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Abril, en Rio, en 1970 (Rubem Fonseca - Brasil)



Todo empezó cuando el tipo que se sentó cerca de mí en el pasto dijo, mirá lo que es la escupida de Gerson. En el momento no le di importancia, me había costado un huevo llegar hasta allá, pero mi cabeza estaba en el partido del domingo y yo no relacionaba las cosas unas con otras. Al partido del domingo iba a ir Jair da Rosa Pinto, técnico del Madureira, que ya fue crack de la selección, y una cosa aquí dentro me decía, Zé, va a ser la oportunidad de tu vida. Yo le dije a mi chica, que era dactilógrafa de la empresa, no sigo de cadete ni un mes más, también le dije que Jair da Rosa Pinto me iba a ver el domingo, pero las mujeres son bichos raros, ni me dio bola. Soltame, dejame que te cuente.
Me levanté de la cama, le expliqué, pucha, si juego bien y Jair da Rosa Pinto me lleva al Madureira, estoy hecho, nadie me para, pero él la me tiró de nuevo a la cama y fue aquella locura, mi chica es un fuego. El tipo se llamaba Braguinha. Mirá la escupida de Gerson, dijo, en el segundo tiempo del entrenamiento. Braguinha había llegado en el entretiempo, todo el mundo lo conocía; decían, ¿eh Braguinha, qué te parece? y él respondía, ¡vamos a reventar a los gringos!. Yo meneaba la cabeza y le sonreía asintiendo. Estaba queriendo hacerme amigo, yo era un colado y no quería que me echaran, mirándome nomás los tipos se daban cuenta de que mi lugar era otro, ni como reportero podía pasar.
Me quedé observando a Gerson. El jugador de fútbol vive escupiendo. Pasó cerca, dio uno de esos tiros de treinta metros y escupió. ¿Viste? Limpio, transparente, cristalino. ¿Sabes lo que es eso?, preguntó Braguinha. Me quedé en la duda, ¿estaría cargando a Gerson? Por ahí está lleno de flacos que no se lo bancan, ¿qué iba a decir? Me quedé callado, asentí con la cabeza y el mismo Braguinha respondió, preparación física, pibe, preparación física, para escupir así el tipo tiene que estar diez puntos. Vamos a reventar a los gringos.
Braguinha me contó que ellos entrenaban todos los días y que no veían a mujeres, ni siquiera a las propias; nada de ir a lo de Rose, Jairzinho no pone ni el pie en la Mangueira, Paulo César ni pasa por la puerta del Lebató, los tipos están haciendo las cosas en serio. Mujer, ni siquiera la madre. Yo ya había oído hablar de esa historia de que las mujeres acaban con un tipo y nunca la creí, pero aquel día, no sé por qué, empecé a pensar que la cosa era así y le pregunté a Braguinha, ¿usted es médico? y él respondió, no, no soy médico pero estoy en la cosa, ya vi arruinarse la carrera de pibes de 18 años por culpa de una mujer. Pucha, 18 años es mi edad. Ves la escupida de Tostao, está medio jodido, ese problema en el ojo, estuvo parado seis meses, mira nomás la escupida de él. Tostao pasó cerca y escupió una bolita de goma blanca. Parece merengue, dijo Braguinha, él está en un treinta por ciento, pero cuando esté a punto va a escupir un chorrito de agua filtrada igual al zurdito de oro. Era así como lo llamaban a Gerson. Cuando el entrenamiento terminó los cogotudos rodearon a los jugadores. Era un lugar bacán, para jugar polo, ese juego que el tipo monta en un caballo y se la pasa dando tacazos a una pelotita. Tenía un césped que nunca terminaba y unas mujeres diferentes de la Nely, mi chica. No digo que Nely sea para tirar a la basura, pero aquellas mujeres eran diferentes, creo que eran las ropas, la manera de hablar, de caminar, hasta me olvidé de los jugadores, nunca había visto mujeres iguales. Creo que ellas no andaban por las calles de la ciudad, andaban a caballo ahí, escondidas, sólo los bacanes las veían. Eso sí que era vida, me quedé mirando la piscina, el césped, los mozos llevando bebidas y bocaditos de acá para allá, todo tranquilo, todo limpito, todo lindo. No eran las ropas, era el cabello, el olor, esa era la diferencia entre Nely y las chicas que andaban a caballo, pensé mientras iba por la ruta haciendo ejercicio, corriendo hasta la parada del colectivo de Rocinha; era el cabello y el olor, y las ropas, la pucha, quería tener una mujer así, pero para que un tipo pudiera tener una mujer de aquellas, tenía que ser como mínimo de la selección. Yo tenía que comerme la pelota el domingo, del Madureira a la selección, pelota para Zezinho, y ¡goool! La multitud gritaba dentro de mi cabeza.
Nely vivía en un departamento de dos ambientes en la playa de Botafogo, con una compañera que sabía de nuestro asunto, una chica medio jorobada que se llamaba Margarida, muy buenita; cuando yo iba a dormir con la Nely, ella se iba a dormir al living, se acostaba en el sofá y fingía no oír los gemidos que provenían del dormitorio. Ya no te gusto más, dijo Nely, hago unos fideos, comés y ahora querés tomártelas diciendo que te vas a casa a dormir. ¿Qué historia es esa? ¿Crees que soy boba? No le quería decir que estaba pensando en la escupida de Gerson, pensando en el partido del domingo, y le dije que no me estoy sintiendo bien, creo que estoy enfermo, ni sé si voy a poder jugar mañana.
¿No te estás sintiendo bien, gritó Nely, y te comiste dos kilos de fideos? ¿Vos pensás que soy idiota? Creo que fueron los fideos, me llenaron demasiado. ¿Te llenaron demasiado? Tonto, ¿entonces por qué estás comiendo ese pan?, preguntó Nely. Yo ni me había dado cuenta que estaba comiendo pan, estaba realmente con la cabeza en otro lugar. Nely la miró a Margarida que había cenado con nosotros, y le preguntó, ¿Margarida, vos pensás que alguien puede creer en lo que está diciendo? No sé, dijo Margarida, saliendo apurada de la mesa. Vos te vas a encontrar con otra mujer, dijo Nely. Su cara huesuda, sus labios gruesos me fueron dando ganas, me quedé en esa disyuntiva, hasta di un paso para acercarme a ella, pero pensé en la escupida de Gerson, el chorro transparente entre los dientes, y dije, me gustás, querida, pero a ver si me entendés, hoy no, a ver si me entendés, hoy no, mañana en la noche, te juro por mi madre que no voy a encontrarme con ninguna mujer. ¡Si no tenés madre!, gritó Nely, haciendo pedazos un plato en el piso.
Era verdad, yo no tema madre, no conocí a mi madre, pero sólo juraba por la madre y Nely lo sabía. Era una costumbre.
Te voy a decir la verdad, no estoy enfermo, pero mañana Jair da Rosa Pinto, del Madureira, va ver el partido, si juego bien, me lleva para hacer una prueba, tengo que estar en forma, a ver si entendés, dije.
¡Mentiroso, te vas a encontrar con otra mujer!
No, te lo juro por mí... palabra de honor, un tipo me dijo ayer, un tipo que está en la cosa, que el atleta no puede andar con mujeres la víspera del partido. Tuve ganas de decir más, con una igual a vos entonces ni que hablar, vos me dejas de cama, toda la noche, sin parar, pero tuve miedo de que rompiese otro plato en mi cabeza. Fui yendo en dirección a la puerta, Nely me abrazó, me desprendí del abrazo, no puedo, hoy no puedo, mañana a la noche vengo.
