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Tengo el mayor orgullo de jugar en la tierra donde Cristo nació.

(CLAUDIOMIRO, ex jugador del Internacional de Porto Alegre, al llegar a Belém do Pará, norte de Brasil, para disputar un partido contra Paysandú por el Brasileirao de 1972)

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El árbitro, entre el odio y la necesidad


El árbitro comúnmente, se nos ha presentado como ese ser malvado, arbitrario, e injusto; al cual muchas veces se le recarga la culpabilidad de la derrota de algún equipo; este siempre acierta en las decisiones que nos favorecen, pero en el momento que ejerce la ley en nuestra contra, es abucheado, chiflado, y siempre se le recuerda su "pobre madre".
El árbitro es símbolo de autoridad, de ley, de rectitud; por lo tanto, muchas veces va a actuar, defendiendo unos intereses, pero castigando a otros. El árbitro, se ha tomado como "la figura mala del partido", incluso se ha interpretado el color de su vestimenta, como signo de luto, muchos se preguntarán, ¿luto por quién?, es luto por él mismo, por su "desdichada" suerte de ser árbitro.
Sin embargo, muy pocos se han atrevido a reflexionar acerca de la importancia del árbitro en el fútbol, ese ser que siempre es abucheado, chiflado y hasta insultado, incluso antes de que salte a la cancha, es parte fundamental de este deporte, este en gran medida es el que controla y regula el partido en sí, es el que condiciona los ánimos de los jugadores, es quien previene y castiga; sin él los partidos serian diferentes, el tiempo lúdico encuentra una vía de conexión con el tiempo real a través de este personaje; el árbitro, con sus implementos básicos, como las tarjetas, y fundamentalmente el pito, es la persona que con un solo silbido, da el empujón definitivo para que el paso del mundo y el tiempo real, a un mundo y tiempo "irreal" comience; permitiendo la sustracción de la realidad y reincorporación a ésta.
El odio que se demuestra hacia el árbitro podría corresponder al hecho de que este es quien ejerce la norma, la ley, el castigo, la represión, etc., factores estos que pertenecen netamente al mundo de lo real, de lo cotidiano, de lo productivo, del afuera del estadio; mundo este que se pretende dejar atrás de la entrada al mismo.
El estadio como tal, podría entenderse como ese espacio físico, "sacralizado" dentro del cual se puede observar una gran cantidad de comportamientos, representaciones, simbologías y actos particulares en general, de las personas que a él acuden, actos estos que en la vida cotidiana o en cualquier lugar no son permitidos hacer ni se harían, esto nos remite entonces a pensar el estadio como un espacio donde lo "real" queda "aplazado" o interrumpido durante cierto intervalo de tiempo; podría entonces decirse que "La adhesión al fútbol, es una forma de evasión que atenta contra el acatamiento de la realidad y aleja al hincha del interés por las urgencias políticas y económicas que la realidad le reclama". En el afán de escapar de esa realidad política, económica, social, e ideológica, los hinchas acuden al estadio para apoyar a un equipo en particular, sin embargo lo que sucede en ese espacio, aparte del apoyo al equipo, gira alrededor de poder hacer lo que comúnmente no se hace, o como lo dice Roger Caillois a "actuar como sí" donde ese "actuar como sí" se ve reflejado en el hecho de hacer lo que no se es, de hacer lo "prohibido"; además estas condiciones hacen que el estadio igualmente se considere como un lugar de ocio, entendiendo este como el momento externo a lo productivo, al trabajo, a las obligaciones políticas o económicas, las cuales quedan relegadas al mundo del trabajo y de la obligatoriedad, donde el individuo busca ese elemento "faltante" para nivelarse emocional y físicamente, el cual en el mundo productivo no encuentra.
Esta búsqueda de esa nivelación, hace que ese "actuar como sí" se remita específicamente al mundo de lo lúdico o a un mundo "irreal", el cual podría ser el estadio, y el fútbol como tal, sin embargo de acuerdo a la búsqueda insaciable y necesaria de ese nivel optimo de relax, de ocio, se pretende que este esté marcado por permitir "el todo" de una manera tal que resulta incluso peligrosa, en la medida de que la búsqueda de la libertad, del esparcimiento y del permiso de hacer lo que en la "realidad" no se puede hacer, puede causar al mismo tiempo que esa ansiada y aheleada libertad se convierta en caos y desorden, y es precisamente en este punto donde el árbitro se encuentra en el dilema del odio y la necesidad del mismo, ya que durante esa experiencia de noventa minutos que dura un partido de fútbol, y que se puede ver como un momento sublime y propio para que la expresión del mundo de lo lúdico, lo no productivo, y lo "irreal" cobre mayor importancia y actuación, el papel o puesta en escena de estos factores, no va a ser completo, en el sentido de que el árbitro como representante de la ley, la norma, aspectos políticos, económicos y otros antes mentados, propios del mundo de "afuera" de lo "real", de lo productivo, están representados por este y traspasan las puertas del estadio para comenzar a interactuar en el mismo juego, donde supuestamente lo no productivo o "irreal" cobraría toda su fuerza.
Así pues, podemos ver como el árbitro se comporta como ese conector que no permite una desconexión completa con el mundo real o productivo; esto me llevaría a pensar y a analizar como durante un partido de fútbol, las agresiones verbales y en algunos casos físicas que le hacen a los árbitros, lo que están reflejando en si es el odio por no permitir que el ocio, la lúdica, lo "improductivo" y lo "irreal" se manifiesten en un cien por ciento, ya que siempre falta ese uno por ciento para completarse, y ese uno por ciento, sería el que establecería la diferencia entre un desligamiento completo de "la realidad" y un reconocimiento de un espacio como tal donde se puede actuar "como sí" pero con una conexión o un enlace entre lo productivo y lo improductivo.
A modo de comentario final y como reflexión a examinar las verdaderas significaciones y funciones que en el transcurso de la historia se le han dado a las cosas y a algunos individuos, quisiera presentar como Eduardo Galeano se refiere al árbitro, como un ser abominable, tirana, injusto, odiado, pero al final de cuentas necesario para el desarrollo del deporte del fútbol como tal.
"El árbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los Jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Solo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón s persigna antes de entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge.
Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia se le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo todo el público recuerda su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan.
Durante más de un siglo el árbitro se vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores."

Quedaría abierta la discusión acerca de analizar el papel del árbitro en las dinámicas no solo del juego o deporte del fútbol, sino igualmente de los "árbitros" que en el orden de las dinámicas políticas, económicas, ideológicas, y otras propias del mundo social giran igualmente entre el odio y la necesidad, para basados en la teoría de los análisis de las dicotomías podamos ir interpretando las culturas en todos sus aspectos, los simbólicos, físicos, reales, irreales, culturales, etc.


Juan Fernando Rivera Gómez
Antropólogo - Universidad de Antioquia, Medellín

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Hay jugadores que nacen con un don. No es mi caso.

(JAVIER MASCHERANO, futbolista argentino, en declaraciones a la revista "Viva" del 19/12/04, pág. 96)

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-¿En Chile usted parece que dejó de ser extranjero?

Es nunca me he sentido así, los chilenos me han hecho sentir uno más, tengo muy buenos amigos, de grandes charlas. Todo acá nos hace estar muy cómodos mi familia y yo. Mi hijo Filippo (11), que es rancagüino, el único chileno de los cuatro... Lo peor es que me salió antiargentino el webón, me lanza todos los dichos de acá, es muy agudo.

-Hay quien lo acusa de vendedor de humo...

Yo no vendo humo. Lo que hago es hablar y discutir de fútbol, que es lo que me gusta hacer tomándome un café, un trago, fumando un cigarro o como sea. Para mí decir que alguien vende humo sí es una falta de respeto, y yo siento que dar una apreciación futbolística no es faltarle el respeto a nadie.
¿Qué tiene de malo decir si alguien juega bien o mal? Es que como me contaba mi viejo, de sexo y de fútbol todos hablamos, porque nos creemos buenos.


(CLAUDIO "Bichi" BORGHI, técnico del Colo Colo, a comienzos de 2006 en el diario chileno "La Cuarta")

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Maneja la pelota con la zurda mejor que yo con la mano.

(FERENC PUSKAS, célebre jugador húngaro, opinando sobre Alfredo Di Stéfano)

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Historias de un abuelo (Fátima Zulátegui - España)

 

Sevilla, 2 de Febrero de 1937.

