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¿Romeo Benetti? El otro día, en un acto social, fue la primera vez que estuve a cinco metros de él sin que me diera una patada. Pero por si acaso no le quité los ojos de encima.

(KEVIN KEEGAN, ex internacional inglés, conservando aún el "respeto" por el duro centrocampista italiano)

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¿Quién sale campeón?

Para mí, Argentina. Pero mejor no lo pongas. Todavía tiene que ganarnos a nosotros y la gente podría pensar mal de mí.

(RAMÓN "Chupete" QUIROGA, arquero argentino -nacionalizado peruano- en declaraciones al suplemento deportivo del diario "Clarín" del 21 de Junio de 1978. Por la noche el arquero, a cargo de la portería peruana en el Mundial 78, recibiría seis goles ante la selección argentina y las sospechas de arreglo de todo el mundo futbolístico)

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Desde al alma (Anónimo - Argentina)


Ariel no tuvo opción. La decisión se tomó en una cena familiar semanas antes de su nacimiento. Fue democrático, eso sí. La votación resultó con tres votos a favor (el padre y los dos hermanos de Ariel) y uno en contra (el de la mamá. Siempre tan liberal y con esas ideas absurdas de que esas decisiones las tendría que tomar él cuando tuviese la suficiente edad para elegir).

También es cierto que si nos ponemos a analizar con detenimiento, se podría considerar algo turbio y fraudulento el manejo que tuvo Raúl, el papá, para “convencer” a Lionel y a Darío, que en ese entonces tenían cinco y cuatro años, de votar a favor de la cuestión. Pero eso son sólo detalles, el hijo tiene que ser hincha del club del padre, y punto... Y si la votación se intuye complicada, no estaría mal abusar de los “superpoderes” paternales y lanzar un decreto sin opción a réplica. Pero sólo en casos extremos.

Así fue como la familia, entonces, decidió que Ariel sería socio e hincha de Banfield desde el día de su nacimiento, siguiendo con la tradición familiar.

Su infancia se dividió entre la escuela, los amigos del barrio y la cancha. Los sábados era una cita obligada ir a ver a Banfield. Eran épocas de vacas flacas para el Taladro, que deambulaba por el ascenso sin pena ni gloria. Pero el corazón no entendía de categorías ni de resultados. Ya por esos días se vislumbraba que el pequeño Ariel iba a ser bueno. Por lo menos era lo que comentaban los viejos plateístas que lo veían patear chapitas entre los demás nenes, que eran sus oponentes de turno. Porque los chicos lo que hacían en la platea era eso, nada de ver el partido que era un aburrimiento total. Más lindo era ser protagonista.

Los partidos de los nenes eran largos, pero se detenían obligatoriamente cuando los viejos bajaban al playón a tomar un cafecito en el entretiempo.

“¿No es lo mismo tomarlo sentado en sus lugares?”, pensaba Ariel. Porque le daba rabia que ocuparan su cancha.

Encima cada uno que pasaba le palmeaba la cabecita y le decía: “Vos sí que sos bueno”, o “vamos a decirle al técnico que saque al burro ese y te ponga a vos” y él respondía con una sonrisa de compromiso. Lo único que quería era que se fueran a sentar para poder seguir jugando. Y así pasaban los partidos, los campeonatos y los años. Y Ariel fue creciendo y confirmando las sospechas de aquellos plateístas: era bueno de verdad.

Cierto día, mientras desayunaba, lo invadió una mezcla de nervios y emoción. El diario zonal anunciaba una prueba de jugadores para armar los equipos juveniles de Banfield. “Ahora o nunca” pensó, “este va a ser mi único intento. Si no quedo voy a jugar en el barrio para siempre”. Y había que creerle. Porque a pesar de sus catorce “pequeños” años, tenía una personalidad con una alta dosis de convicción y orgullo, que no le hubiesen permitido ir a golpear por segunda vez una puerta que se le cerrase en la cara.

Las pruebas serían en quince días. Sabiendo esto, se preparó como para jugar la final de un mundial. Salía a correr todos los días y jugaba los picados que se organizaban en el barrio. En uno de ellos casi se arma feo, porque uno le entró fuerte y los amigos se le fueron al humo y se lo querían comer. Claro, ellos sabían de la prueba y no querían que se la perdiera por nada del mundo. Estaban tan ansiosos como él.

Imaginate que llegue a primera y nosotros desde la tribuna gritando sus goles- se ilusionaba Damián, que era uno de sus mejores amigos.

-¿Te imaginás? Y mirá si en un clásico sea él el que nos regale un triunfo con un gol sobre la hora...- soñaba Matías, otro amigo del alma y tan fanático de Banfield como Ariel.

–Nooo, lo mejor sería poder dar una vuelta olímpica llevándolo en andas...- corregía el Iba, de infancia gallina pero contagiado más adelante por sus amigos y sin vuelta atrás. Y así todos opinaban de lo lindo que sería si Ariel llegaba a primera.

Pero antes tenía que sortear un escollo muy difícil: la prueba. Y la prueba no es como una prueba de colegio, en donde si sabés aprobás y si no sabés te bochan. En estas pruebas además de saber y jugar bien, hay que tener suerte. De que te toque entrar en los primeros partidos, ya que después de mirar muchos, el DT va perdiendo entusiasmo. De jugar en un equipo con chicos que jueguen bien, porque si no te tocan una pelota como la gente se hace imposible... También hay que tener la fortuna de que en el momento que hacés una linda jugada el técnico no esté mirando para otro lado, o hablando por teléfono, o poniéndole azúcar al mate.

En fin, se tienen que dar muchas circunstancias para ser uno de los pocos elegidos entre doscientos o trescientos pibes con las mismas ganas de quedarse. Ariel sabía esto, pero estaba decidido a correr el riesgo.

Y el día llegó. Abrió su mochila y guardó en ella los botines nuevos que compró gracias a la colaboración de sus abuelas. Puso también una hoja de ruda, por consejo materno, y una estampita del Sagrado Corazón. Tomó un desayuno liviano, se despidió de sus padres y se fue.

Al mediodía la familia estaba sentada a la mesa esperando la llegada de Ariel, para almorzar todos juntos. La expectativa crecía a medida que pasaban los minutos.

-¡Cómo tarda!- se quejó la mamá.

–Y, seguro habrán terminado tarde por la cantidad de chicos- intentó tranquilizar el papá. Cuando de pronto el ruido de la llaves en la cerradura anunció su llegada. Los corazones parecieron detenerse. Por fin Ariel entró.

Su cara ahorró el tiempo de las palabras. Aquella sonrisa emocionada y los ojos vidriosos actuaron como detonante. La casa fue invadida por una felicidad desbordante. Los abrazos y los besos se repetían incansablemente. La prueba ya era una anécdota con final feliz.

Lo que siguió a ese escollo complicado, fue un vertiginoso desfile por las categorías correspondientes. En todas ellas Ariel había terminado como goleador, y los comentarios sobre la máxima esperanza del club no tardaron en llegar. Para ese entonces, Banfield ya estaba jugando nuevamente en primera, y llegando fin de año, Ariel recibió una gran noticia: a partir de Enero comenzaría a entrenarse con el plantel profesional. El gran sueño de su vida estaba cada vez más cerca. Pero sin saberlo, el destino lo pondría cada vez más lejos.

Inexplicablemente, en esas vacaciones Ariel sufrió un accidente que le clavó un puñal a sus ilusiones. Volviendo de un cumpleaños con sus amigos, en una noche lluviosa y oscura, su auto se descontroló y chocó contra el árbol de una plaza. El informe médico confirmó lo que nadie hubiese querido escuchar: Ariel no podría volver a caminar. Era un golpe demasiado duro para un chico de dieciocho años lleno de sueños, ahora transformados en pesadillas.

Con el apoyo y el amor de su familia y de sus amigos, y con una Fe en Dios inquebrantable, Ariel comenzó a salir del pozo depresivo en el que había caído. Hasta había vuelto a ir a la cancha. Se ubicaba contra el alambrado de atrás del arco y alentaba sin parar, como siempre.

La buena campaña que estaba realizando Banfield lo ponía feliz. No se perdía ningún partido. Siempre acompañado por su papá, sus hermanos y sus amigos, que lo rodeaban para protegerlo de las avalanchas. Algunas veces se imaginaba allí... del lado de adentro. Corriendo, haciendo un gol, festejando colgado del alambrado de cara a su gente... Eso lo ponía triste. Pero al rato estaba otra vez cantando, golpeando el alambre como si fuera un bombo, y orgulloso de estar ahí, en su lugar, en la tribuna, como toda la vida.

