(AMÉRICO GALLEGO, ex jugador y actual técnico de fútbol, recordando su paso por la Selección Argentina)
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(AMÉRICO GALLEGO, ex jugador y actual técnico de fútbol, recordando su paso por la Selección Argentina)
El aura inolvidable del ídolo (Martín Kohan - Argentina)
Recuerdo la fecha: fue el 5 de Septiembre de 1977. Recuerdo ese día, o debería decir más bien esa noche, porque hasta entonces yo había llorado siempre de tal forma que lo podía prever. No me refiero a la artimaña del llanto que yo, lo mismo que cualquier niño, practicaba a conciencia: el llanto desencadenado con premeditación, y a veces incluso con alevosía, esa maniobra tan artera y tan propia de la infancia de llorar para conmover o para extorsionar a los adultos. No digo la estrategia de llorar, sino el llanto más frecuente: por rabia o por tristeza. Siempre se llora por rabia o por tristeza, incluso en las infancias más felices (la mía lo fue); siempre hay un juego o unas vacaciones que se terminan antes de tiempo, siempre hay un deseo que se frustra de manera arbitraria y enfurece. Pero ese llanto, esos llantos, se ven venir. No llegan sin antes anunciarse, como hacen los reyes o como hacen las reinas; siembran pistas en los ojos y en la garganta antes de aflorar y derramarse. Uno entonces llora sabiendo que va a llorar. Así había llorado yo desde siempre, en los diez años de vida que tenía, hasta que llegó el 5 de Septiembre de 1977.
Ese día, o mejor dicho esa noche, en un momento determinado de ese día o de esa noche, Vanderley acomodó la pelota y tomó carrera. Era el quinto penal, el último de la serie del partido final que lo decidía todo. Se habían tirado nueve penales por lo tanto, y los nueve habían sido convertidos. El último les tocaba a ellos y estaban obligados a convertirlo. Vanderley apoyó la pelota en el lugar indicado. Caminó hacia atrás, hizo una pausa. En esa pausa hubo lugar para todos los deseos y para todos los presentimientos que podían existir. Un silencio perfecto acompañaba la escena.
Yo veía todo esto en Buenos Aires, en un televisor blanco y negro veteado de raspones de luz y de distancia. El partido se jugaba en Montevideo, Uruguay, y eso a mí me parecía muy lejos. No creo que se viera bien, pero uno no lo lamentaba; no había todavía colores o alta definición que se pudiesen echar de menos. A Vanderley debo haberlo visto turbio, y aun así, tras esos velos, lo vi vacilar, si es que de veras vaciló y no era mi ilusión lo que imperaba. Era el último penal, el decisivo. Si lo convertía, seguía la definición; si no lo convertía, era el final, era la gloria.
En el arco, mientras tanto, se preparaba Gatti. Hugo Gatti, el Loco Gatti, el arquero de Boca. No exagero si digo que la ilusión de ser Gatti rigió mi vida entre los nueve años y los catorce -a los catorce desistí, a la vez que abandonaba la infancia con pena y con resignación-. En el arco, como digo, estaba Gatti: Gatti con su vincha, Gatti con sus bermudas (yo le copiaba dócilmente esa vincha y esas bermudas, yo me dejaba el pelo largo como él).
No existe ningún temor del arquero ante el penal, es mentira; el que teme es el que patea. Y eso se notaba en el pobre Vanderley: una sombra de aflicción flotaba sobre su espalda mientras tomaba carrera para patear. Era el 5 de Septiembre de 1977. Quien tenga un mínimo de cultura general sabe bien cómo terminó la escena. Vanderley tiró su penal, anunciado y a la izquierda; Gatti adivinó el palo, voló, atajó. Boca se consagraba así campeón de América por primera vez en su historia. Yo en mi casa, frente a la tele, salté y grité (grité, sí, ¿pero qué grité? No se grita "gol" por un penal atajado, no recuerdo qué grité). Y entonces fue que sucedió: lloraba. Lloraba, lloré, Gatti voló y atajó el penal en Montevideo y yo en mi casa salté y grité y me puse a llorar. Un llanto flamante, desconocido para mí, un llanto nuevo que no se anunciaba. Lloré de repente, sin darme cuenta, sin preverlo ni intuirlo; supe que lloraba cuando ya lloraba, no supe desde antes que iba a llorar. En ese momento no entendí del todo bien qué era lo que me estaba pasando: la vuelta olímpica y la entrega de la Copa se llevaron mi atención. Pero el tiempo le dio al episodio su sentido total y trascendente: había llorado de felicidad por primera vez en mi vida.
Después de esa vez vinieron otras. Pero no demasiadas: el hecho no ha perdido, hasta el día de hoy, el brillo distintivo de lo que es excepcional. Si recuerdo aquella noche de Septiembre del 77 es porque fue la primera vez y porque tienden a recordarse las primeras veces de esta clase de cosas. Entiendo que hay personas que desconocen en general un grado de emoción semejante, y que pasan sus vidas sin llegar nunca a tanto ("No es para tanto" suele ser, de hecho, su lema o su consigna, su veredicto, su parecer; "no es para ponerse así", desestiman, y ellos mismos no se ponen nunca así). Quizás opinen que mis diez años explican la naturaleza del desborde, por eso quisiera especificar que la situación se repitió por ejemplo en Diciembre de 1992 (yo tenía veinticinco años) o en Octubre de 1995 (yo tenía veintiocho) o en Noviembre de 2007 (yo tenía lo que tengo: cuarenta años). Esta periódica reaparición no ha afectado, sin embargo, la cualidad esencial de lo que es ante todo imprevisible. Puedo anticipar con relativa certeza cuáles son las tristezas que van a hacerme llorar; las alegrías, en cambio, preservan su carácter sorpresivo.
