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Esto se compone (Christian Arias Flórez - Colombia)


-Ya no aguanto más ni a tu papá ni al mío, se me llenó la copa. ¡Ni que fuéramos hermanos! -…o de equipos archienemigos -le dije al abrazarla.

-Mi papá no se cansa de repetir que eres un vago y que solo vives para el fútbol -dijo llorando.

-Sí, me lo ha dicho varias veces; pero ya ves -sonreí-, me gustó cuando dijo que mi sistema solar estaba compuesto por nueve balones.

Se liberó de mis brazos y me precisó con la frialdad de un pitazo final:

-Esto es en serio, mi querido Román. Nos volamos mañana para la capital como habíamos planeado. Este pueblo de chismes me tiene aburrida. Veámonos en la Terminal de buses a las diez en punto.

Llevábamos ya dos años de noviazgo, y Julieta me encantaba, no sólo por su temple sino por su piel vulcanizada, por su cinturita dribleadora y porque me amaba como a gol olímpico. Julieta de por sí era una invitación al gol de contragolpe.

-¿A las diez? -recordé que a esa hora jugaría Brasil contra Italia.

-Sí, primero tengo que ir a la fábrica a sacar unas cosas. ¿No te parece bien la hora? ¿Tienes mucho qué hacer? Ah, ya sé lo que pasa, lindo -me dijo condescendiente-, de seguro mañana también hay partido.

-El partido es lo de menos -le mentí-, me importa más conseguir plata para no pasar afugias de visitante-. El Chupo gana buena plata, ahora voy a buscarlo.
(El Chupo nunca prestaba plata, prefería perderla en apuestas).

Julieta me miró y sentenció:

-Está bien, a las doce. Sin alargues, como tú dices, lindo. Al mediodía nos vemos en la Terminal. De una cosa estoy segura: yo viajo mañana.

Me dio un beso veloz, partió dejándome en un estadio vacío y con el peso de la camiseta a cuestas.

Busqué al Chupo, le pedí plata prestada y me propuso:

-Le apuesto todo lo que tengo a que Brasil no le gana a Italia.

A Brasil le bastaba con el empate pero Italia ya le había ganado a Argentina y estaba agrandada.

-Todos creen que Brasil va a ser campeón por el tremendo equipazo que tienen: Zico, Eder, Junior, Falcao, Sócrates y Toninho Cerezo, y aunque también esté el paquete ese de Serginho. Tampoco creen en nadie desde que le ganaron a la Argentina de Maradona.

Aún así, yo siempre he sido italiano y no voy a voltearme ahora. ¿Se le mide a la apuesta?

Le pedí que me dejara pensarlo en el entretiempo de la almohada; estaban en juego mis ahorros, y el fracaso sería una goleada de local.

Un nuevo día trajo la decisión improntada en mi cabeza: todo o nada. Llamé al Chupo y acordamos ver el partido en mi casa, o mejor, en la casa de mi viejo. Invité también a Carrillo y a Paciencia para que me ayudaran a hacer barra; cosa fácil, en Latinoamérica -salvo el Chupo y los argentinos- todos éramos hinchas de Brasil.

Después de organizar el encuentro, recordé a Julieta, pensé en llamarla a la fábrica para decirle que la amaba y que lo que yo más quería -después del partido- era correr hasta la Terminal para volarnos en el primer bus que aterrizara en tres cuartos de cancha. Pero los preparativos no me dieron pausa.

Hice unas compras, alisté la maleta y preparé una olleta de café porque sería inadecuado el licor a las diez de la mañana de un lunes.

Llegaron los invitados y, como sólo yo estaba en la casa, se instalaron a sus anchas: corrieron los muebles hasta la mejor gradería, se quitaron los zapatos, encendieron los cigarros, le bajaron el volumen al tevé y se lo subieron al radio, y, contrario a mis cálculos, compraron una canasta de cerveza en la tienda. ¡Adiós el café!

-Están calientes, métalas en el congelador -sugirió Paciencia.

El partido iba a empezar y fue el Chupo quien se encargó del ritual del café:

-Apuesto todo lo que tengo en la mano a que Brasil no pasa a la siguiente ronda.

Abrió la mano y dejó ver un fajo de billetes grandes.

-O sea que da el empate -dijo Carrillo-. Yo le voy, ¿cuánto es?

