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Corría el año 1989, me desempeñaba en Unión de Santa Fe, donde conocí a un tipo de primera calidad, un gran compañero y amigo, el “flaco” Gustavo Tognarelli.
Por ese entonces yo me hospedaba en uno de los mejores hoteles de la ciudad, El Hostal, el flaco, que era el arquero de aquel equipo del 89, lo hacía en el hotel Zavaletta distante a unas cuadras del mío, con el tiempo nos hicimos compinches y en consecuencia autores de muchas historias sabrosas, si lo sabrá el “Profe” Mazza y Zucarelli, nuestro cuerpo técnico por aquel entonces.
Recuerdo en especial una noche, después de entrenar y realizar el corretaje acostumbrado por la peatonal, nos fuimos a cenar al Hostal tras una invitación mía, siempre era mía, al “flaco” le decían “isoca”, por que le comía la plata que el padre obtenía al vender la cosecha de soja, terminada la cena nos dirigimos a la habitación a ver una película, esta finalizó tipo dos de la mañana, comentario va, comentario viene ya eran tres y media y al “flaco” se le ocurrió una de las suyas tentando mi insomnio.
El conserje de la noche acostumbraba a quedarse dormido, en el despacho de la dueña del hotel colgaba un retrato de su padre, muy bien pintado pero extremadamente grande en sus dimensiones. Se nos ocurrió darlo vuelta, para que se entienda bien, era ponerlo cabeza abajo, sigilosamente entramos sin ser descubiertos por el conserje y consumamos la tarea, antes de retirarnos no pudimos ocultar la tentación al ver semejante cuadro dado vuelta y llegamos riéndonos a la habitación donde pudimos soltar nuestras carcajadas contenidas.
Antes de dormirnos pensábamos en voz alta si nuestra “maldad” no le traería problemas a los empleados, llegado el caso que la dueña se enterara o viese a su padre de esa manera, nos dormimos pensando que la empleada encargada de limpiar la oficina a la mañana lo vería o el conserje antes de retirarse lo detectaría, el cuadro era muy grande para no darse cuenta, bajo ese manto de conjeturas terminamos la noche.
Muy temprano me despierta la voz de Alicia, la telefonista del hotel, alterada por cierto me increpó, ¡Pepe ¿qué hicieron con el cuadro? hay un despelote bárbaro, la dueña lo vio y quiere echar todos los empleados de la noche!, le contesté que no sabía de lo que me estaba hablando y que me dejara dormir, al rato vuelve a insistir, la atiende el “flaco” Tognarelli, también lo increpó diciéndole que podían hacer para remediar la situación, el “flaco" le pidió que le contara lo ocurrido, haciéndose el tonto, una vez que Alicia terminó con el relato, muy suelto de cuerpo le contestó: Mejor que den vuelta el cuadro porque se le va a ir toda la sangre a la cabeza.

(Anécdota extraída de la página web de José "Pepe" Castro)

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El fútbol es pasión porque no es perfecto.

(JUNIOR, ex futbolista brasileño)

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¡Qué desgracia de hombre, treinta años metidos en una cabeza de seis!

(TOMMY DOCHERTY, entrenador británico, opinando sobre Paul Gascoigne)

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El síndrome de la abstinencia


Lo peor del fútbol es tener que dejarlo. Esto lo sabe cualquier jugador profesional. No lo piensa ni le preocupa mientras juega. Es más: ve el ocaso como algo lejano que le puede suceder a los demás y de repente, a los treinta y cinco o a los treinta y seis años como en mi caso, se encuentra con una jubilación que no quería y que no importa como le llegó: por una lesión grave, una suspensión larga o por decisión propia.
Cuando jugaba en Brasil, en el Cruzeiro, le escuché a Pelé una reflexión que en ese momento me pareció apropiada y después una mierda. "Prefiero irme cuando me piden que me quede y no quedarme cuando todos me piden que me vaya". Lo mismo me pasó a mí. Dejé de jugar por decisión propia en 1978. Tenía treinta y seis años, pesaba 72 kilos, cuando toda mi carrera la había realizado con 77 kilos. Hasta había dejado un vicio incurable: el cigarrillo.
Recuerdo que cuando el fantasma del retiro comenzó a acosarme le pregunté al preparador físico, el profesor Alberto Álvarez, qué era lo más conveniente en ese momento. Su recomendación fue bajar de peso y entrenar más. Le hice caso. Llegué a los 72 kilos... Pero dejé a los treinta y seis años. Aquella frase de Pelé me seguía dando vueltas en la cabeza.
Cuando tomé la decisión enseguida me di cuenta de que irse así es muy doloroso. Hay que irse cuando lo echan. Cuando uno deja de jugar sabiendo que aún puede hacerlo, la duda posterior puede llegar a convertirse en una obsesión. Es preferible que esas dudas se la saquen el público y la prensa. Puede que sea o parezca muy impiadoso, pero es mucho más saludable.
Hubo jugadores que dejaron la actividad cuando percibieron señales de decadencia dentro de la cancha que a ellos les parecieron muy claras. Mi caso fue distinto. Jugaba mis últimos partidos y seguía haciéndolo muy bien. El paso de los años lo marcaban otras cosas. Por ejemplo cuando volvía de una inactividad larga en los primeros partidos siempre me faltaba medio metro para llegar antes a la pelota.
Hay menos ductilidad y más desgarros, lumbalgia, recuperación lenta, menos facilidad de movimientos... Esas señales van apareciendo cuando se cruzó la barrera de los treinta. Es entonces cuando el síndrome del final de la carrera empieza a instalarse en la cabeza.
Claro que enseguida se despiertan las autodefensas. Entonces es cuando se piensa que trabajando en la semana y cuidándose con más celo ese temor desaparece. Pero es muy probable también que, en esos momentos, empiecen a jugar en contra los factores externos. Esos factores son la opinión del periodismo, alguna declaración poco feliz de un dirigente o la reacción de la hinchada.
La mentalidad argentina es muy proclive a la ironía, al ensañamiento. El argentino tiene una facilidad tremenda para pegar donde más duele. Es hiriente y clava el bisturí con la precisión de un cirujano. "¡Te estás quedando pelado!”, "¡Qué gordo que estás!" Y si la víctima es un futbolista, el bisturí se lo clavan en la edad.
Lo mejor que se puede hacer es procurar despejar los primeros dramas. Todavía resulta imposible madurar la idea pero sí, en cambio, se pueden poner en marcha las primeras prevenciones. Pensar, por ejemplo, en organizar la nueva vida.
Hay que inventarse una nueva filosofía. Aceptar que llegará el instante de rehacer la agenda, de borrar apellidos y teléfonos. Por ahí pasan las primeras preocupaciones. Yo pasaba por lo que llamo la habitación de los recuerdos, aquella donde están guardados las plaquetas, las medallas, los banderines, los regalos y pensaba: tendría que quemar todo. Y lo curioso es que, cuando entraba, me distraía con una plaqueta, la agarraba y la volvía a leer, aunque lo que decía ya lo sabía de memoria. Y esa plaqueta movilizaba un montón de recuerdos y por ahí me pasaba media hora recordando.
Es terrible. Tenía cosas de diez, de quince años atrás y me parecía que las había ganado el último domingo. El gol del Chango Cárdenas al Celtic me parecía que lo había convertido la semana pasada. Cuando me pasaban esas cosas decía que tenía que tirar, que quemar todo para no convertirme en un viejo llorón. Y ahí nacía la idea de rehacer la agenda, de hacer una decantación.
Es obvio que uno nunca se va del todo: queda en el afecto de la gente. Y el periodismo, con el incremento que ha tomado en los últimos tiempos, siempre lo seguirá buscando para evocar algún acontecimiento o para contestar en una encuesta, pero eso es relativo porque la tristeza de no poder jugar más es enorme.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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¿Las escuelas de técnicos son una chantada?

