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Ladislao Mazurkiewicz [1945-2013]
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(JO SOARES, humorista brasileño)
Después de saludar a los uruguayos en el lugar donde se hospedaban, Gardel se dirigió a La Barra de Santa Lucía -distante varios kilómetros de la capital uruguaya- donde "velaban sus armas" los argentinos.
Una vez llegado al lugar, según lo relata Pancho Varallo -por aquél tiempo delantero de 19 años, figura de nuestro seleccionado- Gardel se puso a charlar con casi todos muchachos, excepto con Orlandini y Mario Evaristo, porque estaban durmiendo la siesta.
"Lo llevamos a Gardel a la habitación de Orlandini y Evaristo, que dormían como angelitos. La sorpresa de Gardel fue grande cuando vio que esos jugadores argentinos, dormían vistiendo la camiseta celeste y blanca. "¡Como quieren la camiseta!, me comentó Gardel", recordaba Varallo. Después, comieron algo, Gardel cantó un par de tangos (foto) y jugaron un rato a la Lotería.
"Al otro día, fuimos a jugar la final al Centenario -prosiguió Don Pancho- y como algunos compañeros estaban asustados por el entorno, no jugaron todo lo que podían. A mí, que era un pibito, el defensor uruguayo Lorenzo Fernández, me dijo en pleno partido: "mira, botija, apenas agarrés una pelota, te hundo en el césped, te mato".
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(CESARE MALDINI, entrenador italiano, opinando sobre el uruguayo Juan Alberto Schiaffino, su ex compañero en el Milan por seis años)
En los primeros días de Enero de 1974 me instalé en Montevideo y trabajaba no menos de diez o doce horas por días. Del Parque Central a Los Céspedes y de nuevo al Parque. Así todos los días... Supervisábamos el trabajo de todas las divisionales. Me encontré con una camada de notables jugadores... Juan Ramón Carrasco, el "Polilla" De Los Santos, Rafael Villazán, Hebert Revetria, Miguel Caillava, José María Muniz, Martín Taborda, Adán Machado, Ricardo Pagola... También en las divisiones menores había jugadores de gran calidad. Recuerdo a Alberto Bica y a Daniel Enríquez -hoy gerente deportivo del club- que militaban en la sexta división y directamente, sin escalas los ascendí a la tercera. Los dos terminaron coronándose campeones del mundo con Nacional. Todos ellos verdaderos profesionales.
Cuando me hice cargo del plantel, solamente Hebert Revetria había debutado en primera, los demás procedían de las divisiones formativas del club. Unas divisiones formativas que supimos dignificar, gracias a nuestro trabajo y principalmemte a la maestría del gran Miguel Restuccia. Le dábamos de comer a ochenta chicos por día en el Parque Central. Se compraban y se tomaban ochenta litros de leche diarios. Porque primero los chicos tienen que comer y después jugar. Si no comen, no pueden entrenar y mucho menos jugar... Es mentira que pueden hacerlo sin alimentarse correctamente, como por otra parte, deben hacerlo los verdaderos deportistas. Y es mentira, porque indirectamente los estás matando... Hoy la mayoría de los futbolistas surgen de las villas de emergencia. Además los chicos llegan con 10 u 11 años a los clubes y a esa edad necesitan alimentarse para desarrollarse, lo necesitan también para estudiar y por supuesto para jugar al fútbol. A esa edad del desarrollo, a mí no me preocupa el 4-4-2 o el 4-3-3... Quiero que tengan a su disposición buenos botines, agua caliente en el vestuario, calefacción en los dormitorios y la alimentación correspondiente en los comedores. Toda la vida entendí que esto es lo primordial y fundamental que deben cubrir los conductores de jóvenes... Y así lo llevamos a cabo en Nacional. Formamos a verdaderos hombres que hoy tengo la dicha de llamar amigos.