Contamos los billetes. A Carrillo le bailaban los ojitos y salió corriendo hasta su casa por plata, Paciencia lo secundó. Regresaron justo al primer pitazo del árbitro, pero con lo que recogieron y con lo que yo tenía no se llegaba ni al setenta por ciento de su propuesta.

-Dije “Todo lo que tengo en la mano”. Si ustedes no tienen completo, no hay apuesta -precisó el Chupo.

Los tres nos miramos y nos sentamos con la resignación a cuestas.

-¿Tiene miedo? -le dijo Paciencia al Chupo recogiendo los dedos en un solo punto.

-Todo o nada -respondió.

-Es porque sabe que ese billete se pierde -agregó Carrillo.

Estábamos en eso cuando un tipo de camiseta azul (los jugadores contrarios nunca tienen nombre) anotó el primer gol del partido. El Chupo saltó de su silla celebrando a capella. Los demás nos quedamos mirándolo y después volteamos a la pantalla; la imagen no hacía sino repetir lo imposible: gol de Italia.

Silencio total.

Carrillo juntó los restos de fuerzas en piernas, vísceras y brazos, para decir:

-Esto se compone, saquemos cerveza de la nevera. ¡Qué importa que esté caliente!

-Sí, esto se compone -dije recordando a Julieta e imaginando que por ser su última mañana en la fábrica, estaría trabajando de mala gana y cuchicheando con las compañeras.

Fui hasta la nevera con toda la parsimonia del mundo y cuando sacaba las cervezas oí los gritos de mis amigos en la sala:

-¡Gol de Brasil! ¡Sócrates!

Se pararon en los muebles y rompieron un par de cojines en la cabeza del Chupo. Estábamos en la celebración cuando de repente se abrió la puerta de la casa y entró mi viejo.

-¿Aquí qué está pasando?

Llevaba meses sin hablarle desde cuando me encontró retozando con Julieta y me amenazó con la disyuntiva del “santo hogar o la mujer esa”. Aún así, como él era el anfitrión, tuve que responderle:

-Estamos viendo el partido de Brasil…

El viejo repasó el lugar de oriental a occidental, detalló el grupito de desadaptados, las cervezas, los muebles corridos, los cojines dañados, los zapatos regados y las colillas en el cenicero.

Mis amigos disimulaban mirando la pantalla. El ambiente se había enrarecido y el aire parecía empaquetado. Pensé en apagar el tevé y proponer la retirada hasta que el viejo nos sorprendió:

- ¿Y cómo van? Pensé que no iba a llegar a tiempo, casi no me puedo volar del trabajo -dijo al acomodarse en un taburete, olvidando su poltrona preferida, invadida por Carrillo.

-Uno a uno -dijo Paciencia-. Pero el empate nos sirve, hay que meterlo en el congelador y ya.

-Mi'jo Román, tráigame una cerveza -me ordenó.

Obedecí mientras el viejo, Carrillo y Paciencia hacían fuerza por Brasil. El Chupo se aferraba a su ilusión de triunfo e insistió:

-La apuesta sigue en pie.

Todos lo miramos y el viejo preguntó de qué se trataba. Cuando le explicamos, buscó en su cartera el dinero faltante.

-¡Hecho! -dijo Paciencia y justo cuando él acomodaba el último billete encima del tevé, volvió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó el segundo gol.

-¡Gol de Paolo Rossi! ¡Forza, azzurri! -exclamó el Chupo al pisar nuestras ilusiones.

Miré los billetes encima del tevé y un frío me corrió de sur a norte.

Hubo silencio cuando el Chupo terminó su celebración.

-Esto se compone, saquemos más cerveza. No le hace que esté tibia -propuso Carrillo.

Seguimos concentrados en la pantalla y en el reloj. La cancha se convirtió en el escenario donde se movían los ágiles tricampeones ante unos postes azules que no dejaban pasar la pelota. Cada jugada era la antesala de un gol atragantado.

Y terminó el primer tiempo. Salimos al balcón a mirar las calles vacías del barrio. Un bus pasó raudo como si al chofer le hubiesen contado que se estaba perdiendo el partido. Viendo el bus recordé a Julieta y corrí a llamarla a la fábrica. De mala gana me contaron que había renunciado.

