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Romance intelectual con la pelota


"El goleador es siempre el mejor poeta del año", escribió Pier Paolo Pasolini, en la cumbre del romance entre la literatura y el fútbol. Camus había dicho que el fútbol le enseñó todo lo que sabía y el desprecio de los intelectuales por esa pasión se había superado cuando estalló una nueva polémica: ya no fútbol vs. cultura, o civilización vs. barbarie, sino literatura versus oportunismo editorial y venta. Además, cómo el fútbol devora la cultura general.
Jorge Luis Borges fue el encargado de marcar la divisoria de aguas. Con lapidaria ironía, reformuló el "civilización y barbarie" sarmientino y sentenció en más de una entrevista periodística que el fútbol era "una cosa estúpida de ingleses... Un deporte estéticamente feo: once jugadores contra once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos". La frase hendía el cuchillo en el corazón de la patria futbolera y convocaba al escándalo. Pero más allá de la humorada -"una forma perversa de razonamiento; un cinismo que invalida todas las letras del mundo: Así, el Quijote no es otra cosa que un conjunto de letras negras sobre papel blanco", como lo definiría Alejandro Dolina- el anatema borgeano selló la relación entre quienes practicaban el deporte de la literatura y los habilidosos en el arte del fútbol. Durante décadas -salvo excepciones- ambos mundos sucedieron en dimensiones paralelas. En forma esquemática podría resumirse de la siguiente manera: los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. La división también se experimentaba entre lectores e hinchas en una remake del divorcio original entre pueblo e ilustración aventado por Domingo Faustino Sarmiento. Pero la segunda mitad del siglo XX sería testigo de una plebeyización de la literatura -el periodismo fue gran artífice de este proceso- y decenas de literatos se volcarían a una producción mestiza gracias a la cual el fútbol ya no quedaría en "orsai" literario. Finalmente, a mediados de los noventa, la pelota ganó la batalla y hoy -a horas del mundial de Alemania- se asiste a lo que algunos denominan la futbolización del universo y de la que no puede escapar ni siquiera el apocado e íntimo mundo de las letras.
La mala relación entre fútbol y literatura se inició en 1880 cuando el escritor británico Rudyard Kipling (1865-1936) despreció a ese deporte y a "las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan". Y prácticamente desde esa fecha el desencuentro se hizo sostenido. Sin embargo, el recorrido de una buena biblioteca demostrará que no faltaron las gratas excepciones: en los años 20, el peruano Juan Parra del Riego y el argentino Bernardo Canal Feijóo escribieron "Penúltimo poema del fútbol" y Horacio Quiroga publicó "Suicidio en la cancha", un cuento sobre el caso real de un jugador de Nacional que se pegó un tiro en el círculo central de la cancha. De aquellos tiempos es el primer relato totalmente ficcional sobre fútbol en el Río de la Plata: la novela del francés Henri de Montherlant “Los once ante la puerta dorada”. En 1923, nada menos que en su melancólico libro “Crepusculario”, Pablo Neruda escribió el poema "Los jugadores", y 12 años después, "Colección nocturna", incluído en “Residencia en la tierra”. Durante el primer medio siglo hubo escasos coqueteos de la literatura con el fútbol -una aguafuerte de Roberto Arlt sobre el Seleccionado Nacional y poco más-; quien entró a saco lleno en el tema fue el uruguayo Mario Benedetti con su ya célebre cuento "Puntero izquierdo", escrito en 1955, y publicado en el libro “Montevideanos”.
El llamado boom de la literatura latinoamericana se acercó al mundo del fútbol, no sólo desde la escritura sino también desde las tribunas. Tras un partido entre Junior y Millonarios, Gabriel García Márquez declaró: "No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien". Y el salvoconducto del futuro Premio Nobel dio resultados. Aunque, en realidad, ya por aquella época había salido del placard un gran número de escritores que se reconocían como hinchas de fútbol: el poeta gaditano Rafael Alberti -quien escribió "Oda a Platko", dedicada al arquero húngaro del Barcelona-, Miguel Hernández, Miguel Delibes, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato, Rubem Fonseca, Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Rivadaneyro y Alfredo Bryce Echenique.
Pero la literatura no sólo ha dado hinchas al mundo: también se ha enriquecido de ellos. Albert Camus, por ejemplo, aprendió cuando era arquero en Argelia que "la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Esto me ayudó mucho en la vida... Lo que más sé acerca de moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". A la pelota se le debe, entonces, El mito de Sísifo, Los justos y La peste.
A partir de los años 60 y 70 la lista de escritores que se animaron a escribir sobre fútbol se acrecentó considerablemente: el poeta brasileño Vinicius de Moraes escribió un célebre poema al puntero Garrincha, el español Camilo José Cela, sus “Once cuentos de fútbol”, el mexicano Juan Villoro, un texto sobre el Maracanazo -el día que Uruguay le ganó a Brasil la Copa del Mundo en el estadio Maracaná- titulado “El hombre que murió dos veces”, Humberto Constantini, su relato "Inside izquierdo", y Leopoldo Marechal, elige la tribuna de un River-Boca para lanzar la batalla del protagonista de Megafón o la guerra. Mientras tanto, en Europa, el austríaco Peter Handke ponía la piedra basal con su novela La angustia del arquero frente al tiro penal -que poco habla de fútbol, es verdad- pero tiene una de las definiciones más bellas de ese instante crucial en un partido.
Los años ochenta marcaron el fin de la separación entre el fútbol y las letras en la Argentina. Y eso ocurrió de la mano del periodismo gráfico: Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa y Juan Sasturain se convirtieron en la delantera implacable que se abocaba a escribir sin tapujos ni complejos sobre fútbol, primero desde las crónicas de prensa y el humor y, finalmente, desde la literatura.
Clásicos de esta etapa son los cuentos publicados en El mundo ha vivido equivocado, en el que el escritor rosarino incluyó los inolvidables relatos sobre fútbol como "Lo que se dice de un ídolo", "Memorias de un wing derecho", y "¡Qué lástima, Cattamarancio!". Osvaldo Soriano, por su parte, reunió en su libro Rebeldes, soñadores y fugitivos los memorables relatos como "El penal más largo del mundo" y "Maradona sí, Galtieri no". Y completa el trío de mosqueteros Juan Sasturain con la publicación de El día del arquero, que incluye el cuento "La poesía del chanfle al segundo palo". Al mismo tiempo, Alejandro Dolina coqueteaba con el fútbol desde sus Crónicas del Angel Gris que incluían "Apuntes de fútbol en Flores", una toma de posición respecto del tema: "En un partido de fútbol caben infinidad de novelescos episodios", sentencia la primera frase del cuento.
Pero si bien se produjo la irrupción del fútbol como componente de lo popular en el espectro de las letras, la relación seguía siendo distante. La crítica de la revista Babel al libro de Soriano fue lapidaria: "No se puede escribir literatura con el banderín de San Lorenzo enfrente", como recuerda Sergio Olguín, autor del libro “El equipo de los sueños”, una novela que entrecruza la adolescencia en un barrio del sur del Gran Buenos Aires con la literatura griálica, el fútbol y la figura de Maradona. "Siempre hubo una negación temática en la literatura argentina, huyó de lo popular, que muchos autores entienden como populismo. El fútbol fue siempre marginado por la crítica pero no por los lectores. Estados Unidos no tuvo este problema. Paul Auster y Don DeLillio escribieron sobre béisbol y no escandalizaron a nadie", asegura el autor de Lanús. Casualmente, Olguín viajará a Alemania mientras se juegue el Mundial, invitado por la editorial Suhrkamp para representar a la literatura argentina en los debates sobre fútbol y literatura que se realizarán en las ciudades sede del torneo.
Respecto de este desencuentro, Martín Caparrós, autor de “Boquita”, explica que "el anatema de Borges está relacionado con esa idea de los años setenta de que el fútbol es el opio de los pueblos, que engaña a millones de estúpidos a los que les pone, por delante de la lucha de clases, la lucha de cuadros. Esta posición se sintetiza perfectamente en Juan José Sebreli". En lo que podría caracterizarse con cierto sarcasmo como "sociología del centro al segundo palo" -la frase pertenece al presidente de River Plate, José María Aguilar- Sebreli sostuvo que "el acto de patear una pelota es ya de por sí esencialmente agresivo y crea un sentimiento de poder, amén de que la picardía de vencer al adversario basada en la trampa, la mentira, el disimulo, la zancadilla, tan alabada por todos los apologistas del fútbol como una forma de inteligencia natural y espontánea, no es sino una característica de la personalidad autoritaria". Sus libros "Fútbol y masas" y "La era del fútbol" le valieron al sociólogo la humorada de Sasturain, quien desde una reseña bibliográfica le espetó: "Sebreli, vos andá al arco".
Liliana Heker dice: "No hay un desdén de la literatura hacia el fútbol, no se puede generalizar; Borges no deja de ser Borges incluso cuando desdeña al fútbol. Pero muchos escritores son hinchas apasionados, no hay un rechazo particular en el gremio. Yo tengo una relación apasionada desde muy chica. Para la literatura es un campo interminable, ya que el deporte pone en juego conflictos muy interesantes", dice Heker, autora del cuento "La música de los domingos".
Claro que, desde los noventa, la relación entre fútbol y literatura se conjugó en un maridaje tan extraño y sospechoso como su anterior desencuentro. En un proceso de globalización del negocio del fútbol, la literatura acompañó ese devenir y también el mercado editorial. Hoy no se trata tanto de un acercamiento del arte a los sectores populares sino lisa y llanamente -con excepciones- de una operación de mercado. Primero fue el realismo político, luego la novela histórica y la literatura new age y actualmente el fútbol. "Es posible que se trate de una moda relativa -admite Olguín- pero la buena literatura no depende del tema que uno elija sino de una buena prosa, la construcción de personajes y una trama. La literatura futbolera es un gran negocio y alimenta al mercado pero seguramente pasará de moda".
Quien anda a los rezongos contra la nueva moda de la literatura futbolística es, sorpresivamente, un hombre que gusta practicar ese deporte y que a mediados de la década del ochenta escribió sobre el tema. Arrepentido, según sus propias palabras, de haber escrito sobre esos tópicos por haber transitado el paño sensiblero y el cliché, Dolina protesta porque "en esta relación de maridaje pierde la literatura. En los últimos años se produjo una futbolización del universo, una invasión del área del pensamiento en la que se utilizan una cantera de metáforas banales tomadas del juego, en el periodismo y en la literatura. Un género no se basa en una temática, porque lo que ocurre es que nace un género acrisolado -salvo en el caso de los buenos escritores- que consiste simplemente en exaltar los estados de ánimo de quiénes ven fútbol o quienes lo juegan. La metáfora más recurrida se relaciona con la guerra y la pasión, como padecimiento, pero esos escritos suelen dejar una melancólica sensación de que se trata de sentimientos construidos. Se busca una épica que trascienda largamente una vida con ausencia de emociones. Existe cierta demagogia en la literatura que exalta la pasión deportiva, una necesidad de contacto popular. Esta demagogia consiste en el hecho de que en ese encuentro entre el gran arte y lo popular, no asciende lo popular sino que desciende el gran arte. La operación consiste en que si el pueblo no lee a Flaubert, que lean a Coelho. El fútbol es un hecho interesante cultural y antropológicamente pero no es el gran arte. Es un tema, pero no se puede convertir en una superstición, porque se transforma en una patología literaria. Resulta conveniente no entregarse a la tentación y, en todo caso, si hay que imitar a Gardel hay que hacerlo no en la pronunciación de la eme como ere sino en su afinación".
Ante el torrente de publicaciones que anegó la industria cultural en los últimos años, una pregunta se hace evidente: ¿es obligatorio escribir sobre fútbol? Mempo Giardinelli cree que no. "Entre fútbol y literatura existe la misma relación que entre cocina y poesía, o filosofía y novela, o automovilismo e historia. No creo que haya nada esquemático, simplemente sucede que para mí la literatura es la vida por escrito. Y entonces puedo escribir lo que se me antoja. Nunca escribí sobre fútbol. Soy un narrador, y he escrito un par de cuentos de tema futbolero porque me pareció que podían ser narraciones eficaces. Mi relación con este deporte es como la de cualquier argentino: pasional, intensa, en lo posible festiva, pero no intelectual. Lo cual no impide que en determinado momento uno reflexione críticamente sobre las pasiones, intensidades, violencias y taras argentinas", dice el autor del clásico cuento "El hincha", escrito a principios de los ochenta.
Ideas similares profesa Pablo Ramos: "En literatura no debería haber nada más que lo que el escritor cree que debería. La mayoría de los cuentos sobre fútbol que se escriben se acercan a lo tanguero, a lo humorístico y reflejan una parte muy romántica del deporte. La otra, el negocio, la trampa, la decadencia del deporte cuando se hace profesional, es poco común. La literatura debe incluirlo todo, porque cada cosa contiene su propia literatura. El fútbol es danza y es cuerda floja cuando se lo juega como Riquelme, o cuando un pibe como el Tuna Agüero, cansado de jugar en la Villa Corina (la misma de mi novela “El origen de la tristeza”, de ahí es él) se enfrenta a los grandes con 17 años y les pinta la cara. Lo patean, se levanta y les vuelve a pintar la cara. Y el fútbol es horrible cuando viene un Mundial y nos olvidamos del desempleo, de la contaminación de San Juan con cianuro... Cuando es olvido es un veneno, es el opio de los pueblos", sostiene el autor del cuento "Celeste y roja", en el que el protagonista muere envuelto en la bandera de Arsenal de Sarandí.
Caparrós aporta un elemento original a esta controversia: "La literatura no tiene ninguna obligatoriedad respecto del fútbol. Existe una relación larga y fecunda de cierta narrativa desde hace 50 años. Hasta la televisión, había un 95 por ciento de aficionados deportivos que lo hacían desde el relato escrito o radial. Lo que constituye al fútbol en un hecho narrativo en sí mismo. Ahora el fútbol se ve, entonces, es muy complicado hacer un metarrelato, porque se trata de un relato en sí mismo. A mí el género de la literatura futbolística no me atrajo para desarrollarlo porque frente al relato del fútbol, lo demás es un metarrelato menor".
Amagando entre el consumismo snob, la demagogia pop-fashion (condensada en los palcos de la Bombonera) y cierta autenticidad popular que transitan algunas experiencias literarias, la narrativa futbolera estalló en los últimos 15 años. En Europa, el ejemplo más claro es la novela Fiebre en las gradas, del británico Nick Hornby, en la que relata su vida como hincha. Por estas costas, poco después de que el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribiera Fútbol a sol y a sombra, la industria cultural parece haber encontrado una veta redituable: así, se sucedieron los libros de los ex futbolistas Jorge Valdano y Ángel Cappa, y los libros periodísticos, émulos del Fútbol: dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri. En el 2003 se produjo una nueva operación de acercamiento que consistió en la campaña "Cuando leés ganás siempre" y que consistió en la distribución gratuita de 50 mil cuentos todos los domingos. La última buena nueva fue el nacimiento de Ediciones al Arco, un legítimo emprendimiento para encausar la publicación de la literatura deportiva.
Ni siquiera la poesía pudo quedarse afuera del fenómeno. Washington Cucurto ha utilizado como materia prima para sus obras el imaginario popular para homenajear a Enzo Francescoli o Diego Maradona y en su poema “Entre hombres”, dice: "El fútbol es un deporte de hombres dulces / el fútbol es un deporte de hombres que se quieren con locura". Fabián Casas, por su parte, escribió “Cancha rayada”, en el que describe el regreso de un estadio luego de una derrota. Consultado sobre qué lugar tiene el fútbol en su obra, Casas respondió: "Ser hincha de San Lorenzo tiñó mi personalidad. En términos heideggerianos soy-un-ser-para-la-Copa-Libertadores".
Amalgamados, los dos géneros del arte caminan, finalmente, tomados de la mano. Quedan en el tintero algunas frases elegidas que definen con belleza irrefutable la belleza del fútbol. Javier Marías dijo que "el fútbol es la recuperación semanal de la infancia" y el intelectual comunista Antonio Gramsci lo definía como "el reino de la lealtad humana ejercida al aire libre". Con cierto tono meloso, el checo Milan Kundera escribía que "tal vez los jugadores tengan la hermosura y la tragedia de las mariposas, que vuelan tan alto y tan bello pero que jamás pueden apreciar y admirarse en la belleza de su vuelo". Por último, el multifacético Pier Paolo Pasolini dejó la mejor definición que la literatura pudo hacer de este deporte que remite a los juegos circenses de la Roma antigua: "El fútbol es un sistema de signos, por lo tanto es un lenguaje. Hay momentos que son puramente poéticos: se trata de los momentos de gol. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código: es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. El fútbol que produce más goles es el más poético. Incluso el dribbling es de por sí poético (aunque no siempre como la acción del gol). En los hechos, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir de la mitad del campo, dribblear a todos y marcar el gol. Si, dentro de los límites consentidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es ésa. Pero no sucede nunca. Es un sueño". Pasolini, obviamente, no había visto jugar a Diego Maradona. A pesar de desmentidas por el segundo gol del "Diez" a los ingleses, sus palabras están llenas de verdad poética. Pero de eso podría tratarse este desencuentro entre las letras y la pelota: Maradona tampoco había leído a Pasolini.