Si te vas, no hace falta que vuelvas nunca más, exclamó Nely enfurecida. Cuando me vio abrir la puerta de calle gritó, ¡anda, mentiroso, flojo, debilucho, ignorante, don nadie!
Me fui, disgustado. Llegué a la pensión, me acosté, me quedé un montón de tiempo enrollado con la discusión que había tenido con ella. No me molestaba que me llamasen mentiroso, ni flojo, las pelotas, después de todo lo que hice con ella era gracioso que me llamase flojo, dudo que consiguiese otro con más disposición que yo, pero que me dijera ignorante, don nadie, eso dolió. Sólo porque fuera dactilógrafa y tuviera el secundario no tenía derecho a decir eso de mí, y o era huérfano, mi mamá murió cuando yo nací, mi papá era pobre, se murió poco tiempo después, dejándome en la mala, sólo podía terminar como cadete, ignorante, don nadie. ¿Qué quería que fuese? Mi tristeza sólo se fue cuando me acordé que Clodoaldo también era huérfano y debe haber pasado por las mismas cosas que pasé yo.
Me quedé un montón de tiempo despierto, sin poder imaginarme cosas lindas, pensando en la oportunidad, pero sin lograr imaginarme la cosa pasando, las jugadas sensacionales, la gente gritando el gol. Si me llamaran, yo entrenaba en cualquier equipo, de Río, Belo Horizonte, aceptaba el interior de Sao Paulo, Bahía, cualquier lugar; quería una oportunidad. La única vez que entrené en un equipo profesional fue en Sao Cristovâo, en un día de lluvia, la cancha estaba hecha un barrial. ¿Dónde se vio un volante defensivo que rindiera en el barro? Jugué diez minutos, diez minutos, había un montón de flacos esperando su turno en la cola, nada más que para el medio campo, todos con la misma angustia que yo. Después del entrenamiento le pregunté al hombre si quería que volviese y él dijo con toda calma, no gracias, sin importarle mi sufrimiento, cagándose en mí.
Me pasé la mañana del domingo en la cama. Almorcé a las 11, bife, arroz, ensalada de lechuga y tomate, igual que la selección en día de partido. Sólo faltaban los champignones. Puse el uniforme en un bolso de plástico, botines, pantalón blanco, camisa azul, medias blancas, tomé el colectivo, salté en la Estación Central, tomé el tren.
Don Tiâo, nuestro técnico, ya estaba en la cancha. También había un montón de personas esperando que empezara el partido. Fui al vestuario a cambiarme de ropa. Don Tiâo nos reunió para decirnos como quería que jugase el equipo. Pregunté, ¿ya llegó Jair da Rosa Pinto, del Madureira? Don Tiâo respondió, ¿el Yaya de la Barra Mansa? no sé, no lo vi. Mira, cuando vos vayas, Tiago se queda, Gabiru viene a buscar el juego, ayudar en el medio campo. Otra cosa, cuidado con el artillero de ellos, un tal Jeová. Si es necesario, denle duro. Cuando salimos del vestuario la cancha estaba toda cercada de gente, de pie, porque tribuna no había. Traté de ver a Jair da Rosa Pinto, no pude, debía estar por ahí, observándome. Sentí un frío en el estómago. Empecé a saltar, calentando el cuerpo, sintiendo el cuerpo, sintiendo los músculos debajo de la piel, salté, el frío en el estómago se fue, que cosa linda sentir los músculos debajo de la piel. Ellos ganaron el sorteo, eligieron el campo. Pirulito puso en juego la pelota, tocándola para atrás para mí, la enganché de curva para Gabiru en la punta, pero la pelota fue al pie del adversario. Corrí para ver si recuperaba la jugada. Mientras hacían rodeos sobre mí pensaba, mierda, empecé mal, ahora estoy como un bobo en la cancha, ni sé lo que estoy haciendo.
El primer tiempo fue de amargar. Empecé a darle duro a Jeová. Después de que pasó dos veces por mí decidí apelar, iba derecho a su pie de apoyo. Me estaba poniendo nervioso, le grité a Tiâo, a ver si retrocedes también, mierda. El tipo sólo quería quedarse en el medio campo, jugando de armador, mientras que nosotros nos jodiamos allá atrás. Un minuto antes del entretiempo le di otro palo a Jeová. El se levantó, me miró y dijo, ¿qué pasa, loco? Los dos escupimos al mismo tiempo, mi escupida salió finita, pero la de él, hijo de puta, salió todavía más fina. Yo escupí carraspeando y soplando la saliva con fuerza para afuera, mientras que él, pibe canchero, ni siquiera abrió la boca, con un ruidito de pedo la saliva brotó de sus labios cerrados.
En el vestuario Don Tiâo me dijo, Zé tenés que esforzarte más en los pases. Yo dije, yo me encargo. De repente di un suspiro, estaba sintiendo una cosa rara. Dije desanimado, ¿no sería bueno que nos cambiemos de vez en cuando con Tiago? Don Tiâo se rascó la cabeza, no sé, me parece mejor que sigas plantado en la entrada del área, la táctica que funciona no se cambia.
Puse una toalla sobre el banco y me acosté. No quise pensar en nada, no tenía ganas de imaginar las cosas buenas que todavía iban a pasar, un día. Me quedé callado. Sólo abrí la boca para preguntar, ¿alguien vio a Jair da Rosa Pinto por ahí? Nadie lo había visto. El sol seguía fuerte en el segundo tiempo. De salida, el puntero izquierdo de ellos fue hasta la línea de fondo, levantó al centro, Jeová saltó más que todo el mundo, dio un cabezazo tan fuerte que nuestro arquero ni siquiera vio por donde dónde entró la pelota. Jeová salió dando puñetazos en el aire, de la forma que inventó Pelé. Vamos a dar vuelta el resultado, muchachos, dije a mis compañeros, poniéndome la pelota debajo del brazo y corriendo para el medio campo, para dar la salida, igual que Didí en el final del mundial del sesenta y dos. No lo dimos vuelta. Fueron ellos los que hicieron otros goles, hicieron dos tiros de taquito, dominaron durante todo el segundo tiempo. De tanto correr quedé hecho pomada, la boca seca, no me atrevía a escupir para ver la bola de merengue.
Cuando terminó el partido, todavía en la cancha, Don Tiâo me dijo, la cabeza alta, Zé, le pasa a todo el mundo, hay días en que todo sale mal, es así, qué se le va a hacer. Yo estaba tan empelotado que sólo en ese momento me di cuenta que mi juego había sido una mierda, no había hecho otra cosa que correr dentro de la cancha como un imbécil. Vi, de espaldas, a Jeová conversando con un tipo. No podía ver quién era. Pensé, capaz que es Jair da Rosa Pinto, invitándolo para entrenar en el Madureira. Me sentí tan infeliz que no me atreví a mirar, a saber si era o no era. Corrí al vestuario.
Fui el último en salir. Empezaba a oscurecer. En la sombra de la tarde la cancha parecía todavía más fea. Yo estaba solo, todos se habían ido. Empecé a caminar, pasé por una montaña de basura, tuve ganas de tirar ahí mi uniforme. Pero no lo tiré. Apreté el bolso contra el pecho, sentí los tapones de los botines y me fui caminando así, lentamente, sin querer volver, sin saber adónde ir.