No, pero a los que fuimos jugadores nos agregan muy poco. A los otros, les puede servir un poco más. Nos dan psicología, anatomía... Para mí, la verdadera escuela de técnicos es el vestuario. Las vivencias te proporcionan un montón de conocimientos. Igual, me parece bien que haya que pasar por la escuela antes de salir a dirigir, porque es un buen lugar para aprender a expresarse y pararse frente a un grupo.

¿Alguna vez, como jugador, sentiste que un técnico estuviera robando la plata?

El jugador, en dos semanas, se da cuenta si tiene adelante a un técnico que sabe o a un chanta. Yo tuve a uno, al que no voy a mencionar, que me dijo que jugara pegado a la línea, cuando venía de hacer 30 y pico de goles en la temporada anterior jugando de nueve. Tuve a otros que me decían que hiciéramos "la nuestra". Yo, por lo bajo, me preguntaba cuál carajo es "la nuestra".

¿Discutías con los técnicos?

Una vez discutí muy fuerte con Cayetano Rodríguez, en Rosario Central. Yo creía que tenía algo personal en contra mío, pero en realidad no le gustaba mi forma de jugar. A él le gustan los futbolistas más capaces de asociarse al toque, y yo era más de potencia, de definición. Casi nos vamos a las manos. Después me arrepentí, me di cuenta de que había cometido una estupidez, y hoy tengo una buena relación con él.

(JOSÉ RAÚL "Toti" IGLESIAS, ex goleador argentino, en revista "Mística", 15/07/00)

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Vendí un jugador por una máquina cortacésped cuando estaba en el Kettering.

(RON ATKINSON, entrenador británico)

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Es un argentino sinvergüenza. Soy miembro de la FIFA y puedo garantizar que él no dirigirá nunca más. Si eso no ocurre, salgo yo de la FIFA. El Fluminense no suele quejarse de arbitrajes, pero ese argentino descarado y canalla no puede venir al Maracaná para hacer lo que hizo.

(ROBERTO HORCADES, Presidente del Fluminense de Brasil, "atendiendo" al árbitro de la final celebrada el miércoles y que consagró a la Liga Deportiva Universitaria como Campeón de la Copa Libertadores de América)

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AJEDREZADOS - Boavista Futebol Clube (Portugal)


Club con 105 años de historia, fue fundado el 1º de Agosto de 1903 por un grupo de ingleses, colaboradores de la fábrica inglesa “Graham", que se asociaron a otros portugueses residentes en el área occidental de la ciudad de Porto.
La designación inicial de la entidad fue "Boavista Footballers", pero a partir de 1910 adopta la actual denominación “Boavista Futebol Clube” después de una disputa con los fundadores ingleses, que pretendían jugar los días sábados (práctica corriente en Inglaterra) pero que no se adaptaba a Portugal, ya que el sábado era un día normal de trabajo.

Los inicios

Siguiendo elementos históricos el Boavista Futebol Clube fue el primer club en Portugal en constituirse como profesional, en Enero de 1933.
Es en la década del 70 en que Boavista inicia su epopeya en las diversas competiciones europeas, teniendo hasta el presente 25 presencias y disputando 99 partidos.
Así nace una nueva era denominada “Boavistão”, liderada por Major Valentim Loureiro, que con su sagacidad e inteligencia, transformó y creó las condiciones para la proyección del club, por todos reconocida.

Logros futbolísticos

En la temporada 1974-75, el club llegaría a su primera Copa de Portugal, torneo que ganaría en otras cuatro oportunidades (1975-76, 1978-79, 1991-92 y 1996-97), galardón que lo habilitaría para quedarse con tres Supercopas de Portugal (1978-79, 1991-92 y 1996-97).
En el año 2000, el club inicia una estrategia de constitución de un grupo empresarial deportivo. Forma una S.G.P.S. y una sociedad anónima deportiva (SAD), para regir todo el fútbol (profesional e inferiores), que luego de su primer ejercicio deportivo coincide con la conquista para el club de su primer Campeonato Nacional de Liga en la temporada 2000/2001, después de lograr en 3 ocasiones anteriores el subcampeonato. Después de muchos años de éxito logra ganar la Copa de Portugal, la Supercopa de Portugal y de lograr grandes presencias en las copas europeas (Copa UEFA y Champions League). Estos logros son, hasta la actualidad, sus mayores conquistas en el plano futbolístico.
El Boavista Futebol Clube, cuenta con 16 modalidades deportivas y con cerca de 24.000 asociados, siendo un polo generador de deportes para todos, independientemente de edad, sexo, raza o religión.
En Mayo de 2008 Boavista es descendido administrativamente como consecuencia de haber ejercido coacción sobre los árbitros que dirigieron los partidos frente a Benfica, Os Belenenses y Académica, en la temporada 2003-2004. Además se multa al club con 180.000 Euros, el menor monto posible, ya que se ha “tenido en cuenta su mala situación económica”, al tener la SAD del Boavista un pasivo de cerca de 100 millones de Euros.

El Estadio

El 11 de Abril de 1910 es inaugurado el estadio de la entidad, pero en 1972, el Estadio sufre una profunda remodelación con la construcción de nuevas bancadas, que proporcionarían mejores condiciones a los espectadores.
En Junio de 1998, el Boavista Futebol Clube inicia una vez más la remodelación del "Estádio do Bessa Séc XXI", con capacidad para cerca de 30.000 espectadores. El nuevo estadio fue proyectado para estar concluido en el año del Centenario del club y poder ser subsede de la Eurocopa de 2004.
Con este proyecto las nuevas gradas están cubiertas y provistas de asientos en su totalidad.
El campo se encuentra en la céntrica Avenida da Boavista, que va desde Castelo do Queijo en la costa, hasta Rotunda da Boavista, cerca del centro de la ciudad.

Apodo

Su apodo (Los Ajedrezados) hace referencia a su casaca, en damero blanco y negro. Otro apodo que recibe el primer equipo es de “Las Panteras”.

Uniforme

* Titular: Camiseta blanca a cuadros negros, pantalón y medias negras.
* Alternativo: Camiseta, pantalón y medias naranjas.

