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Yo siempre tiro a puerta y no sé si la pelota va dentro.

(SALVATORE "Totó" SCHILLACI, ex jugador italiano, goleador del Mundial de Italia 1990)

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El fútbol es un juego simple; 22 hombres persiguen un balón durante 90 minutos, y al final los alemanes ganan.

(GARY LINEKER, ex futbolista inglés, el 4 de Julio de 1990 después perder por penales ante Alemania la semifinal de la Copa del Mundo de 1990)

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Fue la peor derrota de mi vida. Incluso Bilardo nos advirtió que si llegábamos a perder otra vez y quedábamos eliminados en la primera fase, él mismo iba a tirar abajo el avión con tal de no volver a la Argentina...

(SERGIO BATISTA, ex internacional argentino, recordando la derrota con Camerún en Italia '90)

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Si Willington Ortiz hubiera jugado el mundial de Italia 90 hubiera sido el Rey del Futbol a nivel mundial.

(EFRAÍN "El Caimán" SÁNCHEZ, ex futbolista y director técnico colombiano)

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Entrevista a Diego Maradona (3ª parte)


63 De todas las canciones, poesías y ofrendas en general, ¿cuál es la que más te gusta?

La canción de Rodrigo me parece la más linda de todas. Hay un proyecto de juntar en un CD todas las canciones que me hicieron y que yo las cante. Me parece fantástico.

64 Supongo que cantarás mejor que Tevez...

Yo canto.

65 Vas en auto y cruza Ruggeri por la calle, ¿le tocás bocina?

Lo ignoro.

66 ¿Por qué te peleaste con él?

Porque quiso ser el ejemplo, y de ninguna manera Ruggeri es ejemplo. Le quiso decir a mis hijas quién era yo, por eso le respondí y le voy a responder. Es otro que está con Coppola. Es un traidor. Lo conozco bien a Ruggeri.

67 ¿Vos imaginabas, antes de empezar la final con Alemania en el 90, que Codesal los iba a bombear?

Sí, porque Grondona me agarra en la ducha, un día antes de la final, cuando hicimos el reconocimiento de campo en Roma, y me dice: “Está difícil mañana, eh”. Yo le pregunté: “¿Qué quiere decir, Julio?”. Y él: “No, nada más, Diego...”

68 ¿Y por qué creés que los bombeó?

Porque estaba todo armado. Nosotros le cagamos a Matarrese (Antonio, integrante del Comité Organizador del Mundial) y a Italia una final puesta con la mano, que era Italia-Alemania. Ya estaba todo el negocio, le cagamos 180 millardi (millones) al ente que hacía el Mundial, le cagamos la bandera, le cagamos la bocina, le cagamos el festejo, la televisión, les hicimos un desastre total. Y nos tenían que pasar la factura.

69 ¿Qué fue lo primero que pensaste apenas viste entrar a la enfermera en USA 94, después del 2-1 a Nigeria?

No se me cruzó nada. Yo tendría que haber salido en ese partido, le había pedido el cambio al Coco, pero él me pidió que esperara, que aguantara la pelota arriba porque se nos venía Nigeria. Las últimas 2 o 3 jugadas las hice prácticamente en apnea, no me entraba aire por ningún lado. Después salí, se equivocaron con el remedio, el famoso coso que me daba Cerrini y fui en cana. ¿Qué voy a hacer? Ya está.

70 ¿A quién se le escapó la tortuga: a vos, a Basile, al médico, a Cerrini o a Grondona?

El primer culpable soy yo y asumo todo lo que venga, pero en realidad al que se le escapa la tortuga es a Cerrini y a Marcos Franchi, que eran los dos que manejaban la cosa.

71 ¿En el repechaje, contra Australia, no hubo antidoping, no?

No hubo ni allá ni acá.

72 ¿Eso fue una manera de decirte: “Tomá lo que quieras que no te vamos a joder, te necesitamos en el Mundial porque se nos cae el negocio”?

Yo no miento, hermano, por estas dos (se señala el tatuaje de sus brazos), que no las vea más. Para mí estaba todo arreglado. ¿Por qué no hubo antidoping con Australia? ¿No se acuerdan de que salimos todos desnudos por Canal 9, que el "Colorado" Mac Allister salió en bolas con Romay, y Romay no sabía si estábamos jugando fútbol o rugby? ¡Vamos, viejo!

73 ¿Te llegó alguna vez la versión de que Basile no te quería en ese equipo y no le quedó otra que llamarte por los cinco goles de Colombia?

Puede ser que no me haya querido, pero la pelota hace cambiar de parecer a muchos. Aparte yo defendía la camiseta argentina como ninguno y Basile quería lo mejor para la Selección. Yo le servía tanto adentro como afuera de la cancha.

74 ¿Por qué te enojaste con Basile?

Se olvidó de los códigos, nada más. Sabiendo que yo le fui de frente, él se fue de vacaciones con Coppola, me parece una falta de respeto. Pero bueno, es grande, está vacunado, tiene todos los documentos en regla. El hará su vida y yo la mía, cada uno por su lado.

75 Tu día más feliz y tu día más triste en el fútbol.

Los más felices fueron cuando salí campeón del mundo con la Selección, con Napoli, con Boca, con el juvenil. Y el más triste cuando me cortaron las piernas en USA 94, porque era el último Mundial y porque íbamos a ser los campeones del mundo. Cuando después de ese Mundial me los crucé a Romario y a Bebeto, los dos me dijeron lo mismo: “Cuando vimos que le remontaban el partido a Nigeria, nos dimos cuenta de que tendríamos que jugar la final contra ustedes”.