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La credibilidad es como la virginidad. Se pierde una sola vez.

(OSVALDO ARDIZZONE, periodista deportivo argentino, a sus compañeros de redacción en revista "Goles", a finales de la década del '60, refiriéndose a algunos personajes del fútbol argentino de la época)

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¿A quién se le puede ocurrir que yo no puedo jugar más? Solamente a un don nadie

(HUGO ORLANDO GATTI, ex arquero argentino, en declaraciones a la revista "El Gráfico" del 18 de Abril de 1989, tras ser marginado del primer equipo de Boca Juniors por el entonces DT de la entidad, el recordado José Omar "Pato" Pastoriza)

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Escuchaba los partidos junto con mi abuelo paterno, un 'tano' divino que se llamaba Domingo Francella y era fanático de Boca. Cuando se enfrentaban nuestros equipos, hacíamos apuestas irrisorias: poníamos un peso sobre la radio y nos sentábamos a seguir las acciones. Por lo general ganaba Boca, pero mi abuelo siempre se las ingeniaba para darme el peso a mí. Me decía "ustedes tuvieron más córners que nosotros", y me amortiguaba a su manera la amargura por la derrota.

(GUILLERMO FRANCELLA, actor argentino, recordando su infancia, siempre asociada a su pasión por el Racing Club de Avellaneda, en la revista "Súper Fútbol" Nº 58, Junio de 1992)

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Ojalá que una vez muerto el perro se acabe la rabia

(XABIER AZKARGORTA, técnico vasco, tras el empate de Chile en Venezuela, Junio de 1996, que determinó su salida como técnico de la Selección de Chile)

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Nosotros sabíamos poco de Escocia, pero parece que ellos no sabían nada de nosotros.

(PERCY ROJAS, jugador peruano, resumiendo la gran victoria del conjunto incaico por 3 a 1 sobre el británico en el Mundial de Argentina 78)

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Tenía que reportear a Roberto Perfumo camino a la cancha de Racing. Cuando llegué a su casa en Sarandí, como para hacerme el vivo, le dije: "Usted sí que tiene suerte: gana plata haciendo lo que más le divierte". Perfumo me miró serio y me hizo comprender todo de golpe. "Mire, cuando salgamos de acá, mi esposa me va a pedir que ganemos porque nos faltan pagar ocho cuotas de los muebles. Abajo, el diariero me va a gritar que ganemos porque se jugó cinco mangos a favor nuestro. En la puerta del vestuario, los hinchas me van a apretar al grito de Roberto, ¡tenemos que ganar!, ¿eh?,¡ tenemos que meter!, ¿eh?
Mientras me cambio, un tipo me va a decir todo lo que tengo que hacer para no perder y todo lo que tengo que hacer para ganar. Con toda esa presión, ¿usted cree que me puedo divertir cuando entro a la cancha?"


(ENRIQUE MACAYA MÁRQUEZ, periodista deportivo argentino, en declaraciones a la revista "Veintidós", 6/7/2000)

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Es injusto que los intelectuales hayan mirado tan poco el fútbol. ¿Acaso no es el primer productor de conversación en el mundo entero? ¿Acaso los intelectuales no se preocupan por analizar y reflexionar sobre lo que pasa en la sociedad? Entonces, ¿por qué no se atreven a analizar al fútbol como fenómeno social? Hay un temor del intelectual a lo que es la esencia del juego. Pero el que todavía no se haya podido explicar el fútbol y su esencia es lo que lo hace maravilloso.

(JORGE VALDANO, ex jugador y técnico de fútbol argentino)

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Blas Armando Giunta (Argentina)


Nacido en Capital Federal, Buenos Aires, el 6 de Septiembre de 1963, este rústico volante está grabado a fuego en el corazón del hincha de Boca Juniors. El clásico “Huevo, Huevo, Huevo, Giunta, Giunta, Giunta” aún lo emociona. Se lo ha ganado.
Ese reconocimiento de la parcialidad auriazul a un mediocampista de mucho temperamento, personalidad y entrega no es por casualidad. Es por lo que Blas Armando Giunta dejó dentro de los campos de juego, no solo en la Bombonera.
Sus inicios en el fútbol barrial fueron en el equipo “Bomberos de La Matanza”, para de ahí pasar a Liniers (equipo de Primera “D”) y posteriormente, con el pase en su poder, fichar en San Lorenzo de Almagro. En 1988 lo compra el Zaragoza y lo cede al Murcia (España) para retornar al país y recalar en Boca Juniors en donde se consagra como ídolo de la “12” y logra la Supercopa 1989, la Recopa Sudamericana 1990, la Copa Masters 1992 y el Torneo Apertura 1992.
En 1993 se va a México donde jugará por dos años en el Toluca y un nuevo regreso a su amado Boca Juniors, hasta 1997, año en que se va al Ourense (España).
En 1999 se retira del fútbol jugando en el ascenso argentino con Defensores de Belgrano.
Al ser un claro ejemplo del futbolista que se convierte en ídolo sin más atributos que su corazón, y por una personalidad graciosa y desenfadada, eso lo hace merecedor de ingresar a nuestra sección “Personajes”.

Frases:

Cuando el equipo pierde, no vivo.

Soy un jugador entrenando y otro adentro de la cancha. A mis compañeros no les hago sentir el rigor.

Al hueso
(frase que describe claramente donde entrarle a un rival).

Los plateístas que vengan todos acá, uno por uno, yo laburo todos los días acá, que me vengan a buscar si me tienen algo que decir que yo los voy a atender.

Cuando íbamos en el micro desde el hotel a la cancha y pasábamos por Casa Amarilla, veíamos a la gente, a toda esa marabunta. Yo me motivaba, me creía que era He-Man, que era un gladiador.


Anécdotas:

Al “Chino” Tapia lo volvíamos loco… A “Corky” Mac Allister, también. Un día se calentó, vino y me tiró los mocos en la comida. Pasa que el Colorado ya estaba harto de que lo jodiéramos. Le decíamos que tenía los brazos cortos y que no podía hacer los laterales. Pero yo no me calenté, me cagué de risa y pedí que me cambiaran el plato.
A Neffa también lo matábamos. Sólo quería el dulce de leche, el “Gordo” Neffa. En Unión, todos decían “mirá, cómo le pega, tiene un cañón”. Cuando vino a Boca, le decíamos: “Dale, gordo dulce de leche, hijo de puta. Ni te acercás a patear los tiros libres. Ahora pateá, la concha de tu madre”. Y en el medio del partido le gritábamos “¡dale, gordo de mierda! ¡Largá el dulce de leche!”. Y también lo imitábamos al Maestro Tabárez: “Este muchacho Saturno es impresionante. Es el impredecible”, decía. Después a Saturno le pusimos “Larva”, por el personaje de Pergolini.

Siempre llevaba un revólver encima. Sabía tirar porque íbamos a cazar, con Marchesini, con Stafuza, con Cucciuffo... Lo llevaba cargado, sí. Pero todos teníamos un arma encima, eh, cada uno tenía su bazooka. Una vez, en San Lorenzo, me vinieron a apretar porque yo jugaba por el 20 por ciento. Lo vi a Goycochea, que estaba por ir al Ciclón y se había ido a hacer la revisación médica, y le dije: “Goyco, prestame la matraca”. Y salí de la práctica con el caño. ¡No se me acercó nadie! Andábamos todos con matraca o con una escopeta…

Una vez, en un entrenamiento, me rompieron la oreja. Estábamos jugando y un boludo me pisó. Yo sentía la parte de atrás colgando y despegada. El médico vino, me puso anestesia y me dijo que tenía todo partido. Claro, nadie quería decir quién me había pisado, se hacían los boludos. Cuando se me fue el efecto de la anestesia, me seguí entrenando, porque no le quería dar espacio a nadie, no quería perder el tren. Pero cuando corría, sentía que me ardía mal. Entonces le dije: “Che, tordo, me duele mucho acá atrás. Abro la boca y siento que se me raja todo”. Me miró y me vio toda la oreja despegada. “Te tengo que poner anestesia otra vez”, me decía. ¿Qué anestesia? Coseme así, como está. Dale, loco. Dale porque no da para más. Dejate de joder con la anestesia”, le contesté. Me cosió y seguí entrenándome toda la tarde. Yo era así. El fútbol era lo más sagrado del mundo.

Fue en Boca-Ferro. Para Ferro atajaba Germán Burgos, que había debutado en primera hacía poco. Tiro una pared con Maranga (Marangoni), me la devuelve por arriba, llego al área y lo veo salir con todo al Mono Burgos. Entonces, pienso: “Este me parte”, porque él ya había tomado carrera. Cuando lo veo venir, se la mando por abajo, se tira con los pies para adelante y me rompe las dos canilleras. Cuando me levanto, lo agarro en el piso y le digo: “Nene, ¿qué querés? ¿Morir en este instante?”. Y después lo recagué a puteadas.
Fue exactamente como la cuenta el Mono.

