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Cuento de Navidad -el ayudante de Papá Noel- (José M. Pascual - Argentina)


No recuerdo exactamente cómo fue que decidí aceptar la tarea, pero si les puedo asegurar que el primer día como ayudante de Papá Noel no fue precisamente como esperaba.
Pensé que él me daría un traje rojo y que yo debía estar bien entrenado para bajar por las chimeneas sin despertar la más mínima sospecha. Pensé que el jefe me daría unos renos mágicos y que mi trabajo sería sobrevolar los tejados de un barrio de pibes afortunados. Quizás había visto muchas películas y por eso me costaba mucho imaginar la Nochebuena de otra manera.
Faltaban pocos minutos para la medianoche y todos los ayudantes estábamos listos para recibir las instrucciones. A mí, sinceramente, me preocupaba el hecho de que no me hayan dado siquiera una barba blanca como para identificarme en caso de surgir cualquier inconveniente.
Todos los presentes recibimos las asignaciones. El tiempo se detuvo. El jefe, al que veía por primera vez, me dio una pequeña bolsa, un papel con una dirección y me palmeó la espalda sonriendo con una expresión que me hizo olvidar las pequeñas cuestiones que me venían preocupando.
Me había tocado un edificio gris bastante alejado de las luces del centro. El reloj se había clavado cinco minutos antes de las doce y llegué al lugar sin recordar exactamente el camino que había tomado.
Sin el traje, ni los renos, ni el trineo que yo imaginaba debía estar conduciendo, aquella noche: aparecí en una habitación enorme donde un centenar de camitas se disponían en filas de dos. Todo estaba tranquilo, el silencio de la habitación sólo se cortaba con la cadencia de mis pasos invisibles haciendo eco en los techos altísimos y las paredes limpias de todo color.
Comencé a sentir que algo andaba mal. Teniendo en cuenta el número de camas, habría allí cerca de cien chicos, y yo sólo tenía una pequeña bolsa -¿Será una prueba para los principiantes?- pensé.
El tiempo seguía detenido y yo ya estaba junto a un árbol de Navidad tan improvisado como hermoso. No se parecía mucho a esos que se pueden ver en las vidrieras. En rigor de verdad, sólo el que lo mirara con buenos ojos podía llegar a adivinar un árbol de Navidad en aquella mata de pasto seco, pero al menos me sirvió para saber dónde debía dejar el regalo.
No pude resistir la necesidad de averiguar si se trataba de un error y abrí la bolsa para ver si había una carta o algo que explicara la situación. De hecho, tal vez las bolsas se confundieron y en este momento algún pibe estaba recibiendo cien regalos. Los nervios jugaron a favor de mi torpeza, ya que mientras pensaba en todo aquello, el contenido de la bolsa cayó al suelo sin que pudiera evitarlo. En ese preciso instante los relojes volvieron a funcionar.
¡Qué mal comienzo! Dije casi con un grito inevitable. Sólo una pelota, esa que ahora se alejaba de mis pies por el largo pasillo, era el regalo que Papá Noel había pensado para todos estos pibes.
Permanecí inmóvil junto al árbol y las puertas de la habitación se abrieron de par en par. Se encendió una luz que iluminó todo el salón y los pibes entraron en estampida dando saltos y corriendo hacía lo que era su regalo en aquella noche tan esperada.
¡La pelota! Gritaron. Yo estaba confundido. No parecían desilusionados. No corrieron hacia las ventanas para tratar de ver el instante justo en que los renos, que yo no tenía, tiraban del trineo, que tampoco me habían dado, para cruzar el cielo de la Nochebuena.
Alguien se detuvo a mi lado y me dio las gracias. Yo me asuste, pensaba que nadie podía verme. Tuve vergüenza y traté de excusarme.
-Mire, yo... es mi primer día, seguramente las bolsas se confundieron... El hombre sonrió y no permitió que yo siguiera explicándole: -No se preocupe amigo. Los chicos querían la pelota. Por un momento pensé que nadie se acordaría de ellos.Yo continué diciendo: -Pero son muchos, seguramente van a querer saber de quién es el regalo.
Él trató de calmarme: -De todos, no hay problema con eso. Ellos están acostumbrados a compartir todo. En lugares como estos lo primero que aprenden a compartir son las tristezas, imagínese que no van a tener problema en compartir una alegría. Yo me sentí muy extraño, estaba confundido, y decidí marcharme. Cuando estaba cerca de la puerta, aquella persona me tomó del brazo y me dijo: -Oiga, ¿se va a ir sin que le paguen?
Aquella situación me confundió aún más: -¿Qué dice? ¿Cómo se le ocurre?- ¡Eh, no se ponga así! -me dijo-. -Miré sus caritas, miré todos esos ojitos iluminados, miré esas sonrisas: créame si le digo que no se dan muchas veces. Levante la mirada y comprendí. Me estaban pagando una fortuna. Recibí entonces el mejor regalo de Navidad. Pensé en los otros miles de ayudantes que estaban recibiendo su paga en hospitales, en orfanatos como este, en hogares de niños, en edificios tristes y en lugares alejados dónde la más mínima luz alcanza para iluminar a los ángeles.
Pensé, por primera vez, en aquella noche, que el jefe no se había equivocado, y que a pesar de no darme trineo, ni barba, ni un traje rojo: me había dado el mejor trabajo del mundo.


(Un ¡gracias! enorme a José M. Pascual, por cederme este cuento para compartirlo con la gente de "Los cuentos de la pelota")

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Dios estaba con nosotros, pero el árbitro era francés.

