(ERNESTO MASCHERONI, Ernesto Mascheroni, Campeón Mundial con Uruguay en 1930, en entrevista concedida a "Jornal da Tarde" del 29 de Mayo de 1978)
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(ERNESTO MASCHERONI, Ernesto Mascheroni, Campeón Mundial con Uruguay en 1930, en entrevista concedida a "Jornal da Tarde" del 29 de Mayo de 1978)
Pelota de cuero (Augusto Cortéz - Argentina)
No se sabe dónde, cuándo y en qué lugar, creo que en Bell Ville, Córdoba, Argentina, Pedro, Lorena y Tadeo estaban aburridos y empezaron a patear piedras.
A Pedro sin darse cuenta, se le encendió la lamparita de las ideas y dijo: ¡Vamos a hacer una pelota de verdad, redonda y que no duela al patearla!
Agarraron papeles, gomas, hilos, agujas y pedazos de cueros y empezaron a coser en hexágonos como habían aprendido en geometría en la escuela.
Y se formó algo redondo que picaba y rebotaba en el suelo por la cantidad de goma que tenía dentro. Y la llamaron PE-LO-TA por Pedro, Lorena y Tadeo.
Al verlos los chicos del barrio con el nuevo juguete preguntaron ¿podemos jugar? ¡Sí, dijeron los tres, vamos a jugar a la PELOTA! y jugaron hasta que se puso oscuro.
Y todos quisieron una. El papá de Pedro que era zapatero hizo unas cuantas con cámara de goma y aire. Y así nació este juguete que tanto nos gusta a chicos y grandes.
Otro cuento de fútbol (Marcelo Carlos Zona - Argentina)
“Si la historia la escriben los que ganan,
eso quiere decir que hay otra historia”
Eduardo Mignona
1. Llegar
Al principio no era fácil. No es como ahora que viene cualquiera y te arma una prueba ve dos o tres pibes que andan más o menos y se los lleva a un club grande. Encima está esa diferencia, los vienen a buscar prácticamente a la puerta de su casa. Si yo he visto esas convocatorias que hacen en la Placita, ¿cuántos chicos meten? ¿500? ¿600? Antes, en cambio, conseguir una prueba en un club de primera te costaba un huevo y si no tenías un buen contacto era muy difícil que se te abrieran las puertas. Me acuerdo que nos fuimos toda la banda. Éramos seis o siete de los integrantes de ese equipo de Argentino que arrasó en el campeonato de la Liga, le habíamos sacado como veinte puntos al segundo, cuando todavía se repartían dos por partido ganado, si hubiesen sido los tres de ahora creo que dábamos la vuelta olímpica en la mitad del torneo. Pero tuvimos suerte, porque nos recibieron en Ferro y estuvimos dos semanas probándonos. Te digo, nos fue bárbaro, si hasta nos metieron en la pensión y nos daban la comida. No gastamos un cospel en nada. Sólo tuvimos que poner en los pasajes de ida y vuelta o en algún que otro taxi que usamos para recorrer y conocer Buenos Aires. Yo anduve bien esos días. ¡Ojo! No me agrando, pero de verdad, anduve bien. No en cambio lo otros chicos. ¿Sabés que pasa? Que en la cancha, entre nosotros, éramos unos fenómenos. Nos conocíamos de memoria, cada uno de nosotros sabía lo que el otro iba a hacer. ¡No es para menos, che! Si empezamos a jugar juntos en el baby, así que sacá la cuenta fueron casi diez años en los que nos veíamos dos o tres veces en la semana para entrenar y los sábados o domingos para los partidos. Para mí, te digo la verdad, allá en Buenos Aires jugamos todos bien, un poco más, un poco menos, pero estuvimos dentro de lo que habitualmente sabíamos hacer y ¿sabés qué?, a mí fue al único que llamaron. Nadie lo podía creer. Del grupo yo era el más chico, tenía 16 años recién cumplidos y los otros me llevaban uno o dos. Casi había ido de colado, como el hermano menor que sigue al mayor por todos lados. ‘¿A vos? No jodás, Qué te van a llamar a vos’, me decían los otros pibes. No lo podían creer. Pero era cierto. Creo que me dejaron porque era un flaco alto que jugaba de defensor. Los tipos pensaron que me iban a tener cinco o seis años con ellos, tiempo al cabo del cual les quedaba su modelo de jugador, su ideal.
2. Partir
Creí haber tocado el cielo con las manos. Te repito, en esa época no iban muchos a Buenos Aires y yo que había ido, quedé. Se lo dije con una alegría enorme a mis Viejos y no veía la hora en que llegara el día en que tenía que viajar. Me acuerdo que charlábamos bastante con mis Viejos sobre todo lo que significaba irse, pero yo no les daba ni cinco de pelotas, no veía la hora de irme. En esos días, creo, fue cuando empecé a dejar los libros. Estaba en cuarto año del secundario... Era un pendejo, tenía la cabeza en otra cosa, me imaginaba que iba a llegar, que iba con el fútbol iba a salvar a toda la familia y que no iba a tener necesidad de tener un estudio. Cosas de chicos. Después en Buenos Aires me anoté en un nocturno, pero duré un par de semanas y largué. Yo tenía la idea fija de jugar al fútbol, para mí todo era fútbol, fútbol y fútbol. Además llegué a la pensión del club que en esa época era como un hotel cinco estrellas. No nos faltaba nada. Nos daban las cuatro comidas diarias bien abundantes, televisión, calefacción en invierno y aire acondicionado en verano. Un lujo total. Y vivíamos en Caballito, en plena Capital Federal, que no es lo mismo que estar... Qué sé yo, en Avellaneda, por ejemplo. Ahí teníamos todo a mano, el club a dos pasos y a lo sumo una hora de viaje hasta Pontevedra, donde entrenábamos casi todos los días de la semana. Y eso lo valorábamos, porque veíamos a los otros pibes que se levantaban a las cinco de la mañana y se tomaban dos o tres urbanos para llegar hasta el club. Lo que era en esa época Ferro, no te imaginás. Estaba arriba en todos los deportes, ibas caminando entre la cancha de fútbol y la de básquet y te cruzabas con todo tipo de figuras. De vóley, de gimnasia, con los campeones de la Liga Nacional de básquet y con los vagos de primera que habían ganado el título del ’82, que yo los había visto en mi casa por la televisión.
3. Estar
Al principio, como todo era nuevo, todo me parecía lindo. Pero con el paso del tiempo las cosas se fueron complicando o, mejor dicho, haciéndose más difíciles. Había que estar todos los días al pie del cañón a las siete de la mañana, sobre todo cuando uno es adolescente y te empiezan a gustar otras cosas, cuando se te despierta el indio. Para colmo, Buenos Aires es una ciudad tramposa, tenés de todo ahí nomás al alcance de tus manos. Es muy dañina si sos una persona que no conoce sus límites o si no tiene la capacidad para ponérselos. Las minas que veíamos. Cada giro y encima cuando vos le decías que eras futbolista y que estabas en Ferro, quedaban regaladas. Pero guarda que nosotros sabíamos cuando salir de farra, lo manejábamos, porque al otro día tenías que estar arriba a las siete y los tipos se daban cuenta al toque si vos habías descansado bien o no. Había que rendir a full en todas las prácticas. Lo nuestro no era la noche. Era la tarde. Después del almuerzo no nos quedaba otra que hacer una buena siesta y cuando nos levantábamos salíamos a girar. Le tirábamos los galgos a todas las minas que veíamos por la calle. No podías dejar pasar una oportunidad porque en diez millones de personas cuándo volvés a ver una piba. ¿Sabés qué? En esa época no teníamos nada en claro, sobre todo con uno mismo. Pero a esa edad qué querés. Si bien en la pensión no nos faltaba nada, estaba a seiscientos kilómetros de mí casa, de mis Viejos o de la gente que te pudiera dar un sano consejo. Hoy me doy cuenta que si hubiese tenido las pilas puestas en llegar, en lugar de haber estado pavoteando por ahí, tendría que haberme quedado en el gimnasio o después de hora en la práctica puliendo los defectos. No lo vas a creer, pero yo no sé cabecear. Sí. Estuve seis años en un club de primera y no aprendí a cabecear. Cuando lo entendí era tarde, ya estaba jugado. Me di cuenta cuando me tocó la colimba y no hicieron nada para que zafara. Si les hubiese interesado hubiesen hablado con los milicos, pero no. Los tipos me dejaron ir como si nada. Debería haber tenido los huevos suficientes para encarar a los técnicos de frente y hablarles directo para saber cuales eran mis posibilidades, qué querían de mí y definir de esa manera tu futuro, el rumbo de tu vida. Si los tipos hubiesen sido francos, sinceros, me lo deberían haber dicho también y podrían haberlo hecho cuando firmé el contrato, cuando me hicieron profesional. En una de esas me podía enchufar de nuevo y meterme en carrera otra vez. Me hubiese alcanzado con ver a otros jugadores, si adelante mío estaban Cúper y el ‘Gallego’ Vázquez. Con copiarles algo de lo que hacían me alcanzaba. Pero yo ya estaba jugado y cuando entraba a la cancha buscaba divertirme. Me acuerdo que un día en la cancha de Racing, jugando con la reserva, me venía una pelota divina, re-fácil, caía colgadita y todo aconsejaba que tenía que reventarla de primera para que después se encargaran los delanteros de conseguirla, sin embargo la paré, la puse abajo del botín y aguanté la cara del nueve de ellos, cuando estaba cerca amagué que le iba a pegar, pero la cambié de derecha a izquierda y salí jugando, levanté la cabeza y se la dí al cinco, que estaba pasando por una situación similar a la mía. No sabés la gente en las tribunas, se venía abajo, para colmo ya estábamos cerca del final del partido, así que se habían juntado bastantes simpatizantes de ambos clubes. Pero en el banco, el ‘Cai’ me quería matar, no te imaginás cómo me puteaba. Por un lado tenía razón, no sólo estaba arriesgando una pelota, sino también un montón de guita. El dinero de mis compañeros y el suyo. Pero por el otro, loco, ¡qué falta de campito! Te cuento, ellos sostenían que en esa época, en Argentina, solamente Olguín podía salir jugando con la pelota, el resto teníamos que reventarla. Y yo no era así. No lo sentía. Había otros chicos que no tenían problemas, les pedían que la reventaran a la tribuna y zas, allá iba la pelota, si había que cortar un ataque del rival bajando a un jugador, con foul, no dudaban a darle de la rodilla para arriba. Yo, en cambio, había escrito mi final en Ferro, aunque en realidad hacía las cosas esperando que me vieran de otro club y me llamaran. Yo ahí ya no quería seguir jugando, es como que me había dado cuenta que me usaron, que me tuvieron para la competencia con otros zagueros centrales o, por mi estilo, para entrenar a los delanteros propios, nada más. Creo que ellos sabían que yo nunca iba a jugar en primera... desde el principio. Que se la va a hacer, fueron años contradictorios, con cosas feas, las menos, y otras muy lindas. Me acuerdo de una espectacular.