Trayectoria: San Lorenzo (1983-1984), Cipolleti de Río Negro (1984-1985), Platense (1985-1986), San Lorenzo (1986-1988), Murcia -España- (1988-1989), Boca Juniors (1989-1993), Toluca -México- (1993-1995), Boca Juniors (1995-1997), Ourense -España- (1997-1998), Defensores de Belgrano (1998-1999).


(anécdotas extraídas de la revista “El Gráfico” de Febrero de 2006)

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Si no seria futbolista me hubiese muerto virgen (CLAUDIO "El turco" GARCÍA, ex futbolista argentino)

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Era un 14 de Septiembre. Al día siguiente, los mexicanos conmemorarían su tradicional e histórico “Grito de Independencia”. El temperamental jugador uruguayo Nery Castillo (padre del actual jugador, de igual nombre) no pudo con su habilidad, ni rapidez, desequilibrar el partido. Su equipo perdió. Se acercó al árbitro al terminar el juego, le estrechó la mano y le soltó su furia en la cara: "Qué se podía esperar de un mexicano cobarde como vos". El árbitro apretó fuerte la mano derecha de Nery Castillo y con la izquierda le asestó en pleno rostro un puñetazo fulminante. Ni siquiera lo dejó caer de la fuerza con la que le sostuvo la mano.
La foto salió en los diarios, con encabezados tales como "agresión de un árbitro a un jugador", "ahora los patos le tiran a las escopetas", etcétera.
La televisión repetía la escena, ante los ojos atónitos de los televidentes, que no recordaban un episodio así.
Nery Castillo se quedó sin posibilidad de respuesta porque el agresor era más grande y fuerte.
"Estaba yo en mi mejor forma. Fuerte. Y Nery era bajito y delgado. Simplemente no lo dejé moverse. Me ofendió que me dijera cobarde. Claro que hice mal al pegarle, pero al otro día íbamos a celebrar la Independencia de México y no quería permitir que un extranjero le dijera cobarde a un mexicano. Y menos a mí", dice hoy en su retiro Fermín Ramírez Zermeño, quien recuerda aquella anécdota de hace más de 20 años, cuando Nery Castillo era la gran figura del desaparecido Atlético Potosino.
"Ahora que vuelva a México con su hijo, voy a tener que ir a ofrecerle una disculpa y a darle un abrazo", dice mitad arrepentido y mitad festivo.
-¿No lo expulsaron del arbitraje?
-Casi. Todo el mundo se me vino encima. No era común que un árbitro le pegara a un jugador. Afortunadamente por aquella época me entrevistó para televisión don Jacobo Zabludowski, quien enarboló la bandera de que no podía expulsar de por vida al árbitro porque generalmente siempre éramos las víctimas de los jugadores. Aunque su argumento no era tan contundente, por el peso que tenía en la opinión pública me salvé de la expulsión de por vida. Sólo me castigaron unos cuantos partidos.
Hoy Fermín Ramírez Zermeño, uno de los árbitros más destacados de los ochenta, vive un retiro feliz, pensionado por un banco para el cual trabajó 35 años. "Al retirarme del banco quemé todas mis corbatas y mis trajes", ríe.
Pero no olvida aquella anécdota, extraña en él, que siempre fue un silbante sereno y equilibrado.
"Pero ese día perdí la cabeza. Me ofendió que le dijeran cobarde a un mexicano. Y le sujeté fuerte las mano con la derecha y le pegué un izquierdazo que seguramente todavía le duele", dice en la sala de su casa, en el sur de la ciudad de México.
La anécdota sirve porque justo en aquellos años nació en San Luis Potosí, Nery Castillo, el hijo, actual jugador de la Selección de México).


(extraido del portal ESPN Deportes, 13/03/07)

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A mí, me crucificaron por la entrada a Maradona, pero él siguió jugando al fútbol. En cambio, Figo lesionó a César y le obligó a dejar la profesión, y de eso nadie dice nada (ANDONI GOIKOETXEA, entrenador y ex futbolista vasco, luego de que el diario británico "The Times" publicara un artículo en el que lo tilda como el jugador más duro de la historia del fútbol)

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Una final con gol "fantasma"


A pesar de ser Inglaterra la cuna del fútbol, no manifestó mucho aprecio a la Copa del Mundo durante bastantes años. Pero en 1950, los pros ingleses accedieron a participar en la máxima competición... y ello les costó la humillación de perder por 1-0 ante Estados Unidos y luego ante España, también por 1-0. A partir de entonces los ingleses decidieron intervenir asiduamente en las grandes competiciones y, finalmente, solicitaron la organización de la Copa del Mundo, que les fue inmediatamente concedida: en 1966 los Campeonatos tuvieron lugar en Londres y otras ciudades del país.
La final se celebró en el estadio de Wembley el día 30 de Julio ante unos cien mil espectadores. Inglaterra llegó a ella después de no pocos sufrimientos y a veces con la generosa ayuda de los árbitros. Ya en el partido inaugural se había producido un sorprendente 0-0 ante Uruguay, un equipo formado por ilustres veteranos con mucho fútbol pero poca velocidad en sus botines. Después vendrían dos victorias sin excesivo brillo ante México y Francia, ambas por 2-0, que le darían el primer puesto del grupo. En cuartos de final se enfrentaron a Argentina, que presentaba un formidable equipo y había eliminado a España. Fue un partido duro y dramático en el cual el árbitro favoreció descaradamente a Inglaterra: expulsó al capitán argentino Ubaldo Antonio Rattín y concedió un gol a Inglaterra conseguido en claro fuera de juego.
En las semifinales, Inglaterra ganó justamente a Portugal por 2-1, merced a dos goles de su máxima estrella, Bobby Charlton, y Alemania Federal se deshizo de la Unión Soviética también por 2-1, asegurándose el derecho a la final, que prometía ser excitante. Los ingleses jugaban el 4-3-3 impuesto por Ramsay: delante del excelente guardameta Banks se situaban cuatro defensas (Cohen, Jackie Charlton, Bobby Moore y Wilson), de los cuales los dos laterales podían convertirse en extremos en cualquier momento; en el centro del campo se situaban Nobby Stiles, Bobby Charlton y el falso extremo Peters, y en punta quedaban Ball, Hunt y Hurst, aunque el primero solía retrasarse y dejaba espacio a las incursiones de los laterales. Un módulo que resultó muy eficaz a medida que avanzaba la competición.
Alemania había construido una espléndida formación en la que sobresalían la veteranía de su goleador Uwe Seeler y la eficacia defensiva del joven Franz Beckenbauer, el cual operaba como jugador libero adelantado, pero se permitía frecuentes incursiones en el área enemiga hasta el punto de haber marcado cuatro tantos y erigirse en máximo goleador de su equipo... Otras figuras eran su lateral Schnellinger, repescado del Milán, su centrocampista Overath y el rubio delantero Haller, también recuperado del calcio italiano.
La final respondió a todas las expectativas. Fue tensa, emotiva... y polémica. El tiempo reglamentario terminó con empate a 2 goles, ya que a unos segundos del final el defensa alemán Weber recogió un rechazo en corto de la defensa inglesa y consiguió el gol decisivo que anulaba la ventaja inglesa obtenida a los 77 minutos por Alan Peters. Se pensaba que en la prórroga se impondría la mayor fuerza física de los alemanes, pero los ingleses contaban con el apoyo incansable de casi cien mil gargantas que anulaban los esfuerzos de los quince mil alemanes que habían acudido a Londres.
A los 10 minutos del primer tiempo de la prórroga, el pelirrojo Alan Ball, el mejor hombre sobre el campo, centró sobre el área y el poderoso delantero centro Hurst remató de volea; la pelota dio en el travesaño y picó... ¿sobre la línea de gol? ¿más allá de la línea? El árbitro suizo M. Dienst quiso hacer honor a la famosa "neutralidad" helvética y se inhibió. Entonces consultó con el juez de línea, el ruso Brakhamov, y éste señaló que la pelota había picado dentro de la portería antes de volver nuevamente al campo, con lo que se concedió el gol.
Más tarde un servicio fotográfico de la revista alemana Kicker y la propia TV se encargaron de demostrar que la pelota había picado sobre la línea; por tanto, no existía tal gol. La protesta resultó inútil. Inglaterra había ganado su primera Copa del Mundo. Un cuarto gol marcado también por Hurst, en pleno delirio y con el campo de juego parcialmente invadido por los fans, no añadía nada a la discutible victoria inglesa. La sombra del "gol fantasma" no ha sido olvidada y queda como un borrón sobre este éxito del fútbol británico.



