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Cuando comenzó a jugar, los médicos diagnosticaron que aquel anormal nunca llegaría a ser deportista. Era un pobre resto de hambre y de poliomielitis, burro y manco, con un cerebro infantil, la columna vertebral en `s´ y las dos piernas torcidas para el mismo lado. Pero, a lo largo de sus años en los campos, Garrincha fue el hombre que dio más alegría en toda la historia del fútbol. Cuando él estaba, el campo era un picadero de circo; la bola, un bicho amaestrado; el partido, una invitación a la fiesta.

(EDUARDO GALEANO, escritor uruguayo)

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Los estadios son lugares donde se levantan todos los tabúes sociales, donde se pueden expresar directamente las cosas que no se dicen en lo cotidiano, donde se expresa un odio que, la mayoría de las veces, es retórica carnavalesca.


(CHRISTIAN BROMBERGER, etnólogo francés)

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Quien diga que una fiesta el lunes nos afecta el domingo, no sabe nada de fútbol.

(RONALDO, jugador brasileño)

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Versos al Rocha Fútbol Club (Carlos Julio Méndez Blanco - Uruguay)


Con cinco letras doradas,
para que el mundo se asombre
Rocha, inscribiste tu nombre
por una hazaña impensada.
Es la historia que forjada
con disciplina y tesón,
amor propio y corazón,
en esa corta existencia
marcó siempre tu presencia
y el hambre de ser campeón.

En tus seis años de edad
-un niño entre veteranos-
demostraste a esos “decanos”
el valor de la humildad,
profesada en la verdad
de creer en tu pujanza
la que solamente alcanzan
los nacidos en el Este
que al ponerse la celeste
hasta el triunfo no descansan.

De visitante o local,
en diecisiete partidos,
mostraste tu poderío
cualquiera fuera el rival.
Y la gesta sin igual
poco a poco se forjó,
la gloria al fin se alcanzó
a fuerza de juego y gol
y aquí donde nace el sol
todo un pueblo la vibró.

A todos los jugadores
les tributo mi homenaje
agradeciendo el pasaje
para la Libertadores.
Serán o no, los mejores...
en la cancha se verá.
El deber cumplido está,
han ganado el Apertura
con muchos puntos de holgura
encima de los demás.

Y a esa nueva actividad
de Copa Internacional
habrá que encararla igual
con respeto y humildad.
Esgrimiendo la verdad
y argumentos conocidos,
nadie se dé por vencido
antes de rodar la guinda,
las bravas son las más lindas
pa’ un rochense bien nacido.

Las lágrimas de emoción,
-esas que mirar no dejan-,
cuando los pueblos festejan
nacen en el corazón.
Rocha saliste Campeón,
ganaste con hidalguía
y esa grandiosa alegría
sólo la podré olvidar
cuando vaya a descansar
al terminarse mis días.

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En la primera práctica de fútbol que tuve en el Palmeiras había muchísima gente. Yo era un poco la atracción, porque era el nuevo. Y eso me había descontrolado un poco desde lo anímico, mi iba a los costados, estaba jugando muy desprolijo porque quería demostrar todo junto.
En eso voy a presionar a uno de los suplentes, que se llamaba Paulo Isidoro, un negrito así chiquito que cuando corría no tocaba el piso. Voy a apretarlo y el tipo salió pisándola para atrás y mi metió un caño espectacular. Y la gente de afuera empezó con el “ole”. Entonces empecé a meter pierna fuerte y a ganar todas las pelotas divididas. Al rato, el entrenador Valdir Espinosa me llama y me dijo:
"¿Usted juega siempre así?" Sí -le dije. "Entonces, va a ser ídolo en este club en quince días". Y ahí jugaban Cafú, Roberto Carlos, Zinho...

(ALEJANDRO MANCUSO, ex jugador argentino, recordando su paso por el fútbol de Brasil allá por 1994)

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Cuando empecé en Rosario Central teníamos prohibido gritar un gol de penal, porque un gol de penal lo hace cualquiera.

(CÉSAR LUIS MENOTTI, técnico argentino, recordando en 2001 sus inicios en el club "canalla")

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El odio es preferible a la indiferencia. Quien llega a sentir que lo odian es porque construye o intenta realizar cosas. En cambio, la indiferencia es la muerte total.

(JUAN CARLOS "El Toto" LORENZO, técnico argentino -ya fallecido- dando esta definición en 1985)

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Goles (Antonio Dal Masetto - Italia/Argentina)