(MIGUEL IGNOMIRIELLO, entrenador argentino, recordando su paso por Nacional de Montevideo, en Tenfield Digital del 27 de Mayo de 2008)
En la noche del 9 de Junio, tras vencer en la final a Suiza, todos fueron a cenar a un restaurante parisino cuyo cheff era uruguayo. Allí se comió puchero criollo, compartido con residentes uruguayos y argentinos en París.
Pero no todo quedó allí, porque la selección siguió recorriendo la ciudad y el 16 de Junio se realizó un banquete de confraternidad en el hotel D'Orsay. Mientras tanto, la selección celeste seguía hospedándose en el castillo de Argenteuil, ubicado en la calle Saint Germain.
Lo cierto es que los gastos de la estadía y celebraciones provocaron la aparición de bolsillos semivacíos: el dinero escaseaba. Alguien tiró una propuesta de jugar un partido para recaudar dinero, pero los muchachos estaban fuera de forma.
Pero comenzaron las dudas. Si se aceptaba cobrar por jugar, ya no eran aficionados, tal cual lo requerían las reglas olímpicas y corría riesgo el trofeo obtenido. También la prensa francesa requería precisiones acerca de cómo podía ser que los uruguayos, a un mes de haber terminado los Juegos, no retornaban a sus trabajos.
Entonces se resolvió regresar inmediatamente a Montevideo, terminando con la fiesta. Se hizo una vaquita entre esos argentinos y uruguayos, más una ayuda oficial, pagándose todo lo que había que pagar. Y Uruguay volvió a su país. Los integrantes del plantel volvieron a sus trabajos habituales, entre marmolistas (Masazzi), repartidor de hielo (Cea), funcionarios de bancos (Zibechi, Saldombide), empleado en el Mercado Agrícola (Petrone), funcionario de Usinas y Teléfonos (Romano), vendedor de tienda (Naya), verdulero (Somma), empleado en una fábrica de vidrios (Vidal) y jornaleros de frigorífico (Tomassina, Arispe, Uriarte), entre otros oficios.
Isabelino Ramírez, campeón invicto de la dignidad (Ramplense - Uruguay)
Corrían malos tiempos para el club y miles de hinchas andábamos con la tristeza a cuesta de cancha en cancha de la B, contándole a cada uno que se acercara que éramos forasteros en la divisional, que estábamos llenos de gloria, que éramos el tercer grande y por esas cosas de la vida... ya lo ve, en el fondo de la tabla de la Segunda División.
Isabelino jugaba y jugaba, metía y metía. Un sábado, como tantos, llego al Olímpico tempranito y un rumor me sacudió: a Isabelino le salió un pase para Brasil y se va, no juega más en Rampla. No lo podía creer, pero era cierto. Pongo la radio, la 42 que transmitía los partidos, y lo estaban entrevistando. Estaba ilusionado y a la vez apesadumbrado. El periodista al despedirlo le dijo que era entendible que se fuera con pena del club del que era hincha. Y él le respondió que en realidad era hincha de Peñarol pero que había recibido y dado tal cariño en ese tiempo en el club que se había hecho hincha de la hinchada de Rampla a la que nunca olvidaría.
Acto seguido se vino a la tribuna y creo que ninguno de los cientos que allí habíamos nos perdimos el beso y el abrazo de ese negro maravilloso. Parecía mentira que aquel hombre al que vi trancar dos veces con la cabeza contra los pies rivales pudiera tener esa ternura y fuera doblegado por el llanto emocionado. Fue muy fuerte aquello. Tan fuerte como lo que me contó un dirigente de la época poco tiempo antes de que se fuera: un día al terminar un partido, después de un triunfo, lo vio sollozando mientras se vestía luego de ducharse y le preguntó qué le pasaba. Se le había muerto un hermano e iba a su velatorio. Le dijo si estaba loco, que por qué no había dicho nada. Y le dijo que su pena era su pena, que si contaba no lo ponían y él sabía que lo necesitaban.
Nunca he vuelto a saber nada de él.
Si alguna vez lee esto que sepa que la hinchada de Rampla que tuvo el honor de conocerlo y saber de su calidad humana nunca lo olvidará y sueña con que aparecerá como aquel día en que la niebla tapaba todo, y de repente apareció como un loco besando la camiseta frente a la platea: nos venía a contar que había hecho un gol en el arco del Varadero.