(HRISTO STOICHKOV, ex jugador búlgaro, tras caer eliminada su selección en el Mundial de 1994)

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¿No querían un salvador de la patria? ¿No necesitaban un héroe? ¡Pues ya lo tienen! (ROMARIO, ex jugador brasileño, después de obtener el Mundial de 1994)

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En casi todos los restaurantes de Madrid no pago la cuenta, debido también a que es agradable para el propietario ver que los jugadores van a su establecimiento. Ir a un restaurante y no pagar la cuenta es la mejor cosa del mundo (CICINHO, jugador brasileño, en declaraciones realizadas tiempo atrás cuando se desempeñaba en el Real Madrid)

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Lo que más recuerdo de él, aparte de su talento, fue su coraje. Le pude ver derribado por las patadas de sus rivales, pero cada vez que caía se levantaba y decía: "Dadme la pelota". Eso quedará en mi mente para siempre
(Sir ALEX FERGUSON, técnico escocés, emblema viviente del Manchester United, refiriéndose a George Best)

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El barrio de Caballito y el club Ferrocarril Oeste


A menudo cuando digo que soy hincha de Ferro, mi interlocutor me mira con aire asombrado como si se hubiera topado con un raro ejemplar de una especie en vías de extinción. Esta repetida situación me ha llevado a preguntarme por qué soy hincha de Ferro, cuando en realidad hasta los diez años, edad en la que vine a vivir a Caballito, era hincha de Boca. Para hallar la repuesta a este cruel interrogante, debí introducirme en un imaginario túnel y retornar al Caballito de aquél tiempo.
Sin duda la primera asociación de ideas tiene que ver con el club mismo, con mis diez años caminando de Primera Junta a la sede social en Cucha Cucha y Avellaneda, ataviado con el equipo deportivo oficial. Zapatillas blancas de goma (Pampero), el pantaloncito blanco, la remera también blanca con el escudo que me identificaba como Tehuelche, el bolso azul colgando del hombro y cruzando las vías por el puente, como les indicaba el club a los cadetes.
Así, entre clases de gimnasia, de natación, juegos, banderas y escudos, la savia verde comenzó a introducirse en mis venas. Aunque sutilmente, porque en aquellos días la parte social del club no miraba con simpatía la actividad futbolera. La verdadera pasión por los colores se vivía en la cancha y en los cafés del barrio donde convergían los muchachos de todas las edades después de los partidos a leer los diarios y comentar los resultados del fútbol y también las carreras de caballos.
Allí estaba siempre mi padre, al que yo me pasaba pidiéndole que me llevara a ver a Boca. Pero él era de Racing y como se había criado en Caballito, simpatizaba con Ferro. El asunto era, que en tren de llevarme a la cancha, le quedaba muy cómoda la de Ferro que estaba a cuatro cuadras, o seguirlo de visitante en los camiones que fletaba la Agrupación "Arriba Oeste".
De ésta forma, con sol, frío o lluvia, apretujado en la caja de un bamboleante camión, por la poco numerosa pero bullanguera hinchada verdolaga que cantaba su fervor y lanzaba bromas de todo calibre a los pobres peatones que se cruzaban, fui conociendo, una a una, todas las canchas de Buenos Aires y sus alrededores. También a los jugadores, de primera, reserva y tercera, y en los relatos de los hinchas más veteranos, reviví goles memorables y fui arrastrado por los abrazos enloquecidos provocados por un gol de Salvucci, Runzer o Piovano, y casi sin darme cuenta, comencé a compartir el éxtasis de la victoria y la bronca y la amargura de la derrota.
Pero lo dicho solo es parte de la historia. El resto tiene que ver con el barrio, con los recuerdos queridos, con rostros que ya no están, y con otros, como el mío, en los que el tiempo ha marcado su paso. Con la escuela, con los comercios, las plazas, los cines, con los sueños, las risas y los llantos y con todo el paisaje reconocible, físicamente o en el recuerdo, que integra lo que soy como persona.
Alguien dijo alguna vez que los olores perduran en la memoria más que las imágenes, y creo que es cierto. Al entrar a un edificio, a la casa de un amigo, al colegio o a un comercio, de inmediato se percibe un olor que lo identifica y que se instala en el recuerdo, aunque quizás los chicos sean más proclives a registrar ésta percepción.
Así estaba el del subte que subía por las bocas de acceso y por las rejillas de respiración sobre veredas y calles, en la esquina de Rojas y Rivadavia, donde el canillita Balmaceda voceaba sus diarios y levantaba algún numerito, y se mezclaba con el aroma a café y tabaco que salía de los bares.
El irresistible olor a carne y pollos asados que emergía de la rotisería Cavour en las primeras horas de la noche. Y cómo volver de la Escuela N° 7 Primera Junta a mediodía, sin que el que despedía la pizzería “Yiyo” (para pizza con morrones, solo Yiyo y sus leones) nos enganchara de la nariz y nos metiera en el local a comer una porción.
El del pan recién horneado saliendo de la panadería Roma, o a masas en Rosario y Centenera, donde estaba la confitería Marne. Y cruzando Centenera, el delicioso aroma a quesos y salchichas de la despensa La Europea, un pequeño local de embutidos quesos y fiambres administrado por dos alemanes, uno grande y gordo y otro flaco y bajo.
Los innumerables que emanaban del mercado del Progreso se fundían en uno solo que identificaba la cuadra entre Cachimayo y Centenera frente a Plaza Primera Junta. Y estaba la fragancia de los árboles en la señorial avenida Pedro Goyena y las tranquilas, elegantes, calles de Caballito sur y el sol deslumbrante en las más modestas de casas bajas, rodeando la cancha de Ferro, por Caballito norte
Además, hay secretos que solo conocemos los que nos criamos en Caballito. Por ejemplo, que frente a la farmacia González que antes se llamaba Rossi, por Rivadavia, entre Rojas y Añasco, hay un florista de origen italiano que no envejece. Creo que nunca supe su nombre y a veces al saludarlo, me aterra observar que no ha cambiado, que está igual que hace cuarenta y tantos años Hasta sospecho que hay un cuadro, celosamente oculto, que lo hace por él.
¿Cuántas personas de las que viven en el edificio de departamentos ubicado en esa cuadra sobre la esquina de Añasco, saben que justamente allí se alzaba uno de los palacios más majestuosos y misteriosos de Buenos Aires, el Carú? Los chicos que jugábamos al cabeza, (con pechito y arremetida, claro), sobre la vereda ancha de Añasco, a veces parábamos la pelota para mirar, a través del alto enrejado artístico, los canteros con flores del parque. O para espiar por unas pequeñas claraboyas los billares de la sala de juego que había en el subsuelo.
Yo vivía a la vuelta, sobre Rivadavia, en un edificio de departamentos antiguo, con pasillo largo. Había en la cuadra entre otros edificios de departamentos, una gomería, la de Isaquito, una peluquería con quiosco, la de Carmelo, una lechería, La Martona, una sastrería, una peluquería de damas, Zaniello, la farmacia Rossi, el quiosco del griego, que todavía está, el bar Ricardo en la esquina de Rojas, y por supuesto, el inmortal florista italiano.
Y los cines. ¡Que importante y que emocionante era el cine! Teníamos un montón, el Astro, el Primera Junta, el Moreno y después de, la entonces hermosa Plaza Rivadavia con un guardián uniformado que cuidaba las flores, el Lezica, que se venía abajo y no era recomendable. Además el Caballito en la calle Espinosa, lugar insólito para un cine y el Río de la Plata en Parral y Gaona.
Y también estaban el campito de Yerbal y Félix Lora escenario de inolvidables desafíos y la cortada de Espinosa para patear un poco la pelota en el adoquinado.
Las noches de midgets en la cancha de Ferro con los memorables duelos entre Newbauer y el diablo rojo Santoestéfano, donde nos impregnábamos hasta la nuca de la tierra roja de la pista, y la confitería El Greco, orgullo del barrio, donde alguna que otra noche nuestros mayores nos llevaban a tomar un café después de la cena, a escuchar al gordo Mónaco y su órgano.
El anfiteatro del parque Centenario, dónde por primera vez asistí a una ópera y la pizzería La Cumbre, en la que todavía de pantalón corto, me sentí muy hombre al pedirle al cajero, una porción de muzzarella y “un cívico” Casi tan hombre como cuando ya adolescente, hacía del bar Caballito de Emilio Mitre y Rivadavia, algo así como mi segunda casa.
Entonces, para resumir un poco este ya extenso relato, podría decir que soy hincha de Ferro, porque el verde simboliza a Caballito. Porque en mi memoria, cada año transcurrido desde mi niñez, con las alegrías, tristezas, logros y desazones propias de la vida, se corresponde con un triunfo inolvidable, o una goleada en contra, un ascenso o un descenso y un fervor compartido con amigos de siempre en la vieja tribuna de madera.
Claro que no faltará el escéptico que diga que Caballito está lleno de personas que vivieron las mismas cosas que yo y sin embargo son hinchas de Boca, de River o de Independiente, lo cual es cierto. Pero íntimamente, siento que nadie es enteramente de Caballito si no quiere a Ferro. Y lo que es más triste, que ellos jamás podrán cantar aquella hermosa tonada de tribuna:

Soy de Oeste desde que era chiquitito
Caballito cada vez te quiero más...

(Mi agradecimiento para el autor de este soliloquio, Hilmar Paz, (Negroviejo) al permitirme la publicación del mismo)

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Santiago Bernabéu fue el dirigente más grande que conocí. Entraba al vestuario y todos se ponían de pie. Recuerdo una situación muy particular: en la liga 77/78 se enfermó grave y se estaba por morir. Llegamos a sacar 7 puntos de ventaja, pero al plantel le agarró una gripe y el Barcelona se nos acercó. Jugábamos contra ellos en casa y la mañana del partido vino don Santiago. Nunca me voy a olvidar, se sentó y nos dijo: “Muchachos, yo les dije a todos que éste era el campeonato más importante de mi vida. Yo no entiendo de fútbol, pero llevaban siete puntos y ahora llevan dos. Por eso, el que no tenga cojones, que no juegue. Los quiero mucho”. Y se fue. Le ganamos 4-0 al Barcelona y fuimos campeones (ENRIQUE "Quique" WOLFF, ex futbolista y periodista argentino, recordando su paso por la entidad merengue, en la década del '70, en revista "El Gráfico", Noviembre de 2005)

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La relación de las mujeres con el fútbol ha tenido una evolución. Antes no es que a las mujeres no les gustara el fútbol, es que odiaban el fútbol. Lo consideraban violento. Había una frase que se le atribuía a la mujer cuando entraba en casa y que puede definir aquella relación que existía entre mujer y fútbol: "Otra vez fútbol". Ahora puede que las mujeres lo miren con más naturalidad, que se hayan quitado, como los intelectuales, ciertos complejos o que lo miren como una forma de igualarse al hombre. En cualquier caso todavía la cosa está descompensada
(JULIO LLAMAZARES, escritor español, en declaraciones al diario "As" del 29/07/2007)

