(JORGE FOSSATI, ex jugador y entrenador uruguayo)
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(JORGE FOSSATI, ex jugador y entrenador uruguayo)
Lágrimas granates (Adrián Giordano - Argentina)
Esa tarde se presentaba diferente, el frío cortaba como un cuchillo pero así mismo nada impediría que la tribuna estuviera llena, se jugaba la final y todos queríamos estar ahí, con los bombos, las banderas, los cantitos y con unas ganas de ganar que ya habían cumplido la mayoría de edad… Sí, porque hacía dieciocho años que no teníamos una alegría y los pibes, que ni habían nacido cuando dimos el último grito, iban a hacernos experimentar una vez más eso de… vuelta olímpica, caravanas y festejos.
El hombre hacía ya un tiempo que casi no iba a la cancha, salvo en los partidos de local y cuando el día estaba lindo. Es que la vida se había empeñado en tirarle encima una estantería de años, con sus achaques y sus dolores. Pero lo mismo cada domingo se prendía a la vieja Spica para escuchar como el “Rena” o el “Quique” le contaban a pura pasión lo que pasaba con el equipo de sus amores. Él había estado en todas: Cuando compraron el terreno, cuando a pico y pala hicieron la pileta. Cuando plantaron los árboles, cuando hicieron la cancha, cuando pusieron las luces, el alambrado olímpico y tantas cosas más… Esta vez el frío de la tarde hizo que se quedara en casa, calentito al lado de la estufa escuchando la radio.
Eran las cinco y treinta cuatro, y se jugaban 7 minutos del segundo tiempo cuando Gerardo frotó la lámpara, salió el genio que puso la pelota a los pies del “Cocho” que la defendió a puro guapo, como un Quijote a su Dulcinea contra los molinos de viento, la puso a los pies del Santi y el Gringo con toda sus fuerzas hizo estremecer a la tribuna y la voz de Quique entrecortada por la emoción resonaba en la Spica hasta quedarse afónico. En ese instante, las lágrimas invadieron el rostro del viejo que se decía a sí mismo: “Los hombres no deben llorar”.
Los minutos transcurrieron largos, interminables hasta que llegó el final y con él la alegría del campeonato. Eran lo chicos, sí, nuestros chicos los que habían pasado a la historia. Esos mismos chicos que él había visto corretear por las calles del pueblo y les había regalado caramelos para convencerlos de que sean hinchas de Boca y del “Granate”, y vaya que los había convencido por que el “Granate” quedó grabado a fuego en el corazón de cada uno y se cargaron al hombro las ilusiones, la camiseta y el equipo para conseguir la hazaña.
La palabra campeón sonaba a revancha por tantas desdichas pasadas. El hombre sabía que se venía la caravana y había que estar preparado para los festejos. Fue hasta el cajón y buscó en el fondo una bandera desteñida por el paso del tiempo que tenía un color rosado más que granate y con el escudo del viejo y querido “Club Sportivo Melo”. La tomó entre sus manos, la besó, se la colocó sobre los hombros e inmediatamente, como un almanaque que se deshojaba hacia atrás vinieron a su mente miles de imágenes: El campeonato del ochenta y nueve, el del ochenta y tres, el provincial del ochenta y dos, los campeonatos en los Ceibos, en Villa Rossi, en Santa Ana, los relámpagos del 17 de Agosto en la cancha de los vecinos del sur, la patada fenomenal de Pancho que rompía las redes, las llegadas con la copa al Hotel de Alisio para llenarla de vino y festejar a lo grande… y otra vez tuvo que pelearse con sus ojos que se empeñaban en derramar una lágrima. Respiró profundo cuando ya comenzaba a sentir los primeros bocinazos y salió a la calle. Se paró en la esquina de las Avenidas 9 de Julio y San Martín y desde allí con una sonrisa tímidamente dibujada en su rostro, forzada para ocultar la emoción que se empeñaba en arrancarle una lágrima, saludaba a la caravana interminable de autos encabezada por el desvencijado colectivo del “Social” con los pibes saltando y cantando sobre el techo, agitando la bandera en sus manos.
Después cuando la vorágine había pasado, cuando todos nos fuimos para la cancha, cuando la maquinitas de afeitar dibujaron caminos primero, para luego quedarse con la cabellera completa de los flamantes campeones, el viejo volvió a su casa, orgulloso, satisfecho, con esa satisfacción del deber cumplido. Ahora puedo morir en paz, se dijo, la deuda está saldada. Levantó sus ojos hacia el cielo como queriendo compartir con “Palito” y con el “Coqui”, sus eternos compañeros de lucha, ese momento, esa emoción que le embargaba el alma. Frunció los labios y gritó con todas sus fuerzas: ¿Quién dijo qué no puedo llorar carajo, si el granate es otra vez campeón?