(Un gracias enorme al autor por autorizarme a publicar este cuento y compartirlo con todos ustedes)
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(FRANCISCO “Paco” CASAL, controvertido empresario futbolístico uruguayo, en su libro autobiográfico “Yo, Paco”)
El primer patrocinador de un Mundial de Fútbol fue Omega, que tras varios meses de reuniones y negociaciones se convirtió en el reloj oficial. Esto hizo que en todos los estadios se pudiera ver el logotipo de esta marca. También comenzaron a aparecer los primeros mensajes publicitarios durante los encuentros del torneo mundialista.
En el libro ‘de Montevideo a Munich’, del periodista Eliezer Pérez también se puede leer que muchas selecciones se quejaron del estado de algunos campos ya que en vez de utilizar cal para pintar las líneas se usó aserrín. Uruguay, que se proclamó campeón del mundo en Brasil 1950, fue sancionado por la FIFA por entregar con varios meses de retraso la Copa Jules Rimet.
En este Mundial fue cuando apareció lo que hoy todavía se conoce como ‘Catenaccio’. El entrenador austriaco Karl Rappan usó este esquema extremadamente defensivo y Suiza lo puso en práctica en 1954, llegando a utilizar en más de una ocasión hasta siete jugadores defendiendo. Este método les ayudó para alcanzar los cuartos de final del campeonato del mundo.
El viaje de la selección de Corea del Sur duró nada más y nada menos que cerca de 50 horas. Además tuvieron que pedir ayuda para viajar a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos debido a que no había mucho dinero. Disputaron dos partidos y recibieron 16 goles en total. Corea del Sur se fue sin marcar ni un solo tanto.
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(FRANCISCO “Paco” CASAL, empresario futbolístico uruguayo, en su libro autobiográfico “Yo, Paco”)
(EDUARDO GALEANO, escritor uruguayo, dando su visión sobre Uwe Seeler)
Decir que participó de la Copa América de 1993 con la selección uruguaya no es un dato menor pero no tan importante. Y menos que luego del descenso del verde correntino pasó a Olimpia de Paraguay (1995), retornó a Cerro (1996), vistió la camiseta de Unión Española de Chile (1997), la de Central Español (1998) de Uruguay y Alianza de Montevideo (2004).
El dato por excelencia es que el ‘Indio’ Morán ostenta un record único en el fútbol argentino. Es el único jugador que no solo lesionó a Blas Armando Giunta una vez, sino que lo hizo ¡¡en dos oportunidades!!… como para poder tomar un parámetro de quien estamos hablando. De un codazo le rompió la mandíbula a Diego Cagna que tuvo que usar una máscara durante tres semanas, y el tabique al ‘Tito’ Pompei con otro golpe igual.
Según "El Gráfico", era dueño de una técnica depurada… para pegar.
Tenía tanto trabajo como cirujano que tranquilamente pudo haber contratado una secretaria que le manejara los turnos. Pocas veces daba de frente, lo que elevaba su peligrosidad a límites insospechados.
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Comenzó a jugar en Huracán Pocitos para luego realizar toda su trayectoria en el CURCC (Central Uruguay Railway Cricket Club de Villa Peñarol) ganador del primer torneo amateur uruguayo.
Utilizando una camiseta aurinegra, jugó hasta 1928, conquistando cinco campeonatos. Con ese club disputó más de 500 partidos, en los cuales convirtió un total de 253 goles.
Piendibene era un futbolista extraordinario, de enorme destreza pese a padecer una molesta lesión de meniscos. Para su selección jugó 56 partidos anotando 26 goles.
Precisamente el 29 de Octubre de 1911, Uruguay enfrentó a la Argentina, en el estadio del Parque Central, en Montevideo, por la Copa de Honor Uruguayo.
Dicha Copa estuvo en disputa en 12 oportunidades, realizándose su última edición en 1923.