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Un entrenador no es mejor por sus resultados ni por su estilo, modelo o identidad. Lo que tiene valor es la hondura del proyecto, los argumentos que lo sostienen, el desarrollo de la idea. No hay que juzgar la idea, sino el sustento. Yo puedo valorar proyectos antagónicos. Lo que nunca se puede hacer es sustituir las convicciones
(MARCELO BIELSA, entrenador argentino)

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ESPUELAS CALIENTES - Tottenham Hotspur FC (Inglaterra)


Fundado en el 5 de Septiembre de 1882 como Hotspur FC, el Tottenham Hotspur FC es el equipo representativo de la comunidad judía de Londres.
Este club nace de la fusión entre el Hotspur Cricket Club (un club de críquet local) y un equipo de fútbol de la escuela del barrio, cuyos alumnos eran judíos en su mayoría e hijos de los comerciantes de la calle principal de Tottenham, High Road.
El color original de la camiseta era el azul marino, pero en 1899 se cambió por la camiseta blanca, que dio origen al primer apodo del club: Lillywhites (lirios blancos).
El nombre “Hotspur” surge de un noble inglés, Harry Hotspur, que era hijo del duque de Northumberland, familia que poseía tierras en el barrio de Tottenham.
Harry Hotspur fue inmortalizado por William Shakespeare en su obra “Ricardo II” por ser un intrépido guerrero y los fundadores del recién nacido club creyeron que su apellido daría prestigio, coraje y nobleza a su equipo.
Las palabras Hot (caliente) y Spur (espuela) hacen referencia a su apodo “Espuelas calientes”, además de la presencia de un gallo de riña en el escudo del club (foto de la izquierda) para terminar de corroborar el fervor que contagiaron sus primeros jugadores, dirigentes y simpatizantes a las generaciones posteriores.
En el plano deportivo logra en 1951 gana su primer título de Liga. Los éxitos nacionales del Tottenham continuaron en la década de 1960, con la obtención de la Liga, en 1961, y de la Copa FA (1961; 1962 y 1967). Internacionalmente, conquistaron la Recopa de Europa, en 1963.
Las décadas posteriores también fueron de éxitos. En 1972 ganaron su primera Copa UEFA, además de la FA Cup 90/91 y la Copa de la Liga 98/99.
White Hart Lane (Callejuela del ciervo blanco) es el estadio del Tottenham. Situado en el norte de Londres, distrito de Haringey, tiene una capacidad de 36.240 espectadores.

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Si hacemos lo que tenemos que hacer, bien. Si no, nos vamos a tener que ir a trabajar, pero de verdad...

(OSVALDO ZUBELDÍA, técnico argentino, luego de citar al plantel que dirigía, Estudiantes de La Plata -1966-, en la estación de Constitución a las 6 de la mañana, para que vieran a la gente que bajaba de los trenes para ir a trabajar)

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-El Milan es otra trampa. Le dio bola a este campeonato porque va 14 puntos abajo del Inter. Entonces ponen este torneo para ver si zafan de lo mal que les va en el Calcio. Si estuviera peleando el título no sé si hubiera viajado con los titulares.

—¿Y Boca?

-Los argentinos, sí: son cuatro millones de dólares. Por cuatro palos verdes los dirigentes te hacen jugar en el mar, en la montaña, en la nieve... Por 100 o por 20 mil, por lo que haya... Donde esté el mango ahí vamos todos los monitos disfrazados de jugadores de fútbol, con el entrenador y con todo el circo adelante.
(CÉSAR LUIS MENOTTI, opinando sobre la Copa Intercontinental, realizada en Japón, en declaraciones al diario "Olé", el 18/12/07)

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¿El peor Mundial?

El de Italia 90, el anticristo del fútbol.

(SANTIAGO SEGUROLA, periodista deportivo español en declaraciones a "Marca", 18/12/07)

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Por aquellas siestas de fútbol (Matías Kraber - Argentina)