Un recuerdo de hace años.
Estoy en un tren suburbano que salió de Retiro con veinte minutos de atraso y en la primera estación vuelve a detenerse unos quince más. Los pasajeros comentan en voz alta, protestan. El único que parece no darse cuenta de nada es el flaco de piernas largas que está sentado trente a mí. Mantiene la radio portátil pegada a la oreja, escucha un partido de fútbol. Mira a través de la ventanilla y llora. Llora en silencio, sin gestos, inexpresivo. Las lágrimas ruedan por las mejillas y van a mojar la remera color crema.
Termina el primer tiempo y apoya la radio sobre el asiento. Advierte que lo estoy observando.
-Qué grande -dice.
-¿Qué cosa? -pregunto.
-El Bocha. Grande, grande. Bochini es lo máximo.
Saca un pañuelo y se seca los ojos.
-Siempre me hace llorar.
Suspira. Se sopla la nariz. Guarda el pañuelo en el bolsillo de la campera.
-La primera vez que lloré fue en mil novecientos setenta y tres. Esa tarde me escapé de la escuela y fui a ver por televisión el partido de Independiente con la Juventus. Jugaban en Roma. Los rojos iban en busca del título mundial. Veintiocho de Noviembre de mil novecientos setenta y tres. Faltaban unos quince minutos para que terminara el partido, menos de quince, y de pronto apareció el Bocha, agarró la pelota y no lo paró nadie, se fue solito hasta el fondo del arco de los tanos.
Se cierra la campera, se frota los brazos con fuerza.
-Cada vez que empiezo a hablar del Bocha y de Independiente me dan escalofríos.
Se para, golpea los tacos de los zapatos contra el piso, se despereza, vuelve a sentarse.
-Poco después de aquel partido con la Juventus tuve la suerte de conocerlo personalmente al Bocha. Mi padrino, el primero que me llevó a una cancha, el que me enseñó a amar a los rojos, me lo presentó en los vestuarios del club. Yo tenía doce años, el Bocha diecinueve. Fue algo increíble. Desde entonces jamás le fallé un partido. Voy de cualquier manera. A menos que jueguen afuera, como hoy. Bochini es único, el más grande, un adelantado.
El tren arranca y se detiene apenas salido de la estación. Se oyen las voces indignadas de los pasajeros.
-Tengo un amigo, un tipo grande, siempre me dice que De la Mata era mejor. Me cuenta cómo una vez, en la cancha de River, se apiló a siete y se la mandó a guardar. Yo no le discuto, pero después del triunfo con Estudiantes en la copa, cuatro a uno, lo encontré y lo paré en seco: "Ya sé, ya sé, no me digas nada, De la Mata era mejor, pero ayer Dios se puso la camiseta número diez y goleamos".
El tren da marcha atrás y regresa a la estación. Algunos pasajeros bajan, se juntan en el andén y tratan de averiguar qué está pasando.
-Y aquella noche del verano del setenta y ocho, jugábamos con Talleres, habíamos quedado con ocho hombres, y de pronto, cuando ya estábamos resignados, cuando todo parecía perdido, apareció el genio del Bocha. Lloré. Después vino la final del setenta y nueve, con River, y el Bocha se mandó dos goles. Dos. Y de nuevo lloré. Me acuerdo de otro gol para la historia, en el Monumental, perdíamos uno a cero, Bochini la agarró en nuestra área, el área del río, y se la llevó hasta el otro arco: uno a uno. En un ratito ya estábamos ganando dos a uno. Y otra vez a llorar.
Saca el pañuelo y se lo pasa por los ojos.
-Mi mamá se preguntaba por qué lloraba cada vez que ganaba Independiente y me mandó al psicoanalista. Pero nadie podía entender, ni mi vieja, ni el psicoanalista, ni los amigos, ni mi novia, que me dejó porque no aceptaba mi compromiso de los domingos con Independiente. ¿Cómo se hace para explicar ciertas cosas? Para ellos no significa nada que mi apellido tenga trece letras, igual que Independiente, o que el Bocha sea de mi mismo signo.
Se oye el silbato del guarda. Los pasajeros que habían bajado al andén se apresuran a subir.
-Cuando mi padrino se puso mal lo fui a ver a la clínica, no reconocía a nadie, le tomé la mano y me quedé un rato sentado al lado de la cama, le hablé al oído: "Padrino, ayer le ganamos a Ferro y el domingo nos toca con Boca, ya estamos a un punto del primero".
Me levanté para irme, llegué a la puerta y oí la voz de mi padrino que me preguntaba: "Jugamos en Avellaneda o en la Bombonera?". Fueron sus últimas palabras, murió esa noche.
Siguen unos minutos de respetuoso silencio. Una vez más el tren se pone en movimiento, deja atrás la estación, levanta velocidad.
-Ahí empieza el segundo tiempo -dice el flaco.
Se apoya la radio contra la oreja, se acomoda en el asiento y fija la mirada en las grandes nubes blancas inmóviles sobre el horizonte. El flaco se está yendo, me abandona, se va, se fue.
Ese es el recuerdo.
Pienso en la imagen de aquel flaco y, lo mismo que entonces, me digo que quizás, en alguna parte del mundo, también a mí me esté esperando uno de los tantos paraísos perdidos. El paraíso perdido que me corresponde. En alguna parte. ¿Pero dónde?

(cuento publicado en “El padre y otras historias”, Buenos Aires, Editorial Sudamericana , 2002)

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En el apartado de tácticas tiernas para "ablandar" al rival destaca la revelación que de Pelé hizo José Macia, "Pepe", segundo goleador del Santos brasileño, con 405 tantos entre los años 50 y 60.
Según Pepe, "el único defecto" que tuvo Pelé lo descubrió Píter, un defensa del modesto equipo Comercial, del estado de Minas Gerais. "Píter se le acercaba antes del partido y comenzaba a decirle: Pelé, ¿cómo está su madre, doña Celeste? ¿Y su padre, Dondinho? Me gustaría ir a su casa a tomar un vino con su hermano Zoca... "
Pepe asegura que "el negro se derretía con aquellas palabras y permanecía manso durante el partido". El desconocido Píter fue, quizá, el único en la tierra que supo anular al rey del fútbol.
¿Conversaciones o saludos en la cancha con el contrario? Ni pensarlo si en frente estaba el centrocampista Alejandro Mancuso, ex jugador de la selección argentina, Vélez Sarsfield, Boca Juniors y los brasileños Palmeiras y Flamengo. Mancuso, a quien le acusaban de recurrir "a una buena patada" al comienzo del partido para que el rival "pensara dos veces antes de intentar regatearlo", reveló que quedaba "indignado" cuando sus compañeros abrazaban o dialogaban con "los enemigos" antes del pitido inicial.
De ternura, mucha ternura, pudo haberse valido el Rosario Central en 1975 para desvelar e inquietar a varios jugadores del Cruzeiro la víspera de un partido de la Copa Libertadores. "No puedo probar que las mujeres que llegaron esa madrugada al hotel para despertarnos fueron enviadas por los directivos del Rosario Central. Pero coincide con la advertencia que nos habían hecho: que eso ocurría con los extranjeros que llegaban a jugar en el Gigante de Arroyito", dijo el ex guardameta Raúl Plassmann.
El Cruzeiro tenía la ventaja de poder perder hasta por dos goles sin poner en riesgo su continuidad en el torneo, pero volvió a Belo Horizonte eliminado tras sufrir una auténtica paliza. "Hacia las tres o cuatro de la mañana escuché que alguien tocaba la puerta de mi habitación y me levanté para abrir. ¡Qué sorpresa me llevé cuando vi una mujer bonita, sensual, maquillada!", relató.
"Mi reacción fue muy profesional, a pesar del impacto que una escena de esas puede causar a un hombre que lleva varios días en una concentración", dijo el ex jugador del Sao Paulo, el Cruzeiro y el Flamengo, y ganador de la Copa Libertadores en 1975 y 1981. "Casi lloro el resto de la noche. Al día siguiente, después del partido, me arrepentí por haber rechazado a la chica", admitió Plassmann, quien supo después que otros compañeros fueron tentados por tres mujeres más.

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Inglaterra tiene algunos grandes jugadores, pero sólo son grandes en Inglaterra.

(LEO BEENHAKKER, entrenador holandés)

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Los árbitros europeos tienen horror a los negros.

(ZEZÉ MOREIRA, técnico de Brasil en el Mundial 1954, temiendo por los arbitrajes de este certamen)

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Entrevista a Jorge Valdano


Después de un accidente, las cosas simples pasan a un primer lugar. Jorge Valdano habla de su accidente hace un año, de futbol y de literatura...

