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Para la Copa del Mundo de 1970 organizada por México, se dieron algunas circunstancias especiales que vale la pena recordar.
En principio, aparecieron las tarjetas, de cartón o plástico, de color amarillo y rojo (para amonestación y expulsión, respectivamente), para que no existiesen dudas respecto a las determinaciones del árbitro, habida cuenta de lo sucedido en el Mundial anterior, en Inglaterra, con la expulsión de Antonio Rattin.
Sin lugar a dudas, Rattin fue echado inexplicablemente por las dificultades para hacerse entender con el controvertido árbitro alemán Kreitlen.
En segundo lugar, en ese Mundial se autorizó el cambio de dos jugadores por equipo.
Por otra parte, hasta ese momento las delegaciones llevaban cocineros, médicos y psicólogos. Pero en México, la de Suecia estuvo integrada por un cocinero real, Peter Olander, quien fue incorporado a último momento.
Era el cocinero de la Casa Real sueca, el cocinero de Su Majestad, Gustavo Adolfo. El menú de los jugadores, estaba compuesto por los más exquisitos manjares.
Y finalmente, de manera insólita, el príncipe afgano, Faruk Saraj, fue como árbitro de su país. De todas formas, no utilizó el silbato al no ser designado para dirigir ningún partido. México y su Mundial lleno de connotaciones inolvidables.

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Mi corazón en México (Carlos Drummond de Andrade - Brasil)


Mi corazón no juega ni conoce
las artes de jugar.

Late alejado del balón
del estadio que enloquece
al forofo, esclavo de su club.

Vive conmigo, y en mí, mis cuidados.

Hoy, sin embargo, despierto, y he aquí que me extraño:
¿Qué es de mi corazón? Está en México,
voló certero y ni me consultó,
se acomodó, discreto, en un rinconcito
cualquiera, entre banderas tremolantes,
micrófonos, charangas, ovaciones,
y de repente, sin que yo mismo sepa
cómo quedó así, se exacerba,
se vuelve corazón de aficionado,
tuerce, retuerce, se destuerce todo,
grita: ¡Brasil! con furia y con amor.

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Cholo con orgullo


En el Perú no se puede hablar de la importancia del fútbol sin tocar el caso de Hugo Sotil. Fue símbolo, una figura paradigmática, un predecesor de la importancia que tienen los cholos en el Perú. Fue un notable jugador, por ello el país se le rindió. Ahora conozcamos de él y de su significado para la sociedad peruana.

Corría el año de 1969 y por primera vez éramos ganadores. El himno que se cantaba en las esquinas, el que se escuchaba en las radios era el famoso "Perú Campeón" ("es un grito que repite la afición"). La tarde de la "Bombonera" (estadio argentino donde Perú se clasificó para el Mundial de 1970), será siempre tarde de gratos recuerdos, igual que aquella voz que gritó, ¡¡¡ NO NOS GANAN!!!

Se abría así un nuevo capítulo no sólo en la historia del fútbol, sino también en nuestra propia forma de mirarnos y de mirar a aquellos que eran los protagonistas del drama: los jugadores. Hasta antes de asistir al Mundial de México 70, pocos, muy pocos hubieran apostado su vida a correr detrás de una pelota. El fútbol se jugaba sobre todo porque se llevaba en la sangre, el alcanzar la fama sería obra del destino.

Una clasificación nos colocó donde jamás habíamos llegado, y el fútbol se hizo pan de cada día. Los goles de "Cachito Ramírez" llegaron, sin necesidad de que "Pocho"(comentarista deportivo fallecido) los anunciara, y el Perú se estremeció de júbilo. Didí (el entrenador de la selección) fumó su enésimo cigarrillo y el juego bonito tuvo su partida de nacimiento.

De eso hace ya tiempo, mas nadie olvida esa generación de futbolistas que ya han colgado los chimpunes. Varios de ellos se fueron sin un adiós digno, entre ellos uno que terminó jugando por el Espartanos de Pacasmayo: Hugo Sotil, "El Cholo Sotil".

El de México 70 fue el primer Mundial de nuestra historia futbolística. Con él empieza el ciclo de los mundiales, de las esperanzas en la viveza criolla del entrenador Marcos Calderón en el Mundial del 78, o en la sabiduría del abuelo Tim en el Mundial del 82. Los contratos millonarios llovieron como el maná. Nadie que se precie de ser peruano no puede dejar de reconocer que con ese Mundial el fútbol tuvo su mayoría de edad, y el país entero lo sigue con pasión. El fútbol es el deporte más popular y "es un gran espejo en donde se refleja en gran medida lo que somos como sociedad" (1).

Después de más de veinte años (2), ya es posible hacer un balance de lo que significó aquella generación mundialista, México 70. De todos los jugadores, Sotil tiene un brillo particular. Su historia trascendió fronteras, tal como quedara demostrado en las afirmaciones del ex-técnico de Alianza Lima, el brasileño Amaral, quién aprendió a querer al Perú cuando supo de ese jugador que se escapaba sin zapatos para jugar fútbol.

Estando de acuerdo con el carácter popular del fútbol, con el nuevo ciclo abierto a partir de la clasificación al Mundial, y con la posibilidad de encontrar aspectos de nuestras diversas identidades colectivas en la práctica deportiva, entonces empecemos por el principio. ¿Quién es Sotil?

Es un ídolo. Sí, un ídolo popular cholo. Es la primera gran emergencia futbolística de los cholos en el Perú. Antecede a la música chicha. Con sus quiebres informales conquistó espacios tan exquisitos como el Nou Camp, donde su nombre fue coreado por multitudes. Europa se le rindió y de eso hace como diecisiete años (3).

Años después otro cholo pasearía por Europa su talento, esta vez musical, Chapulín y los Shapis. Pero no olvidemos al ídolo, aquel que nació un 18 de Mayo de 1949, en la décima cuadra de la calle Paita, en Ica. El que jugaba en El Porvenir, en la cancha del Cura, dos o tres partidos los días domingo.

En la sierra, en los tiempos de las haciendas, las mujeres más deseadas solían ser las hijas del patrón, pues éste era considerado el último suspiro de Dios. Eran el sueño lejano que alguna vez se conquistaría. Y así fue, Sotil contrajo matrimonio, un 20 de Febrero de 1970 en la Catedral de Lima, con Guillermina, hija de Don Patronicio Eche, un próspero comerciante de café tipo exportación de Chanchamayo, quien en sus ratos libres se divertía viendo jugar fútbol a sus muchachos de La Parada. Fútbol recio, de cholos que se abren un lugar en la urbe.