Banfield estaba haciendo un campeonato histórico y llegaba a la última fecha con grandes posibilidades de ser campeón. Quiso el destino, el maldito destino, que justo le tocara definir su chance en la cancha de su eterno rival, Lanús. Esa semana previa al partido el barrio estaba convulsionado. No se hablaba de otra cosa que no fuera de Banfield. La gente acampaba días y días a la espera de conseguir una entrada. Entre carpas, lonas, reposeras, mate y truco estaba Ariel. Era el partido más importante de la historia del Taladro y no se lo iba a perder por nada del mundo. Día y noche, con lluvia o sol, él estaba ahí, a la espera de las entradas.

En esas noches durmiendo en la calle, infinidad de veces tuvo el mismo sueño: él jugando ese partido trascendental para Banfield y haciendo el gol del triunfo con el que se consagraba campeón el club de sus amores justo en cancha de Lanús.

Después de tres días de espera, al fin tuvo en sus manos las entradas para su familia y para algunos amigos que por el trabajo no pudieron ir a comprarlas.

La noche anterior al gran partido, Ariel no podía dormir. Una mezcla de nervios y ansiedad atentaban contra su sueño. En un momento, mirando una foto de su ídolo Garrafa, colgada en la pared, recordó algo que le había dicho su mamá cuando era pequeño: “Si querés algo con toda tu alma... pero de verdad, desde lo más profundo de tu alma y de tu corazón, y se lo pedís a Dios y confiás en Él... Él te lo va a dar”.

Al terminar de recordar aquella frase, se sobresaltó. Estaba pálido y bastante transpirado. ¿Cómo no lo había pensado antes? Lo que él deseaba con toda su alma era casi imposible. Pero la grieta que separa “casi” de “imposible” se llama milagro, y eso era lo que Ariel necesitaba. Cerró sus ojos, extendió sus manos hacia el cielo y...”Señor, hoy recordé algo que me dijo mi madre hace muchos años. Que si quiero algo desde los más profundo de mi alma y de mi corazón y te lo pido con Fe, Tú me lo darías. Bueno, hay algo que realmente deseo desde la primera hasta la última célula de mi cuerpo, desde la primera hasta la última gota de mi sangre. Lo deseo con toda mi alma y con todo mi corazón. Y además confío en que Tú eres el único capaz de realizar un milagro como el que necesito. Tú me pusiste esta difícil prueba en mi vida, que es no poder caminar, y yo nunca dudé de Ti. Sigo confiando ciegamente en Ti. Por eso te pido que me des la posibilidad de jugar el partido de mañana. Es el sueño que tuve desde chico. No sé cómo, no se me ocurre. Pero de alguna manera quisiera poder vivir ese momento histórico. Alguna forma tiene que haber. Yo confío en Ti. Gracias Señor, Amén”. Instantáneamente, al terminar la oración lo invadió un sueño profundo y se durmió pensando en el partido.

Cuando se despertó algo había cambiado. Su habitación no era la misma. Desconcertado y con un poco de miedo, recorrió lentamente con su vista todo el cuarto. Se sobresaltó al ver otra cama a su lado con una persona durmiendo en ella. Se incorporó y con sorpresa y emoción, descubrió que estaba en la concentración de Banfield y que su compañero de habitación era el uruguayo Lujambio. El milagro parecía haberse cumplido. Lentamente movió una pierna, mientras una lágrima recorría su mejilla. Se levantó y disfrutó con felicidad cada paso que lo llevó hasta el baño. Había vuelto a caminar. Notó que sus piernas eran más gordas y un tanto chuecas, pero le restó importancia. Supuso que habrían quedado así después del accidente. Aunque en realidad, ese no era el motivo.

Al mirarse en el espejo un escalofrío le recorrió el cuerpo. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Ese no era él...bah, si era él. Pero no era su cuerpo. La imagen de Garrafa allí reflejada lo dejó inmóvil por un instante. Comprendió que estaba dentro del cuerpo de su ídolo. Todavía conmovido, regresó a la habitación.

-¡Eh, Garrafa! Qué carita....¿viste un fantasma en el baño?- le dijo risueño Lujambio, ya despierto.

–Eee.....no...eee...estoy un poco nervioso por el partido- intentó disimular Ariel.

–Sí, justo vos nervioso...- le contestó con ironía.

Ariel no sabía cómo actuar, no quería que nadie sospechara nada. Por eso intentó estar solo la mayor cantidad de tiempo posible, esperando que llegara la hora del partido. Los compañeros lo notaron un poco raro, pero con la ansiedad reinante, nadie hizo hincapié en eso. Y el partido llegó. Y Ariel se encontraba en la mitad de la cancha, con la diez en la espalda, listo para dar el puntapié inicial a su sueño. Se distrajo en un momento, al mirar la tribuna visitante repleta con treinta mil almas verdes y blancas. Si hasta tardó en reaccionar a la ovación de la gente. Claro, no se había dado cuenta de que el “Garraaaafa, Garraaaafa...” era para él, hasta que el uruguayo le pegó disimuladamente una patadita en el tobillo.

-¡Dale saludá! ¿no escuchás como te gritan? Estás raro hoy, ehh...- le dijo acompañando el golpe. Ariel sonrió y levantó sus brazos hacia la popular que le devolvía el gesto con un interminable aplauso. Pero algo le preocupaba. ¿Cómo estaría todo en su casa? ¿Se habrían dado cuenta de algo? ¿Habrá quedado su cuerpo solo, sin alma, acostado en su cama? ¿Y el alma de Garrafa, dónde habría quedado?

El silbato del árbitro dando la orden de inicio, terminó con las preguntas. El partido comenzaba y no había tiempo para preocupaciones ni pensamientos. Sólo había que jugar y disfrutar de aquel regalo divino.

Como se preveía fue un encuentro duro. Banfield con los nervios a cuestas por la gran posibilidad de conseguir su primer título, y Lanús con la chance histórica de arruinarle la fiesta a su rival de siempre.

Nadie arriesgaba nada. Excepto Ariel, claro. Si ese sería el último partido que jugaría en su vida, no iba a andar especulando. Corría, pedía la pelota, tiraba caños... la gente deliraba con él. En un momento, en el que se acercó a buscar una pelota detrás del arco para tirar un córner, una imagen le aceleró el corazón. Allí, contra el alambrado, en su lugar... ¡estaba él! En su silla de ruedas, rodeado como siempre por sus amigos, su papá y sus hermanos. Pero, ¿cómo podía ser? ¿no se daban cuenta de nada? Ariel quedó mirándose fijo a sus propios ojos, sentados en aquella silla, como buscando allí la respuesta. Y efectivamente allí la consiguió: una sonrisa y un guiño de ojos cómplices le hicieron comprender que Garrafa ocupaba ahora su lugar. La advertencia del árbitro para que se apurara a ejecutar el córner, lo devolvió al partido. El tiempo pasaba y Banfield no podía conseguir el gol que lo consagrara campeón.

Faltaban sólo tres minutos cuando un tiro libre en el borde del área, le daba una de las últimas esperanzas al Taladro. Era ideal para Garrafa. Con su pegada exquisita, era el único capaz de enviar la pelota por encima de la barrera y clavarla en el ángulo. Claro que había un inconveniente. Garrafa era zurdo y Ariel era derecho.

Mientras acomodaba la pelota, Ariel sintió una voz dentro suyo que le dijo: “Acomodate para patear con tu pierna izquierda. Como los jugadores que están en la barrera saben que Garrafa patea siempre por encima de ellos, van a saltar bien alto. Vos pegale fuerte, a ras del piso, que la pelota va a pasar por debajo de ellos y vas a convertir el gol del campeonato”.

Ariel dudó un instante, pero comprendió de donde venía esa voz. Y se preparó para patear. Tomó tres pasos de carrera, como era la costumbre de Garrafa, para no levantar sospechas. El juez dio la orden. Ariel llegó a la pelota y vio como la barrera se preparaba para saltar. Haciendo caso a ese mensaje divino, le dio con el alma, bien fuerte y de rastrón. No vio cuando la pelota entró porque la barrera ya había bajado otra vez luego del salto inútil. Pero escuchó el rugido de aquel monstruo verde y blanco de treinta mil cabezas y comenzó una alocada carrera hacia el alambrado para festejar junto a sus seres queridos que estaban allí.