(Mi agradecimiento a Adrián por el envío de este cuento para poder ser compartido con todos ustedes)
La gente de River me recuerda bien, eh... Y yo nunca busqué el lucimiento personal. Tal vez pasó que fui uno de los primeros en irme y me perdí el ciclo exitoso con Ramón Díaz.
Justo quien te bajó el pulgar cuando volviste de Japón...
No lo sé. No sé siquiera si hubo interés del club.
La leyenda dice que volvías y te bajó el Pelado...
Yo también escuché eso y está dentro de las posibilidades, pero no me consta.
Se dice que en tu paso por el Yokohama Marinos fuiste "desagradecido" con él...
A Ramón Díaz le estoy agradecido por las recomendaciones que, estoy seguro, dio para que me llevaran a Japón. Es suficiente, creo.
¿Estás peleado con él?
Tenemos diferentes ideas respecto de muchas cosas. No nos peleamos, pero hay un distanciamiento evidente.
(GUSTAVO "Chapa" ZAPATA, ex jugador de River Plate, respondiendo a la insinuación de no haber agradecido "monetariamente" a Ramón Díaz por haberlo recomendado en el Yokohama Marinos de Japón, Junio de 2000)
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(GONZALO BELLOSO, ex jugador de Rosario Central, a poco de desvincularse de la entidad, "pegándole" al presidente de la entidad canalla, Horacio Usandizaga, 14/06/08)
(GÜNTER NETZER, ex internacional alemán, Campeón de la Eurocopa de 1972 y del Mundial de 1974)
Antes de la patada del penal (Claudio Baglioni - Italia)
sonido lejano, sonido de nariz y metal,
fragor de las agujas del tren,
telégrafo que descarga sílabas incomprensibles
en el repicar de manopla que sigue una frecuencia.
Al contrario del cine mudo donde hay sólo una voz,
voz de un más allá sin formas que esa voz deja decantar,
sin tú saber lo que son esas emociones
ni qué cara tienen los nombres que las arrancan del corazón como espinas de los pies.
Y queman la piel en una química desconocida
que atraviesa la espalda y hace apretar los puños.
Él te mira, pero no explica,
lleva su índice a los labios y te pide esperar.
Y finalmente salta.
Te pasa una mano por el pelo y reís juntos.
Él, contento por algo que no sabes,
tú, deglutiendo lo amargo que deja entender,
de que en el mismo sueño es difícil estar juntos.
La segunda vez era hierba y tiza,
niebla de piernas y vapores de aliento,
entre largos calzones y pesadas zapatillas
siguiendo tiras de cuero cosidas como una esfera
tras un cristal algo convexo que era como mirar el mundo desde una mirilla.
Un mundo del cual nos separaba un océano,
pero que en aquella caja resultaba tan cercano
que parecía que con alargar un dedo podías tocarlo.
Hierba y tiza en un pueblo que apenas acaba de levantarse,
pero todavía no ha analizado si lo que ha pasado ha realmente pasado.
Negro como el luto de Roma ciudad abierta,
blanco como el signo de interrogación que una mano incierta
traza en un folio sin rayas
de un futuro que se sabe sólo lo que no deberá nunca pasar más.
En la pantalla enanos y gigantes,
gigantes y enanos corriendo a su encuentro,
abrazándose y alzando las manos
bajo millones de caras que ondean como espigas de grano,
acariciadas por el soplo de una única emoción.
Almas jamás vistas que se sientan una al lado de la otra y se sienten cercanas.
La primera sacudida confunde, corta la respiración
tiene el nombre de un satélite que con su aguja cose distancias siderales
y nos hace estar una noche entera al borde del precipicio,
silencio de un grito que hace contener la respiración,
y esperar que después de caer tres veces en el polvo
se vuelva otra vez a subir al altar.
Luego encontrarse cantando con las voces de millones de personas.
Y finalmente un verano la hierba se vuelve verde,
la tiza blanca y las camisetas de colores
parece haberse vuelto al "abandono o doblo".
La gente se amontona en las mesas de los bares
para seguir por vez primera los 5 aros sin los americanos,
con la memoria aún iluminada por la estela de los cometas de Baies
pero ya haciendo cábalas para saber si toca España,
México o Corea.
La tercera vez es la más fuerte, lleva el nombre de Pablito
y tendrá para siempre la cara de Marco en el Bernabéu.
Una carrera loca y un grito que han dado la vuelta al mundo
en los telediarios y en las portadas de tabloides y periódicos
y que aún vibran dentro
de los mil “Como éramos” a los que todavía hoy
estamos abrazados.
Y una vez más periódicos de medianoche
y partidos en las fuentes y todos los coches descapotables.