A Sotil lo vio jugar en El Gamarra, uno de tantos equipos que tenían su mundo en La Victoria. Don Patronicio tenía un equipo, el Gaillard, que jugaba en la segunda división amateur de la liga de La Victoria. Lo llevo a su equipo y le dio trabajo en su empresa. Sotil se casó con su hija.

Años más tarde el "Cholo" declaró: "Yo nací humilde y sigo siendo humilde. Si juego aquí es porque aquí está la gente más pobre de nuestra Lima, aquí está la pobreza, aquí está la lágrima" (4). La entrevista se realizó al borde del campo deportivo de Manzanilla. Era un campeonato organizado por los trabajadores del Mercado Mayorista de La Parada, cerca del cerro San Cosme.

II

"La tradición del ídolo peruano se engarza en definitiva con el destino cotidiano del pueblo. Es decir, estuvo en la bonanza, pero regresa irremediablemente a su condición de pobre" (5).

La bonanza de Sotil empieza en el modesto estadio de San Martín de Porras, donde desde antaño se desarrollaba el torneo de segunda de ascenso. El ganador del campeonato subía a la profesional. El Municipal, el cuadro de la franja, vivía su hora amarga. La segunda no era un lugar para un club con su tradición por más que esa tradición se pierda en la noche de los tiempos.

Fueron los dirigentes Enrique Noriega y Luis Mora quienes llevaron a Sotil al club. Ellos estaban recorriendo los barrios para armar un nuevo cuadro que disputara el ascenso. Hasta sus oídos llegó la fama del jugador del Gaillard, lo vieron jugar en el estadio nacional frente al Genovesa (equipo reserva del ya desaparecido Defensor Arica), pero no convenció. Volvieron a verlo jugar en el estadio San Martín y allí sí decidieron contratarlo. Sotil sólo por la presión familiar pudo dejar el Gaillard. Las mejoras económicas se dejaron sentir, 3.500 soles sería su nuevo sueldo. Municipal pagó 5,000 soles por su pase, era el año de 1968.

En la segunda de ascenso jugó junto a otro cholo y tocayo: Hugo Ocsas, a quien hizo goleador. Hacer goleadores sería una de las especialidades de Sotil. Era un delantero que no se desesperaba por meter el gol, eso era para otros. El ponía el espectáculo. Generosidad lo llamaron muchos, pero en esa increíble habilidad para dejar regados a los rivales, para burlar hasta a los arqueros y no disparar al arco, había mucho de revancha. Era el "Cholo" quien se entretenía con los rivales, era su manera de demostrarles su superioridad, el gol no era el fin, sus malabares hacían que brotaran aplausos de las tribunas que se rendían a sus pies. El gol lo podía convertir otro.

El Municipal volvió a jugar en la profesional y Sotil fue llamado "El Maestrito", era 1969 y Didí ya tenía armada la selección. La eliminatoria la vivió como cualquiera de nosotros. Su debut profesional fue el 17 de Mayo de 1969 frente a la "U" de José Fernández, Nicolás Fuentes, Héctor Chumpitaz, Challe, Cruzado, etc. Municipal perdió 5-2, pero Sotil demostró su valía.

Bailaba a las defensas y el público gozaba. Alegría, desbordante alegría había en las tribunas cuando el "Cholo" Sotil jugaba. Jaime Mosquera fue goleador, lo mismo que Mellán después, pero siempre serán recordados como resultados de las genialidades de Sotil.

III

La bonanza empezaba a sonreírle. El año de 1970 cinco días después de su matrimonio, el 25 de Febrero, jugo al lado del "Nene" Cubillas, en el famoso combinado Alianza-Muni y fueron los alemanes del Bayer de Munich quienes supieron del fútbol que se practica por estas tierras. Un cholo y un negro, dos exponentes de razas que han sufrido el desprecio de los blancos y que para diferenciarse se han despreciado mutuamente, estaban allí, llenándonos de orgullo. Era un reconocimiento. Cholo y negro no serían el peyorativo de siempre, no cuando se tratara de Sotil o Cubillas.

La sociedad oligárquica que jamás los integró, hubiera dicho "cosa de cholos", "cosa de negros", pero ya los cambios se empezaban a sentir, las tribunas aplaudían y los consideraban parte de todos los peruanos.

El Perú empezaba a reconocerse sin prejuicio en sus jugadores. Era la dupla de oro. Se respetaban y se comprendían. El campo alcanzaba para los dos y todos salían ganando, incluidos los dirigentes que organizaban las ya difuntas temporadas internacionales de verano.

Ya se acercaba el Mundial y Didí no tuvo más remedio que convocar a Sotil. Bulgaria, nuestro principal rival, llegó para realizar dos partidos amistosos previos al Mundial. El partido premonitorio fue aquel en que se perdía en el primer tiempo por uno a cero. En el segundo tiempo ingreso Sotil, pelado a coco, y el cabezón Del Castillo. Perú empató, los búlgaros volvieron a avanzar, nuevo empate y otra vez Bulgaria, 3-2. Sólo faltaba quince minutos para irse a los camarines con una derrota, pero Cubillas dijo presente y otra vez tablas. Las tribunas ya no cabían en su alegría.

Hasta que llego la apoteosis. A los 42 minutos Sotil, sin ser soldado en Ayacucho, diezmó a los búlgaros, eliminó al arquero y las tribunas corearon el gol antes que ingresara la pelota al arco dando botes. El quinto fue lo de menos. Lo real es que se volteó un partido en quince minutos y Sotil dejó sentado que era un mago con la pelota; pero aún así debió saber de la banca.

El equipo de Didí ya estaba armado y él no estaba en sus planes. Pero Sotil demostró tener paciencia. Había invadido para hacerse de un lugar, como invaden sus congéneres la ciudad hasta hacerla suya, hasta ser reconocidos como: "Los héroes anónimos de nuestro tiempo".

El segundo tiempo le aguardaba en la selección y el "Cholo" no se impacientaba. Hasta que llegó el día esperado, el dos de Junio de 1970 en México. Perú con crespón negro y sin Sotil, empezó las acciones otra vez contra Bulgaria. Rafael García, periodista de France Press, escribió: "Todo es desconcertante en Sotil, vista de lince, regateo sorprendente en un pañuelo, especialista en cambiar de velocidad en pequeñísimo trecho. No es la primera vez que la aparición de Sotil cambia el ritmo de la escuadra Inca". El resto es silencio y cosa conocida, incluídas las acusaciones que se lanzaron contra Didí por la derrota frente a Brasil. Hasta comisión investigadora se nombró, y eso que el Parlamento estaba recesado.

