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Tuyo siempre (Andrés Calamaro - Argentina)

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No importa lo que pase los domingos
aunque ganes, aunque pierdas voy contigo
yo te voy a alentar toda la vida
porque este amor por vos no se termina.

Te seguiria por todas partes
y volveria a La Paternal
todos juntos, para poder festejar
un campeonato más!... mejor que antes
vamos Bicho que yo te sigo a todas partes
Argentinos, hay que poner mas huevo
te lo pide la Banda de Paternal!

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El doctor Roberto “Cacho” Paladino estaba cenando en el restaurante "La Raya" con la gente de Huracán, cuando de repente se acercó un dirigente de AFA. Faltaba poco para el Mundial 74 y el hombre le contó sus inquietudes: “Necesitamos un nueve que se haga sentir. Alguien que preocupe allá arriba, en el área, que la meta...”
Cacho, metido en las necesidades del dirigente sumó su cuota al perfil del jugador deseado: “alguien que arranque de atrás y llegue, y que cuando llegue facture. Un tipo con agilidad, velocidad, olfato de gol...” En el paroxismo de su entusiasmo, el dirigente casi gritó: “¡Eso, justamente eso!”. “Entonces no busque más -lo interrumpió Paladino-, en aquella mesa está justo el hombre que describe. Por lo menos era todo eso hace treinta años, ahora no sé cómo andará...”
Y le señaló al genial paraguayo Arsenio Erico sentado en una mesa cercana.

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El fútbol es una guerra simbólica.

(MARIANO GRONDONA, periodista, ensayista y presentador de televisión argentino -1996-)

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Tuve ganas de darle una trompada. Es muy feo que un colega, un compañero de trabajo, te haga eso. En ese momento tuve ganas de pegarle, pero me contuve y traté de manejar la situación.

(JULIO CÉSAR CÁCERES, defensor paraguayo de Boca Juniors, refiriéndose al delantero de Gimnasia y Esgrima La Plata, el uruguayo Diego Alonso, quien le tocó el culo durante el partido del domingo pasado)

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Para jugar al fútbol hay que ser...


VANIDOSO

Sin vanidad es imposible llegar a ser futbolista. La vanidad hace que el jugador se mate por "mostrarle" al público, a los compañeros, al director técnico, a los adversarios, a la prensa, lo bien que juega, lo fuerte, lo guapo, lo cojudo que es. Lo vivo, lo veloz, lo pícaro, lo grande que es.
El jugador se tiene que sentir el mejor del mundo y sus alrededores, por lo menos en su puesto. La vanidad es el motorcito fuera de borda que lo va a hacer trabajar, practicar, cuidar el físico, tratar de aprender algo nuevo todos los días. Ya el hecho de ponerse el colorido disfraz de jugador de fútbol implica una gran dosis de vanidad, pero esa dosis no alcanza cuando entra a la cancha a jugar y a "mostrar" lo bien que lo puede hacer.

• En la expresión está el éxito: muestre su porte de crack

• La vanidad como motor hace campeones

EGOÍSTA

Uno juega para uno. Es como salir a comer con diez amigos; los once comen juntos pero uno come para uno. El egoísmo alimenta el deseo de llegar antes a todos lados. Incluso al vestuario, para las prácticas o los partidos, porque eso permite que el masajista lo atienda primero y no después de haber masajeado a quince compañeros, cuando el pobre tipo está muerto.
Hay que ser el primero en subir al micro o llegar al aeropuerto y elegir el mejor asiento para viajar. El egoísmo hace que el futbolista elija la mejor pelota para las prácticas de técnica individual, la mejor toalla, la mejor mina cuando asiste a una recepción.
El egoísmo es el que lo hace llegar primero a la ventanilla de pago, por las dudas...
Es la virtud que hizo grande a los goleadores en todo el mundo, porque adentro del área nunca le pasaron la pelota a ningún compañero. Ellos siempre piensan en el gol, sin tener en cuenta que a su lado y mejor colocado tal vez haya un compañero. La Argentina fue campeón del mundo en el '86 por el egoísmo de Burruchaga después de una corrida de cincuenta metros cuando piso el área y enfrentó a Schumacher: a su izquierda tenía a Valdano sólo frente al arco y sin arquero, pero prefirió patear y definir él. Por egoísta arriesgó y ganó.
El egoísmo es la virtud más importante en las dos áreas, porque así como hace que el goleador resuelva siempre solo, también hace que el defensor rechace cualquier pelota comprometida, sin pensar en ningún compañero ni siquiera en el arquero. El egoísmo hace que cuando el técnico le da la camiseta de titular no se la quiera dar o prestar más a nadie que pueda quitarle esa titularidad. Con once egoístas que no le dan a nadie la camisa porque se agarran a ella con uñas y dientes se hicieron los grandes equipos.

• El egoísmo es negativo en la vida y positivo en el fútbol

VIOLENTO

Ser violento es imprescindible. El jugador tiene que serlo cuando pretende ganar una pelota dividida, cuando va al choque con un rival. La violencia, sin salir de las reglas del juego, es la que arranca a los aficionados el grito de "¡Huevo, huevo, huevo!".
Es la única virtud que el hincha acepta en lugar de la falta de técnica. Los entrenadores aman a los violentos. Y los jugadores también, siempre que jueguen para su equipo. Y le temen a los que juegan enfrente.
El fútbol es un deporte violento en su esencia. Por eso no se puede ser buen jugador si no se tiene esa dosis siempre necesaria para intervenir en la jugada dividida, para trabar con alma y vida, para llevarse por delante al rival cuando no se puede con fútbol.
En el fútbol, cada pelota se pelea a morir y para quedarse con ella hace falta violencia. Jorge Brown, patriarca de Alumni a comienzos de siglo, declaraba en 1921: "El fútbol no es un sport de salón ni nada parecido. Es un juego violento y fuerte en el que se ponen a prueba la resistencia física y la musculatura de los jugadores". Yo pienso lo mismo. El fútbol es un deporte violento, nadie lo puede evitar, ni las nuevas reglas, ni la prevención, ni la educación, ni los predicadores de la no violencia. Nadie la evitará. La repudio fuera del luego y la acepto y justifico dentro de él porque si no, sería jugar a otro deporte. Porque hay una estética de la violencia y, en buena medida, el fútbol debe su gran belleza a ella.

• La violencia dentro del campo de juego es una necesidad; afuera, una barbaridad

MENTIROSO

El jugador debe mentir permanentemente cuando le preguntan la razón del éxito o una derrota. No tiene que decir nunca cuál es su mejor virtud ni su mayor defecto. El que lo dice pasa a ser previsible y, por lo tanto, vulnerable y controlable. Si un jugador es sincero y confiesa públicamente que su equipo tiene un arma mortífera en el contraataque, es muy probable que en el siguiente partido no pueda ponerla en práctica porque el rival ya está avisado. Es más, es posible que en ese partido el que juegue el contraataque sea el rival. A los medios de comunicación hay que utilizarlos para que los demás lean lo que le conviene al jugador que lo dice. Mintiendo sacará ventajas, porque el fútbol es el arte del engaño.

