Ante los cambios realizados por Blogger, tiempo atrás, y que afectaron la plantilla de este blog hay textos largos que no se mostrarán totalmente. La solución a dicho inconveniente es hacer click en el título del artículo y así se logra que se muestre el resto de la entrada. Muchas gracias y disculpas por la molestia ocasionada.


¿Cuál es el techo de este equipo?

¿El techo? Si no tenemos ni suelo...

(FABRICIO COLOCCINI, jugador argentino, refiriéndose a su equipo, Deportivo La Coruña en el diario "Marca" del 02/12/06)

seguir leyendo...

Un eslabón de una larga cadena de trampas

0

El desliz o la imprudencia de Diego Maradona, que, en un recuento de anécdotas en un programa de televisión, reveló a la luz pública una historia conocida en la penumbra de los vestuarios, permitió descubrir la verdadera cara de Carlos Bilardo, el entrenador responsable de aquella acción. No fue la primera ni la última de las suyas.
Ya en 1977, el “Toto” Juan Carlos Lorenzo, técnico de Boca, equipo que debía disputar en Colombia la final de ida de la Copa Libertadores frente al Deportivo Cali, hacía destapar en la mesa, delante de él, las botellas de gaseosa y agua que tomarían los jugadores en las comidas porque temía que Bilardo, entonces entrenador del Cali, sobornara a los ayudantes de la cocina para que les pusieran “algo” en la bebida. La noche previa al encuentro, cuando Boca hizo un entrenamiento a puertas cerradas para ensayar la táctica, Bilardo fue sorprendido por un reportero gráfico trepado a un portón del estadio.
A la noche siguiente, el campo apareció encharcado en los sitios por los que se desplazaban los jugadores más técnicos de Boca. Y no había llovido. Hasta hace dos temporadas, cuando volvió a dirigir a Estudiantes tras fracasar en Boca y retirarse de la actividad, Bilardo ordenaba todavía inundar ciertos sectores si consideraba, por ejemplo, que el rival remataba bien los tiros de esquina.
Todas sus mañas, como despertar a un jugador en la mitad de la noche para preguntarle a quién debía marcar al día siguiente o la de recomendar a las esposas que obligaran a sus maridos a hacer el amor acostados debajo de ellas, para que no se desgastaran físicamente, formaban parte de su manual del entrenador que debía “estar en todo” porque, según explicaba, “el fútbol es para los vivos”.
Pero el fútbol, un deporte tan democrático que permite jugar en igualdad de condiciones a pobres, ricos, altos, bajos, gordos y flacos y da oportunidad de destacarse a todos, tiende además con el tiempo a ser justo en el reparto de los triunfos y las derrotas. Tal vez sean esas condiciones, la justicia y la verdad, las que constituyen parte de su belleza como espectáculo y las que avivan el fuego de la pasión entre los hinchas. Salvo que alguien, alguno de los protagonistas del juego o de la organización, haga trampa. Bilardo fue siempre uno de ésos, alguien que no tuvo reparos éticos ni respetó los límites reglamentarios en la persecución del objetivo que nunca ocultó: “Lo único que importa es ganar”.
Los éxitos conseguidos primero como jugador del mítico equipo de Estudiantes que entrenaba su maestro, Osvaldo Zubeldía, y luego como entrenador también de Estudiantes y de la Selección Argentina que ganó el Mundial de México 1986 y disputó la final del de Italia 1990, llevado siempre de la mano por Maradona, dieron fama y trascendencia internacional a alguien que no se merecía tanto. De no suceder algún imprevisto, Bilardo iba a quedar en la historia como “el adelantado táctico” que él cree ser bajo la máscara de incoherente, alienado y obsesivo con la que se disfraza y no como el mediocre vendedor de quincalla que es.
A Roberto Perfumo, considerado uno de los mejores zagueros centrales de la historia del fútbol argentino, se lo recuerda además por una formidable patada que le tiró a Bilardo durante un Estudiantes-Racing a finales de los años ’60. El partido se retransmitía por televisión y la imprevista reacción de Perfumo, que no llegó a tocar a Bilardo a pesar de que le llegó con su pie casi hasta el mentón, provocó su inmediata expulsión. Perfumo explicó que en ese momento de furia lo habría “partido por el medio”. Un deseo compartido por todos sus rivales de entonces. Bilardo, como capitán de Estudiantes, junto con otros líderes, se dedicaba a averiguar asuntos personales de sus adversarios. Al arquero de Racing le preguntaban con quién estaría en ese momento su esposa, a la que llamaban por su nombre. El episodio más dramático sucedió con Raúl Bernao, mítico puntero derecho de Independiente, al que se le había disparado su arma en una partida de caza. El accidente causó la muerte de un compañero. En el partido siguiente los jugadores de Estudiantes se turnaban: “Asesino, mataste a tu amigo y seguís jugando al fútbol”. Todo les servía. Echaban tierra a los ojos de los arqueros en los saques de esquina a favor, pinchaban con alfileres, manipulaban al árbitro... Los buenos jugadores, como Juan Ramón Verón, padre de la “Brujita” Juan Sebastián, o el defensor Raúl Madero, el médico de aquel equipo argentino que jugó frente al brasileño en 1990, marcaban la diferencia de calidad y Estudiantes logró tres Copas Libertadores y la Intercontinental. Hasta que el ciclo terminó tras una violenta final contra el Milan, en 1970, cuando tres jugadores acabaron en la cárcel.
Las trampas de Bilardo no le habrían valido como seleccionador de Argentina ni en competencias internacionales. Pero el destino le puso en las manos a Maradona en su plenitud. Todos los jugadores que llevó al Mundial de 1986 coinciden en que el equipo llegó en pésimas condiciones anímicas. “Ya habíamos ganado el primer partido, frente a Corea, y aun así, en una reunión posterior, si hubieran puesto pasajes de regreso a Buenos Aires sobre una mesa, nos habríamos matado por ver quién se quedaba con uno”, relata Jorge Valdano. Nadie soportaba a Bilardo. Pero jugaba Maradona, el equipo ganaba y se fortalecía.
En 1990, la situación era aún más delicada. Maradona ya consumía cocaína y, a pesar de su ingreso previo en una clínica especializada, no estaba bien. Además le pegaron demasiado y al tercer partido tenía ya el tobillo como una pelota de tenis. Bilardo no pensaba en cuidarlo. Quería que jugase y le ordenaba infiltraciones de calmantes. En los cuartos de final, el 24 de Junio de 1990, se disputaba el clásico con Brasil y la derrota podría ser histórica con Maradona en esas condiciones. Bilardo no sabía cómo parar los tiros francos de Branco, el lateral brasileño. Entonces recurrió a la trampa. Según Maradona, “alguien picó un Rohypnol (sedante) en el bidón y se pudrió todo”.
José Basualdo, ex internacional argentino y ahora entrenador de Universitario de Perú, confirmó la versión de Maradona: “La historia es cierta. Nos acercamos y Galíndez nos dio unos bidones. Yo tomé de otro. Pero Branco se llevó el que tenía la sustancia somnolienta. Justo él, que ejecutaba los tiros libres”. Pero no todos estaban implicados. Al “Vasco” Julio Olarticoechea, marcador lateral, uno de los enterados le advirtió: “¡No, no tomés de ése. Tomá del otro!”Miguel Di Lorenzo, un personaje inocente, cómico, obediente, a quien todos conocen como Galíndez por el parecido con el ex boxeador campeón mundial y que ya divertía a Maradona cuando se lo llevó de masajista personal a Barcelona en 1982, tuvo que conceder una rueda de prensa ante las acusaciones. El actual masajista de San Lorenzo lo negó todo: “Lazaroni, el entrenador de Brasil, ensució a Bilardo; a Madero, el médico; a gente respetable. Y a mí. No le di nada a Branco ni a ningún jugador de Brasil. Del mismo bidón tomaron Giusti, Burruchaga... Y no les pasó nada. Y a vos, Branco, te digo que, si saliste mareado de tu vestuario, ¿qué culpa tengo yo? Si te llego a dar veneno, no terminás (...). Fue una broma de Diego”.
En la Argentina, si alguien del fútbol cuenta lo que no debe es advertido de que faltó a los códigos. La primera reacción de Julio Grondona, elegido bajo la dictadura militar presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, hace ya 27 años, y vicepresidente de la FIFA, a cargo de las finanzas –un modesto comerciante que en los últimos 20 años, sin que se le conozcan otros ingresos, acumuló una de las fortunas más importantes del país–, se ajustó a esos códigos. Denunció al denunciante: “Maradona no estaba en su sano juicio”. Y añadió: “¿Qué bidón? Habrá que buscar el bidón, a ver qué dice. Hay que hacerle una inspección, a ver si estaba agujereado”.
El que quiera oír que oiga y el que quiera ver que vea. Todo está a la vista. Al menos, desde que Argentina venciera por 6-0 a Perú en 1978 y pasase a la final del Mundial de ese año, que organizó y ganó bajo la dictadura. Grondona se hizo cargo entonces del silencio cómplice y, durante su mandato, el negocio del fútbol fue entregado a una empresa de televisión en exclusiva hasta el 2014. La participación de empresarios, intermediarios, comisionistas, ladrones y parásitos llevaron a la quiebra a la mayoría de los clubes. El fútbol argentino se convirtió así en una fábrica de engordar pibes para venderlos.
Pero si es verdad, como se sabe, que esta pasión popular expresa a toda una sociedad, ¿por qué nadie más reacciona frente a hechos criminales que pervierten el sentido último de lo que aún debe reconocerse como un deporte? Ni el Gobierno, ni los funcionarios, ni siquiera los periódicos han sostenido posiciones editoriales reclamando una investigación sobre hechos que manchan a los inocentes y ponen en duda 100 años de historia. Sólo el presidente de Boca, Mauricio Macri, se atrevió: “Lo del bidón de Branco no debería llenarnos de orgullo. Esa clase de viveza criolla nos llevó siempre al fracaso. Y el deporte habla de nuestra sociedad”. El masajista Galíndez se sintió aludido y parecía representar el sentimiento mayoritario de los aficionados cuando le contestó: “¿Qué puede hablar Macri? Cuidá tu club. Querés subir de gobernador, de intendente de la Capital... Tenés riqueza, plata, pero no te metás conmigo, eh. Te quiero mano a mano, sin abogados, sin diputados, sin senadores. Te tirás contra los argentinos. Y tenés que dar gracias de que naciste con plata y en la Argentina”.
Ahora se explica mejor por qué entrenadores como Marcelo Bielsa o Carlos Bianchi renuncian al máximo orgullo, el de conducir a la Selección. Dicen: “No”. Al menos, mientras esté bajo el control de Grondona.

