despierta la voz de Alicia, la telefonista del hotel, alterada por cierto me increpó, ¡Pepe ¿qué hicieron con el cuadro? hay un despelote bárbaro, la dueña lo vio y quiere echar todos los empleados de la noche!, le contesté que no sabía de lo que me estaba hablando y que me dejara dormir, al rato vuelve a insistir, la atiende el “flaco” Tognarelli, también lo increpó diciéndole que podían hacer para remediar la situación, el “flaco" le pidió que le contara lo ocurrido, haciéndose el tonto, una vez que Alicia terminó con el relato, muy suelto de cuerpo le contestó: Mejor que den vuelta el cuadro porque se le va a ir toda la sangre a la cabeza.

(Anécdota extraída de la página web de José "Pepe" Castro)

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El fútbol es pasión porque no es perfecto.

(JUNIOR, ex futbolista brasileño)

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¡Qué desgracia de hombre, treinta años metidos en una cabeza de seis!

(TOMMY DOCHERTY, entrenador británico, opinando sobre Paul Gascoigne)

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El síndrome de la abstinencia


Lo peor del fútbol es tener que dejarlo. Esto lo sabe cualquier jugador profesional. No lo piensa ni le preocupa mientras juega. Es más: ve el ocaso como algo lejano que le puede suceder a los demás y de repente, a los treinta y cinco o a los treinta y seis años como en mi caso, se encuentra con una jubilación que no quería y que no importa como le llegó: por una lesión grave, una suspensión larga o por decisión propia.
Cuando jugaba en Brasil, en el Cruzeiro, le escuché a Pelé una reflexión que en ese momento me pareció apropiada y después una mierda. "Prefiero irme cuando me piden que me quede y no quedarme cuando todos me piden que me vaya". Lo mismo me pasó a mí. Dejé de jugar por decisión propia en 1978. Tenía treinta y seis años, pesaba 72 kilos, cuando toda mi carrera la había realizado con 77 kilos. Hasta había dejado un vicio incurable: el cigarrillo.
Recuerdo que cuando el fantasma del retiro comenzó a acosarme le pregunté al preparador físico, el profesor Alberto Álvarez, qué era lo más conveniente en ese momento. Su recomendación fue bajar de peso y entrenar más. Le hice caso. Llegué a los 72 kilos... Pero dejé a los treinta y seis años. Aquella frase de Pelé me seguía dando vueltas en la cabeza.
Cuando tomé la decisión enseguida me di cuenta de que irse así es muy doloroso. Hay que irse cuando lo echan. Cuando uno deja de jugar sabiendo que aún puede hacerlo, la duda posterior puede llegar a convertirse en una obsesión. Es preferible que esas dudas se la saquen el público y la prensa. Puede que sea o parezca muy impiadoso, pero es mucho más saludable.
Hubo jugadores que dejaron la actividad cuando percibieron señales de decadencia dentro de la cancha que a ellos les parecieron muy claras. Mi caso fue distinto. Jugaba mis últimos partidos y seguía haciéndolo muy bien. El paso de los años lo marcaban otras cosas. Por ejemplo cuando volvía de una inactividad larga en los primeros partidos siempre me faltaba medio metro para llegar antes a la pelota.
Hay menos ductilidad y más desgarros, lumbalgia, recuperación lenta, menos facilidad de movimientos... Esas señales van apareciendo cuando se cruzó la barrera de los treinta. Es entonces cuando el síndrome del final de la carrera empieza a instalarse en la cabeza.
Claro que enseguida se despiertan las autodefensas. Entonces es cuando se piensa que trabajando en la semana y cuidándose con más celo ese temor desaparece. Pero es muy probable también que, en esos momentos, empiecen a jugar en contra los factores externos. Esos factores son la opinión del periodismo, alguna declaración poco feliz de un dirigente o la reacción de la hinchada.
La mentalidad argentina es muy proclive a la ironía, al ensañamiento. El argentino tiene una facilidad tremenda para pegar donde más duele. Es hiriente y clava el bisturí con la precisión de un cirujano. "¡Te estás quedando pelado!”, "¡Qué gordo que estás!" Y si la víctima es un futbolista, el bisturí se lo clavan en la edad.
Lo mejor que se puede hacer es procurar despejar los primeros dramas. Todavía resulta imposible madurar la idea pero sí, en cambio, se pueden poner en marcha las primeras prevenciones. Pensar, por ejemplo, en organizar la nueva vida.
Hay que inventarse una nueva filosofía. Aceptar que llegará el instante de rehacer la agenda, de borrar apellidos y teléfonos. Por ahí pasan las primeras preocupaciones. Yo pasaba por lo que llamo la habitación de los recuerdos, aquella donde están guardados las plaquetas, las medallas, los banderines, los regalos y pensaba: tendría que quemar todo. Y lo curioso es que, cuando entraba, me distraía con una plaqueta, la agarraba y la volvía a leer, aunque lo que decía ya lo sabía de memoria. Y esa plaqueta movilizaba un montón de recuerdos y por ahí me pasaba media hora recordando.
Es terrible. Tenía cosas de diez, de quince años atrás y me parecía que las había ganado el último domingo. El gol del Chango Cárdenas al Celtic me parecía que lo había convertido la semana pasada. Cuando me pasaban esas cosas decía que tenía que tirar, que quemar todo para no convertirme en un viejo llorón. Y ahí nacía la idea de rehacer la agenda, de hacer una decantación.
Es obvio que uno nunca se va del todo: queda en el afecto de la gente. Y el periodismo, con el incremento que ha tomado en los últimos tiempos, siempre lo seguirá buscando para evocar algún acontecimiento o para contestar en una encuesta, pero eso es relativo porque la tristeza de no poder jugar más es enorme.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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¿Las escuelas de técnicos son una chantada?