En ese partido, Uruguay derrotó a la Argentina por 3 a 0, con dos goles de Piendibene y uno de Canavessi.
Lo cierto es que Piendibene cumplió una tarea excepcional: sus goles fueron luego de sendas "apiladas" a los defensores argentinos Susan y a uno de los hermanos Brown, para derrotar al arquero Wilson.
En su segundo gol, fue tan buena su maniobra, que tras la conquista, el zaguero argentino Jorge Brown (jugaba en el Alumni) se le acercó y le dijo: "Vea amigo, usted es un verdadero maestro. Lo felicito".
Eran tiempos del amateurismo y en donde el fair play se aplicaba con toda intensidad aunque fuese en un clásico rioplatense.
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Entre el Príncipe y el Rey (Washington "Canario" Luna - Uruguay)
Para muchos periodistas y entendidos, había ganado el "caballo del comisario". Pero le quedó a Uruguay (también fue perjudicada su selección por los arbitrajes en ese torneo) la satisfacción de haberle restado el único punto del torneo a Inglaterra. Fue el 11 de Julio de 1966, en el partido inaugural de la Copa, en el viejo estadio de Wembley, cuando Inglaterra jugó ante Uruguay. Igualaron sin abrir el marcador.
Aquel recordado cotejo, correspondiente al grupo que integraban Inglaterra, Uruguay, México y Francia, tuvo esta síntesis:
Inglaterra (0): Banks; Gohen, J. Charlton, Moore, Wilson, Stiles, R. Charlton, Bal!, Greaves, Hunt y Connelly.
ruguay (0): Mazurkiewicz; Ubiñas, Troche, Manicera y Caetano; Viera, Cortés, Gonçálvez y Rocha; Silva y Pérez.
Árbitro: Zsoit (Hungría)
Luego, el camino de Inglaterra para ganar el torneo proseguiría con triunfos ante México por 2 a 0; Francia por 2 a 0; Argentina por 1 a 0; Portugal por 2 a 1 y la final contra Alemania, por 4 a 2.
(JULIO PÉREZ, ex futbolista uruguayo, campeón mundial en 1950)
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Este ídolo 'carbonero' nació el 2 de Febrero de 1952, su carrera la comienza jugando en Baby Fútbol, con el equipo de Faro de Punta Carretas, más tarde entra en las formaciones inferiores del Club Racing.
Una de las instituciones que le dio cobijo fue el Club River Plate, donde debuta en primera división.
Para 1973 se concreta el gran pase a Peñarol, quien logró con gran visión de futuro para él. Su primera anotación fue en un encuentro amistoso en el Estadio Centenario, contra San Lorenzo de Almagro (Argentina), en ese encuentro Peñarol gana 3 a 2 y dos de los tantos fueron convertidos por el 'Potrillo' al arquero argentino Agustín Irusta. Si debemos destacar una, entre muchas cosas de nuestro goleador, es que en tan solo una década obtuvo para sí y la institución 31 títulos, convirtiendo 34 goles en el año 1975 por el campeonato Uruguayo, batiendo así el récord de Pedro Young. Luego llegó a 36 anotaciones en el Campeonato Uruguayo de 1978, además de convertir la friolera de siete goles en un partido.
Títulos conseguidos
* Campeón Uruguayo con Peñarol en 1973, 1974, 1975, 1978, 1979, 1981 y 1982.
* Campeón de la Copa Libertadores e Intercontinental con Peñarol en 1982
* Campeón de la Liguilla Pre-Libertadores en 1974, 1975, 1977, 1978 y 1984.
* Campeón de la Copa Teresa Herrera en 1973 y 1974 y Costa del Sol en 1975.