76 El mejor partido de tu vida.

Contra Uruguay, en Puebla, por el Mundial 86. Ese día en que me anularon el gol, por plancha. Claro, era italiano el árbitro. Ese día jugué mejor que contra Inglaterra, las gané todas, todas.

77 ¿Grondona hizo más cosas buenas que malas para el fútbol argentino o al revés?

Estando tantos años en un sillón como el de la AFA habrá hecho cosas buenas.

78 ¿Qué harías hoy si fueras el presidente de la FIFA?

Le daría mucha más importancia a los jugadores para que estén más cubiertos futbolísticamente. Haría calendarios para que rindan más y se vean mejores espectáculos. Si los de rugby hacen un Mundial de 45 días, ¿por qué los de fútbol son de 30?

79 ¿Qué le recomendarías a Riquelme?

Me gustaría que juegue, yo voy a defender siempre a Riquelme, no sé cuál es el problema con este chileno, si tiene la menstruación o qué, no lo entiendo. Riquelme no es un jugador polémico para decir: “No lo pongo porque se portó mal o hace camarilla o es jodido”. No es así. Lo conozco bien a Román.

80 Definí a Passarella.

Un buen técnico.

81 ¿Como persona?

No lo terminé de conocer.

82 ¿Por qué se pelearon?

Todavía no entendí por qué fue la pelea, creo que tenemos una charla pendiente y me gustaría hablar de eso, entre otras cosas.

83 ¿Por qué no lo hiciste, si dijiste que tenías ganas? ¿No te da para llamarlo?

Yo levanté el teléfono para llamarlo cuando le pasó lo del hijo, le dejé mensajes a los teléfonos que me dieron, nunca tuve respuestas y bueno, cada uno es como es, yo no voy a insistir.

84 ¿Ramón Díaz no fue al Mundial 86 ni al 90 porque estaba mal con vos?

A mí no me incomodaba. En la época de Menotti yo me entendía bien con Ramón, el problema es que él estaba del lado de Passarella. Yo me lo banqué a Passarella, me lo hubiese bancado a Ramón, me banqué a Burruchaga, a Ruggeri, me banqué a un montón, no había problemas.

85 Por ahí Bilardo no quiso incomodarte.

No creo, y te voy a decir una cosa: Bilardo, en el 90, no llevaba a Caniggia. Yo lo paré y le dije: “Entonces borrá a dos”. El Narigón no entendía: “¿Cómo?” (hace el gesto de ajustarse la corbata). “Borrá a dos: Maradona y Caniggia”, le pedí: “Ah, no, no, pará, pará”.

86 ¿Es cierto que en un Napoli-Avellino, Ramón te mandó a tirar sal?

Sí, me mandó al masajista a tirarme sal en los botines antes de empezar. ¿Sabés la patada en el orto que le di al masajista? Le metí el botín bien en el orto. Y al Pelado lo mandé a la concha de su madre, porque ésa es de él, lo conozco.

87 ¿No volviste nunca más a hablar con Ramón?

Con él no. Hablé varias veces con el hijo, que es napolitano, tengo buena onda con él.

88 ¿Cómo viviste el Mundial 78?

Vi un par de partidos en la cancha, me invitaron contra Italia y fui con mi hermano. También estuve en la final con Holanda.

89 ¿Por adentro estabas contento por los éxitos o puteabas porque te habías quedado afuera?

Me puse contento por los muchachos, por el fútbol argentino, pero yo sabía que tenía que estar, yo volaba en ese momento. Si volví con Argentinos y le ganamos a Chacarita 5-3 y metí tres goles. Igual salí a festejar al Obelisco como todos, pero yo estaba convencido de que estaba para jugar ese Mundial.

90 Un periodista.

Hubo muy buenos periodistas, me parece que Víctor Hugo es una persona excepcional. Alguna vez hablamos de su relato de mi segundo gol a Inglaterra y lo felicité. Hasta el día de hoy me conmueve cuando algún pibe me dice que tiene el ringtone con el relato de Víctor Hugo del gol a Inglaterra. Es una de las cosas que me emocionan.

91 ¡¿Vos le agradeciste a Víctor Hugo por el relato?! ¿Y él que te contestó: “Gracia' a vo' pibe, por la jugadita”?

Sí, sí (risas), en realidad Víctor Hugo llegó a Argentina en el 81 cuando yo pasé a Boca y es como que le di la bienvenida al fútbol argentino. Es un hombre al que admiro mucho.

92 ¿Sabés de dónde viene la frase “barrilete cósmico” del relato de ese gol?

Sí, por una declaración previa de Menotti sobre mí, que era un barrilete o algo así... No, no, yo me hago el boludo pero no soy tan boludo (risas).

93 ¿Por qué después del éxito de “La Noche del Diez” no seguiste con la tele?

El proyecto es hacerlo por las provincias y llevar a los invitados que no pudieron venir la vez pasada, pero la verdad es que fue mucho estrés, no es fácil.