No, pero a los que fuimos jugadores nos agregan muy poco. A los otros, les puede servir un poco más. Nos dan psicología, anatomía... Para mí, la verdadera escuela de técnicos es el vestuario. Las vivencias te proporcionan un montón de conocimientos. Igual, me parece bien que haya que pasar por la escuela antes de salir a dirigir, porque es un buen lugar para aprender a expresarse y pararse frente a un grupo.

¿Alguna vez, como jugador, sentiste que un técnico estuviera robando la plata?

El jugador, en dos semanas, se da cuenta si tiene adelante a un técnico que sabe o a un chanta. Yo tuve a uno, al que no voy a mencionar, que me dijo que jugara pegado a la línea, cuando venía de hacer 30 y pico de goles en la temporada anterior jugando de nueve. Tuve a otros que me decían que hiciéramos "la nuestra". Yo, por lo bajo, me preguntaba cuál carajo es "la nuestra".

¿Discutías con los técnicos?

Una vez discutí muy fuerte con Cayetano Rodríguez, en Rosario Central. Yo creía que tenía algo personal en contra mío, pero en realidad no le gustaba mi forma de jugar. A él le gustan los futbolistas más capaces de asociarse al toque, y yo era más de potencia, de definición. Casi nos vamos a las manos. Después me arrepentí, me di cuenta de que había cometido una estupidez, y hoy tengo una buena relación con él.

(JOSÉ RAÚL "Toti" IGLESIAS, ex goleador argentino, en revista "Mística", 15/07/00)

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Vendí un jugador por una máquina cortacésped cuando estaba en el Kettering.

(RON ATKINSON, entrenador británico)

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Es un argentino sinvergüenza. Soy miembro de la FIFA y puedo garantizar que él no dirigirá nunca más. Si eso no ocurre, salgo yo de la FIFA. El Fluminense no suele quejarse de arbitrajes, pero ese argentino descarado y canalla no puede venir al Maracaná para hacer lo que hizo.

(ROBERTO HORCADES, Presidente del Fluminense de Brasil, "atendiendo" al árbitro de la final celebrada el miércoles y que consagró a la Liga Deportiva Universitaria como Campeón de la Copa Libertadores de América)

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AJEDREZADOS - Boavista Futebol Clube (Portugal)


Club con 105 años de historia, fue fundado el 1º de Agosto de 1903 por un grupo de ingleses, colaboradores de la fábrica inglesa “Graham", que se asociaron a otros portugueses residentes en el área occidental de la ciudad de Porto.
La designación inicial de la entidad fue "Boavista Footballers", pero a partir de 1910 adopta la actual denominación “Boavista Futebol Clube” después de una disputa con los fundadores ingleses, que pretendían jugar los días sábados (práctica corriente en Inglaterra) pero que no se adaptaba a Portugal, ya que el sábado era un día normal de trabajo.

Los inicios

Siguiendo elementos históricos el Boavista Futebol Clube fue el primer club en Portugal en constituirse como profesional, en Enero de 1933.
Es en la década del 70 en que Boavista inicia su epopeya en las diversas competiciones europeas, teniendo hasta el presente 25 presencias y disputando 99 partidos.
Así nace una nueva era denominada “Boavistão”, liderada por Major Valentim Loureiro, que con su sagacidad e inteligencia, transformó y creó las condiciones para la proyección del club, por todos reconocida.

Logros futbolísticos

En la temporada 1974-75, el club llegaría a su primera Copa de Portugal, torneo que ganaría en otras cuatro oportunidades (1975-76, 1978-79, 1991-92 y 1996-97), galardón que lo habilitaría para quedarse con tres Supercopas de Portugal (1978-79, 1991-92 y 1996-97).
En el año 2000, el club inicia una estrategia de constitución de un grupo empresarial deportivo. Forma una S.G.P.S. y una sociedad anónima deportiva (SAD), para regir todo el fútbol (profesional e inferiores), que luego de su primer ejercicio deportivo coincide con la conquista para el club de su primer Campeonato Nacional de Liga en la temporada 2000/2001, después de lograr en 3 ocasiones anteriores el subcampeonato. Después de muchos años de éxito logra ganar la Copa de Portugal, la Supercopa de Portugal y de lograr grandes presencias en las copas europeas (Copa UEFA y Champions League). Estos logros son, hasta la actualidad, sus mayores conquistas en el plano futbolístico.
El Boavista Futebol Clube, cuenta con 16 modalidades deportivas y con cerca de 24.000 asociados, siendo un polo generador de deportes para todos, independientemente de edad, sexo, raza o religión.
En Mayo de 2008 Boavista es descendido administrativamente como consecuencia de haber ejercido coacción sobre los árbitros que dirigieron los partidos frente a Benfica, Os Belenenses y Académica, en la temporada 2003-2004. Además se multa al club con 180.000 Euros, el menor monto posible, ya que se ha “tenido en cuenta su mala situación económica”, al tener la SAD del Boavista un pasivo de cerca de 100 millones de Euros.