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Porque la victoria queda en los libros, pero la forma de conseguirla queda en la cabeza de la gente (ARRIGO SACCHI, por entonces técnico del Milan, repondiendo al holandés Marco Van Basten a su pregunta de por qué el Milan además de ganar debía convencer)

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En la cadena televisiva Fox Sports, le consultaron al "Bambino" Veira acerca de la actuación que había tenido en ese primer tiempo Sergio "Kun" Agüero (partido en el que Veira integraba el panel de comentaristas), y el Bambi lanzó: "…ese chico es tan bueno que hay que marcarlo con un pueblo entero…!!!" y agregó: "…motiva hasta las jirafassssss…!!!

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La gran oportunidad (Marcelo Carlos Zona - Argentina)


Impertinente, esa es la definición correcta que le cabe a Juan Manuel Zoleri, con “z”. Un tipo que no viene al caso para nada, irresponsable e irrespetuoso. Pero sin dudas son esas cualidades de su personalidad las que le permitieron en su época transformarse en uno de los valores promisorios en las filas del Atlético, puesto que a fuerza de las gambetas propias de un “cara sucia” se transformó en un pibe con una proyección increíble dentro del fútbol. Estaba predestinado a que toda la prensa hablara de él, del desparramo que armó dentro de algún área, de los defensores que quedaron tirados ahí o el arquero que se revolcó en el guadal buscando la pelota hacia su izquierda, cuando en realidad pegándole con la parte externa, con tres dedos, se la puso en el otro palo.
Zoleri, con “z”, era un pibe que no conocía de razones, un desobediente que a su manera se resistía de manera pacífica a las exigencias o mandatos del poder establecido, entiéndase en estas circunstancias un director técnico. Esto lo cuentan seguido en la mesa del bar del club, ocasión en la que tuve un primer acercamiento a la emblemática, ilustre y desconocida figura de este extraordinario jugador, al que tuve la suerte de ver en acción cuando ya entrado en años jugaba en el fútbol comercial, donde a simple vista, con sólo observar la forma con que paraba la pelota, alcanzaba para darse cuenta que se trató de un diamante en bruto, que nunca había sido pulido.
El nombre de Zoleri, con “z”, surgió -como decía- en esas conversaciones de boliche en la cual sus protagonistas alardean sobre sus conocimientos de fútbol repitiendo formaciones de equipos que jugaron hace décadas, aunque difícilmente puedan recordar con precisión a más de dos o tres de los jugadores que hoy juegan en el Rosario Central del “Flaco” Menotti, por citar algún ejemplo.
- ... Champio; el “Hilacha” Fernández, Juan Carlos Fernández, Esquivel y el “Negro” Julio Fernández, en la defensa; el Carlos Navarro, Elder Conti y el “Gati” Giraudo, en el medio; Bujedo -después empezó a jugar ahí la “Chechona” Martina-, Cecchini y el “Pachi” Martina, cuando no estaba expulsado por haber atado algún árbitro, adelante. ¡Qué equipo! A esos le ganaban sólo comprando el árbitro, como en la final del Provincial del ´78 en Río Cuarto contra Estudiantes -comentó, con memoria prodigiosa, el “Ñato” en la mesa de la esquina, donde compartía con los parroquianos el vino de la tarde-. Sirva esto de ejemplo.
Así se prolongaban y se sucedían las charlas de bar en lo que en materia de fútbol se trataba. Día tras día se repetía la interminable nómina de futbolistas que habían actuado en los clubes locales, una especie de campeonato con partidos de ida y vuelta.
- El arquero de ese equipo no era Champio, en esa época no estaba en Arroyo Cabral, ahí atajaba Cobas y después el pibe Conti, el sobrino del Elder, que sí jugaba de cinco, -corrige el “Chuchu”, a manera de revancha.
- Puede ser. Es posible. -No da el brazo a torcer el “Ñato”.
Lo concreto es que en cierta oportunidad saltó a la cancha... perdón a la mesa, el nombre de Zoleri, con “z”.
Fue precisamente esa aclaración la que me llamó la atención y forma en que se sucedió, de manera recurrente, a partir de entonces. Una y otra vez su nombre volvía; una y otra vez repicaba en mis oídos.
¿Por qué con “z”? La aclaración viene a cuenta de que se trata de un apellido tano, piamontés, como una buena parte de los que se encuentran en esta región producto del asentamiento de inmigrantes de ese origen en los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX. Y no español, como la “z” lo hace sonar.
Seguramente al bajar en el puerto de Buenos Aires, los Zoleri, que tal vez se escribían con “s”, fueron anotados con “z” producto de la indiferencia que en esa época le ponían a su trabajo los empleados de Inmigraciones, despreocupados por tener en cuenta si la pronunciación de los recién llegados coincidía con lo que ellos registraban en el papel.
No es extraño encontrar hoy familiares que tienen distinto apellido, viniéndose a mí memoria el de unos hermanos vecinos: Jorge Cora y Manuel Cura, nacidos de un mismo vientre e hijos de un mismo padre, pero anotados así al pisar suelo argentino, procedentes de la lejana Italia.
La cuestión es que Zoleri, con “z”, se ganó un recuadro destacado en la historia del fútbol local en oportunidad de disputarse el clásico de la Liga. Vaya partido el que eligió.
Se sabe que los clásicos no son cualquier cosa, en ellos hay que ganar o ganar, hay que dejar todo en la cancha para retribuirle a la gente su compromiso de fe con el club, la camiseta y los colores. Porque el que paga una entrada en un clásico no para hasta ver caer en sus hombres la última gota de sudor, es que al igual que los futbolistas, ellos también se juegan una parada muy importante. ¿Cómo bancarse después que tus compañeros de trabajo te gasten, toda la semana, si llegas a perder? No es poca cosa.
Según cuentan, las cosas entre él y el técnico no venían para nada bien, las fricciones habían comenzado varias semanas antes del partido en cuestión, cuando a Zoleri se le escapó un globo en medio de la práctica.
“¡Eh pibe!”, grito el “Viejo” entre medio enojado y burlón; “porque no guarda los globos para la fiestita de cumpleaños”. Un escrache al frente de sus propios compañeros, ante una jugada de origen fortuito.
Pero la cosa no terminó ahí, un domingo, durante un viaje hacia la localidad de Las Perdices, con el plantel cambiándose en pleno micro, a manera de vestuario improvisado, para ganar tiempo y llegar en hora al estadio, a Zoleri le tiraron un pantaloncito varios talles más chicos que el suyo y al querer ponérselo lo rompió. El “Viejo”, que repartía la indumentaria, se lo cambia. A los cinco minutos la acción se repite. El técnico accede a entregarle uno nuevo, pero a la tercera vez, no aguantó más y dirigiéndose al futbolista le gritó: “Pibe bájese, con ese culo no puede jugar al fútbol”.
El citado día del clásico le tocó ir al banco, aunque la lógica hubiese indicado que su presencia en el equipo titular le iba a brindar a su equipo una mayor fluidez ofensiva, dado su juego capaz de generar espacios para ser aprovechados por un compañero, al arrastrar -con seguridad- la marca de dos hombres temerosos de su increíble habilidad.
Pero el “Viejo”, el técnico de su equipo, era uno de esos tácticos incurables, estructurado sólo para pensar en qué puede llegar a hacer su rival, sin detenerse a pensar que las virtudes propias alcanzan y sobran para garantizar una victoria o al menos un digno empate.
Para ese clásico se había estudiado al detalle los movimientos de sus adversarios, que tenían un lateral volante de cuidado, precisamente quien motivo la ida de Zoleri, con “z”, al banco de sustitutos, habida cuenta que en su lugar ingresó un aguerrido hombre de marca, Fonseca. Y se sabe, esta clase de técnicos son rígidos en materia de disciplina, no es que los otros, los líricos, tampoco lo sean, sólo que tienen un concepto diferente en materia de autoridad.
Lo concreto es que el “Viejo” era un milico de aquellos y tal era la distancia que ponía, que no toleraba de sus dirigidos ni siquiera el más mínimo atisbo de tuteo. Dirigía las prácticas con una solemnidad increíble, no derrochaba un gesto, ni una mueca inútil. Siempre frío, esquematizado. El partido venía encarajinado, trabado, difícil de leer desde la tribuna y con un 0-0 que aburría hasta los propios protagonistas. Como era de prever, según las especulaciones pre-cotejo, era un encuentro cerrado.
Fue así como con el transcurrir de los minutos la presencia de Zoleri, con “z”, se hacía necesaria dentro del campo de juego, era el único en condiciones de “abrirlo”.
Lo previsible, entonces, sucedió recién en el minuto veinticinco del segundo tiempo, cuando el “Viejo” dispuso que Zoleri, con la cara larga de tanto esperar, hiciera los movimientos precompetitivos, el calentamiento, que en esa época simplemente consistía en trotar pegado al lateral.
De repente, el “Viejo” pegó un chiflido, levantó la mano y convocó a Zoleri, quien se acercó con paso cansino y se prestó a escuchar las indicaciones tácticas y técnicas del veterano entrenador.
- Venga Zoleri, va por el 7.
- ¿Y qué hago?
- Lo mismo que el siete.
- ¿Entonces para qué me pone?