Estaba más triste que nunca. Con un frío que superaba al abrigo y se calaba en los huesos, yo corría entre caras pálidas, pobreza y hambre.
La ciudad había perdido su color, estaba bañada de un gris apagado que expulsaba desdichas gritando que cualquier tiempo pasado, fue mejor.
Yo, soldado de las tropas nacionalistas no por devoción, me dirigía a la calle Francos número 6 a la búsqueda de un chivatazo. Decían que en aquella casa se estaba fabricando propaganda republicana y teníamos orden de búsqueda, captura y muerte.
Una mujer me observaba por la calle pidiendo ayuda con los ojos, mostrando el cuerpo de su hijo desnudo tiritando y agarrado a su madre sin entender nada, sólo lloraba.
Sólo lloraba.
La casa era un edificio de tres plantas, subí las escaleras corriendo, como si estuviera huyendo de la conciencia que tanto me atormentaba…
Mi general me dio orden de tirar la puerta abajo.
A pesar del silencio requerido intenté hacer todo el ruido posible para que notaran nuestra presencia. No quería manchar mis manos de nuevo por algo que ni yo entendía.

A mi padre no le habían dejado elegir. Teníamos una tienda; una acogedora panadería en la calle Pureza, rozando a la iglesia de mi Esperanza. La Virgen a la que no me volvería atrever a mirar a la cara. A la que tanto me había llevado mi padre, y yo tanto me había enamorado. No tenía valor para volver y que viera en lo que me convertido.
Un asesino.

La puerta cayó como mi alma caía en picado en el reino de Hades.
Había mucha gente en la casa; dos o tres familias. Se oían gritos desesperados, gritos de muerte, llantos de pérdida, angustia, mucha angustia.
Nos desplegamos según las instrucciones. Yo me dirigí a una habitación. La puerta crujía y una bruma de polvo me nubló la vista.
En el centro, una cama cubierta de una manta azul y bajo la luz de la ventana una mesa corroída con lápices de colores desparramados. Era el cuarto de un niño.
Mis pasos respiraban venganza y mi corazón mostraba vergüenza. Sentía el hastío de mi respiración, vaga, confusa y turbia martilleando mi alma que cada vez pesaba más.

Miré detrás de la puerta, nada. Debajo de la cama, nada. Estaba vacía.
Me di la vuelta y pobre de mi oído cuando oyó un sonido de terror cautivo dentro del armario. Detrás de esa puerta había alguien. Me acerqué a ella rezando… por no encontrarme a nadie dentro.
Inocente de mí.
Allí, empotrados contra la pared, me encontré con cuatro ojos mirándome entregados al miedo, rojos de horror aguantado la mínima lágrima que pudiera hacer ruido.
Un padre aguantaba a su hijo delante de él, silenciándole la boca.
Tuve un diálogo con su alma. Me pedía piedad, me pedía vivir, me pedía que dejara seguir respirando a lo que más quería.
Su hijo miraba hacia arriba inmóvil, con esos ojos.
Qué ojos.
Azules intensos, dando luz a tanta oscuridad. Plenos de inocencia, de asombro, de miedo, de comprender nada. Sólo comprendía que tenía miedo.
Agarrando a su padre como si la misma vida fuese, en su mano tenía un cuaderno y en la otra un lápiz rojo. No le había dejado su padre ni dejarlo en la mesa.

No pude evitar mirar el dibujo. Un escudo.
Al mirarlo sentí mi corazón arder de melancolía… mi memoria me había alcanzado.
Me vino a la mente imágenes de mi niñez, de mi padre, cuando entre cliente y cliente me decía: Jesús, tiene once, once barras…
Sentí una tarde de domingo, sentí ese sol abrasador acariciando mi piel. Sentí un grito, un abrazo, un gol, un “uy”, un vamos, un sentimiento, un equipo, mi equipo.
Sentí los colores de Sevilla. Sentí de nuevo felicidad, amor, cariño. Sentí a mi Esperanza haciéndome soñar con esos ojos marrones penetrantes rogándome valentía.

Los pasos firmes del pasillo me hicieron regresar a la realidad.
Miré al padre y me leyó la mirada. No pudo reprimirse y la lágrima más pura de agradecimiento se escapó.
Miré al niño, al escudo y cerré la puerta.
Una voz fría como el hielo me hizo girarme: ¡Gutiérrez! ¿Hay alguno aquí?
“No señor, no hay nadie”

—–o—–

Pasó tiempo, mucho tiempo hasta que el sol volviese a pasearse por aquí. Ya entonces Sevilla volvía a ser Sevilla. El azahar se encargaba de perfumarla cada día, el río la acompañaba y la Giralda la vigilaba. Yo, sin molestarla, la observaba. Se estaba poniendo guapa.
Había derbi.

Cogí mi bandera casi tan vieja como yo y con mi nieto, nos fuimos los tres a soñar.
El respirar de mi pecho jadeante, ahincando el paso con el cuerpo hacia delante, vencido y apoyado sobre un bastón notaba como los años no pasan en balde.
Le mandé a comprar un paquete de pipas mientras yo iba adelantando. Poco duraría mi equilibrio al venir un muchacho tocándome lo justo para perderlo. Ya me veía yo viendo mi derbi vestido de marrón cuando unos brazos me agarraron con fuerza. Agradecido, me di la vuelta cuando…

...esos ojos...

Eran esos ojos, los que nunca olvidé, esos ojos azules como el mar, a los que un día les regalé vida.
Él, ignorante, me sonreía ante mi mirada asombrada de saber que le había vuelto a encontrar. Y sin buscarlo.
No supo que era yo, pero yo sí sé quién era él y acariciándole el brazo sin dejar de ver esos ojos intactos al tiempo comprendí todo lo que había regalado aquel 2 de Febrero de 1937.

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Espejo de las sociedades, el fútbol cuenta con toda clase de testigos dispuestos a desentrañar los beneficios y vilezas que desata.

(JUAN VILLORO, escritor mexicano)

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Una vez un periodista de TV me dijo que le gustaría hacer un programa en el que me acompañaran a la cancha. Ni en pedo, qué me van a venir a romper las pelotas cuando estoy preocupado con el partido. A la cancha no hay que ir ni con un chico ni con la novia. Atendés una cosa o la otra.

(ROBERTO FONTANARROSA, recordado dibujante y escritor argentino, reconocido hincha de Rosario Central, opinando en el diario "Página 12" del miércoles 17 de Noviembre de 2004)

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Un campeón como él, es fácil de dirigir y llevar, sobre todo en un campo de juego. Cuanto mejor es, más fácil es hacerle entender lo que se espera de él.

(OTTAVIO BIANCHI, ex entrenador del Nápoli, definía de esta manera a Diego Armando Maradona, en un artículo escrito por él mismo, para la revista italiana "Super Gol", del mes de Junio de 1987)

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CHIVAS RAYADAS - Deportivo Guadalajara (México)


La historia del Club Deportivo Guadalajara se remonta a 1906, en uno de los almacenes más importantes de la ciudad, llamado "La Ciudad de México", los empleados formaron un equipo de futbol con el apoyo de los dueños de la tienda, encabezados por el belga, nacido en la ciudad de Brujas, Edgard Everaert.
En ese mismo año comienza su actividad futbolística e ingresa en 1908 a la Federación Deportiva de Occidente de Aficionados, participando en la Liga de Occidente, donde logra cosechar 13 títulos convirtiéndose en el más ganador de este torneo. A partir de 1943 con la profesionalización del fútbol mexicano se une a la entonces Liga Mayor, en la cual logra su primer título el 3 de Enero de 1957.
El Campeonísimo fue el mote que se le dio a el equipo de Guadalajara entre los años de 1956 a 1965, esto debido a su gran juego y a la cantidad de títulos tanto nacionales como internacionales que lograron; entre estos están 7 títulos de Primera división mexicana, 6 Campeón de Campeones, 1 Copa México y 1 Copa de Campeones de la CONCACAF, todo en menos de 9 años.
El Guadalajara es un equipo de extracción nacional que no tuvo logros entre 1970 y 1986, lo que le valió el mote de “Chivas flacas”, pero que cuenta en sus vitrinas con 11 títulos de liga, 7 veces Campeón de Campeones, 2 títulos de Copa, 4 Copas de Oro de Occidente, 3 Pentagonales Internacionales y 3 Campeonatos de la Concacaf.
Los colores que identifican a este grande del fútbol de México son rojo, blanco y azul, dicha gama se puede observar tanto en su uniforme como en el escudo de la institución. Su estadio es el "Jalisco", que cuenta con una capacidad de 56.713 espectadores y fue fundado el 20 de Noviembre de 1960.
El origen del apodo se remonta a un jueves 30 de Septiembre de 1948. En el parque Oro de Guadalajara, se jugaba la jornada dos entre Chivas y Tampico. La crónica de ese partido se publicó en la página siete bajo el siguiente encabezado: Jugaron a las carreras y ganaron las "Chivas" uno a cero. Ese fue el título que se le ocurrió al jefe de la plana deportiva, Reinaldo Martín del Campo, alias "Anotador" apoyado en que el partido había sido muy malo y en que algunos fanáticos con el sello rojinegro, se mofaban de los rojiblancos gritando que "parecían chivas brinconas".