Antes que pudiera encontrarlos, un ruido molesto y constante lo mareó. Ya no veía bien. Sacudía la cabeza de un lado a otro, pero la imagen era cada vez más borrosa y distante. Hasta que otra voz le aclaró la visión: -¡Dale Ari, levantate! ¿No escuchaste el despertador? Hace rato que está sonando. Dale, arriba, que hoy es el gran día. En un rato ya nos vamos para la cancha. Hay que estar tempranito, así conseguimos el lugar de siempre junto al alambre. El padre fue el encargado de volverlo a la realidad. Una realidad que lo inundó de tristeza. Hubiese dado cualquier cosa porque ese sueño fuera cierto.

Había sido tan lindo, tan perfecto, tan real...

Como pudo se subió a su silla, buscó en el ropero la camiseta que usó durante todo el torneo a modo de cábala, y se preparó para salir.

La caravana de peatones, autos, combis y motos era interminable, pero se las ingeniaron para encontrar un atajo y llegar antes que la multitud. Consiguieron su lugar de siempre, detrás del arco y pegados al alambrado. Con la ansiedad por el partido y con el clima que se vivía, Ariel recuperó la alegría. La tribuna visitante estaba colmada. La fiesta estaba por comenzar. La ovación para Garrafa fue emocionante. A Ariel se le humedecieron los ojos cuando el diez levantó los brazos para agradecer el cariño de la gente. Todo era tan similar a su sueño...

El partido comenzó y los nervios se adueñaron del protagonismo. Los dos equipos jugaban a muerte. Era un partido crucial para ambos. Cualquier resultado iba a quedar en la historia, para uno u otro lado. El primer tiempo terminó cero a cero. Banfield dependía de sí mismo. Ganando se consagraba campeón, pero no había estado ni cerca de marcar un gol.

En el segundo tiempo, el Taladro atacaba hacia el arco donde estaba su gente. Ariel tenía una ubicación envidiable. Justo detrás del arco donde se podía definir la historia. Los minutos pasaban y los nervios crecían. Banfield ya había usado los tres cambios permitidos, y una grosera patada sobre Garrafa hizo temer lo peor. Quedó varios minutos tendido en el suelo, revolcándose de dolor. No podía seguir. El médico hizo un gesto moviendo su cabeza de un lado a otro, confirmando que era algo serio.

Algunos compañeros se agarraban la cabeza. No podían comprender cómo se quedaban sin su mejor jugador faltando sólo cinco minutos para terminar el partido. Garrafa se levantó ayudado por el doctor y por el kinesiólogo, con visibles gestos de dolor, pero con todas las intenciones de seguir.

Los facultativos pugnaban por sacarlo de la cancha, pero él, terco y caprichoso, forcejeaba como un niño, con pataletas incluidas, para quedarse en el campo de juego: -¡No me voy ni loco! No voy a dejar al equipo en este momento. No te preocupes, juego parado sin poner en riesgo mi pierna. Algo voy a hacer. Los doctores sabían que convencerlo era imposible, por eso, ante esas palabras llenas de valor y convicción, desistieron de su idea.

El partido se reanudó y Garrafa caminaba con dificultad a la espera de una oportunidad. Estaba al acecho, como un gato agazapado esperando para dar el zarpazo. El reloj marcaba cuarenta y cinco minutos y el árbitro agregó cinco más por el tiempo desperdiciado entre los cambios y las lesiones. La histórica chance se escurría como agua entre los dedos.

Restaban tres minutos cuando el juez detuvo el juego por una infracción cerca del área de Lanús. Garrafa se acercó rengueando para acomodar la pelota. Veinte metros lo separaban de la gloria. La gente gritaba ilusionada. Sabían que era una de las últimas chances que tendrían. Pero Ariel estaba en silencio, pensativo. Ese tiro libre, desde esa posición... Todo tan parecido...

Garrafa tomó tres pasos de carrera, como siempre. Miró la cabeza del tercer hombre de la barrera para calcular el disparo. Él sabía que si lograba hacer pasar la pelota por allí, el arquero no podría evitar el gol. Le dolía mucho la pierna, pero no le importaba. Era un tiro más. Solamente un tiro más. Se sintió mareado y pensó que era producto del dolor y de los nervios. Pero la vista se le nubló y una sucesión de imágenes difusas le ametrallaban la mente.

De repente, tuvo una visión muy extraña: la misma cancha, el mismo tiro libre y él parado frente a la pelota. Todo visto desde el ángulo opuesto, como desde la mirada de alguien que estaba en la tribuna. Estaba confundido, no lograba entender. La imagen continuaba como una película en cámara lenta. La barrera saltaba muy alto y él, sorprendiendo a todos, decidía patear a ras del piso clavando la pelota junto a un palo.

En seguida, la imagen desapareció abruptamente. Garrafa parpadeó con fuerza un par de veces, como tratando de dejar atrás lo que había experimentado. Pero era imposible. Esa especie de película lo había afectado bastante. Una sensación extraña recorría su cuerpo. Todo era confusión. ¿A qué se debía esa imagen? ¿Por qué se vio a sí mismo de frente, como si fuera otra persona? No encontró respuestas, pero presentía que algo significaba todo lo vivido.

Cuando el árbitro dio la orden, Garrafa aún no había decidido cómo iba a patear. Suspiró, cerró con fuerza sus ojos y se dirigió al encuentro de la pelota. Tres pasos lo separaban de ella. Poco tiempo. Pero para él fue una vida. Durante el primer y el segundo paso pensó en patear como mejor sabía: por encima de esa barrera humana, con chanfle y buscando el ángulo. ¿Por qué iba a cambiar? Si de esa manera había metido una montaña de goles.

Al tercer paso dudó, pero sabía bien que no es conveniente dudar a último momento. Por eso cuando llegó a la pelota fue con toda la intención de pegarle por arriba de la barrera. Pero al momento de patear, sintió desde lo más profundo de su alma, desde un rincón infinito, que debía hacerle caso a aquella imagen premonitoria. Y fue tan sobre la marcha cuando decidió cambiar, que los jugadores de Lanús pegaron el salto de su vida, convencidos de que iba a elevar la pelota por encima de ellos. Parecían salidos de un volcán en erupción que los había despedido con una furia incontrolable. La pelota pasó como un rayo por debajo de sus pies.

Garrafa no llegó a ver cuando ésta entró porque los jugadores de la barrera ya habían sido víctimas de la gravedad y estaban en el piso otra vez luego del salto inútil. Pero escuchó a ese monstruo verde y blanco de treinta mil cabezas rugiendo como un león hambriento y con lo último que le quedaba fue rengueando a festejar cerca de su gente. Entonces lo vio. Era un chico en silla de ruedas, con los ojos llenos de lágrimas, aferrado al alambrado. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. A pesar de no conocerlo, sentía que tenían algo en común. Como si hubiera una especie de conexión muy profunda entre ellos, y como si en algún momento hubiese sido parte de su vida. Garrafa quedó inmóvil mirándolo fijo a los ojos, como buscando allí una respuesta. El chico de la silla de ruedas, llorando de emoción, sonrió y simplemente le guiñó un ojo. El milagro se había cumplido.

(El autor del presente texto prefiere mantener su anonimato dado que actualmente es jugador profesional de un equipo de la Primera "B" Metropolitana)

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Este chico es una cosa descomunal, un verdadero potrillo. Me acuerdo de una nota que me hicieron para “El Gráfico” en el '88, donde yo mencionaba a tres figuras que me parecían de gran proyección: Balbo, Redondo y Simeone. Pero el Cholo es especial. Alguien que como él debuta en Primera División a los 16 años, tiene que poseer algo distinto. Es impresionante, no hay manera de pararlo.
De las prácticas tengo que echarlo, porque si no se queda cabeceando, pateando o perfeccionando algún detalle. Se baja de los aviones y quiere entrenar, no se cansa nunca. Físicamente es un superdotado, y encima aprendió a pasar vacío al ataque. Este tipo de cosas sólo se las veo hacer al holandés Rijkaard, y el Cholito demostró que él también es capaz. Al principio, como todo pibe, era un poco desordenado, pero ahora, a los 22 años, con muchos partidos internacionales sobre el lomo y habiendo jugado en Italia y España, es una brillante realidad.


(ALFIO “Coco” BASILE, técnico de la Selección Argentina, opinando sobre un joven Diego Pablo Simeone en revista “El Gráfico” Nº 3833 del 23 de Marzo de 1993)

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Usaba barba y pelo largo para meter miedo.

(RICHARD TAVARES, ex jugador uruguayo, en diario "Olé" del viernes, 3 de Febrero de 2006)

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¿Cómo ganarle a un equipo que tiene un gran delantero?

Muy simple: cuando uno quiere que alguien no coma, lo que hay que impedir es que la comida salga de la cocina y, por eso, yo no debo mandar a marcar al mozo, tengo que preocuparme por el cocinero.