Sotil volvió como lo que era, un triunfador. El pelo ya le había crecido y los "sotiles" eran vistos por todo Lima. El peinado "estilo Sotil", era parte del paisaje de la ciudad (‘estilo chontril’ dirían los muchachos de Breña).

Esto es muy importante porque los provincianos siempre afrontaron desprecios, por su forma de hablar, por llevar siempre puesta una chompa como en la sierra, etc. esta pesada carga hacía que muchos se ondularan el pelo, se negaban a sí mismos. "El desprecio a una parte de sí mismos es ingrediente de la hostilidad e inestabilidad. Para sobrevivir como limeños habría que rechazar una parte de sí" (6).

Si hasta hoy se habla de desprecios, hace 20 años ser cholo era una marca pesada. Pero Sotil fue elevado a la categoría de estrella de cine en el año de 1971.

Fernando Batiewsky se encargó de financiar el film "El Cholo". La canción de Abanto Morales "Cholo soy y no me compadezcas", ya no se adecuaba al nuevo momento que se vivía. Al "Cholo" se le admiraba, se le quería y hasta se le imitaba.

La película lo llevó a viajar por mes y medio al viejo continente; Londres, París, Roma, Florencia y Pisa lo vieron en los ajetreos de la filmación. Su co-protagonista era la modelo Nancy Gross, hoy un nombre como miles, en esos días la modelo de la TV más cotizada. Sus hermanas menores bailaban los viernes en el programa del Tío Johnny a GO-GO. "Las estrellitas" vivían en Breña.

Sotil también jugó ese partido y no despreció el gol en esa ocasión. Pasado el tiempo la ex-modelo le recordaría que la vida tiene sus lados crueles. Pero eso estaba lejos de sospecharlo Sotil. en aquellos días los reflectores le seguían, como en aquel partido Muni-Cristal, en donde intentó marcarlo el "Dr" Campos, quien tenía órdenes de su entrenador, el alemán Rudy Gutendorf, de no dejarlo libre en ningún instante. La cámara estaba filmando y Sotil jugó para ella, recostado en la punta izquierda haciendo y deshaciendo al fiel Campos que no lo dejó por más huachas, sombreros y relojes que el "Cholo" le hizo ese día.

Los días de gloria se prolongaban y los estadios seguían llenándose para verlo jugar. Definitivamente había conquistado Lima y de paso el Perú. Pero en el año de 1973 ocurrió el resbalón que pocos imaginaban. La planificación no es nuestro fuerte y menos en el fútbol que es gitano, dicen. Lajos Barotti quiso planificar nuestra clasificación al Mundial de Alemania 74 y no ganar partidos de preparación, pero acostumbrados como estábamos a vivir de apariencias, más valían triunfos mentirosos que un plan serio de preparación, y el buen Lajos tuvo que irse sin que nadie lo acompañe al aeropuerto. Los resultados no pudieron ser peores. Chile nos dejó fuera del camino y los ídolos del 70 conocieron la cara triste de la fama. Está en el recuerdo la rabia de Cubillas y sus lágrimas frente a las cámaras, por no haber podido jugar el partido de desempate en Uruguay. Eran los días donde el nacionalismo de los periódicos se tornó oscuro y chauvinista.

Querían jugadores machos que no se cuidaran las piernas. Cubillas fue excluido de la selección porque se rumoreaba su pase a un equipo extranjero. Al "Cholo" no pudieron tocarlo, pero igual perdimos. Esa señora tan conocida por los peruanos, llamada frustración, se enseñoreó de los campos de juego y todos los jugadores descubrieron que tenían defectos.

Los mismos patrioteros del 73, que no permitieron que un hombre nacionalizado peruano de todo corazón, Ballesteros, atajase por la selección, años más tarde exigirían en todos los tonos que el "Loco" Quiroga se nacionalice. Morales Bermúdez ya estaba en el poder.

IV

Si el pueblo ante las derrotas se encierra en sus frustraciones y el desencanto le gana horas al día, en cambio la salida para los de arriba es mirar al extranjero y asegurar el negocio.

El "Cholo" interesó al Barcelona de España, y las exportaciones no tradicionales empezaron a tener auge. La afición no perdonaba la eliminación en manos de Chile, y el "Cholo" se fue sin despedida de masas, pero en Barcelona demostró que valía tanto oro como el que los conquistadores, durante siglos, se llevaron del Perú. Sotil era quien guiaba al equipo, y no el renombrado Cruyff, pero no supo, no quiso hacer respetar su valía.

Jamás debió aceptar no jugar por espacio de un año, por más que le dieran cinco millones de pesetas y las primas y premios que cobraban los jugadores titulares, esas cadenas de oro pesaron demasiado. se olvidó que de niño eran tales sus ganas de jugar que a pesar de que su madre lo encerraba sin ropa en su cuarto, siempre encontraba a alguien que le proporcionaba lo indispensable para jugar. Se olvidó que en la cancha del Cura vestía distintas casaquillas de equipos para no salir del campo de juego. No supo de los versos de Javier Heraud que dicen: "Un año es un siglo/cuando es un año/de sueños y olvido". 365 días con todas las comodidades y sin poder jugar para el gran público.

El Ferrari era amarillo y las noches interminables. Atrás quedaron las privaciones de la pobreza, pero no era su mundo, y su alma de jugador empezó a morir. De vuelta ya en Lima, y en el Municipal, tendría una experiencia parecida: dejemos que él mismo nos dé su versión: "El impase que tuve con cierta persona, quien me dio una puñalada por la espalda cuando volvía a ser el Sotil de mis primeros momentos... Realmente me perjudicó mucho en mi carrera deportiva, me marginó del equipo, luego de haber jugado la primera rueda y parte de la segunda rueda del descentralizado de 1983. Aducía razones de indisciplina que no existieron... aunque en épocas diferentes, han sido golpes fuertes que he sufrido en mi vida deportiva y jamás podré olvidarlos por sus consecuencias perjudiciales" (7). "La verdad es que entrenaba fuerte, pero muchas veces se me ignoró hasta en el banco de suplentes. Entonces para qué me dije, bajó mi interés, pero yo no me he despachado contra Hobberg" (8).

Lo mismo le sucedió 10 años antes con Rinus Michels. La farra y la bohemia española impidieron que Sotil fuera el de siempre. Pero aún tuvo aliento, fue en 1975 cuando jugó por la selección el partido final de la copa América frente a Colombia. Su físico no era el mismo pero anotó el gol del triunfo a los 24 minutos de la complementaria. Después sería dos años campeón con Alianza Lima, el 77 y el 78, asistiendo al Mundial de Argentina 78, sin el brillo de su primer Mundial.