* Campeón de la Copa América con Uruguay en 1983
* Campeón de la Super Copa Europea con el Valencia en 1980
El éxodo austral de Tomás Jerónimo San Mateo (Daniel - México)
Cuál Moisés ante la zarza ardiente o Mahoma elevado a los cielos por el Arcángel Gabriel, Tomás Jerónimo San Mateo tiene una revelación divina justo en el momento en que Carlos Ramírez coloca la pelota en el manchón para patear el quinto y último penal de la tanda. Precisamente ahí, parado en medio de una cantina malamuertera de la Colonia Industrial, con la mirada clavada en un viejo televisor empotrado arriba de la barra, Tomás Jerónimo San Mateo encuentra de pronto el sentido de su vida entera.
No es un presentimiento o una corazonada ni mucho menos una idea loca surgida al fragor de la noche o un delirio de borracho, pues no hay una gota de cerveza en su sangre. Es una Verdad o más bien dicho La Verdad. Hay momentos en que la duda o el titubeo simplemente no caben en la vida. Aquello que mil religiones, filósofos, lunáticos y motivadores de pacotilla pasan buscando toda una vida, lo encontra Tomás en ese preciso segundo, mientras ve a Ramírez tomar vuelo para patear el penalty. Sabe, en ese instante, que tiene una misión que cumplir en la vida, aunque sea lo último que haga sobre la Tierra. Esa misión es ir en peregrinaje hasta Montevideo Uruguay.
La fracción de segundo que tarda una pelota pateada con toda la furia y el rencor de una cañonero en recorrer once metros, se transforma, para Tomás Jerónimo San Mateo, en la borgeana historia de la Eternidad y al final de aquella Eternidad está la red y al momento en que esa circunferencia de cuero toque esa red, los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León estarán en la mismísima final de la Copa Libertadores de América en donde los aguardaba el flamante el Peñarol de Montevideo.
Tigres juega esta noche en Bucaramanga, Colombia, la semi final del certamen. El partido de ida en San Nicolás de los Garza lo ganaron los felinos con agónico cabezazo de Julio César Santos casi en tiempo de compensación. 1-0. Magra ventaja, pero ventaja al fin. Sin embargo, aún faltan infinitos 90 minutos en aquella ciudad cafetalera con nombre de trabalenguas. Tomás Jerónimo San Mateo ha faltado a la fábrica por segunda vez en el mes.
Desde hace muchos años, cual ortodoxo hebreo, santifica el sábado, que transcurre religiosamente cada 15 días en la tribuna de Sol del Estadio Universitario de San Nicolás de los Garza. Pero los miércoles de Copa Libertadores no están entre sus autoproclamados derechos sindicales. Por fortuna, para un hombre de convicciones firmes como él, no hay lugar siquiera a mínimas cavilaciones: Si tiene que elegir entre los Tigres y el trabajo la respuesta está clarísima: Elegirá siempre a los Tigres. Pero los juegos de Copa Libertadores tienen otro inconveniente. Sólo los transmiten por cable y su magro salario de obrero no le da a Tomás Jerónimo San Mateo para pagarse ese lujo.
Así las cosas, la única alternativa que le deja la existencia es ir al Bar Mi Oficina de la Colonia Industrial. El cantinero lo mira con cierta repugnancia cuando Tomás Jerónimo le pide un refresco. Y no, no es que a Tomás no le guste la cerveza o sea abstemio. Bebe y a veces mucho, pero nunca durante los sagrados 90 minutos de un juego de los Tigres.
Vaya, hay que entender que para Tomás Jerónimo San Mateo ver un partido de los Tigres no es un simple pasatiempo recreativo o un rato de esparcimiento para compartir con los compadres. Nada de eso. Los partidos de futbol, léase Selección Mexicana, América vs Chivas y de más oncenas ordinarias y aburridas, son simples pretextos para destapar caguamas. Los partidos de Tigres en cambio son actos litúrgicos, ceremonias religiosas de éxtasis místico en las que Tomás Jerónimo San Mateo entra en una surte de trance durante 90 minutos y no se permite chascarrillo alguno ni gota de alcohol. Así transcurre en aquel bar aquel insufrible partido contra Bucaramanga. La ventaja de 1-0 pronto se hace añicos cuando Buitrago entierra un tiro libre en el primer cuarto de hora. El global está 1-1.