(Artículo escrito por el periodista Carlos Ares y publicado en el diario "Página 12" del lunes 31 de Enero de 2005)

seguir leyendo...


Seré yo el que decida cuándo vuelvo a River.

(RAMÓN ÁNGEL DÍAZ, actual técnico de San Lorenzo de Almagro y ex jugador y técnico de River Plate, en diario "Clarín" de hoy 29/01/08)

seguir leyendo...


El Presidente del Sevilla es la segunda persona más importante del mundo, después del Papa.

(JOSÉ MARÍA DEL NIDO, Presidente del Sevilla, 2006)

seguir leyendo...


¿En las concentraciones eras de los tranquis o de los quilomberos?

De los jodones. La más pesada que hice casi termina en desgracia. Fue a Galíndez, el masajista de River. Era miedoso con las armas y yo tenía una pistola que usaba para tirar en el campo. Una noche me aseguré de que estaba descargada y lo empecé a joder, sabiendo que el Tano Gutiérrez estaba escondido con otra de cebita. Cuando le apunté, el Tano tiró con el suyo, acompañando mi movimiento con su sonido. Galíndez pensó que le había tirado en serio. Se puso blanco del cagazo, cayó desplomado, le subió la presión y tuvo que atenderlo el doctor Paladino.

(SERGIO JAVIER GOYCOCHEA, ex arquero argentino, recordando una broma pesada a Miguel Di Lorenzo "Galíndez", ex masajista de la Selección argentina, River y San Lorenzo, en revista "El Gráfico" de Octubre de 2002)

seguir leyendo...


Fue una jugada a la que llego tarde, Maradona aparece por un costado mío, yo iba barrido y no me puedo frenar. Lo agarré fuerte, pero hasta en eso hay que reconocer que Diego es grande. Aceptó las disculpas de muy buena manera, yo esperaba un insulto o que me dijera "me pegaste pelotudo". Me dijo: "sigue metiéndole que así está bueno el show".

(ALEJANDRO HISIS, jugador chileno, ex zaguero de Colo Colo y OFI de Grecia, relatando su sabroso diálogo con Diego Armando Maradona en un partido de showbol. Radio Cooperativa de Chile, 11/11/07)

seguir leyendo...

¿Por qué publicar cuentos para niños?


“Leyendo y leyendo va el niño aprendiendo, y sabio se va haciendo”.

Amigos de “Los cuentos de la pelota”: a partir de hoy, y como una forma de abarcar todas las edades en su relación con el mágico mundo de la pelota, comenzaré a publicar cuentos para niños.
Mucho podríamos hablar acerca de los beneficios de la lectura en los niños, pero como una forma de ser breve mencionaré:
1º Con la lectura es posible hacer madurar la mente de los niños, haciéndolos más libres y tolerantes.
2º Aumenta sus habilidades de escuchar, desarrolla en ellos su sentido crítico, aumenta la variedad de experiencias, y crea alternativas de diversión y placer.
3º Ayuda a despertar la imaginación y la creatividad, estimula la concentración, la inteligencia y la capacidad verbal.
4º Aprenden valores por medio de las historias.
5º La lectura permite acumular mayor cantidad de significado de vocabulario, ayudando al niño a cometer menos errores ortográficos en sus trabajos escolares.
Es probable que ningún niño haya accedido a esta página, por desconocimiento de la misma o por simple desinterés, por tal motivo, está en ustedes iniciarlos en el fascinante mundo de la lectura a través de estos cuentos de fútbol ¿hay algún vínculo mejor que este deporte para ello?
Humildemente, creo que no.
Espero sea esta una pequeña ayuda para acercar a vuestros hijos al maravilloso mundo de la lectura.


