Érase una vez, en un pueblecito cerca de Bruselas, que se llamaba Tervuren, había un gran parque, y en medio del parque había un bosque gigantesco; y en ese bosque, había un lago oscuro y tenebroso en el que vivía un monstruo, que se llamaba Monsta.
Monsta se había comido todos los monstruos que vivían en el lago y todos los niños que se acercaban a la orilla del lago y por eso tenía una tripa enorme y redonda; ésta era tan grande que, cuando el monstruo se movía, le arrastraba por el suelo y, para moverse mejor, tenía que agarrarse a las ramas de los árboles que rodeaban el lago, y todas estaban medio caídas y casi a la altura del agua.
Monsta, el monstruo, estaba hambriento, tenía hambre; ya no había nada que comer; se había comido todos los monstruos, y los niños ya no se acercaban a la orilla del lago porque tenían miedo.
Hasta que un día, cerca del lago, había un grupo de niños jugando al fútbol y un niño chiquitito le dio un patadón al balón que fue a parar cerca de una esquina del lago.
Monsta, que cada día tenía más hambre, miró a esa cosa redonda, cerca de la esquina del lago, y pensó: me la podría comer.
Así que se fue hacia la esquina, arrastrando su tripa y agarrándose en las ramas de los árboles y, de un bocado, se tragó el balón.
Entonces, los monstruos y los niños que estaban dentro de la tripa, empezaron a jugar un partido de fútbol entre ellos, y un monstruo le dio un patadón al balón que lo explotó.
Todo el aire del balón salió fuera y la tripa empezó a hincharse e hincharse hasta que también explotó.
Entonces todos los monstruos salieron fuera de la tripa y todos los niños se fueron corriendo a sus casitas a decirles a sus papas ya estamos aquí y a contarles todo lo que había pasado.
La tripa de Monsta ya no estaba grande y redonda y no tocaba el suelo y él estaba delgado.
Podía caminar sin agarrarse a las ramas de los árboles y, además tenía amigos.
Había más monstruos en el lago y podía jugar con ellos.
Entonces Monsta pensó: Ya no voy a comer más monstruos ni más niños.
Y desde ese momento, Monsta solo comía las frutas de los árboles que había cerca del lago.
Y cuando los niños se acercaban a la orilla del lago, Monsta les daba un paseo por el lago en su enorme cola.
Y todos fueron felices, comieron las frutas de los árboles y colorín, colorado, este cuento se ha acabado…
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El lago de los monstruos (María José T. Molina - España)
¿Cuánto vale un fútbol? (Osmar Ricardo Coronel - Argentina)
En calles de tierra, terrenos baldíos, plazas, patios de las casas o de las escuelas, cualquier descampado donde hubiera algún terreno llano, esos que llamábamos campitos, eran ideales para armar una de esas canchitas improvisadas. Esas en las que los arcos se hacían con los más variados elementos para marcar o tener alguna referencia, como algún buzo o una pilcha que nos sacábamos para tal ocasión, dos cascotes, dos ladrillos o cualquier objeto que hubiera en las inmediaciones y que sirviera para marcar los palos. La altura era imaginaria, ya que se adaptaba de acuerdo al tamaño del arquero. Ahí nos juntábamos para esos picados que disputábamos con los amigos del barrio o compañeros de escuela. Para elegir los compañeros de cuadro había que pisar y el que ganaba la pisada empezaba a formar su equipo eligiendo al mejor para su bando, pero a veces no era así. Como dice el Negro Dolina, “es mejor perder con amigos que ganar con conocidos”. Esos picados eran diarios y no importaba ni el horario ni con qué pelota se jugaba. Casi siempre eran pelotas de trapo o de goma, rayadas, rojas y amarillas, eran saltarinas y rebotaban demasiado. Con esas pelotas más de uno de nosotros aprendimos a cabecear, a pararla de pecho y a pegarle con derecha e izquierda. Con esas pelotas mejorábamos instintivamente nuestras técnicas ya que jugando en conjunto, o solos contra alguna pared donde pateábamos, cabeceábamos y jugábamos con nuestra imaginación y soñábamos que éramos el gran goleador de moda. O nos arrojábamos al piso después del rebote en la pared haciendo la mejor volada para que en nuestro relato también imaginario anunciáramos que éramos el mejor arquero del momento, esos que solo conocíamos a través de la radio en los relatos de Fioravanti, Muñoz o algún otro relator no tan conocido. O también por los comentarios de la histórica revista El Gráfico, que tan ansiosamente esperábamos semana a semana en el interior, como si fuese un deber obligatorio de nuestras vivencias cotidianas.
Nos pasábamos horas enteras compartiendo ese juego de pelota, sí, con esas pelotas de trapos o de goma, porque de un “fútbol” de esos de cuero en que se jugaban los partidos en serio, ni hablar, debido a que eran muy pocos los que lo tenían. Eran muy caros y no todos lo podían comprar, ya que estaban lejos del alcance del bolsillo de la mayoría. Y si alguno lo tenía lo usaba en circunstancias o partidos especiales. Los “fútbol” eran de cuero cosido a mano, con gajos alargados con cámaras de goma. Eran mucho más pesados que los de ahora y cuando se mojaban se hacía muy difícil patearlos o cabecearlos ya que el peso aumentaba considerablemente. Para que duraran más había que mantenerlos. Se utilizaban recetas caseras. Por ejemplo, se les pasaba grasa vacuna o pomada para los zapatos por el cuero y por las costuras después de cada partido. Se debía dejar descansar durante la noche para que el tratamiento hiciera efecto.
Más de una vez intentamos hacer una vaquita entre los amigos para comprar un “fútbol”, pero casi siempre quedábamos en el intento porque no todos los padres estaban en condiciones de aportar sus chirolas para satisfacer los gustos de sus hijos. Cuántos sacrificios nos costó tener nuestro primer fútbol. Fuimos juntando de a poco, hasta hicimos una rifa que como premio principal daba una canasta de comestibles con los productos que le robamos a las viejas. Cuando ya teníamos casi todo el dinero ocurrió algo emocionante para el grupo. Carlos y Pedro, junto a su mamá y su papá, se iban a Buenos Aires. El motivo era el casamiento de una hermana de su madre, que hacía un par de años que vivía con los abuelos maternos en esa majestuosa ciudad. Así que los Vilas iban a estar más de una semana en la Capital. Esa ciudad que todos imaginábamos y soñábamos, primero en conocerla y después en triunfar en ella, porque ahí estaba y está todo y más de lo que uno podía imaginar.
Por sugerencia de nuestros padres, le dimos la plata de nuestros ahorros al papá de Carlitos y Pedrito para que nos compraran el fútbol en la Capi, porque según los entendidos ahí lo iban a conseguir más barato y de mejor calidad que a aquí, en Bulnes, en la provincia de Córdoba.
La emoción nos invadió a todos, ya que ellos eran los primeros de la barra que viajaban a la gran ciudad; eran solo ellos dos pero parecía que todos los de la barra viajábamos, y era tanta la ansiedad que teníamos que en los días previos íbamos mucho más seguido a la casa de los Vilas. En realidad todos los envidiábamos, todos hubiésemos querido viajar en su lugar ya que estábamos más ansiosos que ellos.
La tía de los hermanos Vilas, que se llamaba Mónica, se casaba el día 5 de Diciembre de 1964 pero ya el jueves 26 de Noviembre a la noche, todos nos dimos cita en la estación de tren. Ese días, a las 21.30 hs, viajaba la familia Vilas rumbo a Vicuña Mackenna. Ahí deberían esperar un poco más de una hora para tomar el tren que se llamaba El Zonda, que era el que hacía el recorrido de Mendoza a Retiro.
