Comparar a Amadeo Carrizo con Lev Yashin es ridículo. Es como comparar a Jesús con los ladrones.
(ALFREDO DI STÉFANO, emblemático jugador argentino, opinando sobre el ex arquero de River Plate en 1976)
Desde Ayacucho, Argentina, un humilde homenaje a esa gran protagonista del juego traducido en cuentos, frases y anécdotas.
Sabiamente la definió el viejo maestro Ángel Tulio Zoff, "lo más viejo y a su vez lo más importante del fútbol".
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Comparar a Amadeo Carrizo con Lev Yashin es ridículo. Es como comparar a Jesús con los ladrones.
(ALFREDO DI STÉFANO, emblemático jugador argentino, opinando sobre el ex arquero de River Plate en 1976)
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Qué va a pasar si San Lorenzo tiene un técnico que es un salame de Milán: no sabe nada de nada. Lo único que hizo en su vida fue pegar patadas. Este hombre no tiene capacidad de cambiar una situación: le hicieron tres goles en el primer tiempo y cuatro en el segundo. Y quiere dirigir a la Selección... (JOSÉ SANFILIPPO, célebre goleador del fútbol argentino, denostando a Oscar Ruggeri, por ese entonces DT de San Lorenzo tras un San Lorenzo 1-Boca Juniors 7)
Somos un país con industria automovilística, pero el patrocinador oficial es Hyundai. Somos un país cervecero, pero beberemos Budweiser. Es el poder de la FIFA, pero no es que con ese dinero se construyan bañaderas con grifos de oro. La FIFA considera que es su torneo, y lo es. El país organizador, si se quiere, es una variante, que le toca al que le toca.
(FRANZ BECKENBAUER, presidente del Comité Organizador de Alemania 2006, en declaraciones al diario "La Nación" de Argentina)
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Los argentinos no se resignan. Primero me contrapusieron a Di Stéfano, luego a Sívori y a Maradona. Primero que decidan quién es el mejor de ellos tres y luego que se den cuenta de que yo valgo más que los tres juntos (Edson Arantes Do Nascimento, "PELÉ", y su proverbial humildad)
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Creo que la gente de Boca nunca protegió a sus ídolos como los de Independiente cuidaron a Bochini o los de River a Alonso. En la hinchada de Boca no hay banderas de Rojitas, un ídolo como jamás lo hubo en ningún lado (OSVALDO POTENTE, ex jugador argentino, Mayo de 1997)
Gianfredi, sentado en el banco de suplentes con la cabeza gacha, miraba sus botines. El partido que en los papeles pintaba para paseo, se había puesto durísimo y ya promediaba el segundo tiempo.
La pequeña cancha de los Albos estaba repleta. Era un club modesto de primera B que jamás en su historia había ganado ningún torneo, cuanto menos un campeonato oficial, y en ese partido se estaba jugando el campeonato, su primer campeonato y el consiguiente ascenso a primera división. Lo miró de reojo a Podestá, el técnico. Parecía una estatua tallada en piedra, no movía un músculo de la cara, pero se estaba jugando la ficha de su vida. Ya pisaba los sesenta, y había desfilado por más de veinte clubes de tercera y segunda de ascenso, jamás uno de primera. Nunca había obtenido algo mejor que un cuarto puesto y ahora con este modestísimo equipo tenía la gran oportunidad, tan esperada.
Para Podestá, Gianfredi no existía, le había pedido al presidente un nueve de Rosario, un pibe que la rompía y estaba de oferta, pero se le aparecieron con Gianfredi que, según los comentarios, después de despilfarrar fortunas por Europa volvía a su patria, poco menos que en silla de ruedas a robar las últimas monedas. El tiempo le había dado la razón, en los tres partidos que lo puso había decepcionado a todos.
¿Pero cómo llegué a esto? Yo, Gianfredi, ídolo en esta canchita a los diecisiete. Goleador en dos clubes grandes y aclamado en tres de los mejores equipos europeos. Tendría que ser millonario con la plata que agarré y estoy como empecé, pero viejo, escrachado, mirado con lástima, en el banco y sin chance de entrar. Galindo me aceptó el pase en blanco por dos pesos y más por política que por otra cosa. Quiso que el jugador que fui terminara la carrera en el club, durante su presidencia…
La modesta cancha con tribunas bajas de madera, hervía. La barra seguidora de siempre estaba enloquecida. Con los torsos desnudos, transpirados bajo el riguroso sol del verano porteño, no paraban de saltar, de empujar al equipo con estribillos y cánticos. Los plateístas, usualmente más circunspectos, también se habían soltado y alentaban individualmente a tal o cual jugador. También se escuchaban los gritos que llegaban de la cancha, los del equipo propio y los del rival. Aunque de los primeros, los únicos que gritaban eran el arquero, ordenando la defensa y el cinco, el vasco Altolaguirre, capitán, que les gritaba a todos. Las cámaras de TV no se perdían nada, porque el partido iba en directo, para desesperación de los cabuleros, que pensaban que la televisión era mufosa porque las veces que los habían transmitido nunca habían ganado.