Un cordial saludo
Totonet

seguir leyendo...

El balón (Francisco Ponce Carrasco - España)


* Cuento infantil

Había un niño que le gustaba mucho jugar al fútbol y siempre que lo hacía le daba al balón con potencia en dirección a la portería, al tiempo que gritaba palabrotas. El balón al escucharlas daba un giro rápido tomando otra dirección y se salía por un lado o por arriba, pues no le gustaba la actitud del chico… así una y otra vez.
El muchacho un día se enfadó y dándole al balón, una patada muy fuerte, lo maldijo, enviándolo tan lejos que lo “encalo” entre las ramas de un árbol muy alto, mientras seguía profiriendo insultos.

Acertó a pasa por allí una paloma de blanco plumaje y vio al balón llorando, entonces le preguntó.

-¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?

El balón le contó lo mal educado que era su dueño y que no quería bajar de allí nunca.

El ave voló hasta donde estaba el niño, que continuaba soltando groserías, y le recriminó su mala urbanidad, luego le persuadió de que esa forma de actuar no era positiva y que si le prometía que no diría nunca mas esas barbaridades, subiría para convencer al balón, e intentar que bajara.

El joven se arrepintió y le aseguró que rectificaría.

De nuevo la paloma voló a lo alto del árbol y se lo comunicó al balón, quien accedió; la paloma lo fue empujando hasta que cayó en las manos del jovencito.

Desde entonces el balón entraba recto a la portería y el jugador marcaba muchos goles, que lo hicieron muy famoso como futbolista.

Si somos capaces de tener respeto hacia los demás, no blasfemamos ni nos mostramos maleducados, se pueden conseguir muchas cosas en la vida.

Según Pitágoras: Educar a los niños y no será necesario castigar a los hombres.

(Un sincero agradecimiento a Francisco Ponce Carrasco por su generosidad al autorizarme a la publicación de este cuento)

seguir leyendo...


Siempre me pongo primero mi bota derecha. Y luego, obviamente, mi calcetín izquierdo.

(BARRY VENISON, jugador británico)

seguir leyendo...

El visitante (Elvio Gandolfo - Argentina)


El auto hizo un rulo de una cuadra, para después tomar por Cafferata. Manejaba mi hermano Carlos. Yo iba al lado. Atrás venía Mario. Los dos me habían llevado hasta la estación, a sacar pasaje para Retiro, al otro día. Era de noche, y la zona entera respiraba, entre aire y oscuridad y luces eléctricas, después del calor y el sol del día. Cuando llegó a Córdoba, mi hermano dobló, hacia el centro. Era un coche bastante amplio, cómodo, donde uno podía, por ejemplo, acomodar el codo con tranquilidad sobre el borde de la ventanilla, y echar el otro brazo por sobre el respaldo del asiento, sin molestar.

Sobre la izquierda iban desfilando los elementos absurdos del baldío inmenso en que se convirtieron los viejos terrenos del ferrocarril: estatuas de plaza arrumbadas, todas juntas, una especie de laguito. Ya hacia el fin se veía el perfil de la colorida y gigantesca estructura de hojalata (al menos eso parecía) cuyo escultor (por así llamarle) la había, desde luego, regalado a la ciudad.

Sobre el costado derecho, empezó a desfilar un murito bajo pintado de blanco, detrás del cual se veían canchas deportivas. Era uno de esos múltiples trozos de la ciudad que están idénticos a cuando yo vivía allí, hace más de veinte años. Sonriendo, mi hermano Carlos lo señaló con la cabeza. Íbamos despacio, con una serena marcha de paseo en la noche.

-¿Sabés que pasó aquí? -dijo-.

-No -le contesté-.

Mi hermano Carlos, con la voz levemente gangosa, tranquilo como la marcha del coche, hizo un movimiento de cabeza hacia atrás:

-Contále, Mario -dijo-, como si fuera un mafioso que da una breve orden a otro, para que hable de asuntos de la Familia.

La voz de mi hermano Mario, atrás, casi recostado a lo largo del asiento trasero, llegó con la precisión y la calma informativa de un documental del National Geographic:

-Acá se jugó el primer clásico -dijo-, mientras se acercaba el final del murito blanco. Que pareció sin embargo seguir desfilando, empalmado en la voz de mi hermano Mario, que me contaba cómo había ganado Ñuls, quién había hecho el gol, en qué minuto de qué tiempo.

* * *


En mi familia somos todos de Ñuls. Somos seis hermanos y hermanas, y la verdad es que desconozco sí alguno o alguna no piensan lo que yo pensaba hasta hace algunos años. Cuando en cualquiera de las tres ciudades que más he frecuentado, incluida Rosario, me preguntaban de qué cuadro era, decía: “De Ñuls”, o “De Ñúbel”, para después aclarar:

-Lo que pasa que en mi familia son todos de Ñúbel, y para no armar todavía más lío en los almuerzos, yo también.

Ñúbel es uno de los dos cuadros grandes de Rosario, El otro, con el que jugó aquel primer clásico detrás del murito, es Rosario Central. Astuto, el que bautizó el cuadro. Porque en realidad Ñúbel se llama Newell's Old Boys, en inglés, abreviable a Ñúbel, o Ñuls. Mientras que el otro, que seguirá siendo el otro a lo largo de esto que estoy contando, eligió el nombre de la propia ciudad y le agregó ese “Central” que no cuesta asociar (a esta altura ya reconozco plenamente que soy de Ñuls, no sólo para no armar lío en los almuerzos) con un intento de ganar por adelantado, antes de salir a la cancha. A esta altura tampoco me cuesta nada menear la cabeza y agregar, mental o verbalmente: “Así son ellos”.

A los de Ñuls nos dicen “leprosos”. A los de Central, “canallas”. Cada hinchada lleva con orgullo la palabra. El origen, no sé si anterior o posterior al primer clásico, fue el pedido de un leprosario, para que los dos equipos jugaran un amistoso en pro de la institución. Los de Ñuls, los “leprosos” desde entonces, aceptaron. Los de Central, “canallas”, no.



* * *


No recuerdo con ninguna precisión cuándo empecé a pensar que soy de Ñúbel, y que no sólo lo soy para no armar líos (siendo canalla, o de Boca, o de Peñarol) en los almuerzos familiares.

A lo mejor fue la ropa. Porque de hecho detesto los colores azul y amarillo huevo, en lo cual incluyo, desde luego, a Boca. Salvo que estén en su lugar: un cartelón, un parque de diversiones, algún circo. Pero sin necesidad de pasar el eje por el fútbol, una vez que pude comprarme la ropa eligiéndola yo (algo no tan lejano como podría creerse, por cuestiones que van desde el nivel socioeconómico hasta la edad), descubría, al principio sin entender, que cuando llegaba ahora de visita a Rosario, sin vivir allí, mis hermanos me trataban con insólita deferencia. Murmuraban con una sonrisa de placer, por ejemplo: “Muy bien, muy bien”. O alzaban un poco un puño y decían: “Arriba, Elvio”. Al principio creía que era el corte, la elegancia, incluso (a tal punto llegaba mi despiste) la “percha”.