Todos los integrantes de la barra fuimos a la estación a despedirnos, lo hicimos como 10.000 veces y a cada rato no dejamos de reiterarles que no se olvidaran de comprar el “fútbol”.
Los días sucesivos, cuando nos juntábamos con los muchachos en nuestra canchita, la conversación casi se limitaba a Carlitos y Pedrito, y sobre qué estarían haciendo en ese momento, con quién estarían, si habrían ido a jugar al fútbol, si los habían llevado a conocer algunos de los estadios más renombrados, sobre todo la Bombonera, ya que ambos eran bosteros de alma.
El 8 de Diciembre todos nos levantamos bien temprano, más de lo que estábamos acostumbrados para ir al colegio por la mañana, y puntualmente concurrimos a la estación ya que las 7 era el horario de llegada del tren en el que supuestamente arribarían los hermanos Vilas. Ese día, por fin tendríamos un “fútbol”, un “fútbol” soñado, un N° 5 y que ya previamente en una charla habíamos acordado que solamente lo utilizaríamos en la canchita del barrio, en los sábados o feriados como para que nos aguante más, para durara más tiempo. También ya se había preestablecido quién tendría el “fútbol” cada semana, estaba todo muy bien organizado.
Parecía que los minutos transcurrían más lentamente que lo habitual y a medida que se acercaba el horario previsto nos poníamos muy pesados e intolerantes. A cada rato le preguntábamos al boletero cuánto faltaba para que llegase el tren. Cuando nos informó que vendría con más de una hora de retraso lo queríamos matar, rezongamos y decidimos hacer un bollito de papel y armamos un picadito en el andén del ferrocarril como para matar el tiempo.
Al rato se escuchó un grito que anunciaba: “Allá viene”, refiriéndose al tren que estaba llegando. Era como las 8.30 cuando la locomotora se detuvo en la estación; los pasajeros descendían y ascendían, a nosotros no nos daban los ojos para mirar en qué vagón se bajarían los hermanos, hasta que en un momento escuchamos un grito. Eran ellos, que antes de saludarnos gritaban: “Fuimos a ver Boca-River, nos llevó el tío Gustavo”. Nosotros observábamos confundidos, sin entender nada. Estábamos contentos, envidiosos y no sabíamos qué decir. Luego de los abrazos y saludos correspondientes los acompañamos hasta su casa, que quedaba a unos 50 metros, ahí nomás cruzando la calle de la estación del ferrocarril.
Los hermanos Vilas, todavía con la excitación provocada por las vivencias en la Capital, no encontraban las palabras adecuadas para describir con precisión lo que habían vivido en la ciudad. Empezaban a contar algo y no lo terminaban porque se les mezclaban los recuerdos y al final no se sabía qué querían contar. Y como no se entendía nada, parecía que nunca se conocería el final de cada historia.
Hasta que alguien preguntó: “¿Cómo es que fueron a la Bombonera? Pero explíquenlo tranquilos así lo entendemos todos”. Mientras que otro de la barra les preguntó: “¿Y? ¿Y el ‘fútbol’?”. “Dejen contar y ya le explicaremos que paso con el fútbol”, contestó Carlitos, el mayor de los hermanos.
Ante nuestra ansiedad y preocupación por saber del fútbol empezaron a relatar lo vivido en la Capital. Pedro fue quien tomó la posta.
“El viernes a la mañana, cuando llegamos, nos fuimos en colectivo hasta la casa de mi tía, que vive con mis abuelos en el barrio de Constitución. Ellos estaban muy contentos con nuestra llegada ya que hacía tiempo que no nos veíamos. Nos acomodaron en la pieza, nos lavamos y con mi hermano queríamos salir al instante pero mi papá nos retó. Entonces no nos quedó más remedio que quedarnos a conversar con la tía y los abuelos. Entre charla y charla se hicieron como las dos de la tarde, a esa hora recién empezábamos a prepararnos para comer.
De pronto se escuchó un timbre, era en el portero eléctrico del edificio. Nuestra tía atendió y poco tiempo después apareció Hugo, quien sería nuestro nuevo tío. Luego de las presentaciones correspondientes nos preguntó de qué equipo éramos hinchas. Al contestarle que los dos (o mejor dicho los tres, sumando a papá) éramos de Boca, nos miró y nos preguntó si queríamos ir a la Bombonera a ver Boca-River. Él era integrante de “La 12” (se la denomina así a la hinchada más seguidora de los Xeneizes) y podía conseguir unas entradas, siempre y cuando nuestro padre nos acompañara. Fue así que tras rogarle un poco a la vieja, mi padre aceptó la invitación. Fuimos a la cancha el domingo 29 de Noviembre a ver Boca-River. Salimos del departamento bien temprano, a eso de las 11 hs. El partido empezaba a las 4.30 de la tarde. Mientras nos acercábamos a la Bombonera observábamos que había muchas casas de chapa con banderas, casi todas de colores azul y amarillo, lo que marcaba lo bostero del barrio.
Nuestro tío nos explicó que a esas casas se las llamaba conventillos y que habían sido y eran viviendas que usaban los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires por el puerto, y que en su mayoría eran tanos que se habían radicado en el barrio de la Boca. Casi todos se habían hecho hinchas del club de la ribera. También nos contó que era por esa descendencia italiana que el barrio estaba lleno de cantinas y pizzerías. Cuando llegamos a la mítica Bombonera nos impactó como nada antes, era más linda que en las fotos que salían en “El Gráfico”. Estaba hermosa. Nos ubicamos en la tribuna popular junto a la barra de Boca. Era muy temprano y faltaban como tres horas para que comenzara el clásico, pero desde temprano “la doce” empezó a cantar y a saltar, la tribuna se movía. Al principio nos dio miedo pero después te acostumbras, y te prendés en los saltos y cánticos como si fueras uno más.
Cuando entraron los equipos, explotaron las dos tribunas, había petardos, bombas de estruendos y el espectáculo era impresionante. Nos cuesta mucho explicar lo que sentimos en ese momento. Desde el comienzo, nuestra hinchada gritaba, cantaba y alentaba con mucha fuerza y pasión. Con ese “dale Boca, dale Boca”, “hijos nuestros”, y “el que no salta es gallina”, la de River contestaba pero nosotros no entendíamos mucho esos cánticos.
Pero cuando Artime hizo el gol para River nos quedamos todos mudos, al ratito empezamos a alentar más que nunca, parecía que íbamos ganando. ¡Uy!, cuando empató el Beto Menéndez la cancha parecía que se venía abajo. Qué lindo era ver que cuando cantaba una tribuna la otra le contestaba y retumbaba. Es como dicen todos, es inolvidable”.
Carlos interrumpió y dijo: “Boca formó con Roma, Silvero, Marzolini, Simeone, Rattin y Orlando, Ferreira, Menéndez, Valentín, Grillo y González. Fueron los directores técnicos Adolfo Pedernera y Aristóbulo del Valle. Para River jugaron Carrizo, Ramos Delgado, Matosas, Saiz, Cap, Varacka, Solari, Fernández, Artime, Ermindo Onega y Cubilla. El director técnico era Carlos Peucelle, y el árbitro Aurelio Bosolino. Los goles los hicieron Luis Artime, que abrió el marcador a los 10´. Y a los 55´ empató el ‘Beto’ Menéndez”.
Volvió a tomar la palabra Pedro: “Pero para nosotros lo mejor del partido llegó a los 25 minutos del segundo tiempo, cuando en un rechazo de Simeone la pelota cayó en la tribuna y muy cerca de donde estábamos ubicados nosotros. La agarró un señor y mi tío se la pidió. Este se la entregó y mi tío gritó: ‘Quién tiene una aguja o un pico’. Y casi al instante apareció uno con el cual desinfló el ‘fútbol’ y se lo guardó debajo de la camisa. Cuando llegamos a casa nos regaló la pelota diciendo que la lleváramos de recuerdo y aquí esta, es esta -la levantaba y nos mostraba-. Solo hay que inflarla. Y aparte compramos esta otra -que también mostraron- y nos sobró plata”.