El partido terminó nomás 0-0 y Zoleri no sólo que no jugó ese partido, sino que hasta el final del campeonato no volvió a figurar entre la nómina de dieciséis convocados para concentrar los sábados y estar presentes en la cancha los domingos. La discontinuidad lo alejó paulatinamente del fútbol. Terminó siendo Ordenanza en el sector bancario y hoy se divierte corriendo detrás de la ‘bocha’ los sábados por la tarde junto a sus amigos.

(Un gracias de corazón a Marcelo Carlos Zona quien me cedió gentilmente este cuento para compartirlo con "Los cuentos de la pelota")


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¿Por qué Borghi no llegó más lejos?
Técnicamente fue el mejor jugador que vi después de Diego. Un día, en River, Menotti lo llama: “El viernes hacemos un entrenamiento y la rompe, el sábado hacemos tenis-fútbol y la rompe; ahora, el domingo no hace nada". ¿Por qué? Bichi le dijo: “Porque los domingos no me gusta jugar, César”. Nos fuimos para atrás los dos. Así era Bichi, no le daba bolilla al fútbol. Diego, en cambio, era un enfermito del fútbol.
(El "Checho" BATISTA, ex jugador de fútbol, recordando sus tiempos junto a Claudio Borghi)

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En el puesto de los bobos, yo soy el más vivo (HUGO ORLANDO GATTI, ex arquero de fútbol, hoy columnista de fútbol)

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Mi portero favorito de todos los tiempos es Gilmar. ¿Por qué? No sé grandes cosas sobre él, pero siempre me gustó su nombre.

(JOHAN CRUYFF, ex futbolista y director técnico holandés, en su libro “Mis futbolistas y yo”)

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El más grande (Ignacio Copani - Argentina)


El más grande sigue siendo River Plate,
el Campeón más poderoso de la historia,
el más grande por las glorias
que alumbraron el ayer
y que brillan todavía en mi memoria.

El más grande sigue siendo River Plate,
y será más grande aún en el mañana,
por el juego, por las ganas
y el orgullo de tener
una banda roja que nos cruza el alma.

Vuelan la banderas del Monumental
se viene River... se viene la alegría...
y cada hora, cada día...
River Plate, te quiero más,
como te quiere casi toda la Argentina.

El más grande sigue siendo River Plate,
por su estilo, sus estrellas y su gente,
porque River no se vende,
porque se lleva en la piel
y en cualquier lugar que esté
siempre va al frente.

Vuelan la banderas del Monumental
se viene River... se viene la alegría...
y cada hora, cada día...
River Plate, te quiero más,
como te quiere casi toda la Argentina.

Hasta que me muera te voy a alentar
y si volviera a reencarnarme en otra vida
no sé por donde viviría,
de que iría a trabajar...
pero seguro que de River yo sería.

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Nací para el fútbol, como Beethoven para la música… (PELÉ)

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Yo tendría doce años y él (Alfredo Di Stéfano), ya un profesional, me tiraba penales en el patio de casa. Es casi inexplicable cómo se lo subestimaba, siendo un tipo que podía hacer cosas increíbles con la pelota. Y hablo de una pelota hecha de papel, atada con hilo sisal, casi perfectamente redonda. Darle efecto a esa pelota no era sencillo, y él lo lograba. Era muy inteligente. Fue el mejor jugador que vi.

-¿Más que Pelé o Maradona?

-Sí, seguro. Pero hay que aclarar que los tiempos, las requisitorias, el mensaje del periodismo eran distintos. Pero era el mejor, me identificaba absolutamente con lo que hacía. Pelé y Maradona resolvían por sí mismos, mientras que Alfredo resolvía por él y hacía que los demás resolvieran también.

(ENRIQUE MACAYA MÁRQUEZ, periodista deportivo argentino, en declaraciones a la revista "Veintidós", 6/7/2000)

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Este muchacho (Ardiles) hizo lo peor que puede hacer un tipo, habló boludeces amparado por los buenos resultados. Es un mentiroso y, además, mos­tró que era un miserable -defi­ne Babington-. Porque todo el conflicto que armó converge en la plata. El primer síntoma lo noté cuando me dijo desde In­glaterra que iba a trabajar con Valdecantos y con Comisso. Yo le dije que el presupuesto era de 20 mil dólares mensuales, y que él se tenía que hacer cargo del equipo. Y aceptó. Pero cuando vino, lo bajó a Valdecantos y me dijo que prefería trabajar con un preparador físico de las inferio­res del club. Cuando le dije que no teníamos profes con mucha experiencia, no le importó. En­tonces elegimos al coordinador de las inferiores, que cobraba 2.300 pesos por mes, pero Ar­diles no se quiso hacer cargo de ese sueldo. Esa fue la primera.

-Pero él lo acusó de que no le pagaron los pasajes, el hotel y el auto que le habían prometido.

-Eso es mentira. Ardiles explotó cuando le pagamos el sueldo de Septiembre a los jugadores. Como él ya lo había cobrado, no le dimos nada. Y ahí salió a hablar, inventó todo. Ardiles es un enfermo de la plata, es jodido. Con nosotros se portó como el culo. Ahora se fue a Inglaterra, y yo me quedé acá, expuesto, le tengo que dar explicaciones a la gente y comerme un garrón.