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En 1978, ¿recuerdan? Brasil ya en la vía defensiva, perdió la Copa del Mundo, invicto. Empató todos los partidos. Inventamos una cosa extraordinaria: la invictoria.

(MILLOR FERNANDES, filósofo brasileño)

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-Hiciste más goles en un año que Pelé y Maradona...

-Los superé a todos, pero como soy Héctor Scotta la gente no lo reconoce. ¡Ojo! Maradona fue el mejor del mundo, Pelé lo mismo. Scotta hizo 60 goles en un año y nada más. Soy un agradecido al fútbol y a San Lorenzo.

-¿Cuánto valdrían hoy tus 60 goles?

-Con 60 goles, San Lorenzo podía pedir una fortuna que nadie la iba a poder pagar. Bah, ahora en Europa pagan barbaridad por cualquiera.

-¿Por qué ya no hay tantos goleadores?

-El fútbol de ahora es muy defensivo. Hay otra idea futbolística. Antes se jugaba con cinco delanteros, después se pasó a usar tres y ahora a veces juegan sólo con uno. Había mucho potrero. En mi pueblo creo que hasta ladrillos pateábamos. Además, ahora no se practica el remate de media distancia. No sé si tienen miedo. Yo pateaba de cualquier lado. A veces la tiraba a la tribuna y me silbaban, pero no me importaba porque me gustaba el arco. Si un domingo no hacía un gol, volvía a casa amargado.

(HÉCTOR "El Gringo" SCOTTA, tremendo goleador de San Lorenzo de Almagro en la década del '70, recordando su récord en el diario "Clarín" del Miércoles 23/11/2005. La marca del santafesino -60 goles en 317 días- es la tercera en el mundo, sólo superada por el estadounidense Archibald Mc Pherson (que en 1925 marcó 67 goles) y por el húngaro Ferenc Deák (en 1946 marcó 66). Además, Scotta supera a astros como Pelé (en 1958) y José Saturnino Cardozo (en 2003), ambos con 58 goles)

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Su Excelencia considera que el asunto no es de interés del gobierno.

(OCTAVIO MANGABEIRA, Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, comunicando la decisión del Presidente Washington Luiz en no dar apoyo financiero a la delegación brasileña que viajaría a Montevideo a disputar la Copa del Mundo de 1930)

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Esperándolo a Tito (Eduardo Sacheri - Argentina)