¿Y estos…? Lloraron cuando me fui del club y ahora que estoy de vuelta no me aguantaron ni tres partidos. Como duelen los gritos de la hinchada cuando uno anda mal. Y las burlas. Pero tuve que aguantar, si salimos campeones voy a agarrar unos mangos que necesito. Aunque la vuelta no la voy a dar, la cara no me da para tanto, porque la verdad es que anduve para el orto, estoy hecho un desastre… y encima, achacado. Menos mal que el único que lo sabe es Gardino, amigazo el tordo y de toda la vida. Dice que no puedo jugar más, que estoy arriesgando la vida, que tengo no se que mierda en el bobo. Por suerte no se avivaron cuando me hicieron el examen de ingreso al club y el seguro de vida recién vence a fin de año. Le tuve que pedir casi de rodillas que no le avisara al tordo del club. Lo convencí diciéndole que no me iban a poner, justamente porque las veces que había entrado me había parado al empezar a sentir esa cosa jodida en el pecho y que este iba a ser mi último partido, que me dejara dar la vuelta olímpica.
El banco alrededor de Gianfredi, era un solo nervio. Todos gritaban, festejaban o lamentaban las jugadas que se iban dando. Ganaban uno a cero y con ese resultado eran campeones. Pero todos sabían como es el fútbol, y también que deberían ir ganando por tres o cuatro goles, pero la pelota no había querido entrar, los palos, el arquero rival que tenía su tarde de gloria y algún cruce milimétrico de los del fondo, lo habían impedido. ¡Uno a cero, de penal mal cobrado y gracias! Un contragolpe, un pelotazo afortunado, una pierna mal puesta dentro del área y el sueño se desvanecía.
Había que ganar, el empate no servía. Estaban a dos puntos del primero que ya había jugado su último partido, y todavía faltaban veinte minutos. Pero no los veinte minutos, del que espera a la novia, al colectivo o que lo atiendan en el banco. Veinte minutos de un partido que se va ganado por la mínima diferencia y que significa un campeonato, es decir un siglo más o menos. Y este formidable desdoblamiento del tiempo es algo que todo hincha de fútbol conoce perfectamente, sin haber leído a Einstein.
¡Que bajonazo que tengo! Lo que más me jode es el ambiente en casa. Irene no me reprocha nada, al contrario, me dice que tenemos una linda casita, tres hijos hermosos, que todavía somos jóvenes. Pero yo se que nunca la escuché, por eso estamos como estamos. Y los chicos, los varones que tan orgullosos estaban de mí. Fueron dos veces a la cancha, escucharon como me insultaban y me vieron jugar tan mal… que humillados que están. No me dicen nada, pero me esquivan la mirada. La única que me hace sentir bien es la nena. Me dijo, papá a mi no me importa que no hagas más goles, yo te quiero igual y me abraza. Me dan ganas de llorar.
Los contrarios se habían ordenado, no tenía nada que ganar ni perder, ya habían pulsado el nerviosismo de los locales. Al fin y al cabo eran el equipo del barrio vecino, eternos rivales. ¿Y que cosa más hermosa que aguarles la fiesta a esos culos rotos?, porque para ellos, solamente de culo podían estar peleando el campeonato con el equipo que tenían. Ahora manejaban la pelota con serenidad y avanzaban lentamente asegurando cada pase. El vasco Altolaguirre con la camiseta totalmente empapada, la cara enrojecida, hacía sentir su vozarrón por toda la cancha. ¡Presionen la salida, carajo! ¡Chino agarra al cuatro que se está mandando arriba!, ¡Aprieten que faltan quince!
Pobre vasco, tiene tres años menos que yo, treinta y cinco. Ya es un dinosaurio futbolístico y nunca se movió del club. Después que me fui, estuvo a punto de pasar a un club brasileño, pero no se le dio. Y se quedó para siempre aquí. Creo que es el que más se merece el campeonato. Nunca pisó una cancha de primera y Galindo que lo aprecia, como todo el mundo, ya le dijo que si salimos campeones sigue en el equipo un año más. No quiero ni pensar lo que debe estar sufriendo.
En las tribunas se percibía que la mano no venía bien, el equipo se había acortado, estaban los once en su propio campo. El Perro Sanjurjo desde el arco pedía que salieran, que presionaran arriba, pero no había caso se venía el malón y cada uno hacía lo que podía. La línea de cuatro muy retrasada optaba por esperar y reventar la pelota adonde fuera. Los dos centrales, el hacha Barroso y el burro Roldán escribían una epopeya de las defensas heroicas. Los marcadores de punta, el ciruja Gómez y el chino Domínguez, trataban de frenar las subidas de los aleros, pero se les venían también los marcadores de punta. Un poco más adelante, el vasco Altolaguirre, el ocho, el diez y los punteros trataban de robar pelotas, de desacomodar a los que la traían dominada. Solo el colorado Nielsen con el nueve en la espalda quedaba adelantado a la espera de alguna cortada salvadora. Podestá, se había levantado del banco, con las palmas de la manos abiertas, las movía rítmicamente hacia abajo pidiendo calma, que pararan la pelota. Faltaban cinco.
Como se complicó, era un partido ganado en el vestuario, pero me parece que no están para aguantar, los nervios no los dejan pensar. Es un lindo equipito, jugadores de montón, pero con un corazón y unas ganas como pocas veces vi. Lo que es andar en la mala, ni esta me va a salir. Si no salimos campeones, me van a echar como un perro y encima sin un mango… Ay, ay, ay! Quedaron a contrapié, si se la cortan al once, el vasco no lo va a poder parar.