Empezó el segundo tiempo, luego de un descanso eterno. Los brasileños seguían atacando mientras que los azules se defendían estoicamente. Avanzaban los minutos y nada que aparecía el empate. Llegó el minuto veintidós y el Chupo sentenció:

-Ya va la mitad de la segunda mitad… -Esto se compone -recordó Carrillo y sus ojos se fijaron en Junior quien se adentró por la punta izquierda abriendo camino para pasar el balón a Falcao.

-¡Ahí es! -dijo el viejo reclinando el taburete.

Falcao recibió el balón en la medialuna italiana, transitó una diagonal hasta las dieciocho yardas, y pateó justo al pisar el área.

-¡Gol! -gritamos los afligidos. Saltamos, nos abrazamos y botamos por el balcón todo el peso de la derrota. Lavamos al Chupo en cerveza, y el viejo -de la misma emoción- partió el taburete.

-Les dije que esto se componía, menos el taburete -exclamó Carrillo.

- ¿Tiene miedo? -molestó Paciencia al Chupo recogiendo los dedos.

El paroxismo me recordó a Julieta. Me asusté, miré el reloj y calculé que apenas acabara el partido tendría el tiempo suficiente para alcanzarla en la Terminal.

Pero…

Pero sólo seis minutos nos duró la gloria inmarcesible. La realidad se mostraba caprichosa y revivió la pesadilla: un tipo de camiseta azul anotó un tercer gol.

Pensé en colgarme del travesaño. Fue tanta la sorpresa que ni el mismo Chupo celebró el tanto, sencillamente se limitó a decir como si guardara el destino en un bolsillo:

-Yo les advertí.

Después de eso vinieron diecisiete minutos de agonía en los que no dijimos nada.

Algo murió en nosotros cuando el árbitro dio el pitazo de gracia; nos invadió el fantasma del infinito. El Chupo voló hasta el tevé y recogió los billetes.

-Les apuesto a que Italia queda campeón.

Nadie le respondió. Se fue sin despedirse y nosotros caímos inermes; cualquier acción además del mutismo, habría sido inapropiada. El tiempo se congeló en cerveza fría y yo vine a caer en cuenta de que la vida transcurría inexorablemente, sólo horas después cuando Julieta me llamó para decir que ya estaba en la capital, y que por favor, nunca fuera a buscarla.

El viejo -al reparar el taburete- notó mi palidez y dijo:

-No hay nada como el santo hogar… ¿La maleta que alistó es para volarse con la mujer esa?

En la calle ya me pasaron el chisme. Bien pueda se larga.

-En el fútbol hay revancha cada domingo- pensé y miré a los amigos.

-En mi casa se puede quedar unas dos fechas -me ofreció Paciencia.

Carrillo se solidarizó al ver mi cara de desconcierto y pateó un lapidario:

-Esto se compone; demora pero se compone algún día…

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Fue campeón de Europa cuando llevaba cuatro partidos jugados con la selección y puso fin a su carrera internacional a los cuarenta años después de ganar una Copa Mundial.

El principio y el fin de mi aventura con selección fueron extraordinarios. Del Campeonato Europeo al principio, en 1968, hasta la Copa Mundial de la FIFA de 1982... no se puede pedir más.

Cuéntenos la anécdota del regreso a Roma en el avión de Pertini

Aquel Mundial de España se vivió en mi país con un fervor extraordinario. Regresamos a Italia en el avión del Presidente Pertini, que se había entusiasmado mucho en el estadio. Nos pidió que jugáramos una partida de escoba. El Presidente, Bearzot, Causio y yo. Nos pasamos la hora y media de viaje jugando. Pertini era un hombre capaz de hacer que te sintieras muy cómodo en su compañía, parecía uno más del grupo, era extraordinario. Aterrizamos en Roma y se desató la locura hasta el Quirinale. Pertini dice que tenemos que comer algo y va y salta: "Mi sitio es éste. Quiero a Bearzot a un lado, Zoff al otro y a todos los jugadores. Si hay sitio para los Ministros y para los Diputados, vale. Si no, que se vayan a un restaurante". Sabía expresarse, Pertini.

¿Cree que esa pasión de la gente por las calles, tan sólo por un partido de fútbol, es justificada?