“Así -dijo Miguel, el más pequeño de la barra- que una la usaremos para jugar todos los días y la otra para los fines de semana, cuando tengamos partidos importantes, o sea con los otros barrios”. A lo que casi todos respondimos a coro: ”Buena idea”.
Pero Alberto, que era uno de los mayores y uno de los pocos que ya iba al secundario, tenía 14 años y era muy inteligente, dijo: “¡Esperen! Yo propongo que la pelota nueva la usemos solo los sábados en la canchita, como habíamos quedado antes de saber que íbamos a tener dos ‘fútbol‘, y a la pelota con la que jugaron el clásico le podríamos hacer un cartelito que diga ‘Gracias Cholo Simeone por este regalo tan hermoso‘ y ponerle un pergamino que diga más o menos así: ‘Con este fútbol hicieron goles Luis Artime y el Beto Menéndez, a este fútbol lo acariciaron jugadores como Onega y Grillo, y lo tuvieron en sus manos Carrizo y Roma, porque con este fútbol empataron uno a uno Boca y River en el clásico del año 1964 en la Bombonera‘. Además propongo que lo tengamos una semana cada uno de nosotros en nuestras casas, como hacen nuestras viejas con las Vírgenes en el tiempo de las novenas y así podemos venerarla, tocarla y disfrutarla. Ya que no cualquiera tiene el privilegio de tocar o ver un ‘fútbol‘ con el que se haya jugado un superclásico, y mucho más si se vive en el interior, en un pueblo que ni en el mapa figura”.
Nos miramos entre todos y dijimos que sí, que haríamos eso, pero en ese momento saltó Luis, que tenía espíritu de comerciante, y dijo: “¿Y si cobramos una entrada a todos los que lo quieran ver, y con eso a lo mejor podemos comprar otro ‘fútbol‘?”. Su moción fue aprobada por amplia mayoría.
Pasaban los días y los hermanos Vilas seguían contando diferentes cosas que habían hecho en la Capital, anécdotas, los lugares nuevos que habían conocido, esos recuerdos que permanecerían durante toda la vida en ese archivo privilegiado de sus mentes y a su vez reteniendo por mucho tiempo esas imágenes en sus retinas.
Luis tenía razón, ya que al cabo de 3 meses logramos recaudar para comprar otra pelota de fútbol número 5 debido a que todo el pueblo tenía la curiosidad de verla.
Al poco tiempo vinieron a visitar a los Vilas su tío Hugo y su tía Mónica. El tío se aparecía a cada rato por nuestra canchita del barrio, se sentaba sobre la gramilla y nos contaba esas historias de tribuna, sobre todo de la Bombonera, y de esos partidos inolvidables que él había visto y vivido como hincha. Este pasó a ser nuestro ídolo, por sus historias de fútbol y todos esos jugadores que conocía por haberlos visto jugar, esos que eran nuestros personajes que parecían de fantasía, esos ídolos tan lejanos a los que soñábamos parecernos cuando fuéramos grandes.
El “fútbol” era muy caro para el bolsillo de la mayoría, por eso nuestro primer fútbol fue el tesoro más preciado, al que cuidamos y venerábamos todos los días. Ya que esa pelota de fútbol nos había costado mucho. Porque antes casi no existía para los pibes de tierra adentro. ¿Cuánto costaba un “fútbol”?
Muchas, muchas chirolas costaba.
(Mi agradecimiento a Osmar por autorizarme a publicar este cuento incluído en su hermoso libro “Cuentos de fútbol chacarero y alguna animalada más", publicado por Editorial Dunken en Diciembre del 2005)
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Levanté la Copa por casualidad.
(BELLINI, capitán de la selección brasileña campeona del Mundo en Suecia 1958, inventor del gesto de levantar la Copa con las dos manos)
¿Alguien me puede decir qué es lo nuevo de Bielsa?
(JORGE GARCÉS, técnico chileno, dándole la "bienvenida" a Marcelo Bielsa a tierras chilenas, Agosto de 2007)
En 1979 José Antonio Camacho fue operado en París de su gravísima lesión de rotura de menisco y ligamentos cruzados.
El periodista argentino Eduardo Hernández lo entrevistó en la clínica. Camacho estaba en ropa interior y al periodista le pareció más pequeño y frágil que en su imagen aguerrida y atlética del terreno de juego.
Se lo comentó, añadiendo: "Pero debe de ser una impresión".
Respuesta de Camacho: "No es una impresión. Es verdad. Todos somos más grandes vestidos del Madrid".
Jorge Luis Borges: "odio al fútbol"
Un día como ayer, pero de 1986, la vida de Jorge Luis Borges llegó a su fin. Ayer cumplimos veinte años sin Borges, veinte años sin su genio y sin su pluma. Veinte años sin el escritor argentino más grande de todos los tiempos, el más universal de todos, el que nunca ganó el Nobel. Hoy el mundo, de diferentes formas, lo recuerda.
En ese sentido, vale la pena recordar que entre las filias, obsesiones y temas recurrentes de Borges están los libros, la filosofía, la teología, la matemática, la mitología, el tiempo, la eternidad, el infinito, el destino, los espejos, los tigres, los laberintos y un infinito etcétera. Sus odios y fobias también son varios, pero solo abordaremos uno que es pertinente en estos días de mundial: el fútbol. Y es que en momentos en que coincide la paralización por el Mundial de Alemania y la nostalgia por los veinte años de muerto de Borges, vale la pena recordar lo que Borges opinaba del deporte más popular: "El fútbol es popular porque la estupidez es popular". Para Borges el fútbol es feo estéticamente. "Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos". También llegó a decir que el fútbol es fundamentalmente agresivo, desagradable y comercial. "La idea que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible".
Pero Borges no se detuvo en la crítica al deporte, además fue feroz también con su afición a la que calificaba de hipócrita, y es que, según Borges: "El fútbol en sí no le interesa a nadie. Nunca la gente dice 'qué linda tarde pasé, qué lindo partido vi., claro que perdió mi equipo'. No lo dice porque lo único que interesa es el resultado final. No disfruta del juego". Y sobre las implicaciones políticas de este deporte, las opiniones de Borges son implacables. Decía: "El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo referido al deporte, porque la gente cree que va a ver un deporte, pero no es así". Y cerraba el desfile de agravios contra el fútbol, acusando a sus creadores: “Que raro que nunca se le haya echado en cara a Inglaterra haber llenado el mundo de juegos estúpidos, deportes puramente físicos como el fútbol. El fútbol es uno de los mayores crímenes de Inglaterra".
Solo para corroborar la opinión que tenía Borges sobre el fútbol basta una anécdota que lo pinta de manera genial. En 1978, a modo de protesta por el campeonato de fútbol que se estaba realizando en Argentina, Borges, optó por una sutil forma de despreciar y burlarse del fútbol y sus seguidores: El mismo día y a la misma hora en que la selección argentina debutaba en la Copa, dictó una conferencia sobre el tema de la inmortalidad.
Queda claro que en la insólita fusión entre fútbol y literatura hay dos grupos muy marcados. Los escritores para los que el fútbol despierta admiración y que lo han usado como un recurso artístico. Y los otros, los que odian el fútbol y se ofenden por la afición que siente la gente por este deporte. Queda claro también que Borges pertenecía a este segundo grupo.