El Estadio

El 11 de Abril de 1910 es inaugurado el estadio de la entidad, pero en 1972, el Estadio sufre una profunda remodelación con la construcción de nuevas bancadas, que proporcionarían mejores condiciones a los espectadores.
En Junio de 1998, el Boavista Futebol Clube inicia una vez más la remodelación del "Estádio do Bessa Séc XXI", con capacidad para cerca de 30.000 espectadores. El nuevo estadio fue proyectado para estar concluido en el año del Centenario del club y poder ser subsede de la Eurocopa de 2004.
Con este proyecto las nuevas gradas están cubiertas y provistas de asientos en su totalidad.
El campo se encuentra en la céntrica Avenida da Boavista, que va desde Castelo do Queijo en la costa, hasta Rotunda da Boavista, cerca del centro de la ciudad.

Apodo

Su apodo (Los Ajedrezados) hace referencia a su casaca, en damero blanco y negro. Otro apodo que recibe el primer equipo es de “Las Panteras”.

Uniforme

* Titular: Camiseta blanca a cuadros negros, pantalón y medias negras.
* Alternativo: Camiseta, pantalón y medias naranjas.

Palmarés

Primera División de Portugal: 2000-2001
Copa de Portugal: 1974-75, 1975-76, 1978-79, 1991-92 y 1996-97
Supercopa de Portugal: 1978-79, 1991-92 y 1996-97

Fuentes consultadas

* Enciclopedia Wikipedia
* Sitio web de la entidad

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Cuando se juega un partido importante, como sería acá un Peñarol-Nacional, por ejemplo, se traen dos corderos y los degüellan en un costado de la cancha. Todos los jugadores tenemos que pisar la sangre que corre y muchos de ellos también se la pasan por la frente. Se supone que es para la buena fortuna. Matar los corderos trae suerte para ganar el partido. "Bueno, después los vamos a comer, pensé yo la primera vez que lo ví. Pero no, los matan sólo para la buena suerte".

(GERARDO "Karibito" MORALES, jugador uruguayo del club Mes, de la ciudad de Kerman, contando sus vivencias en el fútbol iraní. Publicado el 8/1/08 en el diario "El País" de Montevideo)

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Griguol no tenía una visión en cuanto al sentir del hincha de River. Creo que son las ondas negativas y la energía negativa que baja desde la tribuna. Creo que el Flaco Menotti le va a hacer muy bien al club.

(NORBERTO ALONSO, ex jugador argentino, en declaraciones a Página/12, el 29 de Junio de 1988)

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Ronaldinho es más grande que yo. Exactamente 4 centímetros.

(EDSON ARANTES DO NASCIMENTO "Pelé" y su natural humildad)

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Fútbol (Daniel Adrián Madeiro - Argentina)


En una cancha inmensa, de pastos siempre verdes,
veintidós se preparan para la competencia
y tiñen de colores al monótono césped
con sus vivas casacas. La pelota está quieta.

Un juez serio, de negro, en el centro del campo,
mira a los jugadores y a sus dos asistentes,
sincroniza relojes, pita fuerte el silbato.
En las tribunas cantan. La pelota se mueve.

Del medio campo parte un pase al área chica,
recibe el delantero que queda frente al arco,
sus nervios lo traicionan; el arco se le achica;
patea y la pelota va sobre el travesaño.

Las hinchadas disputan la primacía en cantos.
En la cancha se suda, se corre y gambetea;
los rivales se esfuerzan por conquistar un tanto;
un cuatro traba a un nueve. La pelota va afuera.

Mas tras la tensa espera la algarabía explota,
el balón cayó exacto sobre el virtuoso pie
que hace gritar el gol, porque ya la pelota
evadió los tres palos y se estrelló en la red.

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La selección Sub 23 de Perú se preparaba para disputar el Torneo Preolímpico, en Tandil, Argentina, que daba dos boletos a los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Una noche disputó un amistoso en La Paz, Bolivia, ante el combinado local. El partido no era entretenido: los jugadores no hacían mayor esfuerzo por vencer el arco de en frente. Se cuidaban mucho las piernas, considerando que el certamen eliminatorio estaba muy cerca. El duelo, en realidad, se daba en las graderías, donde los hinchas bolivianos y peruanos intercambiaban pullas para alcanzar la supremacía entre ellos. Los locales gritaban sin cansancio: "el que no salta, una gallina, el que no salta, una gallina", refiriéndose a la gran barra peruana posicionada en la tribuna norte. La respuesta visitante no tardó y cantó con ironía al unísono: "vamos a la playa, oh, oh, oh, oh, oh, vamos a la playa, oh, oh, oh, oh, oh", en alusión al hecho de que el país anfitrión es mediterráneo. La hinchada local se sintió tocada por el recuerdo de que su territorio no tiene salida al mar y replicó desde oriente: "el que no salta, una gallina, el que no salta, una gallina". Sin embargo, la masa grande de peruanos asistentes al estadio paceño respondió al instante: "el marrrr, el marrrr, los placeres del mar, vamos a gozarrrrr", parte de la letra de una canción del cantautor peruano Micky González. Luego de esto ya no hubo réplica de los boliches: ni en la tribuna ni en plena competencia oficial, donde perdieron 2 a 1 ante Perú, y ambos quedaron fuera de la justa olímpica. A los bolivianos sólo les quedó conformarse con el placer del Lago Titicaca.