Y a millares, amigos y desconocidos, tras un balón disparado al cielo
para luego volver a casa y meter la cabeza bajo el agua helada de la vida,
un poco porque el despertar no nos mate
pero sobre todo porque la próxima pueda ser aún una primera vez
y haya caras y nombres que te arranquen emociones del corazón como espinas de los pies.
La última vez es Roberto, que dispara demasiado alto en la lotería de los penaltis.
Parece ayer, pero ha pasado tiempo y la cuenta señala cien años.
Recordándolo así de rodillas en el círculo bajo la mirada de mármol griego de los compañeros secuestrados en el centro del campo comprendes que la vida pasa en gran parte antes de esa patada del penalti y que la distancia que te separa de las cosas es ésa:
hay siempre uno que pita y otro que te mira con ojos de acero
y la cosa más difícil es comprender que el sentido no está en lanzarla dentro o fuera sino en tomar carrerilla y tirar.
Hazme volver al asfalto amargo bajo un sol que no da sombra,
carteles y abrigos haciendo de comparsa, y polvo y viento y sal,
hasta que se hace oscuro y no se ve ya nada
y el aire quema en la garganta y hace toser.
Tengo aún deseo de sentir una voz que llama
y comprender que es hora de volver a casa.
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El que fuera capitán del Lazio, más acostumbrado al capítulo de los gestos feos durante su carrera, recibiría en 2001 el Premio Fair Play de la FIFA por su comportamiento ejemplar en Goodison Park.
Respuesta: A hacernos mala sangre.
(ALEJANDRO DOLINA, escritor argentino)
(CARLOS BIANCHI, ex futbolista y entrenador argentino)
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Julio César Dely Valdés (Panamá)
Nacido el 12 de Marzo de 1967 en la ciudad de Colón, hermano menor de Armando Dely Valdés y gemelo con Jorge Dely Valdés su familia ha dejado onda huella en el balompié panameño.
El delantero de 1.87 metros de estatura militó en su tierra natal en las filas del Atlético Colón cuando era apenas un adolescente de 19 años. Luego de pasar al Deportivo Paraguayo del fútbol de ascenso en Argentina en 1987. Julio hizo su incursión en el fútbol profesional cuando en 1988 es fichado por Nacional de Montevideo en Uruguay. Ya su hermano Armando había abierto el sendero en el fútbol sudamericano tras su paso por el balompié argentino con el Argentino Juniors donde en alguna medida había dado a conocer el nombre de Panamá en las competitivas Ligas del Sur.
En Uruguay, Julio se hace con el apodo del "Panagol", nombre con que era vitoreado por los hinchas uruguayos debido a su precisión a la hora de definir.
En Nacional, Julio llegó a jugar con su hermano Jorge, quien fue fichado posteriormente cuando la directiva y equipo técnico del club se dio cuenta la calidad de atacante que tenían en el panameño.
En 1993, año de la trágica muerte de su compatriota Rommel Fernández, Julio es contratado por el Cagliari de la Primera División del fútbol italiano con quien permaneció hasta 1995, cuando pasa a jugar a la liga francesa con el París Saint Germain. Con el Saint Germain jugó hasta el año de 1997 cuando es fichado por el Real Oviedo para así convertirse en el segundo panameño en jugar en el fútbol español.
Con el Oviedo permaneció hasta el año 2000 cuando ingresa a las filas del Málaga ya con 33 años de edad, donde, como era costumbre para Julio, se vuelve titular indiscutible en la delantera y figura del equipo al convertirse en el máximo goleador de toda la historia del equipo.
En su primera temporada con el Málaga, Julio se destacó al convertir tantos de gran factura como el recordado gol ante el Athletic de Bilbao (saliendo de la media cancha, llevándose a cuatro defensas y anotando desde fuera del área), y el "Hat Trick" ante el Valencia colocándose entre los cinco mejores artilleros de esa temporada 2000-2001 con 17 goles.
Julio se describía a sí mismo como el delantero central clásico, excelente en el juego aéreo y bueno con ambas piernas.
Ya en las siguientes temporadas Julio César llevó al Málaga a sus mejores campañas en toda la historia, llegando a jugar la Copa UEFA, hasta entonces desconocida para este equipo, torneo donde el panameño anotó cinco goles y formó una pareja inolvidable junto al uruguayo Darío Silva.
En el 2003 el "Panagol" abandona el Málaga entre una serie de especulaciones sobre el futuro de Julio. El equipo español ofreció una extensión del contrato del panameño, pero con una rebaja del salario. Según las declaraciones de Julio el dinero era lo de menos. Él deseaba jugar al fútbol y ya con 37 años de edad, en Málaga sería muy posiblemente relegado a la banca en la siguiente temporada.