La presencia de Hugo Gatti en la fundación de esta experiencia no es un dato menor para mí. Al parecer cada episodio va asociado con alguna figura desencadenante (en Diciembre de 1992: Alberto Márcico, en Octubre de 1995: Diego Maradona, en Noviembre de 2007: Martín Palermo); pero la significación de Gatti cuando yo tenía diez años es definitivamente singular y responde específicamente, ahora sí, a lo que es propio de la infancia y ya no volverá a repetirse. La persuasión de ser Gatti atravesó mi niñez. Mi sentido de la emulación (en el mejor de los casos) o de la copia lisa y llana (en el peor) no alcanzó ni habría de alcanzar nunca un nivel de empatía tan alto. Recuerdo los recursos con que contaba por ese entonces: la decisión de jugar adelantado, la vincha puesta sobre el pelo largo, las bermudas puestas sobre las piernas flacas, las medias bajas (las medias bajas yo me las dejaba; la vincha, las bermudas, me las ponía. Pero las piernas flacas las tenía. Ese hecho me resultaba una revelación objetiva, casi un destino, aunque en mi familia no faltaba quien pretendiese que había "sacado" las piernas idénticas a las de mi padre). Así como Pierre Menard no quería copiar el Quijote, sino escribirlo, yo no quería copiar a Gatti: quería serlo. Esas cosas no parecen imposibles a los diez años de edad. Para reforzar mi convencimiento, y el de todos los demás, le impuse a Hernán Acuña, mi amigo de la cuadra, la obligación de ser Fillol (me pregunto ahora, pasado el tiempo, si de veras lo convencí o si admitió ese parangón para darme el gusto y que no le insistiera más).
Hacia fines de 1977, yo creo que en Diciembre, Hugo Gatti publicó un libro que se llama "Yo, el único". Leí ese libro apenas apareció (¿habré mentido cuando me preguntaron por el primer libro que recordaba haber leído y hablé de Julio Verne y algo dije de la colección Robin Hood? ¿Debí decir "Yo, el único" de Hugo Orlando Gatti? ¿Habré mentido?). Se hizo una presentación de ese libro, en un restaurante de la Boca. Era una cena de lanzamiento, de festejo y de promoción. Se pusieron a la venta unas tarjetas de invitación para esa noche y mi padre, que seguía el fútbol con una indiferencia intransigente, tuvo sorpresivamente la idea de comprar dos y de llevarme. No hay ninguna presentación de libros que me haya marcado tanto como aquella. Al llegar, nos hicieron saber que no había ubicaciones fijas en las mesas, que podíamos sentarnos donde quisiéramos.
Me senté justo al lado de donde estaba Gatti. A su derecha, más exactamente; del otro lado, a la izquierda, estaba Nacha, su mujer, y entre los dos lo flanqueamos durante toda la velada. Más discreto, más atinado, mi padre se resignó a una diáspora seguramente tediosa en alguna de las mesas de la periferia del restaurante. Yo pasé la noche en el centro de la fiesta, sentado al lado de Gatti. Fue la primera vez en mi vida que tomé vino tinto, y también la última. Desde entonces me rehuso y me resigno a dar las explicaciones que sin falta me exigen por este escandaloso desistimiento; pero aquella noche acepté, y acepté sin dudar, porque era Pancho Sá quien me lo ofrecía (el dos del equipo, el Rey de Copas, el lugarteniente de Gatti en la defensa de Boca). Conversé con Veglio en algún momento de la noche, porque estaba sentado justo enfrente de mí; no recuerdo de qué hablamos, pero creo que le dije "Toti" al promediar la charla.
Fue mi noche, y la de Gatti; fue una noche que no se me olvidaría nunca. La prensa cubrió el evento, desde luego, y en los días que siguieron me apuré a buscar la noticia en los distintos medios que le prestaron la debida atención. Las fotos más frecuentes mostraban a Gatti con su flamante libro en las manos (atesoro, de más está decirlo, mi propio ejemplar autografiado); pero en la nota que salió en la revista “Siete Días” optaron en cambio por una imagen cordial de la cena de agasajo. Una foto de la mesa principal: el Toti Veglio de espaldas, Gatti, Nacha, yo. Guardé esa foto con el orgullo de lo memorable, la guardé con gratitud y también con afecto. Aunque esa foto, a la vez que me reconfortaba para siempre, me reveló sin piedad, con una elocuencia para la que no estaba en absoluto preparado, qué tan distintos, qué tan manifiestamente distintos, éramos Hugo Gatti y yo. Mi pelo largo no se parecía para nada al suyo, era más lacio, más delicado, más femenino... Él era ancho y robusto, era un arquero; en mí ya estaba en cambio el alfeñique que sería. Su nariz aplanada, como de boxeador, era la antítesis cabal de mi propia nariz, que ya empezaba a inscribir el judaísmo en mi cara. Sus manos grandes, las manos que le atajaron el penal a Vanderley, convertían a las mías en miniaturas insuficientes.
Voy algunas veces a un bar que se llama Vivaldi: queda en la esquina de Echeverría y Conde, en pleno Belgrano R. Antes del mediodía, que es cuando se colma de chicos encaprichados que se niegan a todo, es tranquilo y favorable para leer o para escribir. Por la ventana se ven los árboles de la plaza, un poco más lejos el tren, y la gente que pasa por la vereda no da la impresión de tener problema alguno. Leo un rato, escribo un poco; pero a veces aparece Gatti. Gatti va a ese bar, se sienta en cualquier mesa, le dan el diario para que lo hojee, lo hojea. Yo lo miro desde mi lugar; ya no leo más, ya no escribo más, solamente lo simulo. No me le acerco a Gatti, no lo importuno, me limito a pensar en el penal que le atajó a Vanderley en Septiembre de 1977 y en el tipo de sensibilidad que él inventó para mi vida. Gatti lee el diario, después lo cierra, saluda, se va. Ya me pasó varias veces. Lo veo irse: camina con cierto lastre en la pierna derecha. Durante días, dos o tres, a veces cuatro, se me pega esa manera de andar, la copio o más bien se me impone. No es extraño que una ampolla, un corte, un golpe fiero o una torcedura se presenten con oportunidad para justificarme y ser mi coartada.