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Toda esta basura acerca de que Gerrard y Lampard no son capaces de jugar juntos... puede ser verdad...

(DANNY Mc GRAIN, ex internacional escocés, 2006)

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De Estados Unidos me gustan los vaqueros. Son solitarios como los guardamentas.

(STÉFANO TACCONI, ex arquero de la selección italiana)

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Donde mueren los valientes (Hernán Rivera Letelier - Chile)


...Y de pronto yo, el verdugo por excelencia, el ejecutor más despiadado de estos fusilamientos, el que no perdonaba a nadie, el capaz de rematar sin asco a su víctima en el suelo, el prócer indiscutido de estas encarnizadas batallas de suburbios, había pasado, de golpe y porrazo, de ejecutor a ejecutado. Y mientras asistía a los preparativos de mi ajusticiamiento -ceremonial de una liturgia que conocía al dedillo, pero del otro lado del que me hallaba ahora- no podía dejar de pensar en ese cabrón arranque de sentimentalismo barato -inédito en mí- que me llevó a sustituir en el puesto al compañero caído, y a tratar de llevar a feliz término su peliaguda misión en la batalla. Y, precisamente -pensaba emputecido en tanto aguardaba la orden de fuego-, venir a ocurrirme esto justo en la contienda con uno de los bandos más duros de esta inclemente guerra periférica, el mismo que en el primer choque simplemente hicimos papilla. Jornada memorable aquella en que, justamente este servidor, se llevó todos los honores al hacer morder el polvo al matachín ese que los capitaneaba y que estaba haciendo demorar la derrota de sus huestes prácticamente él solo. De la despiadada como impecable ejecución que me mandé aquella vez, clave para la victoria final, todavía hoy se habla en las trincheras de por estos lados. Y ahí estaba, ahora, a punto de morir en mi propia ley. Totalmente indefenso frente a ese mastodonte -expresivo como un bloque de hielo- elegido como mi verdugo. Un bestia que el enemigo había reclutado estrictamente (decían) pensando en esta segunda batalla; un ejecutor (decían) tanto o más brutal que yo; un carnicero sin un solo miligramo de sentimiento, un mercenario que en sus ejecuciones (decían medrosos) utilizaba como arma de tiro un mortero de esos de la Segunda Guerra Mundial; un asesino que a la primera ojeada me hizo entender que con él no corrían trucos, que todas esas artimañas a que recurren las víctimas buscando desconcentrar al fusilero, hacerlo perder puntería -artimañas que a mí alguna vez me hicieron vacilar levemente-, no harían ninguna mella en su impavidez de sicario analfabeto, no influirían para nada en esa frialdad terrible con que, ya terminado el ceremonial previo, aprestó su mortífero cañón de ajusticiamiento, mientras yo me persignaba, me agazapaba, me encogía como un batracio sin dejar de mirar el proyectil que, a la orden de "¡Fuego!", me dejaría tirado en el suelo como un perro sarnoso, o me elevaría a la gloria de ese cielo de domingo en una volada que ningún locutor radial iba a relatar eufórico, que ningún canal de televisión iba a repetir en cámara lenta, que ningún piojoso reportero gráfico captaría para la portada de ninguna de esas cabronas revistas especializadas. Porque en estos reductos poblacionales, compadre, en estos perdidos potreros pedregosos, en estas bravas canchas a medio cerro, Los tiros penales de ultimo minuto solo se comentan con las patitas debajo de mesas como esta: tapadas de botellas espumeantes; solo se analizan, compadre -entre pausas de chistes genitales y boleros de venas abiertas-, en estos pringosos boliches de esquina en donde, impajaritablemente, llegamos a morir los valientes. ¡Salud!

(tomado del libro del mismo nombre, Ed. Sudamericana, 1999)

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El secreto de una pegada precisa es tener buen pie, aunque sea grande, y entrarle justo a la pelota. Calzo 42 y medio. Muchos, en el ambiente del fútbol, creen que sólo le pegar bien a la pelota los jugadores que calzan menos de 40. Pero esto es una generalización falsa. La buena pegada es un atributo innato, que se mejora con la práctica constante para reducir el margen de error.
Lo primero es sentirse seguro y confiado. Yo, por ejemplo, desde el instante en que el árbitro sanciona el tiro libre a favor, trato de abstraerme del clima del partido, de concentrarme en ubicar la pelota y de perfilarme bien. Al principio de mi carrera esto me costaba muchísimo; si el partido estaba muy caliente, no me tranquilizaba lo suficiente y terminaba tirándola a cualquier lado.
Una vez con la mente puesta en el remate, recién miro a la barrera y al arquero cuando estoy tomando carrera. Es un vistazo, nomás. El obstáculo de la barrera es siempre el mismo, así que no plantea mayores problemas. Y la ubicación del arquero puede servirme para saber si intentará moverse antes de que yo patee. En ese caso, elijo su palo para agarrarlo a contrapierna. Pero no es lo más frecuente. En condiciones normales, elijo el ángulo que tapa la barrera porque sé que si la pelota la supera, es muy difícil que el arquero llegue. De todos modos, el elemento fundamental es la forma en que le entro a la pelota. Si el impacto es seco, tipo latigazo, probablemente sea gol, porque la velocidad que toma el balón deja sin chances al arquero por más que éste vuele.