Yo lo miré a José, que estaba subido al techo del camión de Gonzalito. Pobre, tenía la desilusión pintada en el rostro, mientras en puntas de pie trataba de ver más allá del portón y de la ruta. Pero nada: solamente el camino de tierra, y al fondo, el ruido de los camiones. En ese momento se acercó el Bebé Grafo y, gastador como siempre, le gritó: "¡Che, Josesito!, ¿qué pasa que no viene el 'maestro'? ¿Será que arrugó para evitarse el papelón, viejito?". Josesito dejó de mirar la ruta y trató de contestar algo ocurrente, pero la rabia y la impotencia lo lanzaron a un tartamudeo penoso. El otro se dio vuelta, con una sonrisa sobradora colgada en la mejilla, y se alejó moviendo la cabeza, como negando. Al fin, a Josesito se le destrabó la bronca en un concluyente “¡andálaputaqueteparió!”, pero quedó momentáneamente exhausto por el esfuerzo.
Ahí se dio vuelta a mirarme, como implorando una frase que le ordenara de nuevo el universo. ¿Y ahora qué hacemo, decíme?, me lanzó. Para Josesito, yo vengo a ser algo así como un oráculo pitonístico, una suerte de profeta infalible con facultades místicas. Tal vez, pobre, porque soy la única persona que conoce que fue a la facultad. Más por compasión que por convencimiento, le contesté con tono tranquilizador: “Quédate piola, Josesito, ya debe estar llegando”. No muy satisfecho, volvió a mirar la ruta, murmurando algo sobre promesas incumplidas.
Aproveché entonces para alejarme y reunirme con el resto de los muchachos. Estaban detrás de un arco, alguno vendándose, otro calzándose los botines, y un par haciendo jueguitos con una pelota medio ovalada. Menos brutos que Josesito, trataban de que no se les notaran los nervios. Pablo, mientras elongaba, me preguntó como al pasar: “Che, Carlitos, ¿era seguro que venía, no? Mira que después del barullo que armamos, si nos falla justo ahora...” .
Para no desmoralizar a la tropa, me hice el convencido cuando le contesté: “Pero muchachos, ¿no les dije que lo confirmé por teléfono con la madre de él, en Buenos Aires?” . El Bebé Grafo se acercó de nuevo desde el arco que ocupaban ellos: “Che, Carlos, ¿me querés decir para qué armaron semejante bardo, si al final tu amiguito ni siquiera va a aportar?”. En ese momento saltó Cañito, que había terminado de atarse los cordones, y sin demasiado preámbulo lo mandó a la mierda. Pero el Bebé, cada vez más contento de nuestro nerviosismo, no le llevó el apunte y me siguió buscando a mí: “En serio, Carlitos, me hiciste traer a los muchachos al divino botón, querido. Era más simple que me dijeras mirá Bebé, no quiero que este año vuelvan a humillarnos como los últimos nueve años, así que mejor suspendemos el desafío”. Y adoptando un tono intimista, me puso una mano en el hombro y, habiéndome al oído, agregó: “Dale, Carlitos, ¿en serio pensaste que nos íbamos a tragar que el punto ése iba a venirse desde Europa para jugar el desafío?”. Más caliente por sus verdades que por sus exageraciones, le contesté de mal modo: “Y decíme, Bebé, si no se lo tragaron, ¿para qué hicieron semejante quilombo para prohibirnos que lo pusiéramos?: que profesionales no sirven, que solamente con los que viven en el barrio. Según vos, ni yo que me mudé al Centro podría haber jugado”.
Habían sido arduas negociaciones, por cierto. El clásico se jugaba todos los años, para mediados de octubre, un año en cada barrio. Lo hacíamos desde pibes, desde los diez años. Una vuelta en mi casa, mi primo Ricardo, que vivía en el barrio de la Textil, se llenó la boca diciendo que ellos tenían un equipo invencible, con camisetas y todo. Por principio más que por convencimiento, salté ofendidísimo retrucándole que nosotros, los de acá, los de la placita, sí teníamos un equipo de novela. Sellar el desafío fue cuestión de segundos. El viejo de Pablo nos consiguió las camisetas a último momento. Eran marrones con vivos amarillos y verdes. Un asco, bah. Pero peor hubiese sido no tenerlas. Ese día ganamos 12 a 7 (a los diez años, uno no se preocupa tanto de apretar la salida y el mediocampo, y salen partidos más abiertos, con muchos goles). Tito metió ocho. No sabían cómo pararlo. Creo que fue el primer partido que Tito jugó por algo. A los catorce, se fue a probar al club y lo ficharon ahí nomás, al toque. Igual, siguió viniendo al desafío hasta los veinte, cuando se fue a jugar a Europa. Entonces se nos vino la noche. Nosotros éramos todos matungos, pero nos bastaba tirársela a Tito para que inventara algo y nos sacara del paso. A los dieciséis, cuando empezaron a ponerse piernas fuertes, convocamos a un referí de la Federación: el chino Takawara (era hijo de japoneses, pero para nosotros, y pese a sus protestas, era chino). Ricardo, que era el capitán de ellos, nos acusaba de coimeros: decía que ganábamos porque el chino andaba noviando con la hermana grande del Tanito, y que ella lo mandaba a bombear para nuestro lado. Algo de razón tal vez tendría, pero lo cierto es que, con Tito, éramos siempre banca.
Cuando Tito se fue, la cosa se puso brava. Para colmo, al chino le salió un trabajo en Esquel y se fue a vivir allá (ya felizmente casado con la hermana del Tanito). Con árbitros menos sensibles a nuestras necesidades, y sin Tito para que la mandara guardar, empezamos a perder como yeguas. Yo me fui a vivir a la Capital, y algún otro se tomó también el buque, pero, para octubre, la cita siempre fue de fierro. Ahí me di cuenta del verdadero valor de mis amigos. Desde la partida de Tito, perdimos al hilo seis años, empatamos una vez, y perdimos otros tres consecutivos. Tuvimos que ser muy hombres para salir de la cancha año tras año con la canasta llena y estar siempre dispuestos a volver. Para colmo, para la época en que empezamos a perder, a algunos de nosotros, y también de ellos, se nos ocurrió llevar a las novias a hacer hinchada en los desafíos. Perder es terrible, pero perder con las minas mirando era intolerable. Por lo menos, hace cuatro años, y gracias a un incidente menor entre las nuestras y las de ellos, prohibimos de común acuerdo la presencia de mujeres en el público. Bah, directamente prohibimos el público. A mí se me ocurrió argüir que la presión de afuera hacía más duros los encontronazos y exacerbaba las pasiones más bajas de los protagonistas. Y ellos, con el agrande de sus victorias inapelables, nos dijeron que bueno, que de acuerdo, pero que al árbitro lo ponían ellos. Al final, acordamos hacer los partidos a puertas cerradas, y afrontamos la cuestión arbitral con un complejo sistema de elección de referís por ternas rotativas según el año, que aunque nos privó de ayudas interesantes, nos evitó bombeos innecesarios.
Igual, seguimos perdiendo. El año pasado, tras una nueva humillación, los muchachos me pidieron que hiciera “algo”. No fueron muy explícitos, pero yo lo adiviné en sus caras. Por eso este año, cuando Tito me llamó para mi cumpleaños, me animé a pedirle la gauchada. Primero se mató de la risa de que le saliera con semejante cosa, pero, cuando le di las cifras finales de la estadística actualizada, se puso serio: 22 jugados, 10 ganados, 3 empatados, 9 perdidos. La conclusión era evidente: uno más y el colapso, la vergüenza, el oprobio sin límite de que los muertos ésos nos empataran la estadística. Me dijo que lo llamara en tres días. Cuando volvimos a hablar me dijo que bueno, que no había problema, que le iba a decir a su vieja que fingiera un ataque al corazón para que lo dejaran venir desde Europa rapidito. Después ultimé los detalles con doña Hilda. Quedamos en hacerlo de canuto, por supuesto, porque si se enteraban allá de que venía a la Argentina, en plena temporada, para un desafío de barrio, se armaba la podrida.
A mi primo Ricardo igual se lo dije. No quería que se armara el tole tole el mismo día del partido. Hice bien, porque estuvimos dos semanas que sí que no, hasta que al final aceptaron. No querían saber nada, pero bastó que el Tanito, en la última reunión, me murmurara a gritos un “dejá Carlos, son una manga de cagones”. Ahí nomás el Bebé Grafo, calentón como siempre, agarró viaje y dijo que sí, que estaba bien, que como el año pasado, el sábado 23 a las diez en el Sindicato, que él reservaba la cancha, que nos iban a romper el traste como siempre, etcétera. Ricardo trató de hacerlo callar para encontrar un resquicio que le permitiera seguir negociando. Pero fue inútil. La palabra estaba dada, y el Tanito y el Bebé se amenazaban mutuamente con las torturas futbolísticas más aterradoras, mientras yo sonreía con cara de monaguillo.
Cuando el resto de los nuestros se enteró de la noticia, el plantel enfrentó la prueba con el optimismo rotundo que yo creía extinguido para siempre. El sábado a las nueve llegaron todos juntos en el camión de Gonzalito. El único que se retrasó un poco fue Alberto, el arquero, que como la mujer estaba empezando el trabajo de parto esa mañana, se demoró entre que la llevó a la clínica y pudo convencerla de que se quedara con la vieja de ella. Ellos llegaron al rato, y se fueron a cambiar detrás del arco que nosotros dejamos libre. Pero cuando faltaban diez minutos para la hora acordada, y Tito no daba señales de vida, se vino el Bebé por primera vez a buscar camorra. Por suerte, me avivé de hacerme el ofendido: le dije que el partido era a las diez y media y no a las diez, que qué se creía y que no jodiera. Lo miré al Tanito, que me cazó al vuelo y confirmó mi versión de los hechos. El Bebé negó una vez y otra, y lo llamó a Ricardo en su defensa. Por supuesto, Ricardo se nos vino al humo gritando que la hora era a las diez y que nos dejáramos de joder. Ante la complejidad que iba adquiriendo la cosa, con el Tanito juramos por nuestras madres y nuestros hijos, por Dios y por la Patria, que la hora era diez y media, que en el café habíamos dicho diez y media, y que por teléfono habíamos confirmado diez y media, y que todavía faltaba más de media hora para las diez y media, y que se dejaran de romper con pavadas. Ante semejantes exhibiciones de convicción patriótico–religiosa, al final se fueron de nuevo a patear al otro arco, esperando que se hiciera la hora. Después con el Tanito nos dimos ánimo mutuamente, tratando de persuadirnos de que un par de juramentos tirados al voleo no podían ser demasiado perjudiciales para nuestras familias y nuestra salvación eterna. Fue cuando lo mandé a Josesito a pararse arriba del camión, a ver si lo veía venir por el portón de la ruta, más por matar un poco la ansiedad que porque pensase seriamente en que fuese a venir. Es que para esa altura yo ya estaba convencido, en secreto, de que Tito nos había fallado. Había quedado en venir el viernes a la mañana, y en llamarme cuando llegara a lo de su vieja. El martes marchaba todo sobre ruedas. En la radio comentaron que Tito se venía para Buenos Aires por problemas familiares, después del partido que jugaba el miércoles por no sé qué copa. Pero el jueves, y también por la radio, me enteré de que su equipo, como había ganado, volvía a jugar el domingo, así que en el club le habían pedido que se quedara. Ese día hablé con doña Hilda, y me dijo que ella ya no podía hacer nada: si se suponía que estaba en terapia intensiva, no podía llamarlo para recordarle que tomara el avión del viernes.
El viernes les prohibí en casa que tocaran el teléfono: Tito podía llamar en cualquier momento. Pero Tito no aportó. A la noche, en la radio confirmaron que Tito jugaba el domingo. No tuve ánimo ni para calentarme. Me ganó, en cambio, una tristeza infinita. En esos años, las veces que había venido Tito me había encantado comprobar que no se había engrupido ni por la plata ni por salir en los diarios. Se había casado con una tana, buena piba, y tenía dos chicos bárbaros. Yo le había arreglado la sucesión del viejo, sin cobrarle un mango, claro. El siempre se acordaba de los cumpleaños y llamaba puntualmente. Cuando venía, se caía por mi casa con regalos, para mis viejos y mi mujer, como cualquiera de los muchachos. Por eso, porque yo nunca le había pedido nada, me dolía tanto que me hubiese fallado justo para el desafío. Esa noche decidí que, si después me llamaba para decirme que el partido de allá era demasiado importante y que por eso no había podido cumplir, yo le iba a decir que no se hiciera problema. Pero lo tenía decidido: chau Tito, moríte en paz. Aunque no lo hiciera por mí, no podía cagar impunemente a todos los muchachos. No podía dejarnos así, que perdiéramos de nuevo y que nos empataran la estadística.