“Es un enorme impacto porque en el momento de sufrirlo uno tiene la sensación de que se termina todo ¿no?, lógicamente esa sensación de que la vida es muy frágil convertida en una experiencia sufrida en primera persona termina por acomodar las prioridades de un modo totalmente distinto al que existía en ese momento ¿no? Y lo curioso es que las cosas más simples pasan a ocupar el primer lugar.
Una charla de café, la familia, los afectos, pues pasan a ser la prioridad número uno contra otras cosas que hasta ese momento parecían más importantes: el trabajo, los viajes, bueno un cierto caos vital por lo tanto uno no se lo desea a nadie, pero salvada la situación uno termina encontrándole cierta utilidad”
.

Así me respondió el ex futbolista, ex director técnico, ex directivo del Real Madrid y actual comentarista y periodista, Jorge Valdano , cuando le pregunté sobre el accidente que sufrió al caer el helicóptero en que viajaba en la ciudad de México, precisamente con destino a Toluca, hace exactamente un año.

Serio, de traje gris, pero siempre amable, me lo encontré en el lobby del Hotel Hilton de Buenos Aires, el que convirtió en su centro de operaciones, durante su estancia en la capital de su país.

Cuando le solicité la entrevista me respondió que no. Pero no fue un no tajante. Explicó que varios periodistas argentinos le habían solicitado lo mismo y a todos dijo no.

Entonces le dije, que yo no soy argentino, que iba de México y de Toluca en especial.

¿Y de qué hablaríamos? Me inquirió. De futbol, de literatura de futbol. Asintió, bueno, pero mientras llegan unas personas que espero.

Acepté y comenzamos:

Señor Valdano vengo a Argentina y observo que, a mi juicio falta todavía de literatura de futbol, no hay toda la suficiente que debía haber, ¿cuál es su opinión?

Que hay más de la que nos imaginamos, y además desde el fondo de los tiempos, desde principios de siglo; aquí se publicó en el año 74, un libro que se llamaba “Literatura de la pelota”, que lo escribió un periodista importante Santoro que luego en el 78 fue desaparecido por la dictadura, en aquel libro hay un buen número de poemas, de cuentos, de artículos, de escritores importantes que en algún momento se habían acercado al futbol a través de su literatura, desde entonces se escribió todavía más, hay novelas y cuentos extraordinarios del "Negro" Roberto Fontanarrosa que es clásico ya de la literatura futbolística.
Hay una editorial que se llama "Al Arco", que publica un título cada mes o cada dos meses de cuentos, de novelas en todo caso con mucho éxito de venta.
Cada determinado tiempo, cada dos o tres meses hay algún título en la librería de cierta profundidad futbolística, de cierta profundidad, de temas futbolísticos, de ensayos, de futbol y política, de futbol y sociología, de futbol y literatura o sea que hay más cosas de las que nosotros creemos y Argentina en ese sentido, me acabo de enterar, Argentina en especial en ese sentido es especialmente activa; otra cosa es que se agoten y luego no se reediten o sea que sean difíciles de encontrar pero hay bastantes.
Por ejemplo, mi último libro lo publiqué aquí en Argentina, y no se publicó en ningún otro sitio, un libro que se llama “La pasión según Valdano” que se hizo una edición que se agotó y que no se reeditó y del que yo tengo por ejemplo un solo ejemplar, no tengo más y no lo puedo ni regalar.


¿Y por qué no se reedita?

Yo creo que porque son hasta libros de actualidad, por ejemplo el mío fue un libro en donde yo hablaba de futbol y política, de futbol y sociedad, de futbol y literatura, de futbol y juego, de futbol y Maradona que es un tema ya en si mismo y del mundial que estaba a punto de jugarse de manera que digamos se trataba de un producto que tenía que ver con la explosión mediática del mundial que era inminente y da la impresión de que se termina el mundial y con el se termina el libro, y por eso, no hay reediciones pero incluso de libros extraordinarios de Osvaldo Soriano, del mismo Negro Roberto Fontanarrosa, cuentos de futbol de Negro Fontanarrosa que son difíciles de encontrar y es un libro realmente muy potente; hay otros casos y no me salen.

Le pongo un caso, "Fútbol sin trampas" de Menotti.

Del Flaco Menotti "Fútbol sin trampas", haber yo te voy a decir uno más, es un cuento Juan Sasturain, tiene uno maravilloso que ha salido hace relativamente poco tiempo, en fin, hay más de lo que pensamos, quizá menos de los que querríamos los amantes del futbol, pero más de los que pensamos aquellos que tienen una cierta curiosidad por este tema y piensan que no hay nada editado.

No sé si habrá visto la versión mexicana de "Dios es redondo" de Juan Villoro.

Bueno tengo la versión mexicana y la española publicada por Anagrama, si, si que la he visto, claro que sí.

¿Qué opinión le merece?

Bueno que si yo digo que es una alta opinión cuando hay dos entrevistas mías en el libro, da la impresión de que estoy hablando bien de mi, no?, pero no, Juan es uno de los intelectuales más activos en cuanto a la publicación de literatura futbolística y ha escrito cosas muy interesantes, de hecho acaba de recibir en España un premio Vázquez Montalbán que es a la literatura deportiva con toda justicia porque es uno, una de las plumas más lúcidas sobre el futbol.

Aún en España mismo es difícil de encontrar libros, por ejemplo el año pasado antes de la Feria del libro de Madrid, salió un libro del Real Madrid no precisamente de su historia y es inencotrable.

Claro, porque son libros que se agotan, que tienen éxito pero que difícilmente se reeditan, por ejemplo hay libros muy interesantes que se han escrito de la historia del Real Madrid, de la Sociología del Real Madrid y hasta de la ficción del Real Madrid, cuentos de futbol sobre el Real Madrid escritos por distintos escritores de izquierda, y que se han agotado y que no han vuelto a publicarse y que se convierten así en grandes tesoros, si es curioso, para ver por ejemplo en el ultimo mundial de Alemania, en alemán se publicaron más de 200 títulos, de todo el mundo y con gran éxito de venta y supongo que después del mundial pasarán todos al olvido, porque bueno forman parte casi de una tradición que se convierta en literatura de usar y olvidar.

Y usted qué está haciendo ahora, ¿está escribiendo algún libro?

