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El primer régimen que instrumentalizó el fútbol fue el fascismo de Benito Mussolini. Mussolini fue el primero en considerar a los jugadores del equipo de Italia como soldados al servicio de la causa nacional.

IGNACIO RAMONET, periodista español, ex director de “Le Monde Diplomatique”)

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El italiano, que se sentía deprimido antes del advenimiento del fascismo, se siente ahora orgulloso de su propia raza. Es ese ejemplo el que debe guiar a los deportistas brasileños.

(GETÚLIO VARGAS, presidente de la República Federativa del Brasil, arengando a la delegación brasileña, finalizada la Copa del Mundo de 1934 que obtuvo la selección 'azzurra')

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Gloria maldita (José Antonio Fernández - España)


El estadio quedó vacío tras el partido, aunque los focos aún iluminaban el césped. Meditabundo, Oldrych Nejedly contemplaba el escenario con las manos en los bolsillos del pantalón, con ese mal sabor de boca que imprime la derrota; para él era aun peor, había fallado una pena máxima en el último suspiro del encuentro.

Todos confiaban en él; sin embargo erró el disparo y la luz se convirtió en tinieblas, ése es el precio que tiene pagar el lanzador, que en las botas tiene por un momento la gloria y el fracaso, en un segundo que parece eterno.

Italia, 1934. Llegó con la esperanza de ganar el campeonato, como todos, pero su equipo comenzó a ganarse el respeto de los demás en el primer partido cuando ganaron a Rumanía por 2 goles a 1, marcados por él mismo y por su compañero Puc.

Así comenzó Checoslovaquia su andadura por el mundial de ese año, pero además del poder futbolístico de los azzurri tendrían en contra el poder del Duce. Mussolini, amén de organizar el torneo superando obstáculos burocráticos de forma polémica, quería ganarlo a toda costa, por lo que utilizó todo ese poder.

Mientras tanto el equipo checoslovaco seguía avanzando y se encontraba ya en cuartos de final. Enfrentándose a Suiza y venciendo por 3 goles a 2 pasaron a la siguiente ronda donde les esperaba Alemania. En ese momento pensó Nejedly que el sueño había llegado a su fin, pues era de esperar que los alemanes ganaran el partido, pero su espíritu era fuerte y no se dio por vencido, al igual que sus compañeros, la gran final estaba ahí, a la vuelta de la esquina, el sueño de todo jugador: abrazar la gloria por un momento, escribir una página en la historia.

Nejedly lo sabía, infundió ánimos a su equipo y Alemania sucumbió; tres goles suyos catapultaron a su equipo a la gran final, el momento soñado. Y llegó el gran día, sólo tenían que salvar un escollo más y el trofeo más preciado sería para ellos, pero se enfrentaban al país anfitrión: Italia. Combi, Alemandi, Bertolini, Meazza, Orsi... la squadra azzurra.

En el Olímpico de Roma no cabía un alfiler. Mussolini presidía el encuentro como un emperador romano que espera en el Coliseo la salida de los gladiadores para levantar o bajar el pulgar según le plazca.

Mientras, en el vestuario, el seleccionador checo se sube en uno de los bancos y se dirige a los jugadores. Parece que les va a dar las órdenes pertinentes e infundirles ánimo para ganar el encuentro, pero no, se saca un papel del bolsillo y lo lee. Abatidos, algunos lloran, otros se sientan cabizbajos, pero deben salir al terreno y afrontar el partido.

Nejedly mira alrededor cuando salta al terreno, el ruido es ensordecedor, una banda de música se prepara, los equipos se sitúan y suenan los himnos. Cuando suena el de Italia la multitud lo entona al unísono y estalla en un clamor cuando éste acaba. El partido comienza, los checos no parecen los mismos de encuentros anteriores; Nejedly pierde el balón con facilidad y falla ocasiones inexplicablemente.

A pocos minutos del final, Puc marca para Checoslovaquia pero extrañamente apenas lo celebran, el Olímpico de Roma enmudece, los jugadores se miran unos a otros, se reanuda el juego y en poco tiempo marca Orsi para Italia y poco después Schiavio, en una gran jugada, le da la vuelta al marcador.