(RUBÉN "El Mago" CAPRIA, ex jugador argentino, contando sus secretos a la hora de entrarle a la pelota)

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El fútbol es la única materia sobre la que todo el mundo tiene opinión.

(JAVIER CLEMENTE, entrenador español)

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Ustaritz, mira a ver si le pillas tú que a mi se me ha escapado.

(JAVI CASAS, defensa del Athletic Club de Bilbao, pidiendo un poco de sacrificio a su compañero)

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El fútbol: un diálogo imaginario con Borges... hoy


A partir de las numerosas entrevistas que mantuvo con el célebre escritor, Rodolfo Braceli se permite tejer aquí, ficción mediante, una conversación ilusoria sobre un tema que discutieron en la realidad: el fútbol. Por estos días, Mundial mediante, un asunto que acapara la atención del planeta.
Borges siempre decía que esperaba la muerte con esperanza. Para ser olvido. Pero en este Junio de 2006, en un país que celebra mucho más las muertes que los nacimientos, el supremo escritor deberá soportar los ruidos de discursos y homenajes por los veinte años de su muerte. No sólo eso: Borges, que más de una vez declaró su aversión al fútbol, encima deberá soportar los ruidos de un planeta tomado por el Mundial de Alemania. Conocí y entrevisté largamente a Borges a partir de 1965; sembrado por aquellas conversaciones reales, me permito ahora tejer, ficción mediante, esta conversación ilusoria. Sigo creyendo que si Borges hubiera aprendido los códigos del alfabeto del fútbol lo habría gozado y valorado, como hizo con el ajedrez y con el truco.

–Permiso, don Borges, usted sabe que todo es posible. Entonces, despierte de su eternidad. Pasaron dos décadas de su muerte. Pero vamos a conversar.

–Le agradezco. Mi cuerpo ya cumplió su destino de cuerpo. Me he adiestrado en el hábito del silencio.

–Remonte ese hábito. Queremos escuchar al gran escritor…

–No soy más que un lector. Todo lector es un hombre solo.

–No se cierre así. Conversar es una aventura.

–Padezco de nihilismo básico. Gracias. No insista.

–Sepa disculparme. Tenemos que charlar un rato.

–¿Y de qué le parece que podemos hablar?

–Tal vez de fútbol. Ahí tenemos un televisor: el Mundial ya palpita.

–Abominable asunto.

–¿Prefiere que hablemos sobre los 20 años de su muerte?

–Usted quiere dilatar las posibilidades de mi paciencia. Esta conversación ha concluido.

–Por favor, don Borges, no se ponga así. Lo despierto por un rato nada más.

–¿Cómo dijo que usted se llama?

–Rodolfo Braceli.

–Bracheli, hágame el favor de beneficiarme con su ausencia.

–Está bien, maestro, me voy.

–Sólo soy un viejo discípulo. No olvide sus cosas.

–Ya me voy pero… resulta que tengo sed.

–Un vaso de agua y una faja de honor de la SADE no se le niegan a nadie…

–Gracias por el agua. Permítame: déjeme decirle que usted al fútbol lo aborrecía porque no lo aprendió. Por eso no llegó a enterarse de su dimensión épica, de sus posibilidades estéticas, del drama y la alegría que anidan en ese juego.

–La dicha es mejor que la alegría, dice William Blake. Prescindir del fútbol para mí ha sido una dicha.

–La ignorancia de algo, ¿puede conducirnos a alguna dicha genuina?

–Acato su sentencia: soy un ignorante. Pero alcanzo a vislumbrar que el fútbol no es otra cosa que la apoteosis de la guarangada.

–Podríamos discutirlo. Fíjese, su admirada Alemania es la sede que hoy organiza el Mundial.

–Pobre Alemania, la patria de Heine, Hegel, Klemm, Buber, Unruh, Kafka, Goethe, Nietzsche… Pobre Alemania, primero ultrajada por el incesante Hitler, ahora ofendida por el incesante fútbol… Adiós. ¿Me va a beneficiar con su ausencia?

–Por el momento, don Borges, no lo voy a beneficiar. Lo desperté para conversar.

–Es inútil. Le aviso que hace rato que yo no estoy en el mundo. He padecido ese proceso impuro que se llama morir.

–La muerte es una anécdota, Borges. Tratemos de conversar.

–¿Pero tiene que ser sobre el abominable fútbol?

–No nos queda otra. La Tierra se ha aplanado y el Mundial es como una ventosa que nos succiona de lado a lado. Sabe... yo tengo fe en que usted accederá a conversar por más que el fútbol le provoque...

–... asco.

–Su asco muta en curiosidad.

–Todo es posible, joven. Hasta es posible encontrar una católico civilizado que prefiera la persuasión a la intimidación.

–Ese católico es Chesterton. Chesterton se apasionó por el fútbol.

–¡¿Chesterton?!

–Gilbert Keit Chesterton. 1874–1936. Y también veneró el fútbol un premio Nobel, Albert Camus.

–Entonces tomo como condecoración no haber sido ofendido por el Nobel.

–¿Acepta o no esta conversación?

–Sería una descortesía para con el invocado Chesterton no aceptarla.

–Don Borges, ¿por qué siempre rechazó el fútbol?