Palmarés

Primera División de Portugal: 2000-2001
Copa de Portugal: 1974-75, 1975-76, 1978-79, 1991-92 y 1996-97
Supercopa de Portugal: 1978-79, 1991-92 y 1996-97

Fuentes consultadas

* Enciclopedia Wikipedia
* Sitio web de la entidad

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Cuando se juega un partido importante, como sería acá un Peñarol-Nacional, por ejemplo, se traen dos corderos y los degüellan en un costado de la cancha. Todos los jugadores tenemos que pisar la sangre que corre y muchos de ellos también se la pasan por la frente. Se supone que es para la buena fortuna. Matar los corderos trae suerte para ganar el partido. "Bueno, después los vamos a comer, pensé yo la primera vez que lo ví. Pero no, los matan sólo para la buena suerte".

(GERARDO "Karibito" MORALES, jugador uruguayo del club Mes, de la ciudad de Kerman, contando sus vivencias en el fútbol iraní. Publicado el 8/1/08 en el diario "El País" de Montevideo)

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Griguol no tenía una visión en cuanto al sentir del hincha de River. Creo que son las ondas negativas y la energía negativa que baja desde la tribuna. Creo que el Flaco Menotti le va a hacer muy bien al club.

(NORBERTO ALONSO, ex jugador argentino, en declaraciones a Página/12, el 29 de Junio de 1988)

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Ronaldinho es más grande que yo. Exactamente 4 centímetros.

(EDSON ARANTES DO NASCIMENTO "Pelé" y su natural humildad)

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Fútbol (Daniel Adrián Madeiro - Argentina)


En una cancha inmensa, de pastos siempre verdes,
veintidós se preparan para la competencia
y tiñen de colores al monótono césped
con sus vivas casacas. La pelota está quieta.

Un juez serio, de negro, en el centro del campo,
mira a los jugadores y a sus dos asistentes,
sincroniza relojes, pita fuerte el silbato.
En las tribunas cantan. La pelota se mueve.

Del medio campo parte un pase al área chica,
recibe el delantero que queda frente al arco,
sus nervios lo traicionan; el arco se le achica;
patea y la pelota va sobre el travesaño.

Las hinchadas disputan la primacía en cantos.
En la cancha se suda, se corre y gambetea;
los rivales se esfuerzan por conquistar un tanto;
un cuatro traba a un nueve. La pelota va afuera.

Mas tras la tensa espera la algarabía explota,
el balón cayó exacto sobre el virtuoso pie
que hace gritar el gol, porque ya la pelota
evadió los tres palos y se estrelló en la red.

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La selección Sub 23 de Perú se preparaba para disputar el Torneo Preolímpico, en Tandil, Argentina, que daba dos boletos a los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Una noche disputó un amistoso en La Paz, Bolivia, ante el combinado local. El partido no era entretenido: los jugadores no hacían mayor esfuerzo por vencer el arco de en frente. Se cuidaban mucho las piernas, considerando que el certamen eliminatorio estaba muy cerca. El duelo, en realidad, se daba en las graderías, donde los hinchas bolivianos y peruanos intercambiaban pullas para alcanzar la supremacía entre ellos. Los locales gritaban sin cansancio: "el que no salta, una gallina, el que no salta, una gallina", refiriéndose a la gran barra peruana posicionada en la tribuna norte. La respuesta visitante no tardó y cantó con ironía al unísono: "vamos a la playa, oh, oh, oh, oh, oh, vamos a la playa, oh, oh, oh, oh, oh", en alusión al hecho de que el país anfitrión es mediterráneo. La hinchada local se sintió tocada por el recuerdo de que su territorio no tiene salida al mar y replicó desde oriente: "el que no salta, una gallina, el que no salta, una gallina". Sin embargo, la masa grande de peruanos asistentes al estadio paceño respondió al instante: "el marrrr, el marrrr, los placeres del mar, vamos a gozarrrrr", parte de la letra de una canción del cantautor peruano Micky González. Luego de esto ya no hubo réplica de los boliches: ni en la tribuna ni en plena competencia oficial, donde perdieron 2 a 1 ante Perú, y ambos quedaron fuera de la justa olímpica. A los bolivianos sólo les quedó conformarse con el placer del Lago Titicaca.

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Toda esta basura acerca de que Gerrard y Lampard no son capaces de jugar juntos... puede ser verdad...

(DANNY Mc GRAIN, ex internacional escocés, 2006)

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De Estados Unidos me gustan los vaqueros. Son solitarios como los guardamentas.

(STÉFANO TACCONI, ex arquero de la selección italiana)

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Donde mueren los valientes (Hernán Rivera Letelier - Chile)


...Y de pronto yo, el verdugo por excelencia, el ejecutor más despiadado de estos fusilamientos, el que no perdonaba a nadie, el capaz de rematar sin asco a su víctima en el suelo, el prócer indiscutido de estas encarnizadas batallas de suburbios, había pasado, de golpe y porrazo, de ejecutor a ejecutado. Y mientras asistía a los preparativos de mi ajusticiamiento -ceremonial de una liturgia que conocía al dedillo, pero del otro lado del que me hallaba ahora- no podía dejar de pensar en ese cabrón arranque de sentimentalismo barato -inédito en mí- que me llevó a sustituir en el puesto al compañero caído, y a tratar de llevar a feliz término su peliaguda misión en la batalla. Y, precisamente -pensaba emputecido en tanto aguardaba la orden de fuego-, venir a ocurrirme esto justo en la contienda con uno de los bandos más duros de esta inclemente guerra periférica, el mismo que en el primer choque simplemente hicimos papilla. Jornada memorable aquella en que, justamente este servidor, se llevó todos los honores al hacer morder el polvo al matachín ese que los capitaneaba y que estaba haciendo demorar la derrota de sus huestes prácticamente él solo. De la despiadada como impecable ejecución que me mandé aquella vez, clave para la victoria final, todavía hoy se habla en las trincheras de por estos lados. Y ahí estaba, ahora, a punto de morir en mi propia ley. Totalmente indefenso frente a ese mastodonte -expresivo como un bloque de hielo- elegido como mi verdugo. Un bestia que el enemigo había reclutado estrictamente (decían) pensando en esta segunda batalla; un ejecutor (decían) tanto o más brutal que yo; un carnicero sin un solo miligramo de sentimiento, un mercenario que en sus ejecuciones (decían medrosos) utilizaba como arma de tiro un mortero de esos de la Segunda Guerra Mundial; un asesino que a la primera ojeada me hizo entender que con él no corrían trucos, que todas esas artimañas a que recurren las víctimas buscando desconcentrar al fusilero, hacerlo perder puntería -artimañas que a mí alguna vez me hicieron vacilar levemente-, no harían ninguna mella en su impavidez de sicario analfabeto, no influirían para nada en esa frialdad terrible con que, ya terminado el ceremonial previo, aprestó su mortífero cañón de ajusticiamiento, mientras yo me persignaba, me agazapaba, me encogía como un batracio sin dejar de mirar el proyectil que, a la orden de "¡Fuego!", me dejaría tirado en el suelo como un perro sarnoso, o me elevaría a la gloria de ese cielo de domingo en una volada que ningún locutor radial iba a relatar eufórico, que ningún canal de televisión iba a repetir en cámara lenta, que ningún piojoso reportero gráfico captaría para la portada de ninguna de esas cabronas revistas especializadas. Porque en estos reductos poblacionales, compadre, en estos perdidos potreros pedregosos, en estas bravas canchas a medio cerro, Los tiros penales de ultimo minuto solo se comentan con las patitas debajo de mesas como esta: tapadas de botellas espumeantes; solo se analizan, compadre -entre pausas de chistes genitales y boleros de venas abiertas-, en estos pringosos boliches de esquina en donde, impajaritablemente, llegamos a morir los valientes. ¡Salud!