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Maradona en Milán (Ettore Botti - Italia)


Era el crepúsculo del viernes 8 de Junio de 1990. En el aire fijo de mi oficina del diario se respiraba mal. Se sabe que en Milán no hay mar y falta esa brisa que Posillipo te manda hacia la noche. Desde la llanura padana -entre las últimas nieblas de la primavera y las primeras del otoño- llega solamente un lento e irrefrenable hálito caliente. A través de la reja de la ventana, miraba contrariado el panorama: una pared amarillo-gris con un gajo -cinco letras- del logo del banco de enfrente: "Popol". Justamente en el estadio milanés estaba por empezar el partido de inauguración del Mundial italiano, Argentina-Camerún. A mí, napolitano, hincha del Napoli y de Maradona, me hubiera gustado seguirlo, pero en mi habitación el televisor estaba apagado. Todavía tenía trabajo por hacer, y seguí haciéndolo, con creciente desgano, mientras desde los edificios cercanos escuchaba comentarios y grititos de los colegas que estaban ante la TV.
Poco después de las 19 y 15, un alboroto de gritos y vivas. Salí a ver: Camerún había hecho un gol. En la pantalla, un jugador de nombre Omam Biyik corría con los brazos en alto en el campo de San Siro seguido por los compañeros que festejaban. Detrás de un escritorio, Paolo Franzoni, de pie, aplaudía frenéticamente con el rostro morado. "¡Camerún! ¡Camerún!", gritaba.
Extraño. Conocía bien a Franzoni, óptimo compañero, ferviente interista, y sabía que todas las tardes, en la calle entre el diario y el bar, pasando al lado del “quieres comprar”, con los cigarrillos en la mano, susurraba: "Negro sucio, vuélvete a tu casa". Lo decía en voz baja, es cierto, para que no lo escucharan, pero una tarde, acompañándolo al café, yo había captado la frase con claridad.
Me distrajeron los gritos de Carlo Anderlini. Se había subido a un escritorio y se agitaba como un poseído exhibiendo repetidamente un gesto vulgar. ¿Pero cómo? ¿Anderlini, el más tímido y amable, el colega de voz callada y de modos suaves, milanista convicto pero siempre tan medido en las discusiones sobre fútbol? Sí, Anderlini. Estaba allí, golpeándose siempre la mano izquierda sobre el antebrazo derecho y yo lo miraba sin poder entender. Confuso, me acordé de una confidencia recibida dos años atrás, un día en que había llegado al diario con un ojo negro. Todos se burlaban, insinuando que había sido la mujer. Anderlini me llamó aparte, porque soy su amigo, y me habló. Todas las mañanas, dijo, viajando hacia la oficina desde Bérgamo, semáforo tras semáforo, era expuesto a la insistencia de los extracomunitarios que querían lavarle el parabrisas. Pasado un tiempo, me confesó, había tomado una costumbre, casi sin advertirlo, y ahora se avergonzaba de ella. Cuando el marroquí o el senegalés de turno se acercaba al auto preguntando: "¿Lava? ¿Lava?", él respondía con un silbido casi imperceptible: "Sí, pero con la lengua". Después engranaba el motor y se alejaba. Aquella mañana, sin embargo, en un cruce de vía Palmanova se había topado con un nigeriano de oído mejor que el de los otros y se había ganado un puñetazo en el ojo.
El recuerdo de la vieja confidencia no hizo más que acrecentar mi confusión. Estaba asombrado. Sin deseos ya de trabajar, decidí volver a mi casa.
Al llegar a un kilómetro de piazza Duomo, quedé atrapado con el auto en un atascamiento. Después de una hora de espera, bajé. Una columna de extracomunitarios, centenares y centenares, marchaba hacia la plaza levantando banderas rojoamarilloverdes de Camerún y otros paños multicolores del Tercer Mundo para mí desconocidos. Noté que por el lado opuesto, subiendo por vía Manzoni, avanzaba otro cortejo, tan o más numeroso. No eran extracomunitarios, sino milaneses. Muchachos de caras aseadas, viejos con ropas distinguidas, mujeres sonrientes y hasta algún niño "gritón". Tras ellos, muchos jovenzuelos en moto, con cascos oscuros, llegados como halcones desde los centros del hinterland. Peatones y motociclistas hacían ondear banderines rojinegros o negriazules, y también muchos de la Juve. Los dos cortejos confluyeron ante la plaza de la iglesia y, sin mezclarse, ocuparon sus dos declives.
Abriendo las banderas rojoamarillo-verdes reconocí al “quieres comprar” de los cigarrillos en la esquina, al peón del carnicero que de vez en cuando nos llevaba la carne a casa, al lustrabotas que había permitido restaurar este cómodo servicio cerca de piazza Scala después de años de inactividad. Con esfuerzo alcancé el otro lado, esquivando las carreras de las motos, y también allí encontré rostros conocidos. He aquí en medio del gentío al cantinero Procacci, que ofrecía tostadas gustosas y hablaba siempre bien de su ayudante egipcio: lo trataba con tal humanidad que le reservaba un rincón en el garaje de la casa de modo que pudiera dormir sobre un colchón bien puesto debajo del hocico de la "Thema". En la selva de cabezas vi despuntar la melena rubia y bien cuidada de Marta, la amiga de mi mujer que exaltaba en toda ocasión las dotes de la incomparable "colf" filipina: ya la consideraba casi como de la familia, a condición de que tuviera los guantes de plástico cuando bañaba al bebé. Y bajo un enorme casco tuve la seguridad de reconocer al hijo de mi colega Franzoni, montado sobre una Kawasaki 750 supercromada.
Estaba en el medio, sin palabras. Muchas palabras llegaban en cambio a mis oídos, aun muchos gritos. De los negros se alzaba fuerte el coro: "¡Camerún!" "¡Camerún!". Y desde la zona de los milaneses, rebotaba otro: "¡Diego, Diego, que te den por el culo!". Y adelante así, por turno, con tono cada vez más ensordecedor, durante minutos y minutos. Acercándome ora a un frente, ora al otro, capté también subcoros, eslóganes recitados por grupos singulares a media voz: "África es fuerte, y vencerá", silabeaban los rojoamarilloverdes. "Napoli mierda, Napoli cólera", ritmaban los rojinegros y los negriazules. Me alejé casi a la carrera y volví a mi casa sin tomar de nuevo siquiera el auto.
Tenía pocas ganas de comer y casi me peleo con mi mujer, reprochándole que, de medio alemana como es, estas cosas no pudiera comprenderlas. Pero tampoco yo, aunque siguiera irritándome, lograba comprender. ¿Cómo era posible que el gol de Omam Biyik hubiera desencadenado todo aquello? ¿Por qué en la plaza se exaltaban tantos repitiéndose "Napoli mierda, Napoli cólera"? Ante un plato de risotto ya casi frío recorría de nuevo los veinte años aquí vividos. Milán me había parecido a veces hospitalaria, a veces menos, pero nunca hostil. A menudo había escuchado que los milaneses hablaban de Nápoles y de los napolitanos, hasta con gravedad ("¡Qué hermosa ciudad, qué gente simpática, pero qué caos, qué suciedad!"), nunca con aversión. Y en el estadio de San Siro, en las tantas ocasiones en que el equipo azul premaradoniano había llegado para hacerse derrotar por el Milán y el ínter, había escuchado el fatídico coro "¡Al descenso! ¡Al descenso!". Pero, me parecía, más por un rito de tribuna que por un verdadero encarnizamiento.