• Mienta, que en el fútbol no es pecado

MALO

Hay que ser malo para ser bueno jugando al fútbol. Pele le aconsejó a Maradona que sea malo para defenderse de la maldad de los contrarios. Lo hizo en una conferencia que dio en 1979 en el hotel Sheraton de Buenos Aires. Pelé tenía la maldad incorporada a su bagaje técnico. Así como podía hacer, en un segundo, una genialidad con la pelota, podía esperar a un rival treinta minutos, un mes o un año para darle el "vuelto".
Pelé fracturó a un montón de defensores que entraron liviano a disputarle una pelota y que le habían pegado antes. Lo comprobé jugando contra él. Entre nosotros el respeto era recíproco, pero yo tenía que estar muy atento cuando entraba en fricción con él para disputar una pelota dividida.
El jugador tiene que ser malo para que el contrario no le robe el pan, la gloria y el honor. El pan, porque el jugador se puede quedar sin club, que es quedarse sin laburo, si por ser bueno el equipo pierde.
En una jugada se puede ir todo a la mierda. El esfuerzo de un año de todo un plantel que se mató entrenando y bancando adversidades o todo el sacrificio que hizo en su vida para llegar a jugar ese partido, esa final de copa que lo va a consagrar definitivamente y cuando llega ese momento, por blando lo pierde todo.
No se trata de lesionar al rival. Se trata de ser duro para chocar, para trabar. Hay que ser malo para hacer el cuarto gol cuando el equipo está ganando 3 a 0 y el rival está muerto. Hay que ser malo, porque si alguien pierde el cuarto gol por cancherear, lo más probable es que se agrande el rival y el equipo termine perdiendo ese partido 4 a 3.
Juan José Pizzuti tenía una frase bárbara para estos casos. Decía: "Cuando el rival está en el suelo, písenle la cabeza". Lo decía poniendo como ejemplo al boxeador que estaba groggy y contra las cuerdas. Ahí no había que dejarlo escapar.
Reconozco que el paso del tiempo me hizo cada vez más malo. Aprendí a simular que intentaba ayudar a levantar del suelo a un rival y en realidad lo que estaba haciendo era tomarlo de una oreja y tirarlo para arriba. O pegarle un pelotazo en los huevos con toda intención cuando al atacante contrario se le adelantaba la pelota o saltar en las áreas con los codos levantados para no perder en el salto, pero también para que el rival se morfara el codazo en la cara. O tirarle la pelota encima al rival que está a dos metros y, antes de que se acomode para jugarla, hacer un pique corto hacia él, trabarle pelota y tobillos y desparramarlo tirándole el "camión" encima. O dejarlo que llegue un segundo antes a la pelota para cruzarlo y mandarlo con pelota, pasto y todo contra el alambrado. Estas fueron algunas de las maldades habituales que hacía.
Perfecto Rodríguez, que fue un wing de Chacarita Juniors en la década del '60, decía que tenía un compañero (Roberto Moreno) tan fuerte para jugar que "te pasaba la pelota con contrario y todo".

• Hay que ser malo para defender la gloria y el honor, porque en condiciones técnicas, físicas y tácticas iguales, gana el más malo. Y no hay cosa que humille, que desaliente, que caliente, que desvalorice más que perder porque el rival fue más malo que uno. Al jugador malo lo van a buscar todos los técnicos. Lo van a querer los compañeros y lo van a respetar todos los contrarios


Cuando quise ser bueno, perdí

Una sola vez fui bueno y perdí. Fue en el último clásico contra Boca que jugué con la camiseta de River. Llegó el Chino Benítez a la puerta del área con la pelota y todavía no me explico por qué no lo reventé. Tal vez porque era el Chino, que lo conocía de Racing cuando él era un pibe. No sé. Lo cierto es que fui sólo a la pelota, en vez de ir a las dos cosas: a la pelota y al hombre. Y eso que conocía la ortodoxia a la perfección. En situaciones como esa hay que trabar la pelota y a la vez chocarlo con el cuerpo. Esa vez me equivoqué: el Chino pasó y fue gol. Nunca me perdoné esa boludez.

(extraído del libro “Jugar al fútbol” de Roberto Perfumo, ex jugador de fútbol y psicólogo social, Libros Perfil S.A., 1997)

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-¿La quiebra de Racing es paradigmática con respecto al destino de los demás clubes?

-Es la primera prueba piloto, un buen ejemplo para entender cómo, con el verso del gran negocio, se vacían los clubes. Racing fue el mejor ejemplo de lo peor que podían hacer los dirigentes. Mucho peronismo berreta adentro, del malo: un club acostumbrado a que le regalen todo, la cancha, las piletas, la iluminación... Era una fiesta y mirá cómo terminó: ahí los tenés a los gerenciadores.

-¿Por qué cree que el fútbol permite estas contradicciones?

-Las permite porque la gente está tarada buscando que no la carguen más.
Racing le debía cuatro años de sueldo a Sergio Zanetti; lo metieron adentro de la convocatoria de acreedores y vos hablás con el hincha de Racing, obrero, laburante, que por ahí hoy está de piquete, porque le sacaron todo, y por ahí te dice:
“Qué querés, Zanetti se metía los goles en contra”.

(NORBERTO “Ruso” VEREA, ex arquero del ascenso argentino, columnista en programas de radio y TV, vaticinando en “Página 12” del domingo 31 de Agosto de 2003 lo que sería una cruda realidad para el futuro racinguista)

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Es difícil explicar por qué no estoy en la Selección.

(HUGO BENJAMÍN IBARRA, jugador de Boca Juniors, a comienzos de 2006 y a la espera de la citación a la selección argentina que se preparaba para Alemania 2006)

Lo entiendo a Ibarra. Pero él tiene que entendernos. Cuando hicimos la lista no estaba en un buen nivel. Y ahora que sí lo está no hay amistosos para probarlo.

(HUGO TOCALLI, ayudante de campo de Pekerman en Radio "Mitre", tiempo después)

Pueden probar a un chico de 18 y 19 años, no a mí. Ya tengo experiencia, me gané un lugar en Boca. Ojalá pueda estar. Si voy al Mundial, voy a estar feliz. Si no, también.

(HUGO IBARRA, replicando a Tocalli, días después)

Yo siempre dije que en su puesto fue el jugador más destacado de la última década. Pero esta Selección necesita además sostener un determinado parámetro en su formación. Uno tiene que pensar que la Selección va a jugar siete partidos seguidos, tener una continuidad física y un montón de situaciones.