Y salió la cortada sobre el lateral izquierdo, el once la dejó pasar y la corrió, el vasco detrás. Cuando el delantero, ya olfateando el gol, pisó el área, Sanjurjo salió desesperado a tapar, pero el once tiró la gambeta larga a la derecha y lo dejó desparramado. Arco desguarnecido, solo tenía que tocarla, pero ahí llegó el vasco en el aire con los tapones de punta y le hachó los tobillos. Penal y roja indiscutible. El vasco, no lloró camino al banco, pero su expresión de desconsuelo era indescriptible. Justamente él, que se había matado todo el año, iba a ser el responsable de la derrota y la pérdida del campeonato. Lo pateó el mismo once. Ni tomó carrera, la colocó con clase en un ángulo bajo, el perro ni se movió. Uno a uno, la gran ilusión se hacía trizas. Faltaban tres.
Podestá sin mirarlo, con esa cara opaca, gris, que no traslucía ninguna emoción, dijo: Gianfredi, caliente un poco que entra por Ordóñez… Gianfredi levantó la cabeza y quedó estático como masticando la orden. Luego se paró, elongó gemelos, cuádriceps, hizo algunos movimientos para aflojar la cintura y ensayó unos trotecitos cortos frente al banco. Cuando el cuarto árbitro, levantó el cartel luminoso con un número ocho que indicaba el cambio y Ordóñez, cabizbajo, trotó hacía el banco, Gianfredi que lo esperaba, chocó palmas con él e ingresó al campo.
Lo que faltaba, que me quieran colgar el San Benito de este desastre. Yo estuve bien puteado en los otros tres partidos, pero aquí no tengo nada que ver. Ni en mis mejores años hubiera podido hacer algo a esta altura del partido. Estoy en el banco solamente porque mi nombre en la formación podía mejorar la recaudación. Y ahora este turro de Podestá me pone porque se la ve venir. No va a faltar algún periodista poco informado que diga: “A la vista de la magnífica oportunidad desperdiciada por los Albos para obtener su primer campeonato, resulta incomprensible que en un partido de tamaña envergadura, el técnico haya decidido prescindir de un hombre con la historia y la experiencia de Gianfredi” Las veces que habré escuchado o leído este verso. Lo que quiere es que en estos dos minutos todos vean porque no me puso antes.
La tribuna local, había callado. La desazón, la angustia, el dolor que importaba un bello sueño hecho pedazos los había ganado a todos. Lo aplaudieron un poco a Ordóñez al salir pero a él, que caminaba cansinamente hacia su puesto sobre el lateral derecho. lo miraban con resignación e indiferencia. Solamente resonaba en el estadio el clásico cantito entonado, sin mucho entusiasmo, por la tribuna visitante “…se quema, se quema, se quema y se quemó, a los Albos se le queman las ganas de campeón”.
Sus compañeros tampoco parecieron enterarse de su ingreso y el comprendió que no le iban a pasar la pelota, quedaban dos minutos, la iban a manejar los más hábiles, con mejor estado físico. El tiempo seguía pasando, pero ahora en forma inversamente proporcional, con una velocidad alucinante
Los rivales estaban hechos, el objetivo se había cumplido. No valía la pena arriesgar, no fuera cosa que en la locura de la derrota alguno saliera a lastimar. Todavía había que volver al barrio. Se plantaron firmes en defensa y retrasaron el equipo, solo era cuestión de cuidarla y esperar.
Cuando algún rival avanzaba por su carril, Gianfredi intentaba marcarlo, pero no tenía velocidad, la molestia en el pecho cada vez más intensa lo tenía asustado, así que lo pasaban como poste. La hinchada le dedicaba el más cruel de los insultos: la indiferencia total.
El tiempo de juego se había cumplido, pero el árbitro había indicado dos minutos más, ya se había ido uno. Quedaban segundos. El colorado Nielsen, que era el nueve y goleador del equipo, robó una pelota en media cancha y decidió jugarse la patriada, pero comprendió que no podría pasar, tenía delante una nube de defensores, necesitaba hacer una pared. Miró, estaban todos marcados, el único destapado sobre el lateral derecho era Gianfredi, no lo pensó más, se la dio y picó a esperar la devolución cerca del área. Gianfredi, de una ojeada, entendió que la jugada era tan obvia, que el nueve no la recibiría de vuelta, y que si lo hacía, tendría tres hombres encima antes de tocarla. Amagó el pase, pero la empujó por el lateral, casi sobre la raya de cal, y corrió tras ella, el marcador de punta salió como una flecha al cruce. Con un gesto de dolor en la cara lo dejó venir, cuando lo tuvo encima enganchó hacia adentro, el otro pasó de largo. La volvió a tocar hacia adelante pero se le fue larga, si no picaba se le iba por el fondo.
¡Pero qué boludo, se me fue larga, carajo!, Si pico, la agarro y tiro el centro, pero ¿para qué?, el único que va a llegar es el colorado… ¿y cómo va a cabecear entre todos esos…?
En las tribunas, nadie respiraba, con los puños apretados seguían la jugada de Gianfredi, Cuando se le fue larga un lamento colectivo recorrió el estadio, pero de pronto, respondiendo a una inspiración superior, Gianfredi picó como en sus mejores tiempos. Llegó a la pelota a dos metros de la línea de fondo y cinco del borde del área, poco menos que un tiro de esquina. Se abrió un poco para darle bien, colocó el pié izquierdo a la altura de la pelota y sacó el derechazo, como los que saben. La calzó más bien abajo, de chanfle, con borde externo de pie derecho, tres dedos que le dicen. La pelota levantó vuelo rotando sobre si misma furiosamente hacia la derecha. El arquero intuyó que no era un centro y corrió a cubrir el primer palo. La pelota en el aire parecía dirigirse al banderín del córner, pero al pasar frente al primer palo girando y girando con un suave siseo comenzó a doblar hacia la derecha y a bajar. El arquero la miró como quien mira pasar un avión.