Y sin embargo en los últimos tiempos algo debía haber sucedido. Mientras trataba de comer por lo menos un pedazo de costilla, me dije que el problema debía ser discernido. Nápoles no tenía nada que ver, no podía tener nada que ver. La culpa de la nueva situación era de Maradona, de sus intemperancias verbales, de sus actitudes que disgustaban, de su indisciplina. Tenía que haber sido él quien desencadenara a tal punto los humores de la plaza. Al final, a decir verdad, me vino a la mente un hecho: seis años atrás, en los días de la compra del campeón argentino, los milaneses se habían ocupado muy poco de Maradona y mucho de Nápoles, diciendo (y escribiendo) que era un escándalo. Una ciudad con tantos problemas, transporte precario y hospitales carecientes, no podía permitirse pagar trece billones por un jugador de fútbol. Pero con el café volví a convencer me. La responsabilidad era justamente de Maradona: antipático, granuja, presumido, insolente, arrogante hasta fastidiar al mundo. Sí, toda culpa suya. Pero no eran temas para discutir con mi mujer. Saludé y me fui a la cama, donde di vueltas por lo menos dos horas antes de quedarme dormido.
De golpe vi caminar con paso ligero a lo largo de las paredes del corso Sempione a un empleado de unos cuarenta años, vestido por grandes tiendas, con rasgos un poco vulgares y un relámpago de psicopatía en los ojos. Me acerqué y miré mejor. Me había equivocado. No era un empleado, y en la mirada no tenía relámpago alguno. Era el líder de la Liga Lombarda, Umberto Bossi. Lo seguí hasta dentro de una puerta y después, sin ser visto, abajo a un sótano. Había una mesa estrecha y larga, hasta larguísima, desmesurada, acaso de más de cien metros, y a los costados estaban sentados, en algunos casos en hilera doble, centenares de personas. El aire era extremadamente nebuloso. Los contornos aparecían esfumados y no podía distinguir los rostros. Me pareció reconocer a alcaldes y consejeros comunales de numerosos partidos, empresarios medios y pequeños de la metalurgia, del mueble, de la tela y de otras cosas; y después, en las segundas hileras, presidentes y jugadores de clubes de fútbol, representantes de clubes de hinchas, periodistas de la prensa y de la televisión, deportivos o no: y aun más, publicistas, dueños de cafés, restauradores y profesores secundarios. Pero apenas estaba en condiciones de identificar a alguno y de descubrir su nombre, todo volvía a ser gris y, aunque apretara mis ojos como un condenado, no era capaz de hacer foco de nuevo sobre la imagen.
Umberto Bossi estaba siempre en la cabecera, delante de un gallardete con la efigie de Alberto da Giussano, pero no hablaba. Su silencio duró largamente, casi media hora. En el ínterin, me pareció entrever sobre el costado izquierdo de la mesa, en un extremo, un gran sobre que pasaba de las manos de un constructor, asignado a los trabajos de una importante calle, a las de un asesor (pero no sé si eran realmente ellos). Y del otro costado, advertí la presencia de un gran industrial (o acaso era el periodista de una TV comercial), que seguía aspirando con la nariz un polvillo colocado dentro de una pequeña caja plateada. Tanto como para engañar la espera.
Finalmente, Bossi habló: "Señores", dijo, "estamos aquí para enfrentar y resolver de una vez por todas la cuestión Maradona. Milán, Lombardía y el Norte no pueden tolerar que una ciudad de miserables y de aprovechadores domine la escena futbolística nacional. Nápoles, lo sabemos, está llena de desocupados, de falsos inválidos y de evasores fiscales, porque allí nadie quiere trabajar y todos son picaros. Nápoles hospeda a rateros y prostitutas en todas las esquinas, tiene hospitales donde uno de nuestros corregionales no se haría curar ni los callos y un tránsito más caótico que Estambul. Me dicen que tiene el mar. Es verdad, pero resulta que el mar está contaminado también él. Y sin embargo, el equipo de una ciudad tal, gracias a Maradona, ha ganado dos scudettos en los últimos cuatro años, mientras el Inter y el Milán, nuestros equipos, solamente han ganado uno".
"No nos ocultemos la verdad", siguió Bossi con voz encabritada. "A Nápoles la mantenemos nosotros, como mantenemos a todo el Sur, y la situación que se ha creado en el campeonato ya no es admisible. Conocemos bien la popularidad y la fuerza propagandística del fútbol. La supremacía dominical que este argentino ha hecho conquistar a la Italia parasitaria provoca un fuerte perjuicio de imagen interior e internacional a la Italia que produce y que paga los impuestos.
Y no es solamente el perjuicio a la imagen"
, insistió el líder de la Liga. "Hay un peligro que va más profundamente y que puede tener consecuencias todavía más graves: el peligro que las victorias del Napoli constituyen para nuestro modelo. Me dicen que Maradona ni se entrena y que a veces se presenta en el estadio media hora antes del partido. Juega en un equipo mediocre y sin esquemas, los compañeros le dan la pelota y él resuelve. La cosa no va bien. Si los tantos meridionales que viven entre nosotros y después. Dios no lo quiera, también los otros italianos se convencieran de poder alcanzar resultados en la vida y en el trabajo con genio, fantasía e improvisación, terminaría cercenándose la credibilidad del sistema de organización, eficiencia y programación con que hemos vencido siempre.
Pero nosotros
-la voz de Bossi era ya un trueno- debemos seguir dominando a la Nación. Por eso, invito a todos a que reaccionen. El único medio eficaz es quitar del medio a este Maradona. Tengo un plan, que les explicaré. Demonicemos a Maradona, todos juntos, todos los días, en los estadios, en las plazas, en los periódicos, en los consejos municipales, en las fábricas, en los bares, en las escuelas. Nosotros podemos y debemos hacerlo. Olvidemos que es el mejor jugador del mundo, porque a nosotros el fútbol no nos interesa. Tomemos sus defectos, aprehendamos sus errores y agigantémoslos en paralelo con los defectos y los errores de Nápoles. Destruyámoslo un poco por vez con esta mezcla explosiva. Les garantizo que no resistirá. También él viene de una tierra de miserables y de aprovechadores, también él es un meridional. Yo los conozco: son gente frágil, sensible al juicio de los otros, lloriquean por la ausencia de la casa lejana, se deprimen, no reaccionan a los eventos. Con el tiempo, estoy seguro, Maradona acentuará sus propios defectos y multiplicará sus propios errores. Cometerá alguna tontería, antes o después; y no me asombraría si empezara a drogarse o a beber. Esto es: se volverá un drogadicto, verán. Hagan lo que les digo y nos liberaremos de él para siempre".
El aplauso estruendoso de la sala me despertó. Volví la cabeza en la almohada y me puse a llorar.