Somos un pueblo que, socialmente, siempre ha vivido con pasión el fútbol. Es un deporte muy popular. Ha prendido en todas las clases sociales. Por eso, se celebran así las victorias y el triunfo en un Mundial, especialmente en un Mundial en el que se ha cumplido, se ha llegado hasta el final con corrección, porque eso es lo que caracteriza a Bearzot: la corrección, la responsabilidad. Cumplir con nuestro cometido y, encima, ganar, enarbolar bien alta la bandera italiana, es un placer y es justo que la gente lo celebre por todo lo alto.

(DINO ZOFF, recordando en la página oficial de la FIFA la conquista del Mundial de 1982 por parte de la selección 'azzurra')

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A la vuelta se van a querer subir todos al carro de la victoria.

(LUIS SANTIBÁÑEZ [1936-2008], entrenador de la selección chilena en el Mundial 1982, antes de subir al avión que lo llevaría al fracaso en ese torneo)

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En el Mundial 1978 si veíamos que una pelota se iba afuera igual la corríamos con la intención de alcanzarla; en cambio en 1982, si veíamos que una podía llegar a irse, la dejábamos.

(OSVALDO ARDILES, ex futbolista y entrenador argentino)

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El verdadero brasileño en el campo era él.

(PAULO ROBERTO FALCAO, ex futbolista brasileño, en referencia a Bruno Conti, después de que Brasil cayera frente a Italia por la segunda ronda del Mundial 1982)

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Recuerdo perfectamente que a un kilómetro de nuestra trinchera había combates cuerpo a cuerpo, y entre tiro y tiro llegamos a escuchar por la radio el gol de Bélgica. ¡Putéabamos por ir perdiendo! El segundo partido, contra Hungría, lo vimos en Campo de Mayo porque la guerra ya había terminado. Éramos ciento cincuenta soldados mirando un televisor color. Todavía me pregunto: ¿cómo pudo ser que mientras nos jugábamos la vida, Argentina participaba de un Mundial de Fútbol? ”

(MARCELO ROSASCO, actual periodista y ex-combatiente, reflexionando años después sobre la participación del seleccionado argentino en el Mundial de España 82)

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Te lo doy a ti.

(ENZO BEARZOT, entrenador de Italia en el Mundial 1982, dirigiéndose a Claudio Gentile en la previa al partido contra Argentina, quien luego realizaría un despiadado marcaje sobre Diego Maradona)

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Mundial de 1982, Semifinal Francia-Alemania. Minuto 62. Schumacher avasalla a Battiston. En el parte médico se habla de conmoción cerebral, una vértebra rota y dos dientes partidos, pero no de la violencia del episodio.
En la sede del Girondins de Burdeos, años más tarde, Battiston hace memoria: "El terreno de juego era como un pasillo y no había nadie. Como en los Campos Elíseos en Agosto a las cinco de la mañana. De repente, vi algo negro que se me acercaba y ya no recuerdo más".
Acomodado en un salón de su empresa, Schumacher recuerda la jugada: "Pensé que llegaba al balón, pero Patrick (Battiston) llegó un segundo antes. Salté sin saber dónde estaba el balón, con las rodillas de frente, pero me giré y le di con la cadera. Veinticinco años después haría lo mismo. Estaba seguro de que llegaba. Sí cambiaría lo que hice mientras Patrick estaba tumbado inconsciente. Volví a mi portería y jugué con el balón porque tenía miedo".
Alemania remontó un 1-3 en la prórroga y llegó a la final gracias a los dos penaltis que detuvo Schumacher. "Fui el enemigo público número uno. Recibí amenazas de muerte, tuve guardaespaldas, amenazaron con secuestrar a mis hijos y matarlos", recuerda Schumacher. El portero alemán obtuvo el perdón de Battiston, pero la imagen de la agresión aún le persigue.