(JOSÉ NÉSTOR PEKERMAN, por entonces DT de la Selección Argentina, poniéndole punto final a esta polémica y dando a entender que el lateral de Boca no se encontraba en su mejor forma física)

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Yo no trabajo para que se piense que tengo razón. Y el día que me echen de acá me voy con un megáfono a una esquina y armo una polémica, una discusión, algo. Y sí, así espero morirme.

(FERNANDO NIEMBRO, periodista deportivo argentino, Julio de 2007)

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Saavedra 2089 (Guillermo Valle - Argentina)


6 de enero de 2089

Mañana fresca, los 47 grados que anuncia el periodista del canal SE-927, desde el TV wall, presagia que este verano será uno de los mas fríos de las últimas décadas. ¿Será que se esta achicando el agujero de la capa de ozono? ¿Estarán creciendo mas árboles en la selva amazónica?... El clima esta cambiando, no hay duda...

Seis de Enero, día de reyes, hasta mediados del siglo anterior fue feriado...

Bajo por el descensor electromagnético de mi loft de un ambiente, ubicado en el piso 200 de la torre 9 de la Avenida Cabildo al 3700, aún me resisto a mencionar a la avenida por su nuevo nombre, “Chiche Duhalde”, aunque hace diez años que la rebautizaron.

Me propongo “caminar” por el Boulevard García del Río hasta el Parque Saavedra, quiero respirar un poco de aire puro, quiero ver un poco de césped natural...

La cinta transportadora de la margen norte del boulevard me llevara sin prisa hacia mi destino. Los locales de la feria de artesanos, ubicados en el centro del mismo –en lo que otrora hubo plazas- construidos de acrílicos de colores y techos de paneles de energía solar, “compiten” con los hyper-shopings instalados en ambas márgenes.

Escucho los gritos de alegría, provenientes de un “cyber-virtual café”, de unos chicos jugando al Counter Strike 89.3277, un anuncio que reza: “Lleve su microchip y vea el partido de hoy en su megacelular” me recuerda que esta noche juega la selección contra la de Federación del Caribe, como preparación para el Mundial Chipre 2090.

La selección... todavía se discute en cada esquina como debe formar, como debe jugar...

Unos dicen que el esquema 7-2-1 que utiliza César Luis Salvador Lorenzo, no va, que hay que usar el 8-2 como los equipos de Eurasia, otros dicen que hay que arriesgar mas, al modo brasilero con un 7-1-2, así de esta manera podrían jugar los dos volantes-delanteros juntos, Lacio y Supertuta, pero el “loco” Lorenzo dice que los dos juntos no van. Algunos dicen que los días del loco como técnico están contados, pero Lorenzo cuenta con el apoyo irrestricto de Sebaxtián Grondona, presidente de la AEFAYBA (Asociación de Empresas del Fútbol Argentino y Buenos Aires.

Me entretengo viendo a través del pavimento de cristal el arroyo que pasa por debajo del boulevard, cuentan que una vez estuvo al nivel de las veredas y hasta que pasaban embarcaciones, no creo que sea tan así.

La cinta entre Vidal y Cramer no funciona, tendré que caminar, intento realizar una queja en los buzones electrónicos que hay en cada esquina y este me devuelve un ticket que dice: “Lo sentimos mucho, el sistema esta saturado de reclamos, estamos trabajando para solucionarlos. Disculpe las molestias ocasionadas”.

Paso por el Hyper-shopimg “Argenchino”, donde se pueden comprar todas las novedades fabricadas en Honk Kong, desde una lapicera láser hasta un mini satélite de comunicaciones unipersonal con su propio propulsor para ponerlo en órbita, “láncelo usted mismo” dice la caja. Llego hasta el Hyper “Gelly y Obes”, entre Conesa y Zapiola, solo me faltan 100 m. para llegar a mi meta, desde Zapiola a Pinto, se extiende el Hyper “All for Hair” con sus 99 peluquerías, una para cada corte de pelo y color. Cruzo Pinto en diagonal y alcanzo a percibir el olor a verde. Me tomo de las rejas y me arrodillo, atravieso las mismas con mis brazos y siento el pasto en las palmas de mi mano, será real?...

Respiro profundamente...

Para envidia de muchos barrios, tenemos este magnífico parque con sus 10 metros de ancho y 10 de largo, con su enrejado y un pedestal con un busto semidestruido en el centro. ¿De quién? “. edra” se alcanza a leer. De Saavedra, obvio, pero cuál? Luis María, Cornelio, Miguel de Cervantes?

Mi abuelo me contaba que su padre jugaba fútbol aquí mismo, quince contra quince, esquivando a los contrarios y al monumento o tirando paredes con él. Exageraba un poco el viejo...

Me gustaría “caminar” hasta la Estación del subte “L” Luis María Saavedra, sobre la Av. Raúl Alfonsín, pero estoy cansado, quizás otro día. Me levanto y doy una vuelta al Parque antes de emprender el regreso. En la parte posterior del pedestal, se alcanza a leer “aguante tense”. Tense... como le dicen los vitalicios de la platea. Yo también soy hincha del Sony, del Sony Entertainment Platense Sport Club, es que viene de familia, el abuelo de mi bisabuelo era de Platense. Podría haber elegido cualquier otro, Microsoft River Plate Enterprise o Sevel Boca Juniors Group, por nombrar dos de los cuatro grandes, pero el barrio y la tradición familiar pesó más.

Este año voy a seguir su campaña, aunque sea voy a ir cuando juegue de local, en su modesto estadio techado con microclima y césped artificial. La verdad es que la nueva fórmula para los promedios del descenso nos tiene semi condenados. Es difícil pero ya me la aprendí. Se suman los puntos de los últimos 10 campeonatos jugados en la divisional Alfa, en nuestro caso son 7 porque ascendimos hace siete años. Entonces, sumamos los 7 y los dividimos por 7 + raíz de 3 (3 es por los años que no estuvimos en primera. A este resultado le quitamos un 8%, que luego se prorratea entre los cuatro grandes (no les sirve para el descenso pero si para clasificar para las Copas internacionales, como la Conquistadores de América, o la ALCA por ejemplo), luego de la quita dividimos el total por Pi, o sea por 3,141592 y este resultado (despreciando los decimales) da una cantidad de PIS.

Resumiendo, un equipo de primera categoría, o sea los cuatro grandes, necesita 10 PIS para estar salvado. Los de segunda categoría, necesitan 12 PIS para salvarse, del resto (Platense, entre ellos) los cuatro con menos PIS descienden directamente a la Beta, salvo que alguno de las otras categorías no consigan sus 10 y 12 PIS respectivos.

Y bueno... dicen que en el siglo pasado nos mantuvimos 23 años en similares condiciones.