Veníamos desde Pontevedra en el auto de Oscar Acosta, él, Marchesini, El ‘Gallego’ González, El ‘Mago’ Garré y yo; entrando a la Capital nos pasamos un semáforo en rojo y nos paró un milico, ya no estaba por hacer la boleta y Acosta, para zafar, le dice, “Pará Viejo, sabés qué pasa, que tenemos que llegar rápido a la cancha porque concentramos. Nosotros somos jugadores de primera”. “¡Ah! ¿Sí? ¿Dónde che?”, nos pregunta el tipo. “En Ferro”, le contestó. El cana se inclina sobre sí mismo y empieza a observarnos uno por uno, de repente empieza a zarandear al cabeza como afirmando y me señala a mí. “Tenés razón a ese yo lo conozco, lo ví en los diarios”, dijo y nos dejó pasar. A mí me reconoció, que ni siquiera iba al banco de suplentes y los otros tipos ya habían ganado todo, venían de ser campeones de primera, jugaron la Copa Libertadores y encima tenían selección. En fin, cosas lindas que uno recuerda. Como los buenos compañeros, porque guarda, ahí no hacés amigos. Decime si a una persona con la que compartiste seis años de tu vida, con la que viviste junto en una pensión, en un departamento, con la que conociste mujeres y la noche de Buenos Aires, con la que compartiste sueños e ilusiones, no la vas a llamar por teléfono en las malas para brindarle una palabra de aliento. ¿Vos lo harías? Yo sí. Sin embargo, nadie me llamó. Solo como llegué, también me fui. Años después el ‘Mono’ Burgos sé que anduvo preguntando por mí, mandó a pedir mi número de teléfono, pero... Ya estaba, ya había pasado todo. Yo quería olvidar. Lo podría haber llamado, pero no lo hice cuando las cosas no le estaban saliendo bien, cómo iba a quedar que lo llamase ahora que estaba en la cúspide, rodeado por el éxito. Son cosas que vos pensás. Es que pensás mil cosas. No sé si está bien o mal. Pero ya está, en una de esas la vida nos pone frente a frente en el camino y charlamos como si nada hubiera pasado.
4. Volver
¿Qué hago? Tenía 21 años y nada en la vida. De repente me salió una oferta en Tucumán y sin pensarlo, desesperado agarré. Así que me fui para allá sin estar convencido. Sentía la obligación de tener algo, un club donde jugar para demostrarles a todos que contaba con condiciones. Pero me encontré con otro mundo. Un mundo muy distinto al de Buenos Aires en todos los sentidos. Yo venía de tener mi platita todos los meses, el recibo de sueldo, un departamento y lo que te imaginaras al alcance de tus manos. Y allá tenía que correr detrás de un dirigente para que me pagara lo que me había prometido, no te daban la guita, se escondían, esperabas el día del partido, cuando aparecen todos, pero ni así. Salía de la cancha a mil y los tipos ya no estaban más. El punto final fue en la previa del clásico, ese sábado se casaba mi hermano y yo no pude venir porque el domingo jugábamos. Qué bajón. Con todo lo que ya me había perdido. Creo que estuve una o dos semanas más y me pegué la vuelta. Dejé todo y no me acuerdo si cobre lo que me habían prometido. Me volví a Buenos Aires. Fui a parar al departamento de una mina que tenía en ese entonces. Ella laburaba y vivía sola. Así que ahí me instalé, pero a medida que pasaban los días y no llegaba ni una oferta, entré a desesperarme, no sabés qué hacer de tu vida. Estaba pintado, yo que había estado tan cerca de jugar en primera, ahora estaba pintado y mantenido por una mina. Toqué fondo. Llegué bien abajo. Jamás me lo hubiese imaginado, ya no quería saber más nada con el fútbol, en lo único que pensaba era en poder encontrar un lindo trabajo y formar una linda familia. Pero por suerte todavía estaban mis viejos. “Volvé cuando quieras, que ahí todavía está tu camita”. Eso me dijeron. Son de fierro, porque ellos también cargaban sobre sus espaldas con mi fracaso. Perdieron un hijo a los dieciséis años, tenían puestas sus esperanzas en él, como todo padre, que le vaya bien, que triunfe, que se asegure un futuro y nada. El guaso volvió con una mano atrás y otra adelante. Sin trabajo. Sin perspectivas. Porque encima yo no podía jugar al fútbol en ningún lado. Ahí me dí cuenta de lo valioso que es tener una familia, de las pequeñas cosas de todos los días, de lo que significa volver a las raíces. Al final, terminé arreglando con un club de la Liga, pero no sabés lo que significó salir a la cancha todos los domingos. La gente iba a verme con cierto grado de expectativas. Yo venía de Ferro, de estar muy cerca de primera. Se sentía la presión. Para colmo, yo andaba muy mal. Me pasaban por todos lados, por arriba o por abajo. Este... Es una forma de decir, tan bagre no era, pero no respondía para nada. Entonces empecé a escuchar los comentarios. “¡Este estuvo en Ferro!”. “Claro, como no lo van a mandar de vuelta”. Y así, como esos un montón, cientos, miles. Pero qué sabían lo que me estaba pasando. Había días enteros que me la pasaba encerrado en la pieza de mi casa llorando. No era fácil asimilar todo lo eso... El fracaso. Hasta que un día dije “se van todos a la mierda. Si hay plata arreglo, aunque puteen a toda mi familia”. Vino un club de la región y ahí fui. Después otro. Con la plata me compré cosas para ir haciéndome la casita, ya había empezado a salir con una piba, que ahora es mí señora, y las cosas empezaron a mejorar. Conseguí trabajo. Ahora tenemos una pibita, es preciosa, tiene meses nomás. Es como que me olvidé de todo eso que pasé. Empecé a vivir de nuevo. Porque si hubo algo bueno en todo esto es que aprendí a querer a las personas tal como son, con sus virtudes y defectos. Hubo muchos que eran muy amigos, amigazos, mientras yo estaba en Buenos Aires. Cada vez que venía los tenía a mi alrededor, me preguntaban cosas, charlábamos mucho, incluso estaban aquellos con los que cenábamos todas las noches juntos. Pero cuando volví ya no me daban la misma bola que antes, era un “Hola, que tal”, seco, cortante y al pasar. Entonces la cabeza empezaba a funcionar a mil y se preguntaba si esos tipos alguna vez te habían valorado como persona. Me sentía usado. Me acordaba cuando se despedían de mí y le mandaban saludos a los que estaban en Buenos Aires. ¿Sabés para qué? Para tener presencia ellos, te usaban para estar en contacto. “Dale saludos a tal”, “No te olvidés de decirle a fulano que le mando saludos” o sino iban para allí y te ponían como carta de presentación, “Víctor me dijo tal cosa”, entonces empezaban un diálogo con un tipo que de otra manera no les habría dado ni cinco de pelotas, a lo sumo les podría haber firmado un autógrafo, nada más. Ahora lo entiendo a Ballas. Yo no llegué a ningún lado, pero él sí, fue campeón del mundo, tuvo fama, dinero y ahora anda en una motito. Muchos se le cagan de risa cuando lo ven pasar, pero yo no. Yo lo admiro. Se lo ve auténtico, disfrutando la vida que armó después de todo eso. Lo entiendo, como no lo voy a entender, si yo también lo pasé. A veces tengo ganas de llamarlo y sacarme una foto con él. Me da vergüenza. No sé. Quizás algún día me anime. ¿El fútbol? Bien gracias. Voy los sábados a jugar en el comercial, pero mucho no me gusta tampoco, porque dicen que es para hacer deportes nada más, pero hay unos nenes que meten como si estuvieran jugando la final del mundo. Voy por compromiso. Por eso voy a veces nomás. Tengo ganas de divertirme adentro de una cancha, ya sufrí mucho. Así que le hago a la bocha los jueves por la noche con un grupo de amigos, tenemos reservada una cancha y ahí nos juntamos como lo hacíamos antes, cuando éramos chicos. No perdimos esa mágico funcionamiento que habíamos logrado en Argentino, cuando salimos campeones invictos y choreando. Creo que si nos pusieran a todos adentro de una misma cancha, les pintamos la cara a más de uno. ¡Bah! Es una forma de decir, porque algunos tienen panzita y otros directamente panza. Yo no. No perdí la costumbre de salir a correr, de hacer ejercicios, es saludable, además, voy dos veces por semana al gimnasio. Trato de sentirme en forma, me ayuda en muchas cosas, sobretodo porque me pone de buen humor, que ayuda en el trabajo y en casa. Después miro mucho fútbol por televisión, me gusta... ¡Uy! Ahí viene mi señora con la nena. Mozo, me cobra los dos cortados. Dejá. Yo invito, me vino bien charlar un rato sobre todas estas cosas. Nos juntamos otro día y te cuento todas las anécdotas que tengo. Chau. Suerte.
