(JUAN VILLORO, escritor mexicano)
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(JUAN VILLORO, escritor mexicano)
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(KEVIN KEEGAN, ex futbolista inglés, actual técnico de Newcastle despachándose días pasados contra la hegemonía de los poderosos -Chelsea, Manchester United, Arsenal y Liverpool- en la Liga de Inglaterra)
Canto al gol (Héctor Negro - Argentina)
Le canto al gol.
Redondamente puesto
en el arco violado con un
temblor eléctrico.
Al gol tejido, urdido o reventado
como un amanecer contra la
tarde.
Al gol escamoteo, malabar,
golpe de ola,
río de mariposas que nos bañó
de trébol.
Al gol, al gol, al gol,
al esperado bajo el sol
sobre el cemento o el tablón,
con todo el trueno que se gesta
desde el pecho.
Al que dispara su exaltada
combustión
desde el pulmón
y canta, abraza,
compartiendo su mejor
entrega desbocada de festejos.
Él me preguntó cuál era mi idea, o mi anhelo en el Real y le contesté que soñaba con salir campeón. Apenas terminé, me corrigió: "No, viejito, no. Lo que tú tienes que pensar es en poder renovar tu contrato, porque si tú juegas bien, si el club te retiene, es porque fuiste importante y si fuiste importante, es más probable que el equipo salga campeón".
(JUAN CARLOS TOURIÑO, ex futbolista argentino recordando su paso por la entidad "merengue")
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(ENRIQUE HRABINA, ex defensor de Atlanta, San Lorenzo y Boca Juniors, defendiéndose ante las acusaciones de jugador malintencionado)
La pelota (Felisberto Hernández - Uruguay)
Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que yo no la cargoseara; después me amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita -pronto para correr- yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén. Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar otra y que no había más remedio que conformarse con ésta. Lo malo es que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar. Cuando la estaba terminando, vi cómo ella la redondeaba, tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio, el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo. Después de haberle dado las más furiosas “patadas” me encontré con que la pelota hacía movimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía un poco de voluntad propia y parecía un animalito; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que iba a parar, pero después resolvía dar dos o tres vueltas más. En una de esas veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección alguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conseguí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento. Entonces la abandoné en la mitad del patio.
Después volví a pensar en la del almacén y a pedirle a mi abuela que me la comprara. Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo. (Cuando era día de fiesta o estábamos tristes, comíamos dulce de membrillo.) En el momento de cruzar el patio para ir al almacén, vi la pelota tan tranquila que me tentó y quise pegarle una “patada” bien en el medio y bien fuerte; para conseguirlo tuve que ensayarlo varias veces. Como yo iba al almacén, mi abuela me la quitó y me dijo que me la daría cuando volviera. En el almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mí con sus colores fuertes. Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dio y jugué de nuevo me aburrí muy pronto. Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle pegarle un pelotazo. Esperé sentado encima de ella. No pasó nadie. Al rato me paré para seguir jugando y la encontré más ridícula que nunca; había quedado chata como una torta. Al principio me dio gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda. Cuando me volvió el cansancio y la angustia, le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota; que era una torta y que si ella no me compraba la del almacén yo me moriría de tristeza. Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga. Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota caliente que subía y bajaba con la respiración. Y después yo me fui quedando dormido.
(cuento extraído del libro “Primeras invenciones” Arca, Montevideo, 1969)
Murci Rojas: “Bueno, del país no puedo contarles nada… Sólo puedo adelantarles que se trata de un equipo brasileño.”
(FRANCISCO "Murci" ROJAS, jugador chileno, haciendo gala una personalidad muy reservada)
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Mauricio Macri tiene un padre espectacular, pero él no puede discutirle ni al cartonero Báez. Así de simple. La soberbia lo mata. Yo lo vi en el casamiento de Valeria Mazza y le dije de todo con palabras duras. El me contestó "Vos hablás mucho", y yo le retruqué "sí, yo hablo, pero hice cosas; vos hablás, pero no hacés nada ni tenés presencia. Sos impresentable".
(DIEGO MARADONA, y su momento para cultivar la amistad en Mayo de 1998)
¿Cómo te cayó que Maradona te bautizara "El cartonero Baez"?
- Me cayó bien de entrada, porque cuando uno administra dineros que no son propios tiene que ser más austero que nunca, más cuidadoso que lo que suele ser con lo de uno. Si soy el cartonero digo que no.
(MAURICIO MACRI, ex Presidente de Boca Juniors en revista "Hombre" de Junio de 2007)
Los errores suceden a menudo. Pasan a diario en los entrenamientos. Lo que te hace mejor es cómo reaccionas ante ellos.
(MIA HAMM, futbolista estadounidense)
Las cábalas
Las cábalas son una institución dentro del ambiente del fútbol. Las respetan hasta los que no creen en ellas. Tiene mucho que ver con el miedo, con esa impotencia que siente el jugador antes de la competencia, con esa tensión nerviosa que le produce saber que algo va a pasar pero no sabe qué. El jugador siente mucho miedo, en esos momentos, pero no miedo físico, a una lesión o a una agresión. Su temor es de otro tipo. Le teme a lo desconocido. Por eso recurre a las cábalas.
Yo las tuve. Simples, inofensivas. Siempre me ataba primero los cordones del botín izquierdo. Cuando entraba a la cancha lo hacía con el pie derecho. Eran tan comunes como las de comer siempre en la misma mesa y con los mismos compañeros, la de ubicarse en el mismo asiento en el micro. Hay jugadores que se persignan al entrar a la cancha. Otros que se agachan, toman una matita de césped con la mano derecha y la besan. Mostaza Merlo venía a la concentración con un sobretodo largo y una bufanda roja cuando ya apretaba la primavera. Cuando River le cortó al Racing de Pizzuti su serie de treinta y nueve partidos invictos, nuestra reacción fue quemarle al Yaya Rodríguez el saco azul que había vestido durante tanto tiempo. Estábamos cansados de ese saco y la cábala ya se había cortado...
El espíritu cabulero aumenta cuando el jugador se hace técnico porque suma las propias a las del equipo. Lo curioso es cómo se mezclan las místicas con las paganas en el afán de encontrar una protección a lo que vendrá. Por las dudas se cree en todo y se mezclan las creencias.
El domingo que tenía que debutar en Cruzeiro, el masajista del equipo me despertó temprano. Muy temprano para lo que era habitual en mí: dormir hasta el mediodía los días de partido. Esa vez me despertó a las siete y media de la mañana:
-¡Vamos gringo que hay que ir a misa! -me dijo.
-¿Qué misa?, déjame dormir -le respondí.
El masajista insistió tanto que me tuve que levantar. Entonces ví como de una camioneta bajaban todo lo necesario para armar un altar. Estaban todos mis compañeros, el cuerpo técnico. No faltaba nadie. En medio de la ceremonia, el cura empezó a mezclar la liturgia con indicaciones tácticas hasta que terminó dándonos una verdadera arenga para ganar el partido, una charla técnica...
La misa terminó con una bendición general de los botines que íbamos a utilizar. Llegó la hora del partido, jugamos y perdimos.
Al domingo siguiente me acerqué al cura y le pregunté qué había pasado. Con una de esas sonrisas cancheras que identifican al mejor porteño me respondió de inmediato:
-Roberto... la bendición no es para un solo partido.
Las cábalas son una prisión de la cual no se sale más, por eso el sentimiento de culpa es tremendo cuando alguien se olvida de una y el equipo pierde. Yo no las niego, total no cuesta nada ponerse primero el botín derecho. Son parte del folklore y le dan material a la prensa. Pero yo nunca les di bola como jugador ni como técnico. Respeto a los creyentes, pero me incomoda pensar que un equipo gana por una cábala, porque hay demasiado pensamiento mágico en el fútbol con el que yo no estoy de acuerdo para nada.