Un día directamente le pregunté, no sé si a Carlos o Mario, por qué se sonreía. Se limitó a señalar el pantalón negro, el saco negro, la remera roja. “Los colores que deben ser”, dijo, sonriendo todavía más. Cuando regresé a Buenos Aires, me di cuenta, retrospectivamente, que siempre, cuando había elegido, elegí o camisas multicolores, de diseño entreverado o, en caso de color liso, el rojo y el negro.

Habría aquí otra posibilidad. Siendo mi padre tipógrafo, y su propio padre naturista, y todos nosotros, de alguna manera, lejana o cercana, imprenteros, la elección podría ser, ancestralmente, la de los colores anarquistas. No veo la contradicción. No veo por qué no hay una línea que viene desde hace siglos, haciéndome elegir esos colores, y otra, más cercana, que sin embargo no se mezcla, haciéndomelos elegir, impensadamente, como colores de Ñul.

Además están las asociaciones. Sería terriblemente largo de explicar, pero los cuatro o cinco cambios importantes de mi vida tuvieron que ver con la sangre (desde un espectacular accidente en una bicicleta, hasta una hemorragia nasal: vamos a no exagerar). Me gusta la noche, incluso cerrada. Pido la ensalada sin huevo, en general. El color azul del cielo me gusta mucho, pero aprendí que es casi imposible reproducirlo fuera del cielo mismo, sobre todo en una camiseta de fútbol o en una bandera.

Incluso en mi área, la literaria, seguramente no habría ni siquiera abierto un libro de Stendhal que se llamara El azul y el amarillo. De sólo escribirlo, se me eriza la piel ante semejante muestra (imaginaria) de mal gusto.



* * *


Honestamente, veo poquísimo fútbol. Por una razón simple: me gusta ver buenos partidos. Por desgracia, al menos en mi vida de espectador, la mayoría de los partidos son cuestiones increíblemente chauchonas, donde un equipo parece competir con el otro en la elección de una estrategia impecable destinada a no ofrecer ni emoción, ni goles, ni pases, ni gambetas, aunque a veces sí mucha mala onda.

La idea de ver, a lo largo de años, todos esos partidos inclasificables (no son de primera, de segunda, ni de tercera: son nada) me resulta intolerable. Pero como estuve yendo de visita en los últimos dos o tres años con frecuencia a Rosario, y pude ir viendo a y hablando con mis dos hermanos que siguen allí, entendí que a ellos no sólo no los haga sufrir, sino que desplieguen entrecruzamientos temáticos múltiples (el estado de las finanzas del club, el probable homosexualismo de un jugador que pateó a la luna en vez del arco, el historial monstruoso del referí, los vínculos laberínticos que unen los dirigentes al más deteriorado menemismo) a partir de jugadas tan aburridas como chupar un carozo de durazno durante ocho horas.



* * *


Además he jugado poquísimo fútbol. De todos los deportes, de chico practiqué el basket. Hubo una vez, sin embargo, cuando uno ya ha superado las grandes y putas barreras, o ha quedado aplastado definitivamente por ellas (a eso de los 30, de los 35), cuando uno ya dice “ma' sí”, en que jugué un partidito. Éramos el personal de un semanario, bajo el cielo gris de una estancia muy abandonada, cerca de Pan de Azúcar, en Uruguay. Esperábamos un lechón a las brasas que traerían de otro lado, y hablaron de hacer un partidito. Me sentí muy tentado de abrirme: excedido de peso, con lentes. Pero había cargadas, pullas como diría un español, así que me arremangué las botamangas, me saqué los lentes y los dejé en otra parte y empecé a correr. Para mí ver el mundo borroso siempre tiene algo de maravilla, de descanso. Creo que justamente ver como borrones tanto a los compañeros como los contrarios, me hizo gambetear milagrosamente, aprovechar la fabulosa panza y torpeza del arquero, y meter un gol.



* * *


Cuando uno camina por Oroño en el Parque Independencia, no hay ningún otro sitio de la ciudad, ni tal vez tampoco del mundo, que se le parezca. Sobre todo un par de horas después del atardecer, con los árboles muy grandes que se pierden hacía arriba, y el plano liso y enorme del macadam negro, con poco tráfico y, a veces, como aquella noche, un par de tipos más que, como nosotros, caminaban con ese caminar rápido, enérgico con que uno camina cuando empieza a acercarse a la estatua de Belgrano que corta el plano negro de alquitrán, o sea al laguito, y reconoce, como reconoció Mario, quiénes son los que van adelante, como apurados, pero porque sí, imposibles de alcanzar.

-Mirá, mirá, Rodríguez -dijo, reconociéndolo-. Es un fanático de Ñúbel -dijo, con un tono como de admiración pero con un matiz de humor-. Iba siempre a las prácticas, pero terminaron por prohibírselo. Porque se calentaba cuando los jugadores jugaban mal, o no rendían, y los agarraba a trompadas.

¿Y si fuera otro? ¿Si fuera de los otros? ¿Si fuera canalla, de Central? Pero no: imposible, hay muchas cosas aparte de los colores. Hay toda una constelación de cosas para mí inaceptables y que deben de ser, calculo, admirables para ellos, para los otros. Como, por ejemplo, convencer a alguien desde la cuna, blandito por así llamarle, de que se haga canalla. Como, por ejemplo, aquella bellísima mujer que, sin mucha convicción me dijo que era de Central, y después me aclaró que era porque un electricista canalla que había ido a arreglar una instalación a la casa, la había meloneado de chiquita día tras día, hasta convencerla. Y no pude dejar de sentir una levísima tristeza por ella. O aquel abuelo calabrés que en el lecho de muerte, instantes antes de estirar la pata, se había aferrado al brazo de una nieta y le había dicho que él sólo podía partir tranquilo, libre, si se iba sabiendo que su nieta, ya para siempre, era de Central. Ante incontables anécdotas de esa índole mis hermanos y yo solemos menear la cabeza disconformes, casi como si no hiciera falta explicar nada más pan dejar en claro por qué ellos, los otros, son de Central, y nosotros de Ñuls.



* * *


A todo esto, siendo de Ñúbel, ¿vi muchos partidos de Ñúbel ahí, en la cancha, y no por televisión? No demasiados, pero en la mejor época, la del Profeta, la del loco Bielsa, la época que cambió al cuadro y que lo transformó en un equivalente del Ayatollah Jomeini para el Sha y los yanquis, es decir para Central y sus hinchas. Cuando se dieron vuelta las hinchadas, cuando, según un sociólogo de Ñuls, las masas de pobres que vinieron del Norte a trabajar en el boom de la construcción de Rosario terminaron por ser de Ñúbel por el sutil rechazo de los canallas, demasiado oriundos, demasiado rosarinos. Cuando empezó a haber dos barras bravas.

Era una semifinal y el loco Bielsa, como hacía siempre, gritaba desde el costado de la cancha. Y había tanta gente que en muchos momentos, en un partido que no fue nada del otro mundo, la punta de mis pies dejaba de tocar el suelo y era alzado, levantado, apretado, comprimido, por la multitud. Y el loco seguía gritando hasta que, como pasaba casi siempre, el réferi lo echó, ordenó que el loco se fuera de la cancha y se dejara de gritar. Y el Profeta obedeció aparentemente y se fue al túnel, pero no bien había desaparecido cuando sólo su cabeza se asomó por sobre la línea horizontal de entrada y allí, como un dibujo animado, haciendo esfuerzos por no agitar los brazos y hacerse demasiado notorio, siguió gritando, marcando, ordenando.