(artículo del periodista Hernán Brienza, publicado en diario "Clarín" del sábado 27 de Mayo de 2006)

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El Bambino Veira en "Hay equipo" de TyC Sports (1ª parte)

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¿Qué es lo que más recuerda de su visita a la Argentina?

-Nunca me olvidaré cuando conocí al Presidente (Carlos Menem). Fue un día después de asistir al superclásico que Boca le ganó a River en 1992.
Ir al estadio fue una experiencia maravillosa, pero cuando ví la cara de Menem me di cuenta de que no quería hablar de eso. Aunque, cordialmente, me preguntó si me había gustado el partido. Y yo le dije: "Soy un observador imparcial, pero los colores de mi equipo son rojo y blanco".
Menem se rió mucho, sobre todo, cuando terminé mi frase: hablaba del Spartak de Moscú.

(GARRY KASPAROV, ajedrecista ruso, recordando una de sus visitas a la Argentina en el diario "Perfil" del domingo 22 de Julio de 2007)

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Los italianos tienen una virtud muy grande para desviar la realidad. Un partido de mierda lo titulan así: "Triunfó el fútbol táctico". No se sabe lo que es, pero salen a defenderlo.

(CÉSAR LUIS MENOTTI, técnico argentino)

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¿De qué sistema me hablás? (Juan Mondiola - Argentina)