(CARLOS BABINGTON, ex jugador de la Selección Argentina, actual presidente de Huracán, en el diario "Perfil" del 22/12/07, defenestrando al anterior técnico de la institución, Osvaldo Ardiles, quien se fue del club en no muy buenos términos. Babington y Ardiles fueron compañeros de equipo en Huracán en la década del 70')

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Queridos amigos: absolutamente a TODOS aquellos que visitaron la página, a los que me mimaron con sus conceptos elogiosos, a los que dejaron su crítica constructiva -que tanto sirve para crecer-, a aquellos que colaboraron con frases y anécdotas y a aquellos que me autorizaron a publicar sus cuentos, A TODOS ¡¡MUY FELICES FIESTAS!!
"Los cuentos de la pelota" les desea que lo pasen lo mejor posible, rodeados de sus seres queridos, y les agradece estos dos meses inolvidables que me han hecho vivir llevándome por caminos que nunca creí podría transitar.


Un grande abrazo
Totonet

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Cuento de Navidad -el ayudante de Papá Noel- (José M. Pascual - Argentina)


No recuerdo exactamente cómo fue que decidí aceptar la tarea, pero si les puedo asegurar que el primer día como ayudante de Papá Noel no fue precisamente como esperaba.
Pensé que él me daría un traje rojo y que yo debía estar bien entrenado para bajar por las chimeneas sin despertar la más mínima sospecha. Pensé que el jefe me daría unos renos mágicos y que mi trabajo sería sobrevolar los tejados de un barrio de pibes afortunados. Quizás había visto muchas películas y por eso me costaba mucho imaginar la Nochebuena de otra manera.
Faltaban pocos minutos para la medianoche y todos los ayudantes estábamos listos para recibir las instrucciones. A mí, sinceramente, me preocupaba el hecho de que no me hayan dado siquiera una barba blanca como para identificarme en caso de surgir cualquier inconveniente.
Todos los presentes recibimos las asignaciones. El tiempo se detuvo. El jefe, al que veía por primera vez, me dio una pequeña bolsa, un papel con una dirección y me palmeó la espalda sonriendo con una expresión que me hizo olvidar las pequeñas cuestiones que me venían preocupando.
Me había tocado un edificio gris bastante alejado de las luces del centro. El reloj se había clavado cinco minutos antes de las doce y llegué al lugar sin recordar exactamente el camino que había tomado.
Sin el traje, ni los renos, ni el trineo que yo imaginaba debía estar conduciendo, aquella noche: aparecí en una habitación enorme donde un centenar de camitas se disponían en filas de dos. Todo estaba tranquilo, el silencio de la habitación sólo se cortaba con la cadencia de mis pasos invisibles haciendo eco en los techos altísimos y las paredes limpias de todo color.
Comencé a sentir que algo andaba mal. Teniendo en cuenta el número de camas, habría allí cerca de cien chicos, y yo sólo tenía una pequeña bolsa -¿Será una prueba para los principiantes?- pensé.
El tiempo seguía detenido y yo ya estaba junto a un árbol de Navidad tan improvisado como hermoso. No se parecía mucho a esos que se pueden ver en las vidrieras. En rigor de verdad, sólo el que lo mirara con buenos ojos podía llegar a adivinar un árbol de Navidad en aquella mata de pasto seco, pero al menos me sirvió para saber dónde debía dejar el regalo.
No pude resistir la necesidad de averiguar si se trataba de un error y abrí la bolsa para ver si había una carta o algo que explicara la situación. De hecho, tal vez las bolsas se confundieron y en este momento algún pibe estaba recibiendo cien regalos. Los nervios jugaron a favor de mi torpeza, ya que mientras pensaba en todo aquello, el contenido de la bolsa cayó al suelo sin que pudiera evitarlo. En ese preciso instante los relojes volvieron a funcionar.
¡Qué mal comienzo! Dije casi con un grito inevitable. Sólo una pelota, esa que ahora se alejaba de mis pies por el largo pasillo, era el regalo que Papá Noel había pensado para todos estos pibes.
Permanecí inmóvil junto al árbol y las puertas de la habitación se abrieron de par en par. Se encendió una luz que iluminó todo el salón y los pibes entraron en estampida dando saltos y corriendo hacía lo que era su regalo en aquella noche tan esperada.
¡La pelota! Gritaron. Yo estaba confundido. No parecían desilusionados. No corrieron hacia las ventanas para tratar de ver el instante justo en que los renos, que yo no tenía, tiraban del trineo, que tampoco me habían dado, para cruzar el cielo de la Nochebuena.
Alguien se detuvo a mi lado y me dio las gracias. Yo me asuste, pensaba que nadie podía verme. Tuve vergüenza y traté de excusarme.
-Mire, yo... es mi primer día, seguramente las bolsas se confundieron... El hombre sonrió y no permitió que yo siguiera explicándole: -No se preocupe amigo. Los chicos querían la pelota. Por un momento pensé que nadie se acordaría de ellos.Yo continué diciendo: -Pero son muchos, seguramente van a querer saber de quién es el regalo.
Él trató de calmarme: -De todos, no hay problema con eso. Ellos están acostumbrados a compartir todo. En lugares como estos lo primero que aprenden a compartir son las tristezas, imagínese que no van a tener problema en compartir una alegría. Yo me sentí muy extraño, estaba confundido, y decidí marcharme. Cuando estaba cerca de la puerta, aquella persona me tomó del brazo y me dijo: -Oiga, ¿se va a ir sin que le paguen?
Aquella situación me confundió aún más: -¿Qué dice? ¿Cómo se le ocurre?- ¡Eh, no se ponga así! -me dijo-. -Miré sus caritas, miré todos esos ojitos iluminados, miré esas sonrisas: créame si le digo que no se dan muchas veces. Levante la mirada y comprendí. Me estaban pagando una fortuna. Recibí entonces el mejor regalo de Navidad. Pensé en los otros miles de ayudantes que estaban recibiendo su paga en hospitales, en orfanatos como este, en hogares de niños, en edificios tristes y en lugares alejados dónde la más mínima luz alcanza para iluminar a los ángeles.
Pensé, por primera vez, en aquella noche, que el jefe no se había equivocado, y que a pesar de no darme trineo, ni barba, ni un traje rojo: me había dado el mejor trabajo del mundo.


(Un ¡gracias! enorme a José M. Pascual, por cederme este cuento para compartirlo con la gente de "Los cuentos de la pelota")

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Dios estaba con nosotros, pero el árbitro era francés.

(HRISTO STOICHKOV, ex jugador búlgaro, tras caer eliminada su selección en el Mundial de 1994)

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¿No querían un salvador de la patria? ¿No necesitaban un héroe? ¡Pues ya lo tienen! (ROMARIO, ex jugador brasileño, después de obtener el Mundial de 1994)

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En casi todos los restaurantes de Madrid no pago la cuenta, debido también a que es agradable para el propietario ver que los jugadores van a su establecimiento. Ir a un restaurante y no pagar la cuenta es la mejor cosa del mundo (CICINHO, jugador brasileño, en declaraciones realizadas tiempo atrás cuando se desempeñaba en el Real Madrid)

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Lo que más recuerdo de él, aparte de su talento, fue su coraje. Le pude ver derribado por las patadas de sus rivales, pero cada vez que caía se levantaba y decía: "Dadme la pelota". Eso quedará en mi mente para siempre
(Sir ALEX FERGUSON, técnico escocés, emblema viviente del Manchester United, refiriéndose a George Best)

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El barrio de Caballito y el club Ferrocarril Oeste