Los éxitos sólo hacen aumentar la superstición.
(extraído del excelente libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)
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Cuando volvimos de las vacaciones después de salir campeones en el '95, me dijo: "Paulo, conseguime otros botines porque los que me habías dado, me los robaron". "Bueno", le dije, "no hay problema".
A los pocos días estaba viendo el video de la vuelta olímpica que dimos en la cancha de Rosario Central y lo veo a Tuzzio trepado al alambrado sin camiseta y tirando los botines a la tribuna.
¿Así que te habían robado los botines?
(PAULO SILAS, ex jugador brasileño, de recordado paso por San Lorenzo de Almagro)
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Pueden preparar el champagne.
(SANDRO MAZZOLLA, jugador italiano, en declaraciones a la prensa de su país días antes de la final contra Brasil en México 70)
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(GIACINTO FACHETTI, defensor italiano, manifestándose sobre Pelé en la final de México 70)
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Fútbol y patria: la crisis de la representación de lo nacional en el fútbol argentino
Si la relación entre deporte y nacionalismo, especialmente a través de la mediación de la categoría de identidad nacional, ha sido abundantemente trabajada por la bibliografía (MacClancy, 1996; Mangan, 1996; Lanfranchi, 1992; Sugden y Tomlinson, 1995; Giulianotti y Williams, 1994, entre otros), en el caso particular del fútbol argentino los textos de Eduardo Archetti constituyen un excelente análisis de su momento fundacional. Desde ese punto de partida, este trabajo intenta caracterizar la representación de la nacionalidad a través del fútbol en un recorrido histórico que dé cuenta de los distintos modos de construcción de esa relación, y en el mismo movimiento discutir lo que entendemos como una crisis de la capacidad del fútbol para investirse de los significados de la Nación. Los nuevos escenarios globalizados-massmediatizados señalan, en la contemporaneidad, un clivaje en la representación de lo nacional a través del deporte que, según nuestra hipótesis, el fútbol argentino no puede resolver de manera eficaz, en el sentido de construir una nueva épica deportiva nacional.
La fundación mitológica
La Argentina es un país inventado. Como toda América, en la ficción de su "descubrimiento" y en la violencia de su conquista y ocupación; pero también, en una nominación que supone, imaginariamente, un territorio de riquezas y sólo la encuentra en el bautismo: "tierra de la plata". Y además, en su dificultosa construcción como Estado Moderno durante el siglo XIX, la Argentina es objeto ya no de una, sino de varias invenciones: las guerras civiles que marcan la historia entre 1810 y 1880 no son sólo intercambios bélicos, sino también furiosas y encontradas batallas discursivas donde se dirime una hegemonía; lo que las guerras deciden, finalmente, es la capacidad de un sector para imponer de manera definitiva un sentido a toda la Nación. Ese proceso es el que le permite a Nicolas Shumway hablar de la invención de la Argentina como la "historia de una idea" (Shumway, 1993); antes que el relato del establecimiento de un Estado, de un espacio geográfico, de un corpus legal, la historia argentina es un juego de discurso.
Pero además, el fin de siglo y el comienzo de la nueva centuria puso en crisis esa trabajosa construcción: la Argentina se transformó en país inmigratorio, y el aluvión de migrantes europeos supuso la fractura de un modelo económico y social, pero también narrativo. Si hasta ese momento el paradigma explicativo hegemónico hablaba del triunfo de la civilización sobre la barbarie, de la cultura europea sobre el salvajismo americano, la modernización acelerada de la sociedad argentina necesitó echar mano de nuevos discursos que, al mismo tiempo, disolvieran los peligros que acarreaban la formación de las nuevas clases populares urbanas -sensibles a la interpelación socialista y anarquista-; y constituyeran una identidad nacional unitaria que la modificación aguda del mapa demográfico ponía en suspenso, fragmentaba en identidades heterogéneas. La respuesta de las clases dominantes, con diferencias y contradicciones, tendió a trabajar en un sentido: la construcción de un nacionalismo de elites que produjo, especialmente a partir de 1910, los mitos unificadores de mayor importancia. Un panteón heroico; una narrativa histórica, oficial y coercitiva sobre todo discurso alternativo; el modelo del melting pot como política frente a la inmigración, y un subsecuente mito de unidad étnica; y un relato de origen que instituyó la figura del gaucho como modelo de argentinidad y figura épica.
Como dice Rosana Guber, "aunque no sin conflictos, el Estado argentino fue sumamente eficaz en su compulsión asimilacionista" (Guber, 1997: 61). Y la eficacia residió en dos mecanismos: la escuela pública, por un lado, como aparato fundamental del Estado, se convirtió en el principal agente de construcción de esta nueva identidad entre los sectores populares. Por el otro, una temprana industria cultural favorecida por la modernización tecnológica argentina de comienzos de siglo y por la urbanización acelerada, que sumada a la creciente alfabetización de las clases populares construyó un público de masas ya en los primeros años del siglo XX. En esa cultura de masas, primero gráfica y desde 1920 también radial y cinematográfica, la narración de la identidad nacional encontró un amplio y eficaz territorio donde manifestarse. A pesar de su carácter privado -el Estado no intervendrá en la política de medios hasta los años cuarenta-, la cultura de masas participa de los relatos hegemónicos, especialmente en torno del peso de la mitología gauchesca.
Pero en esta producción aparecen ciertos desvíos. Aunque partícipes de la narrativa hegemónica del nacionalismo de las elites, los nuevos productores de los medios masivos, tempranamente profesionalizados, provenían de las clases medias urbanas constituidas en ese proceso modernizador. Y sus públicos, masivos y heterogéneos, presentaban otro sistema de expectativas: trabajados por la retórica nacionalista de la escuela, atienden también a otras prácticas de lo cotidiano. Junto a los arquetipos nacionalistas, las clases populares estaban construyendo otro panteón: junto a los gauchos de Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas, o los compadritos de Jorge Luis Borges, aparecen héroes populares y reales: los deportistas. Como señala Archetti (especialmente, 1995), en la discusión sobre la identidad nacional los periodistas deportivos, intelectuales doblemente periféricos -en el sentido de Bourdieu: periféricos en el campo periodístico, que es periférico en el campo intelectual- intervinieron con una construcción identitaria no legítima (porque el lugar legítimo es la literatura o el ensayo), pero pregnante en el universo de sus públicos. Así, el fútbol se transformó en la revista deportiva "El Gráfico", soporte hegemónico de esta práctica desde los años 20, en "un texto cultural, en una narrativa que sirve para reflexionar sobre lo nacional y lo masculino" (Archetti, 1995: 440).
Ese proceso recorre, como describe Archetti, distintos caminos. Necesita de ritos de pasaje: si lo nacional se construye en el fútbol, hay que explicar el tránsito de la invención inglesa a la criollización -tránsito que se resuelve en el melting pot y en la naturalización de un proceso que combina lo cultural, lo económico y lo social-. Necesita de una práctica de diferenciación: el par nosotros/ellos encuentra su expresión imaginaria en un estilo de juego, más narrado que vivido, pero de una gran capacidad productora de sentido. Necesita del éxito deportivo (Arbena, 1996) que vuelva eficaz la representación de lo nacional: allí están la gira europea de Boca Juniors en 1925, la medalla de plata en las Olimpíadas de Amsterdam de 1928, el subcampeonato mundial de 1930 en Uruguay. Y necesita de los héroes que soporten la épica de la fundación: Tesorieri, Monti, Orsi, Seoane, por señalar sólo algunos. Pero también, si en este caso la nación se construía desde las clases medias y no desde las dominantes, aparecen los desvíos: frente a una idea de nación que remitía a lo pastoril (en el doble juego del mito gauchesco y de la explotación de la tierra, modo de producción dominante), la nación que se construye en el fútbol asumía un tiempo y un espacio urbano. Frente a una idea de nación anclada en el panteón heroico de las familias patricias y en la tradición hispánica, el fútbol reponía una nación representada en sujetos populares. Frente a un arquetipo gauchesco construido sobre las clases populares suprimidas por la organización económica agropecuaria, los héroes nacionales que los intelectuales orgánicos del fútbol propusieron eran miembros de las clases populares realmente existentes, urbanizadas, alfabetizadas recientemente, que presionaban a través del primer populismo argentino (el partido Radical de Yrigoyen) por instalarse en la esfera cultural y política. Y allí, entonces, radicó su eficacia interpeladora.