* el autor es periodista, jefe de cronistas del Corriere della Sera, Milán.

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Nos dimos cuenta de que el público iba a ser hostil desde el primer día en que llegamos a Italia. En la calle se palpaba la antipatía de los italianos. La agresividad se repitió cada vez que jugamos en el norte. Sólo nos pudimos sentir locales en Nápoles.
Como profesional, uno, dentro de la cancha, trata de obviar ese detalle, pero en este caso era algo especial. Había un rechazo muy llamativo, quizá debido a lo de Diego, por el hecho de haber sacado campeón a un equipo del sur, aunque, la verdad, fue mucho más fuerte de lo que preveíamos.


(JUAN SIMÓN, ex mundialista en Italia '90, recordando aquel certamen y el clima antiargentino imperante en la Península)

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Roger Milla (La historia se hace bailando)


En 1989, el delantero francés Dominique Rocheteau organizó su despedida con una fiesta que duró tres días con sus noches, e incluyó un encuentro de fútbol junto a las grandes estrellas de Europa. Los conserjes de varios hoteles de París, ocupados por los atractivos del evento, se restregaban las manos al hacer la caja y canjeaban su sueño por horas extras. Los ocupantes de una de esas lujosas habitaciones eran el carnerunos Roger Milla, el argentino Alberto Márcico y un hermano de Milla que se había pegado como lapa al éxito de su doble de cuerpo.
La primera mañana en común entre esos artistas del fútbol de procedencias tan dispares, fue un derroche de coreografía africana que Márcico alcanzó a ver como una sombra cerrada a través de los ojos de quien aún no ha terminado de dormir la mona. "No sé qué hora sería -recuerda el ex delantero de Boca- pero me despertaron unos ruidos, y cuando miré hacia el baño lo veo al negro Milla afeitándose y bailando como si pudiera hacerse una fiesta en cualquier momento y en cualquier lugar. Esa alegría era la misma que tenía para jugar al fútbol, pero no se trataba de indisciplina, como solían asegurar en Europa. El hecho era que cuando jugaba en África tenía reglas sociales más flexibles; salía a bailar la noche antes de los partidos, y eso para él era normal. Cuando llegó a Francia trató de conservar esas costumbres porque se identificaba con eso y no con el rigor del deporte profesional".Roger Milla fue uno de los últimos convocados a la selección de Camerún por su técnico, el francés Jean Vincent, para jugar el Mundial de España 82, luego de la dimisión del yugoslavo Banko Zutic, quien había entrenado al equipo africano desde 1975 tratando de colonizar con las técnicas europeas la plasticidad de sus dirigidos e incorporándoles la idea de que el fútbol es una disciplina de ataque pero también de defensa. A pesar de que Roger Milla -por entonces figura del Bastia francés- había sido el goleador de Camerún durante las eliminatorias, su nuevo técnico le reprochaba su indiferencia cuando no entraba en contacto con la pelota. Como los niños, para Milla no había juego sin instrumento -no había juego sin juguete-, y en esas circunstancias apenas si atendía a los avatares del encuentro, al margen de lo importante que éstas fueran, dando incluso la espalda a situaciones de riesgo que no lo tuvieran como protagonista.
Después de Thomas N' Kono -el arquero que se distinguía con sus pantalones largos en el verano español-, Milla era la otra figura de Camerún, un equipo descompensado en sus líneas pero que intentaba un delicado tratamiento de pelota y despertaba simpatías a su paso debido a la excentricidad de sus miembros y, acaso, al carácter inofensivo de su desempeño. Pero el Mundial de España -donde Camerún no pasó a la segunda ronda pero terminó invicto- no fue la consagración de Milla y sus legendarios leones, sino que habría de ser mucho más tarde, en el Mundial de Italia 90, cuando el fútbol africano se consagraría como una potencia, entrando a los cuartos de final luego de realizar una campaña que lo situó a la altura de las grandes selecciones.