En su momento se habló de todo: Málaga aún lo quería en sus filas; ofertas de otros equipos españoles; ofertas millonarias para jugar en el fútbol de Quatar; una propuesta para regresar al Nacional de Montevideo, e inclusive el panameño habló con la prensa española sobre retirarse definitivamente del fútbol.
Al final, el "Panagol" regresó al equipo que lo pusiera en el firmamento futbolístico y por el cual él mismo ha confesado que siente el más grande cariño debido al tiempo que jugó con ellos. El Nacional de Montevideo le hizo la promesa a Julio de que volvería a jugar con su hermano gemelo, Jorge Dely Valdés. Y así fue.
A pesar que en la práctica pocas veces se encuentran juntos en la cancha, los hermanos Julio y Jorge Dely Valdés se reunieron una vez más en el Nacional de Montevideo.
Con la selección de Panamá Julio ha participado en tres eliminatorias mundialistas al lado de su hermano Jorge, y una compartida con el fenecido Rommel Fernández,siendo uno de los mayores goleadores de la historia y partícipe con dicho equipo de la Copa de Oro de 2005, donde logró el subcampeonato, siendo éste el mayor logro del fútbol panameño hasta la fecha.
Ha participado en las fases de clasificación para la Copa del Mundo desde 1990 hasta 2006, año en que se retira de la práctica activa.
Fue nombrado mejor deportista panameño del siglo XX.
Actualmente es el seleccionador Sub-17 y Sub-20 de Panamá.
Trayectoria
Atletico de Colón (Panamá)
Argentinos Juniors (Argentina) -a prueba-
Deportivo Paraguayo (Argentina)
Nacional (Uruguay)
Cagliari (Italia)
Paris Saint Germain (Francia)
Real Oviedo (España)
Málaga CF (España)
Árabe Unido (Panamá) -retiro oficial-
Títulos
En 1992 ganó el Campeonato Uruguayo de Fútbol con Nacional.
En Europa ganó la Recopa y la Supercopa de Europa con el París Saint-Germain y la Copa Intertoto con el Málaga CF, club en el que es el máximo goleador de su historia.
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La selección tenía a jugadores de la talla de Franco Navarro, Julio César Uribe, Jorge Hirano, José Del Solar, Jorge Olaechea, Fidel Suárez, entre otros, es decir, de lo mejor que había en el torneo doméstico y en el exterior en ese momento.
Pero 'Pepe' no supo mover las piezas, o simplemente, sus pupilos no le entendieron en absoluto el español masticado o el portugués complicado.
Hoy el brasileño tiene 71 años, vive en Santos, Sao Paulo, y, antes de jubilarse en la dirección técnica, trabajó en varios equipos de su país, en Qatar y Japón. 'Pepe' no pudo clasificar al Perú al Mundial, pero se fue feliz con una importante cantidad de dólares en el bolsillo.
(SEBASTIÁN VIERA, arquero uruguayo, en conversación con Alejandro Fantino en "Mar de fondo" de TyC Sports, confundiendo los puntos cardinales y enviando a todos los habitantes de Florida a las profundidades del Río de la Plata)
(RADIO 5 LIVE de Inglaterra trasnmitiendo, obviamente, Sunderland vs. Leicester)
Esos ojos negros
* A 30 años del Mundial de 1978
El fútbol para los argentinos es casi una religión y cuando, después de brindarle tanto a este deporte a lo largo de su historia, se alcanzó la gloria, la gente enfervorizó y festejó como nunca antes una victoria deportiva.
La tarde fría y gris del 25 de Junio de 1978, la selección de fútbol se consagró campeona del Mundo. El contexto político desempeño rol importante y la dictadura que gobernaba al país armó y diseñó el Torneo que finalizó por cumplir con los objetivos fijados, borrar la memoria colectiva.
Argentinos y holandeses se enfrentaron en el partido final en cancha de River Plate, ante 75 mil hinchas y bajo el arbitraje del italiano Sergio Gonella. Los locales alistaron a Fillol; Olguín, Galván, Passarella y Tarantini; en el medio Ardiles, Gallego y Kempes y arriba Bertoni, Luque y Ortiz. El hombre que se puso al hombro al equipo durante todo el campeonato, Mario Alberto Kempes, abrió el marcador con un gol a los 37’ del primer tiempo. Los holandeses empataron con un cabezazo de Nanninga, quien había ingresado hacía poco y logró la igualdad a 8’del final del partido, para poner justicia en el marcador ya que los visitantes fueron superiores en el segundo tiempo. El estadio enmudeció cerca del final cuando el palo jugó para Argentina, tras una jugada de Resenbrink. Sobre el final del primer tiempo suplementario, a los 14’otra vez Mario Kempes marcó el gol que daba la victoria a la Argentina y lo convertiría en el goleador del Torneo. En el complemento del alargue, a los diez, Bertoni consiguió el 3 a 1 justo y definitivo. En la cancha las tribunas estaban repletas, el general Videla, pulgar en alto, junto a Massera y Lacoste, sonrientes se mostraban como los artífices del triunfo, mientras le entregaban la Copa al capitán Daniel Passarella. En las calles brotaba gente por todas partes para gritar a los cuatro vientos ¡Argentina Campeón del Mundo!. Era un homenaje al país futbolero, a esta tierra que tanto talento desparramó por el mundo a lo largo de su historia y que nunca antes había podido tocar el cielo con las manos.