No es una novedad decir que vivimos tiempos difíciles como tampoco lo es, que cada día y con más frecuencia, los peruanos buscan fortaleza para el espíritu en la fe. Sotil no fue una excepción.

Los periódicos anunciaban su purificación en la fe Mahikari. "Como se recordará, Sotil fue llevado a la congregación Mahikari por su esposa, con la intención de alejarlo del mal camino: El "Cholo" ha decidido rectificar su conducta y el primer paso ha sido recibir la purificación" (9).

Por el año de 1984, Sotil fue nuevamente a las primeras planas de los periódicos, pero por un juicio de alimentos que le interpuso la ex-modelo Nancy Gross. Sotil se defendió: "A mí la gente no me puede decir cómo debo ser ni cómo debo vivir, uno vive como quiere. Me dicen de todo porque sigo caminando por La Victoria, por el barrio de la Avenida América, porque en vez de frecuentar el Sheraton frecuento la tienda del chino José". Continúa diciendo, "lo más importante del hombre es que sea honrado, honesto, sincero y leal y lo que quiero es la lealtad" (10).

Reiteradamente Sotil ha sostenido que "el juego hay que sentirlo, el que es malo es malo y el que es bueno es bueno toda la vida" (11). A pesar de ello sabemos que las jugadas que hacían del fútbol un espectáculo mayor ya no volverán.

Los años del quiebre desconcertante pasaron, pero el "Cholo" buscaría reencontrarse con el aprecio del público. Sino, por qué declarar: "En Barcelona jugué relativamente muy poco y nunca me olvidaron, qué diferencia con el Municipal. En este club me inicié y jugué mis mejores años; es más, pensaba retirarme luciendo sus colores. Pero el trato es totalmente diferente y por eso como peruano me duele, porque creo que hice mucho por esa institución" (12).

Es un descargo con sabor a reproche, contra quienes en años anteriores no le escatimaron elogios, y cuando estaba en dificultades, no dudaron en buscar el lado truculento de la noticia para poder vender sus periódicos. Lo real es que ese tipo de informaciones alejarían a Sotil de importantes sectores juveniles, creyentes en el progreso y que todo en la vida debe ir hacia arriba, siempre consolidando lo ganado, sea dinero o prestigio, como Cubillas, pero esa es otra historia.

Lo importante en Sotil es que es la primera gran emergencia de lo cholo en el fútbol. en el seguimiento a su carrera deportiva es posible comprobar que un amplio sector popular se identificó con él. El mundo criollo aprendió a no burlarse de los jugadores recios, cholos, se les aprendió a mirar como iguales. Los sotiles de cerquillo indomable no supieron de venganza sino de orgullo. Sotil siempre reinvidicó sus orígenes.

Para una sociedad fuertemente impregnada de actitudes aristocratizantes, la victoria de Sotil fue la afirmación d sectores marginados. Sotil hizo mucho más por acercarnos entre peruanos que lo que él mismo imagina. Y eso no se olvida jamás, por más que se haya retirado del fútbol profesional sin un homenaje de despedida. Tal vez haya sido mejor, porque ese vacío puede hacer más grande su figura con el tiempo, único y definitivo juez de lo que realmente es trascendente en una sociedad.

Notas:
1.- Sánchez León, Abelardo, Fútbol: un espejo para mirarnos mejor. QUE HACER 7, 1980
2.- Este ensayo fue publicado por primera vez en La Revista Los Caminos del Laberinto N° 2, Noviembre de 1985.
3.- Este ensayo escrito en 1985, fue incorporado como parte del libro; Perú: Los Eslabones del Archipiélago, ediciones El Laberinto, año 1993.
4.- Diario Expreso, 15 Julio de 1984.
5.- Sánchez León, Abelardo, op. cit.
6.- Cánepa, María Ángela, Páginas N° 90.
7.- diario La Crónica, 18 de Mayo de 1984.
8.- Diario Última Hora, 29 de Marzo de 1984.
9.- Salinas Roberto, "El Cholo se rehabilita" HOY, 12 de Junio de 1984.
10.- Diario La República, Junio 5 1984.
11.- Idem
12.- Diario La Crónica, Mayo 27 1984.

(artículo de Artemon Ospina Salinas publicado en la revista “Los caminos del laberinto” Nº 2, Noviembre de 1985)

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Mi gol fue el más triste de mi vida, ni lo festejé. Agarré la pelota rápido para sacar y hacer el tercero que nunca llegó. Nunca vi tanta amargura en un vestuario, varios compañeros lloraban y Pedernera fumaba en un rincón sin pronunciar palabra. Fue una decepción grupal y personal, porque era mi última oportunidad para jugar un Mundial.

(ALBERTO RENDO, ex jugador argentino, recordando aquella tarde histórica del 31/08/69 en la Bombonera en donde la Selección Argentina queda eliminada del Mundial de 1970 ante su similar de Perú)

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No tenemos nada que aprender de esta gente.

(ALF RAMSEY [1920-1999], ex seleccionador inglés, tras perder ante Brasil en el Mundial de México en 1970)

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Pocos jugadores sabían abrir espacios como lo hacía Tostao.

(DIDÍ, ex jugador y entrenador brasileño, opinando sobre el Campeón Mundial en México 1970)

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La Copa del Mundo de 1970, organizada por México, tuvo varias novedades reglamentarias.
Una de las mencionadas, fue que se permitió la sustitución de jugadores durante los partidos: 2 cambios por equipo. Y así, los estadígrafos dejaron señalados que el primer cambio de los mundiales se produjo en el cotejo disputado en el estadio Azteca, el 31 de Mayo de 1970, entre México y la Unión Soviética, que terminó igualado sin goles.
Fue una sustitución en el equipo soviético, cuando en el segundo tiempo ingresó Puzach por Serebrianikov, apellidos que dicen poco pero que quedaron en la historia.
Pero además, fue el mundial en que los árbitros utilizaron por vez primera las tarjetas (amarilla para amonestación y roja para expulsión) evitando contratiempos, como el sucedido en el certamen anterior (Inglaterra '66) que tuvo como protagonista a nuestro Antonio Rattín, en el partido disputado en Wembley, entre la Argentina y el local.
Fue debido al incomprensible entredicho entre nuestro mediocampista y el árbitro germano Rudolf Kreitlein, uno hablando castellano y el otro alemán.
Rattín le hizo un reclamo al juez y éste, sin comprenderlo, igualmente lo expulsó del campo de juego, aduciendo que lo había insultado, favoreciendo enormemente a Inglaterra que, finalmente, ganó por 1 a 0.
Rattín, tras solicitar un intérprete, se demoró en salir de la cancha. Nadie entendía lo acontecido y entonces la FIFA dispuso que en México 70 el idioma común fuese el de las tarjetas.