Al compás del tamboril

Roger Albert Milla nació el 20 de Mayo de 1952 en Yaoundé, capital de Camerún, un país entonces desconocido para los argentinos, y que a partir de 1982 se convirtió en una onomatopeya que animaba los bares de Buenos Aires, atentos al desarrollo del Mundial de España. La participación de Milla en el triunfo 2 a 1 contra Marruecos, durante las eliminatorias africanas de 1981, produjo el efecto social de efusiones y un feriado nacional decretado por su Presidente, Ahmadou Ahidjo, quién contrató personalmente al francés Vincent y comenzó a soñar esos sueños de gobiernos en los que un triunfo deportivo termina siendo un triunfo del jefe de Estado.
Jean Vincent abandonó su cargo en el Nantes y viajó a Camerún, donde se topó con una mezcla extraña de virginidad profesional y un desbordante entusiasmo de novatos. "Me encontré con algo realmente desacostumbrado para el profesionalismo -ha dicho Vincent-: un grupo de jugadores que tenían que trabajar para vivir. Como es habitual en estos casos, la mayoría lo hacía en oficinas del Estado, y algunos oficios eran insólitos para un futbolista: había muchachos que hasta trabajaban como guardianes de cárceles. Pero lo que me sorprendió realmente fue el estado físico en el que se encontraban: eran fuertes, veloces, ágiles; y así como eran de tranquilos fuera de la cancha, se transformaban una vez que empezaban a jugar".
Pero Roger Milla ya había oído hablar de las ideas acerca de la perseverancia y la disciplina que intentaba inculcarles Vincent a sus discípulos. A los dieciocho años había abandonado su casa para probar suerte en Francia. Comenzó en el Valenciennes, de la Segunda División, luego pasó al Mónaco y más tarde al Bastía, con el que fue campeón de la liga y uno de los goleadores de su equipo durante la temporada de 1980-81. Fue una de las primeras figuras del deporte africano en conquistar Europa y sacudir con su estilo tribal la estética del festejo futbolero. La televisión no tardó en rendirse ante sus atractivos coreográficos cada vez que convertía un gol, y los franceses comenzaron a entender que, al menos en el fútbol, no todo era pensar y después existir.
El baile de Roger Milla, un festejo que le daba forma a la alegría íntima del goleador, consistía en sostener la mano izquierda en el aire, apoyar la derecha sobre el abdomen (aquellos gestos del bailarín solitario que se ha quedado sin compañera) y mover la cintura como en una sucesión de amagues. Esa imagen que comenzó a dar vueltas por el mundo, restituyó para el fútbol su carácter primitivo de juego humano, como si esas reacciones espontáneas del camerunés les recordaran a los amantes del deporte que, en el fondo, es en las proezas del cuerpo donde empieza y termina su verdad.

Necesidad y urgencia

Los diez millones de cameruneses que ansiaban ver a sus leones depredar las canchas mexicanas en el Mundial 86, debieron conformarse con los escasos recuerdos que les quedaron de España y comenzar a especular con una clasificación sin angustia para Italia 90.
Roger Milla permanecía como figura estelar del fútbol africano, dondequiera que éste fuera nombrado, pero en privado era un convencido de que su momento de gloria no había llegado todavía, al menos no del modo en que lo esperaba. Sin embargo, con treinta y siete años, y aun cuando hubiera necesitado demostrar a sus compatriotas y a la élite del fútbol mundial qué él seguía siendo alguien, decide retirarse en 1989 tras un partido homenaje que su país le brinda en Yaoundé. Luego de un año de tranquilidad, y poco antes de confirmarse el plantel de Camerún que trataría de brillar en Italia 90, el presidente de la pequeña república, Paul Biya, toma el toro por las astas, y ordena a su ministro de Deportes -a través de un decreto donde se invoca "el superior interés de la nación"- que se incorpore a la selección al viejo Roger. El técnico soviético, Valeri Nepomniaschi, acepta sin oposiciones semejante sugerencia y termina sentando a Milla en el banco de suplentes del Giusseppe Meazza de Milán, en el partido inaugural de la Copa del Mundo Italia 90, en el que -todo el mundo lo sabe, pero los argentinos lo saben en detalle- el equipo africano venció por 1 a 0 a la desorientada escuadra del previsor Carlos Salvador Bilardo.
Roger Milla jugó sólo nueve minutos frente a Argentina, pero atemorizó como una sombra del mal a la defensa nacional. Néstor Lorenzo participó de ese encuentro y recuerda a quien ya comenzaban a llamar “el Nono”, como "un jugador muy bien dotado técnicamente y muy alegre para jugar. Tal vez no fuera veloz, pero tenía una manera muy inteligente de utilizar el cuerpo y de aprovechar las jugadas de riesgo". Así como el ex defensor de Boca lo sufrió como rival, también pudo jugar junto al “Nono” en la despedida del arquero inglés Peter Shilton -en 1991, en Londres-, durante un partido en el que se enfrentaron la selección de Inglaterra y el Resto del Mundo. Lorenzo recuerda, además de ese juego acaso sudamericano, el modo en que el carisma de Roger Milla conquistó al público británico, a pesar de que durante esa noche no fue la única estrella de la constelación.