(Un inmenso Gracias! a Marcelo Carlos Zona por su generosidad al enviarme este cuento para subirlo al blog y compartirlo con todos ustedes)
(ALFREDO DI STÉFANO, ex jugador y técnico de fútbol)
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Justamente antes de aquel último encuentro, contra San Lorenzo, sus dirigidos quisieron ponerlo en antecedentes sobre el delantero azulgrana Rodolfo "Lobo" Fischer: “Mire que es un delantero muy peligroso, Maestro”, le dijeron, agregándole que “habría que ponerle un hombre encima para no dejarlo recibir y girar”.
Didí los escuchó sin alterar su serena imagen, mientras sostenía en una mano el infaltable café y en la otra un cigarrillo. “Ustedes no se preocupen por el Lobo Fischer, es un jugador que se marca solo”, los tranquilizó el estratega del triunfo brasileño en el Mundial de Suecia.
Conclusión: perdieron 4-0, Fischer fue imparable y Didí tuvo que ir a buscar trabajo.
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La mano de Dios (Rodrigo Bueno - Argentina)
crecer y sobrevivir a la humilde expresión.
Enfrentar la adversidad
con afán de ganarse a cada paso la vida.
En un potrero forjó una zurda inmortal
con experiencia sedienta ambición de llegar.
De cebollita soñaba jugar un Mundial
y consagrarse en Primera,
tal vez jugando pudiera a su familia ayudar...
A poco que debutó
"Maradó, Maradó",
la voz de él fue quien coreó
"Maradó, Maradó".
Su sueño tenía una estrella
llena de gol y gambetas...
y todo el pueblo cantó:
"Maradó, Maradó",
nació la mano de Dios,
"Maradó, Maradó".
Sembró alegría en el pueblo,
regó de gloria este suelo...
Carga una cruz en los hombros por ser el mejor,
por no venderse jamás al poder enfrentó.
Curiosa debilidad, si Jesús tropezó,
por qué él no habría de hacerlo.
La fama le presentó una blanca mujer
de misterioso sabor y prohibido placer,
que lo hizo adicto al deseo de usarla otra vez
involucrando su vida.
Y es un partido que un día el Diego está por ganar...
A poco que debutó
"Maradó, Maradó",
la voz de él fue quien coreó
"Maradó, Maradó".
Su sueño tenía una estrella
llena de gol y gambetas...
y todo el pueblo cantó:
"Maradó, Maradó",
nació la mano de Dios,
"Maradó, Maradó".
Sembró alegría en el pueblo,
regó de gloria este suelo...
Olé, olé, olé, olé, Diego, Diego
El primer jugador que vendió Luis "Lucho" Malvárez como empresario fue el argentino Leonel Scaloni, que luego fue campeón en el Mundial Sub 20 de Malasia, de Estudiantes de La Plata al Deportivo La Coruña. "En realidad me tomé un avión hacia Sevilla donde me estaban esperando. Iba a mostrar unos videos de jugadores pero leí en el diario que Deportivo La Coruña estaba buscando un delantero y un volante por derecha. Algo, una especie de intuición, me dijo que tenía que ir. Me bajé en Madrid y cambié el vuelo. En lugar de ir a Sevilla donde me estaban esperando, me fui a La Coruña donde nadie me conocía. Llegué, me tomé un taxi y pedí que me llevaran al hotel más cerca del Deportivo. Me bañé, me puse un traje y encaré hacia el club. Pedí una audiencia con el presidente y me dijeron que no era posible antes de dos meses. Pregunté dónde estaba y me explicaron que participaba de un acto político en el Hotel Riazor. Fui y lo esperé sentado en un sillón durante cinco horas. Al final salió junto a dos damas. Me acerqué, le dije que sabía que no era el momento pero que tenía que hablar con él. Que era Lucho Malvarez, un ex jugador de fútbol y que sabía que necesitaba un delantero. Le pedí que me escuchara, que me diera una posibilidad de trabajo. Le caí bien de entrada y me citó al otro día en el club. Cuando llegué me di cuenta que ya había averiguado todo sobre mí, sabía de los equipos donde había jugado, todo. Logré que Lendoiro hiciera algo que jamás había hecho, que mirara conmigo el video de Scaloni. Vendí un jugador de 19 años en seis millones de euros. Me quedé ocho meses en La Coruña y hoy soy el hombre de confianza de Lendoiro. He llevado jugadores a Grecia, pero se me hace difícil trabajar fuera de La Coruña. No he abarcado más lugares porque Lendoiro siempre me dice que no voy a reforzar a los rivales. Soy hombre suyo. Fui a Europa con un escarbadiente, pero ese escarbadiente estaba lleno de fe, confianza y honestidad".
(LUIS MALVÁREZ, ex internacional uruguayo, rememorando en diario "El País" de Montevideo del lunes 15 de Noviembre de 2004 sus comienzos como representante de jugadores)
(FLORENTINO PÉREZ, ex Presidente del Real Madrid, en "As" del 03/08/2005)
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(TOMMY DOCHERTY, célebre entrenador británico)
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La pena máxima (Roberto Fontanarrosa - Argentina)
Cuando vi que caía el Pato lo pedí, lo pedimos todos, por un momento pensé que no lo daba, pero era clarito, lo cruzó con la gamba casi en el muslo y el Pato se iba, porque se iba el Pato (¡Penal! ¡Penal! ¡Lo dio! ¡Lo dio! ¡Lo dio, Chancha, lo dio, penal! ¡Penal!), cuando vi que lo daba yo salí rajando como loco para cualquier lado, se lo grité a la tribuna, el Sapo se me trepó encima y me gritaba ¡ahora Nene, ahora! (¡Lo dio, Chancha, lo dio!), yo, ¿viste como está uno?, andaba medio boludo porque parecía que tema toda la hinchada metida en el balero, para colmo el Dapea ese me habla estrolado con tuti un poco antes y no entendía nada, s que ellos le chillaban al referí en el área, que caen naranjas (¡Lloren ahora, lloren!, qué mierda quieren?), en eso viene el Tubo y me dice "Tranquilo, flaco, vos tranquilo, no te calentés" y fue cuando me di cuenta. Te juro, Chacho, que se me formó en la panza, acá, una pelota ¿viste?, una pelota dura, qué pedido, recién caía, me agarró un cagazo de golpe como esa vez que casi me amasija el micro, te acordás?, uy, Dios mío, qué cagazo (¿Quién lo tira? ¿Quién lo tira?), te juro que sentía las gambas como de barro y digo yo me quedo en el molde, por ahí ni se acuerdan, por ahí se lo dan al Mono como se lo daban siempre, pero el Mono lo erró con Chacarita y no quiere lolas, yo lo miro y lo veo parado casi en la mitá de cancha diciendo que no con el balero (Que no se lo dean al Mono porque lo manda afuera! Patéalo vo pendejo! El Mono no que lo erra El Mono no!).