(tomado del libro del mismo nombre, Ed. Sudamericana, 1999)

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El secreto de una pegada precisa es tener buen pie, aunque sea grande, y entrarle justo a la pelota. Calzo 42 y medio. Muchos, en el ambiente del fútbol, creen que sólo le pegar bien a la pelota los jugadores que calzan menos de 40. Pero esto es una generalización falsa. La buena pegada es un atributo innato, que se mejora con la práctica constante para reducir el margen de error.
Lo primero es sentirse seguro y confiado. Yo, por ejemplo, desde el instante en que el árbitro sanciona el tiro libre a favor, trato de abstraerme del clima del partido, de concentrarme en ubicar la pelota y de perfilarme bien. Al principio de mi carrera esto me costaba muchísimo; si el partido estaba muy caliente, no me tranquilizaba lo suficiente y terminaba tirándola a cualquier lado.
Una vez con la mente puesta en el remate, recién miro a la barrera y al arquero cuando estoy tomando carrera. Es un vistazo, nomás. El obstáculo de la barrera es siempre el mismo, así que no plantea mayores problemas. Y la ubicación del arquero puede servirme para saber si intentará moverse antes de que yo patee. En ese caso, elijo su palo para agarrarlo a contrapierna. Pero no es lo más frecuente. En condiciones normales, elijo el ángulo que tapa la barrera porque sé que si la pelota la supera, es muy difícil que el arquero llegue. De todos modos, el elemento fundamental es la forma en que le entro a la pelota. Si el impacto es seco, tipo latigazo, probablemente sea gol, porque la velocidad que toma el balón deja sin chances al arquero por más que éste vuele.

(RUBÉN "El Mago" CAPRIA, ex jugador argentino, contando sus secretos a la hora de entrarle a la pelota)

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El fútbol es la única materia sobre la que todo el mundo tiene opinión.

(JAVIER CLEMENTE, entrenador español)

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Ustaritz, mira a ver si le pillas tú que a mi se me ha escapado.

(JAVI CASAS, defensa del Athletic Club de Bilbao, pidiendo un poco de sacrificio a su compañero)

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El fútbol: un diálogo imaginario con Borges... hoy


A partir de las numerosas entrevistas que mantuvo con el célebre escritor, Rodolfo Braceli se permite tejer aquí, ficción mediante, una conversación ilusoria sobre un tema que discutieron en la realidad: el fútbol. Por estos días, Mundial mediante, un asunto que acapara la atención del planeta.
Borges siempre decía que esperaba la muerte con esperanza. Para ser olvido. Pero en este Junio de 2006, en un país que celebra mucho más las muertes que los nacimientos, el supremo escritor deberá soportar los ruidos de discursos y homenajes por los veinte años de su muerte. No sólo eso: Borges, que más de una vez declaró su aversión al fútbol, encima deberá soportar los ruidos de un planeta tomado por el Mundial de Alemania. Conocí y entrevisté largamente a Borges a partir de 1965; sembrado por aquellas conversaciones reales, me permito ahora tejer, ficción mediante, esta conversación ilusoria. Sigo creyendo que si Borges hubiera aprendido los códigos del alfabeto del fútbol lo habría gozado y valorado, como hizo con el ajedrez y con el truco.

–Permiso, don Borges, usted sabe que todo es posible. Entonces, despierte de su eternidad. Pasaron dos décadas de su muerte. Pero vamos a conversar.

–Le agradezco. Mi cuerpo ya cumplió su destino de cuerpo. Me he adiestrado en el hábito del silencio.

–Remonte ese hábito. Queremos escuchar al gran escritor…

–No soy más que un lector. Todo lector es un hombre solo.

–No se cierre así. Conversar es una aventura.

–Padezco de nihilismo básico. Gracias. No insista.

–Sepa disculparme. Tenemos que charlar un rato.

–¿Y de qué le parece que podemos hablar?

–Tal vez de fútbol. Ahí tenemos un televisor: el Mundial ya palpita.

–Abominable asunto.

–¿Prefiere que hablemos sobre los 20 años de su muerte?

–Usted quiere dilatar las posibilidades de mi paciencia. Esta conversación ha concluido.

–Por favor, don Borges, no se ponga así. Lo despierto por un rato nada más.

–¿Cómo dijo que usted se llama?

–Rodolfo Braceli.

–Bracheli, hágame el favor de beneficiarme con su ausencia.

–Está bien, maestro, me voy.

–Sólo soy un viejo discípulo. No olvide sus cosas.

–Ya me voy pero… resulta que tengo sed.

–Un vaso de agua y una faja de honor de la SADE no se le niegan a nadie…

–Gracias por el agua. Permítame: déjeme decirle que usted al fútbol lo aborrecía porque no lo aprendió. Por eso no llegó a enterarse de su dimensión épica, de sus posibilidades estéticas, del drama y la alegría que anidan en ese juego.

–La dicha es mejor que la alegría, dice William Blake. Prescindir del fútbol para mí ha sido una dicha.

–La ignorancia de algo, ¿puede conducirnos a alguna dicha genuina?

–Acato su sentencia: soy un ignorante. Pero alcanzo a vislumbrar que el fútbol no es otra cosa que la apoteosis de la guarangada.

–Podríamos discutirlo. Fíjese, su admirada Alemania es la sede que hoy organiza el Mundial.

–Pobre Alemania, la patria de Heine, Hegel, Klemm, Buber, Unruh, Kafka, Goethe, Nietzsche… Pobre Alemania, primero ultrajada por el incesante Hitler, ahora ofendida por el incesante fútbol… Adiós. ¿Me va a beneficiar con su ausencia?

–Por el momento, don Borges, no lo voy a beneficiar. Lo desperté para conversar.

–Es inútil. Le aviso que hace rato que yo no estoy en el mundo. He padecido ese proceso impuro que se llama morir.

–La muerte es una anécdota, Borges. Tratemos de conversar.

–¿Pero tiene que ser sobre el abominable fútbol?

–No nos queda otra. La Tierra se ha aplanado y el Mundial es como una ventosa que nos succiona de lado a lado. Sabe... yo tengo fe en que usted accederá a conversar por más que el fútbol le provoque...

–... asco.

–Su asco muta en curiosidad.

–Todo es posible, joven. Hasta es posible encontrar una católico civilizado que prefiera la persuasión a la intimidación.

–Ese católico es Chesterton. Chesterton se apasionó por el fútbol.

–¡¿Chesterton?!

–Gilbert Keit Chesterton. 1874–1936. Y también veneró el fútbol un premio Nobel, Albert Camus.

–Entonces tomo como condecoración no haber sido ofendido por el Nobel.

–¿Acepta o no esta conversación?

–Sería una descortesía para con el invocado Chesterton no aceptarla.