La cinta transportadora de la mano sur del boulevard ya me acerca a Cabildo, con tantas cuentas se me hizo corto el viaje de vuelta. Un súper cartel luminoso en la esquina de Manzanares dice: “En breve inauguramos la Estación Shoping Balcarce de la línea D” “Viaje al megacentro en 5 minutos”, mi viejo dice que hace 35 años que está ese cartel...

Igual... quien quiere ir al megacentro, con sus supertorres de 600 pisos, las autovías de tres niveles, millones de personas pisándose unas a otras, los “piqueters” manifestando día por medio pidiendo mas Planes Descansar y elevación de 6.000 a 7.000 dólares de los mismos.

Noo... dejame en Saavedra, con sus torres de no mas de 200 pisos, los hypers de García del Rio, los casinos del Boulevard San Isidro, las disco y las cabinas de sexo virtual de Av. Ruiz Huidobro al fondo, ahí por donde pasa el monorraíl esquivando los edificios, el Parque, sí, el de césped de verdad y el Sony…Platense, como se le decía antes…

Te amo Saavedra...Te amo Platense, no cambien nunca.

(Mi agradecimiento a Guillermo Valle por la cesión de este cuento publicado en ”La página calamar” y también a Marcelo Benveniste por sus gestiones para poder contactarme con el autor. A ambos, muchísimas gracias)

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¿Es imposible retener un jugador ante una gran oferta?

-Cuando en River las cosas están bien, el jugador no se va. En las épocas de gloria, cuando yo jugaba, llegaban ofertas todos los días y nadie se quería ir.
A los pibes de las inferiores hay que hacerles entender que no se trata de jugar bien diez partidos para irse a Europa a ganar plata. Tienen que saber que antes deben triunfar.

¿Quién debe inculcárselo? ¿Los dirigentes o el técnico?

-En River estaba instalado, se olía. Ahora le preguntás a un chico con qué sueña y te contesta: "Con jugar en Europa", no dice "con jugar en River".

¿Cómo se controla eso?

-Me pasó ahora: cuando tomé Colón no habia nadie dando vueltas, y después del quinto partido, como veníamos ganando, aparecieron cinco representantes a romperles la cabeza a los jugadores para llevárselos.
Yo les digo: "Sacame campeón y después te vas". Hoy, un chico de nueve años ya tiene representante. Lo único que falta es que estos tipos vayan a buscar jugadores a una maternidad.

(LEONARDO ASTRADA, ex jugador y DT de River Plate, actual técnico de Colón de Santa Fe en diario "Perfil" del domingo 22 de Julio de 2007)

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No tengo por qué estar de acuerdo con lo que pienso.

(CARLOS CASZELY, ex internacional chileno y comentarista de TV)

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Es increíble poder elogiar un arquero de Brasil por primera vez en la historia.

(PELÉ, sobre las actuaciones de Marcos durante el Mundial 2002)

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Medio siglo y más allá (Manrique Zago - Argentina)

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Sarandí de los potreros,
croar de ranas en los cuarenta,
barrio para inventar,
ladrillo tras ladrillo,
sueño a sueño.

Pero creímos que era posible
dar vida con trabajo y fantasía
a las Tres Efes de aquel mítico bar:
Familia, Fortaleza y Fe.

Y supimos concretar
casaca, estadio
y las mil hazañas,
teniendo como piedra inicial
un simbólico adoquín
y un apretón de manos,
que permanecieron sin fisuras
por más de cincuenta años.

Goleada tras goleada,
fuimos recorriendo el abecedario
letra tras letra al revés,
hasta llegar a la cima.

Y seguiremos más allá,
hacia esa Serie de letra incierta,
donde se cualifique
el corazón ardiente y solidario
de los barrios,
donde nuestro hogar
asomando del viejo Viaducto,
certificará sin rivales
los colores de la amistad.

Arsenal de Sarandí:
atajo del pasado
y puente a las estrellas:
¡nuestro bien de familias!


(Poema extraído del libro "Bien de familias")

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De las andanzas de Enrique Omar Sívori por Nápoles, se recuerda aquella que protagonizó con un periodista que criticaba al técnico argentino Bruno Pesaola y al que, por eso, Enrique se la tenía jurada. Un día que Pesaola, Sívori y Altafini charlaban en la concentración napolitana, se sumó a la rueda el citado informador. En determinado momento Sívori comentó que “con ese jugador el Nápoli será imparable”, mientras Pesaola y Altafini –advertidos de lo que preparaba el Cabezón- abandonaron el lugar. El periodista, saboreando la súper primicia, rogó a Sívori que le dijera quién iba a comprar el Nápoli. El argentino, después de hacerse rogar, le dijo: “Está bien, pero no digas que yo te pasé la información, se trata de José Paparulo”.
A la mañana siguiente el diario napolitano tituló a seis columnas: ¡“Nápoli compra a Paparulo”!
El periodista casi termina en la calle.

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En este país hay discriminación: si yo hubiese sido rubio y de ojos celestes, seguro que dirigía a la selección. Nunca me la ofrecieron por eso, porque soy negro.

(PEDRO MARCHETTA, técnico argentino, y una curiosa visión sobre su realidad en 1998)

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Me retiré a los 40 años porque mis hijas un día me miraron y me dijeron: "Papá, pelado y con pantalones cortos, no quedás bien..."

(ALFREDO DI STÉFANO, ícono viviente del madridismo, declarando en 1977 el porqué de su retiro de las canchas de fútbol)

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El penal más largo del mundo (Osvaldo Soriano - Argentina)


El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío.
Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras. Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos.
Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo. El blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían.
En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria. A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos. Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros. Las canchas se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota.
El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos. Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaba en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a1.En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que la normalidad empezaba a restablecerse. Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón.
El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos.
El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción. Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Colo Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí.
Según el tribunal de la Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia.
El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que esa era la mejor manera de probar al arquero. Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle.
Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borseguí militar y casi arranca la red.
Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadiente en la boca y dijo:-Constante los tira a la derecha.
-Siempre -dijo el presidente del club.
-Pero él sabe que yo sé.
-Entonces estamos jodidos.
-Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato.
-Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa.
-No. El sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a dormir.
-El Gato esta cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio salir pensativo, caminando despacio.
El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía un perro con el rabo cortado.
-¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería.
-No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó.
-Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de Belgrano.
-Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreyra me quiera querer -dijo- y silbó al perro para volver a su casa.
El viernes, la rubia de Ferreyra está atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio.
-Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media. A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreyra se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista.
El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile.
-¿Y yo cómo sé? -dijo él.
-¿Cómo sabés qué?-Si me tengo que tirar para ese lado.
La rubia Ferreyra lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas.
-En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella.
¿Y si no lo atajo? -preguntó él.
Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo.
El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol.
En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta. El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar. A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato.
Al fin, la policía sacó a empujones al Colo que quería quedarse a ver el penal. Entonces el árbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar.
El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio. Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna. En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un campeonato.
También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración. Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto. A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas.
Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área. El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el asombrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia.
Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba “¡no vale, no vale!”.La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las botellas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita. Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco.
Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía. El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar.
Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita. Dos años más tarde, cuando él era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreyra sino del hermano del Colo Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado.
-Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí.