El mundo se paralizó, nadie respiraba en las tribunas, ni los jugadores en la cancha o en el banco, ni los que miraban por televisión, ni los relatores de radio. Nadie. El tiempo se había detenido. Solo existía una pelota de fútbol girando en el aire como un estrafalario planeta blanquinegro mientras Gianfredi con el equilibrio perdido, dando tumbos, caía dentro del área.
Miles de pupilas dilatadas, sin pestañear, la transpiración fluyendo por todos los poros, puños, dientes apretados y la pelota que rotando como un trompo, mágicamente, se cerraba y bajaba, más y más… Pegó en la parte interna del segundo palo, picó adentro del arco y se depositó mansita, pero todavía girando, junto a la red, como besándola con amor.
¡Un golazo de aquellos!
El árbitro señaló el centro de la cancha convalidando el gol. Caminó tres pasos en esa dirección levantó el brazo y pitó el fin del partido.
¡Los Albos eran campeones!
Antes que el pitazo final sonara, el mundo había explotado. En los veinte segundos que siguieron al gol, simultáneamente, ocurrieron muchas cosas. Las tribunas eran una sola catarata de cuerpos brillosos de sudor y caras desencajadas que bajaban trastabillando hacia el alambrado con un grito de gol interminable en sus gargantas. Saltando, gritando, se abrazaban unos con otros, reían, lloraban, expresando la pasión brutal del fútbol en su más cruda belleza. Los jugadores colgados del alambrado tiraban sus camisetas a la hinchada, descargando la tensión contenida durante un partido interminable, la alegría recuperada cuando ya no quedaban esperanzas.
Desde la platea un señor gordo con un sombrero piluso, que se había cansado de putearlo, gritaba frenéticamente: ¡Gianfredi, yo sabía que ibas a aparecer, ídolo! Podestá, el técnico cara de piedra, sentado en el banco ocultaba la cara entre las manos y lloraba convulsivamente como un niño toda una vida dedicada al fútbol que, por fin, había encontrado su premio. En el bullicio general una palabra era escuchada repetidamente: Gianfredi.
El estallido de gol, gritado por diez mil almas había despertado al barrio, los gorriones habían levantado vuelo y se habían abierto las ventanas. Los autos tocaban bocina, hasta las señoras jóvenes y las mayores, siempre desinteresadas por el fútbol, levantaban sonriendo sus brazos al cielo. El barrio rejuvenecía, los árboles eran más verdes, el aire se había perfumado con las flores de los jardines y hasta el vigilante de la esquina ensayaba un pasito de baile... La vida era hermosa. En la casa de Gianfredi, la nena que era la única que estaba mirando el partido había dicho hacía un rato con tono sombrío: nos empataron. Y luego: va a entrar papá. La mujer con un plato en la mano y los chicos, lentamente como al desgano, se habían acercado al televisor. Ella había lanzado el plato al aire, gritado ese gol como ningún otro en su vida y lloraba abrazada con sus hija mientras los chicos descargaban la bronca contenida gritando a la pantalla: ¡Vamos viejo todavía! y a la hinchada enfocada por la TV: ¡Puteenlo ahora, tiraculos!
En la verja del jardín se habían colgado unos chiquilines que coreaban: ¡Gian-fre-di, Gian-fre-di! Un manto de felicidad había caído sobre la barriada, el sueño se había hecho realidad. El modesto equipo que amaban porque era parte del paisaje cotidiano accedía a la primera división, por primera vez en su historia.
Todo ocurría en esos veinte segundos posteriores al gol. En la tribuna visitante, un muchacho había dicho amargamente: es increíble, estos culosrotos, campeones y un viejo le había retrucado: si, son unos culosrotos pero lo tienen a Gianfredi, entró dos minutos y ganó un campeonato, si jugaba todo el partido nos hacían nueve, es un grande, pibe. En los replay televisivos, Gianfredi comenzaba a arrancar, a enganchar, a picar, a pegarle como los dioses, así lo haría una y otra vez durante días, quizás, años.
Y también en esos veinte segundos, algunos hinchas que habían entrado al campo, ayudantes de campo, todos los jugadores titulares y suplentes, semidesnudos, los brazos en alto con el vasco Altolaguirre a la cabeza, corrían hacia Gianfredi, para abrazarlo, besarlo, levantarlo en andas y llevarlo así, a dar la vuelta olímpica.
Pero Gianfredi, no los veía ni los escuchaba venir, tendido inmóvil, con una expresión de infinita paz y una tenue sonrisa dibujada en sus labios, miraba, ya sin ver, el descolorido, amarillento pasto de la cancha de los Albos, campeones de la B.
(Un agradecimiento inmenso para el autor de este cuento, Hilmar Paz, (Negroviejo) y su generosidad al permitirme la publicación de su cuento en “Los cuentos de la pelota”)
Todos hablan del gol de Maradona a los ingleses, pero se olvidan que el pase se lo di yo. Lo dejé solito... (HÉCTOR ENRIQUE, Campeón Mundial en México 86 y su particular visión del mejor gol de la historia de los Mundiales)
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Bilardo era un buen chico... dejó de ser bueno cuando se hizo técnico.