No, no, libro no. Escribo artículos, pero digamos por ejemplo tengo la última página del diario deportivo, del diario de más tirada que es un deportivo en España, que es el diario Marca, los días sábados la última página es para mi y escribo en el Excélsior de México, una columna por semana, en algún diario en Argentina más o menos con la misma frecuencia y luego en los mundiales un poco más activo, diarios ingleses pero no, y eso lo hago con mucha disciplina pero no tengo demasiado tiempo para ponerme a escribir un libro de futbol, ahora si que periódicamente se hacen recopilaciones de artículos que se convierten en libros.

¿Es más fácil escribir que dirigir un equipo de futbol?

Bueno, un equipo digamos depende de variables casi infinitas y el entrenador maneja algunas de esas variables indudablemente no todas, en cambio cuando uno escribe un libro termina el producto, es el libro que uno, en donde todos sus méritos y deméritos quedan expresados, no hay una responsabilidad que no puede dividir, de la que no puede hacer partícipe ni a la suerte ni al árbitro ni al sistema nervioso de los jugadores o sea que le pertenece exclusivamente a uno.

O sea que no depende uno de nadie más que de su propia capacidad.

¿Cuando escribe? Ah, indudablemente, en cambio cuando uno entrena depende de 11 voluntades, depende del árbitro, depende de la suerte, depende del estado del terreno de juego, depende del estado anímico que tiene una influencia poderosa en el rendimiento de los jugadores que al final el montón de variables y de todas formas hay muchas variables pero sólo echan al entrenador, en cambio la literatura es más justa.

Dos preguntas más, Real Madrid, ¿como lo ve ahora?

Uy! Real Madrid, es un tema infinito como lo veo en estos días en un proceso de búsqueda de su estilo, de su identidad, de la estabilidad institucional, hay muchos cabos sueltos en el Real Madrid en este momento, y una muy buena noticia, que es un club con mucho dinero quiero decirte tiene posibilidades económicas para buscar el futuro de una economía sana.

Algo no con morbo, sino para saber qué se siente o qué se sintió tener un accidente como el que vivió en México (se cayó el helicóptero en que viajaba).
Y poder contarlo.


Bueno vamos a ver, es un enorme impacto porque en el momento de sufrirlo uno tiene la sensación de que se termina todo ¿no?, lógicamente esa sensación de que la vida es muy frágil convertida en una experiencia sufrida en primera persona termina por acomodar las prioridades de un modo totalmente distinto al que existía en ese momento ¿no? Y lo curioso es que las cosas más simples pasan a ocupar el primer lugar.

Una charla de café, la familia, los afectos, pues pasan a ser la prioridad número uno contra otras cosas que hasta ese momento parecían más importantes, el trabajo, los viajes, bueno un cierto caos vital por lo tanto uno no se lo desea a nadie, pero salvada la situación uno termina encontrándole cierta utilidad.

Algún mensaje para los amigos que iban con usted en ese vehículo, entre ellos Isaac Vainer, amigo mutuo.

Bueno los veo con frecuencia, son desde hace un año, casi hermanos de sangre y se ha creado entre nosotros algo extraño, un vínculo muy fuerte, por lo tanto un saludo muy afectuoso para todos si leen esta nota.

El Valdano que he visto en el último par de horas es el Valdano de antes del accidente o es el Valdano de siempre, amable con quien le pide una fotografía o con quien le pide algo.

No yo siempre he sido una persona abierta y educada y muy agradecida al futbol y a la gente, cuando tengo la oportunidad de demostrar ese agradecimiento lo hago con mucho gusto.

Un honor haberlo entrevistado y siga siendo así.

Muchas gracias muy amable.

(entrevista realizada por Guillermo Garduño Ramírez y publicada en el portal mexicano "Poder Edomex" del lunes 26 de Marzo de 2007)

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Gregorio "Goyo" Carrizo, gran amigo de la infancia de Maradona y compañeros en la época de Argentinos Juniors cuenta con profunda emoción esta anécdota vivida junto a Diego: “Nos sentábamos en la mesa para comer y, entonces, Doña Tota –madre de Maradona- se acercó y le dijo: - Pelusa, andá a comprar un sifón de soda.
Fuimos a comprarlo como suelen hacerlo todos los chicos, corriendo. Al volver, doblando una esquina Diego cae y se le revienta todo el sifón en la mano. Le ayudé a levantarse y vi que tenía mucha sangre. Al llegar a casa, Doña Tota se asustó mucho y le llevó a una salita. Le pusieron unos diez puntos de sutura y un yeso que le cubría prácticamente todo el antebrazo.
Al día siguiente teníamos que ir a jugar contra Banfield, en cancha de Argentinos Juniors, y él iba diciendo que quería jugar por encima de todo.
- Pelu, no vas a poder jugar
–le dije-.
Nosotros le teníamos miedo al técnico, Francisco Cornejo. Llegamos al vestuario, siempre nos llamaba con una seña y un ruido que hacía con los labios. ¡Eso era terrible para nosotros! cuando nos llamaba así teníamos mucho miedo. Diego se acercó y se puso frente a él con la cabeza agachada, yo también le acompañé y me puse a su lado.
- ¿Qué te ha pasado? –preguntó el técnico-.
Diego le contó lo sucedido con el sifón.
- Bueno, vas a quedar un mes parado sin jugar –le contestó el entrenador-.
Diego bajó más la cabeza y empezó a llorar. Nos empezamos a cambiar, dio la formación y yo iba a usar la 10 por él. Entonces, el Pelusa me dijo:
- Goyo, decile que quiero jugar.
- Pero, no vas a poder jugar así.
- Sí, sí… yo quiero jugar porque vamos a salir campeones.
Lloraba tanto que decidí hablar con el técnico.
- Francis, Diego quiere jugar.
El entrenador, en ese momento, le llamó aparte.
- ¿Cómo vas a jugar con los puntos de sutura y el yeso?
- Sí, sí… Va, déjame jugar que yo no voy a correr, solo quiero festejar el campeonato que vamos a ganar.
Ante la insistencia le dejó jugar. Entró al campo con un pañuelo en el cuello que le inmovilizaba en parte el brazo, con el yeso… Ganamos 7 a 0 ese partido y Maradona hizo 5 goles.
Eso fue un recuerdo muy grande. A Diego muchos no lo han sabido valorar. Ha jugado muchas veces con lesiones y hoy es más fácil criticarlo que decirle: ¡Gracias Diego por jugar lesionado! ¡Gracias Diego por dar el pecho por nosotros! ¡Gracias Diego por la alegría! Es mucho más fácil decirle: sos un drogadicto, sos un enfermo…”
En ese momento, a Goyo Carrizo se le quebró la voz y, con semblante de pena, no pudo continuar...

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Yo no corro porque correr es de cobardes.