Y cuenta que para cometer esa “gilada” le pasó por la cabeza “el penal que no me habían cobrado”. Por eso es que cuando el arquero llegó corriendo “yo me levanté y lo toqué con la cabeza”.
El jujeño admite que cuando el árbitro “me sacó la tarjeta roja y me iba para los vestuarios, tenía ganas de pedirle que me perdonara, de prometerle que nunca más lo iba a hacer”.
En esa jornada, el equipo argentino dirigido por Passarella fue eliminado del Mundial del ’98.
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Lloré mucho cuando me tildaron de homosexual. Esa acusación salió del ambiente del referato, no tengo ninguna duda. Alguien que me tuvo envidia largó el rumor.
(FABIÁN MADORRÁN, ex árbitro de fútbol, se quitó la vida a los 39 años de edad en Julio de 2004)
Se lo grité a la cámara, sí, pero no por estar sarpado, como dijeron algunos giles. Se lo grité a la cámara para que todos se enteraran de que había vuelto, de que estaba allí.
DIEGO MARADONA, refiriéndose al festejo de su gol ante Grecia, en el Mundial de USA 1994)
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El fenómeno inmigratorio y el fútbol
A fines del siglo pasado, el fútbol encontró estímulo en la elite argentina, deseosa de disfrutar el atractivo deporte importado por los ingleses. En los primeros años de la década de 1910, se produce la expansión del fútbol en el seno de los sectores populares, liderado por los hijos de los inmigrantes. Este artículo analiza, a través de la prensa de la época, cómo perciben estos sectores privilegiados la popularización del fútbol entre los inmigrantes.
Por la época del Centenario todavía resonaba con cierta potencia el eco de una idea-fuerza de larga duración en la Argentina. Era aquella que sostenía que la inmigración se convertiría en un importante factor de civilización para nuestra sociedad, sobre todo si aquellos que venían de ultramar eran anglosajones. Según esta línea de pensamiento, los nativos carecían de las actitudes necesarias para facilitar la construcción de una sociedad moderna al estilo de los países europeos más avanzados.
Si bien la mayoría de la elite vernácula consideraría por mucho tiempo que para desarrollar un modelo económico liberal con fuertes rasgos extranjerizantes había contingentes humanos de mejor calidad que otros, evaluaba también, en forma más amplia, que para modificar substancialmente la fisonomía tradicional de nuestro país era igualmente un factor positivo atraer europeos de otras naciones menos "adelantadas". De esta manera miles de italianos y españoles invadirían año tras año nuestras playas.
Pero también para estos años que bordean el Centenario hay consenso, dentro de la elite política y económica, que vienen muchos inmigrantes revulsivos, que nos e afirman como agentes del progreso, tal cual se había teorizado, sino más bien como elementos de perturbación de ese orden social pergeñado por ella en su acotado círculo intelectual. Y este cambio de sensibilidad respecto del fenómeno inmigratorio quedaría expresado en la Ley de Residencia (1902) y más tarde en la Ley de Defensa Social (1910), donde se establece que al Estado argentino le corresponde actuar expeditivamente para separar a los elementos buenos de los malos.
En lo que respecta específicamente al ámbito futbolístico local, el peso de la cultura anglosajona seguía siendo fuerte en aquella época. Es que había sido durante años el gran paradigma a imitar para los miembros de la elite argentina, que se había volcado con entusiasmo a disfrutar de este atractivo deporte traído al país por los ingleses, quienes conformaron en 1893 la primera Liga de Fútbol.
De esta manera, integrantes de la clase dirigente organizarán clubes deportivos a la manera de los que habían constituido los ingleses radicados en el país. En ellos se establecían claras pautas de discriminación mediante exigentes requisitos para asociarse y, específicamente en la práctica deportiva, se sostendrá a rajatabla el fair play. Como explica Julio Frydenberg: "elitismo y fair play aparecieron fuertemente unidos".(1)
Los clubes populares
Por otro lado, en los primeros años de este siglo se produciría la gran expansión de clubes generados desde los sectores populares, que tendrán un carácter abierto y estarán distanciados de la lógica del fair play en lo que se refiere al desarrollo del juego, ya que sus deportistas van adoptando otro tipo de actitudes y conductas más relacionadas con su propio contexto social.
Precisamente, el objeto de este artículo es describir y, a la vez, reflexionar sobre el modo en que perciben los sectores privilegiados de la sociedad argentina este proceso de expansión del fútbol en el seno de los sectores populares, proceso mayormente liderado por los hijos de inmigrantes españoles e italianos -también criollos- que se estaba verificando en los primeros años de la década de 1910.
Para ello se analizará el discurso que circuló durante el año 1913 en la sección Sport, y dentro de ella más concretamente el sostenido en el espacio dedicado al football, en uno de los diarios de mayor prestigio y difusión de la época: “La Nación” (2). Fundado en 1870 por Bartolomé Mitre, un conspicuo representante de la clase dirigente argentina a la que el diario expresaría en muchos aspectos, aunque siempre afirmando rasgos propios.
En lo que respecta específicamente al fútbol, el periódico nos brinda un aporte interesante al desplegar un doble juego. Por una parte, informa a sus numerosos lectores sobre las vicisitudes de los campeonatos locales (da la información de los equipos y hace comentarios de los partidos); por otra, ofrece su punto de vista sobre diversas cuestiones relacionadas con el desarrollo del fútbol en nuestro país, con la intención de educar a los lectores, siendo éste un objetivo importante del diario. Así, el matutino combinará muchas veces la explicación y lo normativo, siendo esta última cuestión la que más nos interesa en este artículo.
El año elegido para nuestra reflexión es muy importante, porque a partir de 1913 se empieza a profundizar un quiebre cultural importante dentro del ámbito futbolístico. Un equipo surgido de los sectores populares alcanza el título de campeón del torneo de primera división organizado por la Asociación Argentina de Football (3). El equipo del Racing Club desplaza de ese lugar privilegiado a quienes lo venían ocupando habitualmente hasta entonces: Alumni, típico equipo de ascendencia inglesa (foto de la derecha), y Quilmes, un club formado por miembros de la elite criolla al modo de los ingleses, y que recibe en su equipo a algunos jugadores de Alumni cuando éste se retira de la competencia en 1912.
Es a partir de entonces que empieza a predominar este tipo de clubes en Argentina. Se convierten en ámbitos de sociabilidad en los cuales se integran hijos de inmigrantes italianos y españoles con criollos de sectores medios y bajos. Estas asociaciones serán teñidas desde un principio por aquella imagen estereotipada construida por los sectores hegemónicos, que subestiman la capacidad de estos contingentes humanos populares.
En este momento específico, cuando están coexistiendo formas futbolísticas que responden a contextos sociales diferentes (por un lado, el de una pequeña minoría que se autodesigna como "gente decente" y, por otro, el de los integrantes del resto de la población), "La Nación" va a criticar a un tipo de jugador que se está afirmando cada vez con más empuje dentro de la franja joven de los sectores populares, el denominado "crack".
Como parte de una estrategia desvalorizante, el matutino va a comparar las características que posee este personaje, que estaba alcanzando un reconocimiento popular, con otros ya jerarquizados en el ámbito deportivo tradicional. Uno de éstos fue Jorge Brown, integrante del equipo Alumni (que estaba conformado por ex alumnos de uno de los colegios ingleses instalados en el país). Otro fue Rithner, del Club Porteño, una institución creada tomando a Alumni como paradigma, en la que participaban ingleses junto a nativos de abolengo.
De allí, que el diario "La Nación" se dirija de la siguiente manera a sus lectores cuando describe a ese original deportista, el crack, que devendrá con el tiempo en un arquetipo fundamental del fútbol criollo: "No es éste un excelente jugador. No es un Rithner o un Jorge Brown, que a dichos jugadores se los coloca en posición superior porque además de su juego, por su espíritu deportivo están colocados en un plano superior..." (27.1.1913)
Es decir que este exquisito jugador, surgido de la cultura popular, es mirado por el matutino con suma desconfianza -es que se parte del presupuesto de la superioridad de la cultura deportiva anglosajona frente a la insuficiencia de la nuestra-, y merece la reprobación del diario pese a que muchos aficionados levanten su figura: "el crack es un jugador de renombre entre cierto público afecto a las piruetas de éste, ineficaces siempre, que no pasa la pelota y a veces marca los tantos de bonita forma con mucho dribling, por su solo esfuerzo..." (27.1.1913)
De esta manera "La Nación" ofrecía a sus lectores, además de la habitual información deportiva, su punto de vista con el objetivo de influir y orientar la percepción y evaluación colectiva. A ese estilo de juego que florece en el ámbito de los sectores populares le asigna una imagen negativa: "El crack no es un jugador eficiente (...) Se hace rogar, impone condiciones, llega a pedidos a veces reñidos con el sport, los días de match es necesario ir a la casa a buscarlo para que juegue (...) y una vez en el field o es un negligente o riñe con el contrario..." (27.1.1913)
El matutino construye así una imagen estereotipada de este jugador argentino de reciente formación, que va a trascender el mero rol de futbolista alcanzando también su vida privada. Sus principales rasgos serán la pereza y la irresponsabilidad, elementos éstos que lo distancian absolutamente de la ambición y del empuje del jugador de ascendencia anglosajona, que es el modelo por excelencia.