(ERNESTO DUCHINI, célebre descubridor de talentos del fútbol argentino)
Nacido el 29 de Enero de 1966 en Rio de Janeiro, bajo el nombre de Romario da Souza Faria, se crió en la favela de Jacarezinho. De pequeño, su primer amor fue una pelota y no pasó mucho tiempo en que el pequeño lograra elogiosos comentarios de los mayores por su destreza con el balón, sobretodo de los pocos seguidores del Estrelinha, equipo fundado por su padre y en el que logró sus primeros goles, hasta que en 1979 un ojeador lo acercó al Olaria para de ahí pasar rápidamente al Vasco Da Gama.
No fue fácil su llegada al Vasco en donde estuvo a prueba durante un año pues los directivos no creían en sus condiciones. Sin embargo, un campeonato juvenil en Rio de Janeiro sirvió de trampolín al pequeño delantero quien se erigió en gran figura y máximo goleador del certamen con 7 goles.
Romario obtuvo numerosos títulos en todas las categorías del club, llegó a jugar junto al gran ídolo de la hinchada cruzmaltina, Roberto “Dinamita”. Juntos formaron una dupla letal, siendo los máximos goleadores, Roberto con 12 y Romario con 11. En su primera etapa en Vasco conquistó 2 Campeonatos cariocas, en 1987 y 1988.
En 1985 debutó con la Selección juvenil de Brasil disputando el Campeonato Sudamericano de la categoría siendo máximo goleador con 5 goles. Su popularidad se potenció en Brasil durante los Juegos de Seul 88, donde se mostró a nivel internacional obteniendo nuevamente el título de máximo goleador del torneo con 7 tantos. Su ascenso fue meteórico, debutando con la selección mayor en 1987 y dos años más tarde un gol suyo le dio el título a Brasil en la final de la Copa América ante Uruguay. Una lesión en el peroné de su pierna izquierda lo dejó fuera del Mundial 1990. Cuatro años después lograba para Brasil el tetracampeonato en Estados Unidos en donde fue elegido por la FIFA como el mejor jugador de ese Mundial. En 1997 logra la Copa América.
El fútbol holandés lo lleva al Viejo Mundo en 1988 cuando el PSV pone sus ojos en él (a través de su sponsor, Philips) y se lo lleva por 6 millones de dólares. Allí conquistó 2 Copas de Holanda y 4 Campeonatos de Liga, además de ser en tres temporadas el máximo goleador del certamen.
Desde Barcelona se miraba con mucha atención las actuaciones de Romario en Holanda, y en 1993, desembarca en la ciudad Condal. Al poco tiempo se convirtió en ídolo indiscutido de la afición blaugrana en donde hizo goles de todo tipo y fue integrante de aquel legendario "Dream Team".
En la bella Barcelona logró dos títulos de Liga y fue máximo goleador del Campeonato español con 30 goles obteniendo el clásico Trofeo “Pichichi”. En Barcelona y, según sus palabras, tuvo el mejor técnico de su carrera: el célebre Johan Cruyff.
En 1995 retorna a Brasil, al Flamengo, y luego retorna a la península ibérica, Valencia, donde las lesiones y sus cruces con el D.T. Luis Aragonés jugaron en su contra. Nuevamente de regreso al Flamengo obtiene el Campeonato Carioca del 98 y el Estadual de 1999. En el año 2000 vuelve a su primer gran amor, el Vasco Da Gama, en donde fue máximo goleador del Campeonato Carioca y del Torneo Rio-Sao Paulo con 34 años de edad.
En 2002 llega a Fluminense, para pasar tiempo después al club Al Saad de Qatar por donde tuvo un breve paso para retornar al “Flu” en Junio de 2003.
Posteriormente el 10 de Noviembre de 2004, el que fuera mejor delantero del mundo en la primera mitad de los noventa recibió un merecido homenaje en el estadio “Memorial Coliseum” de Los Ángeles, en un partido que sirvió de homenaje a dos grandes del fútbol como Romario y Jorge Campos, puesto que se enfrentaron en un amistoso las Selecciones de México y Brasil, ganando esta última por 2 a 1. ¿Los goles de Brasil? Romario, obviamente…
A finales de 2004 volvió al Vasco da Gama y, en 2005, con 39 años de edad, fue máximo artillero del Campeonato Brasileño gracias a los 22 tantos que marcó durante la competición. Su siguiente destino profesional fue la Major League Soccer (MLS) estadounidense, al fichar en Abril de 2006, con el Miami FC. Durante ese mismo año, también jugó durante dos meses en el Adelaida United de Australia.
En Enero de 2007, retornó al Vasco da Gama, con el que en Mayo de ese año alcanzó la cifra de 1.000 goles convertidos a lo largo de su carrera profesional.
Hemos contado someramente sus condiciones de goleador nato dentro de una cancha, para terminar de plasmar, a través de anécdotas y frases, una personalidad que lo convierte en un digno exponente de los “Personajes” de esa página:
Anécdotas
Hay una anécdota que ha repetido en varias ocasiones Valdano y que expresa muy bien la personalidad del brasileño tanto en la cancha como fuera de ella.
Según comenta Jorge Valdano cuando tuvo a sus órdenes al brasileño en el Valencia, cada vez que Romario quería y siempre antes de los partidos, en el calentamiento se acercaba a Valdano y le apostaba una cantidad económica a que iba marcar uno o dos goles. Según palabras de Jorge siempre perdía la apuesta. Es más según el argentino, en más de una ocasión antes de los partidos daba vueltas alrededor del brasileño y Romario ese día no le comentaba nada de la apuesta y no marcaba gol.