(JUAN CARLOS "Toto" LORENZO, ex técnico argentino, dando en 1966 su parecer sobre el tema que era su pasión: la táctica del fútbol)

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LOS MUCHACHOS VALIENTES - Celtic (Escocia)


Hablar del Celtic de Glasgow es hablar de uno de los símbolos del fútbol escocés, un club con una historia repleta de éxitos deportivos y humanos.
En el año 1887, procedente de la vecina Irlanda, llega a Glasgow un hermano marista, el padre Walfrid. Con él, incluso años antes, habían llegado miles de emigrantes irlandeses que buscaban en Escocia la tierra prometida. Pero la realidad en Glasgow era bien diferente. Junto a la gente rica, feliz... algunos apenas tenían para vivir. El trabajo en la mina, generalmente reservado a los emigrantes irlandeses, era cruel.
El padre Walfrid no podía dejar abandonados a sus compatriotas. Necesitaba encontrar la manera de conseguir dinero para procurar alimentos a las personas más necesitadas. Y el cielo le inspiró. El fútbol acababa de entrar en las costumbres del pueblo británico. ¡Fundaría un club de fútbol! Y el dinero lo repartiría entre la gente menesterosa.
Otro monje, el padre Dorotheus, le ayudó. En 1888 nació el Celtic de Glasgow. Un club con tradición irlandesa y fundado por católicos. Eligió como color del equipo el verde. Y como escudo el trébol, eso sí, para evitar supersticiones, de cuatro hojas. Era la manera de tener siempre en la memoria su origen y el de sus padres: Irlanda.
La elección de los símbolos fue acertada. El trébol de cuatro hojas pronto trajo la suerte al equipo. Dos años después de su fundación ya cosecharía su primer éxito deportivo. Un maravilloso inicio. Ganó la Copa de Escocia de 1890.
El club empezaba a cumplir con creces los objetivos planteados. No sólo triunfaba deportivamente, sino que al mismo tiempo, desarrollaba una importante labor social. Los beneficios eran repartidos entre los más necesitados y, sobre todo, los trabajadores encontraron una sana distracción. Pero el fútbol, como la propia vida, evolucionó. Los dirigentes dejaron de ser los padres católicos que lo fundaron. Cuando el profesionalismo irrumpió en el deporte el Celtic se agarró a él y se constituyó en compañía.
Sin embargo, sus objetivos primitivos no cambiaron. Cada año, de las cuentas del club, una cantidad importante de dinero era destinada a las sociedades de beneficencia. Y no tienen por qué ser escoceses. Grandes obras, como la lucha contra el cáncer, reciben donaciones del Celtic. Un club que no olvida sus orígenes.

Nace la rivalidad

¿Qué sería el fútbol escocés sin la rivalidad entre el Celtic y el Rangers? Dos equipos de una misma ciudad, Glasgow, pero muy diferentes. Incluso en sus orígenes. Mientras que el Rangers fue fundado en 1873 por un grupo de jóvenes protestantes, el Celtic lo fundó un padre católico irlandés.
Dos clubes indisociables en la historia del fútbol escocés. Una rivalidad que desde hace mucho tiempo fue bautizada con el nombre de “Old firm”, por referencia al origen mismo de Glasgow, una ciudad marcada por la doble cultura gaélica y anglosajana. Este nombre, Old firm, significa “vieja empresa”, y se debió a que durante unos años, ambos equipos se aprovecharon de la rivalidad entre ambos para sacarle rentabilidad pues a comienzos de siglo los dirigentes de ambos clubes forzaban la celebración de un tercer partido (desempate) en la temporada para volver a obtener beneficios por la recaudación, ya que estos partidos son los más esperados por los hinchas escoceses.
El primer Celtic-Rangers se disputó meses después de la creación del club verdiblanco. El partido se disputó en el Celtic Park el 28 de Mayo de 1888. Acababa de nacer una de las más fieras rivalidades de la historia del deporte en Escocia. Neil McCalum conseguiría el primer gol de la historia del Celtic. Y los verdiblancos consiguieron su primera victoria contra sus más directos rivales (5-2). Y en el encuentro de revancha, los herederos del padre Walfrid, volvieron a imponerse con comodidad (6-2).

Llegan los éxitos

En el año de 1892 el Celtic gana la Copa de Escocia y al año siguiente gana su primera Liga, durante esas épocas, dominó el campeonato nacional. No obstante, su dominio es interrumpido en el año de 1930 por el Rangers.
El Celtic, pese a contar con grandes jugadores, entre 1945 y 1965, sólo logró adjudicarse un título de Campeón y en 1963 su tradicional rival le arrebataría la Copa de Escocia.
Su momento más importante llegó en el año de 1967 cuando gana la Copa de Europa tras vencer al Inter de Milan 2 a 1. La final se disputó en el Estadio Nacional de Portugal, convirtiéndose en el primer equipo escocés en ganar dicho título. Aquella escuadra estaba liderada por el capitán Billy McNeill y por el entrenador Jock Stein. Todos los jugadores eran originarios de Glasgow y nacieron en un radio de 30 millas alrededor del estadio. Aquel año fue el más exitoso del Celtic proclamándose campeón de Liga, Copa, Copa de la Liga, Copa de Glasgow y Copa de Europa.
Les quedaba un paso más para quedar definitivamente inmortalizados en la historia del fútbol mundial. El titulo europeo les significó el pasaje para disputar la Copa Intercontinental ante el campeón sudamericano. El rival era el Racing Club de Avellaneda, el equipo sensación de Argentina. En los papeles el Celtic era amplio favorito y muchos daban por hecho la obtención del titulo de mayor importancia mundial a nivel clubes. Pero los escoceses no pudieron conquistar la Copa Intercontinental. Luego de vencer por la mínima diferencia en Escocia, el Celtic caería derrotado por dos a uno en Argentina, ante un colmado estadio. El tercer y definitivo partido se jugaría en Montevideo, Uruguay, en el Estadio Centenario. El encuentro quedaría inmortalizado por el gran gol convertido por el “Chango” Cárdenas. Racing daba el golpe, vencía por uno a cero y se adjudicaba la Intercontiental.
En 1970 el Celtic llegó por segunda vez a la final de la Copa de Europa pero perdió 2-1 ante el Feyenoord. La mayoría de los campeones de 1967 estaban aún en el equipo, muy veteranos todos ellos. Esa es una de las razones que achacan los seguidores a la derrota. Aquella final pasó a la historia por ser el partido de una Copa europea con mayor número de espectadores.
El Celtic vuelve a la final de un torneo internacional en el año 2003 cuando disputa la final de la Copa UEFA, sin embargo pierde la final ante el Oporto de José Mourinho por 3-2 en la prórroga. No obstante, la final fue importante ya que el equipo obtuvo el premio al juego limpio de la FIFA y la UEFA por el comportamiento de los hinchas escoceses (se desplazaron más de 80.000 seguidores.
El Celtic ha conquistado 5 de las 7 últimas ligas, consiguiendo Liga y Copa en 2007 y avanzó a los Octavos de final de la Copa UEFA.
El apodo oficial del club es “Bhoys”. Según la agencia de prensa del Celtic, cuando el club nació, se les llamaba a los jugadores “The Bould Boys” (Los muchachos valientes) por la garra y tesón que demostraban por aquellos años. En una postal de principios del siglo XX se lee "The Bould Bhoys" (la ‘h’ suplementaria refleja el acento irlandés).
Los simpatizantes del Celtic reciben el apodo “Hoops”. Se debe a la forma de las camisetas, con rayas horizontales. Hoops traducido al castellano significa “Aros”. Este apodo data de 1903.
El Celtic juega sus partidos de local en Celtic Park, al que comúnmente se le llama “Parchead”, por el distrito donde está situado, y cuenta con una capacidad para 60.832 espectadores.

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Carlos Altieri tiene una gran amistad con Marcelo Bielsa. De hecho, él fue quien promovió la designación de Bielsa como D.T. de Newell´s, a mediados de los '90, cuando el ciclo de Yudica estaba cumplido. A continuación, relata como era el trabajo del Loco cuando dirigía, allá por los '80, en las inferiores de Newell's: "Fue en el ochenta y pico. Al principio, le dieron una división que no era tan importante y un año después empezó a reclutar jugadores, sin saber que, con el tiempo, ese grupo le iba a dar tantos títulos al club.
Marcelo se toma un año en el que hace toda una selección de jugadores, recorriendo el país en un Renault 6. Yo lo acompañé en muchos viajes, como amigo. Me acuerdo que fuimos a Bahía Blanca a buscar a "Quito" Paz, que era de allí, y al "Negro" (Marcelo) Escudero, que vivía en Punta Alta (una localidad vecina). Salimos a las siete de la tarde de la terminal de ómnibus y a las pocas horas el colectivo paró, creo que en Junín.
Bajamos a comer una pizza y cuando volvemos el coche estaba lleno.
Nosotros creíamos que teníamos el pasaje con asiento, pero no era así.
La cuestión es que viajamos parados desde las once y media de la noche hasta las ocho de la mañana hasta que llegamos a Bahía Blanca. Creo que eso lo pinta de cuerpo entero a Marcelo".