Otra crítica de "La Nación" apunta a los nombres "raros" que eligen los miembros de los sectores populares cuando fundan clubes de fútbol: "...se habrá notado más de una vez la despreocupación y la falta de criterio que rigen al denominar las nuevas asociaciones (...) Llamar a un club 'Los hijos del sol', por ejemplo, sería sencillamente ridículo. Más que denominación para un club de esa clase, sería un buen nombre para una institución recreativa o carnavalesca..." (20.3.1913)
Así, entonces, podemos visualizar cómo en aquella época "La Nación" establece una serie de calificaciones negativas sobre algunos aspectos relacionados con la estructuración de estas nuevas asociaciones deportivas, que conllevan en forma incipiente, concretamente en la práctica futbolística, una nueva manera de jugar que irá justificando con los años un rostro propio (además del establecimiento de actitudes y comportamientos singulares de los jugadores fuera y dentro de la cancha).
Este diario, de larga trayectoria en nuestro país, intenta de este modo cumplir un papel normativo en muchos aspectos, amparado siempre en ese fuerte referente que constituye, para él y para la elite argentina en general, la cultura deportiva anglosajona.
Bibliografía consultada:
(1) Frydenberg, Julio, "Redefinición del fútbol aficionado y del fútbol oficial. Buenos Aires, 1912", en Alabarces P. Di Giano, R. Frydenberg, J. (compiladores): Deporte y Sociedad, Eudeba, Buenos Aires, 1998, pág. 51.
(2) Es interesante resaltar que el matutino La Prensa, que junto a "La Nación" se había constituido en uno de los diarios más importantes del país, había nacionalizado el término inglés sport al denominar a la sección respectiva: Deportes.
(3) La Asociación Argentina de Football fue la única entidad rectora de este deporte desde el año 1893 hasta mediados de 1912, cuando a partir de una escisión producida en su seno se conformó la Federación Argentina de Football. El diario "La Nación", que daba permanentemente información sobre las dos ligas, aprueba el funcionamiento de ambas, ya que, según su propio argumento, genera una sana competencia que el matutino asocia a una mayor democratización del ámbito futbolístico, pues, antes de 1912: "la Asociación imperaba sin ningún rival al frente. Acaso por esto no se vio en ella el espíritu de iniciativa necesario para un progreso firme y decidido..." (9.9.1913)
(artículo escrito por el sociólogo argentino Roberto Di Giano y publicado en revista “La Marea”, Nº 13, Buenos Aires, Argentina)
Escribir siendo Hemingway es fácil, si te tocó estar en la Guerra Civil y te vas a cazar elefantes y leones, algo tenés para contar. Yo soy un privilegiado en el laburo y con la gente de mi entorno. Lo doloroso fue la timidez extrema, muy frustrante, que dificultó mi acercamiento con las mujeres. Y digo que, en la película de mi vida, el leitmotiv son las transmisiones de fútbol: es la música que me acompañó siempre.
(ROBERTO FONTANARROSA, escritor y humorista argentino fallecido en 2007, en declaraciones a la revista "Noticias")
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La cocaína es un doping psicológico: uno sale a la cancha creyéndose un león aunque en realidad sea un ratón. La realidad marca que la droga le ganó al fútbol.
(GUILLERMO MARCONI, ex árbitro argentino, opinando en 1996 sobre un flagelo que ya por entonces generaba preocupación en el mundo futbolístico)
El "Gallego" González prefiere una foto con Gastón Pauls (actor argentino) antes que una charla con Ernesto Sábato.
(JOSÉ LUIS CHILAVERT, criticando en 1995 al ex delantero de San Lorenzo por su faceta mediática)
Pelé (Eduardo Galeano - Uruguay)
Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue Campeón del Mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando. Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirtió casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.
Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.
Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe.
(fragmento del libro "El fútbol a sol y sombra" de Eduardo Galeano)
¿A qué jugadores admirás?
-A Riquelme, sin dudas. Es una figura impresionante dentro y fuera de la cancha. Es diferente al resto. También me gusta mucho Juan Sebastián Verón, que es del mismo estilo. De afuera me gusta mucho Karim Benzemá, el delantero del Olympique de Lyon.
-A los jugadores técnicos, como vos, Román o Rolfi Montenegro, la gente les crítica una supuesta falta de actitud, ¿qué pensás sobre eso?
-Qué está muy mal interpretado el concepto. El creador tiene que mostrarse y jugar. Yo no le puedo pedir a Riquelme que se tire a los pies o que se vaya expulsado por pegar un planchazo. El marca la diferencia en otras cosas, que son mucho más valiosas. La gente no entiende nada cuando habla de un jugador pecho frío. Un jugador técnico no tiene porqué tirarse al suelo. Tampoco a Mascherano, que es un fenómeno en el sacrificio, le pedimos que meta dos pases de gol por partido. Los buenos equipos son el balance entre jugadores como Román y Masche.
(LUIS "Lucho" GONZÁLEZ, jugador del Porto de Portugal, en diario "Clarín" del domingo 09/03/2008)
Viejo, para pegarme semejante patada por lo menos sacate la medallita.
(BÉRNABE FERREYRA, "El mortero de Rufino", célebre goleador del fútbol argentino, reprochándole a un defensor una entrada muy dura allá por 1932)
El fútbol ha matado su alegría para dar paso a la afirmación de su "seriedad" e importancia comercial. No puede sonreír quien está angustiado; no puede hacer sonreír a otros quien no está con ánimo de sonreír, puesto que lo absorbe la angustia de lo serio que está jugando, valga la contradicción tan propia del fútbol en su actualizada manera de jugarse. Y esto es así porque quien expone su porvenir en cada partido no puede sentir placer sino sólo angustia y ansiedad.
(DANTE PANZERI, recordado periodista deportivo argentino, en su obra "Fútbol, dinámica de lo impensado")
El hincha (Julián Centeya - Argentina)
del patio, de la esquina y la barriada.
Ya podés ir prendiendo el cigarrillo
de la intención que bate la parada.
Concediéndome hermano la ventaja
de saber que te juno propiamente.
Sota rebrilladora, sos baraja
que en el recope taura vas al frente.
Firme en la cita del tablón cachuzo
aguantando el solazo que descola,
en todas te anotas según te puso
el rumbo de tu cuore rante y piola.
Tripero, millonario o fortinero,
boquense, ciclonero o racinguista,
el gol que le pedís al entrevero
te juro que es malandra, que es punguista.
Ya que te afana el cuore en la trenzada
de centro, la amasada ola gambeta.
Otros dirán ¡pavada!... ¡qué pavada!
si el gol tiene la trompa'e tu pebeta.
Vos está en la suerte remachado,
caigan truenos o el mundo se desplome,
sobre el duro tablón, firme, parado,
esperando la buena que te entone.
Junto al color de tu cariño guapo,
dispuesto a no pasar ni con la mula.
Porque es ley que si aguanta el viejo trapo
no pasa el hincha que la grita y suda.
Arisco, aguantador o farolero,
bohemio, huracánense o centralista,
dirás: ¡Presente! con el cuerpo entero
cuando el chivo San Pedro pase lista.
¿Querías llegar a Sporting Cristal?
-Mirá yo no sé cómo son las cosas... porque a tu mente no la terminás de conocer nunca.
Una noche estuve en Argentina viendo la Copa Libertadores, yo soy anti Boca, soy hincha de River, y vi renegando el partido de Sporting Cristal y Boca Juniors, fue un despelote... cobraron como 100 penales a favor de Boca.
Al final creo que terminó ganando Boca 4-3 y no sé por qué pero siempre fui adicto al color de camiseta celeste. Belgrano, Racing... todos son celestes y me gustó. “Qué linda camiseta” dije.
Cuando vine acá, debuté en Deportivo Municipal una tarde en la cancha de Alianza Lima. En esa época se jugaban los famosos tripletes, dobletes, y de pronto jugaba el Cristal. En ese entonces Cristal tenía todavía la Barra en Oriente. Fue una cosa que no entendí pero bueno... me fui solito caminando y me metí en la Barra del Cristal... esto fijate vos no lo sabe nadie... es la primera vez que lo cuento. Y vi el partido desde ahí. En ese instante fue que lo puse en la mira y dije: “No quiero otro equipo que no sea éste”.
Empecé a laburar fuerte en el Muni para que Cristal se fijara en mí.
Cuando lo enfrenté le marqué goles, y meses antes de terminar el campeonato con Municipal yo ya tenía el contrato firmado con Sporting Cristal.
-¿Cuándo fue eso? ¿Cuánto tiempo estuviste en Cristal?