Cuando Romario prometía algo que tenía que ver con el gol siempre lo cumplía, algo que saben muy bien en el Barcelona en donde no solo se convirtió en ídolo por sus goles sino también por su esfuerzo por el equipo. Su ex técnico, el holandés Johan Cruyff lo pinta de cuerpo entero con una frase: “Romario era el primer defensor de mi equipo”.
Un 5 de Septiembre de 1993 Romario da Souza Faria aguardaba en el viejo túnel de vestuarios del Camp Nou su estreno oficial con el Barcelona.
Andoni Zubizarreta, el arquero al que Romario llamaba de usted, siempre atento y protector, le buscó y le encontró. Como siempre, estaba el último en la fila, camino del campo, para enfrentarse a la Real Sociedad en el primer partido de la Liga. Se acercó el veterano al debutante para hablarle de Alberto, el guardameta rival. El partido estaba a punto de empezar y los jugadores ya se encontraban en el túnel de vestuarios. Zubizarreta, detallista como era, se le acercó para darle una serie de instrucciones de como jugaba el portero rival, de si le gustaba salir y demás, fue entonces cuando el carioca miró a Zubi y le espetó eso de "¿Me va a enseñar usted a meter goles?", el portero rival acabaría recogiendo tres veces la pelota del fondo de su portería.
En esa temporada Romario llegaría a 30 conquistas, una cifra menor si la comparamos con los más de 1000 goles que logró en su carrera, con 41 años cumplidos, y esa eterna vigencia goleadora.
Frases
* Luego de Pelé, estuvo Maradona. Y después de Maradona, llegué yo.
* Quien es ruin se destruye solo (criticando al técnico Wanderley Luxemburgo, quien no lo citó para los Juegos Olímpicos de Sydney 2000)
* Soy ciento por ciento infiel. Me defino como un mujeriego y, en mi apogeo de promiscuidad, llegué a acostarme con tres mujeres el mismo día.
* Nunca fui un atleta. Un atleta tiene que comer correctamente, dormir correctamente, beber correctamente, y yo no hago ninguna de esas mierdas. Yo podría haber hecho más si fuese un atleta, pero no hubiera sido tan feliz.
* Si no salgo por la noche, no marco goles.
* Un jugador tiene pocos amigos, porque en fútbol no existe la amistad verdadera.
* En Río de Janeiro tienen muchos reyes, pero Dios, sólo uno.
* Necesito el fútbol para mí, para llegar a casa con la cabeza despejada. Mi reto en el fútbol es hacerme feliz a mí mismo. El nombre del rival no me interesa.
* No soy un caballo paraguayo, más de una vez demostré que soy un pura sangre.
* Años atrás algunos decían que estaba muerto para el fútbol. La respuesta está acá... Voy a ser el segundo en alcanzar los 1000 goles.
* Yo no me muerdo la lengua, no me puedo quedar callado ante lo que me parece incorrecto (....) Para algunos eso es bueno y para otros no.
* Necesito el fútbol para mí, para llegar a casa con la cabeza despejada. Mi reto en el fútbol es hacerme feliz a mí mismo. El nombre del rival no me interesa.
Boca es un cabaret (DIEGO LATORRE, por entonces jugador xeneize, opinando en la revista "El Gráfico" sobre la institución de la Ribera, allá por Abril de 1998, con el "Bambino" Veira como DT)
Boca no es un cabaret. Un cabaret es un lugar donde hay chicas.. que se desnudan... ganan plata.... donde uno va a tomar una copa con amigos... donde muchas veces he ido...
(El "Bambino" VEIRA, técnico argentino, y su respuesta a los dichos de Diego Latorre)
Si usted va a anular un título cada vez que se roba, tiene que sacar de la Argentina la Copa de 1986.
(LULA DA SILVA, presidente de Brasil, opinando sobre los rumores de arreglo del Corinthians, club con el cual simpatiza, en la obtención de Brasileirao 2005)
Boca puede reaccionar hoy porque tiene un rival de menor envergadura. Es la realidad, sin ofender (MAURO VIALE, periodista argentino, minutos antes de un Boca 1 - San Martín de Tucumán 6 en la Bombonera)
Los "Galácticos" son una banda de perros asaltantes. Con el Bayer Leverkusen parecían una propaganda de Nike. Da vergüenza ajena, la verdad es que estamos viendo un rejuntado (agrupamiento de jugadores sin ton ni son). El Real Madrid fue un desastre, lamentable, el Bayer Leverkusen le hizo tres goles pero además le creó veinte situaciones de gol (DIEGO MARADONA, despachándose contra los jugadores del Real Madrid antes de un viaje a Cuba en 2004)
La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desenterrando la belleza que nace de la alegría de jugar por sí (EDUARDO GALEANO, escritor uruguayo, 1996)
En Chile, se utilizó el apodo de "Ballet Azul" para referirse al equipo de Universidad de Chile durante el periodo de 1959-69 debido al gran juego que mostraba dentro de la cancha.
Además, la mayor parte del plantel universitario fue usada como base de la selección nacional de Chile que logró sacar el tercer puesto en el Mundial de 1962 y luego clasificar al Mundial de Inglaterra en 1966. Debido al buen actuar de las figuras universitarias, el club fue invitado a una gira en el viejo continente, en donde incluso llegó a derrotar al Inter de Milán, campeón de Italia.