–Alguna vez, allá por 1977, se lo expliqué en una conversación real. No he variado: lo rechazo porque la idea de competir me parece innoble, convoca tanta gente...

–¿Y qué si convoca mucha gente?

–El fútbol es la vindicación del canibalismo.

–El canibalismo, Borges, no precisa del fútbol para ser vindicado. Hoy vivimos algo que dulcemente se llama globalización, sinónimo de genocidio institucionalizado. El canibalismo suena a cuento de hadas.

–Si así son las cosas, habrá que responsabilizar a la cosmogonía de Leucipo: la formación del mundo por fortuita conjunción de los átomos.

–Dejemos a Leucipo. ¿Será posible, don Borges, que el fútbol no le despierte la menor curiosidad?

–Bueno, no deseo defraudarlo, cierta curiosidad tengo: explíqueme, ¿cómo es una turba de guarangos reunidos para expresar la pasión desbocada?

–Usted se refiere a un grupo de hinchas exasperados, los barrabravas.

–Me refiero a esa reunión de vulgares que convocan los estadios. Dígame, Rodolfo: ¿a qué huele esa gente unificada por la guarangada?

–A ver si puedo explicárselo: cien o doscientos barrabravas huelen como podrían oler cien o doscientos malevos en trance de afrontar duelo. La adrenalina del supuesto coraje.

–El olor masivo de la cobardía.

–Sí, Borges, la cobardía enfurecida. La patota. Cien o doscientos barrabravas huelen como podrían oler cien o doscientos malevos de ésos que usted... admira.

–Pero hay una diferencia, los fanáticos del fútbol son cobardes. Se amparan en la patota guaranga, repito, vindicación del canibalismo. Los malevos, en cambio, son redimidos por el coraje. Cada malevo está solo con su destino. No me parece que sea el caso del hincha.

–Sin ánimo de ofender su devoción, yo le diría que los malevos también son de sustancia cobarde.

–¿A usted le parece?

–¿No es de cobardes, acaso, adicionar un cuchillo al propio cuerpo? Si están con el cuchillo, Borges, ya no están solos. En todo caso, cada hincha no es menos cobarde que cada malevo.

–Los que usted llama hinchas renuncian a su individualidad. ¿Qué se puede esperar de sus entusiasmos? El incendio total de las bibliotecas, por ejemplo. No es casual que la superstición del fútbol tenga tanta adhesión en este arrabal del mundo, la Argentina.

–No se engañe, don Borges, el fútbol también caló hondo entre los que alguna vez usted denominó oblicuos japoneses. Y en la patria de Goethe. Mire el televisor, si quiere.

–Mis ojos no ven desde 1955… ¿Así que en la patria de Goethe ahora recrudece el Mundial...? No es buena noticia. ¿Tiene otras noticias para propinarme?

–Le cuento que el último campeón mundial del siglo XX fue Francia. Dos millones de personas en los Campos Elíseos. A la Torre Eiffel casi la arrancaron de cuajo y la llevaron en andas.

–¿Esto pasó en la patria de Descartes?

–Eso. También los alemanes celebraron sus títulos mundiales...

–Yo pensé que el suicidio había concluido con el atroz Hitler.

–Tal vez, no serían malas noticias si usted no descalificara sistemáticamente al fútbol. El fútbol no es malo en sí. No potencia el mal. Si no existiera, ¿la condición humana estaría un escalón más arriba? En todo caso, el fútbol nos espeja.

–El fútbol es una obscenidad sentimental.

–Sigue descalificando eso que usted no se permitió conocer. El fútbol es prodigioso. No sabe lo que se perdió.

–Usted, Adolfo...

–Rodolfo.

–Usted, Rodolfo, me empuja a la emisión de apotegmas cínicos o blasfematorios.

–Blasfeme, Borges, blasfeme. Eso es bueno para el colesterol, para la tiroides y sobre todo para la miopía.

–Ahora sé qué fue lo que me condenó a la ceguera: mi imposibilidad de acceder a la guarangada.

–Decir malas palabras no siempre es una guarangada. Estornudar tampoco. Asomarse al misterio de una cancha de fútbol tampoco.

–La del fútbol es una causa indefendible.

–No le pido que lo defienda, sólo que se permita conocerlo.

–Me niego a convertirme en un fanático de la euforia desaforada.

–No le pido que se convierta... Usted, en una charla que tuvimos en el ’65, me confesó que nunca había comido nueces. Me preguntó incluso si uno se ensucia al comerlas...

–Me acuerdo. ¿Y a qué viene eso?

–Viene a que, así como ignoraba las nueces, se la pasó ignorando al fútbol. Hubiera sido, digamos, penoso que dijera que detestaba las nueces si no las conocía. Lo mismo con el fútbol: usted lo descalifica sin haber aprendido a leerlo.

–¿Sugiere que soy un analfabeto?

–Bueno, en este punto usted... es un analfabeto.

–Analfabeto agradecido y dichoso. Pero tengo que confesarle que algo me inquieta: eso que me comentó acerca del interés de Chesterton sobre el fútbol, ¿de dónde lo sacó?

–Lo soñé. Soñé que Chesterton iba con el padre Brown a la cancha del Manchester. Y les fascinaba.

–Ah, lo soñó... entonces puede no haber sucedido.

–Me extraña oír eso de su boca: ¿desde cuándo, Borges, los sueños no son parte esencial de la realidad?