Dice Renato Ortiz (1991) que la preocupación por la construcción de una identidad nacional fue una constante en toda América Latina "pues se trataba de construir un Estado y una nación modernos", y "que fue la tradición quien acabó proporcionando los símbolos principales con los cuales la nación terminaría identificándose" (ídem: 96), que en el caso brasileño pasaron a ser el samba, el carnaval, el fútbol. Agrega Ortiz: "No tengo dudas de que esta elección entre símbolos diversos en gran medida se produjo merced a la actuación del Estado. (...) Fue la necesidad del Estado de presentarse como popular la que implicó la revalorización de estas prácticas que comenzaban, cada vez más, a poseer características masivas. Finalmente, la formación de una nación pasaba por una cuestión preliminar: la construcción de su 'pueblo'." (ibídem)
Es el Estado el que produce este pasaje entre "memoria colectiva" -vivencial y cotidiana- y "memoria nacional" -virtual e ideológica-. O, con más precisión, los intelectuales del Estado, mediadores que construyen ese discurso de segundo orden que es el discurso de lo nacional. En la Argentina, la temprana modernidad de su sistema de educación popular, de su industria cultural, de sus públicos masivos, permitió la aparición de un conjunto de intelectuales profesionales de los medios que elaboraron este discurso de la nacionalidad, de mayor eficacia entre las clases populares, al mismo tiempo que los intelectuales oficiales del Estado construyeron otro, en muchos sentidos divergente, pero dominante. Podemos proponer que es esa aparición temprana del discurso de la nacionalidad relacionado con el fútbol, difundido eficazmente entre las clases populares desde los años 20, lo que permitirá que dos décadas más tarde su mitología se vuelva ritual celebratorio de la patria, alcance su condición hegemónica. Para ese clímax, un escenario más propicio será suministrado por la experiencia populista del peronismo.
Patria, deporte y populismo
El período que va de 1945 a 1955 es un momento muy interesante para dar cuenta de las relaciones entre el deporte, los sectores populares y las operaciones político-culturales de un Estado que intentaba construir un nuevo marco económico. La necesidad de incorporar al proyecto de industrialización a los sectores populares requirió de mecanismos culturales para reelaborar un nuevo significado comunitario de nación. Este período puede caracterizarse como "nacionalismo oficial", en tanto "artefacto cultural de una clase particular" (Anderson, 1993: 21) que utiliza los aparatos del Estado para generar una idea de comunidad: educación elemental, obligatoria y masiva; propaganda estatal; revisión oficial de la historia (para recrear la "fundación de la patria"); militarismo; y otras acciones tendientes a la afirmación de la identidad nacional.
El populismo en la Argentina puede considerarse como un intento de reinventar la patria a través de la inclusión de las grandes masas populares en la cultura urbana, destinadas a ser beneficiarias de la redistribución del ingreso. Sectores hasta ese momento ilegítimos, que no sólo vieron ampliada la esfera de su participación política en función de la ampliación de derechos por un aumento de las demandas de la población, sino también en cuanto a la construcción social de su representación massmediática. Ambas caras de una misma moneda: una legitimación necesaria.
La importancia que tiene este período para indagar en la relación entre deporte y nacionalismo, reside en tres aspectos que aparecen como datos fuertes de estos años: la expansión deportiva -ya sea desde el punto de vista comunitario como el de alto rendimiento-; el auge y la consolidación de la industria cultural de sólido rasgo intervencionista; y la irrupción en la esfera política de un nuevo actor social, las clases populares, llamadas a ser el protagonista y el destinatario de las políticas de Estado. Esta aparición en escena de las clases populares y su nominación como "pueblo", al tiempo que define la interpelación populista como marco del período al convertir a las masas en pueblo y al pueblo en Nación, colocó al deporte como un dispositivo eficaz en la construcción de una nueva referencialidad nacional.
Al mismo tiempo el espectáculo deportivo se inaugura como un nuevo ritual nacional posible -hasta ese momento prácticamente inimaginable por la sociedad política- ampliando el repertorio simbólico común (García Canclini, 1991). El deporte operó así sobre la articulación de las modalidades y los mecanismos de consenso civil y político porque se trata de un conjunto de emociones, necesidades y subjetividades relacionadas con las modalidades narrativas de un sentimiento patriótico. Lo que nos interesa aquí es que el espectáculo deportivo aparecía por primera vez como válido para integrar el repertorio nacional y que su legitimidad estaba dada por su vínculo con lo popular.
En este sentido, el deporte fue un vehículo apto para poner en escena estas nuevas representaciones, para lo cual la política intervencionista del estado sobre las industrias culturales jugó un papel decisivo. En la resemantización que hacían los medios de las demandas provenientes de los sectores populares puede leerse la operación de negociación entre estos dos actores y el Estado, desde la necesidad de conformar un nuevo colectivo donde ciudadanía y "pueblo" parecen ser términos equivalentes. También es significativa la interpelación, en la prensa oficialista de la época, a un recorte etario de la sociedad que parece querer desplazar semánticamente el significado de "argentinidad" a una noción de futuro, como si existiera un pasado que hubiera que olvidar.
Sin embargo este imaginario nacional no discurría despegado de lo que efectivamente se implementaba desde el Estado. Su fortaleza derivaba también de una verdadera redistribución del Producto Bruto Interno (Ferrer, 1980) que permitía la asignación de recursos a políticas sociales en general. Inscriptas en el marco de una participación democrática ampliada, las políticas deportivas estaban destinadas a la participación deportiva comunitaria. Pero también a mejorar el desempeño del Alto Rendimiento, para lo cual se creó un marco regulador innovador para la época. La confluencia de la dimensión comunitaria y de las competencias internacionales es un dato fundamental para entender la relación de un imaginario colectivo que operaba sobre la representación massmediática de un deporte exitoso y también con las experiencias intersubjetivas de la ciudadanía, tanto en su rol de participante directo como en su papel de espectador, lo que además permite hablar de un aumento del poder adquisitivo de los sectores populares y de su emergencia en tanto consumidores culturales.
Durante un período marcado por numerosos triunfos y destacados desempeños deportivos en sede local y en el exterior, estos resultados fueron aprovechados para ser puestos en escena como un mecanismo de reafirmación de la épica nacionalista. Uno de los medios más eficaces para esto fue Sucesos Argentinos, noticieros cinematográficos que mostraban los resultados de la gestión deportiva, ya sea en el deporte comunitario y la expansión de las obras públicas (Torneos Infantiles, inauguración de complejos polideportivos, etc.) como en la difusión de los logros de deportistas destacados. Pero por otro lado, también el imaginario operaba sobre los productos cinematográficos de ficción que permiten leer las relaciones del peronismo con las industrias y los agentes culturales. El cine se constituyó en uno de los ejes más destacados donde ilustrar las épicas nacionalistas, sobre todo por la sólida expansión de la producción cultural autóctona relacionada con el crecimiento económico del período y con el apoyo estatal que recibió.