Hasta hace muy poco tiempo, y sobre todo a raíz de la llegada de ingleses y españoles medio Buenos Aires hablaba del sistema. Puntos que nunca conocieron la de cuero y que en oval viven en la edad de piedra, se permitían opinar sobre el tan mentado sistema. Y hasta hubo algunos diareros que, deslumbrados con lo que habían visto en Europa y sin pensarlo dos veces, se engolosinaron de tal manera que quisieron imponer aquí el estilo europeo y echar por tierra con todo lo nuestro.
Yo nunca me meto con el fóbal porque a mis queridos perros les gusta más que hable de ternura; pero como estoy harto de oír gansadas ya es hora de que no escorchen, salgo al cruce de los sistemistas para decirles claramente lo que pienso.
Ante todo, el tan zarandeado sistema lo inventó un entrenador inglés, Mister Chapman, al que un día se le ocurrió que había descubierto una paponia: hacer jugar a su equipo colocando a los hombres en la cancha como si formaran una doble vé en la delantera y una eme atrás. Tómese el trabajo de agarrar un lápiz y un papel y dibuje una doble vé arriba y una eme abajo. Así comprenderá mejor lo que estoy diciendo. Adelante quedan tras hombres. Los insiders bajan para ayudar. Los dos halves de ala, ubicados detrás de los insiders, quedan adelantados. Los backs marcan a los wines. Y el centrehalf en una misma línea con los backs, al controforward. La aparente paponia de este sistema es que se ataca con siete y se defiende con siete, porque al atacar se adelantan los insiders y los halves y cuando defienden bajan esos cuatro hombres. De paso, quiere decir que en el famoso sistema los insiders y dos halves laburan como presos.
Sin que la gilada se haya dado cuenta, el sistema se viene practicando aquí desde hace rato, aunque con una ligera variante. Tómese la molestia de fijarse en cualquier equipo. Nosotros también jugamos con tres back. Lombardo y Gimenez en realidad escolasan más como backs que como halves. Y se pegan al wing izquierdo. En vez de atacar con dos halves de ala, nosotros adelantamos al centro half y a un half, es decir, también dos hombres. La diferencia nuestra está en que, generalmente, el insider que baja para ayudar a la defensa y yevar el cuero es uno solo, mientras que el otro se queda adelantado como punta de lanza: Labruna, Simes. ¿Se dá cuenta? ¿Vió que su viejo sabe lo que dice?
Lo malo del sistema, hasta que aparecieron los húngaros es que los europeos lo juegan a muerte, sin permitirle al hombre que se mande una pruebita por su cuenta. Ceo que hacer eso aquí sería un disparate, por la sencilla razón que el jugador rioplatense -uruguayo y argentino-, es capaz, en cualquier momento, de gambetearse treinta y nueve contrarios o hacer la cosa más inesperada y genial.
El mérito del sistema está en que cada uno sabe de antemano lo que tiene que hacer. Y con disciplina y gran entrenamiento, cualquier bagayo puede cumplir más o menos bien con lo suyo. Con el sistema se ha tratado de nivelar las posibilidades de los artistas de la redonda. Pero yo pienso que tendríamos que ser realmente idiotas para entrar con una variante que nos quita una enorme ventaja. No se me ocurriría imaginar, por ejemplo, que a un Néstor Rossi de sus tardes gloriosas lo voy a desperdiciar nada más que cuidando a un contrario que en una de esas, es un rengo. A un pedazo de jugador así, déjalo que invente y se haga un picnic. Darle la misma tarea que aun durazno sería perder plata. Así como sería idiota obligar a un Grillo a que cada vez que la recibe, la entregue enseguida. Yo sé que un domingo Grillo está mal y se la morfa demasiado, pero yo pregunto cuántas tardes el loco ese chapa el cuero, hace una cosa rara y mata de emoción a los hinchas de Independiente. Recordá la que le hizo a los ingleses. ¡Después de eso, es mejor no hablar más!
A René Pontoni -¡sácate la gorra, que estoy nombrando algo grande!-, lo ví una vez hacer una matufia que me dejó tirado en el piso. Jugaba San Lorenzo con Nacional en la cancha de Huracán. Los uruguayos iban ganando dos a cero y el asunto parecía muy bravo para los nuestros. Los de enfrente, que no se han pasado la vida cazando cachirlas y que de fóbal manyan un kilo, cuidaban a muerte a Pontoni y Martino. Sabían que si les daban luz para maniobrar con sus trucos, los llevaban a la ruina. Cada vez que la agarraba Pontoni o Martino, cerraban la defensa y no había forma de pasar. En una de esas chapa la guinda el Negro Martino y justo cuando está a punto de entrar al área, veo que Pontoni sale carpiendo hacia la derecha, como si fuera al puesto de wing. Al principio no la pesqué. Le confieso que pensé que se le habían quemado los papeles al maestro, porque el wing estaba en su lugar. A todo esto, Martino siguió avanzando, se lambió un hombre y gol de San Lorenzo. ¿Sabe lo que había ocurrido? Sin tocar la pelota, sin intervenir en la jugada, Pontoni la decidió. Porque en cuanto rajó para la derecha, el uruguayo que lo cuidaba lo siguió a muerte. Y en esa forma sacó del área penal a un contrario para que su compañero Martino entrara como un cabalero y se mandara su rica pepa.
Lo que Walter Gómez les hizo a los gringos del Torino, en cancha de River, es para morirse. ¡Fue propiamente la mosqueta! Yegó hasta el área con la pelota. Ahí se paró, la mostró y la enseñó bien, para que todo el mundo la viera. De repente, ya no estaba más! La tenía Labruna y el gol vino como fierro... Para mí, eso fue la locura. Los pobres tanos se quedaron parados y miraban como diciendo: ¡eso no se hace! ¡Es trampa!
Con jugadores así tendríamos que venirnos todos tarados para prohibirles que hagan sus cositas. Al Adolfo Pedernera de su época de oro, tenías que dejarlo laburar por su cuenta. Y si una tarde, en pleno partido con Boca, se le ocurría ir a saludar amigos en la tribuna, ¡era mejor no contrariarlo!
Así como hay jugadores que llegan hasta un nivel y no dan más, a estos cosos les sobra tela. Son genios del cuero. Le hacen la peca al más pintado. Y si en vez de jugar por uno tienen habilidad para escolasar por dos o por tres, se me ocurre que darles nada más que una sola función, un solo trabajo, es desperdiciar la ocasión de hacerlos rendir mucho más.
En aquella famosa gira de San Lorenzo por España sucedió algo que parece mentira. En un partido se le desatan los cordones de los botines a Pontoni. Y aunque usté no crea, le voy a contar algo que se lo puede decir él mismo; el half que lo cuidaba, lo siguió hasta un costado de la cancha y se quedó a su lado mientras se ataba los tarros. ¡Eso no se ha visto nunca en el Río de la Plata! Aquí aprovechan, aunque sea por unos segundos, la ventaja de jugar con un hombre más. Y aquí cualquier forward se aviva enseguida si no dominás una pierna y te manda el cuero por ahí para que no lo agarrés nunca.
Voy a poner otro ejemplo para que terminemos con esta música del sistema. Jugaban ingleses y norteamericanos en el Mundial del 50 en Brasil. Ante todo, tenga presente que al equipo norteamericano le puede ganar el combinado de cualquier tienda. O el de La Martona. Los ñatos americanos enchufaron un golcito de chiripa y se agrandaron. Eso fue de entrada. Los ingleses, tranquilos. Mucha flema. Jugaban como estaba estudiado de antemano: la agarraba el half, se la daba al insider y el insider al centroforward. El centroforward tenía que tirar y hacer el gol. Pero resulta que cada vez que pateaba, este mozo le pegaba al cartel del Alumni o al del Pineral. No veía el arco. A pesar de eso, siguieron así toda la tarde. Y el hombre firme, pegándole a la lata. El resultado fue que el pobre náufrago no embocó una y los norteamericanos se afanaron el partido. ¡Eso no sucede aquí! ¡Ni se lo puede imaginar nadie! Porque si Grillo se la tiene que dar a Bonelli y a la tercera vez que se la entrega sigue haciendo sapo, se la rebusca por su cuenta. ¡Y si es necesario, gambetea noventa y dos contrarios, pero el gol viene!
Así es nuestro fóbal. El nuestro y el uruguayo. En una mala tarde en que el equipo no anda o las cosas salen como la mona, siempre hay uno al que se le prende la bujía y hace una genialidad que decide el partido, eso es posible porque en estos pagos, la disciplina no ha podido encasiyar al hombre anulando su personalidad. Aquí el que tiene buena voz se pianta del coro y se manda un solo por su cuenta. Y eso, que parece grupo pero es bien cierto, ha hecho al fóbal crioyo distinto y maraviyoso. Por eso no tenemos que entrar con sistemas ni marcaciones a muerte. No podemos anular al hombre capaz. Hay que tener presente que contra la tenacidad del que marca, existe la superior habilidad del que sabe desmarcarse. Del que sabe la cartiya. Y para conocer bien la cartiya, hace falta lo que aquí es muy común: que el pibe que recién agarra la redonda y empieza a jugar, antes que afinar la puntería para el gol, prefiera pisarla, amasarla, esconderla y hacerla hablar…!

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Si yo quisiera ser un individualista, hubiera escogido el tenis.

(RUUD GULLIT, ex jugador holandés, técnico de fútbol en la actualidad)

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A Mauricio “Chicho” Serna se le eriza la piel cuando evoca la muerte de su gran amigo Andrés Escobar, asesinado a balazos al regresar del fracaso colombiano en el Mundial ‘94. Y recuerda así ese terrible momento: “Yo había salido con mi novia y regresé tarde a casa. Me quedé profundamente dormido y de repente me despierta el teléfono. Era Omar Cañás (ex futbolista de Nacional de Medellín) que me decía que habían asesinado a Andrés. Estaba tan dormido que no le creí y colgué el teléfono. Al ratito, otra vez el teléfono: era otro amigo para darme la misma noticia. Allí me alarmé y los llamé a Aristizábal e Higuita para pedirles que me pasaran a buscar porque era incapaz de manejar en el estado que estaba...
Fuimos a reconocer el cadáver y allí estaba el pobre Andrés, tirado en una camilla y todavía con la sangre fresca... Había sido mi amigo desde los 15 años...”


(anécdota extraída desde el sitio de la Asociación del Fútbol Argentino)

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Saludos a mi señora que está embarazada de mí.

(FRANCISCO "Murci" ROJAS, jugador chileno, y una frase para enmarcar)

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Conozco formas mejores de gastar el dinero ganado con tanto sacrificio que adquirir al señor Beckham.

(SILVIO BERLUSCONI, Presidente del Milan, al ser consultado en Septiembre de 2006 acerca de la compra del jugador inglés por parte del club "rossonero")

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Una nostalgia estúpida hizo que no supiera responderle a un gran club como Racing. Me porté mal con los dirigentes, con la hinchada y también con quienes eran mis compañeros.