La rama del eucalipto se movía despacio de forma pendular, empujada por la ventisca de primavera de las dos de la tarde. Ninguna nube se asomaba por un cielo color celeste acuarela, y el silencio de siesta aislaba las voces de los pibes sentados en el cordón de la vereda con camisetas calurosas como si estuviesen atrapados por la inmensidad rocosa de las montañas.
- Para mí le tenemos que jugar con éste arriba- Javito señaló con el dedo a Matías que estaba sosteniendo un yuyo con los labios, mientras miraba el reloj con cierta preocupación- y al arco que vaya Carlitos… y ya está, le metemos diez a estos pajeros.
- Yo no tengo drama, pero hay que ganar si o si, porque sino quien lo aguanta al Rafa en la escuela.
- De última, lo tendremos que cagar o trompadas
- Javito alzó la voz con bronca y la mirada firme-.
Habían seleccionado una cancha neutral para evitar que griteríos e insultos se filtren por las persianas de esos vecinos que se instalan debajo de paredes con ventilador, a dormir hasta las cinco de la tarde. El último clásico finalizó con un empate técnico porque Javito se fue de manos con Víctor y llegaron los vecinos a espantar la muchedumbre y decretar el fin del fútbol en el barrio. El fin de la localía para los muchachos de camisetas rojas de escote en “v” y dueños del trofeo que se ponía como premio del duelo, como la efigie material de un honor con traje de Gulliver.
El sol ardía a las dos de la tarde. Los pibes saltaron el corralón de una cancha de papi y se mojaron el pelo en fila antes de entrar al potrero de tierra. El Rafa y sus secuaces llegaron en bicicletas y se amotinaron en el arco que daba a la calle sin decir ni “a”. De todas formas en el ambiente futbolero barrial o escolar era factible que existiera esa enemistad rabiosa, en la que sólo aparecía el diálogo para negociar la fecha y las condiciones del partido.
Pactaron Matías y Rafa en la mitad de la cancha un partido de una hora con un descanso de quince a los treinta minutos. Esteban vestido de rojo estaba con un cronómetro sentado en la banqueta de madera pegada al alambrado, y tenía los ojos endiablados de Oscar mirándolo con la desconfianza de un animal herido desde el banco de al lado.
La pelota movió y salpicó borbotones de tierra. El juego se ancló en la mitad del campo y prevaleció el estruendo seco que emitían las patadas por monopolizar el balón. Un mano a mano tuvo Javito que alcanzó a tocar el Rafa con la punta del guante para que golpeé en el palo con sonido metálico y se pierda en un lateral defensivo. El resto del partido fueron piernas fuertes trabando desde el piso y toques desafortunados que alejaban la pelota de los arcos.
Se cumplió la hora y quedaban los penales como la lotería democrática que designaría al acreedor del trofeo. Después no habría excusas para recuperarlo en el caso de perderlo, se había consensuado en que este partido fuera el “bueno”; el que resolvería la ecuación futbolística de quién era el mejor grado de la Escuela. “Después a llorar a la iglesia” dirían los ganadores con total autoridad y los perdedores tendrían que resignarse a caminar con la cabeza gacha y la garganta anudada con fuego por los pasillos del colegio cuando el reloj marcara la hora del canto a la bandera, y los victoriosos hagan gestos sarcásticos desde la fila india. Significaba demasiado perder ese desafío. Significaba perder el encanto de ser los héroes de las mejores mujeres del turno tarde, o por lo menos romper con esa fabula varonil que une amor con fútbol como eslabones férreos de una cadena.
- Que pateé primero Javito, yo voy segundo, después Jere, el Lope y Carlitos- con la voz carcomida por la agitación Matías le habló a sus compañeros sentados en el banco respirando por la boca al unísono.
- Acuérdense de patearle fuerte a una punta, nunca al medio porque siempre espera la pelota el Rafa-.
Jere se acomodó los tapones altos y habló decidido, como ya enfrente al arco en los doce pasos agónicos.
En diez minutos los rojos estaban festejando abrazados, pero el tiempo de resolución pareció de plomo. El equipo del Rafa desapareció con la velocidad de un relámpago y ni siquiera pudieron gritarle algo antes de que salten el corralón con la cara larga. Los de camisetas coloradas, acamparon en la cancha y saborearon una coca con la tranquilidad y algarabía de un soldado victorioso que vuelve a ver a su familia. Nadie lo decía pero el trofeo más gigante era simbólico, el ir el lunes a la escuela con el pecho inflado y mostrar la credencial de ganadores.
El tiempo se encargó de avanzar vertiginosamente y escaparse de esa siesta soleada futbolera de sábado. Javito se levantó cerca de las cuatro, y procedió con lentitud a arrancar hacia la carnicería. Agarró la bicicleta y pedaleó despacio esquivando un sol radiante que le quemaba la espalda. Hizo dos cuadras y se topó con la cancha: el corralón teñido de gris y los yuyos trepándose hasta la cima de esa muralla de material que escondía la cancha polvorienta.
Un silencio de velatorio dominaba las calles y ningún pie haciendo sonar la pelota. Javito, primero miró sin imprimirle atención al lugar, pero luego lo asaltó el recuerdo de aquella tarde de gloria y se dejó arrastrar por una sonrisa dulce que le coloreó la tarde. Se detuvo en las hojas ajadas del eucalipto y se acordó de aquellos compañeros de camisetas rojas que no veía desde hacía mucho tiempo. Pensó en Matías y deseó que estuviera cerca para compartir el recuerdo, y puedo asegurar que éste a centenares de kilómetros, salió al balcón y al descubrir la siesta; se acordó de él, de los otros, de la gloria de aquel día y de ese fútbol amistoso y apasionado que selló amistades que tienen un palco VIP en la memoria, aunque en otra siesta de cielo color celeste acuarela estén distantes y lejanos. Aunque el fútbol para ellos, (y para muchos) esté desnudo, solo y a la intemperie... sin fiesta ni tragedia.


(Mi agradecimiento a Matías Kraber por cederme este cuento)

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Sucedió en el Mundial de México 1986: Bilardo quería que Burruchaga y yo le peguemos en los córners de puntín. Un día nos tuvo ocho horas practicando y nosotros le dábamos tres dedos, chanfle de cara interna y externa, pero de puntín, no. Nos miró, y cansado dijo: "ustedes no aprenden más" y se fue.

(CLAUDIO BORGHI, ex jugador y técnico argentino, a comienzos del año 2006, en Radio Spika)

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Tenemos una plantilla, aunque parezca arrogante, en donde quizá no tuviera sitio Kaká (RAMÓN CALDERÓN, Presidente del Real Madrid, en declaraciones realizadas el 18/12/07, descartando el fichaje del mejor jugador del mundo en este año para la próxima temporada)