Cabe agregar la anécdota del arribo de Mauricio Pochettino al club, que fue un tanto peculiar: Bielsa, guiado por el comentario de un hombre en una parrilla, y sin haberlo visto jugar, fue a buscarlo al pueblo de Murphy a la una de la mañana, para convencerlo de que fichara para Newell´s, y no para Central.


(extraído del excelente blog Frases bielsistas)

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Todo estaba previsto, menos la victoria de Uruguay.

(JULES RIMET, ex Presidente de la FIFA, rememorando en su libro "La maravillosa historia de la Copa del Mundo" el Maracanazo de 1950)

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¿Incorporarle tecnología al fútbol? Al fútbol hay que dejarlo tranquilo. Es un deporte de dudas que está hecho por y para futbolistas, al fin y al cabo, seres humanos. De lo que hay que ocuparse es de enseñarles a jugar a los chicos un fútbol positivo.

(JOHAN CRUYFF, célebre ex jugador y técnico holandés, dando en 1997 su opinión sobre los avances tecnológicos en el fútbol)

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Víctor Hugo Aristizábal (Colombia)


Víctor Hugo Aristizábal Posada despertó a la vida y al fútbol, un 9 de Diciembre de 1971, en el barrio Belén, en el sur occidente de Medellín. Belén, una suerte de pueblo pequeño con grandes mangas, tiendas de abarrotes y cantinas con billares, dentro de la gran metrópoli antioqueña, le servía como “patria chica” al pequeño párvulo sediento de gloria.
El hijo de Leonel Eudoro y de María Elena, el tercero de la familia Aristizábal Posada, era un inquieto muchacho con ansias de triunfar. Sus amiguitos de la escuela Jacklyn Kennedy, viendo sus virtudes y su olfato goleador, lo empezaron a invitar a jugar en los “desafíos” barriales. No tardó en destacarse no solo por sus anotaciones con sabor a barro o a arenilla, sino por su generosa nariz, razón por la cual sus compañeros lo empezaron a llamar “Pinocho”.
Esa “Goma” por jugar a la pelota lo lleva a las canchas de Campo Amor, a pedir la oportunidad de jugar en los equipos de Asesorias Hernando Díaz, en los torneos de la liga Antioqueña de fútbol. Jugó en las categorías cuarta y tercera.
Por recomendación de Hernando Díaz, su primer técnico en el fútbol, llega a la selección pre juvenil de Antioquia, orientada por Juan José Peláez. Es el año de 1985 cuando “Aristi” se enfunda la primera camiseta blanca y verde de las 8 selecciones paisas en las que participaría y en las cuales anotaría 25 goles.
En ese mismo año de su debut con la camiseta de Antioquia y en el mes de Marzo muere su padre que, con la venta de chance, mantenía a su familia compuesta por su madre, dos hermanas, un hermano, y Víctor Hugo.
No hubo otra alternativa que abandonar sus estudios de tercero de bachillerato, en el Octavio Harry y ponerse a trabajar vendiendo chance, moliendo arepas o voceando el periódico del día, en Belén Rincón, pues le daba pena con sus amiguitos del barrio que lo vieran vendiendo la prensa diaria.
Insiste con el fútbol y pasa por los equipos del Colegio Antonio Nariño donde convierte más de 70 goles.
Más tarde, en 1989, llega al cuadro Atlético Nacional y de la mano de Nelson Gallego empieza a fundamentarse como gran goleador. Su debut con el cuadro verde no se hizo esperar: el 2 de Agosto de 1990 pisa el gramado del Atanasio Girardot como profesional del balón, enfrentando al Deportivo Pereira.
Su primer gol se lo hizo al portero Lisandro Abello, del Sporting de Barranquilla, un 23 de Agosto de 1990, en la portería norte del “coloso de la 74”. A los 16 minutos de iniciado el partido, Víctor Hugo se escapa por la punta derecha y con balón cruzado vence la resistencia costeña.
De eso han transcurrido 16 años y todavía lo sigue haciendo, con un récord difícil de igualar para goleador colombiano: más de 333 goles, en los diferentes equipos en los que ha militado.
Sus hermanos Carlos Albero, Angelina, Sandra y su madre María Elena siguen viendo en Víctor Hugo ese ser humano preocupado por el mejor estar de su familia y al mismo tiempo celebrando todas y cada una de las anotaciones que ha realizado con el cuadro verde de Antioquia, que ya suman más 190.
Además, las alegrías entregadas al pueblo colombiano con nuestra selección que llegan a 19 dianas, incluyendo las 6 que marcó en la Copa América del 2001 y que lo erigieron como el máximo anotador del combinado nacional en ese torneo.
Asímismo, quién no recordará ese “escorpión” contra Chile en un partido amistoso con Colombia, cuando estaba recién casado con Catalina Echavarriaga Lopera, en 1994.
De igual manera, quién se olvidó de los 33 gritos de gol convertidos para el Sao Paulo, en las temporadas 96/98. O las 31 anotaciones con el Victoria Guimares en el 2002. O las 28 con el Cruzeiro de Porto Alegre, en el 2003.
Igualmente, como no rememorar los 12 goles con el Coritiba o los 5 con el equipo del rey Pelé, el Santos. Además, las 15 dianas que convirtió este romperedes antioqueño, cuando se encontraba defendiendo los colores del Deportivo Cali, en el 2001.
Una de las máximas frustraciones que tiene “Aristigol” es que en su debut internacional, jugando para el Valencia de España, en 1994, no pudo marcar. Pero eso no lo amilanó. Es que ni a Emilio, su último hijo, se le podrá olvidar de la memoria esas grandes gestas de su padre, porque de manera permanente se las estarán recordando, por más de 300 veces, sus hermanitas Maria Camila o Juanita.
Víctor Hugo Aristizábal es sinónimo de gol y sus goles son vida.

(biografía realizada por Roosevelt Castro Bohorquez, Historiador, Comunicador Social y Periodista de la Universidad de Antioquia -Medellín, Colombia- que gentilmente la cedió para ser publicada en este blog. Muchas gracias Roosevelt!)

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Hablame de Europa, de Francia. ¿Qué hacía un tipo como vos en un lugar como ese?

-Al segundo día se quería ir -dice Mónica, su esposa-.

-Sí, me quería ir.

-¿Qué pasaba?

-Encontré todo, cómo te lo digo, frío, eso es. Ordenado, demasiado prolijo, demasiado bajo control. No me enamoré a primera vista.

-Dame un ejemplo.

-Por decirte algo, hay en Lyon un club, "El Club de los Cien". Son hinchas del club y gente que pone plata para estar cerca. Cholulos, ¿viste? Bueno, era lo mismo que ganáramos o perdiéramos por goleada. Siempre el mismo agasajo, la misma comida, la misma conversación. ¿Te das cuenta? Acá si ganas todos contentos. Pero si perdés, 6 a 1, como perdimos nosotros con el Olimpyque de Marsella, el del Bernard Tapie, donde jugaban Jean-Píerre Papin, y otros genios, tenés que salir en un celular para que no te maten. Es otra historia. Como si les diera lo mismo ganar que perder. Es difícil meterse en eso.

-Pero te metiste. Y no te fue mal.

-No, me fue bien. Hice bastantes goles. Compraron a Kabongo, un jugador de Zaire, y nos entendíamos mucho. Era negro, por supuesto. Azul, de tan, tan negro, aquel Kabongo.

-¿Te peleaste con alguien en Lyon?

-Lo mandé al diablo a Lacombe, el manager. Era un pesado y un déspota. No lo aguanté, de ahí en adelante me sacó, me dejó sin jugar y me hizo todo tipo de porquerías para que me cansara y me fuera, dejándole el cupo a otro extranjero. Hay mucha gente así, ya se sabe.

(CLAUDIO “Turco” GARCÍA, ex futbolista argentino, rememorando su paso por Francia en revista “El Gráfico” Nº 3833 del 23 de Marzo de 1993)

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Blooming es el papá de Oriente Petrolero y el hijo de Destroyers.