En la relación deporte-cine, el período populista aporta un primer dato: de la escasa (escasa) serie de filmes argentinos que trabajan -directa o indirectamente- el tema del deporte, un porcentaje superior al treinta por ciento se produjeron durante este período (apenas diez años sobre más de sesenta de historia del cine argentino), lo que señala, provisoriamente, el peso de la temática en las expectativas de consumo.
Por otro lado, los filmes deportivos durante el peronismo no fueron documentales propagandísticos, inclusive escaparon a las referencias explícitas o laudatorias propias del aparato mediático estatal. En tanto operación de reinterpretación del nacionalismo algunos productos audiovisuales de ficción permiten aproximaciones interesantes. En una de las últimas escenas de "Pelota de trapo" (1948), quizás la más importante película de la serie tanto por su calidad como por su repercusión, se produce un diálogo curioso: el personaje central de Comeuñas (Armando Bó), futbolista estrella que debe retirarse por una afección cardíaca, es reclamado por el público presente en una final sudamericana entre Argentina-Brasil. En el vestuario, su amigo y descubridor le reprocha su presencia y se niega a autorizarlo a jugar el tiempo suplementario definitorio. Sin embargo, "Comeuñas" el personaje de Bó, mirando a la bandera argentina que flamea en el campo de juego, le insiste a su amigo con este argumento: -"Hay muchas formas de dar la vida por la patria. Y ésta es una de ellas".
Frente a tamaño alegato, el amigo consiente, y "Comeuñas" entra a la cancha. Previsiblemente, convierte los tantos definitorios, sufre dolores en el pecho, pero resiste y no muere. ¿La patria acepta su esfuerzo pero no le exige su inmolación? Más allá de las lógicas del melodrama, el fragmento remite (por primera vez en las películas deportivas argentinas) a una interpelación que vincula, explícitamente, las actuaciones deportivas con los argumentos nacionales. En el contexto populista, la asociación pueblo-Nación permite que los sujetos populares participen en la construcción de la nacionalidad desde roles, hasta ahí, descentrados e ilegítimos.
Por su parte, "Escuela de campeones" (1950) relata la historia de Alexander Watson Hutton, profesor escocés considerado el gran impulsor del fútbol en la Argentina, y el club Alumni, el equipo fundador. Pero el filme se integra en una serie mayor: Escuela de campeones participa de la lista de películas producidas por la empresa Artistas Argentinos Asociados con guión de Homero Manzi (connotado intelectual orgánico del peronismo) que en esos años diseña una historia pedagógica para consumo de masas. De este modo, podemos entender que el fútbol fue considerado un componente necesario en la narrativa de la nacionalidad, junto a, por ejemplo, la vida del prócer Domingo Sarmiento filmada en "Su mejor alumno". Al interior de la serie populista, Manzi utiliza los argumentos legitimadores de la tradición histórica conservadora.
Estos productos audiovisuales de ficción, exponían las esperanzas de un sector para el cual el deporte (en especial el fútbol, ya profesionalizado) se convertía en una posible ruta hacia el éxito económico y/o la fama. Los héroes deportivos, en tanto íconos del concepto republicano de igualitarismo propio de las sociedades modernas, interpelan a los ciudadanos, en su condición de simples mortales, a reconocerse en la idea de meritocracia que supone la igualdad formal de oportunidades y de acceso a los recursos (Ehrenberg, 1992). Dicho en otras palabras y parafraseando a Gellner (1993), los "héroes populares" no son distintos a nosotros: sólo poseen más dinero. Y los medios de comunicación son el vehículo ideal de las sociedades de masas para escenificar las epopeyas de los héroes deportivos como una reafirmación de la creencia en la igualdad. Un buen ejemplo del período es la glorificación que se hiciera de las grandes hazañas deportivas de uno de los exponentes más mitificados: el boxeador José María Gatica, el "Mono".
En esta línea la Argentina cuenta con una serie histórica que podríamos denominar "héroes deportivos mundializados", y que podría definirse como el conjunto de aquellos deportistas que condensan en sus hazañas deportivas difundidas a través de los medios globales, una especie de referencialidad nacional que descansa sobre el alto grado de adhesión de su comunidad de origen, más allá de que sea necesario articular cada actuación con un específico momento histórico en el desarrollo global de los medios.
Obviamente, esta serie está coronada por Diego Maradona.
Diego Maradona: un (¿primer?, ¿último?) héroe global
Una serie que está articulada eficazmente en torno a aquel individuo que se destaca del resto por mérito propio, reafirmando así que por esta ruta se llega al éxito individual. Y si Bromberger (1994) afirma que para llegar al éxito el mérito sólo no alcanza, que otros factores como el azar o la trampa contribuyen a alcanzar los triunfos, en 1986 Diego Maradona dio cuenta no sólo de su mérito, sino también del papel del azar y la trampa: primero la "mano de Dios", luego el mejor gol del mundo de todos los tiempos.
Esta atribución doble de sentido, este exceso de Maradona, contiene en sí su propia contradicción que es, a la vez, un inconveniente que se le plantea a la posibilidad de construir alrededor del fútbol una nueva referencialidad patriótica. Archetti lo señala correctamente cuando afirma que su performance no parece estar asociada a un 'estilo nacional' sino que es considerado único. Dice Archetti (1994a: 56:): "El problema, desde el punto de vista argentino, es no sólo que los héroes son universalizados en un contexto donde el fútbol pertenece a una especie de 'cultura global del mundo', sino que son percibidos como 'accidentes históricos', como 'productos de una naturaleza arbitraria'". También lo entendió de este modo Maradona cuando afirmó: "Dios juega conmigo". El estilo futbolístico argentino parece ser nada más que un mito: los individuos son la verdadera historia.
Lo que hace de Diego Maradona un hito insoslayable en la serie, además de su extremada habilidad deportiva, es su condición global: no sólo jugó la mayor parte de su carrera fuera de la Argentina, sino que además, sobre todo a partir de 1986, ha realizado no pocas "hazañas" en favor de la camiseta argentina frente a millones de espectadores, poniendo en circulación un símbolo de "argentinidad" que apunta hacia dos direcciones: una concéntrica, es decir, hacia el país del cual es referente, y otra excéntrica, hacia afuera, hacia el mundo: Maradona parece ser nuestro mejor embajador audiovisual. Y no se trata de un simulacro de la sociedad postindustrial (Baudrillard, 1987) porque su modelo no precede al real: lo acompaña.
Durante su etapa global, la imagen mítica de Diego Maradona conjugó los elementos que Baczko (1991) señala como las condiciones esenciales del mito: un contexto afectivo, un hecho convertible en objeto de discurso y actores que le den significación. Esta combinación permitió imaginar que, en el concierto de las naciones, en la circulación de bienes a través del mercado internacional, la Argentina podía ganarse un lugar, si ya no en términos de bienes económicos, al menos en términos de mercancías simbólicas. Lugar, por otra parte, potenciado por Maradona al agregarle el valor de la legitimidad al fútbol argentino. Porque si en 1978 la Argentina ganó el campeonato mundial, las sospechas que pesaron sobre el partido Argentina-Perú, así como el perverso escenario militarizado en que se llevó a cabo, desplazó su representación heroica y fue reemplazado por el triunfo legítimo de 1986 y el "casi" Campeonato de 1990.
Su eficacia en la cancha de fútbol ha servido también de relevo simbólico para elaborar con menos angustia el imaginario social sobre lo nacional. La "mano de Dios" frente a los ingleses en México '86 es un tema que puede ser leído (y de hecho así ha sido) como una forma oblicua de enfrentar, desde la "picardía criolla", a los viejos enemigos, y que reapareció desde la mismísima Universidad de Oxford, actualizando viejos conflictos nacionales donde no es un tema menor la derrota de Malvinas.