(SERGIO "Sapo" LIVINGSTONE, ex arquero chileno y actual comentarista de fútbol, recordando su "huída" de la entidad de Avellaneda allá por 1943, cuando era el arquero titular de los albicelestes)

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PIRATAS - Belgrano de Córdoba (Argentina)


Un 19 de Marzo de 1905, bajo la sombra de un algarrobo, un grupo de jóvenes cordobeses fundaba un club de fútbol en el barrio Alberdi. Esos adolescentes jugaban en un potrero que de la calle Caseros al 600. En ese lugar el doctor A. Orgaz, primer presidente de la institución, con solo 14 años, se prendía en los picados (partidos) que solo terminaban con la muerte del sol.
Uno de los primeros pasos era buscarle un nombre a ese naciente club donde la propuesta de José Lascano logró el mayor consenso, con lo cual la nueva institución se llamaría "General Belgrano". No obstante, días después se encontraron con la novedad que en Nueva Córdoba existía otra agrupación con la misma denominación, ante semejante sorpresa decidieron invitar a estos a un encuentro desafío cuyo premio para el ganador sería conservar el nombre. El partido, uno de los primeros en el ámbito provincial de semejante trascendencia, se ganó y se pudo conservar así el nombre, en forma definitiva.
Los colores de la vestimenta fueron elegidos por la madre de unos de los chicos que compartía aquella barra de amigos. La señora de Lascano propuso que la indumentaria a utilizar fuese similar a la de los colores de la bandera creada por el General Manuel Belgrano.
Así, el primer equipo lució con una camiseta celeste, pantalón blanco y medias celestes. Luego se utilizó el pantalón oscuro.
Belgrano debuta en la Liga Cordobesa (la cual se funda en 1906) en el año 1908, lo hizo en la 2ª División y ese mismo año se quedaría con el campeonato. Muchos festejaron lo que creían se trataba del ascenso directo a la Primera División del Torneo Provincial. No obstante el reglamento se lo impidió ya que para lograr dicho objetivo se debía ganar en tres años en forma consecutiva el mencionado torneo, algo no muy fácil de conseguir.
A pesar de todo, el "celeste" puso corazón y garra (cualidades que siempre demostró más allá de los resultados) y logró conquistar los dos títulos siguientes en la "B" cordobesa (1909 y 1910) dándose el gusto de jugar en la primera división.
El año 1914 se constituiría en una fecha de importancia no solo por los acontecimientos sucedidos a nivel internacional, sino por un partido que marcaría el nacimiento del primer clásico de la provincia de Córdoba.
En 1913 se fundaba el Club Atlético Talleres Central Córdoba y de inmediato se afiliaba a la Federación Cordobesa de Fútbol. Para el año siguiente el fixture indicaba que en la 1ª fecha el nuevo equipo debía enfrentar (en lo que sería su debut oficial) a los "Celestes de Alberdi". Aunque ambos equipos llegaban marcados por realidades distintas, se emparentaban en la gran expectativa que habían despertado en sus seguidores. Así el 17 de Mayo de 1914 la cancha de Belgrano presentaba un marco de público verdaderamente multitudinario para ver tal cotejo.
Los "Celestes" venían de ser los últimos campeones y los "Albiazules" debutaban en dicho torneo con la esperanza de hacer una exitosa campaña. En medio de un clima festivo y de algarabía dio inicio el partido. A pesar de la expectativa que había en torno del cotejo éste tan solo duró cuatro minutos. Sucede que a los pocos minutos de comenzar el partido, los celestes abrían el marcador en una confusa jugada que desato la ira del equipo visitante. Los jugadores albiazules entendían que Lezcano (autor de la conquista) estaba en posición adelantada, pero el árbitro del encuentro, Zerda, convalidó el gol. El descontrol se adueño del cotejo, los jugadores de Talleres se sintieron perjudicados con un gol en contra, que a su entender fue convertido en acción fuera de juego, y decidieron abandonar el partido. Días después se auto desafiliarían de la Federación Cordobesa.
Por los acontecimientos sucedidos en tal encuentro es que cada Belgrano-Talleres adquiriría ribetes y condimentos especiales, convirtiendo a cada partido futuro en un verdadero clásico del interior argentino.
En el año 1929 se le otorga la Personería Jurídica adquiriendo de esa manera el estatus de entidad civil. Es en ese año cuando por primera vez Belgrano se consagra Campeón de un torneo Oficial. Fueron largos años en los que la suerte gambeteó las filas celestes, y si bien las campañas cumplidas alcanzaron grados satisfactorios, en las bocas quedaba el gusto amargo de tantas vueltas olímpicas frustradas. Pero, llegó el anhelado tiempo de revancha. A partir de 1929 Belgrano pudo resarcir a su nutrida parcialidad con una producción espectacular: 7 galardones en 8 años, hazaña sin parangón hasta entonces.
La década del 30 fue casi por completo de los “Celestes de Alberdi, la supremacía del celeste se verifica en la cantidad de torneos logrados en dicho período. A decir verdad entre 1929 y 1937 ganaron todos los torneos que diputaron, a excepción del diputado en 1934 el cual fue conquistado por el Club Talleres.
La década siguiente no fue tan exitosa y solo gritaron campeón el 1940, 1946 y 1947. Sin embargo de estos años surgió una de las delanteras más recordadas de esa época, la misma estaba formada por Justo Aníbal Coria, Oscar "La Mona" Peralta, Francisco "Paco" García, Héctor "La Cartuchera" Carrizo y Dardo Lucero. Fueron éstos hombres precisamente los encargado de aquel inolvidable 9 a 4 con que Belgrano despachó a Talleres en 1947.
El "Celeste" repitió la vuelta olímpica en los años 1950-1952-1954-1955-1956 (el último correspondió al torneo organizado por la Unión Cordobesa de Fútbol) y en 1957.
Belgrano se adjudicó muchos títulos provinciales, pero en 1968 accedió por primera vez a un Nacional de AFA. Luego de varias participaciones en esos torneos, en 1986 salió campeón del torneo Regional de AFA, coronándose así, primer campeón de Córdoba, en torneos AFA, y logro la clasificación al por entonces llamado Nacional "B". En torneo 1990/91 ganó el ascenso a primera división tras vencer a Banfield en la final por el segundo ascenso (1-1 en el partido de ida y 4-0 en el de vuelta).
En 1996 descendió y regresó a la máxima categoría en el torneo 1997/98 por medio del Torneo Reducido tras ganarle a Aldosivi de Mar del Plata con un penal ejecutado por Luis Sosa sobre el final del partido. En esta ocasión, se mantuvo cuatro años en primera y en 2001 regresó a la Primera B Nacional.
En la temporada 2006/2007, el club jugó el Torneo de Primera división argentina, tras ganar la Promoción ante Olimpo de Bahía Blanca, el 4 de Junio de 2006. Una gran caravana recibió al equipo triunfante el día siguiente, un hecho poco usual en la historia deportiva de la ciudad de Córdoba.
En el torneo Clausura 2007, tan sólo un año después del ascenso, el club volvió a descender directamente al Nacional B tras quedar decimonoveno en la tabla de promedios. Lo irónico es que Olimpo ascendió directamente, invirtiéndose los roles del 2006.
Su estadio, el "Gigante de Alberdi", tiene capacidad para 28.000 espectadores y fue inaugurado el 17 de Marzo de 1929, con un partido en el que recibió la visita de Estudiantes de La Plata, ganando la visita por 5 a 2. El 5 de Diciembre de 1945 se inaugura el sistema de iluminación del estadio empatando 0 a 0o un partido frente a Newell’s. Por último, el 24 de Mayo de 1997 se reinaugura el estadio después de haber hecho varias modificaciones, entre ellas, el codo de la esquina que da a Arturo Orgaz y Tablada. La inauguración se hizo mediante un enfrentamiento contra el equipo Sub-20 Campeón del Mundo de Pekerman. Belgrano ganó ese partido 2 a 1. Esa noche se abrió la Bandera más grande del país (hasta ese momento) obsequiada por la Empresa Le Coq Sportif de 160 x 30 metros.
El apodo de los seguidores de Belgrano de Córdoba es "Los piratas". Si bien muchas versiones corren al respecto, dejemos que Roberto "Camba" Manzi, miembro fundador de la barra en el año 1968, nos cuente la historia del origen de dicho apodo: "El nombre surge de una anécdota increíble. Ocurrió el domingo 9 de Julio de 1968, cuando Belgrano enfrentó a Sportivo Belgrano en San Francisco. En esa oportunidad, la policía de la zona nos esperaba con intenciones de prohibirnos el ingreso a la cancha, pero los uniformados se llevaron una gran sorpresa al ver que diez colectivos y muchos autos particulares arribaban para ver a Belgrano.
En el instante en que descendimos de los micros, los efectivos comenzaron a reprimirnos hasta que se armó una escaramuza terrible, al punto que debió actuar hasta la caballería. Esta situación nos obligó a replegarnos y defendernos con todo objeto que teníamos a nuestro alcance.
Por suerte, el encargado del Club Gimnasia (ubicado frente a la cancha de Sportivo) nos abrió la puerta principal del predio para protegernos. A esta altura todo kiosco de bebidas y carros de choripán quedaron devastados.
Casualmente, en ese momento un hincha de Belgrano, el "Gordo" Salguero (140 kgs., ya fallecido) había quedado atrás por el cansancio de la batahola. Inmediatamente un grupo de los resguardecidos fueron al rescate y el "Gordo" Salguero expresó la frase que nos marcaría para siempre: "¡Estos son piratas de verdad!".

Desde ese momento la barra de Belgrano adoptó el apodo "Los piratas", siendo la primera hinchada del fútbol de Córdoba que institucionalizó el bombo en las tribunas y que posee una identidad propia que todo el país deportivo reconoce.

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Le aportó mucho al equipo, es una gran persona, aunque a veces quería cagarlo a trompadas... por ejemplo cuando me decía: "vos, que muchas veces estás con el día nublado y con granizo, pasá siempre la pelota porque si no salen las cosas algún compañero te va a salvar".

(GUSTAVO BALVORÍN, delantero de Vélez Sarsfield, refiriéndose a su ex técnico, Ricardo La Volpe, en "Área 18" programa de TyC Sports)

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Si le pagás miles de libras a una acompañante por una velada, no esperes que te ame. Pero, al menos, que esa noche no esté todo el tiempo mirando a otros hombres para seducirlos.