(ROGELIO, ex jugador del Real Betis Balompié, a su entrenador, Iriondo, que le exigía más esfuerzo)

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¿Qué es ser práctico? Nadie ganó más mundiales que Brasil.

(CÉSAR LUIS MENOTTI, entrenador de fútbol)

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La cancha interna


La cancha interna es el registro que tiene el jugador de todo lo que ocurre durante el juego con sus compañeros, los rivales, el referí, la cancha (sus dimensiones), los minutos que faltan, el clima, qué es lo mejor y lo peor de su equipo y del rival, por dónde sacar ventaja, qué parte de su equipo hay que reforzar, qué jugador está cagado, cuál agrandado, a quién hay que marcar hombre a hombre y por cuánto tiempo, cuándo hay que putear y cuándo alentar, cuándo hablar o no con el árbitro y así podría seguir infinitamente porque hay un montón de variantes en un partido de fútbol.
Cuantas más variantes pueda manejar internamente un jugador, mejor cancha interna va a tener, mejor lectura de lo que está ocurriendo en el partido, y a partir de ahí va a modificar o no el trámite. Voy a tratar de explicarlo con dos ejemplos simples. Uno es mi registro interno del tiempo. Yo ando por la ciudad, llena de cosas para distraer (como un partido); y quiero caminar cuarenta minutos, no miro el reloj a propósito y no le erro, puedo caminar treinta y nueve o cuarenta y un minutos, pero no más: el fútbol me dio el reloj interno.
Otro ejemplo: cuando jugaba en Racing y entrenaba casi todos los días en el estadio, me guiaba por los carteles de publicidad. Sin mirar tiraba la pelota y decía: En "Fernet Branca" está Cárdenas; en "Renomé", Maschio; en "Cinzano", el Toro Rafo. Les ganaba un tiempo a todos porque no apuntaba para pasar la pelota, tenía el registro interno de toda la cancha de Racing; es como el registro interno de la casa de uno donde podemos entrar y movernos con los ojos cerrados, porque tenemos calculado dónde está todo.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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Antonio Ubaldo Rattín, ese mítico Nº 5 de Boca de los años ‘50 y ‘60, nunca tuvo empacho en decir que Néstor Rossi (símbolo riverplatense) era su ídolo, que lo admiraba por su forma de manejar la pelota y administrar los partidos. Por eso, cuando en la tarde del 9 de Setiembre de 1956 Mario Fortunato, que era técnico de Boca Juniors, lo puso en primera nada menos que para enfrentar a River, lo primero que hizo al entrar a la cancha fue pedirle a un fotógrafo que le sacara una foto con el legendario Pipo.
A los pocos minutos, trabó fuerte a Rossi y lo mandó al piso. Y el número cinco millonario, mirando desde el suelo al recién promovido centromedio boquense, le dijo: “A no, flaco, empezamos mal. No me jodas más porque le digo al fotógrafo que tire el negativo...”.

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Llegaré por sorpresa, el día 15, a los dos de la tarde, en el vuelo 619 de Varig...

(MENGALVIO, ex mediocampista del Santos de Pelé, en un telegrama enviado a la familia mientras se encontraba en gira por Europa)

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Me parece que todos los jugadores tienen los pies cuadrados, como Robocop. Necesitan más de aceite que de un buen masaje.

(DIEGO MARADONA, opinando sobre el Mundial de Francia 1998)

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La dulce "venganza" de Sparky...


Un día cualquiera de un mes como Mayo, cuando florecen las flores, del año 1991. Este es el centro de nuestra historia. Un galés que milita en un equipo inglés, que intentó la aventura europea -“más vale olvidarla”, ha comentado- y que se presta a jugar su primera final continental, sueña despierto en una habitación de un hotel de Rotterdam.
Mark Hughes se enfrenta al F.C. Barcelona, su ex equipo, su ex calvario y su venganza. Todo eso significa para el de Old Trafford los colores azulgranas. Quiere conquistar la Recopa de Europa ante un club en el cual los fantasmas aparecían a diario en forma de afición, periodistas o árbitros. Y quiere vengarse a lo grande. Marcándole goles que signifiquen la derrota.
Su tragedia deportiva comenzó el día que Terry Venables decide llevarse a la Ciudad Condal a Gary Lineker y a Mark Hughes. Unos dicen que el técnico cumplió un viejo sueño de verlos jugar juntos; otros que el fichaje del galés fue propiciado por aquel extraordinario gol que le marcó a Arconada, en la fase clasificatoria del Mundial 86. Sea cuales fueran de las dos, o ninguna o ambas, Mark vivió una agonía futbolística muy particular.
Relegando a la grada a Bernd Schuster y a Steve Archibald, el dúo británico se las prometía muy felices en el Camp Nou. Pero la luz nítida del verano dejó paso a las sombrías tardes del invierno catalán y en medio de brumas y neblinas la estrella del galés se iba diluyendo como el azúcar en el café hirviendo.
Cuando el panorama no podía ser más negro de lo que era, la primavera -la sangre altera, dicen- dibujó una cauta sonrisa en su mejilla. Había firmado por ocho temporadas con el Barça y aún no se había cumplido la primera cuando le cedían al Bayern Munich.
Para Mark se abría el cielo. Tras la lluvia asoma vagamente el arco iris y Hughes cumplió suficientemente en su etapa bávara. Apenas un año después de su salida del archipiélago británico volvía con la credibilidad por los suelos, una experiencia amarga y un sinfín de complejos.
El verano del 86 quedaba atrás. 365 días habían transcurrido ya, y como cuan joven que quiere enterrar sus vicisitudes en el servicio militar, Hughes se disponía a iniciar un nuevo periplo en el fútbol.
Mark Hughes era otra vez “diablo rojo” y si bien es cierto que el ‘toro’ que quería Venables para el Barcelona no embistió lo suficiente, ahora, ¡qué demonios! podría resarcirse.
Con el raudo transcurrir de los años, Hughes fue completando su juego hasta hacerlo exquisitamente británico. “Digamos que el Camp Nou fue una gran escuela para mí. Aprendí muchísimo. Luego, en el Bayern, me doctoré, y, de nuevo en Manchester, empecé a dar clase”, comentó el galés en un periódico británico.
Mark va demostrando partido tras partido que se equivocaron con él. No era tan malo como decían por tierras españolas. En 1990 obtiene su segunda Cup, una copa que le sabría de maravilla porque significaba el retorno del Manchester, y por ende, de los conjuntos británicos al viejo continente.
Tras cinco años de contemplar un paisaje desolador a causa de unos hooligans que una tarde de 1985 en Heysel cubrieron este deporte de sangre, luto y vergüenza generalizada, los ‘diablos rojos’ querían volver a Europa por la puerta grande, como los toreros.
La Recopa era el punto de encuentro con el Viejo Continente. Mark lanzó una promesa al viento que sólo el dios Eolo supo entender. En cuartos de final, el Manchester mantiene un gran duelo con el Montpellier. Hughes es el principal responsable del pase de su equipo a semifinales, propiciando la expulsión de dos jugadores franceses, uno en cada encuentro.
Y en la eliminatoria previa a la final, el galés desea fervorosamente encontrarse con el Barcelona para poder volver al Camp Nou y demostrarle a la afición azulgrana lo que había desechado cinco años atrás.
Pero el azar quiso que la cita se pospusiera hasta la final y el escenario fuera Rotterdam, por aquello de los tulipanes, que huelen mejor con el tiempo, o por aquello de los quesos, que siempre el ratón encuentra el momento oportuno para comérselos.
“No me conformo con humillarles. Quiero destrozarles para que se acuerden de mí toda su vida”, fue la frase más ‘tierna’ que dedicó Mark Hughes al Barcelona horas antes de la final. “Fue una pesadilla horrorosa y nadie puede imaginar lo que he estado sufriendo hasta conseguir una posible venganza. El momento está ahora muy cerca y no lo voy a desaprovechar”. Estas fueron sus palabras minutos antes de saltar al césped.
La concentración era máxima. En juego, un título continental para el Manchester, un prestigio perdido para el fútbol inglés y una guerra de por medio con intereses contrapuestos.
Dos goles del ex amargaron la noche al Barcelona. La afición sólo pronunció una frase tras el pitido final: “Y Sparky -apodo que le viene por su chispa- encendió la pólvora y tuvo una dulce venganza”.
Como dulces y golosos fueron los dos títulos de mejor jugador inglés del año obtenidos en 1989 y 1991. Es el primer jugador en la historia del fútbol británico que posee este galardón en dos ocasiones.