Pero ahora, veinte años después de muerto, el fútbol se venga de su antagonista más célebre. Sobre la tormentosa relación entre Borges y el fútbol, circula una inverosímil leyenda, una especie de mito urbano que señala, sin más, que el fútbol dejó ciego a Borges. En una supuesta biografía no autorizada de Borges, escrita por un supuesto amigo del escritor, se afirma que en algún momento de 1930 Borges y otros intelectuales decidieron jugar un partido de fútbol, deporte por el que Borges, según esta historia, era un apasionado. En la insólita alineación también estaban Adolfo Bioy Casares, Roberto Arlt, Petit de Murat, Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Xul Solar y Julio Cortázar. Bueno, hasta el seudónimo de Borges, Bustos Domec, estaba jugando. Y entonces, sucedió algo que cambiaría la vida de Borges. En un tiro de esquina Borges saltó para rematar con la cabeza, pero perdió el equilibrio al ser empujado y antes de caer al suelo su frente se topó con la rodilla de un jugador contrario. Borges cayó al césped, fulminado y minutos después, ya en el hospital, un neurólogo daba el terrible diagnostico: se le habían desprendido ambas retinas, producto del golpe, y con el tiempo quedaría ciego. Por ello no le quedó otra opción que aprender a escribir. Sin duda la historia parece una especie de homenaje borgiano, es decir, una ficción presentada bajo un formato de realidad.
La coincidencia de fechas entre el mundial y el vigésimo aniversario de la muerte de Borges ya forma parte de esas paradojas de la vida. Pero es que no se podría esperar otra cosa para Borges, este inmortal que cumplió su anhelo de convertir su vida en una larga antología de contradicciones.
(artículo de Zoé Robledo, Junio 2006, publicado en "Webarticulista.net")
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¿Cuántas veces por semana iba al casino cuando jugaba en el Mónaco?
Ninguna, porque los accionistas, que tienen el 51% del Mónaco, no les permiten a los empleados ir al casino. Y están todos identificados. Por eso nos íbamos siempre a otro lado: a Cannes, a Niza… Si allá el director del casino era el capo de la barra, el supporter mayor.
¿Por qué duró tan poco su paso como técnico del Atlético de Madrid?
Gil y Gil estaba enojado porque había llevado al “Negro” Villarreal y él quería meter a un brasileño. De entrada fue todo bien, personaje el tipo, quiere llamar la atención y hace cosas que no debe. Al final resultó ser medio cagón el gordo ése.
¿Cuál fue la gota que rebasó el vaso?
Vino al vestuario y quería hablar antes de un partido. ¿Qué carajo va a hablar en el vestuario? Estaba el alemán Schuster, que por su religión no toma remedios ni se infiltra, y no podía jugar porque tenía la pierna a la miseria. Bueno, él hinchaba las bolas y quería que lo pusiera. Me hinchó tanto los huevos, que lo mandé a la puta que lo parió y le dije que dirigiera él. Y me fui a la mierda 40 días después de haber asumido.
(JOSÉ OMAR PASTORIZA, recordado ex jugador y técnico argentino en revista “El Gráfico”, Noviembre de 2002)
Zidane es el más grande hace diez años y no se ríe.
(JUAN ROMÁN RIQUELME, jugador argentino, en Junio de 2006, cuando le preguntaron por su habitual actitud, opuesta a la de Ronaldinho)
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Por lo que demostró en Boca y en Vélez, en la Argentina no existe un director técnico que pueda atarle los cordones a Carlos Bianchi.
(JULIO CÉSAR FALCIONI, ex jugador y técnico argentino, refiriéndose al "Virrey" en el año 2003)
Dame fútbol (Ignacio Copani - Argentina)
le dió a todos los varones,
no lo juegan veintidós...
sino más de cien millones.
Aquí lo trajo un inglés,
de graciosos pantalones,
no se juega con los pies,
se juega con los corazones.
Dame fútbol, quiero fútbol,
pasión que nunca se agota.
Dame fútbol, quiero fútbol
que arregla las almas rotas.
Dame fútbol, quiero fútbol
que en los otros juegos del mundo
jamás te pasan una pelota.
Mi mujer quiere salir
a lucir su mejor ropa
y yo cómo voy a ir
si en la tele dan la Copa.
Mi mujer no se me fue,
superó su bronca brava
se puso a ver la TV...
¿y adivinen qué gritaba?
Dame fútbol, quiero fútbol.....
Con lluvia, viento o con sol
el corazón se me llena
con la música del gol
la vida vale la pena.
No tiene una explicación
si un día morir me toca,
postergo la defunción...
para ver River y Boca.
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¡Qué partido más aburrido...! Quisiera que se quemen los focos para que termine!!
(FERNANDO SILVA, periodista del Programa "Sucesos del Deporte", Bolivia)
–Hay muchos de sus cuentos que tienen al fútbol en el centro.
–Es un regodeo personal. Obviamente, lo que más me ha gustado desde siempre, aparte de algunas mujeres, es jugar al fútbol. Menotti decía que los equipos son como pequeñas sociedades. Y mi viejo, que era muy aficionado al básquet, creía que jugando conocías al que es generoso, al corajudo, al egoísta, al que se asusta, al que es abnegado, ahí está todo. Creo que es una temática muy rica, que posiblemente no llega al grado de dramatismo del boxeo, lo que explica que hasta hace muy poco tiempo había más literatura de boxeo que de fútbol.
–La sensación que dan sus personajes es que los tiene al lado...
–Es lo que vos preguntabas sobre la influencia del fútbol en mi escritura: es como si pusiera una grabadora y estuviera robando diálogos y símbolos, y el fútbol me ha dado mucho en ese sentido.
(ROBERTO FONTANARROSA, recordado dibujante y escritor argentino, en declaraciones al diario "Página 12" del lunes 4 de Abril de 2005)
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¿Krupo, es un colega, cómo le vas a pegar así?
(REINALDO MERLO, DT de River Plate, en Noviembre de 2005, increpando al jugador boquense después de una durísima entrada contra el "Rolfi" Montenegro)
Si vos me enseñaste a pegar...
(Rápida respuesta del jugador tucumano en medio de risas. Merlo fue técnico de Kuproviesa en Estudiantes de La Plata)
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¡Es posible, la puta que te parió! (Miguel Mazzeo - Argentina)
"El hombre no está (...) completamente traicionado mientras que
haya una parte de él aún no vendida y en la que tiene su alegría..."
Ernst Bloch, El principio esperanza
Hacía varias semanas que la ansiedad me venía rondando, el cuero y la psiquis. Literalmente. Los días eran extremadamente largos, y una sola idea se instaló en mi mente, prepotente y dispuesta a no convivir con otras de cualquier signo. El hombre y por supuesto también la mujer, es un caos de deseos. Pero yo me los había ordenado en una rigurosa lista de prioridades. Estaba obsesionado y ensimismado, como poseído.
Tenía la epidermis arruinada. Por cierto, el término "prurito" designa tanto la picazón como las ansias. Para colmo de males tuve que soportar las insulsas e hiperdilatadas eliminatorias para el mundial de 2010 interfiriendo con el torneo local, nunca tan inoportunas. ¿Quién en el mundo podría llegar a interesarse por las vicisitudes del rejuntado de estrellitas del “Coco” Basile? Entretanto el parate duró siglos.
A modo de conjuro me dije una y mil veces: "es sólo un torneo de fútbol". Nada que pueda cambiar el orden del universo, alterar el funcionamiento de la sociedad. Pero no lograba convencerme, indefectiblemente todo me sonaba a mera e ineficaz táctica de autoengaño. Me torné más místico de lo acostumbrado, y hasta rocé el animismo y la superchería. Veía señales en cada objeto, en cada situación, en cada palabra, augurios que interpretaba ora como positivos ora como negativos. No podía eludir ni el horizonte abierto por un equipo múltiple y gladiador, ni las claves paranoicas de la conspiración futbolística.