–Don Borges, ¿por qué siempre rechazó el fútbol?

–Alguna vez, allá por 1977, se lo expliqué en una conversación real. No he variado: lo rechazo porque la idea de competir me parece innoble, convoca tanta gente...

–¿Y qué si convoca mucha gente?

–El fútbol es la vindicación del canibalismo.

–El canibalismo, Borges, no precisa del fútbol para ser vindicado. Hoy vivimos algo que dulcemente se llama globalización, sinónimo de genocidio institucionalizado. El canibalismo suena a cuento de hadas.

–Si así son las cosas, habrá que responsabilizar a la cosmogonía de Leucipo: la formación del mundo por fortuita conjunción de los átomos.

–Dejemos a Leucipo. ¿Será posible, don Borges, que el fútbol no le despierte la menor curiosidad?

–Bueno, no deseo defraudarlo, cierta curiosidad tengo: explíqueme, ¿cómo es una turba de guarangos reunidos para expresar la pasión desbocada?

–Usted se refiere a un grupo de hinchas exasperados, los barrabravas.

–Me refiero a esa reunión de vulgares que convocan los estadios. Dígame, Rodolfo: ¿a qué huele esa gente unificada por la guarangada?

–A ver si puedo explicárselo: cien o doscientos barrabravas huelen como podrían oler cien o doscientos malevos en trance de afrontar duelo. La adrenalina del supuesto coraje.

–El olor masivo de la cobardía.

–Sí, Borges, la cobardía enfurecida. La patota. Cien o doscientos barrabravas huelen como podrían oler cien o doscientos malevos de ésos que usted... admira.

–Pero hay una diferencia, los fanáticos del fútbol son cobardes. Se amparan en la patota guaranga, repito, vindicación del canibalismo. Los malevos, en cambio, son redimidos por el coraje. Cada malevo está solo con su destino. No me parece que sea el caso del hincha.

–Sin ánimo de ofender su devoción, yo le diría que los malevos también son de sustancia cobarde.

–¿A usted le parece?

–¿No es de cobardes, acaso, adicionar un cuchillo al propio cuerpo? Si están con el cuchillo, Borges, ya no están solos. En todo caso, cada hincha no es menos cobarde que cada malevo.

–Los que usted llama hinchas renuncian a su individualidad. ¿Qué se puede esperar de sus entusiasmos? El incendio total de las bibliotecas, por ejemplo. No es casual que la superstición del fútbol tenga tanta adhesión en este arrabal del mundo, la Argentina.

–No se engañe, don Borges, el fútbol también caló hondo entre los que alguna vez usted denominó oblicuos japoneses. Y en la patria de Goethe. Mire el televisor, si quiere.

–Mis ojos no ven desde 1955… ¿Así que en la patria de Goethe ahora recrudece el Mundial...? No es buena noticia. ¿Tiene otras noticias para propinarme?

–Le cuento que el último campeón mundial del siglo XX fue Francia. Dos millones de personas en los Campos Elíseos. A la Torre Eiffel casi la arrancaron de cuajo y la llevaron en andas.

–¿Esto pasó en la patria de Descartes?

–Eso. También los alemanes celebraron sus títulos mundiales...

–Yo pensé que el suicidio había concluido con el atroz Hitler.

–Tal vez, no serían malas noticias si usted no descalificara sistemáticamente al fútbol. El fútbol no es malo en sí. No potencia el mal. Si no existiera, ¿la condición humana estaría un escalón más arriba? En todo caso, el fútbol nos espeja.

–El fútbol es una obscenidad sentimental.

–Sigue descalificando eso que usted no se permitió conocer. El fútbol es prodigioso. No sabe lo que se perdió.

–Usted, Adolfo...

–Rodolfo.

–Usted, Rodolfo, me empuja a la emisión de apotegmas cínicos o blasfematorios.

–Blasfeme, Borges, blasfeme. Eso es bueno para el colesterol, para la tiroides y sobre todo para la miopía.

–Ahora sé qué fue lo que me condenó a la ceguera: mi imposibilidad de acceder a la guarangada.

–Decir malas palabras no siempre es una guarangada. Estornudar tampoco. Asomarse al misterio de una cancha de fútbol tampoco.

–La del fútbol es una causa indefendible.

–No le pido que lo defienda, sólo que se permita conocerlo.

–Me niego a convertirme en un fanático de la euforia desaforada.

–No le pido que se convierta... Usted, en una charla que tuvimos en el ’65, me confesó que nunca había comido nueces. Me preguntó incluso si uno se ensucia al comerlas...

–Me acuerdo. ¿Y a qué viene eso?

–Viene a que, así como ignoraba las nueces, se la pasó ignorando al fútbol. Hubiera sido, digamos, penoso que dijera que detestaba las nueces si no las conocía. Lo mismo con el fútbol: usted lo descalifica sin haber aprendido a leerlo.

–¿Sugiere que soy un analfabeto?

–Bueno, en este punto usted... es un analfabeto.

–Analfabeto agradecido y dichoso. Pero tengo que confesarle que algo me inquieta: eso que me comentó acerca del interés de Chesterton sobre el fútbol, ¿de dónde lo sacó?

–Lo soñé. Soñé que Chesterton iba con el padre Brown a la cancha del Manchester. Y les fascinaba.

–Ah, lo soñó... entonces puede no haber sucedido.

–Me extraña oír eso de su boca: ¿desde cuándo, Borges, los sueños no son parte esencial de la realidad?

–Me temo que esta conversación se vuelva infinita. Entonces sabré en qué consiste el tan mentado infierno.

–No tema. Sólo se trata de que usted se asome al conocimiento de lo que es el gol.

–Eso que usted llama gol no me hace falta conocerlo; puedo intuirlo... Es una mera interjección. Una interjección que usurpa la función del razonamiento.

–Si sólo fuera eso, bien vale recordar que la interjección es una parte de la vida. No se la debe aniquilar.

–No hace falta aniquilarla. El gol es un vano estampido consagrado por la estéril guaranguería. Seguramente inventado por la irreparable ingenuidad de alguna tribu ociosa.

–Tribu inglesa, Borges.

–Usted intenta ofender a mi amada Inglaterra. Sepa que mi sangre y el amor a las letras me arriman indisolublemente a Inglaterra.

– Justamente ellos inventaron el prodigioso juego del fútbol que usted aborrece. Gol viene del inglés goal. Meta. Objetivo. Se pronuncia goul.

–Y degeneró en gol.

–No hay caso, usted no amaina. No se imagina el suceso estético que a veces generan algunos jugadores.

–Pegarle brutalmente a una esfera indefensa no me parece que pueda generar nada que nos acerque a lo estético.

–Justamente, hay artistas que a la pelota no le pegan. Tienen manos en los pies. Debería verlos: Maradona, Bochini, Whillington, Riquelme, Aimar, Legrotaglie, el pibe Messi... Usted se estuvo perdiendo algo fascinante.

–Es inútil que renueve sus argumentos. Resígnese. Además ya es tarde: soy un ciego sin retorno.

–Es que el fútbol propone intensidades, emociones impredecibles.

–Prefiero otras emociones.

–¿Por ejemplo?