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El fútbol y el número 13


En el mundo del deporte, el número 13 no tiene buena acogida. Quizá el más claro ejemplo lo ofrezcan las carreras automovilísticas, donde el número 13 es "rara avis" entre las máquinas participantes. Se trata, pues, de una cuestión de superstición, de la sospecha de que esa cifra "maldita" sea la causante de un accidente durante la carrera.
Pero dejando ahora de lado las pruebas automovilísticas, es curioso señalar la singular historia que tiene el número 13 en el fútbol, y concretamente a lo largo de los Campeonatos del Mundo. En su primera edición, celebrada en 1930 en Montevideo (Uruguay), fueron trece los equipos que participaron, cifra que se repitió en 1950, en el campeonato que tuvo lugar en Brasil. Y fue precisamente el 13 de Junio de 1950 -diez días antes de iniciarse el Mundial- cuando un astrólogo de la Escuela de Samba “A Mangueira" predijo que Brasil no ganaría aquel campeonato, en el que se habían depositado tantas ilusiones. En efecto, así ocurrió: Uruguay se erigió Campeón, mientras que Brasil hubo de conformarse con el segundo puesto.
Siguiendo con las coincidencias, es curioso observar que la selección de Uruguay consiguió el cetro intercontinental en 1950 y, anteriormente, en 1930, precisamente en los dos únicos torneos en que el número de participantes ha sido trece. Pero, a pesar de la buena suerte que el número 13 parecía dar a los uruguayos, los dirigentes de este país protagonizaron un insólito caso. En el Mundial disputado en Chile en 1962 entró en vigor una disposición de la FIFA que obligaba a los jugadores a llevar en la espalda, como distintivo, su número correspondiente, del 1 al 22. La delegación de Uruguay se presentó ante la comisión organizadora, para solicitar que el fatídico número 13 no le fuera adjudicado a ninguno de sus jugadores. Como alternativa, propusieron que se pudiera ampliar la lista hasta el número 23, para aquellos jugadores que se negaran a lucir el número 13 en la camiseta. La delegación uruguaya alegó como principal argumento el espíritu supersticioso de sus jugadores, ya que, tras declaración jurada, ninguno de ellos estaba dispuesto a llevar en la espalda de su camiseta un número irremisiblemente "gafe".
Los deseos de la comisión uruguaya fueron finalmente aceptados. Y, consiguientemente, se dio por primera vez el hecho en la historia de los Mundiales que algunos participantes llevaran a su espalda el número 23.
En el Mundial de Argentina de 1978, los peruanos tampoco quisieron el 13. Hubo discusiones hasta el último momento, pero la petición de los sudamericanos cayó en saco roto. No obstante, para aplacar los ánimos, los organizadores del Campeonato tuvieron incluso que recurrir al embajador de Perú en Buenos Aires, para intentar solucionar el problema. Y la solución fue que el jugador Juan Cáceres, al parecer el menos supersticioso de los peruanos, aceptó llevar el "fatídico" dorsal.
Quien nunca ha planteado este tipo de problemas ha sido el ex jugador del Barcelona y de la selección nacional holandesa, Johan Neeskens. Ya en los Mundiales de 1974, en Alemania, Neeskens lució el 13 en su camiseta (donde fue goleador de su equipo con 5 goles), para volver a hacerlo también cuatro años después, en Argentina. En ambas ocasiones su selección perdió la final...
Dejando de lado el incómodo número 13, señalaremos que el 10 está considerado como el más popular de todos. Ferenc Puskas, Pepe Schiaffino, y, sobre todo, Pelé y Maradona lo lucieron en sus espaldas.
Por otra parte, Johan Cruyff hizo famoso el número 14 que llevaba en el Ajax, y que cambió por el 9 cuando jugaba en el Barcelona. Y quizá intentando emular las hazañas del inigualable as holandés, en el Mundial de Argentina, Dieter Müller (Alemania), Marco Tardelli (Italia) y Michel Platini (Francia), quisieron para sí ese 14, que Cruyff hizo célebre.

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El único placer de esta tarde fue descubrir que, gracias a mí, los italianos de Milán dejaron de ser racistas: hoy, por primera vez, apoyaron a los africanos...

(DIEGO MARADONA, minutos después del 0-1 ante Camerún en el partido inaugural del Mundial de Italia, en 1990)

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He perdido un año y medio de mi vida, bebía para poder dormir (ADRIANO, internacional brasileño, Septiembre de 2007)

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Quería a mi equipo por la alegría de la victoria y por el estúpido deseo de llorar ante cada derrota (ALBERT CAMUS, escritor francés, de origen argelino, Premio Nobel de Literatura en 1957)

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A Bochini (Héctor Negro - Argentina)


¿Quién podrá agradecerte la alegría?
¿Cuántas voces precisa el verso mío
para decir la agreste poesía
que dibuja tu tranco de baldío?

Y el Chaplin que llevás, y esa estatura
de gigante pequeño, y la burbuja
que suelta el malabar de tu diablura,
cuando metés un “caño” en una aguja.

¿Quién podrá devolverte tanta fiesta?
¿Con qué pagar tanto gozoso instante
que nos dieron, che Bocha, a toda orquesta,
la pelota y tus pies calzando guantes?

Si habrás llenado tantas tardes mustias,
lujoso de arabescos y reflejos
que desataban nudos, mufa, angustias,
o sacaban un gol como un conejo.

Los magistrales quiebres de cintura,
el amague feliz, la gran pirueta
de esconder la pelota, o la locura
de bordar media cancha con gambetas.

Y luego el “Bo-Bochini” como premio
bajando desde el grito de la hinchada.
Cuando en el verde se soltaba el genio,
chispeando el resplandor de otra jugada.

¡Grande, Bocha...!, vos no pasaste al bardo.
Si habrá que darle juego a la memoria
para dejar tu estirpe a su resguardo,
subiendo por el rojo de tu gloria.

Cuando no salgas más entre los once,
serán los lagrimones del rocío
los que en el pasto lloren y allí, entonces:
¿Con qué se llenará el domingo mío?