* * *


Desde hace años, como corresponde, el Profeta vive en el exilio, no en su tierra, en su ciudad. Y allí, además de tomar a otro cuadro y llevarlo hacia arriba, pudo al fin conocer la calma, sentir que se le aflojaba un poco la tensión permanente que tenía en el hígado, concretamente como si un zorro se lo estuviera royendo todo el tiempo, por el destino de Ñuls. Como un mordisco, un roer constante, imparable, sin dejarlo dormir, y él por lo tanto sin dejar dormir, ni comer, ni respirar a nadie con tal de presionar y ganar y meter el gol y ocupar terreno todo el tiempo. Estudiando al contrario como un mecánico estudia una máquina, tornillo por tornillo, y cómo se combinan, y cómo mueven un brazo, y un engranaje y una rueda, para trancarla, para pararla, para ganar.



* * *


Los años pasan, las cosas se desvían para acá, para allá. Fui o vine seguido a Rosario durante los dos últimos años, conversé, hablamos de Ñúbel con mis hermanos. Cuando les leí las primeras páginas de esto, todo era indetenible: el conocimiento de los matices, de los nombres, de las épocas, de las capas geológicas envolvía las escasas páginas como innumerables frazadas, tules, enriqueciéndolas, aumentando el volumen, matizando, reconociendo errores, goles en contra, épocas nefastas, dirigentes carcomidos hasta la médula, y victorias, brillos, goces estentóreos o silenciosos, disfrutados en el recato mimoso de la victoria aplastante. Como los años pasan, y las cosas se desvían, bien podría dejar de venir, así como un día empecé a venir más y por lo tanto a empaparme, sin dejar de ser un visitante. Por ahora lo que registro es esto, acepto las cosas que llegan y las que se van, sin que las que desaparecen formen un pesado manto sobre las nuevas. No siento ese sufrimiento espantoso, terrible que a veces carcome las mejillas de los canallas cuando pierden, sobre todo con nosotros. Esas ocasiones en que quedan con los bigotes lacios, ferruginosos, caídos, amargados hasta la médula, destruidos por un dolor sordo, ceniciento, tal vez el rasgo que más les he admirado siempre. Esa cosa sufrida hasta el hueso, opaca, esperando de nuevo el triunfo, la alegría bárbara de derrotar al otro, a Ñúbel. Más que el triunfo en sí, la necesidad de que exista Ñúbel, y no cualquier otro cuadro. A tal punto que cabría preguntarse si existiría Central en caso de no existir los leprosos como desafío, como camorra de una forma de vida y de pensar tan distinta, una vida que incluye la posibilidad de existir sin Central. La necesidad de que existamos para existir ellos, para que estén siempre las ganas de la derrota nuestra más que las del triunfo a secas, con cualquier otro cuadro. El placer, por ejemplo, de imaginar aquella vieja película de Maradona jugando de pibe, amasándola, moviéndola, acariciándola, alegre, con una camiseta de Ñúbel, aplicada con computadora, sin falsificar demasiado las cosas, porque el rojo y el negro lo estaban esperando lejos, sin presionar, sin insistir demasiado, más allá de años y desvíos.

(Mi agradecimiento al maestro Elvio Gandolfo, por permitirme publicar este cuento incluido en el libro “Cuentos de fútbol argentino” -Alfaguara-)

seguir leyendo...


Cuando ví esa obra maestra fue la única vez en mi carrera que tuve ganas de aplaudir a un jugador rival.

(GARY LINEKER, ex futbolista inglés, opinando sobre el mejor gol de la historia de los Mundiales, en México 1986, revista "Gente" del 14/03/06, pág. 38)

seguir leyendo...


El fútbol ha sido objeto de desprecio por parte de los intelectuales desde siempre. Yo escribí "El fútbol a sol y sombra" para ayudar a la conversión de los paganos, a los que desprecian la pelota y a los que desconfían de los libros. Afortunadamente, desde hace ya algún tiempo somos unos cuantos los que andamos en eso. A la larga, esperamos, los intelectuales y los hinchas terminarán por aceptar que el fútbol es una expresión de identidad cultural, en casi todo el mundo y sobre todo en estos países nuestros, donde el fútbol es la única religión que no tiene ateos. Dime cómo juegas y te diré quién eres.

(EDUARDO GALEANO, escritor uruguayo)

seguir leyendo...


El partido es como cuando vas a bañarte y cuando sales otro se ha puesto tu ropa.

(MICHEL, ex jugador del Real Madrid, actualmente comentarista de programas de TV)

seguir leyendo...

La bomba darsenera (Tomás Cortés - Uruguay)


La hinchada del viejo River
vive una alegría sin par
porque su cuadro querido
sigue su marcha triunfal
y en los partidos
la alegría es sin igual
y los hinchas Darseneros
entonan este cantar.

Qué bomba señores, qué bomba es River Plate
jugando la globa, siempre cortita y al pié.

Es una bola corrida
los siete días de la semana
que cuadrazo tiene River
que nunca pierde, y que siempre gana
y con fútbol de alta escuela
primero los de la Aduana.

Oué bomba señores, qué bomba es River Plate
jugando la globa, siempre cortita y al pié.

Una moña una cortada
y la pelota que está en la red
y triunfan los Darseneros
qloria genuina del balompié
este año no hay quien pueda
con el viejo River Plate.

Oué bomba señores, qué bomba es River Plate
jugando la globa, siempre cortita y al pié.

seguir leyendo...


–¿Cuál es el secreto de sus equipos?

–Yo creo que soy un entrenador simple. No complico las cosas. Jugué al fútbol antes que ellos y trato de no complicarle la vida al jugador. Sólo le pido que cumpla con lo que le explico, que no es nada que no pueda hacer. El sistema de juego lo hago yo. La personalidad del equipo la doy yo. Yo creo que cualquiera que vea jugar a mi equipo se da cuenta enseguida de que lo dirijo yo. Mis equipos tienen Características puntuales. Me atengo a los jugadores con los que cuento y a las necesidades del equipo en cada momento.

–¿No es de los que planifican partido por partido?

–No, no... Tampoco según el adversario. A mí me gusta que el equipo tenga determinadas características y juegue como yo quiero contra quien sea. Quiero que se parezca a lo que yo era como jugador. Por eso les digo siempre: “Yo puedo aceptar cualquier cosa, que jueguen bien o mal, que sean un desastre; pero nunca les voy a aceptar que no dejen todo dentro de un campo de juego”. Ellos comprenden muy bien que, si no lo dan todo, conmigo están en falta. Eso es lo que yo llamo actitud. Usted puede jugar bien o mal, pero el equipo dentro del campo de juego tiene que tener una actitud positiva, tiene que ir a buscar el partido, aunque se presente un día en que no esté jugando bien o que el adversario lo supere, porque eso puede pasar. Pero en la cancha hay que intentar por todos los medios jugar el partido de igual a igual.

–¿Debe el equipo transmitir la personalidad del entrenador?