Pero a un minuto del final Nejedly se interna en el área y Allemandi le derriba, el árbitro decreta pena máxima. El estadio vuelve a enmudecer. Nejedly coloca el balón en el punto de penalti, mira detenidamente al portero; luego gira la cabeza y contempla la tribuna donde Mussolini aguanta la respiración debajo de su rostro pétreo -en realidad parece que todo el mundo aguanta la respiración-.

Vuelve a mirar a la portería, toma carrerilla y lanza: el balón roza el poste izquierdo y sale por la línea de fondo. El Olímpico vuelve a estallar, Mussolini se levanta como un resorte, el árbitro pita el final del partido y todo es un clamor. Italia es campeón del mundo.

Cincuenta años más tarde, Nejedly, sentado en un butacón de su casa el día de Navidad, el día de su cumpleaños, observa el recorte de periódico donde puede verse su foto después del partido mirando hacia la portería donde erró el penalti, cabizbajo, con las manos en los bolsillos. Extrajo un papel semiarrugado del interior de un libro y volvió a leerlo:

“Les recuerdo con esta misiva que si ganan este partido, los jugadores de la selección italiana serán fusilados al amanecer dentro del terreno de juego.

Benito Mussolini

Ese mismo año el escritor checo Milan Kundera publica su obra “La insoportable levedad del ser”. En ese libro Nejedly guardaba el papel entre unas páginas donde había subrayado este texto: “La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes”.

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Vittorio Pozzo se encontró al frente de la selección sin ser ni un entrenador de profesión ni un alto cargo del deporte, sino simplemente un piamontés ciegamente convencido de las virtudes de su tierra; un hombre para quien la palabra sagrada era "trabajo".
Era oficial de los Alpini (Cazadores de Montaña) en pleno régimen fascista. Le gustaba que los trenes llegaran en punto, pero no soportaba los actos de violencia armada.


(GIORGIO BOCCA, escritor italiano, recordando al entrenador de la ‘azzurra’ entre 1928 y 1948 y con la cual ganó dos Copas del Mundo)

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La final con prórroga

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La final del Campeonato Mundial de fútbol de 1934 fue la primera que necesitó de una prórroga para designar al nuevo campeón. A partir de entonces, este hecho se produciría más de una vez, pero pocas finales han sido tan duramente disputadas como la que sostuvieron Italia y Checoslovaquia el 10 de Junio de 1934. En aquella jornada se abatía sobre Roma una ola de calor que llevó los termómetros a temperaturas superiores a los 30 grados. Con todo, el ambiente era, si se permite la expresión, mucho más "caliente" todavía.

Cabe recordar que en 1934 Italia vivía aún la etapa expansiva de su nacionalismo, fomentado por el Gobierno fascista de Mussolini, que seguía alimentando sueños imperiales. Toda forma de afirmación -política, social, etc.- era explotada por el Gobierno, y el deporte no podía ser una excepción. Mussolini había seguido personalmente el desarrollo de aquel campeonato, organizado con gran fasto y solemnidad. La victoria de Italia, de la legendaria squadra azzurra, debía ser el lógico colofón apoteósico de la celebración.

El camino a la final no resultó sencillo: después de arrollar a los modestos amateurs norteamericanos por 7-1, Italia se enfrentó en cuartos de final a España, a la que venció por el tanteo mínimo de 1-0 en el partido de desempate, ya que en el primero se había empatado a un gol. Gianni Brera, el gran periodista italiano, no tuvo inconveniente en reconocer años más tarde la ilegalidad del gol italiano que obligó al desempate: "El empate se produjo casi al término del tiempo reglamentario: lo marcó Ferrari, mientras Schiavio sujetaba a Zamora y el arbitro fingió no verlo". Siete jugadores lesionados en el bando español y cuatro en el italiano no pudieron participar en el desempate, donde los italianos ganaron merced a un gol de Meazza a los 12 minutos de juego y se dedicaron a defender ardorosamente su exigua ventaja.

En la semifinal, dos días después, Italia ganó de forma similar con un gol del argentino nacionalizado Guaita a los 18 minutos; a partir de aquí, cerrada defensa y victoria por el mínimo tanteo. Con anterioridad, Checoslovaquia había vencido a Alemania por 3-1, impidiendo así la final Italia-Alemania soñada por Mussolini y Hitler.