(GLENN HODDLE, ex jugador y ex DT de la selección inglesa, hablando del doble discurso del sueco Eriksson, por entonces director técnico de Inglaterra -Junio 2006-)

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El lago de los monstruos (María José T. Molina - España)


* Cuento infantil

Érase una vez, en un pueblecito cerca de Bruselas, que se llamaba Tervuren, había un gran parque, y en medio del parque había un bosque gigantesco; y en ese bosque, había un lago oscuro y tenebroso en el que vivía un monstruo, que se llamaba Monsta.
Monsta se había comido todos los monstruos que vivían en el lago y todos los niños que se acercaban a la orilla del lago y por eso tenía una tripa enorme y redonda; ésta era tan grande que, cuando el monstruo se movía, le arrastraba por el suelo y, para moverse mejor, tenía que agarrarse a las ramas de los árboles que rodeaban el lago, y todas estaban medio caídas y casi a la altura del agua.
Monsta, el monstruo, estaba hambriento, tenía hambre; ya no había nada que comer; se había comido todos los monstruos, y los niños ya no se acercaban a la orilla del lago porque tenían miedo.
Hasta que un día, cerca del lago, había un grupo de niños jugando al fútbol y un niño chiquitito le dio un patadón al balón que fue a parar cerca de una esquina del lago.
Monsta, que cada día tenía más hambre, miró a esa cosa redonda, cerca de la esquina del lago, y pensó: me la podría comer.
Así que se fue hacia la esquina, arrastrando su tripa y agarrándose en las ramas de los árboles y, de un bocado, se tragó el balón.
Entonces, los monstruos y los niños que estaban dentro de la tripa, empezaron a jugar un partido de fútbol entre ellos, y un monstruo le dio un patadón al balón que lo explotó.
Todo el aire del balón salió fuera y la tripa empezó a hincharse e hincharse hasta que también explotó.
Entonces todos los monstruos salieron fuera de la tripa y todos los niños se fueron corriendo a sus casitas a decirles a sus papas ya estamos aquí y a contarles todo lo que había pasado.
La tripa de Monsta ya no estaba grande y redonda y no tocaba el suelo y él estaba delgado.
Podía caminar sin agarrarse a las ramas de los árboles y, además tenía amigos.
Había más monstruos en el lago y podía jugar con ellos.
Entonces Monsta pensó: Ya no voy a comer más monstruos ni más niños.
Y desde ese momento, Monsta solo comía las frutas de los árboles que había cerca del lago.
Y cuando los niños se acercaban a la orilla del lago, Monsta les daba un paseo por el lago en su enorme cola.
Y todos fueron felices, comieron las frutas de los árboles y colorín, colorado, este cuento se ha acabado…

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¿Cuánto vale un fútbol? (Osmar Ricardo Coronel - Argentina)