Lo que pone en juego este héroe deportivo global es la referencialidad de la patria. La apoteosis maradoniana en Argentina lo colocó en el centro de una disputa por el sentido entre distintos sectores que tironeaban de él para apropiarse de su carga simbólica. ¿Qué es la patria? ¿Puede el fútbol suplir a la política?
La Copa Mundial de 1994 significó el clímax de esta disputa. La imagen globalizada de Diego Maradona tras su tercer gol a Grecia disparó la contradicción: ¿héroe de la patria o negación del capital escritural (y, por lo tanto, legítimo)? ¿Energía positiva al servicio de nuclear emotivamente a un país o energía negativa que mostró una imagen distorsionada de la Argentina? Una disyuntiva que puso en conflicto la propia construcción de Maradona como símbolo, porque se trató de una disputa por congelar el sentido, por apropiárselo, por ganarlo para el propio terreno: cada nuevo evento protagonizado por Maradona estableció una tensión entre la necesidad de dirigir la decodificación de un hecho y los sentidos que la recepción efectivamente le ha atribuido. No queremos decir con esto que aquellos debates reemplazaran las discusiones sobre lo nacional, pero sí que se dieron en forma simultánea y acaso azarosa con la circulación de otros discursos sobre lo nacional generados a partir de sus actuaciones.
En el centro de la tensión señalada se puede leer la vacilación massmediática entre incluir a Diego Maradona en la serie de "genios" de la historia, caracterizada por el conjunto de aquellos que demuestran su vocación temprana "mediante hechos y no mediante argumentaciones" (Varela, 1994a: 57) o echarlo del paraíso, esto es, excluirlo de la serie "hombres ilustres" por su inadaptación a las normas del saber escolarizado. Articulación compleja, no lineal y en conflicto, porque la dificultad de reunir los relatos que se oponen no reside, como en la forma canónica de la historia, en la reconstrucción de un suceso. Maradona no nos enfrentó con hechos pasados extraviados sino con un conjunto de emociones, necesidades y subjetividades que se relacionan con un sentimiento patriótico antes que con una verdad fáctica. La preocupación de los sectores dominantes por legitimar un modelo social nacional, pareció chocar con lo errático de las acciones y las declaraciones de Diego Maradona quien, no sólo en la cancha sino también en sus apariciones públicas, se resistió a ser modelizado. Esto dificultó la articulación de ideas-fuerza alrededor de una identidad nacional de algún modo esencialista y, a su vez, orientó las esperanzas y los sentimientos colectivos en las direcciones que su condición humana (y por lo tanto falible) iban marcando: de izquierda a derecha, en un péndulo indetenible.
Si para los medios Maradona significó dinero, también ofreció la posibilidad de apropiarse de un sentido errante: el de una sociedad que ve derrumbarse en lo político sus referencialidades más elementales. Maradona fue la (¿última?) posibilidad de otorgarle a la patria un sentido cuyo anclaje históricamente ha sido objeto de disputa. Pero una posibilidad imprevisible: en primer lugar por la propia ambigüedad de sus entradas y salidas del universo futbolístico, ya sea en su desempeño profesional como en la deriva de sus amistades y/o de sus opiniones políticas que hicieron de él un objeto codiciable. Pero también (y quizás sea éste el elemento más interesante) porque su condición errática permitió la posibilidad del ejercicio de la función compensadora de la memoria colectiva, es decir de la actualización de los valores considerados como esenciales para la identidad y la cultura nacionales a través de mecanismos no lineales ni unificados de significación.
En la disputa entre la memoria y la historia, Diego Maradona pareció equilibrar, durante un tiempo, las cuentas a favor de la Argentina.
La fractura: fútbol tribal en épocas globales
En un reciente trabajo Archetti radica parte de la eficacia de la epicidad de Maradona en su continuidad con la tradición mitológica. Allí señala que "en una escena global donde la producción de territorios e identidades locales se supone difícil porque los mundos vividos de los sujetos locales tienden a devenir desterritorializados, diaspóricos y transnacionales" (Archetti, 1996b: 15), la continuidad del mito del estilo argentino encarnada en Maradona permitía la supervivencia de una identidad. Sin embargo, la localización en escenarios globales con la mediación del héroe, investido de representación nacional, entra en crisis con la salida de Maradona de la escena. La exclusión del Mundial '94 coincidió con la eliminación del equipo argentino en octavos de final, proponiendo una relación causa-efecto temporal que también fue leída en lo factual. Maradona, expulsado del Mundial, arrastra a la nación toda; a partir de allí, nuestra única mercancía argentina exitosa, simbólica y corporal, se deprecia en el mercado global para devolver a la Argentina a su tradicional -y poco relevante- lugar de productor de alimentos y débil exportador de bienes con bajo valor agregado. El relato mitológico del fútbol argentino, mezcla de éxitos y héroes, de estilos originales y sabias apropiaciones, se vio, de improviso, desprovisto de toda referencialidad.
Los años que siguen ejemplifican ese cuadro. Maradona se transformó en un jugador asistemático; su erraticidad semántica abandonó las líneas políticas progresistas y pareció encontrar un lugar más estable junto a los repertorios del neoconservadurismo populista; pero además, al descender a la escena local, su estatura mítica se redujo, desapareciendo como núcleo de representación de la nacionalidad (Alabarces y Rodríguez, 1996). Los jugadores argentinos, si bien continúan siendo exportados masivamente al fútbol europeo, ya no son figuras excluyentes, ni revistan, con contadas excepciones, en equipos de primera línea. El acceso masivo a la programación deportiva internacional, por la extensión explosiva de los servicios de televisión por cable, permite a los públicos argentinos constatar cotidianamente la exclusión del fútbol nacional de los nuevos estadios globales. El fútbol argentino, entonces, se coloca en una situación de crisis similar a la vivida luego del Mundial de Suecia en 1958, cuando la derrota por seis goles frente a Checoslovaquia motivara una fractura de todos los relatos míticos.
Pero, en este caso, la crisis no es sólo futbolística, no consiste únicamente en la comprobación del fracaso de un esquema táctico. Es toda la serie que hemos presentado hasta aquí la que parece fracturarse: la fundación mitológica -del fútbol y de la nación-, la asunción estatal de la relación deporte-nación en la etapa populista, su héroe máximo. Esa caída del héroe no se produce en cualquier momento, sino en la etapa global del capitalismo occidental. A la pregunta ¿cómo entrar a la globalización?, ¿cómo marcar la colocación local, cómo imprimir una marca de sentido propio al flujo de discursos transnacionalizados?, la Argentina no puede responder adecuadamente. Renato Ortiz señala que la globalización desvía el peso tradicional de los discursos (y las mercancías) basadas sobre el imaginario de lo nacional-popular, hacia la constitución de un imaginario internacional-popular. En ese nuevo marco, los símbolos tradicionales de la fundación del Estado-Nación brasileño -samba, carnaval, fútbol- dejan su lugar a las nuevas mercancías globalizadas: la publicidad, los melodramas televisivos, la Fórmula 1 (Ortiz, 1991; cfr. supra). Es interesante que en esa serie, que reemplaza bienes fuertemente marcados por las clases populares por bienes básicamente massmediáticos, reaparezca el deporte y la heroicidad: Ayrton Senna, tricampeón mundial, mártir del automovilismo global, celebrado en Brasil como héroe patrio. Héroe patrio en Brasil. La cultura brasileña parece haber hallado su modo particular de globalizarse: la continuidad de un modelo de penetración en los mercados universales a través de la producción de bienes simbólicos con ventajas comparativas: Ronaldinho, proclamado, antes que el mejor, el jugador más caro del mundo.