-En el 91. Ahí empecé a vivir mi locura, mi idilio con Cristal. Estuve hasta el año 93.
-Fuiste goleador del torneo nacional en tu primer año en el equipo. ¿Qué significó esto para ti?
-El significado fue enorme porque se coronaron 2 cosas, el campeonato y un año con 26 goles realmente espectacular.
Yo siempre fui de esos jugadores que sabe que cuando un equipo me contrata está contratando mis goles, así que para mí, un año sin goles es un fracaso, aunque salga campeón con el equipo, a nivel personal es un fracaso.
No me voy a olvidar nunca de una noche en la que Ricardito Bentín me dijo: “Pepa, me ganaste, el 50% de este campeonato es tuyo”. Era el significado de los 26 goles.
(HORACIO "La Pepa" BALDESSARI, ex jugador argentino radicado en Perú, expresando su inmenso amor por Sporting Cristal, en el portal digital "Salud Cristal, 25/03/2003)
¿Romeo Benetti? El otro día, en un acto social, fue la primera vez que estuve a cinco metros de él sin que me diera una patada. Pero por si acaso no le quité los ojos de encima.
(KEVIN KEEGAN, ex internacional inglés, conservando aún el "respeto" por el duro centrocampista italiano)
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¿Quién sale campeón?
Para mí, Argentina. Pero mejor no lo pongas. Todavía tiene que ganarnos a nosotros y la gente podría pensar mal de mí.
(RAMÓN "Chupete" QUIROGA, arquero argentino -nacionalizado peruano- en declaraciones al suplemento deportivo del diario "Clarín" del 21 de Junio de 1978. Por la noche el arquero, a cargo de la portería peruana en el Mundial 78, recibiría seis goles ante la selección argentina y las sospechas de arreglo de todo el mundo futbolístico)
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Desde al alma (Anónimo - Argentina)
Ariel no tuvo opción. La decisión se tomó en una cena familiar semanas antes de su nacimiento. Fue democrático, eso sí. La votación resultó con tres votos a favor (el padre y los dos hermanos de Ariel) y uno en contra (el de la mamá. Siempre tan liberal y con esas ideas absurdas de que esas decisiones las tendría que tomar él cuando tuviese la suficiente edad para elegir).
También es cierto que si nos ponemos a analizar con detenimiento, se podría considerar algo turbio y fraudulento el manejo que tuvo Raúl, el papá, para “convencer” a Lionel y a Darío, que en ese entonces tenían cinco y cuatro años, de votar a favor de la cuestión. Pero eso son sólo detalles, el hijo tiene que ser hincha del club del padre, y punto... Y si la votación se intuye complicada, no estaría mal abusar de los “superpoderes” paternales y lanzar un decreto sin opción a réplica. Pero sólo en casos extremos.
Así fue como la familia, entonces, decidió que Ariel sería socio e hincha de Banfield desde el día de su nacimiento, siguiendo con la tradición familiar.
Su infancia se dividió entre la escuela, los amigos del barrio y la cancha. Los sábados era una cita obligada ir a ver a Banfield. Eran épocas de vacas flacas para el Taladro, que deambulaba por el ascenso sin pena ni gloria. Pero el corazón no entendía de categorías ni de resultados. Ya por esos días se vislumbraba que el pequeño Ariel iba a ser bueno. Por lo menos era lo que comentaban los viejos plateístas que lo veían patear chapitas entre los demás nenes, que eran sus oponentes de turno. Porque los chicos lo que hacían en la platea era eso, nada de ver el partido que era un aburrimiento total. Más lindo era ser protagonista.
Los partidos de los nenes eran largos, pero se detenían obligatoriamente cuando los viejos bajaban al playón a tomar un cafecito en el entretiempo.
“¿No es lo mismo tomarlo sentado en sus lugares?”, pensaba Ariel. Porque le daba rabia que ocuparan su cancha.
Encima cada uno que pasaba le palmeaba la cabecita y le decía: “Vos sí que sos bueno”, o “vamos a decirle al técnico que saque al burro ese y te ponga a vos” y él respondía con una sonrisa de compromiso. Lo único que quería era que se fueran a sentar para poder seguir jugando. Y así pasaban los partidos, los campeonatos y los años. Y Ariel fue creciendo y confirmando las sospechas de aquellos plateístas: era bueno de verdad.
Cierto día, mientras desayunaba, lo invadió una mezcla de nervios y emoción. El diario zonal anunciaba una prueba de jugadores para armar los equipos juveniles de Banfield. “Ahora o nunca” pensó, “este va a ser mi único intento. Si no quedo voy a jugar en el barrio para siempre”. Y había que creerle. Porque a pesar de sus catorce “pequeños” años, tenía una personalidad con una alta dosis de convicción y orgullo, que no le hubiesen permitido ir a golpear por segunda vez una puerta que se le cerrase en la cara.
Las pruebas serían en quince días. Sabiendo esto, se preparó como para jugar la final de un mundial. Salía a correr todos los días y jugaba los picados que se organizaban en el barrio. En uno de ellos casi se arma feo, porque uno le entró fuerte y los amigos se le fueron al humo y se lo querían comer. Claro, ellos sabían de la prueba y no querían que se la perdiera por nada del mundo. Estaban tan ansiosos como él.
–Imaginate que llegue a primera y nosotros desde la tribuna gritando sus goles- se ilusionaba Damián, que era uno de sus mejores amigos.
-¿Te imaginás? Y mirá si en un clásico sea él el que nos regale un triunfo con un gol sobre la hora...- soñaba Matías, otro amigo del alma y tan fanático de Banfield como Ariel.
–Nooo, lo mejor sería poder dar una vuelta olímpica llevándolo en andas...- corregía el Iba, de infancia gallina pero contagiado más adelante por sus amigos y sin vuelta atrás. Y así todos opinaban de lo lindo que sería si Ariel llegaba a primera.
Pero antes tenía que sortear un escollo muy difícil: la prueba. Y la prueba no es como una prueba de colegio, en donde si sabés aprobás y si no sabés te bochan. En estas pruebas además de saber y jugar bien, hay que tener suerte. De que te toque entrar en los primeros partidos, ya que después de mirar muchos, el DT va perdiendo entusiasmo. De jugar en un equipo con chicos que jueguen bien, porque si no te tocan una pelota como la gente se hace imposible... También hay que tener la fortuna de que en el momento que hacés una linda jugada el técnico no esté mirando para otro lado, o hablando por teléfono, o poniéndole azúcar al mate.
En fin, se tienen que dar muchas circunstancias para ser uno de los pocos elegidos entre doscientos o trescientos pibes con las mismas ganas de quedarse. Ariel sabía esto, pero estaba decidido a correr el riesgo.
Y el día llegó. Abrió su mochila y guardó en ella los botines nuevos que compró gracias a la colaboración de sus abuelas. Puso también una hoja de ruda, por consejo materno, y una estampita del Sagrado Corazón. Tomó un desayuno liviano, se despidió de sus padres y se fue.
Al mediodía la familia estaba sentada a la mesa esperando la llegada de Ariel, para almorzar todos juntos. La expectativa crecía a medida que pasaban los minutos.
-¡Cómo tarda!- se quejó la mamá.
–Y, seguro habrán terminado tarde por la cantidad de chicos- intentó tranquilizar el papá. Cuando de pronto el ruido de la llaves en la cerradura anunció su llegada. Los corazones parecieron detenerse. Por fin Ariel entró.
Su cara ahorró el tiempo de las palabras. Aquella sonrisa emocionada y los ojos vidriosos actuaron como detonante. La casa fue invadida por una felicidad desbordante. Los abrazos y los besos se repetían incansablemente. La prueba ya era una anécdota con final feliz.
Lo que siguió a ese escollo complicado, fue un vertiginoso desfile por las categorías correspondientes. En todas ellas Ariel había terminado como goleador, y los comentarios sobre la máxima esperanza del club no tardaron en llegar. Para ese entonces, Banfield ya estaba jugando nuevamente en primera, y llegando fin de año, Ariel recibió una gran noticia: a partir de Enero comenzaría a entrenarse con el plantel profesional. El gran sueño de su vida estaba cada vez más cerca. Pero sin saberlo, el destino lo pondría cada vez más lejos.
Inexplicablemente, en esas vacaciones Ariel sufrió un accidente que le clavó un puñal a sus ilusiones. Volviendo de un cumpleaños con sus amigos, en una noche lluviosa y oscura, su auto se descontroló y chocó contra el árbol de una plaza. El informe médico confirmó lo que nadie hubiese querido escuchar: Ariel no podría volver a caminar. Era un golpe demasiado duro para un chico de dieciocho años lleno de sueños, ahora transformados en pesadillas.
Con el apoyo y el amor de su familia y de sus amigos, y con una Fe en Dios inquebrantable, Ariel comenzó a salir del pozo depresivo en el que había caído. Hasta había vuelto a ir a la cancha. Se ubicaba contra el alambrado de atrás del arco y alentaba sin parar, como siempre.