–Cada uno piensa como quiere... Yo, una vez, escuché decir a un entrenador italiano que estaba tranquilo cuando su equipo no tenía la pelota. ¿Cómo? Yo quiero tener la pelota los 90 minutos si es posible. Ahí estoy tranquilo. Si la tengo yo, el rival no juega, no me puede hacer ningún gol.

(CARLOS BIANCHI, técnico argentino, brindando su opinión al diario "Página 12" del martes 16 de Diciembre de 2003)

seguir leyendo...


Jamás renunciaré al derecho y al placer de soñar con el fútbol: por fidelidad a la infancia y por fidelidad al orgullo inexplicable de ser brasileño.

(PAULO MENDES CAMPOS, poeta y cronista brasileño)

seguir leyendo...


La mejor forma de frenar a Ronaldinho es a patadas, hay que dejarle claro que estás ahí.

(JOHN TERRY, futbolista inglés, previo a un Chelsea-Barcelona, Febrero 2006)

seguir leyendo...


Antes de morirme me haré del Milán. Así se morirá uno de ellos.

(GIUSEPPE "Peppino PRISCO, (1921-2001) ex-directivo del Inter)

seguir leyendo...


Después del partido contra Inglaterra fuimos a la recepción para los eliminados en el Palacio. Nos pusimos todos en fila, uniformados.
Al lado del "Mono" Mas había una mujer bajita, medio vieja y muy fea. Como estaba en silencio, el "Mono" le dijo seriamente cara a cara: ¡Qué horrible sos!. La mujer lo miró y le contestó: ´Y vos muy lindo no sos que digamos`. Era la traductora que nos tocaba para la ceremonia. Mas se fue al baño. La fila se deshizo. Estuvimos diez minutos tirados en el suelo de la risa.

(ANTONIO UBALDO RATTÍN, ex jugador argentino, a pocos días de regresar con la Selección argentina que disputó el Mundial de 1966)

seguir leyendo...


La Historia argentina tiene una deuda con el fútbol. Faltan ensayos, muchos trabajos que lleguen masivamente al público: el movimiento obrero, las asociaciones de barrios, el impacto inmigratorio, entre otros, y, obvio, el fútbol, su influencia en la sociedad. Y en eso, fijate, yo le veo una conexión con la literatura.

—¿Por?

—Porque los cuentos de fútbol tardaron mucho en imponerse, y tal vez con el fútbol como elemento de estudio social pase lo mismo. Este fútbol, el de hoy, ha revisitado el mismo camino de la clase media trabajadora que tuvo el país. Los ricos allá, ganando, mientras los pobres sólo miran.
River, Boca y el resto. Mirá el reparto de la televisión. Y te hablo como hincha de Independiente, o sea: desde la clase media empobrecida.
¿Te imaginás, hoy, a Estudiantes tres veces campeón de la Libertadores? El mundo de privilegiados y excluidos también llegó al fútbol. ¿Ferro, Quilmes y Argentinos campeones en menos de diez años? Los multimedios tendrían que pegarse un tiro en las bolas.


—¿Por qué, entonces, la pasión igual aumenta?

—Porque este país perdió muchísimos signos de identidad. En la época de mi viejo había un montón de palenques a los cuales atarte: la identidad política era muy fuerte, los laburos te duraban décadas, hasta el colectivo que te tomabas era siempre el mismo. Los barrios se emparentaban con una fábrica, también, o la familia, que era más consistente. A un pibe de hoy ¿qué le queda de eso? Nada. Entonces se aferra a un color. A la camiseta.

(EDUARDO SACHERI, escritor argentino, en declaraciones al diario "Olé" del 02/09/07)

seguir leyendo...


Tengo el mayor orgullo de jugar en la tierra donde Cristo nació.

(CLAUDIOMIRO, ex jugador del Internacional de Porto Alegre, al llegar a Belém do Pará, norte de Brasil, para disputar un partido contra Paysandú por el Brasileirao de 1972)

seguir leyendo...

El árbitro, entre el odio y la necesidad


El árbitro comúnmente, se nos ha presentado como ese ser malvado, arbitrario, e injusto; al cual muchas veces se le recarga la culpabilidad de la derrota de algún equipo; este siempre acierta en las decisiones que nos favorecen, pero en el momento que ejerce la ley en nuestra contra, es abucheado, chiflado, y siempre se le recuerda su "pobre madre".
El árbitro es símbolo de autoridad, de ley, de rectitud; por lo tanto, muchas veces va a actuar, defendiendo unos intereses, pero castigando a otros. El árbitro, se ha tomado como "la figura mala del partido", incluso se ha interpretado el color de su vestimenta, como signo de luto, muchos se preguntarán, ¿luto por quién?, es luto por él mismo, por su "desdichada" suerte de ser árbitro.
Sin embargo, muy pocos se han atrevido a reflexionar acerca de la importancia del árbitro en el fútbol, ese ser que siempre es abucheado, chiflado y hasta insultado, incluso antes de que salte a la cancha, es parte fundamental de este deporte, este en gran medida es el que controla y regula el partido en sí, es el que condiciona los ánimos de los jugadores, es quien previene y castiga; sin él los partidos serian diferentes, el tiempo lúdico encuentra una vía de conexión con el tiempo real a través de este personaje; el árbitro, con sus implementos básicos, como las tarjetas, y fundamentalmente el pito, es la persona que con un solo silbido, da el empujón definitivo para que el paso del mundo y el tiempo real, a un mundo y tiempo "irreal" comience; permitiendo la sustracción de la realidad y reincorporación a ésta.
El odio que se demuestra hacia el árbitro podría corresponder al hecho de que este es quien ejerce la norma, la ley, el castigo, la represión, etc., factores estos que pertenecen netamente al mundo de lo real, de lo cotidiano, de lo productivo, del afuera del estadio; mundo este que se pretende dejar atrás de la entrada al mismo.
El estadio como tal, podría entenderse como ese espacio físico, "sacralizado" dentro del cual se puede observar una gran cantidad de comportamientos, representaciones, simbologías y actos particulares en general, de las personas que a él acuden, actos estos que en la vida cotidiana o en cualquier lugar no son permitidos hacer ni se harían, esto nos remite entonces a pensar el estadio como un espacio donde lo "real" queda "aplazado" o interrumpido durante cierto intervalo de tiempo; podría entonces decirse que "La adhesión al fútbol, es una forma de evasión que atenta contra el acatamiento de la realidad y aleja al hincha del interés por las urgencias políticas y económicas que la realidad le reclama". En el afán de escapar de esa realidad política, económica, social, e ideológica, los hinchas acuden al estadio para apoyar a un equipo en particular, sin embargo lo que sucede en ese espacio, aparte del apoyo al equipo, gira alrededor de poder hacer lo que comúnmente no se hace, o como lo dice Roger Caillois a "actuar como sí" donde ese "actuar como sí" se ve reflejado en el hecho de hacer lo que no se es, de hacer lo "prohibido"; además estas condiciones hacen que el estadio igualmente se considere como un lugar de ocio, entendiendo este como el momento externo a lo productivo, al trabajo, a las obligaciones políticas o económicas, las cuales quedan relegadas al mundo del trabajo y de la obligatoriedad, donde el individuo busca ese elemento "faltante" para nivelarse emocional y físicamente, el cual en el mundo productivo no encuentra.
Esta búsqueda de esa nivelación, hace que ese "actuar como sí" se remita específicamente al mundo de lo lúdico o a un mundo "irreal", el cual podría ser el estadio, y el fútbol como tal, sin embargo de acuerdo a la búsqueda insaciable y necesaria de ese nivel optimo de relax, de ocio, se pretende que este esté marcado por permitir "el todo" de una manera tal que resulta incluso peligrosa, en la medida de que la búsqueda de la libertad, del esparcimiento y del permiso de hacer lo que en la "realidad" no se puede hacer, puede causar al mismo tiempo que esa ansiada y aheleada libertad se convierta en caos y desorden, y es precisamente en este punto donde el árbitro se encuentra en el dilema del odio y la necesidad del mismo, ya que durante esa experiencia de noventa minutos que dura un partido de fútbol, y que se puede ver como un momento sublime y propio para que la expresión del mundo de lo lúdico, lo no productivo, y lo "irreal" cobre mayor importancia y actuación, el papel o puesta en escena de estos factores, no va a ser completo, en el sentido de que el árbitro como representante de la ley, la norma, aspectos políticos, económicos y otros antes mentados, propios del mundo de "afuera" de lo "real", de lo productivo, están representados por este y traspasan las puertas del estadio para comenzar a interactuar en el mismo juego, donde supuestamente lo no productivo o "irreal" cobraría toda su fuerza.
Así pues, podemos ver como el árbitro se comporta como ese conector que no permite una desconexión completa con el mundo real o productivo; esto me llevaría a pensar y a analizar como durante un partido de fútbol, las agresiones verbales y en algunos casos físicas que le hacen a los árbitros, lo que están reflejando en si es el odio por no permitir que el ocio, la lúdica, lo "improductivo" y lo "irreal" se manifiesten en un cien por ciento, ya que siempre falta ese uno por ciento para completarse, y ese uno por ciento, sería el que establecería la diferencia entre un desligamiento completo de "la realidad" y un reconocimiento de un espacio como tal donde se puede actuar "como sí" pero con una conexión o un enlace entre lo productivo y lo improductivo.
A modo de comentario final y como reflexión a examinar las verdaderas significaciones y funciones que en el transcurso de la historia se le han dado a las cosas y a algunos individuos, quisiera presentar como Eduardo Galeano se refiere al árbitro, como un ser abominable, tirana, injusto, odiado, pero al final de cuentas necesario para el desarrollo del deporte del fútbol como tal.
"El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los Jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Solo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón s persigna antes de entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge.
Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia se le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo todo el público recuerda su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan.
Durante más de un siglo el árbitro se vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores."