Cuando la “diez” del rojo no te abrigue,
yo buscaré en la tarde dominguera
-en la función que, pese a todo, sigue-
la semilla que siembre tu madera.

Buscaré por potreros y distancias,
en los picados donde floreciste
y hasta que no reencuentre aquella magia,
aunque no se me note, andaré triste...


(A Roberto, amigo de todas las horas, de generoso corazón rojo)

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Respaldando a mis jugadores...


Monasterio si no se pone las manos se va a tener que ir (JORGE MIADOSQUI, Presidente de San Martín de San Juan, castigando duramente al arquero de la institución, en declaraciones efectuadas en el día de ayer, 17/12/07)

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Para la mayoría de la gente, "El Matador" es Salas y no vos. ¿Te molesta?

No, para nada, el chileno ahora está en vigencia y yo no juego más. Hay un tiempo para todos, para Pelé, para Maradona, para Di Stéfano.... Cada uno hizo lo que tenía que hacer en su momento. Además, a él no sé quién le puso el apodo.

¿Y a vos quién te lo puso?

El "Gordo" Muñoz, el mejor relator de todos los tiempos. Una vez, allá por 1975, me fue a relatar a Rosario y me reprochaba porque no hacía muchos goles de visitante. Y me prometió que si convertía dos goles de visitante en el partido siguiente me iba a poner un apodo. Jugamos contra Banfield, hice 3 y ahí me gané el mote.

(MARIO "El Matador" KEMPES, ex futbolista y técnico argentino, en declaraciones a la revista "El Gráfico", Julio de 2002)

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El cartel de borracho no me lo saca nadie (ARIEL ORTEGA, jugador de River Plate, 1999)

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Ruud van Nistelrooy es un tramposo y un cobarde, y realmente es un hijo de puta (PATRICK VIEIRA, jugador francés, en declaraciones tomadas de su polémica biografía)

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La Guerra del Fútbol


Un partido de fútbol es a veces fuente de polémicas, de discusiones e incluso de enconadas rivalidades y larvados rencores. Pero nunca como en 1969 estuvo tan cerca de ser origen de una guerra.
Se disputaban, en la primavera de aquel año, los encuentros de la fase previa de la Copa del Mundo de 1970 entre las selecciones de El Salvador y Honduras. En el choque de ida triunfó el cuadro hondureño por 1-0, y en el de vuelta lo hizo El Salvador por 3-0. Como sólo contaban los puntos y no el gol haverage, fue necesario un choque de desempate que se jugó en el Estadio Azteca de Ciudad de México. Ganó El Salvador tras una tensa prórroga por 3-2, lo que le valió pasar a la ronda siguiente del torneo en la que se enfrentó a Haití, cuya selección fue, en definitiva, la que asistió a la fase final de la competición de 1970.
Pero vayamos por partes. El partido Honduras-El Salvador se desenvolvió en un clima apasionado y hostil, aunque sin nada que permitiera augurar lo que iba a seguir. Porque el encuentro de vuelta se desenvolvió en un ambiente lleno de incidencias, a causa de la exaltada actitud de los "fans" salvadoreños. El resultado de esa exaltación fue casi alucinante. Un mal entendido espíritu patriótico encendió la mecha de una escalada de violencias. De las palabras y las acusaciones se pasó a los hechos. El furor popular provocó la ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Más de 50.000 personas resultaron víctimas de un conflicto cargado de tensiones y oscuros intereses. El Salvador llamó a filas a los reservistas del ejército y declaró el estado de emergencia. Honduras guarneció su frontera con todas las fuerzas disponibles. La guerra, en nombre -aparentemente al menos- de un partido de fútbol, pareció inevitable.
Este episodio, sobre el cual se centraron las miradas de un mundo absorto e incrédulo, pasó a la historia como la "guerra del fútbol" ó la “guerra de las 100 horas”. Los ministros de Asuntos Exteriores de Costa Rica, Guatemala y Nicaragua (miembros del llamado Mercado Común Centroamericano) realizaron gestiones urgentes y desesperadas para evitar el conflicto que se daba como inevitable. Mientras ellos hablaban con sus colegas en Tegucigalpa y San Salvador, los acontecimientos se precipitaban. Unos 11.700 ciudadanos salvadoreños que vivían en Honduras huyeron del territorio a causa de la violenta persecución desencadenada contra ellos por los "ultras". Fue una huida dramática. El Gobierno de El Salvador acusó al de Honduras de no haber hecho nada para impedir la opresión, violación y expulsión en masa de miles de personas. En vista de ello, El Salvador anunció oficialmente "que carece de sentido el mantenimiento de relaciones diplomáticas entre ambos Estados". Por otra parte, en Tegucigalpa se desmintieron las acusaciones contrarias y se manifestó la mayor sorpresa por el paso diplomático tan radical adoptado por El Salvador; pero no se encontró ninguna respuesta adecuada y se anunció también la ruptura de relaciones. Las comisiones neutrales ofrecieron sus buenos oficios. No se comprobó la acusación salvadoreña de genocidio, y se estimó que la huida masiva a través de la frontera entre ambas naciones había sido motivada por causas injustificadas. Afortunadamente la tensión fue cediendo. Hubo mutuas explicaciones, las posturas fuertes se suavizaron, se restablecieron las relaciones, y precisamente el fútbol, inicio falso de un conflicto en el que estaban envueltas otras motivaciones de tipo político, se convirtió en puente de reconciliación. "El deporte debe unir a los pueblos en lugar de provocar incidentes tan lamentables", explicó un directivo del Comité Olímpico de Honduras.
El Salvador presentó sus excusas. Se olvidó lo ocurrido. Los incidentes, los momentos de angustia de la selección hondureña en San Salvador, donde tuvo que ser protegida por la Guardia Nacional para impedir que fuese agredida y linchada por las masas enfurecidas, la movilización armada, los insultos, las acusaciones, el dramático éxodo de los refugiados... todo volvió a la calma y El Salvador y Honduras se enfrentaron en el decisivo choque de desempate en Ciudad de México. Era un encuentro explosivo, que muchos calificaron de "mortal", pero que transcurrió sin incidentes de relieve. Para que no faltase nada en la confrontación, el tiempo reglamentario terminó con empate a dos goles. Y hubo que apelar a una prórroga para que Rodríguez, extremo izquierda de El Salvador, obtuviese el gol de la victoria. Fue el delirio entre los miles de salvadoreños que asistieron al lance y la decepción entre los miles de hondureños que, cargados de banderas e ilusiones, estaban también en los graderíos. Pero unos y otros observaron una magnífica conducta, y en ningún momento la policía mexicana, reforzada considerablemente, tuvo que intervenir. Tampoco en el campo las acciones sobrepasaron los límites permisibles en un encuentro donde tanto estaba en juego. Ni siquiera cuando a los 30 minutos del segundo período tuvo que ser retirado en camilla el hondureño Enrique Cardona, víctima de una entrada excesivamente brusca de un contrario.