En calles de tierra, terrenos baldíos, plazas, patios de las casas o de las escuelas, cualquier descampado donde hubiera algún terreno llano, esos que llamábamos campitos, eran ideales para armar una de esas canchitas improvisadas. Esas en las que los arcos se hacían con los más variados elementos para marcar o tener alguna referencia, como algún buzo o una pilcha que nos sacábamos para tal ocasión, dos cascotes, dos ladrillos o cualquier objeto que hubiera en las inmediaciones y que sirviera para marcar los palos. La altura era imaginaria, ya que se adaptaba de acuerdo al tamaño del arquero. Ahí nos juntábamos para esos picados que disputábamos con los amigos del barrio o compañeros de escuela. Para elegir los compañeros de cuadro había que pisar y el que ganaba la pisada empezaba a formar su equipo eligiendo al mejor para su bando, pero a veces no era así. Como dice el Negro Dolina, “es mejor perder con amigos que ganar con conocidos”. Esos picados eran diarios y no importaba ni el horario ni con qué pelota se jugaba. Casi siempre eran pelotas de trapo o de goma, rayadas, rojas y amarillas, eran saltarinas y rebotaban demasiado. Con esas pelotas más de uno de nosotros aprendimos a cabecear, a pararla de pecho y a pegarle con derecha e izquierda. Con esas pelotas mejorábamos instintivamente nuestras técnicas ya que jugando en conjunto, o solos contra alguna pared donde pateábamos, cabeceábamos y jugábamos con nuestra imaginación y soñábamos que éramos el gran goleador de moda. O nos arrojábamos al piso después del rebote en la pared haciendo la mejor volada para que en nuestro relato también imaginario anunciáramos que éramos el mejor arquero del momento, esos que solo conocíamos a través de la radio en los relatos de Fioravanti, Muñoz o algún otro relator no tan conocido. O también por los comentarios de la histórica revista El Gráfico, que tan ansiosamente esperábamos semana a semana en el interior, como si fuese un deber obligatorio de nuestras vivencias cotidianas.
Nos pasábamos horas enteras compartiendo ese juego de pelota, sí, con esas pelotas de trapos o de goma, porque de un “fútbol” de esos de cuero en que se jugaban los partidos en serio, ni hablar, debido a que eran muy pocos los que lo tenían. Eran muy caros y no todos lo podían comprar, ya que estaban lejos del alcance del bolsillo de la mayoría. Y si alguno lo tenía lo usaba en circunstancias o partidos especiales. Los “fútbol” eran de cuero cosido a mano, con gajos alargados con cámaras de goma. Eran mucho más pesados que los de ahora y cuando se mojaban se hacía muy difícil patearlos o cabecearlos ya que el peso aumentaba considerablemente. Para que duraran más había que mantenerlos. Se utilizaban recetas caseras. Por ejemplo, se les pasaba grasa vacuna o pomada para los zapatos por el cuero y por las costuras después de cada partido. Se debía dejar descansar durante la noche para que el tratamiento hiciera efecto.
Más de una vez intentamos hacer una vaquita entre los amigos para comprar un “fútbol”, pero casi siempre quedábamos en el intento porque no todos los padres estaban en condiciones de aportar sus chirolas para satisfacer los gustos de sus hijos. Cuántos sacrificios nos costó tener nuestro primer fútbol. Fuimos juntando de a poco, hasta hicimos una rifa que como premio principal daba una canasta de comestibles con los productos que le robamos a las viejas. Cuando ya teníamos casi todo el dinero ocurrió algo emocionante para el grupo. Carlos y Pedro, junto a su mamá y su papá, se iban a Buenos Aires. El motivo era el casamiento de una hermana de su madre, que hacía un par de años que vivía con los abuelos maternos en esa majestuosa ciudad. Así que los Vilas iban a estar más de una semana en la Capital. Esa ciudad que todos imaginábamos y soñábamos, primero en conocerla y después en triunfar en ella, porque ahí estaba y está todo y más de lo que uno podía imaginar.
Por sugerencia de nuestros padres, le dimos la plata de nuestros ahorros al papá de Carlitos y Pedrito para que nos compraran el fútbol en la Capi, porque según los entendidos ahí lo iban a conseguir más barato y de mejor calidad que a aquí, en Bulnes, en la provincia de Córdoba.
La emoción nos invadió a todos, ya que ellos eran los primeros de la barra que viajaban a la gran ciudad; eran solo ellos dos pero parecía que todos los de la barra viajábamos, y era tanta la ansiedad que teníamos que en los días previos íbamos mucho más seguido a la casa de los Vilas. En realidad todos los envidiábamos, todos hubiésemos querido viajar en su lugar ya que estábamos más ansiosos que ellos.
La tía de los hermanos Vilas, que se llamaba Mónica, se casaba el día 5 de Diciembre de 1964 pero ya el jueves 26 de Noviembre a la noche, todos nos dimos cita en la estación de tren. Ese días, a las 21.30 hs, viajaba la familia Vilas rumbo a Vicuña Mackenna. Ahí deberían esperar un poco más de una hora para tomar el tren que se llamaba El Zonda, que era el que hacía el recorrido de Mendoza a Retiro.
Todos los integrantes de la barra fuimos a la estación a despedirnos, lo hicimos como 10.000 veces y a cada rato no dejamos de reiterarles que no se olvidaran de comprar el “fútbol”.
Los días sucesivos, cuando nos juntábamos con los muchachos en nuestra canchita, la conversación casi se limitaba a Carlitos y Pedrito, y sobre qué estarían haciendo en ese momento, con quién estarían, si habrían ido a jugar al fútbol, si los habían llevado a conocer algunos de los estadios más renombrados, sobre todo la Bombonera, ya que ambos eran bosteros de alma.
El 8 de Diciembre todos nos levantamos bien temprano, más de lo que estábamos acostumbrados para ir al colegio por la mañana, y puntualmente concurrimos a la estación ya que las 7 era el horario de llegada del tren en el que supuestamente arribarían los hermanos Vilas. Ese día, por fin tendríamos un “fútbol”, un “fútbol” soñado, un N° 5 y que ya previamente en una charla habíamos acordado que solamente lo utilizaríamos en la canchita del barrio, en los sábados o feriados como para que nos aguante más, para durara más tiempo. También ya se había preestablecido quién tendría el “fútbol” cada semana, estaba todo muy bien organizado.
Parecía que los minutos transcurrían más lentamente que lo habitual y a medida que se acercaba el horario previsto nos poníamos muy pesados e intolerantes. A cada rato le preguntábamos al boletero cuánto faltaba para que llegase el tren. Cuando nos informó que vendría con más de una hora de retraso lo queríamos matar, rezongamos y decidimos hacer un bollito de papel y armamos un picadito en el andén del ferrocarril como para matar el tiempo.
Al rato se escuchó un grito que anunciaba: “Allá viene”, refiriéndose al tren que estaba llegando. Era como las 8.30 cuando la locomotora se detuvo en la estación; los pasajeros descendían y ascendían, a nosotros no nos daban los ojos para mirar en qué vagón se bajarían los hermanos, hasta que en un momento escuchamos un grito. Eran ellos, que antes de saludarnos gritaban: “Fuimos a ver Boca-River, nos llevó el tío Gustavo”. Nosotros observábamos confundidos, sin entender nada. Estábamos contentos, envidiosos y no sabíamos qué decir. Luego de los abrazos y saludos correspondientes los acompañamos hasta su casa, que quedaba a unos 50 metros, ahí nomás cruzando la calle de la estación del ferrocarril.
Los hermanos Vilas, todavía con la excitación provocada por las vivencias en la Capital, no encontraban las palabras adecuadas para describir con precisión lo que habían vivido en la ciudad. Empezaban a contar algo y no lo terminaban porque se les mezclaban los recuerdos y al final no se sabía qué querían contar. Y como no se entendía nada, parecía que nunca se conocería el final de cada historia.
Hasta que alguien preguntó: “¿Cómo es que fueron a la Bombonera? Pero explíquenlo tranquilos así lo entendemos todos”. Mientras que otro de la barra les preguntó: “¿Y? ¿Y el ‘fútbol’?”. “Dejen contar y ya le explicaremos que paso con el fútbol”, contestó Carlitos, el mayor de los hermanos.
Ante nuestra ansiedad y preocupación por saber del fútbol empezaron a relatar lo vivido en la Capital. Pedro fue quien tomó la posta.
“El viernes a la mañana, cuando llegamos, nos fuimos en colectivo hasta la casa de mi tía, que vive con mis abuelos en el barrio de Constitución. Ellos estaban muy contentos con nuestra llegada ya que hacía tiempo que no nos veíamos. Nos acomodaron en la pieza, nos lavamos y con mi hermano queríamos salir al instante pero mi papá nos retó. Entonces no nos quedó más remedio que quedarnos a conversar con la tía y los abuelos. Entre charla y charla se hicieron como las dos de la tarde, a esa hora recién empezábamos a prepararnos para comer.
De pronto se escuchó un timbre, era en el portero eléctrico del edificio. Nuestra tía atendió y poco tiempo después apareció Hugo, quien sería nuestro nuevo tío. Luego de las presentaciones correspondientes nos preguntó de qué equipo éramos hinchas. Al contestarle que los dos (o mejor dicho los tres, sumando a papá) éramos de Boca, nos miró y nos preguntó si queríamos ir a la Bombonera a ver Boca-River. Él era integrante de “La 12” (se la denomina así a la hinchada más seguidora de los Xeneizes) y podía conseguir unas entradas, siempre y cuando nuestro padre nos acompañara. Fue así que tras rogarle un poco a la vieja, mi padre aceptó la invitación. Fuimos a la cancha el domingo 29 de Noviembre a ver Boca-River. Salimos del departamento bien temprano, a eso de las 11 hs. El partido empezaba a las 4.30 de la tarde. Mientras nos acercábamos a la Bombonera observábamos que había muchas casas de chapa con banderas, casi todas de colores azul y amarillo, lo que marcaba lo bostero del barrio.
Nuestro tío nos explicó que a esas casas se las llamaba conventillos y que habían sido y eran viviendas que usaban los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires por el puerto, y que en su mayoría eran tanos que se habían radicado en el barrio de la Boca. Casi todos se habían hecho hinchas del club de la ribera. También nos contó que era por esa descendencia italiana que el barrio estaba lleno de cantinas y pizzerías. Cuando llegamos a la mítica Bombonera nos impactó como nada antes, era más linda que en las fotos que salían en “El Gráfico”. Estaba hermosa. Nos ubicamos en la tribuna popular junto a la barra de Boca. Era muy temprano y faltaban como tres horas para que comenzara el clásico, pero desde temprano “la doce” empezó a cantar y a saltar, la tribuna se movía. Al principio nos dio miedo pero después te acostumbras, y te prendés en los saltos y cánticos como si fueras uno más.
Cuando entraron los equipos, explotaron las dos tribunas, había petardos, bombas de estruendos y el espectáculo era impresionante. Nos cuesta mucho explicar lo que sentimos en ese momento. Desde el comienzo, nuestra hinchada gritaba, cantaba y alentaba con mucha fuerza y pasión. Con ese “dale Boca, dale Boca”, “hijos nuestros”, y “el que no salta es gallina”, la de River contestaba pero nosotros no entendíamos mucho esos cánticos.
Pero cuando Artime hizo el gol para River nos quedamos todos mudos, al ratito empezamos a alentar más que nunca, parecía que íbamos ganando. ¡Uy!, cuando empató el Beto Menéndez la cancha parecía que se venía abajo. Qué lindo era ver que cuando cantaba una tribuna la otra le contestaba y retumbaba. Es como dicen todos, es inolvidable”
.
Carlos interrumpió y dijo: “Boca formó con Roma, Silvero, Marzolini, Simeone, Rattin y Orlando, Ferreira, Menéndez, Valentín, Grillo y González. Fueron los directores técnicos Adolfo Pedernera y Aristóbulo del Valle. Para River jugaron Carrizo, Ramos Delgado, Matosas, Saiz, Cap, Varacka, Solari, Fernández, Artime, Ermindo Onega y Cubilla. El director técnico era Carlos Peucelle, y el árbitro Aurelio Bosolino. Los goles los hicieron Luis Artime, que abrió el marcador a los 10´. Y a los 55´ empató el ‘Beto’ Menéndez”.
Volvió a tomar la palabra Pedro: “Pero para nosotros lo mejor del partido llegó a los 25 minutos del segundo tiempo, cuando en un rechazo de Simeone la pelota cayó en la tribuna y muy cerca de donde estábamos ubicados nosotros. La agarró un señor y mi tío se la pidió. Este se la entregó y mi tío gritó: ‘Quién tiene una aguja o un pico’. Y casi al instante apareció uno con el cual desinfló el ‘fútbol’ y se lo guardó debajo de la camisa. Cuando llegamos a casa nos regaló la pelota diciendo que la lleváramos de recuerdo y aquí esta, es esta -la levantaba y nos mostraba-. Solo hay que inflarla. Y aparte compramos esta otra -que también mostraron- y nos sobró plata”.
“Así -dijo Miguel, el más pequeño de la barra- que una la usaremos para jugar todos los días y la otra para los fines de semana, cuando tengamos partidos importantes, o sea con los otros barrios”. A lo que casi todos respondimos a coro: ”Buena idea”.
Pero Alberto, que era uno de los mayores y uno de los pocos que ya iba al secundario, tenía 14 años y era muy inteligente, dijo: “¡Esperen! Yo propongo que la pelota nueva la usemos solo los sábados en la canchita, como habíamos quedado antes de saber que íbamos a tener dos ‘fútbol‘, y a la pelota con la que jugaron el clásico le podríamos hacer un cartelito que diga ‘Gracias Cholo Simeone por este regalo tan hermoso‘ y ponerle un pergamino que diga más o menos así: ‘Con este fútbol hicieron goles Luis Artime y el Beto Menéndez, a este fútbol lo acariciaron jugadores como Onega y Grillo, y lo tuvieron en sus manos Carrizo y Roma, porque con este fútbol empataron uno a uno Boca y River en el clásico del año 1964 en la Bombonera‘. Además propongo que lo tengamos una semana cada uno de nosotros en nuestras casas, como hacen nuestras viejas con las Vírgenes en el tiempo de las novenas y así podemos venerarla, tocarla y disfrutarla. Ya que no cualquiera tiene el privilegio de tocar o ver un ‘fútbol‘ con el que se haya jugado un superclásico, y mucho más si se vive en el interior, en un pueblo que ni en el mapa figura”.
Nos miramos entre todos y dijimos que sí, que haríamos eso, pero en ese momento saltó Luis, que tenía espíritu de comerciante, y dijo: “¿Y si cobramos una entrada a todos los que lo quieran ver, y con eso a lo mejor podemos comprar otro ‘fútbol‘?”. Su moción fue aprobada por amplia mayoría.
Pasaban los días y los hermanos Vilas seguían contando diferentes cosas que habían hecho en la Capital, anécdotas, los lugares nuevos que habían conocido, esos recuerdos que permanecerían durante toda la vida en ese archivo privilegiado de sus mentes y a su vez reteniendo por mucho tiempo esas imágenes en sus retinas.
Luis tenía razón, ya que al cabo de 3 meses logramos recaudar para comprar otra pelota de fútbol número 5 debido a que todo el pueblo tenía la curiosidad de verla.
Al poco tiempo vinieron a visitar a los Vilas su tío Hugo y su tía Mónica. El tío se aparecía a cada rato por nuestra canchita del barrio, se sentaba sobre la gramilla y nos contaba esas historias de tribuna, sobre todo de la Bombonera, y de esos partidos inolvidables que él había visto y vivido como hincha. Este pasó a ser nuestro ídolo, por sus historias de fútbol y todos esos jugadores que conocía por haberlos visto jugar, esos que eran nuestros personajes que parecían de fantasía, esos ídolos tan lejanos a los que soñábamos parecernos cuando fuéramos grandes.
El “fútbol” era muy caro para el bolsillo de la mayoría, por eso nuestro primer fútbol fue el tesoro más preciado, al que cuidamos y venerábamos todos los días. Ya que esa pelota de fútbol nos había costado mucho. Porque antes casi no existía para los pibes de tierra adentro. ¿Cuánto costaba un “fútbol”?
Muchas, muchas chirolas costaba.

(Mi agradecimiento a Osmar por autorizarme a publicar este cuento incluído en su hermoso libro “Cuentos de fútbol chacarero y alguna animalada más", publicado por Editorial Dunken en Diciembre del 2005)

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Levanté la Copa por casualidad.

(BELLINI, capitán de la selección brasileña campeona del Mundo en Suecia 1958, inventor del gesto de levantar la Copa con las dos manos)

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¿Alguien me puede decir qué es lo nuevo de Bielsa?

(JORGE GARCÉS, técnico chileno, dándole la "bienvenida" a Marcelo Bielsa a tierras chilenas, Agosto de 2007)

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En 1979 José Antonio Camacho fue operado en París de su gravísima lesión de rotura de menisco y ligamentos cruzados.
El periodista argentino Eduardo Hernández lo entrevistó en la clínica. Camacho estaba en ropa interior y al periodista le pareció más pequeño y frágil que en su imagen aguerrida y atlética del terreno de juego.
Se lo comentó, añadiendo: "Pero debe de ser una impresión".
Respuesta de Camacho: "No es una impresión. Es verdad. Todos somos más grandes vestidos del Madrid".