Camino así, como Gatti, por algunos días, y después retorno, sin advertirlo, a mi forma más habitual.
No le había dicho esto a nadie, me lo guardaba.
Cuando estábamos en el túnel, antes de subir la última escalera, yo miraba a todos y veía que era imposible que perdiéramos. Después de haber sufrido tanto en Ferro, yo miraba esas caras y eran ganadoras. Teníamos ese temple que lo hizo maravilloso. ¡Cómo deben estar los del otro lado!, eso pensaba. Es jodido estar en el otro vestuario.
¿Francescoli fue el técnico de ese equipo?
¡Cómo va a haber sido él si hoy ni es técnico! El mérito de ese temple ganador era de Ramón. Él es temeroso, pero vuelve su miedo en un ataque feroz. Es como un perro. El perro te muerde porque tiene miedo. Siempre fue así. Sólo dudó ese día contra el América de Cali, en River, y por eso se armó ese mito.
¿Qué pasó?
Habíamos perdido 1-0 en Cali y él quería jugar de contragolpe. Era una final, no podíamos jugar a esperar. La mayoría nos miramos porque veíamos que eso no iba. Se pararon Francescoli y creo que Berti y le dijeron que queríamos charlar entre nosotros. Ahí decidimos ir al frente.
(GERMÁN BURGOS, ex arquero argentino, en una entrevista para revista "El Gráfico" en Enero de 2008)
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(KASEY KELLER, portero estadounidense, cuando militaba en el Rayo Vallecano)
EL MONSTRUO MORADO - Deportivo Saprissa (Costa Rica)
Fue en el año 1987 cuando el Diario “Extra” de Costa Rica, mencionó por primera vez la palabra “monstruo” relacionándolo con el Deportivo Saprissa. El estadio “Ricardo Saprissa Aymá” estaba abarrotado de aficionados en un partido contra la Liga Deportiva Alajuelense y este medio de comunicación anunció que por los movimientos de la gente en las graderías, “este estadio parecía un monstruo de color morado”, refiriéndose a los aficionados saprissistas. Fue así como al día siguiente se publicó por primera vez la palabra “Monstruo” identificándolo con la gran afición de este popular equipo costarricense.
Fundado el 16 de Julio de 1935, el Deportivo Saprissa es el equipo de mayor afición en Costa Rica y es el único equipo de Centroamérica que posee estadio con cancha sintética además de ser el único equipo del país que juega con solo jugadores nacionales.
El nombre de la institución alude al nombre de uno de los co-fundadores del club; Ricardo Saprissa, un salvadoreño-catalán nacido en San Salvador, El Salvador, el 24 de Junio de 1901.
Los primeros años
Nos vamos al día 16 de Julio de 1935. Don Roberto "Beto" Fernández tenía un club de fútbol en la vecindad "La Concretera" en el Barrio Los Ángeles y le propuso a los miembros de su club, en la humilde zapatería propiedad de Fausto Leiva en donde trabajaba, constituir el equipo de fútbol para competiciones a nivel nacional.
Fernández contactó a un joven textilero y gran deportista, don Ricardo Saprissa Aymá, de ascendencia española, quien accedió a colaborar con el equipo y tendría suma injerencia en el crecimiento de la naciente institución.
Los colores oficiales del uniforme eran el azul y el rojo a solicitud de don Ricardo, que deseaba homenajear al famoso F.C. Barcelona de España. Sin embargo, la víspera de un día en que el equipo tenía que jugar, en la lavandería donde se enviaban los uniformes para su limpieza hubo un accidente y la tela de los mismos se destiñó parcialmente, dando como resultado que el color de éstos se volviera púrpura. Al día siguiente, el equipo jugó luciendo los nuevos colores del uniforme. El cambio les agradó a todos y el año de 1937 se acordó el color morado como el oficial del club.
El monstruo despierta
Gracias a la dirección técnica de José Francisco "Pachico" García, los morados, como ya se les denominaba, ganaron el campeonato de Tercera División de 1947.
Con el nombre de Orión F.C. obtiene invicto el torneo de Tercera División; en 1948 en Segunda División, ya con el nombre Saprissa, obtiene nuevamente en forma invicta el título y asciende a la Primera División en 1949.
En ese año se lleva a su sede para siempre la codiciada Copa “Gran Bretaña” y gana posteriormente el Campeonato Relámpago que se acostumbraba celebrar de previo al campeonato nacional. Fue el primer título en Primera División, presagio del monstruo que apenas abría sus ojos. Fue el aviso.
El primer partido lo disputó el 21 de Agosto de 1949, contra La Libertad, venciendo por 3 goles a 1. El club ganó su primer campeonato nacional en 1952 en forma invicta y obtiene nuevamente ese logro en 1953.
Entre 1949 y 1959, Saprissa logró una década de fortalecimiento, pues se creo una generación de grandes futbolistas muy hábiles, como Catato Cordero, Marvin Rodríguez, Álvaro Murillo y Rodolfo Herrera. Este equipo ganó los campeonatos de 1952, 1953 y 1957.
En 1959 se convierte en el primer equipo de América Latina en viajar alrededor del mundo. El 29 de Marzo, bajo la dirección de Eduardo Viso Abella, abordaron el DC 6 de la empresa KLM con el cual visitaron 25 países, jugaron 22 partidos, ganando 14, empatando uno y sucumbieron en 7 ocasiones. Anotaron 66 goles y les convirtieron 46. El goleador de la gira fue Alvaro Murillo con 16 conquistas. El 10 de Junio, tras 59.055 kilómetros recorridos y 146.35 horas de vuelo, el DC 6 de KLM “Princesa Beatriz” trajo a la triunfante delegación morada.
El 15 de Agosto de 1961, recibe en el Estadio Nacional, al prestigioso Real Madrid con uno de los mejores jugadores de la historia, la “Saeta Rubia” Alfredo Di Stefano. Los merengues ganaron por 4 a 2 con goles de Del Sol, Canario, Di Stéfano en dos ocasiones para los madridistas y Juan Ulloa y Marvin Rodríguez para Saprissa.