(este texto fue especialmente escrito por Osvaldo Soriano para el excelente compilado "Cuentos de fútbol". La selección de los cuentos publicados estuvo a cargo de Jorge Valdano).

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De Cerro te cuento una anécdota: Cerro debería ser el tercer grande por todo, por la gente que lleva, por la zona de influencia y tiene una cosa muy común que yo palpé.
La gente de Cerro quiere al jugador del Cerro. Eso de Cerro-Cerro, existe. Había un muchacho que la gente me lo pedía con insistencia, "tiene que jugar fulano, tiene que jugar fulano" y no siempre me lo pedían de buena manera. Era un jugador de ahí. Jugamos contra Nacional, le fuimos ganando durante los noventa minutos y en el alargue me hacen goles dos jugadores que habían sido míos, Marcelo Saralegui y Dely Valdez. Terminé perdiendo 2 a 1. El tercer partido me tocó con Danubio, en la cancha de Danubio, y siempre me pedían que pusiera a este muchacho, "ponelo que es del Cerro". A los treinta segundos me pasa a ganar Danubio 1 a 0. No habían movido, levantan la pelota y 1 a 0. Pero Cerro remontó bien y faltando 5 minutos, Vespa hace un gol de chilena sensacional. Respiré, porque la hinchada de Cerro estaba ahí. Entonces, no digo para congraciarme, pero pensé "le voy a dar la oportunidad a este muchacho del Cerro que me insisten". Lo pongo faltando dos minutos y viene un centro en la hora, salta, cabecea desde afuera del área y me la pone en el ángulo de su propio arco.
Pobre muchacho, se quería morir él y me quería morir yo.
Ese fue mi último partido en Cerro.

(BEETHOVEN "Coco" JAVIER, técnico uruguayo, portador de jugosas anécdotas del fútbol charrúa. Extraído del diario digital "Pasión")

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El estilo de Independiente murió cuando Bochini dijo basta.

(NÉSTOR ROLANDO CLAUSEN, ex jugador de Independiente y ex compañero de equipo del "Bocha", dejando en 1996 una definición sobre el gusto de fútbol bien jugado por parte de los hinchas del Rojo de Avellaneda)

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El avión con los 25 dirigentes sale mañana, ahora solo falta conseguir los 22 jugadores.

(Excéptico titular del periódico "Folha de Sao Paulo", del 19 de Mayo de 1962)

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¡Un médico ahí, por favor!


Al futboleramente famoso Estudiantes de La Plata de Osvaldo Zubeldía lo rebautizaron, con justicia, La Banda. Inauguraron una concepción sesgada de la contienda lúdica que sentó toda una escuela. Por ejemplo, entre otras cosas, salían siempre últimos a la cancha y todos mirando hacia donde sabían que se habían ubicado los rivales, mientras pensaban para sus adentros, automotivándose para evitar lo pernicioso de la mentalidad perdedora: "Esos once hijos de puta son inferiores a nosotros y no nos pueden ganar".
Como ayudante de campo incorporaron a un ex campeón argentino de box y el hotel de La Plata, donde se hospedaban las delegaciones rivales en los torneos internacionales, daba la casualidad que siempre, justo tenía libres sólo las habitaciones del primer piso, y en la noche previa al partido, todos los platenses con auto salían a dar vueltas a la manzana y tocaban la bocina porque había mucho tránsito. Además, era tanto el espíritu de confraternidad, que los que no tenían para un cuatro ruedas llamaban por teléfono hasta que amanecía, para saludarlos y que no se sintieran tan solos lejos del terruño y el conserje, como no podía ser menos, incapaz de controlar semejante ola de calor humano, les pasaba las llamadas sin andar preguntando de parte de quién o si hablaban inglés o portugués.
Nadie sabe por qué, los ingleses del Manchester, de puro cabrones que son, se llevaron tan mala impresión que cuando fue el partido de vuelta en cancha de ellos, como Estudiantes exigió un lugar a campo abierto para que no le devolvieran las gentilezas de las manifestaciones automovilísticas, el cocinero subdito de Su Majestad que les habían destinado en la concentración les puso tal cantidad de purgante del bueno en la sopa, que a la noche se llenaron de chichones tratando de entrar primero al baño.
Tampoco pudieron pegar un ojo. Pero así y todo, se trajeron la Intercontinental. Aparte no era un plantel recolectado de las villas y el pobrerío como otros. Profesionales, gente culta. Y hubo que recordárselo a los piratones, como pasó el jueves 26 de Octubre de 1968, en ocasión de la primera parte de la final que se jugó en la cancha de Boca, pero no porque se sintiera más la presión del público, sino para que les quedara más cerca a ellos, gente extranjera, que habla otro idioma, y no tuvieran que irse hasta La Plata.
Los del Manchester United perdieron 1 a 0 y se quedaron con la sangre en el ojo. Para ellos jugaba Bobby Charlton, nombrado Sir de la corona inglesa desde el Mundial de 1966 por Isabel II, quien en el vestuario entró a despotricar y buscar excusas como todo derrotado. Por ejemplo, trató de hacer entender que ellos, que son unos brutos, está bien, se bancan los patadones porque son parte del juego, y como para muestra alcanza un botón, se bajó las medias: la verdad, no le cabía ni un cardenal ni un raspón más.
Pero lo que lo tenía caliente al Bobby, casi fuera de sí, era lo que él, nada menos que un inglés, consideraba una falta total al fair play, y para demostrarlo se levantó la camiseta: el amplio círculo que entre las tetillas y la cintura le daba vuelta al tórax, según él, era producto de los pellizcones que sistemáticamente le había aplicado durante los 90' un marcador personal, lo más parecido a una estampilla que llevaba visto sobre un césped.
Entonces ahí fue cuando todo lo Sir que quisiera, pero llegó el momento de pararle el carro y ponerlo en caja. Uno de los periodistas argentinos, aunque medio a los tumbos con el idioma de William Shakespeare, le sacó a relucir -más que eso, se lo refregó bien por la jeta- que el doctor Carlos Salvador Bilardo -porque de él se trataba, aunque el noble de pacotilla no se animara a nombrarlo-, para que lo supiera y no anduviera diciendo pavadas, era médico recibido en la Universidad de Buenos Aires, con título habilitante y juramento hipocrático y todo.
Como no podía ser de otro modo, el británico se quedó atónito, estupefacto, así sólo atinó a balbucear por toda respuesta:
- ¿Y qué? ¿Sale a la cancha a buscar pacientes?