Quedaría abierta la discusión acerca de analizar el papel del árbitro en las dinámicas no solo del juego o deporte del fútbol, sino igualmente de los "árbitros" que en el orden de las dinámicas políticas, económicas, ideológicas, y otras propias del mundo social giran igualmente entre el odio y la necesidad, para basados en la teoría de los análisis de las dicotomías podamos ir interpretando las culturas en todos sus aspectos, los simbólicos, físicos, reales, irreales, culturales, etc.


Juan Fernando Rivera Gómez
Antropólogo - Universidad de Antioquia, Medellín

seguir leyendo...


Hay jugadores que nacen con un don. No es mi caso.

(JAVIER MASCHERANO, futbolista argentino, en declaraciones a la revista "Viva" del 19/12/04, pág. 96)

seguir leyendo...

0

-¿En Chile usted parece que dejó de ser extranjero?

Es nunca me he sentido así, los chilenos me han hecho sentir uno más, tengo muy buenos amigos, de grandes charlas. Todo acá nos hace estar muy cómodos mi familia y yo. Mi hijo Filippo (11), que es rancagüino, el único chileno de los cuatro... Lo peor es que me salió antiargentino el webón, me lanza todos los dichos de acá, es muy agudo.

-Hay quien lo acusa de vendedor de humo...

Yo no vendo humo. Lo que hago es hablar y discutir de fútbol, que es lo que me gusta hacer tomándome un café, un trago, fumando un cigarro o como sea. Para mí decir que alguien vende humo sí es una falta de respeto, y yo siento que dar una apreciación futbolística no es faltarle el respeto a nadie.
¿Qué tiene de malo decir si alguien juega bien o mal? Es que como me contaba mi viejo, de sexo y de fútbol todos hablamos, porque nos creemos buenos.


(CLAUDIO "Bichi" BORGHI, técnico del Colo Colo, a comienzos de 2006 en el diario chileno "La Cuarta")

seguir leyendo...


Maneja la pelota con la zurda mejor que yo con la mano.

(FERENC PUSKAS, célebre jugador húngaro, opinando sobre Alfredo Di Stéfano)

seguir leyendo...

Historias de un abuelo (Fátima Zulátegui - España)

 

Sevilla, 2 de Febrero de 1937.

Estaba más triste que nunca. Con un frío que superaba al abrigo y se calaba en los huesos, yo corría entre caras pálidas, pobreza y hambre.
La ciudad había perdido su color, estaba bañada de un gris apagado que expulsaba desdichas gritando que cualquier tiempo pasado, fue mejor.
Yo, soldado de las tropas nacionalistas no por devoción, me dirigía a la calle Francos número 6 a la búsqueda de un chivatazo. Decían que en aquella casa se estaba fabricando propaganda republicana y teníamos orden de búsqueda, captura y muerte.
Una mujer me observaba por la calle pidiendo ayuda con los ojos, mostrando el cuerpo de su hijo desnudo tiritando y agarrado a su madre sin entender nada, sólo lloraba.
Sólo lloraba.
La casa era un edificio de tres plantas, subí las escaleras corriendo, como si estuviera huyendo de la conciencia que tanto me atormentaba…
Mi general me dio orden de tirar la puerta abajo.
A pesar del silencio requerido intenté hacer todo el ruido posible para que notaran nuestra presencia. No quería manchar mis manos de nuevo por algo que ni yo entendía.

A mi padre no le habían dejado elegir. Teníamos una tienda; una acogedora panadería en la calle Pureza, rozando a la iglesia de mi Esperanza. La Virgen a la que no me volvería atrever a mirar a la cara. A la que tanto me había llevado mi padre, y yo tanto me había enamorado. No tenía valor para volver y que viera en lo que me convertido.
Un asesino.

La puerta cayó como mi alma caía en picado en el reino de Hades.
Había mucha gente en la casa; dos o tres familias. Se oían gritos desesperados, gritos de muerte, llantos de pérdida, angustia, mucha angustia.
Nos desplegamos según las instrucciones. Yo me dirigí a una habitación. La puerta crujía y una bruma de polvo me nubló la vista.
En el centro, una cama cubierta de una manta azul y bajo la luz de la ventana una mesa corroída con lápices de colores desparramados. Era el cuarto de un niño.
Mis pasos respiraban venganza y mi corazón mostraba vergüenza. Sentía el hastío de mi respiración, vaga, confusa y turbia martilleando mi alma que cada vez pesaba más.