El equipo del siglo
El Deportivo Saprissa fue designado por el periódico “La Nación” de Costa Rica como el mejor equipo del siglo XX en Costa Rica "El equipo del siglo". Esto por ser el equipo costarricense con más campeonatos en el siglo pasado, con 22 en 48 temporadas, superando a Herediano, que quedó con 21 en 75 temporadas y a Alajuelense, con 19 en 75 temporadas.
Cabe destacar también que el Saprissa es el equipo centroamericano con más títulos internacionales, con un total de once. Aparte de ser el equipo costarricense que más partidos internacionales ha disputado, sobrepasando los 700 partidos, entre 1950 y el 2007.
El Deportivo Saprissa tiene el récord de ser el único equipo de su país en ganar 6 campeonatos consecutivos de 1972 a 1977, hazaña hasta ahora no alcanzada por ningún otro equipo de la Liga costarricense de fútbol. Además, es el equipo con más cantidad de campeonatos nacionales con un total de 26.
Actualmente lleva 17 partidos consecutivos sin perder un clásico contra su archirrival la Liga Deportiva Alajuelense, convirtiéndose en la racha más larga en la historia de los clásicos costarricenses.
También se ha distinguido por tener ventaja en sus confrontaciones particulares sobre los 33 equipos de Primera División contra los cuales ha jugado desde su debut en la máxima categoría del fútbol costarricense en 1949.
En el año 2008, el Deportivo Saprissa logró implantar una marca de 17 partidos oficiales (15 de campeonato y 2 del Torneo UNCAF) sin perder frente a su máximo rival en el fútbol costarricense, la Liga Deportiva Alajuelense.
El presente
En los últimos años del siglo XX y en los primeros del XXI, el equipo entró en grave crisis económica, el pasivo se agigantó, se atrasaba el pago a los jugadores aunque paradójicamente se realizaron inversiones como la compra de la Casa Club y el fallido desarrollo de la Ciudad Deportiva, sin contenido económico, proyectos que agravaron la situación.
En esfuerzo por salvar a la institución, la asociación se transformó en sociedad anónima el 15 de Julio del 2000 pero no pudo superar la crisis, entrega de desaciertos de la organización. El Estadio fue rematado, pero merced a defensas legales oportunamente presentadas, el Banco Popular, demandante, no pudo entrar en posesión del bien. Entretanto, en forma providencial en el año 2003 el empresario mexicano Jorge Vergara Madrigal adquiere la mayoría del paquete accionario y logra salvar para algarabía de la afición morada, al club más popular de Costa Rica.
El estadio
El nombre es en homenaje al ex presidente y cofundador del club, Ricardo Saprissa Aymá.
La idea de lograr un terreno para la construcción de un campo de entrenamiento para el Deportivo Saprissa, y con el tiempo un estadio propio, surgió entre 1955 y 1956.
La búsqueda no sólo de un terreno para entrenar, sino también de un lugar ideal para construir el futuro estadio del Deportivo Saprissa duró su tiempo.
Se necesitaba que el terreno tuviera vías de comunicación fluídas a las principales provincias en especial fácil acceso para los aficionados capitalinos. Luego de balancear los pro y los contra de varios terrenos se llegó a una feliz resolución comprar 5 manzanas en el cantón de San Juan de Tibás.
El 3 de Agosto de 1965 se firmó la escritura de compra y un año después de la compra del terreno, le corresponde a don Ricardo Saprissa Aymá colocar la primera piedra, el día 12 de Octubre de 1966. Rápidamente se empieza la construcción de las graderías y los palcos, que fueron arrendados para poder obtener una fuente de financiamiento y así enfrentar los altos costos. Luego de seis años de esfuerzo se logra cristalizar el acto inaugural del Estadio Saprissa, el domingo 27 de Agosto de 1972, mediante el descubrimiento de la placa que da constancia del nombre oficial del Estadio, además se realiza el primer partido en este coloso.
El estadio es la sede más usada por la selección de Costa Rica, debido a los buenos resultados conseguidos históricamente ahí, y a que todos los jugadores aseguran sentirse bien jugando en dicho lugar. Tiene una capacidad real de 23.112 aficionados cómodamente sentados que lo convierten en el estadio de mayor capacidad y en consecuencia el más rentable en Costa Rica. Tiene una visibilidad excelente, el espectador más lejano se encuentra a 80 metros del centro del círculo central a un ángulo de 45° y el más cercano a 42 metros del mismo punto de referencia.
La clase de gramilla del estadio Ricardo Saprissa Aymá, es de fibra sintética ecológica, la primera y única en Centro y Latinoamérica. Esta gramilla de fibra sintética tiene el certificado de aprobación de FIFA, bajo el programa “Quality Concept” que se desarrolló hace cuatro años en Europa, con el fin de asegurar no solamente el buen desempeño de una superficie artificial y calidad de juego, sino también que garantiza la salud del deportista. Es de la más moderna tecnología en el mundo, lo que permite que se puedan jugar toda clase de partidos nacionales e internacionales y realizar conciertos internacionales, exposiciones comerciales y exhibiciones de cualquier tipo.