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En La Bombonera, cuando Argentina le ganó a Bolivia y empató con Perú debí ejecutar dos penales casi calcados. Yo daba un paso y miraba de reojo a los arqueros; llegaba a la pelota y le daba fuerte, al palo opuesto al movimiento de ellos. Los arqueros me habían estudiado y ninguno se movía. Entonces, di dos pasos y en el último cambié la decisión, pegándole fuerte a media altura. Los dos remates, con diferencia de una semana y con 60.000 almas empujando, al final entraron. Pero no alcanzó y quedamos fuera de México 70.

(JOSÉ RAFAEL ALBRECHT, ex internacional argentino, recordando la eliminación albiceleste de la cita mundialista de México ’70)

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Fue el mejor equipo que he visto. No era el más competitivo, pero jugaba mejor que el de México 70.

(SÓCRATES, centrocampista brasileño, refiriéndose al Brasil de 1982, equipo que él integró)

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Sólo hay tres cosas que se mantienen suspendidas en el aire: los picaflores, los helicópteros y Dadá Maravilha.


(DADÁ, ex futbolista brasileño, Campeón del Mundo en 1970 con la "canarinha")

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Yo pensé: Él está hecho de carne y hueso, como yo. Yo estaba equivocado.

(TARCISO BURNIGCH, defensor italiano encargado de marcar a Pelé durante la Copa del Mundo de 1970)

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Pueden preparar el champagne.


(SANDRO MAZZOLLA, jugador italiano, en declaraciones a la prensa de su país días antes de la final contra Brasil en México 70)

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Parecia un helicóptero en su mágica capacidad de permanecer en el aire el tiempo que quisiese.

(GIACINTO FACHETTI, defensor italiano, manifestándose sobre Pelé en la final de México 70)

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Aguantamos 60 minutos y después nos trituraron.

(SANDRO MAZZOLLA, ex jugador italiano, dando su punto de vista, años después, de la final de México 1970)

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Todavía me pregunto cómo en aquella selección de ustedes faltaron algunos muchachos de calidad indiscutida. Por ejemplo: Pastoriza, Daniel Onega y Mas. ¿O en ese entonces no eran buenos?
¿Por qué los eliminamos en la cancha de Boca? Porque hacía más de un año que vivíamos pensando en las eliminatorias y nada más que en las eliminatorias; porque nuestro equipo era realmente bueno y porque tuvimos a la Virgen de Santa Rosa encima de todos nosotros; fundamentalmente para marcarles el segundo gol, un minuto después del empate que a ustedes les había costado muchísimos padecimientos...


(ROBERTO CARLOS CHALLE, "El niño terrible del fútbol peruano", rememorando en revista "El Gráfico" Nº 2719 del 16/11/71, la eliminación Argentina en la Bombonera para el Mundial de México 1970 a manos de la Selección de Perú)

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Abril, en Rio, en 1970 (Rubem Fonseca - Brasil)