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Uno de los sucesos más increíbles de la historia de los mundiales de fútbol sucedió en el de España 1982.
Los jugadores que integraban la selección de Kuwait habían estado concentrados dos años, el tiempo que duraron las eliminatorias clasificatorias para esa cita mundialista.
El emir kuwaití les había prometido 150.000 dólares a cada uno, si lograban la clasificación.
Kuwait llegó a España a jugar el Mundial que el emir había soñado, pero su rendimiento no fue el esperado.
El 21 de Junio de 1982 en el Estadio José Zorrilla de Valladolid el jeque Fahid Al Ahmad Al Sabah (foto), hermano del emir de Kuwait, quién harto del bajo rendimiento de su selección fue protagonista de un echo insólito: en el minuto 35, Kuwait perdía 3-1 con Francia (goles de Jean Tigana, Michael Platini y Didier Six), cuando la defensa kuwaití se detuvo debido al sonido de un silbato que parecía venir de la tribuna, creyendo que era del árbitro del encuentro.
Desde el palco principal del estadio, un individuo ataviado con vestimentas árabes, el jeque Al Sabah, hacia aspavientos indicando al equipo kuwaití que abandonaran el terreno de juego.
Tras varios minutos de incertidumbre, el hombre del turbante aparece sobre el césped entre el tumulto de jugadores y acompañado por varios escoltas. El público en las gradas y los jugadores franceses observan la insólita escena.
Tras una conversación con el árbitro soviético Miroslav Stupar, rodeado de jugadores y policías, Fahid Al Ahmad Al Sabah vuelve a amenazar con retirar a sus jugadores del terreno de juego si no se anulaba el gol.
Tras varios minutos de descontrol, el árbitro toma la inexplicable decisión de anular el gol.
El árbitro no había pitado, el gol era legal, pero las presiones del jeque surten efecto y el tanto no es convalidado.
Dicen los testigos que el ucraniano vio en la cintura del jeque un cuchillo tan amenazante como filoso. El partido se reanuda con un pique, la intervención del jeque Fahid no sirvió de mucho, minutos después Bossis decretó el definitivo 4-1.
Años más tarde, el 2 de Junio de 1990, Irak dio el puntapié inicial a la Guerra del Golfo al invadir Kuwait. Por dicha invasión el COI (Comité Olímpico Internacional) decidió excluir a Irak de los Juegos Asiáticos de ese año.
En represalia, las tropas de Saddam Hussein invadieron el palacio del COK (Comité Olímpico Kuwaití) y un pelotón se encargó de fusilar a todos los atletas que permanecían en el edificio y al jeque Fahid, que presidía dicho organismo.

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El 8 de Julio de 1982, durante la Copa del Mundo realizada en España, por primera vez en la historia de los mundiales de fútbol se definió un partido mediante la ejecución de tiros penales, tras haberse igualado en el tiempo reglamentario y en el alargue. Fue cuando se enfrentaron, por las semifinales del torneo, Alemania y Francia, quienes luego de disputar los 90 minutos de juego, terminaron con un empate: 1 a1.
Y vino el alargue de 30 minutos, donde se convirtieron varios goles más, pero todo culminó en un 3 a 3 que determinó la definición con tiros desde los 12 pasos. El primero en ejecutar y convertir, fue el francés Alain Giresse, quedando en la historia, y luego anotaron, para Francia, Amoros, Rocheteau y Platini, mientras que el arquero alemán Schumacher detuvo los remates de Six y Bossis.
Por su parte Kaltz, Breitner, Littbarski, Rummenigge y Hrubesch anotaron para Alemania, mientras que el arquero galo Jean-Luc Ettori detuvo la ejecución de Stielike.
Alemania, inaugurando los penales, pasó a la final, en memorable cotejo mundialista.

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Fue el mejor equipo que he visto. No era el más competitivo, pero jugaba mejor que el de México 70.

(SÓCRATES, centrocampista brasileño, refiriéndose al Brasil de 1982, equipo que él integró)

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En la Copa Mundial de 1978 lo había hecho muy bien formando pareja arriba con Roberto Bettega. Pero Bettega ya no estaba, sólo quedaba Rossi. Sinceramente, si hubiera tenido otra alternativa no lo habría convocado. Confiar en su capacidad para readaptarse al ritmo de un torneo tan exigente y en su voluntad de reivindicarse era una apuesta muy arriesgada. Pero yo necesitaba un goleador, un cazagoles en el área, dentro de un registro que se correspondiese con el juego que yo quería desarrollar. Sabía que si no lo llevaba, no tendría ese estilo de jugador de área indispensable en cualquier equipo.
La eclosión tardía de Rossi durante la competición se debió en parte a nuestra preparación física, donde dimos prioridad al fondo en detrimento de la velocidad. Al principio le costó trabajo, pero no dejó de ir a más. En la frontal del área estuvo extraordinario, muy vivo, siempre al acecho de la más mínima falta, metiendo presión constantemente a los defensas. Y eso desembocó en la gloria para él y la selección.