Al fin y al cabo, en el primer desafío, cuando era un flaquito escuálido por el que nadie daba dos mangos, y que nos venía sobrando (porque en esa época jugábamos en la canchita del corralón, que era de seis y un arquero), yo igual le dije vení pibe, jugá adelante, que sos chiquito y si sos ligero capaz que la embocás. Por eso me dolía tanto que se abriera, y porque cuando se fue a probar al club, como no se animaba a ir solo, fuimos con Pablo y el Tanito; los cuatro, para que no se asustara. Porque él decía y yo para qué voy a ir, si no conozco a nadie adentro, si no tengo palanca, y yo que dale, que no seas boludo, que vamos todos juntos así te da menos miedo. Y ahí nos fuimos, y el pobre de Pablo se tuvo que bancar que el técnico de las inferiores le dijera a los cinco minutos ¡salí perro, a qué carajo viniste!, y el Tanito y yo tuvimos que pararlo a Tito que quiso que nos fuéramos todos ahí mismo, y decirle que volviera que el tipo lo miraba seguido. Nosotros dos, con el Tanito, duramos un tiempo y pico, pero después nos cambiaron y el guanaco ése nos dijo ta'bien pibes, cualquier cosa les hago avisar por el flaquito aquel que juega de nueve, nos dijo señalándolo a Tito que seguía en la cancha. Pero no nos importó, porque eso quería decir que sí, que Tito entraba, que Tito se quedaba, y nos dio tanta alegría que hasta a Pablo se le pasó la calentura, primero porque Tito había entrado, y segundo porque, como yo andaba con las llaves de mi casa, en la playa de estacionamiento pudimos rayarle la puerta del Rastrojero al infeliz del técnico. Y después, cuando le hicieron el primer contrato profesional, a los 18, y lo acostaron con los premios, lo acompañé yo a ver a un abogado de Agremiados y ya no lo madrugaron más, y cuando lo vendieron afuera yo todavía no estaba recibido, pero me banqué a pie firme la pelea con los gallegos que se lo vinieron a llevar, y siempre sin pedirle un mango. Ah, y con el Tanito, aparte, cuando nos encargamos de su vieja cuando el viejo, don Aldo, se murió y él estaba jugando en Alemania; porque el Tanito, que seguía viviendo en el barrio, se encargó de que no le faltara nada, y que los muchachos se dieran una vuelta de vez en cuando para darle una mano con la pintura, cambiarle una bombita quemada, llamarle al atmosférico cuando se le tapara el pozo, qué sé yo, tantas cosas.
Nunca lo hicimos por nada, nos bastó el orgullo de saberlo del barrio, de saberlo amigo, de ver de vez en cuando un gol suyo, de encontrarnos para las fiestas. Lo hicimos por ser amigos, y cuando él, medio emocionado, nos decía muchachos, cómo cuernos se los puedo pagar, nosotros que no, que dejá de hinchar, que para qué somos amigos, y el único que se animaba a pedirle algo era Josesito, que lo miraba serio y le decía mirá, Tito, vos sabes que sos mi hermano, pero jamás de los jamases se te ocurra jugar en San Lorenzo, por más guita que te pongan no vayas, por lo que más quieras porque me muero de la rabia, entendeme, Tito, a cualquier otro sí, Tito, pero a San Lorenzo por Dios te pido no vayas ni muerto, Tito. Y Tito que no, que quedate tranquilo, Josesito, aunque me paguen fortunas a San Lorenzo no voy por respeto a vos y a Huracán, te juro. Por eso me dolía tanto verlo justo a Josesito, defraudado, parado en puntas de pie sobre el techo del camión de reparto; y a los otros probándolo a Alberto desde afuera del área, con las medias bajas, pateando sin ganas, y mirándome de vez en cuando de reojo, como buscando respuestas.
Cuando se hicieron las diez y media, Ricardo y el Bebé se vinieron de nuevo al humo. Les salí al encuentro con Pablo y el Tanito para que los demás no escucharan. “Es la hora, Carlos”, me dijo Ricardo. Y a mí me pareció verle un brillo satisfecho en los ojos. “¿Lo juegan o nos lo dan derecho por ganado?”, preguntó, procaz, el Bebé. El Tanito lo miró con furia, pero la impotencia y el desencanto lo disuadieron de putearlo.
“Andá ubicando a los tuyos, y llamalo al árbitro para el sorteo”, le dije. Desde el mediocampo, le hice señas a Josesito de que se bajara del camión y se viniera para la cancha. Para colmo, pensé, jugábamos con uno menos. Éramos diez, y preferí jugar sin suplentes que llamar a algún extraño. En eso, ellos también eran de fierro. No jugaba nunca ninguno que no hubiese estado en los primeros desafíos. Cuando Adrián me avisó en la semana que no iba a poder jugar por el desgarro, le dije que no se hiciera problema. Hasta me alegré porque me evitaba decidir cuál de todos nosotros tendría que quedarse afuera. Tito me venía justo para completar los once.
Para colmo, perdimos en el sorteo. Tuvimos que cambiar de arco. Hice señas a los muchachos de que se trajeran los bolsos para ponerlos en el que iba a ser el nuestro en el primer tiempo. Yo sabía que era una precaución innecesaria. Con ellos nos conocíamos desde hacía veinte años, pero me pareció oportuno darles a entender que, a nuestro criterio, eran una manga de potenciales delincuentes. Cuando me pasaron por el costado, cargados de bultos, Alejo y Damián, los mellizos que siempre jugaron de centrales, les recordé que se turnaran para pegarle al once de ellos, pero lo más lejos del área que fuera posible. Alejo me hizo una inclinación de cabeza y me dijo un “quédate pancho, Carlitos”. En ese momento me acordé del partido de dos años antes. Iban 43 del segundo tiempo y en un centro a la olla, él y el tarado de su hermano se quedaron mirándose como vacas, como diciéndose “saltá vos”. El que saltó fue el petiso Galán, el ocho de ellos: un metro cincuenta y cinco, entre los dos mastodontes de uno noventa. Uno a cero y a cobrar. Espantoso.
Cuando nos acomodamos, fuimos hasta el medio con Josesito para sacar. Con la tristeza que tenía, pensé, no me iba a tocar una pelota coherente en todo el partido. De diez lo tenía parado a Pablo. Si a los dieciséis el técnico aquél lo sacó por perro, a los treinta y cuatro, con pancita de casado antiguo, era todo menos un canto a la esperanza. El Bebé, muy respetuoso, le pidió permiso al árbitro para saludarnos antes del puntapié inicial (siempre había tenido la teoría de que olfear a los jueces le permitía luego hacerse perdonar un par de infracciones). Cuando nos tuvo a tiro, y con su mejor sonrisa, nos envenenó la vida con un “pobres muchachos, cómo los cagó el Tito, qué bárbaro”, y se alejó campante.
Pero justo ahí, justo en ese momento, mientras yo le hablaba a Josesito y el árbitro levantaba el brazo y miraba a cada arquero para dar a entender que estaba todo en orden, y Alberto levantaba el brazo desde nuestro arco, me di cuenta de que pasaba algo. Porque el referí dio dos silbatazos cortitos, pero no para arrancar, sino para llamar la atención de Ricardo (que siempre es el arquero de ellos). Aunque lo tenía lejos, lo vi pálido, con la boca entreabierta, y empecé a sentir una especie de tumulto en los intestinos mientras temía que no fuera lo que yo pensaba que era, temía que lo que yo veía en las caras de ellos, ahí adelante mío, no fuese asombro, mezclado con bronca, mezclado con incredulidad; que no fuese verdad que el Bebé estuviera dándose vuelta hacia Ricardo, como pidiendo ayuda; que no fuera cierto que el otro siguiera con la vista clavada en un punto todavía lejano, todavía a la altura del portón de la ruta, todavía adivinando sin ver del todo a ese tipo lanzado a la carrera con un bolsito sobre el hombro gritando aguanten, aguanten que ya llego, aguanten que ya vine, y como en un sueño el Tanito gritando de la alegría, y llamándolo a Josesito, que vamos que acá llegó, carajo, que quién dijo que no venia, y los mellizos también empezando a gritar, que por fin, que qué nervios que nos hiciste comer, guacho, y yo empezando a caminar hacia el lateral, como un autómata entre canteros de margaritas, aún indeciso entre cruzarle la cara de un bife por los nervios y abrazarlo de contento, y Tito por fin saliendo del tumulto de los abrazos postergados, y viniendo hasta donde yo estaba plantado en el cuadradito de pasto en el que me había quedado como sin pilas, y mirándome sonriendo, avergonzado, como pidiéndome disculpas, como cuando le dije vení pibe, jugá de nueve, capaz que la embocás; y yo ya sin bronca, con la flojera de los nervios acumulados toda junta sobre los hombros, y él diciéndome perdoná, Carlos, me tuve que hacer llamar a la concentración por mi tía Juanita, pero conseguí pasaje para la noche, y llegué hace un rato, y perdoname por los nervios que te hice chupar, te juro que no te lo hago más, Carlitos, perdoname, y yo diciéndole calláte, boludo, calláte, con la garganta hecha un nudo, y abrazándolo para que no me viera los ojos, porque llorar, vaya y pase, pero llorar delante de los amigos jamás; y el mundo haciendo click y volviendo a encastrar justito en su lugar, el cosmos desde el caos, los amigos cumpliendo, cerrando círculos abiertos en la eternidad, cuando uno tiene catorce y dice 'ta bien, te acompañamos, así no te da miedo.
Como Tito llegó cambiado, tiró el bolso detrás del arco y se vino para el mediocampo, para sacar conmigo. Cuando le faltaban diez metros, le toqué el balón para que lo sintiera, para que se acostumbrara, para que no entrara frío (lo último que falta ahora, pensé, es que se nos lesione en el arranque). Se agachó un poquito, flexionando la zurda más que la diestra. Cuando le llegó la bola, la levantó diez centímetros, y la vino hamacando a esa altura del piso, con caricias suaves y rítmicas. Cuando llegó al medio, al lado mío, la empaló con la zurda y la dejó dormir un segundo en el hombro derecho. Enseguida se la sacudió con un movimiento breve del hombro, como quien espanta un mosquito, y la recibió con la zurda dando un paso atrás: la bola murió por fin a diez centímetros del botín derecho.
Recién ahí levanté los ojos, y me encontré con el rostro desencajado del Bebé, que miraba sin querer creer, pero creyendo. El petiso Galán, parado de ocho, tenía cara de velorio a la madrugada. Ellos estaban mudos, como atontados. Ahí entendí que les habíamos ganado. Así. Sin jugar. Por fin, diez años después íbamos a ganarles. Los tipos estaban perdidos, casi con ganas de que terminara pronto ese suplicio chino. Cuando vi esos ademanes tensos, esos rostros ateridos que se miraban unos a otros ya sin esperanza, ya sin ilusión ninguna de poder escapar a su destino trágico, me di cuenta de que lo que venía era un trámite, un asunto concluido.
Mientras el árbitro volvía a mirar a cada arquero, para iniciar de una vez por todas ese desafío memorable, Josesito, casi en puntas de pie junto a la raya del mediocampo, le sonrió al Bebé, que todavía lo miraba a Tito con algo de pudor y algo de pánico: "¿Y, viste, jodemil...? ¿No qué no venía? ¿no qué no?", mientras sacudía la cabeza hacia donde estaba Tito, como exhibiéndolo, como sacándole lustre, como diciéndole al rival moríte, moríte de envidia, infeliz.
Pitó el árbitro y Tito me la tocó al pie. El petiso Galán se me vino al humo, pero devolví el pase justo a tiempo. Tito la recibió, la protegió poniendo el cuerpo, montándola apenas sobre el empeine derecho. El petiso se volvió hacia él como una tromba, y el Bebé trato de apretarlo del otro lado. Con dos trancos, salió entre medio de ambos. Levantó la cabeza, hizo la pausa, y después tocó suave, a ras del piso, en diagonal, a espaldas del seis de ellos, buscándolo a Gonzalito que arrancó bien habilitado.