Y es que yo, evidentemente, abrigaba la certeza de que había otras cosas en juego. Siempre lo supe. Ahora, desahogado, tengo todo más claro. Aunque al comienzo no atinaba a identificarlas, poco a poco, partido a partido, "demostración" a "demostración" de los pibes de Ramón Cabrero, pude trazarme una composición más acertada de lo que se dirimía. Sin dudas eran (y son) cosas muy significativas, relacionadas con elementos universales que hacen a la condición humana, como el placer, el dolor, la belleza y la fealdad. Y no estoy exagerando. Una cancha de fútbol (como un cuadrilátero boxístico) suele ser el ámbito donde se puede experimentar el sentido más profundo de lo dramático. En una cancha de fútbol se ponen en evidencia historias y conductas sociales, se despliegan un conjunto de identidades familiares, barriales, sociales, etc. Y también de subjetividades indescifrables. Se goza y se ríe, se teme y se llora. Y se incide, desde las tribunas, en los sucesos del campo de juego, en este sentido el fútbol es el contra-espectáculo por antonomasia. Un contra-espectáculo dialéctico, ya que, a la inversa, lo que ocurre en el campo también influye en las tribunas. Once tipos y a veces uno solo, hacen retorcer de emoción, alegría u odio a 50.000. Finalmente, el amor a una camiseta remite a uno de los escasos espacios libres de los efectos de la religión económica del capitalismo, alejado de la moral de la economía política, un lugar en donde nadie teme morir de ilusión.
Al final, cuando sólo quedaban tres fechas, con tres puntos ventaja sobre el segundo (Boca Juniors, nada más y nada menos), una imagen recurrente comenzó a atormentarme, la imagen de la luz prestada sólo por unos instantes, o peor, la luz que se apaga justo al final. Sentí miedo. Un miedo primitivo. Ese miedo que, tal vez, los seres humanos compartimos con el resto de los animales. En efecto, estaba asumiendo que un segundo puesto, esta vez, podía conducirme al desmoronamiento en el nihilismo; un segundo puesto, esta vez, nos dejaría material y anímicamente a oscuras. Lo que en otra ocasión podía ser un logro muy importante terminaba siendo un desastre inapelable. Pero a no confundirse, no se trataba del éxito como criterio de verdad. Había otras cosas. De todos modos alternaba el miedo con la exaltación orgiástica de las sectas.
Para colmo de males el desabrido 0 a 0 con Argentinos Juniors incrementó la impaciencia y cierta pulsión fatalista. La victoria de Tigre frente a Boca, más allá del 4 - 0 de Lanús frente a Gimnasia Esgrima de la Plata, las llevaron al paroxismo. El jueves, viernes y sábado, consciente de mi condición intratable, opté por "concentrarme", igual que el equipo. Creo que eso hicieron todos los hinchas de Lanús. Me encerré en casa y limité los contactos a lo mínimo e indispensable, preferentemente con seres con quienes compartía la ansiedad y el código, es decir, otros hinchas de Lanús.
El sábado a la tarde, con el faltante de algunas uñas y sin piel en vastas regiones del cuerpo, me crucé accidentalmente con un vecino desarraigado, hincha de otro equipo, que ensayó un vaticinio fatídico a modo de broma. Me sentí competente para el crimen. Le eché una mirada fría y rapaz, lo contemple con profundo aborrecimiento y desprecio y, sin decir nada, entré a casa.
La bizarra estirpe de los hinchas de equipos de fútbol "chicos" está familiarizada con el quebranto y el sufrimiento. La conciencia de que, por determinaciones estructurales, su equipo va a perder más de lo que va a ganar es inherente a su pasión. Esto hace una diferencia cualitativa con los hinchas de los equipos grandes. Y aunque es ímprobo el arte de mensurar pasiones yo creo que hay pasiones más desinteresadas y más rotundas que otras.
El hincha de un equipo chico recuerda a Sísifo, el mitológico rey de Corinto, condenado a empujar una roca hasta la cima de una montaña una y otra vez, por los tiempos de los tiempos, ya que antes de llegar arriba, la roca se caía. Albert Camús gran escritor y arquero asoció el mito de Sísifo a lo absurdo de la condición humana, que en otro plano podría asociarse perfectamente a lo absurdo de la condición de hincha de un equipo chico.
Pero el hincha de un equipo chico anda por la vida desentendiéndose de lo imposible de su faena y su objetivo, sólo en la apariencia. En el fondo nunca deja de alimentar el sueño, la esperanza de que Zeus podrá ser derrotado algún día, aunque para eso se requiera una voluntad fuera de lo común y una azarosa conjunción de factores que, en los equipos chicos, tienden precisamente a la dispersión, o directamente se repelen. Pero la esperanza en las correspondencias está y siempre pesa más que cualquier derrota. Nuestro mundo es el mundo riguroso e inapelable de la fe.
Se sabe, las tribunas son ámbitos en donde se condensan todos los prejuicios. Los cánticos van más allá de las simples efusiones satíricas. Denotan visiones del mundo que no traslucen precisamente concepciones humanistas. La exaltación tribunera hace que aflore lo malsano, la maledicencia colectiva, los saberes lúmpenes, aunque a veces es proclive a una que otra lección de moral (y lo bueno es que sin "catálogos", ni poses "progresistas"), en fin, refleja la condición de una sociedad; principalmente pero no exclusivamente la de las clases populares (sin idealizaciones). Las posiciones machistas, homofóbicas, sexistas, racistas, en fin fascistoides, y otras lindezas del mismo jaez, están a la orden del día.
Pero hay un cántico, un tremendo cántico, que detrás de su aparente inocencia, casi diría, neutralidad, es exactamente igual de fatal. O peor. Se trata del que sentencia: Es imposible la puta que te parió, y que se le suele lanzar a la hinchada de un equipo (chico) que, por venir realizando una buena campaña, por "estar prendido", sueña. Se trata de un verdadero chorro de ácido en la jeta. El cántico supone una violenta bajada a tierra de aquellos que desarrollan alguna conciencia onírica, un hiriente recordatorio del coeficiente (elevadísimo) de adversidad de la materia. Sus efectos son letales cuando el equipo que pelea pierde y se diluye el sueño, se reafirma la infecundidad de la tentativa y se apaga la llama de la esperanza y queda la angustia que, como es notorio, esimposible de movilizar. El cántico resume una teoría de la contingencia absoluta de los equipos chicos, en relación a los campeonatos de la AFA... y en relación al mismo universo.
Lo posible, en sentido estricto, incluye también a lo imaginable. Imposible es inimaginable. Y aquí se produce la primera fisura del fatalismo: si lo imaginamos es posible. Y lo imaginamos, a veces más, veces menos, pero lo imaginamos una y mil veces, desde el año 1915, año de la fundación de la Club. Incluso no dejamos de imaginarlo mientras militábamos en la B y en la C.
Quiso el destino un desenlace paradójico. El principal contendiente y escollo para nuestro sueño terminó siendo Tigre, un equipo chico con el que compartíamos la rebelión contra el curso normal de las cosas y los campeonatos.
El Club Atlético Lanús, el equipo de mi barrio, acaba de ganar el campeonato de Primera División del Fútbol Argentino por primera vez en su historia. Compruebo que es rigurosamente cierta aquella observación que afirma que el placer se siente más vivamente cuando viene precedido de abstinencia y tormento. Casi 93 años de abstinencia y tormento.
La conjunción de clasismo y expresionismo, armonía y creatividad lo hizo posible, en fin: la suma de aciertos técnicos y plásticos. Y también políticos: la apuesta a lo propio, a los pibes, a la mística más pura del barrio. Se confirmó aquello que decía el Capitan B. H. Liddell Hart: "En estrategia, el camino más largo y desviado, pero que envuelve, es el que conduce más rápido al objetivo".