Los presagios se tornan negros y apocalípticos cuando Toño Sancho es expulsado luego de propinar tremendo patadón en la espinilla a un colombiano casi al final del primer tiempo. El Armagedón ha llegado. Un global empatado y 45 minutos por jugarse con un hombre menos soportando los embates de unos colombianos sedientos de gloria libertadora parecen una misión cruel. Pero hay tardes en que el Diablo baja a la cancha y se pone de tu parte. Aquel segundo tiempo que le roba la respiración a Tomás Jerónimo, es una sinfonía de postes, travesaños y atajadas milagrosas del portero Tigre. El milagro sucede. Al final de los 90 minutos el global está 1-1. La puerta hacia el Infierno de los penales abierta de par en par.
Y el Infierno desciende a la tierra cuando empieza la tanda y ni uno de los tiradores parece con intenciones de fallar. Ocho penales seguidos se anotan. 4-4 está el marcador. Pero el as de espadas está bajo la manga amarilla. Cuando el Bucaramanga manda a Arestizabal a patear el quinto penal, el corazón de Tomás Jerónimo San Mateo empieza a latir con inusitada fuerza. Dios, el Diablo o vaya usted a saber que deidad le está jalando las patas y el alma cuando Edgar Hernández, el portero Tigre, ataja el disparo del colombiano. Queda el quinto penal y ya se prepara el Pachuco Carlitos Ramírez. Si lo anota, Tigres está en la Final de Libertadores. Es entonces cuando Tomás Jerónimo San Mateo ve la zarza ardiente. Si, como dicen los tanatólogos, es cierto que en el momento de la agonía hay un segundo en el que transcurre la vida entera como una película, esa película la está viendo Tomás Jerónimo en el momento en que Ramírez toma vuelo para patear el penal decisivo.
Vaya, es algo así como un momento profético, un instante en que el sentido del Universo y la causa ontológica huma pueden verse ante sus ojos con insoportable claridad. Tomás Jerónimo San Mateo debe ir a Montevideo a la Final de la Copa Libertadores de América porque ese es el destino que tras mil reencarnaciones le toca cumplir en la vida.
Tomás Jerónimo San Mateo nació hace 24 años bajo el signo del Tigre. Eso le decía su padre, Jacinto Espiridón, obrero metalúrgico de la Fundidora de Monterrey y aficionado Tigre desde los prehistóricos tiempos en que el Club Universitario de Nuevo León hacía sus pininos en la Tercera División.
Tomás Jerónimo San Mateo nació en Monterrey Nuevo León el 6 de Junio de 1982 a las 2:45 de la tarde. Jacinto Espiridón no estaba ese día a lado de su esposa Catalina. Es preciso comprender que había asuntos más trascendentes que estar presente en el nacimiento de su primogénito. Y es que ese día, justo ese día, Los Tigres de Carlos Miloc jugaban la mismísima Final del Campeonato 81-82 contra los Potros de Hierro del Atlante en el Estadio Azteca. La ventaja de 2-1 en San Nicolás de los Garza parecía insuficiente para enfrentar al superlíder en su cancha. Los nubarrones de tragedia se cernían sobre los felinos. Bastos expulsado y el Atlante ganando 1-0 no parecían un panorama muy prometedor cuando faltaban 30 largos minutos de tiempo extra. Pero aquella tarde un Santo bajó del cielo al Estadio Azteca y se colocó en la portería de los Tigres: San Mateo Bravo. Cabinño, Moses, Vázquez Ayala no pudieron hacer nada para batir la meta felina y la puerta hacia el Infierno de los Penales quedó abierta de par por primera vez en la historia de las finales del futbol mexicano. Y en ese Infierno el Diablo fue Tigre o más bien dicho un Santo, infernal o celestial, que más da.
Era San Mateo que atajó tres penales. 'Ratón' Ayala, Moses y Cabiño descargaron artillería pesada con tremendos cañonazos pero San Mateo los contuvo. Sólo el portero Ricardo Lavolpe pudo anotar. Chava Carrillo falló por Tigres, pero Goncálvez y Jerónimo Barbadillo anotaron. Quedaba el penal decisivo a cargo de Sergio Orduña, parado frente a Lavolpe (sí, el mismo que hoy es técnico nacional) Orduña puso las manos en la cintura, pegó carrera y pateó de derecha.