(Un inmenso agradecimiento a Eduardo Sacheri, autor de este hermoso cuento, por permitirme su publicación en este sitio. Este cuento integra el libro "Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol" publicado por Galerna Libros, el cual lleva 10 ediciones con un total de 21.000 ejemplares vendidos)

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Argentina es un país donde reina el orden. Yo no he visto a ningún preso político.

(BERTI VOGTS, capitán del seleccionado alemán, a dos días de iniciado el Mundial 78)

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–¿Por qué el fútbol se ha vuelto tan popular en los últimos años?

–El fútbol fue muy popular y cada vez más popular durante todo el siglo veinte. La era de la comunicación, este tiempo en el que la industria de la comunicación es la mayor fábrica de conciencia (o de inconciencia) y de capital tomó aquel arraigo, aquella popularidad, lo volvió espectáculo, mercadería y entretenimiento mayor entre muchos entretenimientos, y lo potenció a niveles inconmensurables. Digo de nuevo: el deporte –y, muy en especial, el fútbol– es el espectáculo principal de una existencia a la que toda entera nos la presenta como un enorme espectáculo.

-¿Es un juego el fútbol que se juega bajo la sombra de FIFA?

-No sólo de la FIFA. El fútbol es un juego maravilloso que dentro de cualquier cancha conserva unas cuantas autonomías como juego y en ese sentido es propiedad de mucha gente. Pero como estructura, como movimiento, como negocio y como show es propiedad de muy pocos. La FIFA tiene muchísimo poder pero ahora libra una fuerte batalla contra la corporación de los clubes europeos más poderosos y, además, como el resto de las organizaciones clásicas, está fuertemente condicionado por el poder de los grandes conglomerados económicos.

-¿Sabe de fútbol Joseph S. Blatter?

-Sabe que el fútbol es uno de los espectáculos centrales de una vida que, toda entera, se ha espectacularizado. Entonces, sí: sabe.

(entrevista al escritor argentino ARIEL SCHER, extraída del portal digital "Río Negro" del domingo 7 de Mayo de 2006)

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El ambiente no es africano, pero ayuda para no extrañar la familia y nuestro paisaje.

(EMMANUEL KUNDÉ, jugador de Camerún, al ser consultado sobre las continuas visitas de parte del plantel camerunés, al zoológico de Fasano, Italia, durante el Mundial de Italia 90)

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El clú de mis amores (Beto Caletti - Argentina)


Era domingo y como todos los domingos me llevaban a la cancha a ver jugar a River Plate, como mi viejo alentaba a la “banda roja” y un padre no se equivoca, yo la alentaba también.

Entre banderas, gorras, vinchas y banderines yo calzaba los botines del club de mi corazón
y así gritaba junto con todo el estadio cada gol del millonario que te quiero ver campeón.

Pero un buen día de la noche a la mañana con mis viejos y mi hermana nos tuvimos que mudar fuimos de Núñez a vivir a Caballito al lado de un potrerito en Cucha-Cucha y Bogotá.

Allá en el barrio cada vez que había partido se escuchaba el griterío junto al silbato del tren,
era la hinchada del Ferrocarril Oeste y yo como mi amigo Oreste me hice de Ferro también.

Y vi jugar al equipo de mis amores y aunque pasé sinsabores a mi cuadro lo banqué,
pinté de verde mi cuarto y mi bicicleta y me compré una camiseta con la cara de Garré.

Aquel verano cuando empezaron las clases la señorita Garlece la bienvenida nos dio
y era mi banco junto al de una compañera, morocha linda y “bostera” perfumada de alcanfor.

Creo que era la tercera de la lista fue amor a primera vista su mirada me segó,
era de tarde era la clase de pintura yo admiraba su hermosura y fui de Boca por amor.

Y desde entonces fui “xeneize” con el alma a los muchachos de la cuadra desafiaba sin temor. Dicen que el verde es suma de azul y amarillo, me estampé unos calzoncillos con un gol de Maradó.

Pero la ingrata no me hizo ni un comentario le dio su amor a un otario que era hincha del Gualeguay.
Y yo quedé más solo y triste que un arquero sin pelota y sin potrero gritando un gol en orsai.

Meses después fui a ver al circo “Sarrasani” en el estadio Amalfitani y me hice hincha de la “V”
era de Vélez pero deje de repente para ser de Independiente ¡diablo rojo hasta la mué!

Fui “funebrero”, de Aldosovi, de Talleres, de Gimnasia, Cambaceres, de Estudiantes y de Unión, de San Lorenzo, de Español y de Belgrano, Sacachipas, de Italiano, de Central y de Morón.
Fui de los Andes, de Juventud Antoniana, fui de All Boys a la mañana y a la noche de Colón.

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Si no juego por Nacional (de Paraguay), cuelgo los botines.

(ARSENIO ERICO, ex jugador paraguayo, leyenda del fútbol argentino y guaraní, respondiendo al millonario ofrecimiento realizado el 15 de Marzo de 1942 por el Presidente de Olimpia, Dr. Juan Pablo Gorostiaga. El Decano del fútbol paraguayo ofrecía al goleador un automóvil 0 km. y una casa a estrenar para que jugara en el equipo "franjeado")

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Nunca le voy a dar la mano a un tipo que se viste de mujer.