–Leer el evangelio gnóstico de Basílides. O rastrear los oscuros caminos del bisonte.

–No me resigno a que usted se quite la posibilidad de descifrar el indescifrable fútbol. Vamos, maestro...

–Le dije que soy un viejo alumno.

–Si es un viejo alumno, está en trance de aprender. Ergo: aprenda el fútbol.

–Me niego a enrolarme en una vacuidad ruidosa.

–Será una vacuidad, pero es una vacuidad prodigiosa que amalgama, en el vértice del mismo instante, el drama y la comedia, la tragedia y el éxtasis.

–Absurdo, puro absurdo.

–Precisamente, el fútbol matiza la absurdidad del mundo instalada dentro de la congénita absurdidad de la vida. Y un detalle más: nada nos hace tan iguales como el fútbol, salvo la muerte.

–Suena tentador lo que me postula, pero le reitero: recuerde lo que le dije en una conversación real, hace años: yo no puedo claudicar, no puedo aceptar algo en donde uno gana y el otro pierde: me parece horrible, innoble. Hay que tratar siempre de que gane el otro... Esto y el culto del coraje son, en su amado fútbol, imposibles. Y entonces el fútbol fue, es y será imposible para mi pobre código.

–Con el mayor respeto: usted está equivocado. Si hubiera conocido a Obdulio Varela pensaría muy distinto.

–Obdulio Varela... no me suena. ¿Poeta gauchesco? ¿Caudillo de comité? ¿Payador perseguido?

–Le contaré algo, y para eso echaré mano de detalles que recogió Osvaldo Soriano…

–Ah, Soriano. Lo leí finalmente a este muchacho, para disipar el parejo tedio que me sucede desde que a mi carne le vino la muerte… Lo leí y comparto su aversión por Chaplin… Además le he encontrado alguna línea rescatable, como cuando dice… "He sentido pena al ver que caminamos hacia el abismo como vacas ciegas". Buena definición para un país ganado. Ganado por la atroz ceguera del amor al fútbol.

–No nos vayamos del asunto. Usted argumenta que no puede aceptar algo donde uno gana y otro pierde. Le cuento algo que Obdulio Varela le confesó a Soriano. Obdulio fue el capitán de la selección uruguaya que jugó la final con Brasil, en el 50. Pasó en el estadio de Maracaná: más de 150 mil brasileños estaban convencidos, como todo el mundo, de que era imposible perder de locales. A los 6 minutos del segundo tiempo, gol de Brasil. Todo parece terminado para los uruguayos. Pero tras el gol, Obdulio se pone el balón debajo del brazo derecho y lentamente va a discutirle al juez de línea. Hasta exige traductor Obdulio. Logra así domar el delirio victorioso. Una pequeña eternidad, se reanuda el partido, los uruguayos empatan y, faltando 9 minutos, hacen otro gol. Lo imposible se da vuelta como un guante. Uruguay campeón del mundo.

–Para mí lo de Obdulio no pasa de una picardía de mañoso jugador de truco.

–Borges, falta lo mejor: ¿sabe qué hizo Obdulio después del partido en Río de Janeiro, allí donde millones lloraban con desconsuelo? Se fue a caminar boliches. Veía a grandes que lloraban como chicos y decían: "Obdulio nos ganó a todos". Cuenta Soriano que Obdulio, en ese momento de absoluta gloria, se sintió muy mal. En 1972 le confesó: "Si ahora tuviera que jugar esa final, me hago un gol en contra, sí señor." Borges, ¿vio?

–Usted me pide que vea: me pide demasiado. Pero no puedo negar que el tal Obdulio Varela es un hombre de coraje, capaz de querer que gane el adversario para no verlo triste.

–Sin ánimo de descalificar a sus venerados cuchilleros, yo creo que Obdulio tenía más coraje que cualquiera de ellos. Usted se perdió este personaje, Borges. No lo juzgo mal por eso. Le digo nomás.

–Siempre reconocí: vida y muerte le han faltado a mi vida. El castigo va conmigo.

–Borges, esto no quiere ser un arreglo de cuentas. Sólo intentaba invitarlo a que se asomara al prodigio del fútbol. La historia de Obdulio Varela, ¿alcanza para que usted deponga su aversión?

–Si todo es inútil, ¿qué importancia pueden tener mis odios? Agradezco su esfuerzo por revelarme lo imposible. Pero me niego a considerar que en el fútbol se hospede la secreta porción de divinidad que hay en todo hombre. Además, me temo que si seguimos por el rumbo del fútbol conseguiremos arribar al mono inmortal.

–No hay caso, don. Pero una cosa más quiero decirle: cada partido esconde en gran escala, en cada cancha, un secreto partido de truco y una secreta partida de ajedrez.

–¿Y cómo son las canchas?

–Rectangulares.

–Ah, las ruinas rectangulares… Dígame, y ese cataclismo, ¿qué fue?

–Gooool… ¡Gol argentino, don Borges!

–Si este país y el mundo entero siguen oxidándose en la mediocridad de las multitudes, lo que alguna vez tuvo el color del fuego terminará por tener el color de la ceniza.

–No nos ponemos de acuerdo. Una cosita más le digo, y tal vez esto le despierte algún interés por el misterioso fútbol: el rectángulo de toda cancha, debajo de su verde gramilla, esconde un laberinto que no cesa.

–¿Un laberinto? Pero ¿por qué no me lo dijo antes, Rodolfo?

–Nunca es tarde para...

–Para mí sí es tarde. Yo me atengo a Buda. Soy el cansado del camino. Me adiestro para el nirvana, o sea, para la extinción mediante rigurosos ejercicios de irrealidad. Todos mis actos son ilusorios. Lo eran antes de morir. Para mí no se trata de ser o no ser... Demasiado tarde para que me asome a lo que usted llama el prodigio del fútbol. Hay imprudencias que ya no podré cometer. Me deberé, para siempre, esa misteriosa imprudencia del fútbol... Usted me acaba de afligir con la noticia de que hay un laberinto al que no me asomé; no me di permiso para esa aventura. Pobre de mí.

–No esté triste, don. Sólo se trata de que tengamos un poco de compasión por la pasión.

–Compasión por la pasión... ¿estará allí el coraje más difícil? Bueno, adiós. A falta del incesante laberinto de la verde gramilla sólo me queda desgranar el tedio contando las veces que las aguas del Ganges han reflejado el vuelo de un halcón... Pero antes dígame, Rodolfo, ¿ahí afuera es de día o de noche?

–Afuera es la vida. Y la vida continúa. A propósito, cuénteme: ¿cómo se vive durante la muerte?

–Se vive dentro de una pausa. Dichosa pausa, porque no es interrumpida por los aullidos de los goles, ni por la noticia anual del Nobel que no me concedieron. De este lado de la muerte yo esperaba saber si he sido una palabra o si he sido alguien. La vida y la muerte, todo, sirve para un fin que nunca comprenderemos… Dígame ¿y eso?

–¡Otro gol de la patria idolatrada!