Palmarés
Torneos nacionales
Liga de Costa Rica (26): (1952-53), (1953-54), (1957-58), (1962), (1964-65), (1965-66), (1967-68), (1968-69), (1969), (1972),(1973), (1974), (1975-76), (1976), (1977-78), (1982), (1988-89), (1989-90), (1993-94), (1994-95), (1997-98), (1998-99), (2003-04), (2005-06) y (2006-07)
Subcampeón de la Liga de Costa Rica (15): 1950, 1955-1956, 1958, 1959, 1961, 1963, 1966-1967, 1970, 1971, 1984-1985, 1991, 1992, 1996-1997, 1999-2000 y 2002-2003
Torneos internacionales
Copa de Campeones de la CONCACAF (3): 1993, 1995, y 2005
Copa Interclubes de la UNCAF (5): 1972, 1973,1978,1998 y 2003
Torneo Centroamericano CONCACAF (1): 1970
Copa Camel (1985): Campeón
Copa LG (1998): Campeón
Copa del Torneo Grandes de Centroamérica (1998): Campeón
Copa Interamericana (ediciones 1993 y 1995): 2º puesto
Copa “Ricard” (Uruguay 2008): 2º puesto
Mundial de clubes (Japón 2005): 3º puesto
Fuentes consultadas:
* Wikipedia
* Sitio oficial del club Deportivo Saprissa
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(JOSEP SAMITIER, ex jugador y entrenador de fútbol español -1902/1972-)
(ANDY ROXBURGH, ex seleccionador escocés)
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Marco Antonio Etcheverry (Bolivia)
Marco Antonio Etcheverry nació el 26 de Septiembre de 1970 en Santa Cruz, Bolivia y es considerado uno de los mejores jugadores de Bolivia de todos los tiempos.
Etcheverry, cuyo sobrenombre es “El Diablo”, surgió de las canteras de la academia “Tahuichi Aguilera” y en su trayectoria pasó por los equipos de fútbol de Bolivia Destroyers, Bolívar, Oriente Petrolero, el español Albacete Balompié, el chileno Colo-Colo, el colombiano América de Cali, el estadounidense D.C. United (club en el que estuvo por 8 años), y los ecuatorianos Barcelona y Emelec.
El Diablo, fue la figura estelar de los últimos 20 años de la Selección de fútbol de Bolivia, habiendo participado en ella en 71 partidos, marcando 13 goles. Fue pieza fundamental para la clasificación de Bolivia al Mundial de USA 1994 junto con Erwin "Platini" Sánchez, Julio César Baldivieso, entre otros, dirigidos por el vasco Xabier Azkargorta.
Jugó la Copa Mundial de Fútbol de 1994, donde es recordado por jugar sólo cuatro luego del juego inaugural del partido contra Alemania, pues fue expulsado. También es recordado por haberle metido uno de los dos goles en los minutos finales del partido a la selección brasileña en la ciudad de La Paz, con el cual Brasil perdería el invicto en eliminatorias mundialistas.
Etcheverry, se unió al club de Estados Unidos D.C. United de la Major League Soccer (MLS) en su temporada inaugural en 1996, obteniendo con el club 3 campeonatos, siendo nombrado como el mejor jugador del campeonato en 1998. En 8 años con el equipo, Etcheverry jugó 191 partidos en la liga, anotando 34 goles y registrando 101 asistencias (el número de juegos y asistencias es un récord para el DC United). Etcheverry se retiró a finales de la temporada 2003.
En el 2005, fue nombrado como uno de los mejores jugadores de la historia de la MLS. También fue nominado para el botín de oro junto a jugadores como Carlos "El Pibe" Valderrama y otros de su época.
Para su retiro se hizo un partido de despedida en el Estadio "Ramón Tahuichi Aguilera" en la ciudad Santa Cruz De La Sierra en el cual estuvo presente el Presidente Evo Morales, la legendaria selección del 94, además de otras estrellas del fútbol como Diego Latorre, Sergio Martínez, José Luís Chilavert, Carlos Valderrama, Alex Aguinaga, Fernando Gamboa, Sergio Acosta, entre otros.
A los 36 años de edad, el 30 de Marzo de 2006, Etcheverry dejó el fútbol y el 12 de Abril de ese mismo año fue condecorado por la Cámara de Diputados de Bolivia como "Ciudadano Meritorio".
(HERNÁN DARÍO "Bolillo" GÓMEZ, director técnico colombiano)
(LUIS ARAGONÉS, exprimentado entrenador español, dirigiéndose a sus jugadores -del Atlético de Madrid- en la final de la Copa del 92 contra el Real Madrid)
David Arellano, hasta el último aliento
No era él quien había inventado esa pirueta, pero nadie la dibujaba mejor. Liviano y de frágil contextura, el chileno David Arellano se acostaba en el aire, de espalda al arco, y voleaba hacia atrás por encima de su alma. Se identificó tanto con este gesto que todos creían que lo había inventado, aunque en el Sudamericano de 1916 la prensa argentina ya lo había bautizado como “chilena” después de vérselo a Ramón Unzuaga.
Había nacido en Santiago, en julio de 1902, y desde niño se enamoró de la pelota. Tanto que en la Escuela Normal ya era irremplazable en el equipo. Enrique Abello era inspector de la Escuela e integraba la Selección Chilena, y lo llevó a Magallanes, su club.
Su carrera fue ascendente. En 1919, con 17 años, Arellano debutó con Magallanes en la primera división. Era un pequeño insider izquierdo, lo que décadas después sería “el 10”. En 1924 le llegó la hora de debutar en la Selección, donde ya jugaba su hermano Francisco, y se destacó en el Sudamericano disputado en Montevideo. Chile perdió los tres partidos y quedó en último lugar: el único gol de su país lo anotó David.
Además era profesor de educación física, en una década en la que la cultura deportiva se expandió definitivamente en toda Sudamérica. Era muy sencillo y respetuoso, parecía tímido. Pero era un visionario: sabía de la importancia del deporte y junto a sus hermanos y un grupo de entusiastas decidió que la mejor manera de expandirlo era fundar un club. Fue así que en 1925 dieron nacimiento a Colo Colo, sin saber que pronto se convertiría en sinónimo del fútbol chileno.
Siguiendo su espíritu pionero, Colo Colo fue el primer equipo de Chile que se aventuró en una gira lejana: Ecuador, Cuba, México y Portugal fueron testigo en 1927 de la calidad del equipo. Después España lo recibió con asombro y admiración. Y fue Arellano quien popularizó la “chilena” en Europa.
Ya en la Madre Patria había vencido al Deportivo Espanyol, con el arquero Ricardo Zamora y todo, una leyenda. En cada presentación despertaba más interés y arrastraba multitudes. Así llegó el 2 de mayo a Valladolid para enfrentar a la Real Unión Deportiva en el campo anexo a la Plaza de Toros...