90 minutos, 100 horas

Aunque todavía se la recuerde como "La guerra del fútbol", tanto los países que la protagonizaron como muchos analistas políticos prefieren llamarla "La guerra de las cien horas", en alusión al lapso que duraron los enfrentamientos. También es un intento de quitarle frivolidad a una cuestión que, si bien detonó luego de un partido de fútbol, tenía raíces más profundas.
Los latifundistas controlaban la mayor parte de la tierra cultivable en El Salvador. Esto llevó a la emigración constante de campesinos pobres a regiones de Honduras cercanas a la frontera con El Salvador. En 1969, Honduras decidió redistribuir la tierra a campesinos hondureños, para lo cual expulsaron a los campesinos salvadoreños que habían vivido ahí durante varias generaciones. Esto generó una persecución de salvadoreños en Honduras y un "regreso" masivo de campesinos a El Salvador. Esta escalada de tensión fue aprovechada por los gobiernos de ambos países para orientar la atención de sus poblaciones hacia afuera, en vez de los conflictos políticos internos de cada país. Los medios de comunicación de ambos países jugaron un rol importante, alentando el odio entre hondureños y salvadoreños. Los conservadores en el poder en El Salvador temían que más campesinos implicarían más presiones a redistribuir la tierra en El Salvador, razón por la cual decidieron intervenir militarmente en Honduras.
El 14 de Julio de 1969, el ejército salvadoreño lanzó un ataque contra Honduras y consiguió acercarse a la capital hondureña Tegucigalpa. La Organización de Estados Americanos negoció un alto el fuego que entró en vigor el 20 de Julio. Las tropas salvadoreñas se retiraron a principios de Agosto.
Al final de la guerra, los ejércitos de ambos países encontraron un pretexto para rearmarse y el Mercado Común Centroamericano quedó en ruinas. Bajo las reglas de dicho mercado, la economía salvadoreña (que era la más industrializada en Centroamérica), estaba ganando mucho terreno en relación a la economía hondureña.
Las dos naciones firmaron el Tratado General de Paz en Lima, Perú el 30 de Octubre de 1980 por el cual la disputa fronteriza se resolvería en la Corte Internacional de Justicia.
El conflicto, por otra parte, fue un tema de difícil tratamiento en los dos países. Además de la actitud agresiva de El Salvador hacia su vecino, la guerra puso en evidencia problemas internos en Honduras. Por ejemplo, las ineficaces armas empleadas en la guerra databan de la época de la Segunda Guerra Mundial, y se reveló que el país no contaba con una cartografía adecuada. A partir de allí, los hondureños comenzaron a reclamar cambios políticos. Tal vez, algo así como el recordado "efecto Malvinas" en Argentina.


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El fútbol es mi amor, mi vida, mi droga, mi motivación (BOBBY ROBSON, entrenador británico)

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¿No te daban risa las bicicletas que metía Saturno?
Más nos hacía reír cuando se enojaba, porque con Delgadito jugábamos más por la izquierda, y él se quedaba en la derecha. Y cuando no se la dábamos, se volvía loco. Empezaba a putearnos en el almuerzo antes del partido. Venía y nos decía: “Pendejos, hoy pásenmela porque si no los voy a cagar a trompadas”. Encima, Delgado amagaba dársela y después metía un enganche bárbaro y lo dejaba pagando. Saturno picaba al pedo y se lo quería comer (ANTONIO MOHAMED, ex futbolista argentino, recordando sus tiempos de compañero junto a Sergio Saturno)

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¿Le gusta el fútbol? ¿Piensa que va en contra de la literatura?

Detesto el fútbol convertido en espectáculo, aunque yo mismo jugue a él hasta los treinta y pico años. Por supuesto que va en contra de la literatura, del arte, del espíritu, del sentimiento y de la buena educación. El hombre situado frente a él deja de ser hombre para volver al simio. No es pueblo, es populacho.

(FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ, escritor español, en declaraciones al diario "El Mundo" del 28 de Junio de 2006)

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No sé si con Maradona entrenamos, ¡¡pero comemos unos asados!! (Célebre frase del jugador paraguayo GUIDO ALVARENGA, para describir el paso de Diego Maradona como técnico del Deportivo Mandiyú, en 1994)

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