(FERMÍN ZABALA, comentarista deportivo boliviano)

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El jugador de fútbol es como un caballo. Si uno lo monta bien, lo respeta y obedece. Pero si usted no sabe apretarle bien los tacos, lo bellaquea y por ahí lo tira...

(RENATO CESARINI, ex jugador y técnico de fútbol ítalo-argentino)

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Tuyo siempre (Andrés Calamaro - Argentina)

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No importa lo que pase los domingos
aunque ganes, aunque pierdas voy contigo
yo te voy a alentar toda la vida
porque este amor por vos no se termina.

Te seguiria por todas partes
y volveria a La Paternal
todos juntos, para poder festejar
un campeonato más!... mejor que antes
vamos Bicho que yo te sigo a todas partes
Argentinos, hay que poner mas huevo
te lo pide la Banda de Paternal!

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El doctor Roberto “Cacho” Paladino estaba cenando en el restaurante "La Raya" con la gente de Huracán, cuando de repente se acercó un dirigente de AFA. Faltaba poco para el Mundial 74 y el hombre le contó sus inquietudes: “Necesitamos un nueve que se haga sentir. Alguien que preocupe allá arriba, en el área, que la meta...”
Cacho, metido en las necesidades del dirigente sumó su cuota al perfil del jugador deseado: “alguien que arranque de atrás y llegue, y que cuando llegue facture. Un tipo con agilidad, velocidad, olfato de gol...” En el paroxismo de su entusiasmo, el dirigente casi gritó: “¡Eso, justamente eso!”. “Entonces no busque más -lo interrumpió Paladino-, en aquella mesa está justo el hombre que describe. Por lo menos era todo eso hace treinta años, ahora no sé cómo andará...”
Y le señaló al genial paraguayo Arsenio Erico sentado en una mesa cercana.

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El fútbol es una guerra simbólica.

(MARIANO GRONDONA, periodista, ensayista y presentador de televisión argentino -1996-)

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Tuve ganas de darle una trompada. Es muy feo que un colega, un compañero de trabajo, te haga eso. En ese momento tuve ganas de pegarle, pero me contuve y traté de manejar la situación.

(JULIO CÉSAR CÁCERES, defensor paraguayo de Boca Juniors, refiriéndose al delantero de Gimnasia y Esgrima La Plata, el uruguayo Diego Alonso, quien le tocó el culo durante el partido del domingo pasado)

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Para jugar al fútbol hay que ser...


VANIDOSO

Sin vanidad es imposible llegar a ser futbolista. La vanidad hace que el jugador se mate por "mostrarle" al público, a los compañeros, al director técnico, a los adversarios, a la prensa, lo bien que juega, lo fuerte, lo guapo, lo cojudo que es. Lo vivo, lo veloz, lo pícaro, lo grande que es.
El jugador se tiene que sentir el mejor del mundo y sus alrededores, por lo menos en su puesto. La vanidad es el motorcito fuera de borda que lo va a hacer trabajar, practicar, cuidar el físico, tratar de aprender algo nuevo todos los días. Ya el hecho de ponerse el colorido disfraz de jugador de fútbol implica una gran dosis de vanidad, pero esa dosis no alcanza cuando entra a la cancha a jugar y a "mostrar" lo bien que lo puede hacer.

• En la expresión está el éxito: muestre su porte de crack

• La vanidad como motor hace campeones

EGOÍSTA

Uno juega para uno. Es como salir a comer con diez amigos; los once comen juntos pero uno come para uno. El egoísmo alimenta el deseo de llegar antes a todos lados. Incluso al vestuario, para las prácticas o los partidos, porque eso permite que el masajista lo atienda primero y no después de haber masajeado a quince compañeros, cuando el pobre tipo está muerto.
Hay que ser el primero en subir al micro o llegar al aeropuerto y elegir el mejor asiento para viajar. El egoísmo hace que el futbolista elija la mejor pelota para las prácticas de técnica individual, la mejor toalla, la mejor mina cuando asiste a una recepción.
El egoísmo es el que lo hace llegar primero a la ventanilla de pago, por las dudas...
Es la virtud que hizo grande a los goleadores en todo el mundo, porque adentro del área nunca le pasaron la pelota a ningún compañero. Ellos siempre piensan en el gol, sin tener en cuenta que a su lado y mejor colocado tal vez haya un compañero. La Argentina fue campeón del mundo en el '86 por el egoísmo de Burruchaga después de una corrida de cincuenta metros cuando piso el área y enfrentó a Schumacher: a su izquierda tenía a Valdano sólo frente al arco y sin arquero, pero prefirió patear y definir él. Por egoísta arriesgó y ganó.
El egoísmo es la virtud más importante en las dos áreas, porque así como hace que el goleador resuelva siempre solo, también hace que el defensor rechace cualquier pelota comprometida, sin pensar en ningún compañero ni siquiera en el arquero. El egoísmo hace que cuando el técnico le da la camiseta de titular no se la quiera dar o prestar más a nadie que pueda quitarle esa titularidad. Con once egoístas que no le dan a nadie la camisa porque se agarran a ella con uñas y dientes se hicieron los grandes equipos.

• El egoísmo es negativo en la vida y positivo en el fútbol

VIOLENTO

Ser violento es imprescindible. El jugador tiene que serlo cuando pretende ganar una pelota dividida, cuando va al choque con un rival. La violencia, sin salir de las reglas del juego, es la que arranca a los aficionados el grito de "¡Huevo, huevo, huevo!".
Es la única virtud que el hincha acepta en lugar de la falta de técnica. Los entrenadores aman a los violentos. Y los jugadores también, siempre que jueguen para su equipo. Y le temen a los que juegan enfrente.
El fútbol es un deporte violento en su esencia. Por eso no se puede ser buen jugador si no se tiene esa dosis siempre necesaria para intervenir en la jugada dividida, para trabar con alma y vida, para llevarse por delante al rival cuando no se puede con fútbol.
En el fútbol, cada pelota se pelea a morir y para quedarse con ella hace falta violencia. Jorge Brown, patriarca de Alumni a comienzos de siglo, declaraba en 1921: "El fútbol no es un sport de salón ni nada parecido. Es un juego violento y fuerte en el que se ponen a prueba la resistencia física y la musculatura de los jugadores". Yo pienso lo mismo. El fútbol es un deporte violento, nadie lo puede evitar, ni las nuevas reglas, ni la prevención, ni la educación, ni los predicadores de la no violencia. Nadie la evitará. La repudio fuera del luego y la acepto y justifico dentro de él porque si no, sería jugar a otro deporte. Porque hay una estética de la violencia y, en buena medida, el fútbol debe su gran belleza a ella.

• La violencia dentro del campo de juego es una necesidad; afuera, una barbaridad

MENTIROSO

El jugador debe mentir permanentemente cuando le preguntan la razón del éxito o una derrota. No tiene que decir nunca cuál es su mejor virtud ni su mayor defecto. El que lo dice pasa a ser previsible y, por lo tanto, vulnerable y controlable. Si un jugador es sincero y confiesa públicamente que su equipo tiene un arma mortífera en el contraataque, es muy probable que en el siguiente partido no pueda ponerla en práctica porque el rival ya está avisado. Es más, es posible que en ese partido el que juegue el contraataque sea el rival. A los medios de comunicación hay que utilizarlos para que los demás lean lo que le conviene al jugador que lo dice. Mintiendo sacará ventajas, porque el fútbol es el arte del engaño.