Como una postal de época, los colocolinos salen portando una bandera española; David, el capitán, encabeza la fila con un ramo de flores. La cordialidad se traslada al juego, pero enseguida los locales se ponen 2-0 con goles de Barbachón y Pipi-Bombo. La reacción no tarda: “como si recién despertase ‘El Indio’, empiezan a atacar con mayores bríos, con más pujanza, con más fiereza. ¡Pero una fiereza limpia, caballerosa! Fiereza del corazón”, rescata la crónica de Raúl Ahumada.
Subiabre descuenta y el ‘Negro’ González empata. Colo Colo quiere ganar y Arellano se luce. Su hermano ‘Pancho’ tira el centro, David salta a cabecear y choca en el aire con Hornia, el centrehalf. Una rodilla del español impacta en su vientre y él cae exánime. Un murmullo helado atraviesa la cancha. Arellano yace pálido, la camilla que entra, la ambulancia después, el silencio, el juego que se reanuda 11 contra 10... Los chilenos ya no piensan en el partido.
Vuelven al Hotel Inglaterra, donde David agoniza. En la noche, las palabras del médico destrozaron el alma de la delegación: sólo se espera el final, de nada valdría una operación, sería un milagro que se recupere de esa peritonitis traumática. Las horas pasan. Valladolid amanece, pero no despierta. Porque no durmió. Tampoco él, con los ojos entrecerrados y en un solo quejido, pese a los calmantes. No hay consuelo, el compañero, el amigo se está yendo. Todos miran el alba desde los ventanales del hotel, pero sus miradas no están allí; buscan, sin encontrarlos, los picos de la Cordillera en el horizonte, como si la patria fuese una madre que los proteja del dolor. Arellano implora una operación que lo salve. Dos de sus hermanos, también del club, buscan a otro médico.
El sol no salió. Llueve en Valladolid. David despierta y pregunta cuándo lo operan, el doctor contesta con un silencio mortal. Lloran. Tratan de consolarlo, pero David pide un sacerdote para confesarse. Y se va.
Pasaron ocho décadas, pero en cada grito de gol, en cada alegría por un nuevo campeonato, Colo Colo lleva sobre su corazón el luto perpetuo en memoria del querido David Arellano.
(artículo escrito por Pablo Aro Geraldes a quien agradezco infinitamente su autorización para reproducirlo en este blog)
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-En la televisión hace mucho tiempo que se perdió todo. El último bastión fuerte de crítica, más allá de la ironía y la acidez que manejábamos, fue “Fútbol Prohibido”. ¿Qué pasó? La realidad es que si uno quiere hacer un programa sobre fútbol, independientemente de Torneos y Competencias, no tiene las imágenes. Por otro lado, los gerentes de marketing y comercialización les ganaron la batalla a los gerentes de contenidos. Si el periodista no vende algo, dejó de ser periodista. “Te pago, si me vendés”, y hay muchos periodistas que se han entregado a ese mecanismo.
-¿De qué forma?
-Te doy un ejemplo: a la pelota no se le pega con tres dedos, se le pega con cara externa. Nadie puede bajar esos tres dedos para pegarle a la pelota. Si los bajás, te los quebrás, ¿estamos? Eso es un invento. ¿Por qué cree que lo critican tanto a Pipo Gorosito? Lo matan porque se está uniendo al discurso del Flaco Menotti. Gorosito ya lo dijo: “Yo juego como él, yo leo una nota de él y me vuelvo loco”. Entonces, ya está. Encima, se le fue de Chicago a Niembro y éste tiene hasta el 2014 para pegarle.
(NORBERTO “Ruso” VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, en declaraciones al diario “Página 12” del domingo 31 de Agosto de 2003)
(JORGE VALDANO, ex jugador, escritor y periodista argentino dando en 1995 una definición de nuestro fútbol)
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(VALERI NEPOMNIACIJ, técnico ruso, refiriéndose a Roger Milla, veterano centrodelantero de la selección de Camerún en Italia 90)
Tristemente Mago (Pedro Valle - El Salvador)
surgió con paso seguro,
desequilibrando al tiempo
con la finta del talento.
Fiesta que nace en los pies,
balada del único hombre que trasciende geografías
con el sol de la nostalgia.
Artista entre multitudes,
regalando hermosas tardes
junto con flores nuevas en la garganta del viento.
Van Goh de los amarillos,
entre la luz y la sombra siempre ganas el partido
en el estadio de la vida.
Regresa de los mares, singular conquistador,
con tu generosa estrella en lo alto de los sueños,
para todos los que tienen una patria de dolor.
(Poesía dedicada a Jorge "Mágico" González y extraída del poemario “Del fútbol y otros lugares del asombro”, ganador de los Juegos Florales de Chalatenango, 2006)
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(ALFIO "Coco" BASILE, director técnico de la Selección Argentina, dando esta definición en 1999)
(ZBIGNIEW BONIEK, ex internacional polaco, refiriéndose al goleador de Italia en el Mundial de 1990)
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Chilavert
Me enfrento al partido Paraguay-España con el interés añadido de contemplar el comportamiento de Chilavert, un guardameta que prepara los partidos de fútbol como Cassius Clay (o Muhammad Alí, para los amigos) preparaba sus encuentros de boxeo. Alí le comía la moral al adversario prometiéndole convertirle en puré transformable en pienso compuesto para gallinas infelices, y había que ser o muy tiarrón o muy tonto como para subir al cuadrilátero con los congojos en su sitio y medida. Chilavert preparó el partido contra España cebándose en Casillas, al que prometió meterle dos goles sin salir de su propia portería, según la misma magia empleada por Helenio Herrera cuando prometía ganar los partidos sin que su equipo bajara del autocar.