Por el contrario, en la Argentina se produce una colisión de discursos: un neoconservadurismo político y económico hegemónico que proclama el reingreso argentino al Primer Mundo, coexiste diariamente con la experiencia cotidiana, entre las clases populares y también en las clases medias, del deterioro agudo de las condiciones de vida, con la pauperización, con la ineficacia para incorporarse exitosamente a un mercado global, del que se reciben sus perjuicios -depreciación del valor de las mercaderías, desocupación como fenómeno mundializado, narcotráfico- pero no sus beneficios. Para colmo, bienes tradicionales como el fútbol -como saldo exportable además de capital simbólico- también desaparecen del mercado.
El fútbol argentino no puede gestar nuevos héroes globales: y en la argumentación que hemos desarrollado hasta aquí, sin héroes que lo soporten, no hay relato épico posible. El vacío post-Maradona es demasiado grande. Lo que predominan, en consecuencia, son intentos de épicas pequeñas, domésticas, de alcance latinoamericano, que generan (por la exacerbación de un nacionalismo de vuelo bajo, desprovisto del tinte antiimperialista que reponía, por ejemplo, el clásico enfrentamiento con Inglaterra) generan chauvinismos, racismos refugiados en la mítica unidad étnica argentina frente a la polietnicidad latinoamericana, paranoias massmediáticas que suponen, en cada derrota, complots planetarios. La explosión industrial de las telecomunicaciones globales y del espectáculo deportivo como mayor fenómeno de audiencias encuentra a la Argentina en condiciones de debilidad para imponer "naturalmente" sus actores, por lo que los discursos massmediáticos deben fabricarlos, deben desplazar las estrategias estrictamente deportivas por las de marketing. El caso del jugador Ariel Ortega es, en ese sentido, paradigmático: se lo celebra como un nuevo Maradona, se le concede la camiseta número 10 en el equipo nacional, se promociona su venta a España (a un equipo de segundo nivel, el Valencia) como prueba de la continuidad del relato, se remarca el juego brusco al que es sometido por las defensas contrarias (la prueba de todo héroe). Y se destaca su extracción de clase: proveniente de las clases pobres del interior de la Argentina, Ortega (llamado Orteguita, es decir, un pibe, un nuevo niño que transgrede el mundo hiperprofesionalizado del fútbol con su desparpajo) aparece como el último representante de la clásica procedencia de los jugadores argentinos. Sin origen humilde, reza el mito, no hay épica del ascenso social. Y hoy el hiperprofesionalismo del deporte global expulsa a las clases populares argentinas, sometidas a condiciones deplorables de nutrición y escolaridad en la niñez, de la práctica de alto rendimiento.
Pero al mismo tiempo que expulsa sectores de su práctica profesional, el fútbol incluye todo lo que toca. Ninguna superficie discursiva en la sociedad argentina le es ajena: la agenda cotidiana padece de futbolitis, las minucias del fútbol doméstico inundan las primeras planas de la prensa sensacionalista, pero también de la "seria"; los discursos intelectuales profesionales también ceden al atractivo de un balón en movimiento. La tradicional sobrerrepresentación de las clases populares en el fútbol argentino ha sido desplazada por un policlasismo expansivo que disuelve (parece disolver) todo tipo de apropiación diferencial. Y en esa expansión, el fútbol practica, también, un imperialismo de género, que consiste en la incorporación acelerada de los públicos femeninos, televisivos pero también en los estadios, y en la aparición de una importante cantidad de mujeres trabajando como periodistas deportivas.
Pese a esta explosión invasiva de territorios tradicionalmente ajenos al fútbol, la ausencia de mitos unificadores deportivos no puede suplantar la debilidad de los relatos nacionales clásicos. Luego del peronismo, el progresivo deterioro de las instituciones modernas argentinas -el Estado, la escuela pública, la política, el sindicalismo-, que permitió la apoteosis del deporte como símbolo identitario nacional, no parece hallar, a corto plazo, nuevos discursos que ocupen esa función. Porque el fútbol, entre tanto, se sumerge en una etapa de tribalización exacerbada (Maffesoli, 1990), donde las oposiciones locales -enfrentamientos entre equipos rivales clásicos, el eje de oposición Buenos Aires-provincias, las rivalidades barriales al interior de una misma ciudad- se radicalizan hasta configurar identidades primarias. Más: se sobreimprimen en el equipo nacional, acusado de faccioso. La selección nacional, otrora mito de unidad, se lee ahora como atravesada por la lógica tribal. La nacionalidad se soporta en discursos parciales y segmentados, mutuamente excluyentes, donde la totalidad del relato unificador está ausente. Fuertemente dependiente del Estado, el discurso unitario de la nacionalidad se ausenta, en el mismo movimiento en que el Estado neoconservador se ausenta de la vida cotidiana.
Extraño símbolo de los tiempos, el emblema de unidad nacional es suministrado por la industria cultural. Como corolario de una agresiva campaña publicitaria -recargada de apelaciones triunfalistas y xenófobas-, América TV, la empresa multimedial que transmitió varios de los partidos por las eliminatorias latinoamericanas para el Mundial la Copa del Mundo '98, confeccionó una bandera gigante (aproximadamente de 150 metros de ancho y a un costo de 40.000 dólares) que "donó" a una supuesta "hinchada argentina" para ser usada en el partido contra Ecuador en el estadio Monumental de Buenos Aires. La gigantesca bandera -con los colores argentinos, el logotipo del canal impreso en su parte inferior, y una leyenda que reza "Argentina es pasión" (el lema del canal es "América es pasión")- fue exhibida al comenzar el partido y en el entretiempo, ocupando una cabecera del estadio, y permitiendo un plano general publicitario a la cámara televisiva que la enfrentaba. La bandera, símbolo por excelencia de la patria, metonimia de la Nación, señalaba la unidad nacional al tiempo que se transformaba en territorio de los sponsors. Mientras tanto, amparados por la cobertura momentánea, decenas de rateros amenazaban a los espectadores que se hallaban debajo de ella para que les entregaran sus pertenencias.
Así, entre la sponsorización del patriotismo y la delincuencia, circulan nuestros argumentos nacionales.
(trabajo de Pablo Alabarces y María Graciela Rodríguez, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires)
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Hay algo fundamental: a Paraguay llegamos y fuimos campeones a los cuatro meses. Eso te da tranquilidad y te posiciona de una manera distinta en el medio. Está aceptado que en el recorrido de la carrera se gana y se pierde, pero arrancar con chapa de ganador siempre ayuda.
¿Por qué creés que te eligieron para la Selección de Paraguay?
Ayudaron mucho los resultados en los cuatro años que llevo allí, incluyendo la semifinal conseguida con Libertad en la Libertadores pasada.
¿Si perdés dos partidos te hacen problemas o allá sos Gardel?
Cuando uno pierde, el problema siempre existe. El resultado es el último, no importa lo que ganaste antes, aunque los antecedentes te dan un respaldo. También es fundamental cómo trasmitís el momento que estás viviendo. Por ejemplo, nosotros ahora estamos tratando de conocer jugadores, de armar el equipo por teléfono, computadora, video y no entrenando. El primer análisis importante se puede hacer en la Copa América.
¿No arrancás con una mochila en contra por el tema del nacionalismo?
Es que no soy un paracaidista que entré por la ventana. Yo hice el colegio en Paraguay y llegué de buena manera, con bastante consenso en la gente, en el periodismo, en los colegas y jugadores. Además, desarrollé gran parte de mi carrera como técnico en Paraguay, no es que hice una buena campaña y nada más. La gente vio el día a día. Nunca nos va a considerar paraguayos, pero nos aceptó y te das cuenta en el trato diario.