• Mienta, que en el fútbol no es pecado

MALO

Hay que ser malo para ser bueno jugando al fútbol. Pele le aconsejó a Maradona que sea malo para defenderse de la maldad de los contrarios. Lo hizo en una conferencia que dio en 1979 en el hotel Sheraton de Buenos Aires. Pelé tenía la maldad incorporada a su bagaje técnico. Así como podía hacer, en un segundo, una genialidad con la pelota, podía esperar a un rival treinta minutos, un mes o un año para darle el "vuelto".
Pelé fracturó a un montón de defensores que entraron liviano a disputarle una pelota y que le habían pegado antes. Lo comprobé jugando contra él. Entre nosotros el respeto era recíproco, pero yo tenía que estar muy atento cuando entraba en fricción con él para disputar una pelota dividida.
El jugador tiene que ser malo para que el contrario no le robe el pan, la gloria y el honor. El pan, porque el jugador se puede quedar sin club, que es quedarse sin laburo, si por ser bueno el equipo pierde.
En una jugada se puede ir todo a la mierda. El esfuerzo de un año de todo un plantel que se mató entrenando y bancando adversidades o todo el sacrificio que hizo en su vida para llegar a jugar ese partido, esa final de copa que lo va a consagrar definitivamente y cuando llega ese momento, por blando lo pierde todo.
No se trata de lesionar al rival. Se trata de ser duro para chocar, para trabar. Hay que ser malo para hacer el cuarto gol cuando el equipo está ganando 3 a 0 y el rival está muerto. Hay que ser malo, porque si alguien pierde el cuarto gol por cancherear, lo más probable es que se agrande el rival y el equipo termine perdiendo ese partido 4 a 3.
Juan José Pizzuti tenía una frase bárbara para estos casos. Decía: "Cuando el rival está en el suelo, písenle la cabeza". Lo decía poniendo como ejemplo al boxeador que estaba groggy y contra las cuerdas. Ahí no había que dejarlo escapar.
Reconozco que el paso del tiempo me hizo cada vez más malo. Aprendí a simular que intentaba ayudar a levantar del suelo a un rival y en realidad lo que estaba haciendo era tomarlo de una oreja y tirarlo para arriba. O pegarle un pelotazo en los huevos con toda intención cuando al atacante contrario se le adelantaba la pelota o saltar en las áreas con los codos levantados para no perder en el salto, pero también para que el rival se morfara el codazo en la cara. O tirarle la pelota encima al rival que está a dos metros y, antes de que se acomode para jugarla, hacer un pique corto hacia él, trabarle pelota y tobillos y desparramarlo tirándole el "camión" encima. O dejarlo que llegue un segundo antes a la pelota para cruzarlo y mandarlo con pelota, pasto y todo contra el alambrado. Estas fueron algunas de las maldades habituales que hacía.
Perfecto Rodríguez, que fue un wing de Chacarita Juniors en la década del '60, decía que tenía un compañero (Roberto Moreno) tan fuerte para jugar que "te pasaba la pelota con contrario y todo".

• Hay que ser malo para defender la gloria y el honor, porque en condiciones técnicas, físicas y tácticas iguales, gana el más malo. Y no hay cosa que humille, que desaliente, que caliente, que desvalorice más que perder porque el rival fue más malo que uno. Al jugador malo lo van a buscar todos los técnicos. Lo van a querer los compañeros y lo van a respetar todos los contrarios


Cuando quise ser bueno, perdí

Una sola vez fui bueno y perdí. Fue en el último clásico contra Boca que jugué con la camiseta de River. Llegó el Chino Benítez a la puerta del área con la pelota y todavía no me explico por qué no lo reventé. Tal vez porque era el Chino, que lo conocía de Racing cuando él era un pibe. No sé. Lo cierto es que fui sólo a la pelota, en vez de ir a las dos cosas: a la pelota y al hombre. Y eso que conocía la ortodoxia a la perfección. En situaciones como esa hay que trabar la pelota y a la vez chocarlo con el cuerpo. Esa vez me equivoqué: el Chino pasó y fue gol. Nunca me perdoné esa boludez.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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-¿La quiebra de Racing es paradigmática con respecto al destino de los demás clubes?

-Es la primera prueba piloto, un buen ejemplo para entender cómo, con el verso del gran negocio, se vacían los clubes. Racing fue el mejor ejemplo de lo peor que podían hacer los dirigentes. Mucho peronismo berreta adentro, del malo: un club acostumbrado a que le regalen todo, la cancha, las piletas, la iluminación... Era una fiesta y mirá cómo terminó: ahí los tenés a los gerenciadores.

-¿Por qué cree que el fútbol permite estas contradicciones?

-Las permite porque la gente está tarada buscando que no la carguen más.
Racing le debía cuatro años de sueldo a Sergio Zanetti; lo metieron adentro de la convocatoria de acreedores y vos hablás con el hincha de Racing, obrero, laburante, que por ahí hoy está de piquete, porque le sacaron todo, y por ahí te dice:
“Qué querés, Zanetti se metía los goles en contra”.

(NORBERTO “Ruso” VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, vaticinando en “Página 12” del domingo 31 de Agosto de 2003 lo que sería una cruda realidad para el futuro racinguista)

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Es difícil explicar por qué no estoy en la Selección.

(HUGO BENJAMÍN IBARRA, jugador de Boca Juniors, a comienzos de 2006 y a la espera de la citación a la selección argentina que se preparaba para Alemania 2006)

Lo entiendo a Ibarra. Pero él tiene que entendernos. Cuando hicimos la lista no estaba en un buen nivel. Y ahora que sí lo está no hay amistosos para probarlo.

(HUGO TOCALLI, ayudante de campo de Pekerman en Radio "Mitre", tiempo después)

Pueden probar a un chico de 18 y 19 años, no a mí. Ya tengo experiencia, me gané un lugar en Boca. Ojalá pueda estar. Si voy al Mundial, voy a estar feliz. Si no, también.

(HUGO IBARRA, replicando a Tocalli, días después)

Yo siempre dije que en su puesto fue el jugador más destacado de la última década. Pero esta Selección necesita además sostener un determinado parámetro en su formación. Uno tiene que pensar que la Selección va a jugar siete partidos seguidos, tener una continuidad física y un montón de situaciones.

(JOSÉ NÉSTOR PEKERMAN, por entonces DT de la Selección Argentina, poniéndole punto final a esta polémica y dando a entender que el lateral de Boca no se encontraba en su mejor forma física)

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Yo no trabajo para que se piense que tengo razón. Y el día que me echen de acá me voy con un megáfono a una esquina y armo una polémica, una discusión, algo. Y sí, así espero morirme.

(FERNANDO NIEMBRO, periodista deportivo argentino, Julio de 2007)

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Saavedra 2089 (Guillermo Valle - Argentina)


6 de enero de 2089

Mañana fresca, los 47 grados que anuncia el periodista del canal SE-927, desde el TV wall, presagia que este verano será uno de los mas fríos de las últimas décadas. ¿Será que se esta achicando el agujero de la capa de ozono? ¿Estarán creciendo mas árboles en la selva amazónica?... El clima esta cambiando, no hay duda...

Seis de Enero, día de reyes, hasta mediados del siglo anterior fue feriado...

Bajo por el descensor electromagnético de mi loft de un ambiente, ubicado en el piso 200 de la torre 9 de la Avenida Cabildo al 3700, aún me resisto a mencionar a la avenida por su nuevo nombre, “Chiche Duhalde”, aunque hace diez años que la rebautizaron.

Me propongo “caminar” por el Boulevard García del Río hasta el Parque Saavedra, quiero respirar un poco de aire puro, quiero ver un poco de césped natural...

La cinta transportadora de la margen norte del boulevard me llevara sin prisa hacia mi destino. Los locales de la feria de artesanos, ubicados en el centro del mismo –en lo que otrora hubo plazas- construidos de acrílicos de colores y techos de paneles de energía solar, “compiten” con los hyper-shopings instalados en ambas márgenes.

Escucho los gritos de alegría, provenientes de un “cyber-virtual café”, de unos chicos jugando al Counter Strike 89.3277, un anuncio que reza: “Lleve su microchip y vea el partido de hoy en su megacelular” me recuerda que esta noche juega la selección contra la de Federación del Caribe, como preparación para el Mundial Chipre 2090.

La selección... todavía se discute en cada esquina como debe formar, como debe jugar...

Unos dicen que el esquema 7-2-1 que utiliza César Luis Salvador Lorenzo, no va, que hay que usar el 8-2 como los equipos de Eurasia, otros dicen que hay que arriesgar mas, al modo brasilero con un 7-1-2, así de esta manera podrían jugar los dos volantes-delanteros juntos, Lacio y Supertuta, pero el “loco” Lorenzo dice que los dos juntos no van. Algunos dicen que los días del loco como técnico están contados, pero Lorenzo cuenta con el apoyo irrestricto de Sebaxtián Grondona, presidente de la AEFAYBA (Asociación de Empresas del Fútbol Argentino y Buenos Aires.

Me entretengo viendo a través del pavimento de cristal el arroyo que pasa por debajo del boulevard, cuentan que una vez estuvo al nivel de las veredas y hasta que pasaban embarcaciones, no creo que sea tan así.

La cinta entre Vidal y Cramer no funciona, tendré que caminar, intento realizar una queja en los buzones electrónicos que hay en cada esquina y este me devuelve un ticket que dice: “Lo sentimos mucho, el sistema esta saturado de reclamos, estamos trabajando para solucionarlos. Disculpe las molestias ocasionadas”.