Cuenta la leyenda que en el momento en que Orduña batía a Lavolpe y el balón besaba las redes del Azteca, Tomás Jerónimo San Mateo vio la luz a mil kilómetros de distancia, en Monterrey. Su padre Espiridón se abrazaba en la Tribuna con la Porra mientras Tigres, flamante campeón del Futbol Mexicano, daba la vuelta olímpica. Horas más tarde, cuando llamó a casa, le comunicaron la noticia del nacimiento de su primogénito que Espiridón no pudo menos que tomar como una profecía. Había nacido un cachorro Tigre que traería, como torta bajo el brazo, una era de gloria y trofeos para el equipo nicolaita.
El niño fue bautizado en la Iglesia de la Purísima cuando su padre regresó con la porra de la Ciudad de México. Envuelto en una enorme bandera amarilla firmada por todos los campeones, el niño recibió las aguas bautismales como marcaba el santoral felino: Tomás, en honor al mariscal de campo, el principesco Ocho Tomás Boy. Jerónimo, homenaje al ángel negro peruano, el Patrulla Jerónimo Barbadillo, Siete Inmortal del equipo y San Mateo, ni falta hace decirlo, por aquel portero salvador que les dio el título.
Pero el niño Tigre no traía una torta bajo el brazo, sino vacas flacas e infortunio. A partir de 1982 se vinieron épocas pordioseras para los Tigres cuyos saldos al final del torneo salían en números rojos. Jerónimo Barbadillo vendido a Italia, Tomás Boy peleado con Miloc y la directiva, San Mateo Bravo acabando sus días en las miserables Cobras de Querétaro y un desfile de técnicos y extranjeros que no daban píe con bola. Tiempos de vacas flacas llegaron también para la familia de Don Espiridón. En 1986, en el año del Mundial, cuando su niño estaba por cumplir cuatro años, una huelga promovida por charros sindicales acabó con la existencia de la Fundidora Monterrey y el obrero calificado con sueldo decoroso, tuvo que salir a las calles a buscar las migajas del subempleo.
En 1988, el mero Día de la Independencia, el Huracán Gilberto destruyó su hogar, en el lecho del Río Santa Catarina, en el Camino a Cadereyta. Pero el infortunio económico no fue razón poderosa para que Don Espiridón dejara de llevar a su niño Tomás Jerónimo San Mateo cada sábado a la Cueva del Tigre, después bautizada Volcán por un comentarista. Tardes de sábado en que con aquella mítica bandera autografiada, que había sido ropón de bautizo, padre e hijo sufrían en la tribuna de Sol la sequía de títulos. Don Espiridón no volvió a ver a los Tigres ganar un gran torneo de Liga.
En Abril de 1996, cuando Sócrates Rizzo fue tumbado de la gubernatura de Nuevo León y días después de que Tigres tuviera una pequeña alegría ganando un torneo de Copa contra el Atlas, la tragedia llegó al hogar de Tomás Jerónimo, que por entonces estaba por cumplir catorce años. Una infausta tarde de domingo, Tigres perdía en su Cueva el Clásico contra el odiado rival de la ciudad y era enviado a la Segunda División. Esa noche, el deficiente corazón y los años de malas pasadas apagaron con la vida de Espiridón. Tomás Jerónimo quiso envolver el ataúd de su padre con la bandera autografiada, pero antes de morir, le dijo que la conservara y la ondeara en la tribuna hasta el día en que Tigres volviera a ganar un campeonato.
Han pasado 10 años de la muerte de Espiridón. Tigres ha vuelto a primera división, pero siguen las vacas flacas y la sequía de títulos. Tomás Jerónimo tiene 24 años de edad, mismos que lleva esperando por ver a su equipo ganar un título, Ahora está en el Bar “Mi oficina” y Carlos Ramírez acaba de anotarle al Bucaramanga el penal ganador que los manda a la Final de la Copa Libertadores de América.