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Jorge Luis Borges: "odio al fútbol"


Un día como ayer, pero de 1986, la vida de Jorge Luis Borges llegó a su fin. Ayer cumplimos veinte años sin Borges, veinte años sin su genio y sin su pluma. Veinte años sin el escritor argentino más grande de todos los tiempos, el más universal de todos, el que nunca ganó el Nobel. Hoy el mundo, de diferentes formas, lo recuerda.
En ese sentido, vale la pena recordar que entre las filias, obsesiones y temas recurrentes de Borges están los libros, la filosofía, la teología, la matemática, la mitología, el tiempo, la eternidad, el infinito, el destino, los espejos, los tigres, los laberintos y un infinito etcétera. Sus odios y fobias también son varios, pero solo abordaremos uno que es pertinente en estos días de mundial: el fútbol. Y es que en momentos en que coincide la paralización por el Mundial de Alemania y la nostalgia por los veinte años de muerto de Borges, vale la pena recordar lo que Borges opinaba del deporte más popular: "El fútbol es popular porque la estupidez es popular". Para Borges el fútbol es feo estéticamente. "Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos". También llegó a decir que el fútbol es fundamentalmente agresivo, desagradable y comercial. "La idea que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible".
Pero Borges no se detuvo en la crítica al deporte, además fue feroz también con su afición a la que calificaba de hipócrita, y es que, según Borges: "El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice 'qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi., claro que perdió mi equipo'. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego". Y sobre las implicaciones políticas de este deporte, las opiniones de Borges son implacables. Decía: "El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así". Y cerraba el desfile de agravios contra el fútbol, acusando a sus creadores: “Que raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra".
Solo para corroborar la opinión que tenía Borges sobre el fútbol basta una anécdota que lo pinta de manera genial. En 1978, a modo de protesta por el campeonato de fútbol que se estaba realizando en Argentina, Borges, optó por una sutil forma de despreciar y burlarse del fútbol y sus seguidores: El mismo día y a la misma hora en que la selección argentina debutaba en la Copa, dictó una conferencia sobre el tema de la inmortalidad.
Queda claro que en la insólita fusión entre fútbol y literatura hay dos grupos muy marcados. Los escritores para los que el fútbol despierta admiración y que lo han usado como un recurso artístico. Y los otros, los que odian el fútbol y se ofenden por la afición que siente la gente por este deporte. Queda claro también que Borges pertenecía a este segundo grupo.
Pero ahora, veinte años después de muerto, el fútbol se venga de su antagonista más célebre. Sobre la tormentosa relación entre Borges y el fútbol, circula una inverosímil leyenda, una especie de mito urbano que señala, sin más, que el fútbol dejó ciego a Borges. En una supuesta biografía no autorizada de Borges, escrita por un supuesto amigo del escritor, se afirma que en algún momento de 1930 Borges y otros intelectuales decidieron jugar un partido de fútbol, deporte por el que Borges, según esta historia, era un apasionado. En la insólita alineación también estaban Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Petit de Murat, Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Xul Solar y Julio Cortázar. Bueno, hasta el seudónimo de Borges, Bustos Domec, estaba jugando. Y entonces, sucedió algo que cambiaría la vida de Borges. En un tiro de esquina Borges saltó para rematar con la cabeza, pero perdió el equilibrio al ser empujado y antes de caer al suelo su frente se topó con la rodilla de un jugador contrario. Borges cayó al césped, fulminado y minutos después, ya en el hospital, un neurólogo daba el terrible diagnostico: se le habían desprendido ambas retinas, producto del golpe, y con el tiempo quedaría ciego. Por ello no le quedó otra opción que aprender a escribir. Sin duda la historia parece una especie de homenaje borgiano, es decir, una ficción presentada bajo un formato de realidad.
La coincidencia de fechas entre el mundial y el vigésimo aniversario de la muerte de Borges ya forma parte de esas paradojas de la vida. Pero es que no se podría esperar otra cosa para Borges, este inmortal que cumplió su anhelo de convertir su vida en una larga antología de contradicciones.

(artículo de Zoé Robledo, Junio 2006, publicado en "Webarticulista.net")

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¿Cuántas veces por semana iba al casino cuando jugaba en el Mónaco?

Ninguna, porque los accionistas, que tienen el 51% del Mónaco, no les permiten a los empleados ir al casino. Y están todos identificados. Por eso nos íbamos siempre a otro lado: a Cannes, a Niza… Si allá el director del casino era el capo de la barra, el supporter mayor.

¿Por qué duró tan poco su paso como técnico del Atlético de Madrid?

Gil y Gil estaba enojado porque había llevado al “Negro” Villarreal y él quería meter a un brasileño. De entrada fue todo bien, personaje el tipo, quiere llamar la atención y hace cosas que no debe. Al final resultó ser medio cagón el gordo ése.

¿Cuál fue la gota que rebasó el vaso?

Vino al vestuario y quería hablar antes de un partido. ¿Qué carajo va a hablar en el vestuario? Estaba el alemán Schuster, que por su religión no toma remedios ni se infiltra, y no podía jugar porque tenía la pierna a la miseria. Bueno, él hinchaba las bolas y quería que lo pusiera. Me hinchó tanto los huevos, que lo mandé a la puta que lo parió y le dije que dirigiera él. Y me fui a la mierda 40 días después de haber asumido.

(JOSÉ OMAR PASTORIZA, recordado ex jugador y técnico argentino en revista “El Gráfico”, Noviembre de 2002)

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Zidane es el más grande hace diez años y no se ríe.

(JUAN ROMÁN RIQUELME, jugador argentino, en Junio de 2006, cuando le preguntaron por su habitual actitud, opuesta a la de Ronaldinho)

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Por lo que demostró en Boca y en Vélez, en la Argentina no existe un director técnico que pueda atarle los cordones a Carlos Bianchi.

(JULIO CÉSAR FALCIONI, ex jugador y técnico argentino, refiriéndose al "Virrey" en el año 2003)

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Dame fútbol (Ignacio Copani - Argentina)


Es una inyección que Dios,
le dió a todos los varones,
no lo juegan veintidós...
sino más de cien millones.

Aquí lo trajo un inglés,
de graciosos pantalones,
no se juega con los pies,
se juega con los corazones.

Dame fútbol, quiero fútbol,
pasión que nunca se agota.
Dame fútbol, quiero fútbol
que arregla las almas rotas.
Dame fútbol, quiero fútbol
que en los otros juegos del mundo
jamás te pasan una pelota.

Mi mujer quiere salir
a lucir su mejor ropa
y yo cómo voy a ir
si en la tele dan la Copa.

Mi mujer no se me fue,
superó su bronca brava
se puso a ver la TV...
¿y adivinen qué gritaba?
Dame fútbol, quiero fútbol.....

Con lluvia, viento o con sol
el corazón se me llena
con la música del gol
la vida vale la pena.

No tiene una explicación
si un día morir me toca,
postergo la defunción...
para ver River y Boca.

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¡Qué partido más aburrido...! Quisiera que se quemen los focos para que termine!!

(FERNANDO SILVA, periodista del Programa "Sucesos del Deporte", Bolivia)

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–Hay muchos de sus cuentos que tienen al fútbol en el centro.

–Es un regodeo personal. Obviamente, lo que más me ha gustado desde siempre, aparte de algunas mujeres, es jugar al fútbol. Menotti decía que los equipos son como pequeñas sociedades. Y mi viejo, que era muy aficionado al básquet, creía que jugando conocías al que es generoso, al corajudo, al egoísta, al que se asusta, al que es abnegado, ahí está todo. Creo que es una temática muy rica, que posiblemente no llega al grado de dramatismo del boxeo, lo que explica que hasta hace muy poco tiempo había más literatura de boxeo que de fútbol.

–La sensación que dan sus personajes es que los tiene al lado...

–Es lo que vos preguntabas sobre la influencia del fútbol en mi escritura: es como si pusiera una grabadora y estuviera robando diálogos y símbolos, y el fútbol me ha dado mucho en ese sentido.

(ROBERTO FONTANARROSA, recordado dibujante y escritor argentino, en declaraciones al diario "Página 12" del lunes 4 de Abril de 2005)

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¿Krupo, es un colega, cómo le vas a pegar así?

(REINALDO MERLO, DT de River Plate, en Noviembre de 2005, increpando al jugador boquense después de una durísima entrada contra el "Rolfi" Montenegro)

Si vos me enseñaste a pegar...

(Rápida respuesta del jugador tucumano en medio de risas. Merlo fue técnico de Kuproviesa en Estudiantes de La Plata)

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¡Es posible, la puta que te parió! (Miguel Mazzeo - Argentina)


"El hombre no está (...) completamente traicionado mientras que
haya una parte de él aún no vendida y en la que tiene su alegría..."