La buena campaña que estaba realizando Banfield lo ponía feliz. No se perdía ningún partido. Siempre acompañado por su papá, sus hermanos y sus amigos, que lo rodeaban para protegerlo de las avalanchas. Algunas veces se imaginaba allí... del lado de adentro. Corriendo, haciendo un gol, festejando colgado del alambrado de cara a su gente... Eso lo ponía triste. Pero al rato estaba otra vez cantando, golpeando el alambre como si fuera un bombo, y orgulloso de estar ahí, en su lugar, en la tribuna, como toda la vida.
Banfield estaba haciendo un campeonato histórico y llegaba a la última fecha con grandes posibilidades de ser campeón. Quiso el destino, el maldito destino, que justo le tocara definir su chance en la cancha de su eterno rival, Lanús. Esa semana previa al partido el barrio estaba convulsionado. No se hablaba de otra cosa que no fuera de Banfield. La gente acampaba días y días a la espera de conseguir una entrada. Entre carpas, lonas, reposeras, mate y truco estaba Ariel. Era el partido más importante de la historia del Taladro y no se lo iba a perder por nada del mundo. Día y noche, con lluvia o sol, él estaba ahí, a la espera de las entradas.
En esas noches durmiendo en la calle, infinidad de veces tuvo el mismo sueño: él jugando ese partido trascendental para Banfield y haciendo el gol del triunfo con el que se consagraba campeón el club de sus amores justo en cancha de Lanús.
Después de tres días de espera, al fin tuvo en sus manos las entradas para su familia y para algunos amigos que por el trabajo no pudieron ir a comprarlas.
La noche anterior al gran partido, Ariel no podía dormir. Una mezcla de nervios y ansiedad atentaban contra su sueño. En un momento, mirando una foto de su ídolo Garrafa, colgada en la pared, recordó algo que le había dicho su mamá cuando era pequeño: “Si querés algo con toda tu alma... pero de verdad, desde lo más profundo de tu alma y de tu corazón, y se lo pedís a Dios y confiás en Él... Él te lo va a dar”.
Al terminar de recordar aquella frase, se sobresaltó. Estaba pálido y bastante transpirado. ¿Cómo no lo había pensado antes? Lo que él deseaba con toda su alma era casi imposible. Pero la grieta que separa “casi” de “imposible” se llama milagro, y eso era lo que Ariel necesitaba. Cerró sus ojos, extendió sus manos hacia el cielo y...”Señor, hoy recordé algo que me dijo mi madre hace muchos años. Que si quiero algo desde los más profundo de mi alma y de mi corazón y te lo pido con Fe, Tú me lo darías. Bueno, hay algo que realmente deseo desde la primera hasta la última célula de mi cuerpo, desde la primera hasta la última gota de mi sangre. Lo deseo con toda mi alma y con todo mi corazón. Y además confío en que Tú eres el único capaz de realizar un milagro como el que necesito. Tú me pusiste esta difícil prueba en mi vida, que es no poder caminar, y yo nunca dudé de Ti. Sigo confiando ciegamente en Ti. Por eso te pido que me des la posibilidad de jugar el partido de mañana. Es el sueño que tuve desde chico. No sé cómo, no se me ocurre. Pero de alguna manera quisiera poder vivir ese momento histórico. Alguna forma tiene que haber. Yo confío en Ti. Gracias Señor, Amén”. Instantáneamente, al terminar la oración lo invadió un sueño profundo y se durmió pensando en el partido.
Cuando se despertó algo había cambiado. Su habitación no era la misma. Desconcertado y con un poco de miedo, recorrió lentamente con su vista todo el cuarto. Se sobresaltó al ver otra cama a su lado con una persona durmiendo en ella. Se incorporó y con sorpresa y emoción, descubrió que estaba en la concentración de Banfield y que su compañero de habitación era el uruguayo Lujambio. El milagro parecía haberse cumplido. Lentamente movió una pierna, mientras una lágrima recorría su mejilla. Se levantó y disfrutó con felicidad cada paso que lo llevó hasta el baño. Había vuelto a caminar. Notó que sus piernas eran más gordas y un tanto chuecas, pero le restó importancia. Supuso que habrían quedado así después del accidente. Aunque en realidad, ese no era el motivo.
Al mirarse en el espejo un escalofrío le recorrió el cuerpo. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Ese no era él...bah, si era él. Pero no era su cuerpo. La imagen de Garrafa allí reflejada lo dejó inmóvil por un instante. Comprendió que estaba dentro del cuerpo de su ídolo. Todavía conmovido, regresó a la habitación.
-¡Eh, Garrafa! Qué carita....¿viste un fantasma en el baño?- le dijo risueño Lujambio, ya despierto.
–Eee.....no...eee...estoy un poco nervioso por el partido- intentó disimular Ariel.
–Sí, justo vos nervioso...- le contestó con ironía.
Ariel no sabía cómo actuar, no quería que nadie sospechara nada. Por eso intentó estar solo la mayor cantidad de tiempo posible, esperando que llegara la hora del partido. Los compañeros lo notaron un poco raro, pero con la ansiedad reinante, nadie hizo hincapié en eso. Y el partido llegó. Y Ariel se encontraba en la mitad de la cancha, con la diez en la espalda, listo para dar el puntapié inicial a su sueño. Se distrajo en un momento, al mirar la tribuna visitante repleta con treinta mil almas verdes y blancas. Si hasta tardó en reaccionar a la ovación de la gente. Claro, no se había dado cuenta de que el “Garraaaafa, Garraaaafa...” era para él, hasta que el uruguayo le pegó disimuladamente una patadita en el tobillo.
-¡Dale saludá! ¿no escuchás como te gritan? Estás raro hoy, ehh...- le dijo acompañando el golpe. Ariel sonrió y levantó sus brazos hacia la popular que le devolvía el gesto con un interminable aplauso. Pero algo le preocupaba. ¿Cómo estaría todo en su casa? ¿Se habrían dado cuenta de algo? ¿Habrá quedado su cuerpo solo, sin alma, acostado en su cama? ¿Y el alma de Garrafa, dónde habría quedado?
El silbato del árbitro dando la orden de inicio, terminó con las preguntas. El partido comenzaba y no había tiempo para preocupaciones ni pensamientos. Sólo había que jugar y disfrutar de aquel regalo divino.
Como se preveía fue un encuentro duro. Banfield con los nervios a cuestas por la gran posibilidad de conseguir su primer título, y Lanús con la chance histórica de arruinarle la fiesta a su rival de siempre.
Nadie arriesgaba nada. Excepto Ariel, claro. Si ese sería el último partido que jugaría en su vida, no iba a andar especulando. Corría, pedía la pelota, tiraba caños... la gente deliraba con él. En un momento, en el que se acercó a buscar una pelota detrás del arco para tirar un córner, una imagen le aceleró el corazón. Allí, contra el alambrado, en su lugar... ¡estaba él! En su silla de ruedas, rodeado como siempre por sus amigos, su papá y sus hermanos. Pero, ¿cómo podía ser? ¿no se daban cuenta de nada? Ariel quedó mirándose fijo a sus propios ojos, sentados en aquella silla, como buscando allí la respuesta. Y efectivamente allí la consiguió: una sonrisa y un guiño de ojos cómplices le hicieron comprender que Garrafa ocupaba ahora su lugar. La advertencia del árbitro para que se apurara a ejecutar el córner, lo devolvió al partido. El tiempo pasaba y Banfield no podía conseguir el gol que lo consagrara campeón.
Faltaban sólo tres minutos cuando un tiro libre en el borde del área, le daba una de las últimas esperanzas al Taladro. Era ideal para Garrafa. Con su pegada exquisita, era el único capaz de enviar la pelota por encima de la barrera y clavarla en el ángulo. Claro que había un inconveniente. Garrafa era zurdo y Ariel era derecho.
Mientras acomodaba la pelota, Ariel sintió una voz dentro suyo que le dijo: “Acomodate para patear con tu pierna izquierda. Como los jugadores que están en la barrera saben que Garrafa patea siempre por encima de ellos, van a saltar bien alto. Vos pegale fuerte, a ras del piso, que la pelota va a pasar por debajo de ellos y vas a convertir el gol del campeonato”.
Ariel dudó un instante, pero comprendió de donde venía esa voz. Y se preparó para patear. Tomó tres pasos de carrera, como era la costumbre de Garrafa, para no levantar sospechas. El juez dio la orden. Ariel llegó a la pelota y vio como la barrera se preparaba para saltar. Haciendo caso a ese mensaje divino, le dio con el alma, bien fuerte y de rastrón. No vio cuando la pelota entró porque la barrera ya había bajado otra vez luego del salto inútil. Pero escuchó el rugido de aquel monstruo verde y blanco de treinta mil cabezas y comenzó una alocada carrera hacia el alambrado para festejar junto a sus seres queridos que estaban allí.