El Club Atlético Lanús es campeón. Lo verosímil se tornó verdadero, lo conjeturable, demostrable. Cambió el límite de lo posible, de ahí la impresión de plenitud épica, la sensación de portar un nido de laureles en el corazón tibio, de oír permanentes ecos broncíneos de campanas aleluyáticas o un interminable allegro (assai vivace) Beethoveniano.
El Club Atlético Lanús es campeón. Se deterioró bastante el hedonismo triunfalista de los equipos grandes, la estética mal entendida como puro disfrute de sus hinchas (la estética verdadera es dialéctica del placer y el dolor), su jactancia operativa (en materia futbolística detesto cualquier analogía mecánica, empequeñece al equipo). Asimismo se renovó la esperanza y el sueño de otros equipos chicos que nunca salieron campeones. Incluso los de Banfield. Este logro asume, entonces, dimensiones redentoras. El Club Atlético Lanús es campeón. Hay fiesta, en el sentido más vivo del término. Los pobres, los hombres y mujeres más sensibles, la viven como contraste con la miseria y las privaciones y la ejecutan como religiosidad exterior y colectiva; las clases medias, en sus estratos más frívolos e impiadosos, como contraposición al aburrimiento.
El Club Atlético Lanús es campeón. El mundo seguirá siendo desparejo, pero un poco menos. La realidad seguirá siendo realidad, pero un poco menos. El disfrute seguirá siendo disfrute pero un poco más.
(Un gracias que llegue directo al corazón granate de Miguel Mazzeo, quien tuvo la deferencia de cederme este cuento para compartirlo con todos ustedes)
Durante mucho tiempo, todos le dicen al jugador que cosas debe hacer para convertirse en un profesional del fútbol. El problema es que, cuando le llega la hora del retiro, nadie le explica como dejar de serlo.
(ROBERTO ALFREDO PERFUMO, ex jugador de Racing, Cruzeiro y River Plate, actual comentarista de televisión)
El "Loco" Elio Montaño llegó a Peñarol de Rosario Central, donde César Luis Menotti fue compañero y solía relatar una anécdota impresionante del "Tuerto", como él le llamaba. "El médico, para tranquilizarlo, le mandó un Vallium de lunes a viernes, suspendiendo la dosis para el día anterior y del partido. Llegó el domingo; nos dieron un tiro libre y entonces hicimos la jugada preparada. Yo me agachaba para atarme los zapatos y, de sorpresa, la tiraba por encima de la barrera, en picada, para el arranque de Montaño. Arrancó justo, la pelota le llegó exacta y la agarró con ambas manos y me la dio diciendo salió bárbaro; dale de nuevo..." La gente nos quería matar, empezando con Montaño, desde luego".
En el vestuario, el médico le preguntó si no había seguido tomando Vallium para estar tan dormido. "Sí; ayer y hoy... Me encontré tan bien que repetí la dosis..."
(Anécdota extraída del diario digital uruguayo "Pasión")
Los grandes se acomodan solos en el recuerdo.
(JORGE VALDANO, ex jugador de fútbol, escritor y comentarista de TV)
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El sueño del domingo -por la tarde- (Giovanna Pollarolo - Perú)
cada jugada anuncia el gol que no llega
Inca Kola la bebida de sabor nacional
¿Arde su carro?
Llévelo a Automotriz Rivarde
antes de que sea tarde.
Domingos por la tarde:
él echado en su cama sin zapatos
en bividí
la radio a todo volumen
ella plancha y murmura
los sábados los odio
y los domingos... los detesto.
Después del almuerzo familiar
rociado con vino que no tomamos
entre el ir y venir de platos
sólo esperamos el click de la radio
para ser expulsadas al lado de la cocina
y poner orden al desorden de la fiesta.
Me juro que cuando sea grande
no seré como ella
y él al que aún no conozco
no será como él:
en mis días no habrá plancha
ni fútbol ni lamentos.
Los domingos por la tarde
sólo tiene voz el locutor
él vibra por la pasión de un gol
olvidado ya del amor
ella sólo murmura
yo sueño con mis Domingos de Gloria.
Siempre tenía que quedarle algo a él, la famosa coima, para dar la aprobación del pase. El manejo de los jugadores nunca fue claro. Un club pidió cotización por mí y dijeron 5.000.000 de dólares. Luego, desde la residencia de Macri exigieron dos más para que el negocio se concretara.
(JORGE BERMÚDEZ, ex jugador de Boca, "pegándole" con ganas a Mauricio Macri, con el escándalo del pase de Marcelo Delgado de por medio, 25 de Julio de 2005)
Hay acciones iniciadas contra Bermúdez. Esto es parte de una utilización política. Los números de Boca están sobre la mesa.
(MAURICIO MACRI, ex Presidente de Boca Juniors, 26 de Julio de 2005)
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En Suiza fui a ver ópera. Me gustó, pero no entendí una goma. Andaba en auto con cumbia a todo lo que da por el centro. Pero ellos, ni mú.
(ANTONIO BARIJHO, ex jugador del Grasshoppers de Suiza, recordando su paso por la ciudad de Zurich, ante la indiferencia de su gente)
Lo peor de todo es que no le pegué de frente. Pero al menos le pegué en Brasil.
(FLAVIO ZANDONÁ, ex-defensor de Vélez, luego de pegarle una terrible trompada a Edmundo, jugador del Flamengo, en un partido de la Super Copa de 1995 en el Maracaná)
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Miralo a Teófilo...
No sé cuántos días después del partido (Argentina 6- Perú 0, Mundial 1978), yo estaba aquí, en el centro de Buenos Aires, cuando me encuentro con que de un ómnibus desciende la delegación peruana. A la generación de los Chumpitaz, Challe, Cruzado y otros yo los conocía desde 1969, y a partir de ahí, de muchas Copas Libertadores. A Chumpitaz y a otro que estaba con él, no recuerdo ahora si fue Manzo, el que después vino a Vélez, yo les pregunto qué había pasado y Chumpitaz me dice: "No, dejémoslo ahí, no vamos a hablar nada, Juvenal." Yo les insistía: ¿Cuánta plata hubo? "No, no hubo nada, por favor, Juvenal, esto es algo muy delicado”. Por ahí se hace una rueda, con dos o tres jugadores peruanos, y Chumpitaz me dice: "Si podés ver un video del partido, miralo a Cubillas: vas a ver jugadas espectaculares, cómo Teófilo gambetea dos o tres cerca del área nuestra y después se la deja siempre servida a un jugador argentino". Ha pasado ya mucho tiempo. Ellos me hablaron de una trenza. O que en la conspiración de los que habrían recibido dinero no estaban todos.
Tanto es así que Muñante, el que hizo pegar la pelota en el palo y después lo sacan, no cobró un centavo, estaba fuera. No sé si los que estaban en el arreglo eran los jugadores del Alianza Lima y el Sporting Cristal; mentiría si doy una precisión sobre eso. Ahora, en Perú, los tipos que entienden de fútbol, lo daban como un hecho público y notorio que lo de varios jugadores había sido escandaloso. Después, al poco tiempo, diría que unos quince días, un cable medio perdido hablaba de una donación de varias miles de toneladas de trigo a los peruanos. Esto es lo que me hace creer que la negociación no fue entre jugadores y jugadores, sino que pienso que se hizo en los altos niveles.
-¿Recordás de alguna prohibición expresa de criticar a Menotti y al equipo? ¿Te constó de alguna manera? ¿Fue cierto?