(tomado del libro "Jodas futboleras de antología" de Amílcar Romero, Ediciones Cambio S.R.L., pág. 81 a 83)

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El Bambino Veira en "Hay equipo" de TyC Sports (3ª parte)

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El Mundial de este año lo va a ganar Francia. Después estarán Brasil, Alemania e Italia. A Argentina le va costar entrar entre los cuatro primeros.

(JORGE "Indio" SOLARI, técnico argentino y un vaticinio preciso del Mundial de Francia, en Enero de 1998)

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Ariel Ortega no me gusta. Antes de ir a verlo, voy a la calesita. No sé qué hace de volante, si tiene menos panorama que Magoo.

(RENÉ HOUSEMAN, ex jugador argentino, "pegándole" en 1998 al jugador de River Plate)

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Alturas de Calama (Samuel Orellana - Chile)


I
Del aire al aire, como una red vacía,
iba Zamorano entre las canchas y la atmósfera, llegando y despidiendo.

II
En las infinitas claridades de las praderas de Maipú
era una melena en busca de pelota:
Helo allí Helo allí
suspendido en el aire
Iván Luis Zamorano Zamora.

III
Dando vueltas desde sí mismo hasta dar con las piernas de su madre.

IV
Y dale oh
Y dale oh
se escuchaba en el desierto de Atacama,
en las eternas y fosforescentes camisetas fundidas por el cobre
y arriba brillando el sol.

V
¿Y quién fue el salvador de ese pueblo condenado?
Su sino fueron las cordilleras de Chile:
Cobresal y Cobreandino en una plegaria que se cruzó con el infinito del
desierto
donde los nevados no fueron otra cosa que espinas.

VI
Y así como su frente fue la corona que ciñó de sangre el horizonte,
nuestro héroe cruzó el Atlántico de un puro salto
para cabecear el sol del invasor
a quinientos años del pitazo inicial.

VII
Pero Zamorano volvió a cumplir el sueño de su padre,
a llenar de goles los lagos, las llanuras, las vertientes, las termas y
cuántacosa, ¿no?

VIII
Una vez más suspendido sobre el cielo, diluyéndose entre auras,
el eterno cobre de Chile.

IX
De las alturas el Pichichi cayó a lo más genital de lo terrestre
y el desierto negó su melena y repartió sus vestiduras:
Cobreloa 4 Colo-Colo 0
y el pétreo, sulfúrico y recontra infinito desierto de Atacama
le mostró el rojo del cobre: la tarjeta con la sangre
del pueblo de Chile.

X
Sube a nacer conmigo, Zamorano.

Dame la mano desde la profunda
zona de los goleadores expulsados.
No volverás del fondo de las redes.
No volverás del túnel subterráneo.
No volverá tu frente endurecida.
No volverá tu acento castellano.

Sube a nacer conmigo, Iván Bam Bam
Zamorano.



(Un especial agradecimiento a SAMUEL ORELLANA (Maipú, Chile, 1978) Licenciado en Filosofía por la Universidad de Chile, quien permitió la publicación en este blog de los poemas pertenecientes al libro "Gol de Oro", editado en el año 2004)

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El Bambino Veira en "Hay equipo" de TyC Sports (2ª parte)

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La única verdad es ganar. "Lo importante es competir" es una frase hecha para los otarios* y creada por los perdedores.

* Otario: forma despectiva que se aplica a la persona de poco alcance y fácil de engañar.

(OSVALDO JUAN ZUBELDÍA, técnico argentino ya fallecido, dejando en 1968 esta frase divisoria de aguas entre "resultadistas" y "líricos")

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Porque no tenemos nada, queremos hacerlo todo!

(Célebre frase del dirigente chileno CARLOS DITTBORN, en la campaña previa a la realización del Mundial de 1962, después de los violentos terremotos que destruyeran parte del país)

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Romance intelectual con la pelota