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Sergio Ibarra, uno de los máximos goleador en actividad en el fútbol peruano, jugaba en el año 2000 en el desaparecido Deportivo Wanka y una tarde, cuando su equipo disputaba un partido por el Torneo Apertura en el estado principal de Huancayo, fue expulsado tras participar en una acción discutida y confusa, la que hoy el atacante sólo recuerda con hilaridad.
Lino Morán, su compañero en el equipo "verdolaga", había cometido una falta artera y el juez central Carlos Hernández puso la mano derecha en el bolsillo de su short para sacarle la tarjeta roja. Pero cuando el árbitro se disponía a hacerlo, el ‘Checho’, como le dicen a Ibarra, interrumpió la acción y Hernández, entre sorprendido e indignado, lo expulsó, según su interpretación, por haberle tomado la nalga, lo que al futbolista le costó seis meses de suspensión. La Comisión de Justicia revisó las imágenes otra vez luego de la apelación, y rebajó la sanción a 90 días, por lo que delantero argentino tuvo que irse al club Águila, de El Salvador, después de quedar imposibilitado de actuar en ese lapso en un equipo local.
Después Ibarra volvió al Perú y pasó por varios clubes nacionales y uno del extranjero (Once Caldas de Colombia), pero su momento de gloria absoluta fue defendiendo a Cienciano, con el que ganó la Recopa Sudamericana de 2004.
¿Y Hernández? Se hizo más famoso por esa decisión apresurada, porque la prensa deportiva ya le había puesto ‘Incapacidad’ por su falta de criterio cuando se vestía de negro.

(anécdota extraída del blog "Goal peruano")

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Disfrutaba del sexo, pero él siempre buscaba antes los resultados de la jornada en el teletexto.

(EVA DIJKSTRA, modelo holandesa, sobre su relación con el internacional inglés Les Ferdinand)

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Ha sido como cambiar una rubia de 90-60-90 por una negra de 60-90-60.

(ALFONSO CABEZA, ex Presidente del Atlético de Madrid entre 1980 y 1982, tras la venta de Alemao y el fichaje de Donato en la entidad "colchonera")

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Toco y me voy (Bersuit Vergarabat - Argentina)


Te la toco de primera
vos si querés la agarrás
cada jugada que sueño se hace realidad
o pareciera... algo casual.

Aunque pongás la barrera
yo te la mando a guardar
toda la vida es un baile y te pueden bailar
aunque no quieras, lo verás
en una cancha o en un bar...

Dando la vuelta manija me doy
subiendo al latido de esta vibración,
caño, taquito, chilena y tablón
el fuego sagrado de mi corazón...

Toco y me voy
la camiseta es como un Dios
toco y me voy
no importa cuál sea el color...

Y si me pintan la cara
hoy no me voy a achicar
cuando me muerda la pena no voy a llorar
se ha terminado el festival...

En un picado cualquiera
mi alma se echa a rodar,
este es el juego que siento y no pienso parar
yo pongo el cuerpo hasta el final
en una cancha o en un bar...

Dando la vuelta manija me doy
subiendo al latido de esta vibración,
túnel, jueguito y toma para el gol
el fuego sagrado de mi corazón...

Toco y me voy
la camiseta es como un Dios
toco y me voy
no importa cuál sea el color
del cuadro que sigas toda tu vida
toco y me voy
la camiseta es como un Dios
toco y me voy
no importa cuál sea el color
banderas al viento en la bienvenida
toco y me voy
la camiseta es como un Dios
del cuadro que sigas toda tu vida
toco y me voy
no importa cuál sea el color...

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La difusión de fútbol a través del mundo ha capacitado a diferentes culturas y naciones para construir particulares formas de identidad por medio de su interpretación y práctica del juego.

(RICHARD GIULIANOTTI, Football. A sociology of the global game -1999-)

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Lloré porque no soy un robot, sino un ser humano.

(VALERIO BERTOTTO, capitán del Udinese, en declaraciones formuladas en 2006 tras la dramática eliminación de su equipo en la Copa UEFA)

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En la Selección, yo salía a comérmelos crudos a todos. No sé si ligaba bien, pero salía a jugar con una emoción y un espíritu ganador que era increíble.