-No sólo es cierto, sino que se transmitió por escrito a todas las emisoras de la cadena de radio y televisión. Yo tuve una copia hasta que, como pasa siempre, alguien me la pidió prestada. Pero en las radios y canales estatales tiene que estar archivada. Prohibía criticar a la selección y a Menotti. Era terminante.
-¿Se utilizó al Mundial deliberadamente para intentar tapar la realidad del país? Ahora que ha pasado bastante tiempo, ¿sirvió de algo hacer algo así?
-Sirvió. A tal punto que sus organizadores, el Almirante Lacoste y el General Merlo, pero éste en tercera fila, contrataron a una consultora norteamericana, Burson-Marsteller. Lo que se logró fue atontar a la gente durante el tiempo que duró el Mundial. Pero hay que ser justos y recordar que había mucha gente, inclusive periodistas, que ignoraban lo que pasaba. Recuerdo que de la televisión de Holanda me pidieron ir a la marcha de los jueves a la Plaza. Fuimos y estaban allí las Madres. Hebe Bonafini, Nora Cortinas y no me acuerdo cuáles otras, pero nadie más.
-Y por el lado de Menotti, de los jugadores, ¿había conciencia, se planteaban algún dilema, tenían contradicciones, desgarramientos o lo asumían con cinismo profesional, digamos?
-Creo que los jugadores ignoraban por completo lo que estaba sucediendo. El único que podría haber tenido una idea era Menotti, pero tampoco creo que tuviera gran información. Inclusive creo que ni sabía que estaba prohibido criticarlo. Sin ir más lejos, cuando los holandeses no se presentan a la fiesta de la noche de la final, lo que les dicen a los jugadores es que no lo han hecho por malos perdedores, cuando el motivo real había sido la presencia de Videla. Ahora, no sé qué habrían hecho si realmente lo hubieran sabido; normalmente, son muchachos sin conciencia política.
-Una sola palabra: Carrascosa (jugador del plantel argentino que se automarginó de participar en el Mundial, días antes del comienzo de la misma, no manifestando nunca los motivos de esa decisión). Lo que sepas o lo que opines.
-Ignoro, porque él ha sido muy pulcro, por qué se fue. Tuve varias versiones. Una vez me encontré con él y prefirió no hablar. Sé que es un nombre de bien. El estuvo disconforme con algo, pero no sé con qué.
-Algo muy serio, en todo caso. O muy pesado.
-Tal vez no. El es un muchacho de principios, y si en una de esas estuvo en contra de que vinieran los que estaban jugando en Europa, para él esa razón chiquita fue importante. Escuché por ahí que se fue porque el seleccionado se dopaba. Eso es descabellado. Me consta que el doctor Oliva hizo hacer muchos placebos, dándoselos a los jugadores y diciéndoles que era para estimularlos. Los deportistas siempre tienen tendencia a tomar algo que les mejore el rendimiento. Sobre este particular voy a contar lo que me dijo alguien como amigo, porque él estaba adentro de la cancha cuando terminó el partido y estaba por empezar el alargue. Pasó por donde estaban los holandeses y los argentinos y con su gran experiencia de deportista, se dio cuenta que ganaban los nuestros. Me dijo: "Mira, tenían una jeringa... Para mí, estaban dopados". Después comentó: "No quiero hacer ningún juicio de valor, pero era la final del Campeonato del Mundo". Así que si algún jugador argentino se dio algún estimulante para la final, es tan humano como robar una manzana cuando se tiene hambre. No creo que lo de Carrascosa haya sido nada grande. Lo que pasa es que se fue sin hacer ruido ni declaraciones. La actitud de un muchacho muy gente, macanudo.
(CARLOS JUVENAL, periodista argentino ya fallecido, brindando su testimonio en “Yo fui testigo: Los militares y el Mundial”, Tomo Nº 8, pág. 100 a 103)
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No suelo celebrar los goles, porque busco la perfección. Hay una enorme diferencia entre estar feliz y estar satisfecho.
(THIERRY HENRY, jugador francés)
El gol (Jesús Alvarado - España)
Era el minuto cien.
Andábamos por el segundo seis mil.
Seis mil segundos de sufrimiento. Seis mil segundos de pensar en lo bonito que sería poder ir a Holanda al lado de toda esa gente que hacía parecer que la grada de Nervión fuese de goma. Seis mil segundos en un estadio en el que se almacenaba más energía que en una central nuclear. Energía de rezos y de plegarias. Energía de horas robadas al sueño en las noches anteriores y de anhelos jamás antes sentidos. Energía de Fe, de Esperanza y de Caridad.
La Caridad que implorábamos a los dioses para los nuestros, para nuestra legión de corazones rojos al borde del estallido.
Y desde la banda de fondo Alves la toca suave para Navas, Navas para Alves y Alves otra vez para el Duende de Los Palacios. Desde allí la envía, buscando yo creo que a nadie en particular porque nadie había en los alrededores.
La pelota bota una vez pero nadie la toca. Bota el balón en la nada de nadie. Renato está adelantado al cuero y se gira de espaldas a la portería para ver pasar impotente el balón de su vida; Maresca todavía está haciendo por llegar. Dos defensas han sido arrastrados por el brasileño. El italiano hubiese querido encontrar algo más de gasolina en su depósito con luz roja parpadeante para llegar puntual a la cita más soñada con aquella pelota. Pero espacio y tiempo, como tantas otras veces en el fútbol, en la vida, no ajustan sus parámetros.
Bota el balón.
Y sigue su trayectoria. No va fuerte, no va rápido.
Soledad de un balón que avanza preñado de alegría, a punto de dar a luz.
Pero el balón no lo sabe.
Bota una segunda vez.
Y en ese segundo contacto con la hierba el balón ya sabe que en milésimas de segundo una bota le golpeará con la fuerza de cien mil corazones concentrados en la zurda de un chaval de Nervión.
Está solo Puerta. Rafinha se da cuenta de su mortal error al ir a tapar a Renato. Se gira y quiere convertirse en muralla, en dique, en pared de cemento.
Pero el látigo del chaval de Nervión ya ha sido lanzado y cruza el espacio sin posibilidad de marcha atrás.
Y Rafinha sólo puede encogerse. Encogerse porque sabe que el volcán sevillista está a punto de estallar.
Se posiciona Puerta. Se gira levemente a su derecha, el cuerpo todo. Venía en carrera el 27 con la mirada fija en el Duende con el que compartió tanto albero y tanto polvo masticado en las bocas resecas, mañanas de Carretera de Utrera. Venía en carrera y la pedía, con la mano alzada. La pedía y pedía a los dioses una oportunidad.
Los dioses fueron generosos. Y tras perfilar el escorzo perfecto, allá inclina el cuerpo, allá suelta la izquierda y en ese momento, en ese momento de unión perfecta entre el cuero de la bota zurda en su parte exterior y el cuero del balón…
Ahí, justo ahí, es cuando se congela la noche. Se detiene todo, hay un flash. Hay noventa mil ojos clavados en esa cópula fugaz de cueros que se encuentran porque nacieron para encontrarse. Hay cientos de miles de corazones que, en algún lugar del mundo, en todos los lugares del mundo, esperan.
Esperan, siguen esperando. Esperando desde hace más de cien años.
Hay un stop en nuestras vidas. Las leyes físicas se cortocircuitan y el tiempo se estira como el chicle de fresa con sabor a nada que estiraba cuando era pequeño, demasiado pequeño, y el fútbol era para mí otra cosa, desde mi asiento de Preferencia en aquellas mañanas soleadas de inviernos infantiles haciendo como el que ve al Sevilla Atlético, con mis pipas y mis estampitas de Bazooka Joe.
Pregunto a los demás sevillistas y casi todos coinciden: se para el tiempo. Dios le da al botón de pausa de su mando a distancia. Creo que lo hace, magnánimo en su Grandeza, para que ese medio segundo de éxtasis supremo no pase tan rápido como pasa medio segundo.