(JOSÉ LUIS CHILAVERT, ex arquero paraguayo, en nota del 10 de Octubre de 2000 al diario “Clarín”, en clara alusión al goleador de Boca, Martín Palermo, y una producción que éste último realizara años atrás para la desaparecida revista “Mística”)

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-¿Podría comparar esto a su etapa como jugador en Cobreloa por allá en los '70?

Eso no tiene nada que ver. Antes no se sabía lo que iba a pasar con Cobreloa. Venía a una ciudad que no era buena para jugar fútbol a nivel competitivo, un pueblo de vaqueros. No es ofender, pero así era la cosa. No había veredas, semáforos, nada. Ahora volví y me llevé una grata realidad. Calama es espectacular, con edificios, hoteles, restoranes, etc. Antes había un solo lugar para comer...

- O sea, se lleva Calama en su corazón...

Es que nunca nos fuimos realmente. Mi hija va a cumplir 25 años, es como el club, porque nació acá. Incluso, con mi señora fuimos al hospital donde dio a luz y ya está sepultado. La gente siempre fue igual, nos acompañaba para todos lados. De Chuqui tampoco nos fuimos nunca, porque a mi hija siempre le conté de las hazañas de su padre.

-¿Montones de anécdotas también?

Una vez nos llevaron a una charla para allá arriba, en el '77, con un calor insoportable. Casi nos morimos. Andábamos en un bus sin respaldos y la rodilla se juntaba con la pera. Ahora vamos en Tur Bus y con aire acondicionado, imagina la diferencia. Si hasta compartíamos con los obreros de la mina, asados y partidos amistosos. Todos estábamos integrados y la cosa se manejaba armónicamente. Quizás eso falta ahora. Pero en suma, de Cobreloa sólo puedo decir que pasé momentos bárbaros.

(LUIS GARISTO, entrenador uruguayo, Técnico de Cobreloa al momento de estas declaraciones al diario "La Cuarta", Diciembre de 2003, recordando su paso como jugador por la ciudad de Calama)

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Botas y botines (Ezequiel Fernández Moores)


Mario Kempes se largó a llorar apenas se enteró del golpe. Su llanto alertó a varios de sus compañeros. El presidente de la Delegación, Pedro Orgambide, recibió una comunicación telefónica desde Buenos Aires informándole que la Selección debía cumplir ese día con su partido y seguir con el resto de la gira. "Yo me enteré por el golpe a través de Muñoz y él nos tranquilizó diciendo que por suerte no había desgracias personales ni derramamiento de sangre", recordaría luego Orgambide. La particular apreciación del "Gordo" Muñoz, casi un comunicado de la Junta, no satisfizo a todos. Algunos jugadores, como Héctor Scotta y el propio Kempes, dijeron que querían volver a la Argentina. Se hizo una reunión y la mayoría decidió que había que seguir adelante. En medio de esa conmoción, revelada por algunos jugadores de aquel equipo, Argentina salió al campo y venció 2-1 a Polonia, dando vuelta el marcador con goles de Héctor Scotta y René Houseman. Aquel partido se jugó en Chorzow, una ciudad industrial de 150 mil personas del sur de Polonia, y sirvió a la Junta Militar para decir que ese día, 24 de Marzo de 1976, todo seguía funcionando normalmente en la Argentina.
Los primeros comunicados de la Junta de aquel miércoles 24 de Marzo hablaban de suspensión de derechos, intervenciones y prohibiciones. Pero el número 23 informaba que se interrumpía la transmisión de la cadena nacional para permitir la difusión en directo del partido Argentina-Polonia. El fútbol volvió a ocupar a la Junta en la primera reunión celebrada por sus integrantes el día 24. El almirante Emilio Massera comunicó al general Jorge Rafael Videla que Argentina debía confirmar su decisión de organizar la Copa Mundial ‘78. "Costará sólo 70 millones de dólares", le dijo Massera a Videla. Alguien intentó explicar luego que las obras demandarían una inversión mayor, pero Videla no se preocupó. "Aunque cueste cien millones no hay problemas", señaló.
"Veinticinco millones de argentinos", como decía el jingle militar, terminaron pagando más de 700 millones de dólares.
El 25 de Marzo la Junta recibió de manos del deporte una de las primeras adhesiones. La dio el presidente de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD), almirante Heleno Nunes. "Tal vez sea la mejor garantía de la Copa del Mundo en Argentina", dijo Nunes. Al día siguiente arribó a Buenos Aires una comisión de la FIFA, para inspeccionar las obras del Mundial, encabezada por el alemán Hermann Neuberger, SS en los tiempos de Hitler. "El cambio de Gobierno no tiene nada que ver con el Mundial. Somos gente de fútbol y no políticos", dijo Neuberger. Más claro aún fue el propio mandamás de la FIFA, Joao Havelange. El 28 de Marzo decía desde el exterior que "la Argentina está ahora más apta que nunca para organizar el Mundial". Recibiendo a la FIFA en Ezeiza aquel 25 de Marzo estaba ya el almirante Carlos Lacoste, la bota que Massera puso dentro del deporte, para manejar el poder y los negocios.
Lacoste convocó a sus oficinas en el Ministerio de Acción Social al presidente de Boca Juniors, Alberto J. Armando, y le sugirió que pidiera la renuncia a toda la cúpula de la AFA. Su presidente, el médico de la UOM David Bracutto, rechazó el convite. Pero el 30 de Marzo la dictadura bloqueó las cuentas de la AFA en el Banco Central y Bracutto debió abandonar su cargo. La Marina y el Ejército libraron una batalla para ver quién se quedaba con la pelota. Ganó Massera y el 1º de Mayo de 1976 el voto obediente y mayoritario de los presidentes de los clubes de fútbol permitió al abogado Alfredo Cantilo convertirse en el nuevo presidente de la AFA.
Si la dictadura precisó a la AFA de una fachada democrática, distinta fue la situación en la Confederación Argentina de Deportes (CAD). Allí fue designado interventor Miguel Ángel Bruno, allegado al general Reynaldo Bignone. En el Comité Olímpico Argentino ( COA) el régimen urdió una trampa derrocando al tirador Pablo Cagnasso. Rodríguez sigue aún hoy en el COA y Bruno es su vicepresidente. La palabra "desaparecido" golpeó al fútbol al mes de producido el golpe. El 23 de Abril de 1976 las capuchas se llevaron a Norberto Julio Morresi, de 17 años, hermano de Claudio, el jugador que luego actuó en Huracán y River, una de las pocas voces del fútbol que jamás se escondió para repudiar activamente la represión. Casi al mes siguiente, el 17 de Mayo de 1976, la dictadura tuvo su primera muerte en las canchas. Estudiantes y Huracán jugaban en La Plata y en la tribuna visitante apareció un cartel de Montoneros. En medio de la batahola cayó muerto de un balazo Gregorio Noya, que estaba en la platea acompañado de su hijo pequeño. En 1976, según recuerda el periodista Amílcar Romero, en su libro Deporte, Violencia y política la AFA hizo disputar una cifra récord 752 periodistas y fue bajo la dictadura cuando las barra bravas, como dijo Roberto Perfumo, "ganaron su lugar al sol". Aquel mes de Mayo, el día 23, el triunfo de Víctor Galíndez en Sudáfrica y ante Richie Kates y el asesinato de Ringo Bonavena en un burdel de Nevada ocultaron otra pequeña noticia publicada por los diarios: el hallazgo de los cuerpos acribillados de los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz.
Util para la dictadura, al deporte también le llegó la censura. El interventor de las radios “Splendid” y “Excelsior”, Vicecomodoro Jorge Pedrerol, transmitió órdenes superiores y prohibió en esas emisoras cualquier "comentario adverso" a la selección y a su técnico, César Menotti. Videla, en tanto, elegía deportistas para almorzar con "jóvenes sobresalientes", el 21 de Septiembre de 1979: entre los elegidos estaba Alberto Tarantini y Claudia Casabianca, años más tarde involucrados en causas por drogas. El 26 de Noviembre desaparecía Claudio Tamburrini, arquero del club de Almagro. Fue torturado y privado de su libertad hasta el 24 de Marzo de 1978. Pasó 120 días en el centro de tormentos clandestino instalado en el oeste del Gran Buenos Aires bajo el nombre de Mansión Seré.
Irónicamente uno de los hombres que tuvo bajo su cargo la Mansión Seré fue el comodoro Julio César Santuccione, famoso profesor en Mendoza y uno de los tantos militares dirigentes de la AFA, en aquellos años, como secretario del Tribunal de Disciplina y de la Comisión Especial de Reformas al Reglamento.
Siguiendo los consejos de la agencia Burson Masteller, contratada para mejorar su imagen en el extranjero, la Junta siguió montada al deporte y el 9 de Septiembre de 1977 Videla esquivó protestas en su visita a Nueva York fotografiándose con Guillermo Vilas, que unos días después ganaría por primera y única vez el Abierto de Estados Unidos.
Aquel mismo 9 de Septiembre, más pequeño, se informaba sobre el secuestro del profesor Alfredo Bravo. El ‘77, cuando ya Suárez Mason viajaba en los aviones de YPF para seguir los partidos de Diego Maradona en su club, Argentinos Juniors, se cerró con el recordado secuestro de las monjas francesas. Al día siguiente, las portadas en los diarios, sin embargo, se ocuparon en la fecha del fútbol, la final del polo entre el coronel Suárez y Santa Ana y una exhibición de Carlos Monzón en la Rural. Los archivos de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) cuentan a 56 desaparecidos en Enero de 1978. Uno de ellos es el único deportista federado argentino chupado por los militares. El atleta Miguel Sánchez un tucumano de 25 años que había participado tres veces en la famosa maratón brasileña de San Silvestre, fue arrancado de su casa de San Martín 176, de Villa España, en Berazategui, a las 3.30 de la madrugada del 9 de Enero de 1978. Su entrenador, Osvaldo Suárez, una de las máximas figuras del atletismo argentino, siempre creyó que se trató de "uno de los tantos errores de procedimiento".
Pero así como en el ‘82 se recordó por la Guerra de Malvinas y en el ‘83 la dictadura se despidió sembrando muerte y violencia con un año negro en las canchas, 1978 quedó incorporado como el año del Mundial. La historia sospechará eternamente del 6-0 ante Perú. Lo hará también de los controles antidóping, como reflotó hace unos días en la TV el periodista Aldo Proietto, director de la revista El Gráfico. Proietto era hombre de Lacoste en aquel engendro llamado EAM ‘78. La imagen de Argentina era custodiada desde los micrófonos por José María Muñoz y Raúl Portal atendía a periodistas en la Cancillería.
En Rosario, a un periodista cuyas crónicas "deformaban la realidad", le mandaron una señorita. Y cuando se quedó dormido la dama se llevó su credencial, sin la cual no pudo seguir trabajando y debió volver a su país. El día que empezó el Mundial, la dictadura cerró el Hospital Rawson. Y un día antes de la final ante Holanda, Adolfo Pérez Esquivel salió de prisión. Argentina ganó el Mundial el 25 de Junio de 1978 y los torturados de la ESMA no escucharon los gritos del estadio de River pese a la cercanía. Ellos se enteraron, porque su represor, el "Tigre" Acosta, irrumpió en el tercer piso al grito de "¡Ganamos, ganamos!". Obtenida la Copa, El Gráfico, abrió su edición del 4 de Junio con una entrevista exclusiva a quien creyó figura de la Copa, el general Videla. Fueron años en que la política abusó del fútbol. Años de Kempes, el Matador. Años de Videla, el asesino.