A menudo cuando digo que soy hincha de Ferro, mi interlocutor me mira con aire asombrado como si se hubiera topado con un raro ejemplar de una especie en vías de extinción. Esta repetida situación me ha llevado a preguntarme por qué soy hincha de Ferro, cuando en realidad hasta los diez años, edad en la que vine a vivir a Caballito, era hincha de Boca. Para hallar la repuesta a este cruel interrogante, debí introducirme en un imaginario túnel y retornar al Caballito de aquél tiempo.
Sin duda la primera asociación de ideas tiene que ver con el club mismo, con mis diez años caminando de Primera Junta a la sede social en Cucha Cucha y Avellaneda, ataviado con el equipo deportivo oficial. Zapatillas blancas de goma (Pampero), el pantaloncito blanco, la remera también blanca con el escudo que me identificaba como Tehuelche, el bolso azul colgando del hombro y cruzando las vías por el puente, como les indicaba el club a los cadetes.
Así, entre clases de gimnasia, de natación, juegos, banderas y escudos, la savia verde comenzó a introducirse en mis venas. Aunque sutilmente, porque en aquellos días la parte social del club no miraba con simpatía la actividad futbolera. La verdadera pasión por los colores se vivía en la cancha y en los cafés del barrio donde convergían los muchachos de todas las edades después de los partidos a leer los diarios y comentar los resultados del fútbol y también las carreras de caballos.
Allí estaba siempre mi padre, al que yo me pasaba pidiéndole que me llevara a ver a Boca. Pero él era de Racing y como se había criado en Caballito, simpatizaba con Ferro. El asunto era, que en tren de llevarme a la cancha, le quedaba muy cómoda la de Ferro que estaba a cuatro cuadras, o seguirlo de visitante en los camiones que fletaba la Agrupación "Arriba Oeste".
De ésta forma, con sol, frío o lluvia, apretujado en la caja de un bamboleante camión, por la poco numerosa pero bullanguera hinchada verdolaga que cantaba su fervor y lanzaba bromas de todo calibre a los pobres peatones que se cruzaban, fui conociendo, una a una, todas las canchas de Buenos Aires y sus alrededores. También a los jugadores, de primera, reserva y tercera, y en los relatos de los hinchas más veteranos, reviví goles memorables y fui arrastrado por los abrazos enloquecidos provocados por un gol de Salvucci, Runzer o Piovano, y casi sin darme cuenta, comencé a compartir el éxtasis de la victoria y la bronca y la amargura de la derrota.
Pero lo dicho solo es parte de la historia. El resto tiene que ver con el barrio, con los recuerdos queridos, con rostros que ya no están, y con otros, como el mío, en los que el tiempo ha marcado su paso. Con la escuela, con los comercios, las plazas, los cines, con los sueños, las risas y los llantos y con todo el paisaje reconocible, físicamente o en el recuerdo, que integra lo que soy como persona.
Alguien dijo alguna vez que los olores perduran en la memoria más que las imágenes, y creo que es cierto. Al entrar a un edificio, a la casa de un amigo, al colegio o a un comercio, de inmediato se percibe un olor que lo identifica y que se instala en el recuerdo, aunque quizás los chicos sean más proclives a registrar ésta percepción.
Así estaba el del subte que subía por las bocas de acceso y por las rejillas de respiración sobre veredas y calles, en la esquina de Rojas y Rivadavia, donde el canillita Balmaceda voceaba sus diarios y levantaba algún numerito, y se mezclaba con el aroma a café y tabaco que salía de los bares.
El irresistible olor a carne y pollos asados que emergía de la rotisería Cavour en las primeras horas de la noche. Y cómo volver de la Escuela N° 7 Primera Junta a mediodía, sin que el que despedía la pizzería “Yiyo” (para pizza con morrones, solo Yiyo y sus leones) nos enganchara de la nariz y nos metiera en el local a comer una porción.
El del pan recién horneado saliendo de la panadería Roma, o a masas en Rosario y Centenera, donde estaba la confitería Marne. Y cruzando Centenera, el delicioso aroma a quesos y salchichas de la despensa La Europea, un pequeño local de embutidos quesos y fiambres administrado por dos alemanes, uno grande y gordo y otro flaco y bajo.
Los innumerables que emanaban del mercado del Progreso se fundían en uno solo que identificaba la cuadra entre Cachimayo y Centenera frente a Plaza Primera Junta. Y estaba la fragancia de los árboles en la señorial avenida Pedro Goyena y las tranquilas, elegantes, calles de Caballito sur y el sol deslumbrante en las más modestas de casas bajas, rodeando la cancha de Ferro, por Caballito norte
Además, hay secretos que solo conocemos los que nos criamos en Caballito. Por ejemplo, que frente a la farmacia González que antes se llamaba Rossi, por Rivadavia, entre Rojas y Añasco, hay un florista de origen italiano que no envejece. Creo que nunca supe su nombre y a veces al saludarlo, me aterra observar que no ha cambiado, que está igual que hace cuarenta y tantos años Hasta sospecho que hay un cuadro, celosamente oculto, que lo hace por él.
¿Cuántas personas de las que viven en el edificio de departamentos ubicado en esa cuadra sobre la esquina de Añasco, saben que justamente allí se alzaba uno de los palacios más majestuosos y misteriosos de Buenos Aires, el Carú? Los chicos que jugábamos al cabeza, (con pechito y arremetida, claro), sobre la vereda ancha de Añasco, a veces parábamos la pelota para mirar, a través del alto enrejado artístico, los canteros con flores del parque. O para espiar por unas pequeñas claraboyas los billares de la sala de juego que había en el subsuelo.
Yo vivía a la vuelta, sobre Rivadavia, en un edificio de departamentos antiguo, con pasillo largo. Había en la cuadra entre otros edificios de departamentos, una gomería, la de Isaquito, una peluquería con quiosco, la de Carmelo, una lechería, La Martona, una sastrería, una peluquería de damas, Zaniello, la farmacia Rossi, el quiosco del griego, que todavía está, el bar Ricardo en la esquina de Rojas, y por supuesto, el inmortal florista italiano.
Y los cines. ¡Que importante y que emocionante era el cine! Teníamos un montón, el Astro, el Primera Junta, el Moreno y después de, la entonces hermosa Plaza Rivadavia con un guardián uniformado que cuidaba las flores, el Lezica, que se venía abajo y no era recomendable. Además el Caballito en la calle Espinosa, lugar insólito para un cine y el Río de la Plata en Parral y Gaona.
Y también estaban el campito de Yerbal y Félix Lora escenario de inolvidables desafíos y la cortada de Espinosa para patear un poco la pelota en el adoquinado.
Las noches de midgets en la cancha de Ferro con los memorables duelos entre Newbauer y el diablo rojo Santoestéfano, donde nos impregnábamos hasta la nuca de la tierra roja de la pista, y la confitería El Greco, orgullo del barrio, donde alguna que otra noche nuestros mayores nos llevaban a tomar un café después de la cena, a escuchar al gordo Mónaco y su órgano.
El anfiteatro del parque Centenario, dónde por primera vez asistí a una ópera y la pizzería La Cumbre, en la que todavía de pantalón corto, me sentí muy hombre al pedirle al cajero, una porción de muzzarella y “un cívico” Casi tan hombre como cuando ya adolescente, hacía del bar Caballito de Emilio Mitre y Rivadavia, algo así como mi segunda casa.
Entonces, para resumir un poco este ya extenso relato, podría decir que soy hincha de Ferro, porque el verde simboliza a Caballito. Porque en mi memoria, cada año transcurrido desde mi niñez, con las alegrías, tristezas, logros y desazones propias de la vida, se corresponde con un triunfo inolvidable, o una goleada en contra, un ascenso o un descenso y un fervor compartido con amigos de siempre en la vieja tribuna de madera.
Claro que no faltará el escéptico que diga que Caballito está lleno de personas que vivieron las mismas cosas que yo y sin embargo son hinchas de Boca, de River o de Independiente, lo cual es cierto. Pero íntimamente, siento que nadie es enteramente de Caballito si no quiere a Ferro. Y lo que es más triste, que ellos jamás podrán cantar aquella hermosa tonada de tribuna:

Soy de Oeste desde que era chiquitito
Caballito cada vez te quiero más...

(Mi agradecimiento para el autor de este soliloquio, Hilmar Paz, (Negroviejo) al permitirme la publicación del mismo)

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