Pero nada más planteado el encuentro, Chilavert abrazó a Casillas y estuvo tan cariñoso con él que yo diría que le estaba cantando un bolero, y Casillas, que es demasiado joven para que un colega le cante boleros al oído, trataba de salir del meloso acoso con la entereza presumible en un portero español y además del Real Madrid. Pero Chilavert siguió con los boleros y le regaló un gol a España y un penalti, y trataba de cantarle otro bolero a Raúl, más avezado en cantables que Casillas y que lo escuchó con la sonrisa plena, desde la seguridad de que Hierro no fallaría y se iba a producir el tres a uno a favor de la selección española. No sólo estuvo Chilavert cariñosísimo con los jugadores españoles, sino que en sus salidas como portero escoba, es un decir, sólo confirmó su propia peligrosidad, una peligrosidad objetiva, tanto por los kilos excesivos como por las estadísticas, donde se demuestra que Chilavert, cuando sale de su territorio étnico, el área, es más un espectáculo que una amenaza.
Consiguió tirar un saque libre contra la portería de Casillas, no mal lanzado pero sí algo lánguido, abolerado diría yo, y el portero español lo paró con discreta suficiencia; tampoco era cuestión de humillar al adversario. Pocos se explicaban por qué el feroz Chilavert se había convertido en el más importante amigo de la selección española, y hubo quien intuyó una operación de imagen de cara al mercado futbolístico español, especialmente el barcelonés, donde Van Gaal es potencial fichador de todos los porteros globalizados, incluso de los que están en fase de liquidación de fin de temporada, dentro de una enigmática operación de coleccionismo de porteros que forma parte de la más inesperada y por ello inteligente estrategia del equipo Gaspart.
No consigo complicidades con este campeonato del mundo matinal y secuestrado por la televisión privada. Menos mal que miles de coreanos, del Actor's Studio local, todos los días consiguen excelentes mimesis de todos los Manolos del Bombo nacionales.
(extraído del excelente libro “Fútbol: una religión en busca de un Dios” de Manuel Vázquez Montalbán, Ed. De Bolsillo)
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Entre las historia curiosas del mundo del fútbol hay una sucedida a mediados de la década del 90 en la Romadera (estadio del Real Zaragoza) que es además de curiosa muy divertida. Si hacemos memoria, años atrás Carlos Bilardo entrenaba al Sevilla español y en dicho equipo jugaba Diego Armando Maradona.
En un momento del partido que en Febrero de 1993 enfrentaba al Sevilla con el Deportivo La Coruña se dio una jugada polémica, y Bilardo exclamó aquel famoso “písalo” refiriendose a que pisaran a un jugador del equipo rival antes de correr en su ayuda. La historia viene a colación pues tiempo después se enfrentaban en un partido de Copa UEFA el Zaragoza contra un equipo inglés (del cual no recuerdo el nombre), el partido se jugaba en la Romareda (Zaragoza) y ya es sabido el carácter de los hooligans ingleses… al rato empezó el desparramo y los incidentes provocados por los británicos, como de costumbre. Es entonces cuando salta la policía y empiezan a golpear hooligans y los seguidores del Zaragoza a coro cantaron la famosa frase de Bilardo: “písalo, písalo, písalo…”, motivando a la policía para que le diera más fuerte. Lo gracioso es que los ingleses entendieron “paz y amor”, como aquella famosa canción de John Lennon, si uno dice “písalo” de forma rápida y sabiendo que eran miles de personas lo que los cantaban, se puede advertir como parece que dice “peace and love” (paz y amor).
Al día siguiente los periódicos ingleses destacaban el buen carácter y bonomía de los seguidores del Zaragoza.
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(MANUEL SEOANE, ex jugador de fútbol argentino de la década del '30)
San Gennaro (Rafael Bielsa - Eduardo Van der Kooy)
-Jorge -le dijo Marcela por el intecomunicador-, te llama el profesor Gennaro. Me parece que es del exterior.
-¿Qué profesor Gennaro? Yo no conozco a ningún Gennaro-.
En ese preciso instante le vino a la memoria el cuerpo bajo y romboidal, con las espaldas sumarias, los piecesitos de bailarina de caja de música, el enorme vientre hemisférico, y aquellos párpados semejantes al abombado telón de un escenario, que él subía y bajaba y volvía a subir lánguidamente. Lo había conocido en Nápoles, en Julio de 1990, antes del Mundial de Italia, y le había quedado debiendo cincuenta mil liras, cerca de cuarenta dólares. Cuatro años después, a días viajar al Mundial de Estados Unidos, el profesor Gennaro esperaba al teléfono desde el otro lado del Atlántico.
-¿Qué le digo, Jorge? -insistió Marcela.
-Nada, pásamelo.
En Abril de 1990, Maradona había consagrado por segunda vez al Nápoli monarca máximo del fútbol italiano. Tres meses más tarde, Argentina debía continuar su rueda clasificatoria en Nápoles. Había debutado, perdiendo sin misericordia por uno a cero contra Camerún en Milán; ahora la esperaban Rusia y Rumania en el sur de la Península.
Jorge y Federico, su hijo, llegaron a Nápoles a las once de la mañana, con tiempo de sobra como para sacar las entradas. La camiseta argentina de Federico con el diez en la espalda era el salvoconducto con el que obtener información sobre el mejor modo de llegar al estadio San Paolo, sonrisas de simpatía, y hasta una millefoglie de regalo, exquisita pasta cubierta de crema espesa y azúcar impalpable que les ofrendó una enana con su manita lóbrega y arrugada. El mágico nombre de Maradona, y todo lo que estuviese dentro de su área de atracción, producía portentos.
-¡Hola, Gennaro, cómo estás! -lo saludó Jorge, con una mezcla de ímpetu y de mala conciencia-. Me alegra mucho escucharte.
-Ciáo, Giorgio, anche a me' fa piacere ascoltarte.