(entrevista realizada en Mayo de 2007 en revista "El Gráfico" a Gerardo "Tata" Martino, actual seleccionador paraguayo)
¿Nobby Stiles, un jugador sucio? De ninguna manera. Nunca lesionó a nadie, aunque asustó a unos cuantos.
(MATT BUSBY, mítico entrenador del Manchester United, opinando sobre el recio defensor inglés, Campeón del Mundo en 1966 )
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(GIOVANNI AGNELLI, empresario y senador italiano, fundador de la FIAT)
Entrevista a Gerd Müller
Sr. Müller, ¿por qué ganará Alemania el Mundial del 2006?
No creo que nuestros chicos lo consigan. Espero que estén entre los cuatro mejores equipos. Pero, por otra parte, soy un mal profeta. Suelo jugar a las quinielas y casi siempre me equivoco. Quizás también me equivoque con respecto al equipo nacional.
Sólo falta un año para el mundial, ¿siente una especie de tensión previa?
La Copa Confederaciones es la primera puesta a punto. Pero por lo demás, aún no siento nada. Eso se va acumulando lentamente. Creo que el seleccionador nacional, Jürgen Klinsmann, debería empezar a jugar con el once inicial pensado para el mundial. Los jugadores del equipo deben acostumbrarse a jugar juntos, eso da seguridad.Sin embargo, él no deja de probar y probar.
Antes solía actuar siempre con la “pachorra” del bávaro, ¿o sólo fingía esa tranquilidad?
Antes de los partidos importantes, uno se va poniendo nervioso poco a poco. Pero cuando saltas al campo todo se acaba. En mi caso también era así. Siempre he jugado en buenos equipos, eso te tranquiliza automáticamente.
En el equipo nacional, usted ha superado algunos baches de forma.
Aún me acuerdo perfectamente, jugábamos en el antiguo estadio del TSV 1860, en la Grünwalder Straße, donde los espectadores estaban muy cerca del terreno de juego. Enfadado por mi mal juego, grité: "Si soy una mie... jugando, ¿qué hago en el equipo nacional?" Al día siguiente lo publicaron en el periódico y el seleccionador nacional dijo: "Entonces no puedo dejar que juegues." Pero quería cambiarme cuando Franz Beckenbauer saliera del campo. Aunque no era lógico por la posición en que jugábamos, él lo hizo. Nada más salir al campo, el balón acabó en la red. Derrotamos a Francia por 5-1 y mi crisis de baja forma desapareció.
Es usted el mayor goleador alemán de todos los tiempos. ¿Dónde está el monumento en su honor?
Monumento... que vaaa, de eso no hay nada. No me hace falta.
Se le llamaba "Bomber der Nation" (bombardero nacional) o "kleines, dickes Müller" (gordito Müller)...
Me gustaba más lo de "bombardero". "Gordito Müller" me llamaba mi antiguo entrenador Cajkovsky, pero lo decía de forma cariñosa.
Sr. Müller, en la final del Mundial de 1974 marcó el gol decisivo en la victoria por 2-1 contra Holanda. ¿Sería capaz de encontrar el punto exacto en el estadio hoy en día?
Al milímetro. El gol se suele ver a menudo en televisión. Pero también lo conservo en la cabeza. Cuando lo veo, me suelo preguntar: ¿Cómo conseguiste meterlo? Luego siempre se me pone la piel de gallina.
¿Y cómo fue exactamente?
(Gerd Müller se pone de pie y representa sobre la mesa la escena, aunque le faltan las figuras de los jugadores.) Aquí había tres holandeses, yo me muevo y ellos me siguen. Me vuelvo hacia atrás, ellos se quedan. El balón entra desde la derecha, centrado por Bonhof, se me escapa del pie izquierdo...
Perdón, ¿no se preparó el balón intencionadamente?
No, no, se me escapó del pie izquierdo hacia el derecho. Me giro y disparo inmediatamente. Como delantero, uno sabe dónde está la portería...
Usted ha conseguido goles desde todas las posiciones. Hoy la mayoría de los delanteros tiran a meta con la máxima potencia.
Sí, eso es algo que les reprocho. Sólo saben pegarle fuerte y a veces le dan al portero. También hay que saber empujar o bombear el balón. Lo principal es que el balón traspase la línea. Los goles flojitos también cuentan.
Es usted entrenador de un equipo de la cantera del FC Bayern. ¿Qué le puede ofrecer a los jóvenes?
Les he puesto vídeos míos, pero eso no se puede aprender, sólo cabe mejorarlo. Bruno Labbadia ha sido el único que ha jugado de forma similar. No hay ningún otro jugador.
Sinceramente, Sr. Müller, teniendo en cuenta los muchos goles que ha marcado, uno se pregunta: ¿eran tan malos los defensas de entonces o era usted tan bueno?
Sin duda, yo era bueno. Entonces solías tener en contra tuya un defensa central y el hombre libre en el centro de la defensa. Había muy poco espacio. Ahora se juega con una defensa de cuatro en línea. Con este sistema hubiera marcado aún más goles. Pero con los míos tengo bastante.
¿Cuál ha sido su gol más bonito y cuál el más importante?
Naturalmente el gol del 2-1 en la final del mundial fue el más importante. Pero mi gol más bonito lo conseguí en el partido repetido de la final de la Copa de Europa de 1974, el 2-0 contra el Atlético de Madrid. Fue un centro de Kapellmann, aunque no estoy muy seguro, paré el balón con el pecho y marqué de volea.
(Nota de la redacción: El primer partido acabó 1-1, el segundo 4-0 para el FC Bayern; goles: Müller y Hoeness, 2 cada uno.)
¿Cómo ha cambiado el sistema de juego con respecto a los años 70 y 80?
Nosotros aún jugábamos con cinco puntas o, al menos, con tres. Hoy se suele jugar con dos delanteros y, a veces, sólo con uno. Y con la defensa de cuatro en línea siempre hay atrás un hombre más que entonces. Antes, cuando en nuestro equipo subía Franz Beckenbauer como hombre libre, Zobel o Roth tenían que hacerle la cobertura. El central Schwarzenbeck nunca debía subir.
Usted trabaja como entrenador -a diferencia de antes- más en segundo plano. ¿Se considera afortunado?
Sí, totalmente. Acabo de prolongar mi contrato otros cinco años hasta el 2010. Entonces cumpliré los 65 y se acabó.
De los integrantes del equipo mundialista del 74, Uli Hoeness se convirtió en el principal directivo de la Bundesliga, Franz Beckenbauer fue, entre otras cosas, campeón del mundo como seleccionador y Berti Vogts fue campeón de Europa como seleccionador. ¿No le hubiera gustado lograr algo parecido?
No, estoy totalmente satisfecho. Los cargos directivos no me van, no estoy hecho para eso. Como entrenador junto a Hermann Gerland en la cantera del Bayern me siento completamente realizado profesionalmente.
¿Y qué tal su sensibilidad actual? ¿Le pica el gusanillo del gol de vez en cuando?
No, ya no me pica. Ahora juego al tenis. Además, tengo la espalda hecha polvo y no podría jugar al fútbol aunque quisiera. El tenis me va bien, aunque de vez en cuando siento un poco de dolor. Pero supongo que no me sentiría bien sin hacer algo de ejercicio.
(entrevista realizada por el popular periodista deportivo alemán Wolfgang Golz, en Junio de 2005 y de cara al Mundial de 2006, con el recordado goleador alemán)
Claudio Caniggia mete una terrible patada, todos protestan, hay amontonamientos, forcejeos entre el "Huevo" Toresani y el Diego y llega la Justicia divina de Lamolina: todos amonestados, pero como Toresani ya tenía amarilla, lo echan.