Ernst Bloch, El principio esperanza



Hacía varias semanas que la ansiedad me venía rondando, el cuero y la psiquis. Literalmente. Los días eran extremadamente largos, y una sola idea se instaló en mi mente, prepotente y dispuesta a no convivir con otras de cualquier signo. El hombre y por supuesto también la mujer, es un caos de deseos. Pero yo me los había ordenado en una rigurosa lista de prioridades. Estaba obsesionado y ensimismado, como poseído.
Tenía la epidermis arruinada. Por cierto, el término "prurito" designa tanto la picazón como las ansias. Para colmo de males tuve que soportar las insulsas e hiperdilatadas eliminatorias para el mundial de 2010 interfiriendo con el torneo local, nunca tan inoportunas. ¿Quién en el mundo podría llegar a interesarse por las vicisitudes del rejuntado de estrellitas del “Coco” Basile? Entretanto el parate duró siglos.
A modo de conjuro me dije una y mil veces: "es sólo un torneo de fútbol". Nada que pueda cambiar el orden del universo, alterar el funcionamiento de la sociedad. Pero no lograba convencerme, indefectiblemente todo me sonaba a mera e ineficaz táctica de autoengaño. Me torné más místico de lo acostumbrado, y hasta rocé el animismo y la superchería. Veía señales en cada objeto, en cada situación, en cada palabra, augurios que interpretaba ora como positivos ora como negativos. No podía eludir ni el horizonte abierto por un equipo múltiple y gladiador, ni las claves paranoicas de la conspiración futbolística.
Y es que yo, evidentemente, abrigaba la certeza de que había otras cosas en juego. Siempre lo supe. Ahora, desahogado, tengo todo más claro. Aunque al comienzo no atinaba a identificarlas, poco a poco, partido a partido, "demostración" a "demostración" de los pibes de Ramón Cabrero, pude trazarme una composición más acertada de lo que se dirimía. Sin dudas eran (y son) cosas muy significativas, relacionadas con elementos universales que hacen a la condición humana, como el placer, el dolor, la belleza y la fealdad. Y no estoy exagerando. Una cancha de fútbol (como un cuadrilátero boxístico) suele ser el ámbito donde se puede experimentar el sentido más profundo de lo dramático. En una cancha de fútbol se ponen en evidencia historias y conductas sociales, se despliegan un conjunto de identidades familiares, barriales, sociales, etc. Y también de subjetividades indescifrables. Se goza y se ríe, se teme y se llora. Y se incide, desde las tribunas, en los sucesos del campo de juego, en este sentido el fútbol es el contra-espectáculo por antonomasia. Un contra-espectáculo dialéctico, ya que, a la inversa, lo que ocurre en el campo también influye en las tribunas. Once tipos y a veces uno solo, hacen retorcer de emoción, alegría u odio a 50.000. Finalmente, el amor a una camiseta remite a uno de los escasos espacios libres de los efectos de la religión económica del capitalismo, alejado de la moral de la economía política, un lugar en donde nadie teme morir de ilusión.
Al final, cuando sólo quedaban tres fechas, con tres puntos ventaja sobre el segundo (Boca Juniors, nada más y nada menos), una imagen recurrente comenzó a atormentarme, la imagen de la luz prestada sólo por unos instantes, o peor, la luz que se apaga justo al final. Sentí miedo. Un miedo primitivo. Ese miedo que, tal vez, los seres humanos compartimos con el resto de los animales. En efecto, estaba asumiendo que un segundo puesto, esta vez, podía conducirme al desmoronamiento en el nihilismo; un segundo puesto, esta vez, nos dejaría material y anímicamente a oscuras. Lo que en otra ocasión podía ser un logro muy importante terminaba siendo un desastre inapelable. Pero a no confundirse, no se trataba del éxito como criterio de verdad. Había otras cosas. De todos modos alternaba el miedo con la exaltación orgiástica de las sectas.
Para colmo de males el desabrido 0 a 0 con Argentinos Juniors incrementó la impaciencia y cierta pulsión fatalista. La victoria de Tigre frente a Boca, más allá del 4 - 0 de Lanús frente a Gimnasia Esgrima de la Plata, las llevaron al paroxismo. El jueves, viernes y sábado, consciente de mi condición intratable, opté por "concentrarme", igual que el equipo. Creo que eso hicieron todos los hinchas de Lanús. Me encerré en casa y limité los contactos a lo mínimo e indispensable, preferentemente con seres con quienes compartía la ansiedad y el código, es decir, otros hinchas de Lanús.
El sábado a la tarde, con el faltante de algunas uñas y sin piel en vastas regiones del cuerpo, me crucé accidentalmente con un vecino desarraigado, hincha de otro equipo, que ensayó un vaticinio fatídico a modo de broma. Me sentí competente para el crimen. Le eché una mirada fría y rapaz, lo contemple con profundo aborrecimiento y desprecio y, sin decir nada, entré a casa.
La bizarra estirpe de los hinchas de equipos de fútbol "chicos" está familiarizada con el quebranto y el sufrimiento. La conciencia de que, por determinaciones estructurales, su equipo va a perder más de lo que va a ganar es inherente a su pasión. Esto hace una diferencia cualitativa con los hinchas de los equipos grandes. Y aunque es ímprobo el arte de mensurar pasiones yo creo que hay pasiones más desinteresadas y más rotundas que otras.
El hincha de un equipo chico recuerda a Sísifo, el mitológico rey de Corinto, condenado a empujar una roca hasta la cima de una montaña una y otra vez, por los tiempos de los tiempos, ya que antes de llegar arriba, la roca se caía. Albert Camús gran escritor y arquero asoció el mito de Sísifo a lo absurdo de la condición humana, que en otro plano podría asociarse perfectamente a lo absurdo de la condición de hincha de un equipo chico.
Pero el hincha de un equipo chico anda por la vida desentendiéndose de lo imposible de su faena y su objetivo, sólo en la apariencia. En el fondo nunca deja de alimentar el sueño, la esperanza de que Zeus podrá ser derrotado algún día, aunque para eso se requiera una voluntad fuera de lo común y una azarosa conjunción de factores que, en los equipos chicos, tienden precisamente a la dispersión, o directamente se repelen. Pero la esperanza en las correspondencias está y siempre pesa más que cualquier derrota. Nuestro mundo es el mundo riguroso e inapelable de la fe.
Se sabe, las tribunas son ámbitos en donde se condensan todos los prejuicios. Los cánticos van más allá de las simples efusiones satíricas. Denotan visiones del mundo que no traslucen precisamente concepciones humanistas. La exaltación tribunera hace que aflore lo malsano, la maledicencia colectiva, los saberes lúmpenes, aunque a veces es proclive a una que otra lección de moral (y lo bueno es que sin "catálogos", ni poses "progresistas"), en fin, refleja la condición de una sociedad; principalmente pero no exclusivamente la de las clases populares (sin idealizaciones). Las posiciones machistas, homofóbicas, sexistas, racistas, en fin fascistoides, y otras lindezas del mismo jaez, están a la orden del día.
Pero hay un cántico, un tremendo cántico, que detrás de su aparente inocencia, casi diría, neutralidad, es exactamente igual de fatal. O peor. Se trata del que sentencia: Es imposible la puta que te parió, y que se le suele lanzar a la hinchada de un equipo (chico) que, por venir realizando una buena campaña, por "estar prendido", sueña. Se trata de un verdadero chorro de ácido en la jeta. El cántico supone una violenta bajada a tierra de aquellos que desarrollan alguna conciencia onírica, un hiriente recordatorio del coeficiente (elevadísimo) de adversidad de la materia. Sus efectos son letales cuando el equipo que pelea pierde y se diluye el sueño, se reafirma la infecundidad de la tentativa y se apaga la llama de la esperanza y queda la angustia que, como es notorio, esimposible de movilizar. El cántico resume una teoría de la contingencia absoluta de los equipos chicos, en relación a los campeonatos de la AFA... y en relación al mismo universo.
Lo posible, en sentido estricto, incluye también a lo imaginable. Imposible es inimaginable. Y aquí se produce la primera fisura del fatalismo: si lo imaginamos es posible. Y lo imaginamos, a veces más, veces menos, pero lo imaginamos una y mil veces, desde el año 1915, año de la fundación de la Club. Incluso no dejamos de imaginarlo mientras militábamos en la B y en la C.
Quiso el destino un desenlace paradójico. El principal contendiente y escollo para nuestro sueño terminó siendo Tigre, un equipo chico con el que compartíamos la rebelión contra el curso normal de las cosas y los campeonatos.
El Club Atlético Lanús, el equipo de mi barrio, acaba de ganar el campeonato de Primera División del Fútbol Argentino por primera vez en su historia. Compruebo que es rigurosamente cierta aquella observación que afirma que el placer se siente más vivamente cuando viene precedido de abstinencia y tormento. Casi 93 años de abstinencia y tormento.
La conjunción de clasismo y expresionismo, armonía y creatividad lo hizo posible, en fin: la suma de aciertos técnicos y plásticos. Y también políticos: la apuesta a lo propio, a los pibes, a la mística más pura del barrio. Se confirmó aquello que decía el Capitan B. H. Liddell Hart: "En estrategia, el camino más largo y desviado, pero que envuelve, es el que conduce más rápido al objetivo".
El Club Atlético Lanús es campeón. Lo verosímil se tornó verdadero, lo conjeturable, demostrable. Cambió el límite de lo posible, de ahí la impresión de plenitud épica, la sensación de portar un nido de laureles en el corazón tibio, de oír permanentes ecos broncíneos de campanas aleluyáticas o un interminable allegro (assai vivace) Beethoveniano.
El Club Atlético Lanús es campeón. Se deterioró bastante el hedonismo triunfalista de los equipos grandes, la estética mal entendida como puro disfrute de sus hinchas (la estética verdadera es dialéctica del placer y el dolor), su jactancia operativa (en materia futbolística detesto cualquier analogía mecánica, empequeñece al equipo). Asimismo se renovó la esperanza y el sueño de otros equipos chicos que nunca salieron campeones. Incluso los de Banfield. Este logro asume, entonces, dimensiones redentoras. El Club Atlético Lanús es campeón. Hay fiesta, en el sentido más vivo del término. Los pobres, los hombres y mujeres más sensibles, la viven como contraste con la miseria y las privaciones y la ejecutan como religiosidad exterior y colectiva; las clases medias, en sus estratos más frívolos e impiadosos, como contraposición al aburrimiento.
El Club Atlético Lanús es campeón. El mundo seguirá siendo desparejo, pero un poco menos. La realidad seguirá siendo realidad, pero un poco menos. El disfrute seguirá siendo disfrute pero un poco más.

(Un gracias que llegue directo al corazón granate de Miguel Mazzeo, quien tuvo la deferencia de cederme este cuento para compartirlo con todos ustedes)

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Durante mucho tiempo, todos le dicen al jugador que cosas debe hacer para convertirse en un profesional del fútbol. El problema es que, cuando le llega la hora del retiro, nadie le explica como dejar de serlo.

(ROBERTO ALFREDO PERFUMO, ex jugador de Racing, Cruzeiro y River Plate, actual comentarista de televisión)

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El "Loco" Elio Montaño llegó a Peñarol de Rosario Central, donde César Luis Menotti fue compañero y solía relatar una anécdota impresionante del "Tuerto", como él le llamaba. "El médico, para tranquilizarlo, le mandó un Vallium de lunes a viernes, suspendiendo la dosis para el día anterior y del partido. Llegó el domingo; nos dieron un tiro libre y entonces hicimos la jugada preparada. Yo me agachaba para atarme los zapatos y, de sorpresa, la tiraba por encima de la barrera, en picada, para el arranque de Montaño. Arrancó justo, la pelota le llegó exacta y la agarró con ambas manos y me la dio diciendo salió bárbaro; dale de nuevo..." La gente nos quería matar, empezando con Montaño, desde luego".
En el vestuario, el médico le preguntó si no había seguido tomando Vallium para estar tan dormido. "Sí; ayer y hoy... Me encontré tan bien que repetí la dosis..."

(Anécdota extraída del diario digital uruguayo "Pasión")

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Los grandes se acomodan solos en el recuerdo.

(JORGE VALDANO, ex jugador de fútbol, escritor y comentarista de TV)

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