Tarda más en pasar. El balón dibuja el arco perfecto, la parábola soñada, la curva de la felicidad.
Y sí.
Sí.
Besa la red y, como si cada nudo de la red fuese un imán y la pelota fuera de hierro, no se despega de ella y se pasea por dentro como queriendo sentir su tacto casi hasta el rincón opuesto.
Pegada la pelota a la red como los gatos se pegan a tus piernas en invierno.
Gol.
El GOL
El Big Bang que nos cuenta Hawking no debió diferir mucho de lo que sucedió inmediatamente después.
El término Big Bang se utiliza para referirse específicamente al momento en el tiempo en el que se inició la expansión observable del Universo.
Y eso fue lo que pasó.
Ese minuto cien del día 27 en el que el 27 golpeó con su pierna zurda la pelota que venía enviada por el Niño Jesús fue el momento en el tiempo en el que se inició la expansión (europea) observable del Universo.
Del Universo Sevillista, claro está.
Y, al igual que sucede con esos ingenios técnicos que parecen haber captado el eco de esa explosión primigenia, dentro de cientos de miles de años, los científicos serán capaces de escuchar un eco lejano que se podrá ubicar en un punto del planeta Tierra que alguna vez fue el Sur de todos los Sures.
Un eco rotundo y lejano, saturado de energía cuyo sonido será muy similar a un infinito rosario de “oes” con una ge al principio y algo que parece ser una ele al final.
(Mi agradecimiento a Jesús Alvarado por su autorización para publicar este hermoso texto que hace referencia al histórico gol del malogrado Antonio Puerta el 27 de Abril de 2006, en la semifinal de la Copa UEFA entre el Sevilla FC y el Schalke 04 de Alemania. Puerta inscribía su nombre con letras de oro en la historia del sevillismo)
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AZUCENAS - Liga Deportiva Universitaria (Ecuador)
El 11 de Enero de 1930 un grupo de estudiantes y profesores de la Universidad Central de Quito, forma un equipo de fútbol semi-profesional al que denominan “Universitario”. Un club de fútbol para colmar la satisfacción y las necesidades de los universitarios de ese tiempo, romántico y entrañable, pero con grandes y positivos resultados.
El presupuesto inicial del equipo fue de 500 sucres. En aquel entonces el equipo se conformó con estudiantes de la Universidad, que tenían que solventar sus propios gastos, uniformes, vendas, etc. Es así como el Dr. Bolívar León (su primer Presidente) fue quien diseñó el primer uniforme del equipo, camiseta y pantalón blanco con una U roja con dos triángulos -uno azul y uno rojo de fondo-, similares a los del escudo de la institución madre.
Rápidamente comienza a vislumbrarse, con aquel célebre equipo denominado "La Bordadora", el gran fútbol desarrollado por el equipo blanco, pero es recién en 1932 cuando se logra el primer gran hito en una escalera de grandes sucesos y conmemoraciones, pues en ese año L.D.U logra su primer campeonato en el Estadio Municipal, cuando, legalmente recién había cumplido dos años de existencia.
La epopeya marca en la camiseta alba el primer campeonato profesional provincial en 1954, con la dirección técnica de Lucho Vásquez. El campeonato de 1958 lo consigue con la presencia del internacional Roberto "Pibe" Ortega, como jugador y como técnico. Después llegan los bicampeonatos del 60 con el paulista José Gomes Nogueira y el del 61 con el chileno Román Soto. La gloria se repite en el 66 y 67, con uno de los nombres sagrados en el fútbol sudamericano, el paraguayo José María Ocampo, "El Mariscal", que había sido leyenda en el "Dorado Colombiano" un poco antes.
Esta rica historia prosigue con el primer campeonato nacional conseguido en 1969, cuando se habían unificado todos los torneos provinciales ecuatorianos, nuevamente con el brasileño José Gomes Nogueira como DT.
La Liga desciende de categoría en 1972 para conseguir como inmediata respuesta el ascenso a la Primera División y los campeonatos de 1974 y 1976 bajo la dirección técnica del colombiano, Leonel Montoya.
Casi quince años de sequía padeció la Liga hasta el comienzo de los ’90 con el título de campeón de ese año y el inicio de la consolidación como la mejor institución futbolística de su país.
Consiguió en el periodo de los últimos 10 años, 5 de sus 9 títulos nacionales además del 3º lugar en la Copa Sudamericana del 2004 y ha sido muy importante para el desarrollo del fútbol ecuatoriano su importante contribución a las selecciones nacionales que participaron en los mundiales de 2002 y 2006, en este último siendo el equipo sudamericano que más jugadores prestó a su equipo nacional con un total de siete.
En 2008 suma a sus vitrinas la “Copa del Pacifico”, siendo el primer trofeo Internacional conseguido por el club y que fue ampliamente festejado por sus hinchas.
Su estadio, fundado el 6 de Marzo de 1997, es llamado la “Casa Blanca” y posee una capacidad de 55.400 espectadores. Se encuentra ubicado al noroeste de la ciudad de Quito.
El apodo “Azucenas” hace alusión al color de la casaca oficial del club al igual que “Albos” como también se identifica a esta institución orgullo del pueblo ecuatoriano.
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Aquí hay muchos factores que juegan: la hora, el césped alto, la temperatura y el smog. Lástima que los dirigentes, que anteponen sus intereses al de los jugadores, no hayan pensado en todo eso antes de decidir que los partidos se jueguen a las doce del mediodía. Esto es un disparate. Nosotros somos el espectáculo, pero a nadie se le ocurrió velar por nuestra salud.
(JORGE VALDANO, ex jugador y periodista, refiriéndose al rigor del clima del Distrito Federal en México 86)
Los jugadores deben ocuparse de lo que saben hacer: jugar al fútbol. La organización del torneo es cuestión exclusiva de los dirigentes.
(JOAO HAVELANGE, Presidente de la FIFA, respondiendo -días después- a Valdano en el matutino romano "Corriere della Sera")
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En el desierto, como en otras partes, el tipo que es bueno con la pelota tiene mucha suerte con las mujeres. Como suelo decir, el sexo no le hace mal al fútbol, más bien creo que a lo mejor es el fútbol el que le hace un poco de mal al sexo. En los partidos en el desierto, algunos de los jugadores aprovechaban los descansos para hacer el amor con sus mujeres antes de volver al juego.
(HERNÁN RIVERA LETELIER, escritor chileno, Caballero de la Orden de las Letras de Francia, hablando acerca de su novela "El Fantasista" ambientada en el desierto de Atacama, Chile)
Al pensar en el Mundial de 1974, ¿cómo recuerda la partida hacia Alemania y el haber sido despedido por Bordaberry (Juan María Bordaberry, presidente de Uruguay de 1972 a 1976) en aquella época de la dictadura?
-Fue un momento desagradable. Nos hicieron cantar el himno bajo una lluvia pertinaz y en el viejo hall del aeropuerto había gente que lloraba al venir a despedirnos porque íbamos a ser los campeones del mundo...
A los 20 días, cuando volvimos, estaba sólo mi familia esperándome en el aeropuerto, también llorando...
(FERNANDO MORENA, tremendo goleador del fútbol oriental, recordando su experiencia en Alemania 74)
El fútbol no es un ritual clásico de inversión, como el carnaval, en el que predomina lo cómico, ni un rito de pasaje, como el funeral, en el que prevalece lo trágico. El fútbol es un conjunto de cómico y trágico y, en consecuencia, induce a considerar las transiciones permitidas o vedadas como un campo de análisis.
(EDUARDO P. ARCHETTI, 1943-2005, antropólogo argentino)