(AMÉRICO GALLEGO, ex jugador y actual técnico de fútbol, recordando su paso por la Selección Argentina)

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El aura inolvidable del ídolo (Martín Kohan - Argentina)


Recuerdo la fecha: fue el 5 de Septiembre de 1977. Recuerdo ese día, o debería decir más bien esa noche, porque hasta entonces yo había llorado siempre de tal forma que lo podía prever. No me refiero a la artimaña del llanto que yo, lo mismo que cualquier niño, practicaba a conciencia: el llanto desencadenado con premeditación, y a veces incluso con alevosía, esa maniobra tan artera y tan propia de la infancia de llorar para conmover o para extorsionar a los adultos. No digo la estrategia de llorar, sino el llanto más frecuente: por rabia o por tristeza. Siempre se llora por rabia o por tristeza, incluso en las infancias más felices (la mía lo fue); siempre hay un juego o unas vacaciones que se terminan antes de tiempo, siempre hay un deseo que se frustra de manera arbitraria y enfurece. Pero ese llanto, esos llantos, se ven venir. No llegan sin antes anunciarse, como hacen los reyes o como hacen las reinas; siembran pistas en los ojos y en la garganta antes de aflorar y derramarse. Uno entonces llora sabiendo que va a llorar. Así había llorado yo desde siempre, en los diez años de vida que tenía, hasta que llegó el 5 de Septiembre de 1977.

Ese día, o mejor dicho esa noche, en un momento determinado de ese día o de esa noche, Vanderley acomodó la pelota y tomó carrera. Era el quinto penal, el último de la serie del partido final que lo decidía todo. Se habían tirado nueve penales por lo tanto, y los nueve habían sido convertidos. El último les tocaba a ellos y estaban obligados a convertirlo. Vanderley apoyó la pelota en el lugar indicado. Caminó hacia atrás, hizo una pausa. En esa pausa hubo lugar para todos los deseos y para todos los presentimientos que podían existir. Un silencio perfecto acompañaba la escena.

Yo veía todo esto en Buenos Aires, en un televisor blanco y negro veteado de raspones de luz y de distancia. El partido se jugaba en Montevideo, Uruguay, y eso a mí me parecía muy lejos. No creo que se viera bien, pero uno no lo lamentaba; no había todavía colores o alta definición que se pudiesen echar de menos. A Vanderley debo haberlo visto turbio, y aun así, tras esos velos, lo vi vacilar, si es que de veras vaciló y no era mi ilusión lo que imperaba. Era el último penal, el decisivo. Si lo convertía, seguía la definición; si no lo convertía, era el final, era la gloria.

En el arco, mientras tanto, se preparaba Gatti. Hugo Gatti, el Loco Gatti, el arquero de Boca. No exagero si digo que la ilusión de ser Gatti rigió mi vida entre los nueve años y los catorce -a los catorce desistí, a la vez que abandonaba la infancia con pena y con resignación-. En el arco, como digo, estaba Gatti: Gatti con su vincha, Gatti con sus bermudas (yo le copiaba dócilmente esa vincha y esas bermudas, yo me dejaba el pelo largo como él).

No existe ningún temor del arquero ante el penal, es mentira; el que teme es el que patea. Y eso se notaba en el pobre Vanderley: una sombra de aflicción flotaba sobre su espalda mientras tomaba carrera para patear. Era el 5 de Septiembre de 1977. Quien tenga un mínimo de cultura general sabe bien cómo terminó la escena. Vanderley tiró su penal, anunciado y a la izquierda; Gatti adivinó el palo, voló, atajó. Boca se consagraba así campeón de América por primera vez en su historia. Yo en mi casa, frente a la tele, salté y grité (grité, sí, ¿pero qué grité? No se grita "gol" por un penal atajado, no recuerdo qué grité). Y entonces fue que sucedió: lloraba. Lloraba, lloré, Gatti voló y atajó el penal en Montevideo y yo en mi casa salté y grité y me puse a llorar. Un llanto flamante, desconocido para mí, un llanto nuevo que no se anunciaba. Lloré de repente, sin darme cuenta, sin preverlo ni intuirlo; supe que lloraba cuando ya lloraba, no supe desde antes que iba a llorar. En ese momento no entendí del todo bien qué era lo que me estaba pasando: la vuelta olímpica y la entrega de la Copa se llevaron mi atención. Pero el tiempo le dio al episodio su sentido total y trascendente: había llorado de felicidad por primera vez en mi vida.

Después de esa vez vinieron otras. Pero no demasiadas: el hecho no ha perdido, hasta el día de hoy, el brillo distintivo de lo que es excepcional. Si recuerdo aquella noche de Septiembre del 77 es porque fue la primera vez y porque tienden a recordarse las primeras veces de esta clase de cosas. Entiendo que hay personas que desconocen en general un grado de emoción semejante, y que pasan sus vidas sin llegar nunca a tanto ("No es para tanto" suele ser, de hecho, su lema o su consigna, su veredicto, su parecer; "no es para ponerse así", desestiman, y ellos mismos no se ponen nunca así). Quizás opinen que mis diez años explican la naturaleza del desborde, por eso quisiera especificar que la situación se repitió por ejemplo en Diciembre de 1992 (yo tenía veinticinco años) o en Octubre de 1995 (yo tenía veintiocho) o en Noviembre de 2007 (yo tenía lo que tengo: cuarenta años). Esta periódica reaparición no ha afectado, sin embargo, la cualidad esencial de lo que es ante todo imprevisible. Puedo anticipar con relativa certeza cuáles son las tristezas que van a hacerme llorar; las alegrías, en cambio, preservan su carácter sorpresivo.

La presencia de Hugo Gatti en la fundación de esta experiencia no es un dato menor para mí. Al parecer cada episodio va asociado con alguna figura desencadenante (en Diciembre de 1992: Alberto Márcico, en Octubre de 1995: Diego Maradona, en Noviembre de 2007: Martín Palermo); pero la significación de Gatti cuando yo tenía diez años es definitivamente singular y responde específicamente, ahora sí, a lo que es propio de la infancia y ya no volverá a repetirse. La persuasión de ser Gatti atravesó mi niñez. Mi sentido de la emulación (en el mejor de los casos) o de la copia lisa y llana (en el peor) no alcanzó ni habría de alcanzar nunca un nivel de empatía tan alto. Recuerdo los recursos con que contaba por ese entonces: la decisión de jugar adelantado, la vincha puesta sobre el pelo largo, las bermudas puestas sobre las piernas flacas, las medias bajas (las medias bajas yo me las dejaba; la vincha, las bermudas, me las ponía. Pero las piernas flacas las tenía. Ese hecho me resultaba una revelación objetiva, casi un destino, aunque en mi familia no faltaba quien pretendiese que había "sacado" las piernas idénticas a las de mi padre). Así como Pierre Menard no quería copiar el Quijote, sino escribirlo, yo no quería copiar a Gatti: quería serlo. Esas cosas no parecen imposibles a los diez años de edad. Para reforzar mi convencimiento, y el de todos los demás, le impuse a Hernán Acuña, mi amigo de la cuadra, la obligación de ser Fillol (me pregunto ahora, pasado el tiempo, si de veras lo convencí o si admitió ese parangón para darme el gusto y que no le insistiera más).