Paso por el Hyper-shopimg “Argenchino”, donde se pueden comprar todas las novedades fabricadas en Honk Kong, desde una lapicera láser hasta un mini satélite de comunicaciones unipersonal con su propio propulsor para ponerlo en órbita, “láncelo usted mismo” dice la caja. Llego hasta el Hyper “Gelly y Obes”, entre Conesa y Zapiola, solo me faltan 100 m. para llegar a mi meta, desde Zapiola a Pinto, se extiende el Hyper “All for Hair” con sus 99 peluquerías, una para cada corte de pelo y color. Cruzo Pinto en diagonal y alcanzo a percibir el olor a verde. Me tomo de las rejas y me arrodillo, atravieso las mismas con mis brazos y siento el pasto en las palmas de mi mano, será real?...

Respiro profundamente...

Para envidia de muchos barrios, tenemos este magnífico parque con sus 10 metros de ancho y 10 de largo, con su enrejado y un pedestal con un busto semidestruido en el centro. ¿De quién? “. edra” se alcanza a leer. De Saavedra, obvio, pero cuál? Luis María, Cornelio, Miguel de Cervantes?

Mi abuelo me contaba que su padre jugaba fútbol aquí mismo, quince contra quince, esquivando a los contrarios y al monumento o tirando paredes con él. Exageraba un poco el viejo...

Me gustaría “caminar” hasta la Estación del subte “L” Luis María Saavedra, sobre la Av. Raúl Alfonsín, pero estoy cansado, quizás otro día. Me levanto y doy una vuelta al Parque antes de emprender el regreso. En la parte posterior del pedestal, se alcanza a leer “aguante tense”. Tense... como le dicen los vitalicios de la platea. Yo también soy hincha del Sony, del Sony Entertainment Platense Sport Club, es que viene de familia, el abuelo de mi bisabuelo era de Platense. Podría haber elegido cualquier otro, Microsoft River Plate Enterprise o Sevel Boca Juniors Group, por nombrar dos de los cuatro grandes, pero el barrio y la tradición familiar pesó más.

Este año voy a seguir su campaña, aunque sea voy a ir cuando juegue de local, en su modesto estadio techado con microclima y césped artificial. La verdad es que la nueva fórmula para los promedios del descenso nos tiene semi condenados. Es difícil pero ya me la aprendí. Se suman los puntos de los últimos 10 campeonatos jugados en la divisional Alfa, en nuestro caso son 7 porque ascendimos hace siete años. Entonces, sumamos los 7 y los dividimos por 7 + raíz de 3 (3 es por los años que no estuvimos en primera. A este resultado le quitamos un 8%, que luego se prorratea entre los cuatro grandes (no les sirve para el descenso pero si para clasificar para las Copas internacionales, como la Conquistadores de América, o la ALCA por ejemplo), luego de la quita dividimos el total por Pi, o sea por 3,141592 y este resultado (despreciando los decimales) da una cantidad de PIS.

Resumiendo, un equipo de primera categoría, o sea los cuatro grandes, necesita 10 PIS para estar salvado. Los de segunda categoría, necesitan 12 PIS para salvarse, del resto (Platense, entre ellos) los cuatro con menos PIS descienden directamente a la Beta, salvo que alguno de las otras categorías no consigan sus 10 y 12 PIS respectivos.

Y bueno... dicen que en el siglo pasado nos mantuvimos 23 años en similares condiciones.

La cinta transportadora de la mano sur del boulevard ya me acerca a Cabildo, con tantas cuentas se me hizo corto el viaje de vuelta. Un súper cartel luminoso en la esquina de Manzanares dice: “En breve inauguramos la Estación Shoping Balcarce de la línea D” “Viaje al megacentro en 5 minutos”, mi viejo dice que hace 35 años que está ese cartel...

Igual... quien quiere ir al megacentro, con sus supertorres de 600 pisos, las autovías de tres niveles, millones de personas pisándose unas a otras, los “piqueters” manifestando día por medio pidiendo mas Planes Descansar y elevación de 6.000 a 7.000 dólares de los mismos.

Noo... dejame en Saavedra, con sus torres de no mas de 200 pisos, los hypers de García del Rio, los casinos del Boulevard San Isidro, las disco y las cabinas de sexo virtual de Av. Ruiz Huidobro al fondo, ahí por donde pasa el monorraíl esquivando los edificios, el Parque, sí, el de césped de verdad y el Sony…Platense, como se le decía antes…

Te amo Saavedra...Te amo Platense, no cambien nunca.

(Mi agradecimiento a Guillermo Valle por la cesión de este cuento publicado en ”La página calamar” y también a Marcelo Benveniste por sus gestiones para poder contactarme con el autor. A ambos, muchísimas gracias)

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¿Es imposible retener un jugador ante una gran oferta?

-Cuando en River las cosas están bien, el jugador no se va. En las épocas de gloria, cuando yo jugaba, llegaban ofertas todos los días y nadie se quería ir.
A los pibes de las inferiores hay que hacerles entender que no se trata de jugar bien diez partidos para irse a Europa a ganar plata. Tienen que saber que antes deben triunfar.

¿Quién debe inculcárselo? ¿Los dirigentes o el técnico?

-En River estaba instalado, se olía. Ahora le preguntás a un chico con qué sueña y te contesta: "Con jugar en Europa", no dice "con jugar en River".

¿Cómo se controla eso?

-Me pasó ahora: cuando tomé Colón no habia nadie dando vueltas, y después del quinto partido, como veníamos ganando, aparecieron cinco representantes a romperles la cabeza a los jugadores para llevárselos.
Yo les digo: "Sacame campeón y después te vas". Hoy, un chico de nueve años ya tiene representante. Lo único que falta es que estos tipos vayan a buscar jugadores a una maternidad.

(LEONARDO ASTRADA, ex jugador y DT de River Plate, actual técnico de Colón de Santa Fe en diario "Perfil" del domingo 22 de Julio de 2007)

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No tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso.

(CARLOS CASZELY, ex internacional chileno y comentarista de TV)

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Es increíble poder elogiar un arquero de Brasil por primera vez en la historia.

(PELÉ, sobre las actuaciones de Marcos durante el Mundial 2002)

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Medio siglo y más allá (Manrique Zago - Argentina)

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Sarandí de los potreros,
croar de ranas en los cuarenta,
barrio para inventar,
ladrillo tras ladrillo,
sueño a sueño.

Pero creímos que era posible
dar vida con trabajo y fantasía
a las Tres Efes de aquel mítico bar:
Familia, Fortaleza y Fe.

Y supimos concretar
casaca, estadio
y las mil hazañas,
teniendo como piedra inicial
un simbólico adoquín
y un apretón de manos,
que permanecieron sin fisuras
por más de cincuenta años.

Goleada tras goleada,
fuimos recorriendo el abecedario
letra tras letra al revés,
hasta llegar a la cima.

Y seguiremos más allá,
hacia esa Serie de letra incierta,
donde se cualifique
el corazón ardiente y solidario
de los barrios,
donde nuestro hogar
asomando del viejo Viaducto,
certificará sin rivales
los colores de la amistad.

Arsenal de Sarandí:
atajo del pasado
y puente a las estrellas:
¡nuestro bien de familias!


(Poema extraído del libro "Bien de familias")

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De las andanzas de Enrique Omar Sívori por Nápoles, se recuerda aquella que protagonizó con un periodista que criticaba al técnico argentino Bruno Pesaola y al que, por eso, Enrique se la tenía jurada. Un día que Pesaola, Sívori y Altafini charlaban en la concentración napolitana, se sumó a la rueda el citado informador. En determinado momento Sívori comentó que “con ese jugador el Nápoli será imparable”, mientras Pesaola y Altafini –advertidos de lo que preparaba el Cabezón- abandonaron el lugar. El periodista, saboreando la súper primicia, rogó a Sívori que le dijera quién iba a comprar el Nápoli. El argentino, después de hacerse rogar, le dijo: “Está bien, pero no digas que yo te pasé la información, se trata de José Paparulo”.
A la mañana siguiente el diario napolitano tituló a seis columnas: ¡“Nápoli compra a Paparulo”!
El periodista casi termina en la calle.

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En este país hay discriminación: si yo hubiese sido rubio y de ojos celestes, seguro que dirigía a la selección. Nunca me la ofrecieron por eso, porque soy negro.

(PEDRO MARCHETTA, técnico argentino, y una curiosa visión sobre su realidad en 1998)

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Me retiré a los 40 años porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: "Papá, pelado y con pantalones cortos, no quedás bien..."

(ALFREDO DI STÉFANO, ícono viviente del madridismo, declarando en 1977 el porqué de su retiro de las canchas de fútbol)

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