–Me gustaría ser sordo. Sordo, estaría librado de escuchar esto que atraviesa ahora hasta las ventanas cerradas: la interjección de ese vano estampido que nombran gol no tiene límites. Yo pensaba descansar en paz: ni los homenajes ni los goles me dejan. Ni siquiera soy polvo. Ni siquiera soy sombra. La inmortalidad es una mera equivocación de la esperanza.

–No lo molesto más, don Borges, ya me voy.

–Gracias. Muchas gracias… Camino de la puerta, que encontrará sin llave, apague el televisor. Sus imágenes reproducen el mundo.

–No me va a decir que le molesta. Si usted no ve.

–Hijo… hijo… yo no tuve hijos debido a mi simpatía por Herodes…

–Algo me estaba por decir. No se lo guarde. Don Borges, dígamelo.

–Hijo… yo nunca fui ciego. Pero convencí a todos de que lo era.

–Magnifica ironía.

–Ironía no. Lo hice para que me quisieran… Lo hice para saber si me querían.


(publicado en Diario “La Nación”, previo al Mundial 2006)

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Los futbolistas son los héroes contemporáneos, igual que Ulises o los personajes mitológicos. Una de las mitologías contemporáneas es el fútbol y por tanto los jugadores son tratados, y muchos se sienten, como dioses. No hay más que ver detalles como las botas grabadas en oro, y cosas de ese tipo que les hacen sentir como auténticos dioses. Casi se realizan ofrendas, se les consiente y permite todo, porque son las personas que defienden nuestro honor en el campo de batalla, el campo de fútbol, frente al enemigo. En el fútbol siempre tiene que haber un enemigo. Lo peor que le podría ocurrir al Real Madrid es que desapareciera el Barcelona y al revés.

(JULIO LLAMAZARES, escritor español, en declaraciones al diario "As" del 29/07/2007)

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O nos mintieron toda la vida o quien gobierna el mediocampo es normalmente el que maneja los partidos.

(JORGE FOSSATI, ex jugador y entrenador uruguayo)

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Clásico es clásico y viceversa...

(MARIO JARDEL, ex internacional brasileño)

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Lágrimas granates (Adrián Giordano - Argentina)


Esa tarde se presentaba diferente, el frío cortaba como un cuchillo pero así mismo nada impediría que la tribuna estuviera llena, se jugaba la final y todos queríamos estar ahí, con los bombos, las banderas, los cantitos y con unas ganas de ganar que ya habían cumplido la mayoría de edad… Sí, porque hacía dieciocho años que no teníamos una alegría y los pibes, que ni habían nacido cuando dimos el último grito, iban a hacernos experimentar una vez más eso de… vuelta olímpica, caravanas y festejos.
El hombre hacía ya un tiempo que casi no iba a la cancha, salvo en los partidos de local y cuando el día estaba lindo. Es que la vida se había empeñado en tirarle encima una estantería de años, con sus achaques y sus dolores. Pero lo mismo cada domingo se prendía a la vieja Spica para escuchar como el “Rena” o el “Quique” le contaban a pura pasión lo que pasaba con el equipo de sus amores. Él había estado en todas: Cuando compraron el terreno, cuando a pico y pala hicieron la pileta. Cuando plantaron los árboles, cuando hicieron la cancha, cuando pusieron las luces, el alambrado olímpico y tantas cosas más… Esta vez el frío de la tarde hizo que se quedara en casa, calentito al lado de la estufa escuchando la radio.
Eran las cinco y treinta cuatro, y se jugaban 7 minutos del segundo tiempo cuando Gerardo frotó la lámpara, salió el genio que puso la pelota a los pies del “Cocho” que la defendió a puro guapo, como un Quijote a su Dulcinea contra los molinos de viento, la puso a los pies del Santi y el Gringo con toda sus fuerzas hizo estremecer a la tribuna y la voz de Quique entrecortada por la emoción resonaba en la Spica hasta quedarse afónico. En ese instante, las lágrimas invadieron el rostro del viejo que se decía a sí mismo: “Los hombres no deben llorar”.
Los minutos transcurrieron largos, interminables hasta que llegó el final y con él la alegría del campeonato. Eran lo chicos, sí, nuestros chicos los que habían pasado a la historia. Esos mismos chicos que él había visto corretear por las calles del pueblo y les había regalado caramelos para convencerlos de que sean hinchas de Boca y del “Granate”, y vaya que los había convencido por que el “Granate” quedó grabado a fuego en el corazón de cada uno y se cargaron al hombro las ilusiones, la camiseta y el equipo para conseguir la hazaña.
La palabra campeón sonaba a revancha por tantas desdichas pasadas. El hombre sabía que se venía la caravana y había que estar preparado para los festejos. Fue hasta el cajón y buscó en el fondo una bandera desteñida por el paso del tiempo que tenía un color rosado más que granate y con el escudo del viejo y querido “Club Sportivo Melo”. La tomó entre sus manos, la besó, se la colocó sobre los hombros e inmediatamente, como un almanaque que se deshojaba hacia atrás vinieron a su mente miles de imágenes: El campeonato del ochenta y nueve, el del ochenta y tres, el provincial del ochenta y dos, los campeonatos en los Ceibos, en Villa Rossi, en Santa Ana, los relámpagos del 17 de Agosto en la cancha de los vecinos del sur, la patada fenomenal de Pancho que rompía las redes, las llegadas con la copa al Hotel de Alisio para llenarla de vino y festejar a lo grande… y otra vez tuvo que pelearse con sus ojos que se empeñaban en derramar una lágrima. Respiró profundo cuando ya comenzaba a sentir los primeros bocinazos y salió a la calle. Se paró en la esquina de las Avenidas 9 de Julio y San Martín y desde allí con una sonrisa tímidamente dibujada en su rostro, forzada para ocultar la emoción que se empeñaba en arrancarle una lágrima, saludaba a la caravana interminable de autos encabezada por el desvencijado colectivo del “Social” con los pibes saltando y cantando sobre el techo, agitando la bandera en sus manos.
Después cuando la vorágine había pasado, cuando todos nos fuimos para la cancha, cuando la maquinitas de afeitar dibujaron caminos primero, para luego quedarse con la cabellera completa de los flamantes campeones, el viejo volvió a su casa, orgulloso, satisfecho, con esa satisfacción del deber cumplido. Ahora puedo morir en paz, se dijo, la deuda está saldada. Levantó sus ojos hacia el cielo como queriendo compartir con “Palito” y con el “Coqui”, sus eternos compañeros de lucha, ese momento, esa emoción que le embargaba el alma. Frunció los labios y gritó con todas sus fuerzas: ¿Quién dijo qué no puedo llorar carajo, si el granate es otra vez campeón?

(Mi agradecimiento a Adrián por el envío de este cuento para poder ser compartido con todos ustedes)

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De la generación de jugadores que lograron varios títulos con River, ¿no sentís que sos quizás el que quedó con menos brillo personal?

La gente de River me recuerda bien, eh... Y yo nunca busqué el lucimiento personal. Tal vez pasó que fui uno de los primeros en irme y me perdí el ciclo exitoso con Ramón Díaz.

Justo quien te bajó el pulgar cuando volviste de Japón...

No lo sé. No sé siquiera si hubo interés del club.

La leyenda dice que volvías y te bajó el Pelado...