Todo empezó cuando el tipo que se sentó cerca de mí en el pasto dijo, mirá lo que es la escupida de Gerson. En el momento no le di importancia, me había costado un huevo llegar hasta allá, pero mi cabeza estaba en el partido del domingo y yo no relacionaba las cosas unas con otras. Al partido del domingo iba a ir Jair da Rosa Pinto, técnico del Madureira, que ya fue crack de la selección, y una cosa aquí dentro me decía, Zé, va a ser la oportunidad de tu vida. Yo le dije a mi chica, que era dactilógrafa de la empresa, no sigo de cadete ni un mes más, también le dije que Jair da Rosa Pinto me iba a ver el domingo, pero las mujeres son bichos raros, ni me dio bola. Soltame, dejame que te cuente.
Me levanté de la cama, le expliqué, pucha, si juego bien y Jair da Rosa Pinto me lleva al Madureira, estoy hecho, nadie me para, pero él la me tiró de nuevo a la cama y fue aquella locura, mi chica es un fuego. El tipo se llamaba Braguinha. Mirá la escupida de Gerson, dijo, en el segundo tiempo del entrenamiento. Braguinha había llegado en el entretiempo, todo el mundo lo conocía; decían, ¿eh Braguinha, qué te parece? y él respondía, ¡vamos a reventar a los gringos!. Yo meneaba la cabeza y le sonreía asintiendo. Estaba queriendo hacerme amigo, yo era un colado y no quería que me echaran, mirándome nomás los tipos se daban cuenta de que mi lugar era otro, ni como reportero podía pasar.
Me quedé observando a Gerson. El jugador de fútbol vive escupiendo. Pasó cerca, dio uno de esos tiros de treinta metros y escupió. ¿Viste? Limpio, transparente, cristalino. ¿Sabes lo que es eso?, preguntó Braguinha. Me quedé en la duda, ¿estaría cargando a Gerson? Por ahí está lleno de flacos que no se lo bancan, ¿qué iba a decir? Me quedé callado, asentí con la cabeza y el mismo Braguinha respondió, preparación física, pibe, preparación física, para escupir así el tipo tiene que estar diez puntos. Vamos a reventar a los gringos.
Braguinha me contó que ellos entrenaban todos los días y que no veían a mujeres, ni siquiera a las propias; nada de ir a lo de Rose, Jairzinho no pone ni el pie en la Mangueira, Paulo César ni pasa por la puerta del Lebató, los tipos están haciendo las cosas en serio. Mujer, ni siquiera la madre. Yo ya había oído hablar de esa historia de que las mujeres acaban con un tipo y nunca la creí, pero aquel día, no sé por qué, empecé a pensar que la cosa era así y le pregunté a Braguinha, ¿usted es médico? y él respondió, no, no soy médico pero estoy en la cosa, ya vi arruinarse la carrera de pibes de 18 años por culpa de una mujer. Pucha, 18 años es mi edad. Ves la escupida de Tostao, está medio jodido, ese problema en el ojo, estuvo parado seis meses, mira nomás la escupida de él. Tostao pasó cerca y escupió una bolita de goma blanca. Parece merengue, dijo Braguinha, él está en un treinta por ciento, pero cuando esté a punto va a escupir un chorrito de agua filtrada igual al zurdito de oro. Era así como lo llamaban a Gerson. Cuando el entrenamiento terminó los cogotudos rodearon a los jugadores. Era un lugar bacán, para jugar polo, ese juego que el tipo monta en un caballo y se la pasa dando tacazos a una pelotita. Tenía un césped que nunca terminaba y unas mujeres diferentes de la Nely, mi chica. No digo que Nely sea para tirar a la basura, pero aquellas mujeres eran diferentes, creo que eran las ropas, la manera de hablar, de caminar, hasta me olvidé de los jugadores, nunca había visto mujeres iguales. Creo que ellas no andaban por las calles de la ciudad, andaban a caballo ahí, escondidas, sólo los bacanes las veían. Eso sí que era vida, me quedé mirando la piscina, el césped, los mozos llevando bebidas y bocaditos de acá para allá, todo tranquilo, todo limpito, todo lindo. No eran las ropas, era el cabello, el olor, esa era la diferencia entre Nely y las chicas que andaban a caballo, pensé mientras iba por la ruta haciendo ejercicio, corriendo hasta la parada del colectivo de Rocinha; era el cabello y el olor, y las ropas, la pucha, quería tener una mujer así, pero para que un tipo pudiera tener una mujer de aquellas, tenía que ser como mínimo de la selección. Yo tenía que comerme la pelota el domingo, del Madureira a la selección, pelota para Zezinho, y ¡goool! La multitud gritaba dentro de mi cabeza.
Nely vivía en un departamento de dos ambientes en la playa de Botafogo, con una compañera que sabía de nuestro asunto, una chica medio jorobada que se llamaba Margarida, muy buenita; cuando yo iba a dormir con la Nely, ella se iba a dormir al living, se acostaba en el sofá y fingía no oír los gemidos que provenían del dormitorio. Ya no te gusto más, dijo Nely, hago unos fideos, comés y ahora querés tomártelas diciendo que te vas a casa a dormir. ¿Qué historia es esa? ¿Crees que soy boba? No le quería decir que estaba pensando en la escupida de Gerson, pensando en el partido del domingo, y le dije que no me estoy sintiendo bien, creo que estoy enfermo, ni sé si voy a poder jugar mañana.
¿No te estás sintiendo bien, gritó Nely, y te comiste dos kilos de fideos? ¿Vos pensás que soy idiota? Creo que fueron los fideos, me llenaron demasiado. ¿Te llenaron demasiado? Tonto, ¿entonces por qué estás comiendo ese pan?, preguntó Nely. Yo ni me había dado cuenta que estaba comiendo pan, estaba realmente con la cabeza en otro lugar. Nely la miró a Margarida que había cenado con nosotros, y le preguntó, ¿Margarida, vos pensás que alguien puede creer en lo que está diciendo? No sé, dijo Margarida, saliendo apurada de la mesa. Vos te vas a encontrar con otra mujer, dijo Nely. Su cara huesuda, sus labios gruesos me fueron dando ganas, me quedé en esa disyuntiva, hasta di un paso para acercarme a ella, pero pensé en la escupida de Gerson, el chorro transparente entre los dientes, y dije, me gustás, querida, pero a ver si me entendés, hoy no, a ver si me entendés, hoy no, mañana en la noche, te juro por mi madre que no voy a encontrarme con ninguna mujer. ¡Si no tenés madre!, gritó Nely, haciendo pedazos un plato en el piso.
Era verdad, yo no tema madre, no conocí a mi madre, pero sólo juraba por la madre y Nely lo sabía. Era una costumbre.
Te voy a decir la verdad, no estoy enfermo, pero mañana Jair da Rosa Pinto, del Madureira, va ver el partido, si juego bien, me lleva para hacer una prueba, tengo que estar en forma, a ver si entendés, dije.
¡Mentiroso, te vas a encontrar con otra mujer!
No, te lo juro por mí... palabra de honor, un tipo me dijo ayer, un tipo que está en la cosa, que el atleta no puede andar con mujeres la víspera del partido. Tuve ganas de decir más, con una igual a vos entonces ni que hablar, vos me dejas de cama, toda la noche, sin parar, pero tuve miedo de que rompiese otro plato en mi cabeza. Fui yendo en dirección a la puerta, Nely me abrazó, me desprendí del abrazo, no puedo, hoy no puedo, mañana a la noche vengo.