Hacia fines de 1977, yo creo que en Diciembre, Hugo Gatti publicó un libro que se llama "Yo, el único". Leí ese libro apenas apareció (¿habré mentido cuando me preguntaron por el primer libro que recordaba haber leído y hablé de Julio Verne y algo dije de la colección Robin Hood? ¿Debí decir "Yo, el único" de Hugo Orlando Gatti? ¿Habré mentido?). Se hizo una presentación de ese libro, en un restaurante de la Boca. Era una cena de lanzamiento, de festejo y de promoción. Se pusieron a la venta unas tarjetas de invitación para esa noche y mi padre, que seguía el fútbol con una indiferencia intransigente, tuvo sorpresivamente la idea de comprar dos y de llevarme. No hay ninguna presentación de libros que me haya marcado tanto como aquella. Al llegar, nos hicieron saber que no había ubicaciones fijas en las mesas, que podíamos sentarnos donde quisiéramos.

Me senté justo al lado de donde estaba Gatti. A su derecha, más exactamente; del otro lado, a la izquierda, estaba Nacha, su mujer, y entre los dos lo flanqueamos durante toda la velada. Más discreto, más atinado, mi padre se resignó a una diáspora seguramente tediosa en alguna de las mesas de la periferia del restaurante. Yo pasé la noche en el centro de la fiesta, sentado al lado de Gatti. Fue la primera vez en mi vida que tomé vino tinto, y también la última. Desde entonces me rehuso y me resigno a dar las explicaciones que sin falta me exigen por este escandaloso desistimiento; pero aquella noche acepté, y acepté sin dudar, porque era Pancho Sá quien me lo ofrecía (el dos del equipo, el Rey de Copas, el lugarteniente de Gatti en la defensa de Boca). Conversé con Veglio en algún momento de la noche, porque estaba sentado justo enfrente de mí; no recuerdo de qué hablamos, pero creo que le dije "Toti" al promediar la charla.

Fue mi noche, y la de Gatti; fue una noche que no se me olvidaría nunca. La prensa cubrió el evento, desde luego, y en los días que siguieron me apuré a buscar la noticia en los distintos medios que le prestaron la debida atención. Las fotos más frecuentes mostraban a Gatti con su flamante libro en las manos (atesoro, de más está decirlo, mi propio ejemplar autografiado); pero en la nota que salió en la revista “Siete Días” optaron en cambio por una imagen cordial de la cena de agasajo. Una foto de la mesa principal: el Toti Veglio de espaldas, Gatti, Nacha, yo. Guardé esa foto con el orgullo de lo memorable, la guardé con gratitud y también con afecto. Aunque esa foto, a la vez que me reconfortaba para siempre, me reveló sin piedad, con una elocuencia para la que no estaba en absoluto preparado, qué tan distintos, qué tan manifiestamente distintos, éramos Hugo Gatti y yo. Mi pelo largo no se parecía para nada al suyo, era más lacio, más delicado, más femenino... Él era ancho y robusto, era un arquero; en mí ya estaba en cambio el alfeñique que sería. Su nariz aplanada, como de boxeador, era la antítesis cabal de mi propia nariz, que ya empezaba a inscribir el judaísmo en mi cara. Sus manos grandes, las manos que le atajaron el penal a Vanderley, convertían a las mías en miniaturas insuficientes.

Voy algunas veces a un bar que se llama Vivaldi: queda en la esquina de Echeverría y Conde, en pleno Belgrano R. Antes del mediodía, que es cuando se colma de chicos encaprichados que se niegan a todo, es tranquilo y favorable para leer o para escribir. Por la ventana se ven los árboles de la plaza, un poco más lejos el tren, y la gente que pasa por la vereda no da la impresión de tener problema alguno. Leo un rato, escribo un poco; pero a veces aparece Gatti. Gatti va a ese bar, se sienta en cualquier mesa, le dan el diario para que lo hojee, lo hojea. Yo lo miro desde mi lugar; ya no leo más, ya no escribo más, solamente lo simulo. No me le acerco a Gatti, no lo importuno, me limito a pensar en el penal que le atajó a Vanderley en Septiembre de 1977 y en el tipo de sensibilidad que él inventó para mi vida. Gatti lee el diario, después lo cierra, saluda, se va. Ya me pasó varias veces. Lo veo irse: camina con cierto lastre en la pierna derecha. Durante días, dos o tres, a veces cuatro, se me pega esa manera de andar, la copio o más bien se me impone. No es extraño que una ampolla, un corte, un golpe fiero o una torcedura se presenten con oportunidad para justificarme y ser mi coartada.

Camino así, como Gatti, por algunos días, y después retorno, sin advertirlo, a mi forma más habitual.

No le había dicho esto a nadie, me lo guardaba.



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¿Qué tenía el River campeón de la Copa Libertadores 1996?

Cuando estábamos en el túnel, antes de subir la última escalera, yo miraba a todos y veía que era imposible que perdiéramos. Después de haber sufrido tanto en Ferro, yo miraba esas caras y eran ganadoras. Teníamos ese temple que lo hizo maravilloso. ¡Cómo deben estar los del otro lado!, eso pensaba. Es jodido estar en el otro vestuario.

¿Francescoli fue el técnico de ese equipo?

¡Cómo va a haber sido él si hoy ni es técnico! El mérito de ese temple ganador era de Ramón. Él es temeroso, pero vuelve su miedo en un ataque feroz. Es como un perro. El perro te muerde porque tiene miedo. Siempre fue así. Sólo dudó ese día contra el América de Cali, en River, y por eso se armó ese mito.

¿Qué pasó?

Habíamos perdido 1-0 en Cali y él quería jugar de contragolpe. Era una final, no podíamos jugar a esperar. La mayoría nos miramos porque veíamos que eso no iba. Se pararon Francescoli y creo que Berti y le dijeron que queríamos charlar entre nosotros. Ahí decidimos ir al frente.

(GERMÁN BURGOS, ex arquero argentino, en una entrevista para revista "El Gráfico" en Enero de 2008)

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Para ser buen entrenador te tienen que haber echado por lo menos dos veces.

(JOSÉ ANTONIO CAMACHO, ex jugador y entrenador español, siendo seleccionador nacional de su país)

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