El encuentro decisivo contra Peñarol será dentro de dos semanas en Montevideo. Tomás Jerónimo ha visto la zarza ardiendo y sabe que debe peregrinar a Uruguay como el Pueblo Hebreo a la Tierra Prometida. No sabe si el Canal de Panamá se abrirá como el Mar Rojo o si lloverá maná de los árboles en la selva del Amazonas. Silencioso sale de la cantina y se dirige a su hogar en donde lo aguarda su esposa Amanda y sus tres hijos. No hacen falta muchas explicaciones.
No hay llantos, berreos ni drama en la despedida. Tomás Jerónimo San Mateo, un obrero de industria maquiladora, padre de familia, habitante de una zona marginal irregular en un cerro de Escobedo Nuevo León, se marcha de su hogar para seguir a sus Tigres a Montevideo. De un cochinito saca 233 pesos que han sido los ahorros que han sobrevivido a la tormenta de gastos mensuales. Afuera de su casa lo espera una vieja Brasilia modelo 1982, herencia de su padre, conservada por haber sido fabricada en el año del mítico campeonato.
Su mujer y sus hijos lo miran en silencio. Tomás Jerónimo San Mateo enciende la Brasilia que emite estertores agónicos de motor a punto de fallecer. Mofle colgando, un cuarto de gasolina y 233 pesos en la cartera amarrilla son sus armas para llegar por tierra dentro de dos semanas a las puertas del Estadio Centenario de Montevideo.
Tomás nunca ha viajado mucho. Sus máximas travesías han sido a Torreón y a Ciudad Victoria para ver partidos de Tigres contra Santos y Correcaminos. Nunca ha estado más de 300 kilómetros alejado de Monterrey, pero sabe que Montevideo está en América y luego entonces se puede llegar por tierra. Cuelga la vieja bandera en una ventana de la Brasilia y en el último instante, Fekete, su viejo perro de raza indefinida salta al asiento del copiloto.
Lanza una última mirada a su mujer antes de enfilar la Brasilia rumbo a la Carretera Nacional, esa que lleva a Villa de Santiago y a Linares pues sabe que eso es el Sur y para allá supone que debe quedar Montevideo.
La desazón de los locales fue indescriptible: el Maracaná estaba colmado por casi 220 mil espectadores.
Más allá de las críticas a sus jugadores, los cañones periodísticos apuntaron hacia el director técnico, Flavio Costa quien, hasta el partido ante Uruguay, era uno de los hombres más elogiados, como estratega. Luego de la derrota final, los hinchas lo querían matar y Flavio debió alejarse del ambiente del fútbol por un tiempo.
De todas formas, con el paso de los años, se le reconocieron sus virtudes y se destacaron algunos de sus preceptos futbolísticos, que colocaba en carteles pegados a las paredes del vestuario. Uno de ellos, decía: "Tú puedes ser el Jesucristo del fútbol, pero si te marca un loco que no te deja dar una patada a la pelota, nunca podrás jugar al fútbol". Otro, señalaba: "Los extremos (wines) son al equipo lo que los brazos al cuerpo humano".
Y también inculcaba: "Las distancias iguales entre los jugadores del mismo equipo mantienen la geometría del cuadro".
Flavio Costa había nacido en Río de Janeiro el 14 de Septiembre de 1906. Quiso seguir la carrera militar, pero se dedicó al fútbol jugando en el Flamengo. Después de varios años con los pantalones cortos, se convirtió en DT dirigiendo al Flamengo, para luego irse al Vasco Da Gama.
De allí pasó a ser técnico de la selección de su país, en una primera etapa desde 1944 hasta 1950. Pese a su fracaso en la Copa del Mundo, cinco años más tarde lo volvieron a llamar, dirigiendo a Brasil entre 1955 a 1957.
Falleció en Río de Janeiro en 1999, a los 93 años de edad.
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