Yo también escuché eso y está dentro de las posibilidades, pero no me consta.

Se dice que en tu paso por el Yokohama Marinos fuiste "desagradecido" con él...

A Ramón Díaz le estoy agradecido por las recomendaciones que, estoy seguro, dio para que me llevaran a Japón. Es suficiente, creo.

¿Estás peleado con él?

Tenemos diferentes ideas respecto de muchas cosas. No nos peleamos, pero hay un distanciamiento evidente.

(GUSTAVO "Chapa" ZAPATA, ex jugador de River Plate, respondiendo a la insinuación de no haber agradecido "monetariamente" a Ramón Díaz por haberlo recomendado en el Yokohama Marinos de Japón, Junio de 2000)

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Es muy triste ver que un directivo tenga una visión tan limitada del fútbol, que le haga creerse que sabe de fútbol por el solo hecho de verlo durante 40 años. Yo hace 34 años que vivo en Arroyito frente al río, esto me permitió ver pasar miles de barcos, sin embargo jamás se me ocurriría pensar que por solo haber visto pasar tantos, me recibí de ingeniero naval.

(GONZALO BELLOSO, ex jugador de Rosario Central, a poco de desvincularse de la entidad, "pegándole" al presidente de la entidad canalla, Horacio Usandizaga, 14/06/08)

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Una vez, mientras yo me agachaba para acomodarme el balón, Beckenbauer me robó un golpe franco. ¡Qué manera de cabrearme! Pero, desgraciadamente, fue gol.

(GÜNTER NETZER, ex internacional alemán, Campeón de la Eurocopa de 1972 y del Mundial de 1974)

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Antes de la patada del penal (Claudio Baglioni - Italia)


La primera vez era sólo un sonido,
sonido lejano, sonido de nariz y metal,
fragor de las agujas del tren,
telégrafo que descarga sílabas incomprensibles
en el repicar de manopla que sigue una frecuencia.

Al contrario del cine mudo donde hay sólo una voz,
voz de un más allá sin formas que esa voz deja decantar,
sin tú saber lo que son esas emociones
ni qué cara tienen los nombres que las arrancan del corazón como espinas de los pies.
Y queman la piel en una química desconocida
que atraviesa la espalda y hace apretar los puños.

Él te mira, pero no explica,
lleva su índice a los labios y te pide esperar.
Y finalmente salta.
Te pasa una mano por el pelo y reís juntos.
Él, contento por algo que no sabes,
tú, deglutiendo lo amargo que deja entender,
de que en el mismo sueño es difícil estar juntos.

La segunda vez era hierba y tiza,
niebla de piernas y vapores de aliento,
entre largos calzones y pesadas zapatillas
siguiendo tiras de cuero cosidas como una esfera
tras un cristal algo convexo que era como mirar el mundo desde una mirilla.
Un mundo del cual nos separaba un océano,
pero que en aquella caja resultaba tan cercano
que parecía que con alargar un dedo podías tocarlo.

Hierba y tiza en un pueblo que apenas acaba de levantarse,
pero todavía no ha analizado si lo que ha pasado ha realmente pasado.
Negro como el luto de Roma ciudad abierta,
blanco como el signo de interrogación que una mano incierta
traza en un folio sin rayas
de un futuro que se sabe sólo lo que no deberá nunca pasar más.

En la pantalla enanos y gigantes,
gigantes y enanos corriendo a su encuentro,
abrazándose y alzando las manos
bajo millones de caras que ondean como espigas de grano,
acariciadas por el soplo de una única emoción.
Almas jamás vistas que se sientan una al lado de la otra y se sienten cercanas.

La primera sacudida confunde, corta la respiración
tiene el nombre de un satélite que con su aguja cose distancias siderales
y nos hace estar una noche entera al borde del precipicio,
silencio de un grito que hace contener la respiración,
y esperar que después de caer tres veces en el polvo
se vuelva otra vez a subir al altar.
Luego encontrarse cantando con las voces de millones de personas.

Y finalmente un verano la hierba se vuelve verde,
la tiza blanca y las camisetas de colores
parece haberse vuelto al "abandono o doblo".
La gente se amontona en las mesas de los bares
para seguir por vez primera los 5 aros sin los americanos,
con la memoria aún iluminada por la estela de los cometas de Baies
pero ya haciendo cábalas para saber si toca España,
México o Corea.

La tercera vez es la más fuerte, lleva el nombre de Pablito
y tendrá para siempre la cara de Marco en el Bernabéu.
Una carrera loca y un grito que han dado la vuelta al mundo
en los telediarios y en las portadas de tabloides y periódicos
y que aún vibran dentro
de los mil “Como éramos” a los que todavía hoy
estamos abrazados.

Y una vez más periódicos de medianoche
y partidos en las fuentes y todos los coches descapotables.
Y a millares, amigos y desconocidos, tras un balón disparado al cielo
para luego volver a casa y meter la cabeza bajo el agua helada de la vida,
un poco porque el despertar no nos mate
pero sobre todo porque la próxima pueda ser aún una primera vez
y haya caras y nombres que te arranquen emociones del corazón como espinas de los pies.

La última vez es Roberto, que dispara demasiado alto en la lotería de los penaltis.
Parece ayer, pero ha pasado tiempo y la cuenta señala cien años.
Recordándolo así de rodillas en el círculo bajo la mirada de mármol griego de los compañeros secuestrados en el centro del campo comprendes que la vida pasa en gran parte antes de esa patada del penalti y que la distancia que te separa de las cosas es ésa:
hay siempre uno que pita y otro que te mira con ojos de acero
y la cosa más difícil es comprender que el sentido no está en lanzarla dentro o fuera sino en tomar carrerilla y tirar.

Hazme volver al asfalto amargo bajo un sol que no da sombra,
carteles y abrigos haciendo de comparsa, y polvo y viento y sal,
hasta que se hace oscuro y no se ve ya nada
y el aire quema en la garganta y hace toser.

Tengo aún deseo de sentir una voz que llama
y comprender que es hora de volver a casa.

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En Diciembre de 2000, contra el Everton, el delantero italiano Paolo Di Canio, del West Ham, se encontraba solo frente a la portería vacía al recibir un centro. En lugar de marcar fácilmente el que habría podido ser el gol de la victoria (ambos equipos iban empatados 1-1), Di Canio atrapó el balón con las manos. ¿El motivo? El portero de los "Toffees," Paul Gerrard, se lesionó de gravedad en la jugada, y el punta del West Ham se negó a aprovecharse de la situación.
El que fuera capitán del Lazio, más acostumbrado al capítulo de los gestos feos durante su carrera, recibiría en 2001 el Premio Fair Play de la FIFA por su comportamiento ejemplar en Goodison Park.

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Un "picado" puede ser una circunstancia dramática, porque el fútbol para divertirse no existe. El que ha jugado de un modo amateur, conoce a ese personaje que cuando el partido se pone dramático y uno hace algún reclamo, dice: "¡Eh, flaco!, ¿venimos a divertirnos o a hacernos mala sangre?".

Respuesta: A hacernos mala sangre.

(ALEJANDRO DOLINA, escritor argentino)

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