El jugador de Colón, caliente, declara en los vestuarios que a él "lo echó Maradona".
Cuando el Diez se entera de la acusación, estalla frente a las cámaras de “Fútbol de Primera”: “En este país somos todos guapos. Le digo a Toresani que vivo en Segurola 4310, 7º piso. No creo que me dure 30 segundos. Toresani no existe”.
(SALVATORE "Totó" SCHILLACI, ex jugador italiano, tras su muy buena actuación en el Mundial 1990)
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(PETER SCHMEICHEL, ex internacional danés)
Kubala (Joan Manuel Serrat - España)
Pelé era Pelé y Maradona uno y basta. Di Stéfano era un pozo de picardía.
Honor y gloria a quienes hicieron brillar el sol de nuestro fútbol de cada día. Todos tienen sus méritos; a cada quien lo suyo, pero para mí ninguno como Kubala. Se ruega al respetable silencio, que para quienes no lo han gozado diré cuatro cosas: La para con la cabeza, la baja con el pecho, la duerme con la izquierda, cruza el medio campo con el esférico pegado a la bota, se va del volante y entra en el área grande rifando la pelota, la esconde con el cuerpo, empuja con el culo y se sale de espuela. Se mea al central con un tuya mía con dedicatoria y la toca justo para ponerla en el camino de la gloria.
Viva el conocimiento y la alegría del juego adornada con un toque de fantasía. Fútbol en colores, bocado de 'gourmet', encaje de ganchillo, canela fina. La para con la cabeza, la baja con el pecho, la duerme con la izquierda, cruza el medio campo con el esférico pegado a la bota, se va del volante y entra en el área grande rifando la pelota, la esconde con el cuerpo, empuja con el culo y se sale de espuela. Se mea al central con un tuya mía con dedicatoria y la toca justo para ponerla en el camino de la gloria.
Permitidme glosar la gloria de estos hechos como hacían los griegos años atrás con la alegría de quien ha jugado a su lado y lleva su retrato en la cartera. La para con la cabeza, la baja con el pecho, la duerme con la izquierda.
Él había pedido a Marcelo Pagani, que vino de Rosario Central y fue a vivir a la pensión conmigo. Marcelo sufría como loco porque quería jugar. Y yo le decía: "Marcelo, agarra de cualquier cosa, agarra de wing derecho, de lo que sea, porque yo en este equipo voy a jugar de algo. No sé si saldrá Ramos Delgado, el polaco Cap, si saldrá el Negro Cubilla, no sé quién saldrá, pero yo de algo voy a jugar".
(Sir WINSTON CHURCHILL, célebre político inglés)
Balón Dividido (Luis Alejandro Ordóñez - Venezuela)
Es el partido que toda una vida se espera jugar: apenas dos puntos detrás del líder; la derrota significaría ver a Los Dos Caminos celebrar el campeonato, como si les cupiera un trofeo más en la vitrina; el empate solo postergaría el fin, depender de que Montecristo le gane a Los Dos Caminos es creer que la Tierra puede girar en sentido contrario; ganar nos dejaría en el primer lugar a falta solo de otra fecha, por primera vez la posibilidad de darle un campeonato al Santa Eduvigis está tan cerca.
La emoción del equipo no hizo sino aumentar cada día, y ni siquiera las decisiones de la Liga, por demás esperadas, para enrarecer el clima a favor de Los Dos Caminos cambió en algo nuestro estado de ánimo, cosa que sin duda no dejé de agradecer. “¡Póngannos al árbitro que sea!” fue el grito de guerra durante los entrenamientos de la semana.
-¡Buenos días! dijo mi papá al entrar en la cocina. ¿Ya estás listo?
-Sí, salgo temprano. Vamos a hacer una concentración antes del juego.
Con decepción, papá me dijo que esperaba que nos fuéramos juntos al partido, un acontecimiento como éste debía ser vivido en familia desde el principio. No supe qué hacer, la verdad me hubiera gustado complacerlo, pero no podía decirle que sí.
-Suerte, agregó secamente antes de que yo pudiera encontrar un escape, y se sentó a leer el periódico.
-Gracias, nos vemos allá, respondí y salí.
Corre el minuto ochenta y el empate a cero se mantiene. Dos balones en el poste y la excelente actuación del portero han salvado a Los Dos Caminos de estar por debajo en el marcador. A estas alturas ellos agradecen el empate, pero sigue costándoles controlar el juego. A sabiendas de que es ahora o esperar el año que viene estamos volcados en su área. Prácticamente atacamos todos, solo yo me quedo en el círculo central atento a cualquier intento de contragolpe.
Y el intento vino. Un balonazo largo que llegaría a nuestra área de un bote. Supe que era una bola complicada, fui por ella con desesperación. Mi portero quiso salir a despejarla, pero a medio camino dudó y se volvió a la portería. Como el demonio que es, el extremo de Los Dos Caminos también fue tras el balón. Aunque no me ganó la espalda, logró alcanzarme. En la medialuna saltamos juntos por el dominio de la bola, la cabeceé intentando rechazarla, con la mala suerte que rebotó en su cabeza y siguió hacia el área. Hombro con hombro entramos en el área, sentí su mano tomándome el short, sabiendo lo que nos estábamos jugando levanté los brazos mostrando mi inocencia. El portero por fin decidió intervenir y salió de la portería. El delantero supo que no iba a alcanzar el balón, forcejeó con la liga de mi short, puso su cabeza por delante de mi pecho y se lanzó aparatosamente antes de que el portero agarrara el balón. Al saltar para esquivarlo no levanté suficientemente los tacos para que se llevara el recuerdo. Y cuando salté por encima de mi portero escuché el pitazo.
Por un segundo creí que había sentenciado simulación del delantero. Pero de inmediato vi al descarado vestido de zamuro trotando hacia el punto de penalti.
-¡Ni lo toqué! ¡No nos jodas el campeonato, vendido de mierda!
La tarjeta se tiñó de dignidad. Detrás de mí, otros tres compañeros desfilaron al vestuario. No vi el resto, los gritos de la grada fueron suficiente anuncio del cañonazo.
Antes de marcharse, uno a uno todos los jugadores se acercaron y me tocaron el hombro, no sé si a modo de solidaridad o de condolencia. Mi portero Pilatos fue el único que se atrevió a llamar las cosas por su nombre.
-Tu papá la cagó.
Sí, lo hizo, y todo el camino de vuelta a casa no pude dejar de pensar en cuál sería mi reacción al verlo. Abrí la puerta y ahí estaba, sentado en el sillón leyendo el periódico como si en todo este tiempo no hubiera salido. Fue cuando sentí la rabia subir indetenible desde las entrañas. Con todas las fuerzas que pude robarle a mi indignada resignación le grité a quemarropa:
-¡El coño de tu madre, hijo de puta!
Me miró, desarmándome con su expresión fresca de quien no arrastra culpas ni deudas, y antes de volver a su periódico de ayer, respondió tranquilo, casi sin darse por aludido:
-Tu abuela.
(Mi agradecimiento a Luis Alejandro Ordóñez por su generosidad al permitirme compartir este cuento con todos ustedes. Gracias Luis!!)
- Qué le ha pasado, jefe?
- Nada, he estado en ‘The Kop’ con los chicos un rato.
A Shankly, que era un mito viviente en Liverpool, no se le había ocurrido otra cosa que ir a la grada más popular y populista de Anfield Road y dejarse abrazar, zarandear y agasajar por sus 28.000 aficionados. “Y le encantaba!”, recuerdan sus jugadores.
(anécdota contada por Peter Thompson, ex delantero del Liverpool en los años 60 y 70)