Fue el justo ganador en un Torneo que no tuvo a ningún seleccionado que marcara una diferencia sobre el resto, el equipo no tuvo una gran jerarquía futbolística, pero tuvo una firme convicción de lo que quería lograr y se entregó, acompañada por el público en todo momento, tras el objetivo de ganar la copa.
El repaso a la historia siempre es bueno y este Mundial merece repasar algunas características que se dieron a lo largo de su desarrollo.
El partido con Perú en la cancha de Central, en Rosario llenó de dudas hasta los bien pensados, se necesitaba ganar por cuatro goles de diferencia y se consiguió la victoria por 6 a 0, pero las dudas vinieron de periodistas extranjeros que hablaron con futbolistas peruanos donde les abrían sugerido el arreglo del cotejo. “El partido con Perú estuvo manchado y tuvo que ver Lacoste, la revista “El Gráfico” y el capitán de la selección peruana”, declaró el reconocido periodista Carlos Juvenal, en una conferencia de prensa desarrollada en el Salón “Libertador General San Martín” de la ciudad de Ayacucho en 1997.
César Luis Menotti fue el técnico y armó el equipo con jugadores consagrados y otros que explotaron durante el Mundial y así conformó a casi todos los hinchas. Antes de su paso por el seleccionado, éste no tenía la importancia que después alcanzó, él le dio prioridad por encima de los clubes y así jerarquizó al fútbol argentino.
Las cosas en el país no funcionaban bien y la consagración del equipo cegó la visión de muchos. Los militares idearon el Torneo para que la gente se tome la píldora que terminó por borrar la memoria de muchos. “...esos ojos negros que miraban como se ganaba en el Mundial estaban tejiendo en sus retinas una historia prohibida”, dice la letra de una de las canciones de León Gieco.
Hubo muchos millones de dólares gastados para que el mundo viera la sonrisa de un país feliz bajo el mando militar. El almirante Carlos Alberto Lacoste, hombre fuerte del Mundial manejó cifras millonarias sin ningún control y luego fue nombrado vicepresidente de FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado). En 1982 Roberto Aleman, entonces secretario de Estado dijo al diario La Nación “ante cada cifra me caía de espalda, pero estaba todo consumado”. El presidente de la FIFA, Joao Havelange, declaró “por fin el mundo entero puede ver la verdadera imagen de la Argentina”. Los Estados Unidos, a través de Henry kissinger “este país tiene un gran futuro a todo nivel”. Fue una operación planeada para seguir destruyendo al país y a muchos de sus habitantes y el fútbol era la mejor pantalla para tal ocasión. Los altos jefes usaron la pelota como bandera, “veinticinco millones de argentinos jugaremos el Mundial, Mundial la justa deportiva sin igual”, rezaba el himno.
A lo largo de la historia, generales y políticos usaron las victorias deportivas como propagandas de sus gobiernos. “El fútbol es el pueblo, el poder es el fútbol, yo soy el pueblo”, era el lema de la dictadura militar.
Lo cierto es que hubo un mundial de fútbol y Argentina lo ganó. Se logró un triunfo histórico que lo colocó en el lugar que merecía en el ámbito futbolístico. El 25 de Junio de 1978 el fútbol hizo que el país gritara al mundo ¡Argentina Campeón!, aunque el paso del tiempo, el recuerdo haga que aquellos “ojos negros” se animen a abrirlos de a poco, para poder comprender la verdadera historia.
(mi agradecimiento al periodista ayacuchense Diego Castaño por este relato en conmemoración del 30º aniversario de la obtención por parte de Argentina del Campeonato del Mundo de 1978)
Material de investigación:
* Archivo DeporTEA
* Biblioteca “Dante Panzeri” del Club Quilmes (MDP)
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(CLAUDIO COUTINHO, DT de Brasil, después de terminar la Copa invicto, en tercer lugar)
Yo felicito a mi colega Coutinho por su campeonato moral y desearía, también, que él me felicitase por mi campeonato real.