Si te vas, no hace falta que vuelvas nunca más, exclamó Nely enfurecida. Cuando me vio abrir la puerta de calle gritó, ¡anda, mentiroso, flojo, debilucho, ignorante, don nadie!
Me fui, disgustado. Llegué a la pensión, me acosté, me quedé un montón de tiempo enrollado con la discusión que había tenido con ella. No me molestaba que me llamasen mentiroso, ni flojo, las pelotas, después de todo lo que hice con ella era gracioso que me llamase flojo, dudo que consiguiese otro con más disposición que yo, pero que me dijera ignorante, don nadie, eso dolió. Sólo porque fuera dactilógrafa y tuviera el secundario no tenía derecho a decir eso de mí, y o era huérfano, mi mamá murió cuando yo nací, mi papá era pobre, se murió poco tiempo después, dejándome en la mala, sólo podía terminar como cadete, ignorante, don nadie. ¿Qué quería que fuese? Mi tristeza sólo se fue cuando me acordé que Clodoaldo también era huérfano y debe haber pasado por las mismas cosas que pasé yo.
Me quedé un montón de tiempo despierto, sin poder imaginarme cosas lindas, pensando en la oportunidad, pero sin lograr imaginarme la cosa pasando, las jugadas sensacionales, la gente gritando el gol. Si me llamaran, yo entrenaba en cualquier equipo, de Río, Belo Horizonte, aceptaba el interior de Sao Paulo, Bahía, cualquier lugar; quería una oportunidad. La única vez que entrené en un equipo profesional fue en Sao Cristovâo, en un día de lluvia, la cancha estaba hecha un barrial. ¿Dónde se vio un volante defensivo que rindiera en el barro? Jugué diez minutos, diez minutos, había un montón de flacos esperando su turno en la cola, nada más que para el medio campo, todos con la misma angustia que yo. Después del entrenamiento le pregunté al hombre si quería que volviese y él dijo con toda calma, no gracias, sin importarle mi sufrimiento, cagándose en mí.
Me pasé la mañana del domingo en la cama. Almorcé a las 11, bife, arroz, ensalada de lechuga y tomate, igual que la selección en día de partido. Sólo faltaban los champignones. Puse el uniforme en un bolso de plástico, botines, pantalón blanco, camisa azul, medias blancas, tomé el colectivo, salté en la Estación Central, tomé el tren.
Don Tiâo, nuestro técnico, ya estaba en la cancha. También había un montón de personas esperando que empezara el partido. Fui al vestuario a cambiarme de ropa. Don Tiâo nos reunió para decirnos como quería que jugase el equipo. Pregunté, ¿ya llegó Jair da Rosa Pinto, del Madureira? Don Tiâo respondió, ¿el Yaya de la Barra Mansa? no sé, no lo vi. Mira, cuando vos vayas, Tiago se queda, Gabiru viene a buscar el juego, ayudar en el medio campo. Otra cosa, cuidado con el artillero de ellos, un tal Jeová. Si es necesario, denle duro. Cuando salimos del vestuario la cancha estaba toda cercada de gente, de pie, porque tribuna no había. Traté de ver a Jair da Rosa Pinto, no pude, debía estar por ahí, observándome. Sentí un frío en el estómago. Empecé a saltar, calentando el cuerpo, sintiendo el cuerpo, sintiendo los músculos debajo de la piel, salté, el frío en el estómago se fue, que cosa linda sentir los músculos debajo de la piel. Ellos ganaron el sorteo, eligieron el campo. Pirulito puso en juego la pelota, tocándola para atrás para mí, la enganché de curva para Gabiru en la punta, pero la pelota fue al pie del adversario. Corrí para ver si recuperaba la jugada. Mientras hacían rodeos sobre mí pensaba, mierda, empecé mal, ahora estoy como un bobo en la cancha, ni sé lo que estoy haciendo.
El primer tiempo fue de amargar. Empecé a darle duro a Jeová. Después de que pasó dos veces por mí decidí apelar, iba derecho a su pie de apoyo. Me estaba poniendo nervioso, le grité a Tiâo, a ver si retrocedes también, mierda. El tipo sólo quería quedarse en el medio campo, jugando de armador, mientras que nosotros nos jodiamos allá atrás. Un minuto antes del entretiempo le di otro palo a Jeová. El se levantó, me miró y dijo, ¿qué pasa, loco? Los dos escupimos al mismo tiempo, mi escupida salió finita, pero la de él, hijo de puta, salió todavía más fina. Yo escupí carraspeando y soplando la saliva con fuerza para afuera, mientras que él, pibe canchero, ni siquiera abrió la boca, con un ruidito de pedo la saliva brotó de sus labios cerrados.
En el vestuario Don Tiâo me dijo, Zé tenés que esforzarte más en los pases. Yo dije, yo me encargo. De repente di un suspiro, estaba sintiendo una cosa rara. Dije desanimado, ¿no sería bueno que nos cambiemos de vez en cuando con Tiago? Don Tiâo se rascó la cabeza, no sé, me parece mejor que sigas plantado en la entrada del área, la táctica que funciona no se cambia.
Puse una toalla sobre el banco y me acosté. No quise pensar en nada, no tenía ganas de imaginar las cosas buenas que todavía iban a pasar, un día. Me quedé callado. Sólo abrí la boca para preguntar, ¿alguien vio a Jair da Rosa Pinto por ahí? Nadie lo había visto. El sol seguía fuerte en el segundo tiempo. De salida, el puntero izquierdo de ellos fue hasta la línea de fondo, levantó al centro, Jeová saltó más que todo el mundo, dio un cabezazo tan fuerte que nuestro arquero ni siquiera vio por donde dónde entró la pelota. Jeová salió dando puñetazos en el aire, de la forma que inventó Pelé. Vamos a dar vuelta el resultado, muchachos, dije a mis compañeros, poniéndome la pelota debajo del brazo y corriendo para el medio campo, para dar la salida, igual que Didí en el final del mundial del sesenta y dos. No lo dimos vuelta. Fueron ellos los que hicieron otros goles, hicieron dos tiros de taquito, dominaron durante todo el segundo tiempo. De tanto correr quedé hecho pomada, la boca seca, no me atrevía a escupir para ver la bola de merengue.
Cuando terminó el partido, todavía en la cancha, Don Tiâo me dijo, la cabeza alta, Zé, le pasa a todo el mundo, hay días en que todo sale mal, es así, qué se le va a hacer. Yo estaba tan empelotado que sólo en ese momento me di cuenta que mi juego había sido una mierda, no había hecho otra cosa que correr dentro de la cancha como un imbécil. Vi, de espaldas, a Jeová conversando con un tipo. No podía ver quién era. Pensé, capaz que es Jair da Rosa Pinto, invitándolo para entrenar en el Madureira. Me sentí tan infeliz que no me atreví a mirar, a saber si era o no era. Corrí al vestuario.
Fui el último en salir. Empezaba a oscurecer. En la sombra de la tarde la cancha parecía todavía más fea. Yo estaba solo, todos se habían ido. Empecé a caminar, pasé por una montaña de basura, tuve ganas de tirar ahí mi uniforme. Pero no lo tiré. Apreté el bolso contra el pecho, sentí los tapones de los botines y me fui caminando así, lentamente, sin querer volver, sin saber adónde ir.