Antes que pudiera encontrarlos, un ruido molesto y constante lo mareó. Ya no veía bien. Sacudía la cabeza de un lado a otro, pero la imagen era cada vez más borrosa y distante. Hasta que otra voz le aclaró la visión: -¡Dale Ari, levantate! ¿No escuchaste el despertador? Hace rato que está sonando. Dale, arriba, que hoy es el gran día. En un rato ya nos vamos para la cancha. Hay que estar tempranito, así conseguimos el lugar de siempre junto al alambre. El padre fue el encargado de volverlo a la realidad. Una realidad que lo inundó de tristeza. Hubiese dado cualquier cosa porque ese sueño fuera cierto.
Había sido tan lindo, tan perfecto, tan real...
Como pudo se subió a su silla, buscó en el ropero la camiseta que usó durante todo el torneo a modo de cábala, y se preparó para salir.
La caravana de peatones, autos, combis y motos era interminable, pero se las ingeniaron para encontrar un atajo y llegar antes que la multitud. Consiguieron su lugar de siempre, detrás del arco y pegados al alambrado. Con la ansiedad por el partido y con el clima que se vivía, Ariel recuperó la alegría. La tribuna visitante estaba colmada. La fiesta estaba por comenzar. La ovación para Garrafa fue emocionante. A Ariel se le humedecieron los ojos cuando el diez levantó los brazos para agradecer el cariño de la gente. Todo era tan similar a su sueño...
El partido comenzó y los nervios se adueñaron del protagonismo. Los dos equipos jugaban a muerte. Era un partido crucial para ambos. Cualquier resultado iba a quedar en la historia, para uno u otro lado. El primer tiempo terminó cero a cero. Banfield dependía de sí mismo. Ganando se consagraba campeón, pero no había estado ni cerca de marcar un gol.
En el segundo tiempo, el Taladro atacaba hacia el arco donde estaba su gente. Ariel tenía una ubicación envidiable. Justo detrás del arco donde se podía definir la historia. Los minutos pasaban y los nervios crecían. Banfield ya había usado los tres cambios permitidos, y una grosera patada sobre Garrafa hizo temer lo peor. Quedó varios minutos tendido en el suelo, revolcándose de dolor. No podía seguir. El médico hizo un gesto moviendo su cabeza de un lado a otro, confirmando que era algo serio.
Algunos compañeros se agarraban la cabeza. No podían comprender cómo se quedaban sin su mejor jugador faltando sólo cinco minutos para terminar el partido. Garrafa se levantó ayudado por el doctor y por el kinesiólogo, con visibles gestos de dolor, pero con todas las intenciones de seguir.
Los facultativos pugnaban por sacarlo de la cancha, pero él, terco y caprichoso, forcejeaba como un niño, con pataletas incluidas, para quedarse en el campo de juego: -¡No me voy ni loco! No voy a dejar al equipo en este momento. No te preocupes, juego parado sin poner en riesgo mi pierna. Algo voy a hacer. Los doctores sabían que convencerlo era imposible, por eso, ante esas palabras llenas de valor y convicción, desistieron de su idea.
El partido se reanudó y Garrafa caminaba con dificultad a la espera de una oportunidad. Estaba al acecho, como un gato agazapado esperando para dar el zarpazo. El reloj marcaba cuarenta y cinco minutos y el árbitro agregó cinco más por el tiempo desperdiciado entre los cambios y las lesiones. La histórica chance se escurría como agua entre los dedos.
Restaban tres minutos cuando el juez detuvo el juego por una infracción cerca del área de Lanús. Garrafa se acercó rengueando para acomodar la pelota. Veinte metros lo separaban de la gloria. La gente gritaba ilusionada. Sabían que era una de las últimas chances que tendrían. Pero Ariel estaba en silencio, pensativo. Ese tiro libre, desde esa posición... Todo tan parecido...
Garrafa tomó tres pasos de carrera, como siempre. Miró la cabeza del tercer hombre de la barrera para calcular el disparo. Él sabía que si lograba hacer pasar la pelota por allí, el arquero no podría evitar el gol. Le dolía mucho la pierna, pero no le importaba. Era un tiro más. Solamente un tiro más. Se sintió mareado y pensó que era producto del dolor y de los nervios. Pero la vista se le nubló y una sucesión de imágenes difusas le ametrallaban la mente.
De repente, tuvo una visión muy extraña: la misma cancha, el mismo tiro libre y él parado frente a la pelota. Todo visto desde el ángulo opuesto, como desde la mirada de alguien que estaba en la tribuna. Estaba confundido, no lograba entender. La imagen continuaba como una película en cámara lenta. La barrera saltaba muy alto y él, sorprendiendo a todos, decidía patear a ras del piso clavando la pelota junto a un palo.
En seguida, la imagen desapareció abruptamente. Garrafa parpadeó con fuerza un par de veces, como tratando de dejar atrás lo que había experimentado. Pero era imposible. Esa especie de película lo había afectado bastante. Una sensación extraña recorría su cuerpo. Todo era confusión. ¿A qué se debía esa imagen? ¿Por qué se vio a sí mismo de frente, como si fuera otra persona? No encontró respuestas, pero presentía que algo significaba todo lo vivido.
Cuando el árbitro dio la orden, Garrafa aún no había decidido cómo iba a patear. Suspiró, cerró con fuerza sus ojos y se dirigió al encuentro de la pelota. Tres pasos lo separaban de ella. Poco tiempo. Pero para él fue una vida. Durante el primer y el segundo paso pensó en patear como mejor sabía: por encima de esa barrera humana, con chanfle y buscando el ángulo. ¿Por qué iba a cambiar? Si de esa manera había metido una montaña de goles.
Al tercer paso dudó, pero sabía bien que no es conveniente dudar a último momento. Por eso cuando llegó a la pelota fue con toda la intención de pegarle por arriba de la barrera. Pero al momento de patear, sintió desde lo más profundo de su alma, desde un rincón infinito, que debía hacerle caso a aquella imagen premonitoria. Y fue tan sobre la marcha cuando decidió cambiar, que los jugadores de Lanús pegaron el salto de su vida, convencidos de que iba a elevar la pelota por encima de ellos. Parecían salidos de un volcán en erupción que los había despedido con una furia incontrolable. La pelota pasó como un rayo por debajo de sus pies.
Garrafa no llegó a ver cuando ésta entró porque los jugadores de la barrera ya habían sido víctimas de la gravedad y estaban en el piso otra vez luego del salto inútil. Pero escuchó a ese monstruo verde y blanco de treinta mil cabezas rugiendo como un león hambriento y con lo último que le quedaba fue rengueando a festejar cerca de su gente. Entonces lo vio. Era un chico en silla de ruedas, con los ojos llenos de lágrimas, aferrado al alambrado. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. A pesar de no conocerlo, sentía que tenían algo en común. Como si hubiera una especie de conexión muy profunda entre ellos, y como si en algún momento hubiese sido parte de su vida. Garrafa quedó inmóvil mirándolo fijo a los ojos, como buscando allí una respuesta. El chico de la silla de ruedas, llorando de emoción, sonrió y simplemente le guiñó un ojo. El milagro se había cumplido.
(El autor del presente texto prefiere mantener su anonimato dado que actualmente es jugador profesional de un equipo de la Primera "B" Metropolitana)
Este chico es una cosa descomunal, un verdadero potrillo. Me acuerdo de una nota que me hicieron para “El Gráfico” en el '88, donde yo mencionaba a tres figuras que me parecían de gran proyección: Balbo, Redondo y Simeone. Pero el Cholo es especial. Alguien que como él debuta en Primera División a los 16 años, tiene que poseer algo distinto. Es impresionante, no hay manera de pararlo.
De las prácticas tengo que echarlo, porque si no se queda cabeceando, pateando o perfeccionando algún detalle. Se baja de los aviones y quiere entrenar, no se cansa nunca. Físicamente es un superdotado, y encima aprendió a pasar vacío al ataque. Este tipo de cosas sólo se las veo hacer al holandés Rijkaard, y el Cholito demostró que él también es capaz. Al principio, como todo pibe, era un poco desordenado, pero ahora, a los 22 años, con muchos partidos internacionales sobre el lomo y habiendo jugado en Italia y España, es una brillante realidad.
(ALFIO “Coco” BASILE, técnico de la Selección Argentina, opinando sobre un joven Diego Pablo Simeone en revista “El Gráfico” Nº 3833 del 23 de Marzo de 1993)
Usaba barba y pelo largo para meter miedo.
(RICHARD TAVARES, ex jugador uruguayo, en diario "Olé" del viernes, 3 de Febrero de 2006)
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¿Cómo ganarle a un equipo que tiene un gran delantero?
Muy simple: cuando uno quiere que alguien no coma, lo que hay que impedir es que la comida salga de la cocina y, por eso, yo no debo mandar a marcar al mozo, tengo que preocuparme por el cocinero.
(JUAN CARLOS "Toto" LORENZO, ex técnico argentino, dando en 1966 su parecer sobre el tema que era su pasión: la táctica del fútbol)