(CÉSAR LUÍS MENOTTI, técnico argentino, después de la conquista del Mundial 78)
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El que no salta es un holandés (Mabel Pagano - Argentina)
No hay más ciego que aquel al que
el miedo no deja ver. Ni más ignorante que
aquel al que el miedo no deja comprender.
Pacho O’Donnell
Estaban ahí aquel día en que nosotros nos pegamos al televisor portátil llevado por el gerente, ya que el acontecimiento, muchachos, justifica el abandono del trabajo por un rato, imagínese, hace casi cuarenta años que los argentinos esperamos algo así. Vengan, chicas, que esto no se lo pueden perder y nosotras que ni locas, porque una cosa es un partido cualquiera y otra muy distinta, un Mundial. Pero la Flaca dijo yo tengo que hacer ese trámite de la importadora y se fue. Volvió cuando ya estábamos en los escritorios, todos emocionados porque todo salió perfecto, según Javier, y qué bárbaros los gimnastas, para el cadete y para nosotras, con la banda y el desfile y los papelitos, una maravilla, no sabés lo que te perdiste, pero la Flaca sin interesarse, ahí parada, con los ojos fijos en ninguna parte y diciendo que a la misma hora del festejo, ellas estaban ahí, en la Plaza, como cien, dando vueltas a la Pirámide, algunas llorando y otras diciéndoles a los periodistas extranjeros que no tenían noticias de hijos, hermanos y padres. Y los tipos seguro que los filmaban para hacernos quedar como la mierda en el exterior. Javier interrumpió golpeando el escritorio y el cadete asegurando que no importa porque, total, quién les va a dar bolilla a cuatro chifladas y nosotras diciéndole terminala con eso, Flaca, que por ahí, andá a saber cuál es la verdad y el gerente rematando con que me gustaría saber quién les paga para que saboteen la imagen del país.
Los días siguieron: la República era una gran cancha de fútbol.
Empatamos, ganamos, perdimos, pero no importa, porque la Copa se la van a llevar si son brujos y el televisor ya fijo en la oficina, mirá, mirá que remate, cómo se perdió el gol ese boludo y aquél hoy no pega ni una. Las mujeres, ya bien al tanto de lo que significa un córner, cuál es el área chica y qué es lo que debe hacer el puntero derecho. Pero Goyito, el de Expedición, desapareció hace cuatro días y nada, dale Flaca, vos siempre la misma amargada, el cadete con sonrisa de costado y Javier que por algo habrá sido, che, porque a mí todavía nadie me vino a buscar. Y ellas siguen ahí, dando vueltas a la Pirámide, ma sí, ya se van a ir, cortala, parecés la piedra en el zapato, pero tienen que darles una explicación, lo que tienen que darles es una paliza y listo, así se dejan de decir macanas cuando el país está de fiesta. Hay que embromarse con alguna gente, la patria no les importa, el gerente opinando desde la primera fila frente a la pantalla y la Flaca como para sí misma, el fútbol no es la patria. Gol. Gooooolllll. Golazo. ¡Ar-gen-ti-na! ¡Ar-gen-ti-na!
¿Hacen falta seis para pasar a la final? Se hacen los seis, pero a la hermana de Carrasco la secuestraron anoche a dos cuadras de la facultad, que se embrome, por meterse donde no debe, dijiste vos y Javier yo siempre le vi algo raro a esa chica, enganchando enseguida con que después de los seis pepinos a los peruanos, concierto de cacerolas en los balcones de su edificio, en pleno Barrio Norte, nunca visto, el delirio, la locura y nosotras, contando de la caravana de coches y el novio y el marido, con las banderas, los gorritos y las cornetas, nos acostamos como a las cuatro y hasta la chica aquella, Mariana, la de Libertador, con la vincha y subiéndose a un camión que pasaba para el centro, no se puede creer, ¿viste? Por un anónimo, nada más que por una denuncia sin fundamento y al otro porque ayudaba al cura y a las monjas en la villa del Bajo Flores. Te digo que no me quedó uña por comerme y la hora maldita no pasaba nunca, tocando el techo con cada gol y mirando el reloj, hasta que al fin se dio. Se me cayeron las lágrimas, ¡qué final! ¡El que no salta es un holandés! Y los que desaparecen son argentinos, dale Flaca, no empecés, ¿no te dije, pibe, que la Copa se quedaba aquí? Todos con las banderas y los pitos, a gritar y a cantar, dale con el tachín- tachín, juntos, en aquella fiesta que parecía que no iba a terminar nunca, porque ganamos, salimos campeones y fue como una borrachera de la que nos despertamos con este dolor de cabeza que nos martillea las sienes y un revoltijo de estómago que aumenta a medida que la tapa de la olla se va corriendo. Las cuentas finales no aparecen y la lata está rota de tantas manos que se le metieron adentro. Pero lo peor es lo otro, ellas que siguen ahí, ellas, que ya estaban pidiendo por los que no estaban mientras nosotros saltábamos, sordos a lo que decían algunos como la Flaca, ustedes no se dan cuenta de lo que está pasando y cuando comprendan, ya va a ser tarde. Aseguraba que éramos como los alemanes, que veían el humo saliendo de las chimeneas de los campos de concentración y miraban para otra parte, se callaban, como callamos nosotros, entonces y después, tapándonos hasta las orejas cuando las sirenas nos interrumpían las noches, o escuchábamos algún grito, o se llevaban a alguien del piso de abajo. Nos dieron un pirulín para matar el hambre. Flaca, tenías razón y una entrada al circo para comprarnos la conciencia.