"El goleador es siempre el mejor poeta del año", escribió Pier Paolo Pasolini, en la cumbre del romance entre la literatura y el fútbol. Camus había dicho que el fútbol le enseñó todo lo que sabía y el desprecio de los intelectuales por esa pasión se había superado cuando estalló una nueva polémica: ya no fútbol vs. cultura, o civilización vs. barbarie, sino literatura versus oportunismo editorial y venta. Además, cómo el fútbol devora la cultura general.
Jorge Luis Borges fue el encargado de marcar la divisoria de aguas. Con lapidaria ironía, reformuló el "civilización y barbarie" sarmientino y sentenció en más de una entrevista periodística que el fútbol era "una cosa estúpida de ingleses... Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos". La frase hendía el cuchillo en el corazón de la patria futbolera y convocaba al escándalo. Pero más allá de la humorada -"una forma perversa de razonamiento; un cinismo que invalida todas las letras del mundo: Así, el Quijote no es otra cosa que un conjunto de letras negras sobre papel blanco", como lo definiría Alejandro Dolina- el anatema borgeano selló la relación entre quienes practicaban el deporte de la literatura y los habilidosos en el arte del fútbol. Durante décadas -salvo excepciones- ambos mundos sucedieron en dimensiones paralelas. En forma esquemática podría resumirse de la siguiente manera: los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. La división también se experimentaba entre lectores e hinchas en una remake del divorcio original entre pueblo e ilustración aventado por Domingo Faustino Sarmiento. Pero la segunda mitad del siglo XX sería testigo de una plebeyización de la literatura -el periodismo fue gran artífice de este proceso- y decenas de literatos se volcarían a una producción mestiza gracias a la cual el fútbol ya no quedaría en "orsai" literario. Finalmente, a mediados de los noventa, la pelota ganó la batalla y hoy -a horas del mundial de Alemania- se asiste a lo que algunos denominan la futbolización del universo y de la que no puede escapar ni siquiera el apocado e íntimo mundo de las letras.
La mala relación entre fútbol y literatura se inició en 1880 cuando el escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció a ese deporte y a "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Y prácticamente desde esa fecha el desencuentro se hizo sostenido. Sin embargo, el recorrido de una buena biblioteca demostrará que no faltaron las gratas excepciones: en los años 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino Bernardo Canal Feijóo escribieron "Penúltimo poema del fútbol" y Horacio Quiroga publicó "Suicidio en la cancha", un cuento sobre el caso real de un jugador de Nacional que se pegó un tiro en el círculo central de la cancha. De aquellos tiempos es el primer relato totalmente ficcional sobre fútbol en el Río de la Plata: la novela del francés Henri de Montherlant “Los once ante la puerta dorada”. En 1923, nada menos que en su melancólico libro “Crepusculario”, Pablo Neruda escribió el poema "Los jugadores", y 12 años después, "Colección nocturna", incluído en “Residencia en la tierra”. Durante el primer medio siglo hubo escasos coqueteos de la literatura con el fútbol -una aguafuerte de Roberto Arlt sobre el Seleccionado Nacional y poco más-; quien entró a saco lleno en el tema fue el uruguayo Mario Benedetti con su ya célebre cuento "Puntero izquierdo", escrito en 1955, y publicado en el libro “Montevideanos”.
El llamado boom de la literatura latinoamericana se acercó al mundo del fútbol, no sólo desde la escritura sino también desde las tribunas. Tras un partido entre Junior y Millonarios, Gabriel García Márquez declaró: "No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien". Y el salvoconducto del futuro Premio Nobel dio resultados. Aunque, en realidad, ya por aquella época había salido del placard un gran número de escritores que se reconocían como hinchas de fútbol: el poeta gaditano Rafael Alberti -quien escribió "Oda a Platko", dedicada al arquero húngaro del Barcelona-, Miguel Hernández, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato, Rubem Fonseca, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Rivadaneyro y Alfredo Bryce Echenique.
Pero la literatura no sólo ha dado hinchas al mundo: también se ha enriquecido de ellos. Albert Camus, por ejemplo, aprendió cuando era arquero en Argelia que "la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". A la pelota se le debe, entonces, El mito de Sísifo, Los justos y La peste.
A partir de los años 60 y 70 la lista de escritores que se animaron a escribir sobre fútbol se acrecentó considerablemente: el poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió un célebre poema al puntero Garrincha, el español Camilo José Cela, sus “Once cuentos de fútbol”, el mexicano Juan Villoro, un texto sobre el Maracanazo -el día que Uruguay le ganó a Brasil la Copa del Mundo en el estadio Maracaná- titulado “El hombre que murió dos veces”, Humberto Constantini, su relato "Inside izquierdo", y Leopoldo Marechal, elige la tribuna de un River-Boca para lanzar la batalla del protagonista de Megafón o la guerra. Mientras tanto, en Europa, el austríaco Peter Handke ponía la piedra basal con su novela La angustia del arquero frente al tiro penal -que poco habla de fútbol, es verdad- pero tiene una de las definiciones más bellas de ese instante crucial en un partido.
Los años ochenta marcaron el fin de la separación entre el fútbol y las letras en la Argentina. Y eso ocurrió de la mano del periodismo gráfico: Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain se convirtieron en la delantera implacable que se abocaba a escribir sin tapujos ni complejos sobre fútbol, primero desde las crónicas de prensa y el humor y, finalmente, desde la literatura.
Clásicos de esta etapa son los cuentos publicados en El mundo ha vivido equivocado, en el que el escritor rosarino incluyó los inolvidables relatos sobre fútbol como "Lo que se dice de un ídolo", "Memorias de un wing derecho", y "¡Qué lástima, Cattamarancio!". Osvaldo Soriano, por su parte, reunió en su libro Rebeldes, soñadores y fugitivos los memorables relatos como "El penal más largo del mundo" y "Maradona sí, Galtieri no". Y completa el trío de mosqueteros Juan Sasturain con la publicación de El día del arquero, que incluye el cuento "La poesía del chanfle al segundo palo". Al mismo tiempo, Alejandro Dolina coqueteaba con el fútbol desde sus Crónicas del Angel Gris que incluían "Apuntes de fútbol en Flores", una toma de posición respecto del tema: "En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios", sentencia la primera frase del cuento.
Pero si bien se produjo la irrupción del fútbol como componente de lo popular en el espectro de las letras, la relación seguía siendo distante. La crítica de la revista Babel al libro de Soriano fue lapidaria: "No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente", como recuerda Sergio Olguín, autor del libro “El equipo de los sueños”, una novela que entrecruza la adolescencia en un barrio del sur del Gran Buenos Aires con la literatura griálica, el fútbol y la figura de Maradona. "Siempre hubo una negación temática en la literatura argentina, huyó de lo popular, que muchos autores entienden como populismo. El fútbol fue siempre marginado por la crítica pero no por los lectores. Estados Unidos no tuvo este problema. Paul Auster y Don DeLillio escribieron sobre béisbol y no escandalizaron a nadie", asegura el autor de Lanús. Casualmente, Olguín viajará a Alemania mientras se juegue el Mundial, invitado por la editorial Suhrkamp para representar a la literatura argentina en los debates sobre fútbol y literatura que se realizarán en las ciudades sede del torneo.
Respecto de este desencuentro, Martín Caparrós, autor de “Boquita”, explica que "el anatema de Borges está relacionado con esa idea de los años setenta de que el fútbol es el opio de los pueblos, que engaña a millones de estúpidos a los que les pone, por delante de la lucha de clases, la lucha de cuadros. Esta posición se sintetiza perfectamente en Juan José Sebreli". En lo que podría caracterizarse con cierto sarcasmo como "sociología del centro al segundo palo" -la frase pertenece al presidente de River Plate, José María Aguilar- Sebreli sostuvo que "el acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente agresivo y crea un sentimiento de poder, amén de que la picardía de vencer al adversario basada en la trampa, la mentira, el disimulo, la zancadilla, tan alabada por todos los apologistas del fútbol como una forma de inteligencia natural y espontánea, no es sino una característica de la personalidad autoritaria". Sus libros "Fútbol y masas" y "La era del fútbol" le valieron al sociólogo la humorada de Sasturain, quien desde una reseña bibliográfica le espetó: "Sebreli, vos andá al arco".