Miré detrás de la puerta, nada. Debajo de la cama, nada. Estaba vacía.
Me di la vuelta y pobre de mi oído cuando oyó un sonido de terror cautivo dentro del armario. Detrás de esa puerta había alguien. Me acerqué a ella rezando… por no encontrarme a nadie dentro.
Inocente de mí.
Allí, empotrados contra la pared, me encontré con cuatro ojos mirándome entregados al miedo, rojos de horror aguantado la mínima lágrima que pudiera hacer ruido.
Un padre aguantaba a su hijo delante de él, silenciándole la boca.
Tuve un diálogo con su alma. Me pedía piedad, me pedía vivir, me pedía que dejara seguir respirando a lo que más quería.
Su hijo miraba hacia arriba inmóvil, con esos ojos.
Qué ojos.
Azules intensos, dando luz a tanta oscuridad. Plenos de inocencia, de asombro, de miedo, de comprender nada. Sólo comprendía que tenía miedo.
Agarrando a su padre como si la misma vida fuese, en su mano tenía un cuaderno y en la otra un lápiz rojo. No le había dejado su padre ni dejarlo en la mesa.

No pude evitar mirar el dibujo. Un escudo.
Al mirarlo sentí mi corazón arder de melancolía… mi memoria me había alcanzado.
Me vino a la mente imágenes de mi niñez, de mi padre, cuando entre cliente y cliente me decía: Jesús, tiene once, once barras…
Sentí una tarde de domingo, sentí ese sol abrasador acariciando mi piel. Sentí un grito, un abrazo, un gol, un “uy”, un vamos, un sentimiento, un equipo, mi equipo.
Sentí los colores de Sevilla. Sentí de nuevo felicidad, amor, cariño. Sentí a mi Esperanza haciéndome soñar con esos ojos marrones penetrantes rogándome valentía.

Los pasos firmes del pasillo me hicieron regresar a la realidad.
Miré al padre y me leyó la mirada. No pudo reprimirse y la lágrima más pura de agradecimiento se escapó.
Miré al niño, al escudo y cerré la puerta.
Una voz fría como el hielo me hizo girarme: ¡Gutiérrez! ¿Hay alguno aquí?
“No señor, no hay nadie”

—–o—–

Pasó tiempo, mucho tiempo hasta que el sol volviese a pasearse por aquí. Ya entonces Sevilla volvía a ser Sevilla. El azahar se encargaba de perfumarla cada día, el río la acompañaba y la Giralda la vigilaba. Yo, sin molestarla, la observaba. Se estaba poniendo guapa.
Había derbi.

Cogí mi bandera casi tan vieja como yo y con mi nieto, nos fuimos los tres a soñar.
El respirar de mi pecho jadeante, ahincando el paso con el cuerpo hacia delante, vencido y apoyado sobre un bastón notaba como los años no pasan en balde.
Le mandé a comprar un paquete de pipas mientras yo iba adelantando. Poco duraría mi equilibrio al venir un muchacho tocándome lo justo para perderlo. Ya me veía yo viendo mi derbi vestido de marrón cuando unos brazos me agarraron con fuerza. Agradecido, me di la vuelta cuando…

...esos ojos...

Eran esos ojos, los que nunca olvidé, esos ojos azules como el mar, a los que un día les regalé vida.
Él, ignorante, me sonreía ante mi mirada asombrada de saber que le había vuelto a encontrar. Y sin buscarlo.
No supo que era yo, pero yo sí sé quién era él y acariciándole el brazo sin dejar de ver esos ojos intactos al tiempo comprendí todo lo que había regalado aquel 2 de Febrero de 1937.

Posted by Picasa

seguir leyendo...


Espejo de las sociedades, el fútbol cuenta con toda clase de testigos dispuestos a desentrañar los beneficios y vilezas que desata.

(JUAN VILLORO, escritor mexicano)

seguir leyendo...


Una vez un periodista de TV me dijo que le gustaría hacer un programa en el que me acompañaran a la cancha. Ni en pedo, qué me van a venir a romper las pelotas cuando estoy preocupado con el partido. A la cancha no hay que ir ni con un chico ni con la novia. Atendés una cosa o la otra.

(ROBERTO FONTANARROSA, recordado dibujante y escritor argentino, reconocido hincha de Rosario Central, opinando en el diario "Página 12" del miércoles 17 de Noviembre de 2004)

seguir leyendo...


Un campeón como él, es fácil de dirigir y llevar, sobre todo en un campo de juego. Cuanto mejor es, más fácil es hacerle entender lo que se espera de él.

(OTTAVIO BIANCHI, ex entrenador del Nápoli, definía de esta manera a Diego Armando Maradona, en un artículo escrito por él mismo, para la revista italiana "Super Gol", del mes de Junio de 1987)

seguir leyendo...

CHIVAS RAYADAS - Deportivo Guadalajara (México)


La historia del Club Deportivo Guadalajara se remonta a 1906, en uno de los almacenes más importantes de la ciudad, llamado "La Ciudad de México", los empleados formaron un equipo de futbol con el apoyo de los dueños de la tienda, encabezados por el belga, nacido en la ciudad de Brujas, Edgard Everaert.
En ese mismo año comienza su actividad futbolística e ingresa en 1908 a la Federación Deportiva de Occidente de Aficionados, participando en la Liga de Occidente, donde logra cosechar 13 títulos convirtiéndose en el más ganador de este torneo. A partir de 1943 con la profesionalización del fútbol mexicano se une a la entonces Liga Mayor, en la cual logra su primer título el 3 de Enero de 1957.
El Campeonísimo fue el mote que se le dio a el equipo de Guadalajara entre los años de 1956 a 1965, esto debido a su gran juego y a la cantidad de títulos tanto nacionales como internacionales que lograron; entre estos están 7 títulos de Primera división mexicana, 6 Campeón de Campeones, 1 Copa México y 1 Copa de Campeones de la CONCACAF, todo en menos de 9 años.
El Guadalajara es un equipo de extracción nacional que no tuvo logros entre 1970 y 1986, lo que le valió el mote de “Chivas flacas”, pero que cuenta en sus vitrinas con 11 títulos de liga, 7 veces Campeón de Campeones, 2 títulos de Copa, 4 Copas de Oro de Occidente, 3 Pentagonales Internacionales y 3 Campeonatos de la Concacaf.
Los colores que identifican a este grande del fútbol de México son rojo, blanco y azul, dicha gama se puede observar tanto en su uniforme como en el escudo de la institución. Su estadio es el "Jalisco", que cuenta con una capacidad de 56.713 espectadores y fue fundado el 20 de Noviembre de 1960.
El origen del apodo se remonta a un jueves 30 de Septiembre de 1948. En el parque Oro de Guadalajara, se jugaba la jornada dos entre Chivas y Tampico. La crónica de ese partido se publicó en la página siete bajo el siguiente encabezado: Jugaron a las carreras y ganaron las "Chivas" uno a cero. Ese fue el título que se le ocurrió al jefe de la plana deportiva, Reinaldo Martín del Campo, alias "Anotador" apoyado en que el partido había sido muy malo y en que algunos fanáticos con el sello rojinegro, se mofaban de los rojiblancos gritando que "parecían chivas brinconas".

seguir leyendo...