Al banco voy contento

Luego de esas insinuaciones contra Argentina, Milla convirtió dos goles contra Rumania en sólo treinta y dos minutos de juego, y más tarde sacrificó a Colombia con otros dos, transformándose en un implacable goleador de banco y en uno de los máximos exponentes de un juego vistoso al que él mismo llamaba "fútbol champagne". Pero el cenit de su carrera -y de la del fútbol camerunés- lo vivió a lo largo de los ciento veinte minutos de juego intenso que tuvieron lugar en Inglaterra 3-Camerún 2, uno de los trámites más emocionantes en la historia de los Mundiales, en un partido por cuartos de final de Italia 90. El hecho de haber sentido durante algunos momentos que Camerún era el fuerte e Inglaterra el débil, fue una compensación para el goleador, quien percibió el temor de los ingleses y el sabor dulce del triunfo moral a un mismo tiempo.
La idea de Roger Milla, de que "el nombre de Camerún se inscribiera en el mundo", había llegado a buen puerto. Su llegada a la concentración italiana, avalada por los hombres de Estado y el apoyo popular -aunque resistida de algún modo por las nuevas figuras del plantel-, fue acompañada por una frase de Milla que funcionó como la divisa colectiva: "El drama del fútbol no me interesa, pero hagan las cosas en serio por la patria".
Poco más tarde, en Febrero de 1991, volvió a retirarse de la Selección, esta vez en el estadio de Wembley, pero a pesar de su carácter de homenajeado, faltó a la cita. En un encuentro entre Inglaterra y Camerún -tibio remedo de aquel match salvaje-, Milla advirtió que había setenta mil espectadores en las tribunas y, entusiasmado por su capacidad de convocatoria, exigió un cachet de setenta mil dólares adicionales, de lo contrario no saldría a participar de su fiesta. No cobró, volvió a su elegante sport con el que había llegado al aeropuerto de Heathrow, y finalmente triunfó Inglaterra con dos goles de Gary Lineker.
Tres meses después, Roger Milla grabó junto al tenista Yannick Noah un disco de música pop llamado "Negro... ¿y qué?", con un éxito que no habría de alcanzar la trascendencia de sus goles. Pero el fútbol ya no volvió a tentarlo con grandes empresas, excepto para regresarlo como mito viviente al Mundial de Estados Unidos 94 y despedirlo, a los cuarenta y dos años, con un gol frente a Rusia, tras una derrota por 6 a 1 en la que su equipo comenzó a ser llamado -ya sin gracia de por medio- el de "los leones herbívoros”

(nota publicada en revista “Mística” del 22/01/00)

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No quiero opinar sobre el penal, sólo digo que fue una final desastrosa.

(RINUS MICHELS, célebre entrenador holandés, refiriéndose a la final de Italia 90 entre Alemania y Argentina)

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El sólo hecho de mencionarlo es una mala palabra en el fútbol peruano. Fue figura del Santos FC con el Rey Pelé en la década de los años sesenta, pero, con la buzo de la blanquirroja en la Eliminatoria al Mundial de Italia 1990, José Macía, 'Pepe', bicampeón del mundo con Brasil en Suecia 1958 y Chile 1962, quedó en deuda tremenda: cero puntos en cuatro partidos disputados ante Uruguay y Bolivia. Una grosería. 'Pepe', con ese envidiable cartel encima, dirigió -quizá- a la peor selección nacional de la historia en una fase premundialista. El brasileño, asistido por el ex goleador Percy Rojas, por Roberto "Titín" Drago y por César "Chalaca" González, realizó una campaña desastrosa, al punto que, luego de tres derrotas sucesivas, dimitió (o lo despidieron) y no dirigió el último partido ante Bolivia, en el Estadio Nacional de Lima.
La selección tenía a jugadores de la talla de Franco Navarro, Julio César Uribe, Jorge Hirano, José Del Solar, Jorge Olaechea, Fidel Suárez, entre otros, es decir, de lo mejor que había en el torneo doméstico y en el exterior en ese momento.
Pero 'Pepe' no supo mover las piezas, o simplemente, sus pupilos no le entendieron en absoluto el español masticado o el portugués complicado.
Hoy el brasileño tiene 71 años, vive en Santos, Sao Paulo, y, antes de jubilarse en la dirección técnica, trabajó en varios equipos de su país, en Qatar y Japón. 'Pepe' no pudo clasificar al Perú al Mundial, pero se fue feliz con una importante cantidad de dólares en el bolsillo.