Fue Campeón de Chile en 1959, 1962, 1964, 1965, 1967 y 1969. Entre los jugadores más destacados del plantel se encontraban: Leonel Sánchez, Rubén Marcos, Luis Eyzaguirre, Ernesto Álvarez (argentino), Carlos Campos, Braulio Musso, Roberto Hodge, Manuel Astorga y Alberto Quintano.
Etiquetas: Chile, Club-CHI: Universidad de Chile, Poesía 0 comentarios
El guacho era igualito a Beckham. No digo como jugador, para nada. Un queso con la pelota. Era igualito de jeta, de facha, nada más.
¿Cómo fue que cayeron de gira esos nabos a nuestro club? La verdad que nunca me enteré bien si los invitamos nosotros o se ofrecieron ellos. Supongo que fue idea del "Ronco" Mansilla, el más entusiasmado con el asunto. Ahora digo, ¿cómo no se le ocurrió organizar algo con un equipo brasilero, mexicano, o colombiano? Gente que juega al fútbol al menos. Si quería hacerse el raro o el moderno hubiera buscado un equipo holandés, pero no estos yankies rubiecitos que no saben lo que es una rabona ni nada que valga la pena.
Se armó flor de revuelo con la llegada de estos pibes. Unos días antes pintaron el club (las partes más visibles), arreglaron de una vez por todas la caldera del vestuario visitante y hasta organizaron un comité de bienvenida que los fue a recibir a Ezeiza: diez giles que seleccionó el propio Ronco entre los pocos que sabían tres o cuatro palabritas en inglés. Digo giles porque el "Ronco" los hacía quedar después de entrenamiento como una hora practicando el idioma con la vieja de Braian que casi fue maestra de inglés.
Cuando llegaron los yankies no hablaban nada en español. Bueno, sí, una palabra: “gracias”. Era lo único que sabían. Después cuando se fueron ya habían aprendido unas cuantas y entre esas aprendieron, las infaltables, las básicas: “boludo”, “pelotudo”, “concha tu hermana”; que lo decían así, todo junto: “conchatuhermana”, como si fuera una sola palabra. Los guasos les enseñaron lo peor y se cagaban de la risa de la forma en que hablaban. Ellos eran treinta, más o menos, trajeron gente para jugar contra la quinta y contra nosotros, la cuarta. Eran de Boston, Masa no sé cuanto y seguro que todos estaban cagados en guita. Ojo que no eran ningunos boludos, al contrario, algunos eran muy rápidos. Y el más rápido era el que le decíamos “Beckham”. El chabón, feliz con el apodo.
Hubo bastante gente para ver los dos primeros partidos. Arrancó la quinta ganando 2 a 0, tranquilos, y la rematamos nosotros con un 3 a 2 mentiroso. Mentiroso porque tenía que haber sido 5 a 0 mínimo pero el réferi alcahuete que nos pusieron nos anulo un par de jugadas de esas que son gol aunque te salgan más o menos y de yapa le regaló dos penales a los yankies que no existieron. En el primero cobró agarrón de Juancito Greco que sólo vio él y en el otro me cobró falta a mí sobre Beckham cuando juro que nunca saqué tan limpia una pelota. Para colmo lo pateó el puto ese de Beckham y lo gritó como si fuera la final del mundo.
Eso fue el viernes, el sábado hubo actividades de entrenamiento compartido, muy livianito, por la noche un baile en el club y el domingo la revancha. Y así fue, justamente, la revancha. Porque lo busqué todo el partido y el marica se me escapaba. El área nuestra no la pisaba ni de milagro y cuando yo subía a cabecear algún corner, él se paraba de contra o esperando el rebote. Alguna iba a tener, pensaba tratando de mantener la calma, y ahí vino. Cuando el réferi marcó la falta, a unos 6 metros del área grande, salí disparado, decidido a patear el tiro libre. Pobre Rusito no entendía nada cuando le manoteé la pelota. Se quedó medio mudo, lo aparté con el brazo y no le quedó otra chance que salirse, que dejarme el tiro libre. Acomodé la pelota, retrocedí unos cuatro pasos, los suficientes. Recién ahí levanté la mirada. Todos hubieran mirado el arco, yo no, yo quería asegurarme que Beckham todavía formaba parte de la barrera, que estaba ahí. Lo miré. Ya no tenía la sonrisa de ayer a la noche en el baile cuando todas las minitas revoloteaban a su alrededor, cuando todas le decían lo lindo que era, cuando lo encontré apretándose a Yamila, el ángel más lindo del club, tratando de meterle manos por aquí y por allá. Ahora con esas manos se protegía las bolas, se equivocó. El puntinazo me salió fuerte, muy fuerte, como esos balinazos del "Petaco" Carbonari: fulminante. Todo el tiempo tuve mis ojos puestos sobre el rostro de Beckham, sobre esa linda carita. Pude ver cómo se transformaba mientras se daba cuenta de la dirección y el destino de la pelota. Pude ver su pánico en el instante antes de recibir de lleno el pelotazo en medio de la jeta, un pelotazo seco, duro, inolvidable.
¿Igualito a Beckham dije? Ya no.
(Un agradecimiento especial a Pablo Pedroso, autor de este cuento, por su autorización para publicarlo en "Los cuentos de la pelota". Muchas gracias Pablo!!)
Fundado el 15 de Abril de 1907, el Club Atlético Unión (más conocido como Unión de Santa Fe) es un club de la provincia de Santa Fe que en 1966 ganó por primera vez el ascenso a la Primera División argentina, donde jugó allí varios años, alternando con períodos en segunda división.