Distancias: Brasil hizo 4.659 kilómetros; Argentina, 618: Curioso dato, y más teniendo en cuenta que Brasil era el enemigo a batir por los argentinos y las enormes distancias del país organizador.
Coca Cola, patrocinador: Desembolsó 8 millones de dólares para patrocinar el Mundial.
Se marcaron 102 goles: La media del torneo fue de 2,68 goles por partido. Hubo tres goles en propia puerta y 64 futbolistas festejaron al menos un gol durante el torneo.
Más de millón y medio de espectadores: Las gradas de los seis estadios que albergaron partidos acogieron a 1.610.200 personas, a una media de 42.374. La final se jugó en el campo de River Plate en pleno invierno local ante 71.483 espectadores.
Brandts, a favor y en contra: El holandés fue, ante Italia, el primero en marcar en su meta y la rival en un mismo choque. Su equipo ganó 2-1.

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Mi destino es incomprensible, en Uruguay me querían matar si ganaba. En Italia, si no lo hacía.

(RAIMUNDO "Mumo" ORSI, jugador argentino, (1901-1986), jugó por Argentina la Final del Mundial de 1930 y la de 1934 defendiendo a la selección de Italia. En ambos partidos con un clima por demás "espeso")

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Con esos pies, en el unico equipo que podés jugar es en Boca.

(RAMÓN DÍAZ, entrenador argentino, dirigiéndose a Cristian Traverso, en Octubre de 2005, en el programa de TyC Sports "Mar de Fondo")

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No conozco mucho del Boca Juniors, no sigo de cerca el fútbol brasileño.

(RUUD HESP, arquero holandés, en declaraciones efectuadas en 1999 mientras defendía el arco del Barcelona F.C., y previas a un enfrentamiento al equipo argentino)

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El "8" era Moacyr (Roberto Fontanarrosa - Argentina)

-1ª parte-



-2ª parte-

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Dígale de mi parte a ese negro de mierda que usted es mejor que él.

(LUIS ARAGONÉS, entrenador español, "motivando" en un entrenamiento al jugador José Antonio Reyes y haciendo alusión al goleador francés Thierry Henry, compañero en el Arsenal de Reyes -Septiembre de 2004-)

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Siempre rezé para que los partidos no terminaran en empate a 0.

(EDSON ARANTES DO NASCIMENTO "Pelé", ex jugador brasileño)

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¿Qué ha cambiado para que antes el fútbol se rechazara como algo vulgar y ahora sea seguido y analizado incluso por intelectuales?

Puede que hayan desaparecido ciertos complejos. Creo que el fútbol ha gustado o ha dejado de gustar siempre igual. Lo que ocurre es que antes no estaba bien visto, no sé por qué. Recuerdo que con 16 años escribía, pero también jugaba al fútbol en un equipo juvenil de mi ciudad, León, y tanto en un lugar como en otro tenía que ocultar ambas actividades. Siempre ha habido una disociación entre esos dos mundos que se ha roto en algún momento y a esa ruptura han contribuido algunas personas, por ejemplo Valdano. Antes se identificaba a la gente del fútbol con la ignorancia y no podías mezclarte con ellos. Nunca estuve de acuerdo con eso.

(JULIO LLAMAZARES, escritor español, en declaraciones al diario "As" del 29/07/2007)

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Arsenal (Salvador “Tito” Somma - Argentina)

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Naciste un once de Enero del año cincuenta y siete,
y fuiste el mejor juguete del barrio de Sarandí,
yo por seguirte perdí, un centenar de mis siestas,
que compensé con la fiesta de la pasión que viví.

Yo que de pibe aprendí, a venerar tus colores,
descubrí que otros amores, me quitaban la razón,
y dejé que el corazón me latiera acelerado,
y en cada gol conquistado, lo llenaba de emoción.

Yo te vi salir Campeón... , y te regalé mi llanto,
por eso te quiero tanto ARSENAL DE SARANDÍ,
del barrio donde nací, sos el símbolo latente,
y hoy me obsequias el presente, que tantas veces pedí.

Yo que alguna vez vestí, con honor tu camiseta,
y que soñé con la meta, en la que hoy estás metido,
si te sigo en los partidos, por todo lo que me das,
no puedo pedirte más, para mi..., ya estás cumplido.

Y el honor de haber nacido, en el barrio del viaducto,
donde recogí los frutos, de tus logros sabatinos,
hoy cumplís con el destino, de aquello que fue quimera,
y voy a verte en primera, jugando con tus vecinos.

Hoy vuelven a estar Pepino, el Negri y el Cocholín,
Rimaudo, Elena, Carlín, el negro Rubén, Tioclito,
Manga, el Casi, el viejo Chito, y tantos que alzaron vuelo,
son hinchas que desde el cielo, dejan escuchar su grito.

En el recuerdo los cito, porque son parte del ARSE,
decidieron alejarse, por cumplir con su destino,
tal vez porque le convino, la tribuna celestial,
y gritaban por ARSENAL, enronqueciendo sus trinos.

Alzo mi copa de vino, y brindo por tus colores,
ARSENAL de mis amores, pasión por la que viví,
del sueño que compartí, hoy salgo de mi letargo,
porque se calzó los largos, un chico de Sarandí.


(el autor fue jugador de la entidad entre 1965 y 1972, con 120 partidos y 42 goles)

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