(ENZO BEARZOT, seleccionador italiano en el Mundial de 1982, opinando sobre el héroe de ese torneo, Paolo Rossi)

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Nos bastaba un empate para acceder a la semifinal, pero Paolo Rossi estaba en estado de gracia y logró una tripleta de goles asombrosa. Lo intentamos todo, pero no había nada que hacer.

(PAULO ROBERTO FALCAO, cerebro de Brasil en el Mundial de 1982)

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No fue por cábala que me afeité. Sólo fue por espíritu de contradicción. Le escuché a un dirigente de la Federación Italiana criticar la barba y entonces me la dejé crecer. Pero después de varios días otro directivo me dijo que me quedaba muy bien y decidí quitármela.

(MARCO TARDELLI, ex jugador italiano, y su enojo con los dirigentes de su país, al llegar a España para disputar el Mundial de 1982)

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Resulta que habíamos activado de nuevo la Agremiación de Futbolistas Paraguayos y como yo era el capitán del equipo, tenía que ser el portavoz del grupo. Me tildaron de cabecilla y no viajé en el '79 para la final de la Copa América. Barchini (entonces presidente de la Liga Paraguaya) me anunció que no viajaba por 'orden superior' (refiriéndose a Stroessner). Fue algo ridículo, pero así me tenían en la selección y por eso no pude intervenir en las eliminatorias para España 82.
Tampoco escapa otra anécdota en el estadio Defensores del Chaco: "Finalizó el juego con un equipo brasileño y como capitanes, Junior (Brasil) y yo, teníamos que entregar un banderín al Presidente de la República.
Se acercó un señor del protocolo y nos dijo que solamente el jugador brasileño sería recibido por el Presidente. Entonces, le entregué lo que tenía y Junior llegó hasta el palco con los dos banderines'.
Yo pienso que el entorno del Presidente en aquel entonces le malinformaba sobre mí y a consecuencia de eso aparecieron estos problemas".

(HUGO RICARDO TALAVERA, emblemático ex jugador de Olimpia de Paraguay, contando sus peripecias durante la presidencia de Paraguay por parte del General Alfredo Stroessner)

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¿Por qué se fue a México?

Vinieron a buscar a los arqueros de la Selección: Fillol no quiso ir, yo tampoco tenía ganas, quería pelearla acá para el Mundial 82. Pero llegó un momento en que me tenía que ir sí o sí.

¿Cómo es eso de “me tenía que ir sí o sí”?

Cuando tus propios compañeros te dicen “andate así cobramos, dejate de joder”, no te quedan muchas alternativas. Y poco más que te llevan en andas hasta Ezeiza.

¿Qué se siente: más argentino o más mexicano?

Yo soy argentino, porque si no me hubiera nacionalizado, pero a mí México me dio demasiado, no sólo en lo profesional, sino yernos y nietos mexicanos. Tengo sentimientos divididos.

Describa el momento en que Davino y García, dos jugadores suyos, le avisaron que estaban de novios con sus hijas.

Lo de Davino lo fui sabiendo, porque él jugaba en Morelia y venía seguido a Guadalajara. Con Chiqui García me sorprendí. Me enteré en una reunión en casa. No tenía una relación íntima con él, como sí tenía con Cristante o Vicente Sánchez, y de repente lo veo en mi casa, en una reunión. Le pregunto a mi señora qué hace y se empiezan a cagarse de risa con mi hija. “Uy, ya veo por dónde viene la sorpresa”, dije...

¿Nunca sospechó ni un poquito?

Mirá lo que son las cosas. Un tiempo atrás, y no sé por qué, por adivino quizás, le había preguntado a Chiqui por su casamiento, yo le había conocido una novia. No tenía idea de que ya en ese momento estaba con mi hija. Y él me respondió: “No se preocupe, que cuando yo me case, usted va a tener un lugar de honor en mi boda”. Hijo de puta... y yo ni me daba cuenta.

(RICARDO ANTONIO LA VOLPE, ex jugador y técnico argentino, en revista "El Gráfico" de Julio de 2007)

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Con Paolo Rossi en el ataque, nuestras chances de ganar la Copa quedan reducidas.

(GABRIELE ORIALI, jugador de la selección italiana, compañero de Rossi, declarando días antes del comienzo de la Copa del Mundo de 1982)

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