Los hinchas de Unión son llamados "tatengues” pues el club tenia su sede en el centro de la ciudad de Santa Fe, y es por eso que les pusieron ese mote, que es como antiguamente se denominaba a las personas refinadas y/o de buena posición social según la jerga de la época: "Es un niño bien, un tatengue"; y que se contrapone al origen humilde de su archirrival: Colón de Santa Fe.
Por cada jugador que yo destaco, hay cinco periodistas que salen a decir que no sirve. Hasta le dieron a Redondo, el mejor volante central de Europa.
(CÉSAR LUIS MENOTTI, en declaraciones a la revista "Mística" Nº 73, 5/9/98)
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Si tiene ofertas y el Valencia le da la oportunidad, Claudio López debe irse. A mí no me la dieron y después me echaron ellos.
(MARIO ALBERTO KEMPES, ex jugador y técnico argentino, Marzo de 1999)
Bilardo conmigo se portó como el culo, pero la verdad que no me defraudó porque es la clase de gente que hace esas cosas.
(ALBERTO "Beto" MÁRCICO, ex jugador argentino, recordando su polémica salida de Boca Juniors en 1996)
Estaba viendo en directo el partido del Blackburn Rovers por la televisión. Cuando vi que George (Nadh) había marcado en el primer minuto mi primera reacción fue tomar el teléfono para llamarle. Luego me di cuenta que no podía hablar con él porque estaba jugando (ADE AKINBIYI, futbolista inglés, con descendencia nigeriana)
¿Chernobyl? Creía que era un lateral izquiero del Dinamo de Kiev (JOHN BENJAMIN TOSHACK, entrenador británico, y una frase no muy feliz))
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Abbondanzieri es un arquero de décima si lo comparamos con Fillol, Carrizo, Roma y hasta conmigo mismo (HUGO ORLANDO GATTI, ex arquero argentino, y su facilidad para generar amistades)
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Hace poco más de cien años, cinco chicos muy jóvenes, de 16 o 17 años, que jugaban en uno de los equipos que pululaban en la zona del puerto de Buenos Aires, estaban muy descontentos con su equipo.
Según cuenta la historia, se reunieron un sábado en la Plaza Solís del barrio de La Boca y decidieron que querían fundar un club. Es interesante, porque barajaron dos líneas de nombres. Una que tenía el sustantivo Italia, y otra donde estaba el sustantivo Boca.
Uno de ellos argumentó que Italia era cosa de los viejos, de los padres, que ellos ya no eran italianos. Entonces decidieron que iba a ser un nombre con la palabra Boca y terminaron agregándole la palabra "juniors", porque el barrio de La Boca era un barrio de mala reputación en ese momento, o ya, y pensaron que si le ponían "juniors", una palabra inglesa, iban a aminorar un poco el efecto aterrador que podía tener la mención del barrio de La Boca.
La pasión de la hinchada boquense tiene que ver con el carácter de los genoveses en el inicio del club. Es decir, que eran mucho más bullangueros y entusiastas, y pensaban que le transmitían este entusiasmo al equipo.
La primera vez que se habló de la "doce" o el jugador "número doce" fue en la gira por Europa en 1925. Hubo un hincha, que tenía un poco de plata y se pagó el pasaje, que acompañó al equipo durante estos cinco meses.
Hacía de utilero, los masajeaba, les llevaba las valijas, es decir, hacía lo que podía para hacerse tolerar. Un poco para tomarle el pelo, los jugadores comenzaron a llamarlo el jugador número doce. De ahí viene el nombre.
(extraido del libro "Boquita" de Martín Caparrós)
Hice debutar a Agüero y le salvé la vida a Independiente.
(OSCAR RUGGERI, ex futbolista argentino, rememorando sus tiempos como entrenador del conjunto de Avellaneda)
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Si tuviera que elegir una anécdota de mi carrera, seguro que elegiría la del Mundial de 1966, en Inglaterra, en donde me expulsan injustamente (durante el partido contra el local), por eso siempre se recuerda esa expulsión.
Me expulsan a los veinte minutos del primer tiempo, por pedir el intérprete. Yo no hice ninguna falta violenta ni di ninguna patada violenta para que me expulsen.
El partido fue suspendido unos veinte minutos. Luego salí e, inconscientemente, me senté en la alfombra roja de la Reina. El palco estaba vacío, porque la Reina presenció el partido inaugural y la final de ese Mundial, nada más.
Estuve unos siete u ocho minutos sentado en la alfombra, viendo el partido. De ahí me fui para el vestuario. Cuando pasé por el banderín del córner, donde flameaba la bandera inglesa, los hinchas me tiraron chocolate. Entonces yo les retorcí la bandera y los insulté.
Ellos empezaron a tirar latas de cerveza y yo tuve que salir corriendo, porque corría peligro mi integridad física. Al otro día, tomé taxis y los taxistas no me cobraban. Fui a las grandes tiendas y se paralizaba todo, me pedían autógrafos, me pedían disculpas, porque me habían expulsado mal. El inglés es un tipo muy particular, porque quiere ganar pero quiere ganar dentro de la lógica, como corresponde (ANTONIO UBALDO RATTÍN, emblema de Boca Juniors, recordando su célebre paso por el Mundial de 1966)
Lástima que no puedo pelearme con él, porque mojado pesa 35 kilos (JOSÉ LUIS CHILAVERT, opinando sobre el "Loco" Abreu, de quien se burlaba tras errar un penal)
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