(tomado del libro "Fútbol a puro cuento", Ediciones del Faro Verde, Argentina, 1986. Compilador: Rodolfo Cuenca)
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(RAMÓN “Chupete” QUIROGA, arquero argentino -nacionalizado peruano-, antes del partido en que Perú perdió 6 a 0 con Argentina y fue señalado por la prensa incaica como uno de los máximos responsables de la derrota)
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(JOÃO HAVELANGE, presidente de la FIFA, enalteciendo al país anfitrión, que vivía una violenta dictadura, a cambio del voto que después recibió para ser reelegido)
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El 13 de Octubre de 1957, Charles disputó su primer derbi turinés, contra el Torino. En un uno contra uno, chocó involuntariamente contra un defensa contrario y se dispuso a rematar a gol. En el momento de encarar al guardameta, divisó a su adversario tendido en el suelo y, acto seguido, envió el balón a la banda. "Ya solamente tenía que batir al portero, pero no me pareció justo", recordaba el protagonista, fallecido en 2004. "Entonces tiré fuera el balón para que el jugador pudiese ser atendido". Una reacción que le valió una popularidad eterna entre los seguidores de los dos clubes de la ciudad. Para la pequeña historia, la Juve ganó aquel partido por 1-0, con un tanto obra de John Charles...
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(SEBASTIÁN ABREU, delantero uruguayo, en Junio de 2000, haciendo alusión a su locura y a los hipotéticos "cuernos" del jugador paraguayo)
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(ALAN SHEARER, ex internacional inglés, 2006)
El gladiador tranquilo
Los necaxistas nos hemos doctorado en frustraciones. Durante 57 años el equipo no ganó la liga, ha desaparecido dos veces del primer circuito y no ha encontrado su tierra prometida. La diáspora se anunció en el nombre mismo de Necaxa, pueblo inundado para producir electricidad, continuó en el ciudad de México (donde encontró apropiado lugar en entrenamiento en el Club Israelita) y ahora despacha en Aguascalientes, esa Patagonia tan alejada del Azteca.
En los noventa el Necaxa conquistó trofeos con una constancia un tanto vulgar para el estoico gusto de sus viejos seguidores. Sin embargo, en los años de gloria su alineación fue tan inestable como la de Deep Purple. En sentido estricto, la década de oro le perteneció a Alex Aguinaga. En una liga donde cada vez es más difícil que un jugador se identifique con un club, el ecuatoriano demostró que los prodigios pueden ser duraderos y sólo dijo adiós en 2003, a los 35 años.
Aguinaga tuvo la inasible condición del crack. Sus ojos de insomne y su boca abierta daban la equívoca impresión de que se había cansado; sin embargo, aparecía en cualquier sitio donde la pelota pudiera volverse interesante. Jugó con el número 7 de los viejos extremos derechos, pero fue un 10 natural.
No entraba al partido a defender pero se barría para recuperar balones de acceso restringido. No era un volante retrasado pero filtraba pases de treinta metros. Nadie lo confundió con centro delantero pero resolvió rompecabezas de área chica. En cada situación era más de lo que debía ser.
Aguinaga descifró el juego en el terreno entero y deambuló por la poblada media cancha con entusiasmo de escapista. Rara vez jugaba de primera intención porque el fútbol impulsivo no es lo suyo, pero jamás dormía el esférico. En el fragor de la trifulca, demostró las virtudes épicas de la serenidad; inventaba pausas, hacía pensar que los que corren sin freno no saben lo que hacen. Un jugador mental cuyo atletismo es la concentración.
Durante más de diez años ejerció la maravilla de los tres toques, que generalmente salían así: controlaba una pelota descompuesta, la arreglaba con un amague distractor y le encontraba un destino lujoso.