(tomado del excelente blog "Goal peruano")

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Si yo tuviera que elegir a un técnico para que me dirija, me quedaría con el Flaco Menotti. Por sabiduría... Las cosas que él decía a mí me pasaban. Te hablaba y te quedabas mudo, y salías a la cancha y te sentías orgulloso de lo que intentabas hacer. Y Bilardo... Carlos es como un padre para mí. Alguna vez dije que me gustaría que mis hijas tuvieran sus principios. Me ayudó mucho y nunca voy a terminar de agradecerle que confiara en mí como confió: fue decisivo para mi carrera. Eso sí: siempre tuvo una actitud, más allá de lo futbolístico, que a mí nunca me gustó. Nunca dejó que ganaran plata los demás, los que estaban con él. Se le fue Pachamé, se le fue Echevarría... ¡y toda la plata para él!
El propio Echevarría, que era su mano derecha y una de las personas más buenas que yo conocí en el fútbol, necesitó que Basile le diera una mano, que se lo llevara al Atlético de Madrid cuando el Profe, pobre, ya estaba muy enfermo. Y otra cosa: tampoco me quiso explicar nunca, nunca -y yo lloré mucho por eso- por qué lo dejó a Valdano afuera del Mundial de Italia. Porque yo, ¡yo!, le fui a pedir a Valdano que intentara el regreso, después de su hepatitis, y se retirara del fútbol como lo que es, un grande, ¡un grande de verdad! Yo se lo pedí delante de Jorgito, su hijo. Y yo sentí que los traicioné a los dos cuando Bilardo lo dejó afuera... Sé que hay muchas sospechas, sé que a Valdano lo relacionaban con mis reclamos gremiales desde México '86, cuando juntos denunciamos que era criminal jugar al mediodía sólo porque la televisión lo pedía. Pero a mí me dijeron que Valdano no rendía, eso me dijeron. Y nosotros teníamos lesionados a dieciocho, ni yo podía jugar. Lo único cierto es que por alguna razón Valdano no tenía que estar en aquel plantel y yo nunca pude enterarme de la verdadera historia. Eso es lo único que me duele en el balance de mi relación con Bilardo. Como con Menotti me duele que me haya robado el orgullo de jugar el Mundial 78.
Pero, igual, al Narigón lo quiero como a un padre y al Flaco lo admiro.

(extraído del libro "Yo soy el Diego", de Daniel Arcuchi y Ernesto Cherquis Bialo, Editorial Planeta,)

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Acepto los elogios, pero algunos son desmesurados. No soy Garibaldi.

(SALVATORE "Totó" SCHILLACI, ex jugador italiano, tras su muy buena actuación en el Mundial 1990)

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Cuando él entra sé que mi equipo va a ganar.

(VALERI NEPOMNIACIJ, técnico ruso, refiriéndose a Roger Milla, veterano centrodelantero de la selección de Camerún en Italia 90)

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Está en un momento mágico. Es capaz de curar a un enfermo sólo con tocarlo.

(ZBIGNIEW BONIEK, ex internacional polaco, refiriéndose al goleador de Italia en el Mundial de 1990)

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¿La gente aún le recuerda el gol de Roger Milla?

Diría que me recuerdan por dos acontecimientos en mi carrera: ese gol de Camerún, en el que salí a jugar con los pies, y la atajada del Escorpión. Pero es algo parejo. El que me felicita por el Escorpión, al instante me recuerda aquel gol de Milla. Y el que me reta por aquel error, me habla enseguida de la atajada de Wembley. Así es el fútbol y también la vida: hay ganadores y perdedores, buenos y malos, flacos y gordos, altos y bajos. Uno debe tomarlo con naturalidad.

Pese al paso de los años, suponemos que sigue utilizando la ropa interior azul, ¿verdad?

¡Siempre! A fines de la década del 80', el Atlético Nacional no podía ganarle al Millonarios. En eso llegó Carlos Perea y fuimos juntos a ver a una señora que leía la suerte y ese tipo de cosas. Nos dijo que alguien nos había hecho alguna brujería y nos envió una correa y calzoncillos azules para todos los jugadores. Anduvimos bárbaro: ganamos todo y llegamos a conquistar la Copa Libertadores. Desde entonces, aún los uso.

(RENÉ HIGUITA, arquero colombiano, recordando algunos momentos de su larga trayectoria deportiva)

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¿Yo, verdugo de un pueblo que quiero entrañablemente?

(EDGARDO CODESAL, árbitro mexicano, tras el polémico penal cobrado en la final de Italia 90)

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Brasil no juega con el mandato de sus raíces.

(PELÉ, quejándose en Italia 90 del estilo "europeo" que el DT de la verdeamarelha, Sebastião Lazaroni, quería imponer a la selección brasileña)

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¿Alguna vez te tentaste en una charla técnica?

Las más divertidas eran las de Labruna. ¡Qué manera de reírme! El Viejo era tipo César, con dos indicaciones te dejaba todo claro. Pero había nombres que no le salían, entonces Talamonti, que estaba en la otra punta, lo corregía y se armaba una linda discusión que terminaban con frases así: “Callate, feo”, “vos no sabés nada”.

¿La charla técnica que más recordás?

La de Bilardo contra Italia en el 90. Dijo: “Si sacamos a Ferri y a Bergomi de atrás, se van a volver locos, no podemos perder”. Fue así: les sacamos a los stoppers y los nuestros entraban por todos lados. Fue el mejor partido de Argentina en el Mundial.

(SERGIO BATISTA, mundialista en 1986 y 1990, hoy técnico de la selección Argentina Sub 23)

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El ambiente no es africano, pero ayuda para no extrañar la familia y nuestro paisaje.

(EMMANUEL KUNDÉ, jugador de Camerún, al ser consultado sobre las continuas visitas de parte del plantel camerunés, al zoológico de Fasano, Italia, durante el Mundial de Italia 90)

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¿El peor Mundial?

El de Italia 90, el anticristo del fútbol.

(SANTIAGO SEGUROLA, periodista deportivo español en declaraciones a "Marca", 18/12/07)

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