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La Guerra del Fútbol


Un partido de fútbol es a veces fuente de polémicas, de discusiones e incluso de enconadas rivalidades y larvados rencores. Pero nunca como en 1969 estuvo tan cerca de ser origen de una guerra.
Se disputaban, en la primavera de aquel año, los encuentros de la fase previa de la Copa del Mundo de 1970 entre las selecciones de El Salvador y Honduras. En el choque de ida triunfó el cuadro hondureño por 1-0, y en el de vuelta lo hizo El Salvador por 3-0. Como sólo contaban los puntos y no el gol haverage, fue necesario un choque de desempate que se jugó en el Estadio Azteca de Ciudad de México. Ganó El Salvador tras una tensa prórroga por 3-2, lo que le valió pasar a la ronda siguiente del torneo en la que se enfrentó a Haití, cuya selección fue, en definitiva, la que asistió a la fase final de la competición de 1970.
Pero vayamos por partes. El partido Honduras-El Salvador se desenvolvió en un clima apasionado y hostil, aunque sin nada que permitiera augurar lo que iba a seguir. Porque el encuentro de vuelta se desenvolvió en un ambiente lleno de incidencias, a causa de la exaltada actitud de los "fans" salvadoreños. El resultado de esa exaltación fue casi alucinante. Un mal entendido espíritu patriótico encendió la mecha de una escalada de violencias. De las palabras y las acusaciones se pasó a los hechos. El furor popular provocó la ruptura de las relaciones diplomáticas entre los dos países. Más de 50.000 personas resultaron víctimas de un conflicto cargado de tensiones y oscuros intereses. El Salvador llamó a filas a los reservistas del ejército y declaró el estado de emergencia. Honduras guarneció su frontera con todas las fuerzas disponibles. La guerra, en nombre -aparentemente al menos- de un partido de fútbol, pareció inevitable.
Este episodio, sobre el cual se centraron las miradas de un mundo absorto e incrédulo, pasó a la historia como la "guerra del fútbol" ó la “guerra de las 100 horas”. Los ministros de Asuntos Exteriores de Costa Rica, Guatemala y Nicaragua (miembros del llamado Mercado Común Centroamericano) realizaron gestiones urgentes y desesperadas para evitar el conflicto que se daba como inevitable. Mientras ellos hablaban con sus colegas en Tegucigalpa y San Salvador, los acontecimientos se precipitaban. Unos 11.700 ciudadanos salvadoreños que vivían en Honduras huyeron del territorio a causa de la violenta persecución desencadenada contra ellos por los "ultras". Fue una huida dramática. El Gobierno de El Salvador acusó al de Honduras de no haber hecho nada para impedir la opresión, violación y expulsión en masa de miles de personas. En vista de ello, El Salvador anunció oficialmente "que carece de sentido el mantenimiento de relaciones diplomáticas entre ambos Estados". Por otra parte, en Tegucigalpa se desmintieron las acusaciones contrarias y se manifestó la mayor sorpresa por el paso diplomático tan radical adoptado por El Salvador; pero no se encontró ninguna respuesta adecuada y se anunció también la ruptura de relaciones. Las comisiones neutrales ofrecieron sus buenos oficios. No se comprobó la acusación salvadoreña de genocidio, y se estimó que la huida masiva a través de la frontera entre ambas naciones había sido motivada por causas injustificadas. Afortunadamente la tensión fue cediendo. Hubo mutuas explicaciones, las posturas fuertes se suavizaron, se restablecieron las relaciones, y precisamente el fútbol, inicio falso de un conflicto en el que estaban envueltas otras motivaciones de tipo político, se convirtió en puente de reconciliación. "El deporte debe unir a los pueblos en lugar de provocar incidentes tan lamentables", explicó un directivo del Comité Olímpico de Honduras.
El Salvador presentó sus excusas. Se olvidó lo ocurrido. Los incidentes, los momentos de angustia de la selección hondureña en San Salvador, donde tuvo que ser protegida por la Guardia Nacional para impedir que fuese agredida y linchada por las masas enfurecidas, la movilización armada, los insultos, las acusaciones, el dramático éxodo de los refugiados... todo volvió a la calma y El Salvador y Honduras se enfrentaron en el decisivo choque de desempate en Ciudad de México. Era un encuentro explosivo, que muchos calificaron de "mortal", pero que transcurrió sin incidentes de relieve. Para que no faltase nada en la confrontación, el tiempo reglamentario terminó con empate a dos goles. Y hubo que apelar a una prórroga para que Rodríguez, extremo izquierda de El Salvador, obtuviese el gol de la victoria. Fue el delirio entre los miles de salvadoreños que asistieron al lance y la decepción entre los miles de hondureños que, cargados de banderas e ilusiones, estaban también en los graderíos. Pero unos y otros observaron una magnífica conducta, y en ningún momento la policía mexicana, reforzada considerablemente, tuvo que intervenir. Tampoco en el campo las acciones sobrepasaron los límites permisibles en un encuentro donde tanto estaba en juego. Ni siquiera cuando a los 30 minutos del segundo período tuvo que ser retirado en camilla el hondureño Enrique Cardona, víctima de una entrada excesivamente brusca de un contrario.


90 minutos, 100 horas

Aunque todavía se la recuerde como "La guerra del fútbol", tanto los países que la protagonizaron como muchos analistas políticos prefieren llamarla "La guerra de las cien horas", en alusión al lapso que duraron los enfrentamientos. También es un intento de quitarle frivolidad a una cuestión que, si bien detonó luego de un partido de fútbol, tenía raíces más profundas.
Los latifundistas controlaban la mayor parte de la tierra cultivable en El Salvador. Esto llevó a la emigración constante de campesinos pobres a regiones de Honduras cercanas a la frontera con El Salvador. En 1969, Honduras decidió redistribuir la tierra a campesinos hondureños, para lo cual expulsaron a los campesinos salvadoreños que habían vivido ahí durante varias generaciones. Esto generó una persecución de salvadoreños en Honduras y un "regreso" masivo de campesinos a El Salvador. Esta escalada de tensión fue aprovechada por los gobiernos de ambos países para orientar la atención de sus poblaciones hacia afuera, en vez de los conflictos políticos internos de cada país. Los medios de comunicación de ambos países jugaron un rol importante, alentando el odio entre hondureños y salvadoreños. Los conservadores en el poder en El Salvador temían que más campesinos implicarían más presiones a redistribuir la tierra en El Salvador, razón por la cual decidieron intervenir militarmente en Honduras.
El 14 de Julio de 1969, el ejército salvadoreño lanzó un ataque contra Honduras y consiguió acercarse a la capital hondureña Tegucigalpa. La Organización de Estados Americanos negoció un alto el fuego que entró en vigor el 20 de Julio. Las tropas salvadoreñas se retiraron a principios de Agosto.
Al final de la guerra, los ejércitos de ambos países encontraron un pretexto para rearmarse y el Mercado Común Centroamericano quedó en ruinas. Bajo las reglas de dicho mercado, la economía salvadoreña (que era la más industrializada en Centroamérica), estaba ganando mucho terreno en relación a la economía hondureña.
Las dos naciones firmaron el Tratado General de Paz en Lima, Perú el 30 de Octubre de 1980 por el cual la disputa fronteriza se resolvería en la Corte Internacional de Justicia.
El conflicto, por otra parte, fue un tema de difícil tratamiento en los dos países. Además de la actitud agresiva de El Salvador hacia su vecino, la guerra puso en evidencia problemas internos en Honduras. Por ejemplo, las ineficaces armas empleadas en la guerra databan de la época de la Segunda Guerra Mundial, y se reveló que el país no contaba con una cartografía adecuada. A partir de allí, los hondureños comenzaron a reclamar cambios políticos. Tal vez, algo así como el recordado "efecto Malvinas" en Argentina.


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¡¡No nos ganan por mi madrecita, no nos ganan!!

(AUGUSTO FERRANDO, relator y periodista peruano, en 1969 cuando la Selección de Perú empata 2 a 2 con Argentina en la Bombonera y clasifica al Mundial de México 70, eliminando de esa manera a la selección albiceleste)

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