–Me temo que esta conversación se vuelva infinita. Entonces sabré en qué consiste el tan mentado infierno.

–No tema. Sólo se trata de que usted se asome al conocimiento de lo que es el gol.

–Eso que usted llama gol no me hace falta conocerlo; puedo intuirlo... Es una mera interjección. Una interjección que usurpa la función del razonamiento.

–Si sólo fuera eso, bien vale recordar que la interjección es una parte de la vida. No se la debe aniquilar.

–No hace falta aniquilarla. El gol es un vano estampido consagrado por la estéril guaranguería. Seguramente inventado por la irreparable ingenuidad de alguna tribu ociosa.

–Tribu inglesa, Borges.

–Usted intenta ofender a mi amada Inglaterra. Sepa que mi sangre y el amor a las letras me arriman indisolublemente a Inglaterra.

– Justamente ellos inventaron el prodigioso juego del fútbol que usted aborrece. Gol viene del inglés goal. Meta. Objetivo. Se pronuncia goul.

–Y degeneró en gol.

–No hay caso, usted no amaina. No se imagina el suceso estético que a veces generan algunos jugadores.

–Pegarle brutalmente a una esfera indefensa no me parece que pueda generar nada que nos acerque a lo estético.

–Justamente, hay artistas que a la pelota no le pegan. Tienen manos en los pies. Debería verlos: Maradona, Bochini, Whillington, Riquelme, Aimar, Legrotaglie, el pibe Messi... Usted se estuvo perdiendo algo fascinante.

–Es inútil que renueve sus argumentos. Resígnese. Además ya es tarde: soy un ciego sin retorno.

–Es que el fútbol propone intensidades, emociones impredecibles.

–Prefiero otras emociones.

–¿Por ejemplo?

–Leer el evangelio gnóstico de Basílides. O rastrear los oscuros caminos del bisonte.

–No me resigno a que usted se quite la posibilidad de descifrar el indescifrable fútbol. Vamos, maestro...

–Le dije que soy un viejo alumno.

–Si es un viejo alumno, está en trance de aprender. Ergo: aprenda el fútbol.

–Me niego a enrolarme en una vacuidad ruidosa.

–Será una vacuidad, pero es una vacuidad prodigiosa que amalgama, en el vértice del mismo instante, el drama y la comedia, la tragedia y el éxtasis.

–Absurdo, puro absurdo.

–Precisamente, el fútbol matiza la absurdidad del mundo instalada dentro de la congénita absurdidad de la vida. Y un detalle más: nada nos hace tan iguales como el fútbol, salvo la muerte.

–Suena tentador lo que me postula, pero le reitero: recuerde lo que le dije en una conversación real, hace años: yo no puedo claudicar, no puedo aceptar algo en donde uno gana y el otro pierde: me parece horrible, innoble. Hay que tratar siempre de que gane el otro... Esto y el culto del coraje son, en su amado fútbol, imposibles. Y entonces el fútbol fue, es y será imposible para mi pobre código.

–Con el mayor respeto: usted está equivocado. Si hubiera conocido a Obdulio Varela pensaría muy distinto.

–Obdulio Varela... no me suena. ¿Poeta gauchesco? ¿Caudillo de comité? ¿Payador perseguido?

–Le contaré algo, y para eso echaré mano de detalles que recogió Osvaldo Soriano…

–Ah, Soriano. Lo leí finalmente a este muchacho, para disipar el parejo tedio que me sucede desde que a mi carne le vino la muerte… Lo leí y comparto su aversión por Chaplin… Además le he encontrado alguna línea rescatable, como cuando dice… "He sentido pena al ver que caminamos hacia el abismo como vacas ciegas". Buena definición para un país ganado. Ganado por la atroz ceguera del amor al fútbol.

–No nos vayamos del asunto. Usted argumenta que no puede aceptar algo donde uno gana y otro pierde. Le cuento algo que Obdulio Varela le confesó a Soriano. Obdulio fue el capitán de la selección uruguaya que jugó la final con Brasil, en el 50. Pasó en el estadio de Maracaná: más de 150 mil brasileños estaban convencidos, como todo el mundo, de que era imposible perder de locales. A los 6 minutos del segundo tiempo, gol de Brasil. Todo parece terminado para los uruguayos. Pero tras el gol, Obdulio se pone el balón debajo del brazo derecho y lentamente va a discutirle al juez de línea. Hasta exige traductor Obdulio. Logra así domar el delirio victorioso. Una pequeña eternidad, se reanuda el partido, los uruguayos empatan y, faltando 9 minutos, hacen otro gol. Lo imposible se da vuelta como un guante. Uruguay campeón del mundo.

–Para mí lo de Obdulio no pasa de una picardía de mañoso jugador de truco.

–Borges, falta lo mejor: ¿sabe qué hizo Obdulio después del partido en Río de Janeiro, allí donde millones lloraban con desconsuelo? Se fue a caminar boliches. Veía a grandes que lloraban como chicos y decían: "Obdulio nos ganó a todos". Cuenta Soriano que Obdulio, en ese momento de absoluta gloria, se sintió muy mal. En 1972 le confesó: "Si ahora tuviera que jugar esa final, me hago un gol en contra, sí señor." Borges, ¿vio?