Liliana Heker dice: "No hay un desdén de la literatura hacia el fútbol, no se puede generalizar; Borges no deja de ser Borges incluso cuando desdeña al fútbol. Pero muchos escritores son hinchas apasionados, no hay un rechazo particular en el gremio. Yo tengo una relación apasionada desde muy chica. Para la literatura es un campo interminable, ya que el deporte pone en juego conflictos muy interesantes", dice Heker, autora del cuento "La música de los domingos".
Claro que, desde los noventa, la relación entre fútbol y literatura se conjugó en un maridaje tan extraño y sospechoso como su anterior desencuentro. En un proceso de globalización del negocio del fútbol, la literatura acompañó ese devenir y también el mercado editorial. Hoy no se trata tanto de un acercamiento del arte a los sectores populares sino lisa y llanamente -con excepciones- de una operación de mercado. Primero fue el realismo político, luego la novela histórica y la literatura new age y actualmente el fútbol. "Es posible que se trate de una moda relativa -admite Olguín- pero la buena literatura no depende del tema que uno elija sino de una buena prosa, la construcción de personajes y una trama. La literatura futbolera es un gran negocio y alimenta al mercado pero seguramente pasará de moda".
Quien anda a los rezongos contra la nueva moda de la literatura futbolística es, sorpresivamente, un hombre que gusta practicar ese deporte y que a mediados de la década del ochenta escribió sobre el tema. Arrepentido, según sus propias palabras, de haber escrito sobre esos tópicos por haber transitado el paño sensiblero y el cliché, Dolina protesta porque "en esta relación de maridaje pierde la literatura. En los últimos años se produjo una futbolización del universo, una invasión del área del pensamiento en la que se utilizan una cantera de metáforas banales tomadas del juego, en el periodismo y en la literatura. Un género no se basa en una temática, porque lo que ocurre es que nace un género acrisolado -salvo en el caso de los buenos escritores- que consiste simplemente en exaltar los estados de ánimo de quiénes ven fútbol o quienes lo juegan. La metáfora más recurrida se relaciona con la guerra y la pasión, como padecimiento, pero esos escritos suelen dejar una melancólica sensación de que se trata de sentimientos construidos. Se busca una épica que trascienda largamente una vida con ausencia de emociones. Existe cierta demagogia en la literatura que exalta la pasión deportiva, una necesidad de contacto popular. Esta demagogia consiste en el hecho de que en ese encuentro entre el gran arte y lo popular, no asciende lo popular sino que desciende el gran arte. La operación consiste en que si el pueblo no lee a Flaubert, que lean a Coelho. El fútbol es un hecho interesante cultural y antropológicamente pero no es el gran arte. Es un tema, pero no se puede convertir en una superstición, porque se transforma en una patología literaria. Resulta conveniente no entregarse a la tentación y, en todo caso, si hay que imitar a Gardel hay que hacerlo no en la pronunciación de la eme como ere sino en su afinación".
Ante el torrente de publicaciones que anegó la industria cultural en los últimos años, una pregunta se hace evidente: ¿es obligatorio escribir sobre fútbol? Mempo Giardinelli cree que no. "Entre fútbol y literatura existe la misma relación que entre cocina y poesía, o filosofía y novela, o automovilismo e historia. No creo que haya nada esquemático, simplemente sucede que para mí la literatura es la vida por escrito. Y entonces puedo escribir lo que se me antoja. Nunca escribí sobre fútbol. Soy un narrador, y he escrito un par de cuentos de tema futbolero porque me pareció que podían ser narraciones eficaces. Mi relación con este deporte es como la de cualquier argentino: pasional, intensa, en lo posible festiva, pero no intelectual. Lo cual no impide que en determinado momento uno reflexione críticamente sobre las pasiones, intensidades, violencias y taras argentinas", dice el autor del clásico cuento "El hincha", escrito a principios de los ochenta.
Ideas similares profesa Pablo Ramos: "En literatura no debería haber nada más que lo que el escritor cree que debería. La mayoría de los cuentos sobre fútbol que se escriben se acercan a lo tanguero, a lo humorístico y reflejan una parte muy romántica del deporte. La otra, el negocio, la trampa, la decadencia del deporte cuando se hace profesional, es poco común. La literatura debe incluirlo todo, porque cada cosa contiene su propia literatura. El fútbol es danza y es cuerda floja cuando se lo juega como Riquelme, o cuando un pibe como el Tuna Agüero, cansado de jugar en la Villa Corina (la misma de mi novela “El origen de la tristeza”, de ahí es él) se enfrenta a los grandes con 17 años y les pinta la cara. Lo patean, se levanta y les vuelve a pintar la cara. Y el fútbol es horrible cuando viene un Mundial y nos olvidamos del desempleo, de la contaminación de San Juan con cianuro... Cuando es olvido es un veneno, es el opio de los pueblos", sostiene el autor del cuento "Celeste y roja", en el que el protagonista muere envuelto en la bandera de Arsenal de Sarandí.
Caparrós aporta un elemento original a esta controversia: "La literatura no tiene ninguna obligatoriedad respecto del fútbol. Existe una relación larga y fecunda de cierta narrativa desde hace 50 años. Hasta la televisión, había un 95 por ciento de aficionados deportivos que lo hacían desde el relato escrito o radial. Lo que constituye al fútbol en un hecho narrativo en sí mismo. Ahora el fútbol se ve, entonces, es muy complicado hacer un metarrelato, porque se trata de un relato en sí mismo. A mí el género de la literatura futbolística no me atrajo para desarrollarlo porque frente al relato del fútbol, lo demás es un metarrelato menor".
Amagando entre el consumismo snob, la demagogia pop-fashion (condensada en los palcos de la Bombonera) y cierta autenticidad popular que transitan algunas experiencias literarias, la narrativa futbolera estalló en los últimos 15 años. En Europa, el ejemplo más claro es la novela Fiebre en las gradas, del británico Nick Hornby, en la que relata su vida como hincha. Por estas costas, poco después de que el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribiera Fútbol a sol y a sombra, la industria cultural parece haber encontrado una veta redituable: así, se sucedieron los libros de los ex futbolistas Jorge Valdano y Ángel Cappa, y los libros periodísticos, émulos del Fútbol: dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri. En el 2003 se produjo una nueva operación de acercamiento que consistió en la campaña "Cuando leés ganás siempre" y que consistió en la distribución gratuita de 50 mil cuentos todos los domingos. La última buena nueva fue el nacimiento de Ediciones al Arco, un legítimo emprendimiento para encausar la publicación de la literatura deportiva.
Ni siquiera la poesía pudo quedarse afuera del fenómeno. Washington Cucurto ha utilizado como materia prima para sus obras el imaginario popular para homenajear a Enzo Francescoli o Diego Maradona y en su poema “Entre hombres”, dice: "El fútbol es un deporte de hombres dulces / el fútbol es un deporte de hombres que se quieren con locura". Fabián Casas, por su parte, escribió “Cancha rayada”, en el que describe el regreso de un estadio luego de una derrota. Consultado sobre qué lugar tiene el fútbol en su obra, Casas respondió: "Ser hincha de San Lorenzo tiñó mi personalidad. En términos heideggerianos soy-un-ser-para-la-Copa-Libertadores".
Amalgamados, los dos géneros del arte caminan, finalmente, tomados de la mano. Quedan en el tintero algunas frases elegidas que definen con belleza irrefutable la belleza del fútbol. Javier Marías dijo que "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia" y el intelectual comunista Antonio Gramsci lo definía como "el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre". Con cierto tono meloso, el checo Milan Kundera escribía que "tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo". Por último, el multifacético Pier Paolo Pasolini dejó la mejor definición que la literatura pudo hacer de este deporte que remite a los juegos circenses de la Roma antigua: "El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribblear a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño". Pasolini, obviamente, no había visto jugar a Diego Maradona. A pesar de desmentidas por el segundo gol del "Diez" a los ingleses, sus palabras están llenas de verdad poética. Pero de eso podría tratarse este desencuentro entre las letras y la pelota: Maradona tampoco había leído a Pasolini.

(artículo del periodista Hernán Brienza, publicado en diario "Clarín" del sábado 27 de Mayo de 2006)

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