Jorge recordó que llegados al exterior del San Paolo, se encontraron con que había un par de ventanillas abiertas, y algo así como una lombriz solitaria integrada por miembros de la camorra revendiendo entradas. Hicieron la cola, y al tocarles el turno comprobaron, irremediablemente, se habían agotado los biglietti. Antes de que la última vocal de la negativa se apagara una veintena de revendedores los rodeó, con una paleta de ofertas que excedía todo lo imaginable: ubicación en la "Curva A", en la "Curva B", almuerzos en la trattoría Pasqualino, mujeres adolescentes de Pozzuoli, la patria de Sofía Loren, paseos en la Circunvesub, adolescentes marroquíes venidos del Sahara y de las montañas del Atlas, alojamiento cerca del Pendino di Santa Barbara, taralli dulces recién sacados del horno incandescente.
Cuando casi habían comprado las entradas a un muchacho al que la desesperación hacia persuasivo, se escuchó una voz con el timbre graso y alquitranado del fumador de toscanos: "gli amici son argentinos, de la patria de Diego. Que paguen lo que es justo, y denles "Curva B", que es donde están los amigos de los amigos". Jorge y Federico se dieron vuelta, y allí estaba Gennaro, que con una reposada mirada de sus ojos de escuerzo dirigida al vendedor perfeccionó la operación de modo inapelable. Professóre Gennaro Sgádari di Lo Monaco, piacere, se presento. "¿Qué piensan hacer hasta la hora del partido?"
Como no eran más de las doce, Jorge y Federico aceptaron la invitación de Gennaro, subieron a su auto, y se dispusieron a conocer la ciudad a la que cada cincuenta años llega el viento negro, el chiorni vetier, desde el pueblo de Constantinovka, de las tierras cosacas del Dniéper, para teñir lo que toca de color negro y de tristeza.
Al pasar por el número 28 de la Via Butera detuvo la mácchina, señaló un palacete con una fachada del siglo XIX que daba a la propia Via Butera, y otra del XVIII que daba al paseo marítimo del norte, y con voz ceremoniosa anunció que se trataba de la casa de Diego. En la parte que enfrentaba el mar tenía una terraza alta y amplia con una vista magnífica de la bahía. El profesor Gennaro les contó a Jorge y a su hijo que él conocía la casa, que tenía una escalera de mármol rojo y dos bibliotecas: la especializada en Historia, en una habitación amplia del segundo piso, y en el piso de abajo (donde Claudia convocaba a sus tertulias sobre lírica) la que albergaba las vitrinas con los libros de literatura. "Esta es la que prefiere Diego, y lo he visto con mis propios ojos -alta la noche- leyendo detrás de las cortinas movidas por la brisa del mar recamado de escamas color vino, que, es el verdadero color del mar según Homero", rememoró Gennaro. Jorge torció hacia abajo las comisuras de la boca, como un Buda agrio, pero no dijo nada porque pensó que a fin de cuentas el hombre era local, y debía saber de lo estaba hablando.
Viajaron otros cinco minutos, y llegaron a la casa de la Via Ruggero Settimo, donde vivía Lila Iljascenko, la seconda moglie de Diego. "Allí cantan a dúo canciones rusas con un piano desafinado", añadió el profesor, “y Diego guarda sus propios libros que ha mandado encuadernar, la única extravagancia que se permite, además de ir personalmente al mercado a comprar unos calabacines que le gustan”.
¡¡¡¿¿¿Cantan a dúo???!!! -preguntó Jorge, a quien esto ya le pareció demasiado-.
El Profesor Sgádari di Lo Monaco, con un mohín benevolente, lo amonestó: Cave obdurationem cordis, ¡ojo con la dureza del corazón!
Cuatro años después, el hilo telefónico reproducía con fidelidad la voz de Gennaro. ¿Vas a la Copa? -Seguro -contestó Jorge-, salgo para los United States en unos días. Instantáneamente recordó el encuentro entre el propio Maradona y el profesor.
"Venía del mercado con una bolsa tejida y los calabacines dentro, y lo saludé al pasar: '¡Salve, Maestro!' Maradona se detuvo, cambiamos unas palabras, y me recitó un fragmento de un poema de Drinkwater, con algún error de traducción, debo decirlo, pero también muy hermoso. 'Ahora el dolor lastra mi sombra' dijo con sentimiento, y no está nada mal / habitar con mis padres donde ni el miedo ni el cariño / pueden ya alcanzarme, ni el rencor de los hombres ni mi atormentada culpa, / mientras el musgo urde despacio el final de mi nombre olvidado".
También recordó las cincuenta mil liras que le debía a Gennaro.
"Entonces, si vas al calcio, podemos encontramos en América". Evasivo, Jorge le respondió que tenía entendido que la sede de Italia era Nueva York, y la argentina Boston.
"¡Ma' qué Italia ni qué Nueva York! ¡Nosotros vamos a Boston! Viajamos con Renato Montuorí, il capo de los ultras de la "Curva B". ¡Maradona! ¡Vogliamo vedere ancora una volta Maradona!'
El olor a sahumerio, a hierbas votivas del corazón del bosque casi podía olerse a través del teléfono. Como sucede con las religiones jóvenes, el regocijo del corazón es todo el propósito que anima la existencia.
(Este relato se publicó en el libro "La vida en Rojo y Negro" de Rafael Bielsa y Eduardo Van der Kooy, Catálogos, 1999)
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(RENATO CESARINI, recordado ex jugador y técnico ítalo-argentino, dando esta definición en 1970 al excelente defensor de paso por el fútbol argentino y brasileño)
(OSCAR WASHINGTON TABÁREZ, técnico uruguayo)
La canción del brazalete (Inglaterra)
él era un 'red'
Torres, Torres
Nunca caminarás sólo, decía
Torres, Torres
Compramos al chico
en la soleada España
Agarra el balón
y marca de nuevo
Fernando Torres
es el número 9 del Liverpool
Na Nar, Na Nar, Na Nar...
Fernando Torres
Mientras militaba en el Atlético de Madrid, y era su capitán, llevaba inscrito en su brazalete las palabras “You´ll Never Walk Alone”, lema del club ingles que, paradojicamente, le fichó posteriormente. Este hecho ha sido la base para realizarle al futbolista español la canción que ahora corean los seguidores de los "reds" a su nuevo ídolo.