Entre los muchos goles que anotó y celebraba apoyándose en el banderín de córner, escojo el que le anotó al Cruz Azul y permitió que el Necaxa volviera al título de Liga luego de una espera de 57 años. Como tantas de sus proezas, ésta pareció ocurrir en cámara lenta. Recibió un balón que se prestaba para un tiro cruzado. Todos los ojos del Estadio Azteca vieron el rincón del peligro evidente. Todos menos los de Alex Aguinaga. Genio de lo imprevisto, el grande del Necaxa tocó con suavidad a un sitio ajeno a la obvia geometría pero no a la imaginación.
Aguinaga tenía el temple de los capitanes que saben motivar sin apremios excesivos y se ganan el respeto de los contrarios y los árbitros adictos a sacar tarjetas. Ante el triunfo, fue como Bobby Moore en la final de Wembley 66: se limpiaba las manos en la camiseta antes de alzar un trofeo.
He escrito de Aguinaga en pasado, no porque sus facultades se hayan extinguido sino porque su nombre ya se inscribe en la leyenda. Llegó a un club que no tenía títulos recientes ni seguidores a la vista, con la cola de caballo y las ojeras de alguien que se desvela en favor del rock. Aunque ya el ecuatoriano Italo Estupiñán había coronado al Toluca, venía de una nación sin gran pedigrí en México. Sus credenciales decían poco del hombre que durante más de diez años se hizo el improbable. Su vida seguirá en otros estadios. Su tranquila manera de ganar batallas se queda en el Azteca.
(texto del escritor mexicano Juan Villoro, tomado de la web del Club Necaxa)
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(El Doctor JORGE DA SILVEIRA, periodista deportivo uruguayo, comentando acerca de su otra profesión, la abogacía, en Diario "El País" de Montevideo, del 09/03/08)
(ANTOINE LABBO, sociólogo francés)
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(STEFAN EFFENBERG, mostrando el desasosiego alemán en el diario "Bild", en referencia a la debacle sufrida por Alemania al caer ante Italia por 4-1 en una presentación previa al Mundial 2006)
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Once corazones (Tomás Cortés - Uruguay)
* dedicada a River Plate de Uruguay
defendiendo siempre, al glorioso River Plate.
Son once corazones, que siempre luchan con garra y fe
defendiendo prestigios de algo muy grande que es River Plate.
Equipo consagrado de trayectoria muy grande y limpia
resurgió de dos glorias, uno Capurro y el otro Olimpia
Once corazones, en los pechos laten
defendiendo siempre, al glorioso River Plate.
En el 13 y 14, mil nueve ocho y mil nueve diez
el campeón uruguayo en esos años fue River Plate
por eso es que tu nombre ya tiene fama universal
gloria del Pueblo Uruguayo, que es cuatro veces campeón Mundial
La casaca albirroja es defendida de mil amores
desciende de un pasado que le han legado nuestros mayores
por tal valiosa enseña jueguen muchachos siempre con ganas
que los alientan dos Barrios, uno es el Prado y otro la Aduana.
- De jovencito, era muy pibe. Salía cuatro o cinco noches por semana. Y tenía el sueño al revés, completamente. Durante el día se me cerraban los ojos y a la noche, en la concentración, me costaba dormirme.
- Otra de tus pasiones es el cine. Trabajaste en Hollywood...
- Sí, en México yo estaba en Torreón, y las películas se rodaban al lado, en Laredo, porque se pagaban menos impuestos que en Estados Unidos. Iba a filmar gente muy importante, como John Wayne, Raquel Welch, Wiliam Holden, Ann Margret, Rod Taylor. Durante dos años vinieron todos. Y ahí empecé a trabajar bastante como extra. Hacía de indio y de borracho en muchas películas, o de los que estaban atrás en los salones. Yo amaba el cine y a esos monstruos los veía cuando era pibe.
- ¿Y te pagaban bien?
- Sí, como me daban cien dólares cada vez que iba a grabar, yo pensaba: "Ojalá que no me maten rápido". Pero me liquidaban enseguida, era uno de los primeros en morir. Era el indio que siempre caía primero. Siempre me tocaba ese papel.
- ¿Se puede decir que sos un actor frustrado?
- Sí, si no era futbolista hubiera sido actor. Seguramente me dedicaba a la comedia, porque toda la vida tuve sentido del humor. Yo era fanático de Burt Lancaster y no lo pude conocer. Rogaba para que fuera a filmar a México, porque era un actor que podía hacer westerns, pero nunca se dio. Me hubiera gustado protagonizar “Apache”, esa memorable película en la que actuó él.
(HÉCTOR "Bambino" VEIRA, ex jugador y DT argentino, en revista "Hombre", 2007)
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(GILBERTO, lateral izquierdo de la Selección de Brasil, tras el partido del pasado miércoles por las Eliminatorias entre su selección y Argentina)