–Usted me pide que vea: me pide demasiado. Pero no puedo negar que el tal Obdulio Varela es un hombre de coraje, capaz de querer que gane el adversario para no verlo triste.

–Sin ánimo de descalificar a sus venerados cuchilleros, yo creo que Obdulio tenía más coraje que cualquiera de ellos. Usted se perdió este personaje, Borges. No lo juzgo mal por eso. Le digo nomás.

–Siempre reconocí: vida y muerte le han faltado a mi vida. El castigo va conmigo.

–Borges, esto no quiere ser un arreglo de cuentas. Sólo intentaba invitarlo a que se asomara al prodigio del fútbol. La historia de Obdulio Varela, ¿alcanza para que usted deponga su aversión?

–Si todo es inútil, ¿qué importancia pueden tener mis odios? Agradezco su esfuerzo por revelarme lo imposible. Pero me niego a considerar que en el fútbol se hospede la secreta porción de divinidad que hay en todo hombre. Además, me temo que si seguimos por el rumbo del fútbol conseguiremos arribar al mono inmortal.

–No hay caso, don. Pero una cosa más quiero decirle: cada partido esconde en gran escala, en cada cancha, un secreto partido de truco y una secreta partida de ajedrez.

–¿Y cómo son las canchas?

–Rectangulares.

–Ah, las ruinas rectangulares… Dígame, y ese cataclismo, ¿qué fue?

–Gooool… ¡Gol argentino, don Borges!

–Si este país y el mundo entero siguen oxidándose en la mediocridad de las multitudes, lo que alguna vez tuvo el color del fuego terminará por tener el color de la ceniza.

–No nos ponemos de acuerdo. Una cosita más le digo, y tal vez esto le despierte algún interés por el misterioso fútbol: el rectángulo de toda cancha, debajo de su verde gramilla, esconde un laberinto que no cesa.

–¿Un laberinto? Pero ¿por qué no me lo dijo antes, Rodolfo?

–Nunca es tarde para...

–Para mí sí es tarde. Yo me atengo a Buda. Soy el cansado del camino. Me adiestro para el nirvana, o sea, para la extinción mediante rigurosos ejercicios de irrealidad. Todos mis actos son ilusorios. Lo eran antes de morir. Para mí no se trata de ser o no ser... Demasiado tarde para que me asome a lo que usted llama el prodigio del fútbol. Hay imprudencias que ya no podré cometer. Me deberé, para siempre, esa misteriosa imprudencia del fútbol... Usted me acaba de afligir con la noticia de que hay un laberinto al que no me asomé; no me di permiso para esa aventura. Pobre de mí.

–No esté triste, don. Sólo se trata de que tengamos un poco de compasión por la pasión.

–Compasión por la pasión... ¿estará allí el coraje más difícil? Bueno, adiós. A falta del incesante laberinto de la verde gramilla sólo me queda desgranar el tedio contando las veces que las aguas del Ganges han reflejado el vuelo de un halcón... Pero antes dígame, Rodolfo, ¿ahí afuera es de día o de noche?

–Afuera es la vida. Y la vida continúa. A propósito, cuénteme: ¿cómo se vive durante la muerte?

–Se vive dentro de una pausa. Dichosa pausa, porque no es interrumpida por los aullidos de los goles, ni por la noticia anual del Nobel que no me concedieron. De este lado de la muerte yo esperaba saber si he sido una palabra o si he sido alguien. La vida y la muerte, todo, sirve para un fin que nunca comprenderemos… Dígame ¿y eso?

–¡Otro gol de la patria idolatrada!

–Me gustaría ser sordo. Sordo, estaría librado de escuchar esto que atraviesa ahora hasta las ventanas cerradas: la interjección de ese vano estampido que nombran gol no tiene límites. Yo pensaba descansar en paz: ni los homenajes ni los goles me dejan. Ni siquiera soy polvo. Ni siquiera soy sombra. La inmortalidad es una mera equivocación de la esperanza.

–No lo molesto más, don Borges, ya me voy.

–Gracias. Muchas gracias… Camino de la puerta, que encontrará sin llave, apague el televisor. Sus imágenes reproducen el mundo.

–No me va a decir que le molesta. Si usted no ve.

–Hijo… hijo… yo no tuve hijos debido a mi simpatía por Herodes…

–Algo me estaba por decir. No se lo guarde. Don Borges, dígamelo.

–Hijo… yo nunca fui ciego. Pero convencí a todos de que lo era.

–Magnifica ironía.

–Ironía no. Lo hice para que me quisieran… Lo hice para saber si me querían.


(publicado en Diario “La Nación”, previo al Mundial 2006)

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Los futbolistas son los héroes contemporáneos, igual que Ulises o los personajes mitológicos. Una de las mitologías contemporáneas es el fútbol y por tanto los jugadores son tratados, y muchos se sienten, como dioses. No hay más que ver detalles como las botas grabadas en oro, y cosas de ese tipo que les hacen sentir como auténticos dioses. Casi se realizan ofrendas, se les consiente y permite todo, porque son las personas que defienden nuestro honor en el campo de batalla, el campo de fútbol, frente al enemigo. En el fútbol siempre tiene que haber un enemigo. Lo peor que le podría ocurrir al Real Madrid es que desapareciera el Barcelona y al revés.

(JULIO LLAMAZARES, escritor español, en declaraciones al diario "As" del 29/07/2007)

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