Mussolini estaba, aquel 10 de Junio, en el palco de honor. Lo peor había pasado, pues se creía que Checoslovaquia no sería enemigo de consideración en la final, a pesar de contar en la portería con el famoso Planicka, un portero excepcional. Pero los checos no querían ser víctimas propiciatorias: con su típico juego lento y pausado, tejieron una "tela de araña" en el centro del campo, que envolvió a los italianos, los cuales, agotados por el esfuerzo de los días precedentes, se veían incapaces de imponer su propio ritmo de juego, mucho más vivo y dinámico.

Un silencio sepulcral se produjo en el estadio cuando, a los 26 minutos de la segunda parte, los checos se adelantaron en el marcador gracias a un error del guardameta italiano, que se lanzó tarde y mal a atajar un disparo, sin aparente peligro, del extremo Puc. A los 32 minutos, un disparo del delantero centro checo dio en el poste. Fue la jugada decisiva: el balón rebotado lo recogió un jugador italiano, que lanzó en profundidad a Orsi, otro ítalo-argentino nacionalizado, el cual alojó el balón en las redes. De un posible 2-0 para Checoslovaquia, a diez minutos del final, se había pasado al empate a uno.

En la prórroga, y a pesar de su agotamiento, los italianos sacaron fuerzas de flaqueza, y Schiavio, en el minuto cinco, marcó el gol de la victoria. El jugador sufrió un desvanecimiento a causa de la fatiga y de la emoción. Tras el encuentro, Mussolini saludó personalmente a los jugadores, y el seleccionador italiano Vittorio Pozzo manifestó que "las razones de la victoria italiana se encuentran en la atmósfera creada por el fascismo alrededor de todo el equipo".

El fútbol italiano iniciaba así una etapa de gloria, que le llevaría a revalidar su título mundial cuatro años después, siempre a las órdenes de Vittorio Pozzo. Este extraordinario preparador se retiró en 1948, cuando el equipo olímpico italiano fue batido por Dinamarca por 5-3. Su palmarés incluía 60 victorias, 16 empates y sólo 13 derrotas; Pozzo, sospechoso de haber colaborado generosamente con el fascismo, fue despedido sin homenajes de ningún tipo y con el único regalo de un pequeño apartamento en Roma, a unos centenares de metros del estadio donde su selección había conquistado su primera Copa del Mundo.

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Roma, Italia, año 1934. Despacho del entonces presidente Benito Mussolini, padre del fascismo mundial. El mandatario, feliz porque su nación iba a ser la sede del II Campeonato Mundial de Fútbol, pidió entrevistarse con Vittorio Pozzo, director técnico de la selección italiana.

- Señor Pozzo, terminada la ceremonia inaugural de la Copa del Mundo se hará un desfile militar. Sucede que quiero saludar al pueblo, y sucede también que los jugadores y usted tendrán que hacer presencia en el mismo.

- Presidente, me parece buena idea lo del desfile, pero mis muchachos no podrán asistir. Eso los podría desconcentrar.

- Vamos, señor Pozzo, es una simpleza. Además, yo quiero que usted y el resto del equipo participen del desfile.

- Pero a usted también le gustaría que Italia consiga el título mundial y esas dos situaciones se contraponen.

- Señor Pozzo, seré más concreto. Asuma que la presencia suya junto a la de la selección, es una orden mía.

- En ese caso no tenga ninguna duda, presidente. Ellos estarán, pero sin mí. Yo solamente dirijo lo que puedo controlar.

- Está bien, señor don Vittorio. Tiene usted razón. Si va a desconcentrar al equipo no asistan al desfile, pero Dios le ayude si Italia no gana la Copa del Mundo.

Y con esa Espada de Damocles sobre su cabeza, Vittorio Pozzo, director técnico de la selección italiana de fútbol a la II Copa del Mundo, encaró el compromiso, ganó el evento, y salvó su vida.
Vittorio Pozzo, 4 años más tarde, en 1938, también dirigió el equipo ‘azzurri’ a la tercera Copa del Mundo que se celebró en Francia y también ganó. En la ocasión Italia se convirtió en el primer país que gana en 2 Campeonatos del Mundo de manera consecutiva, Brasil ganó en 1958 y 1962, pero la única que lo hace con un mismo Director Técnico.

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Antes de la final del Mundial de 1930, el delantero argentino Luis Monti, (foto) había recibido innumerables amenazas anónimas contra él y su familia. De urgencia mandan a llamar a Bidegain y Larrandart, dos de los dirigentes de mayor peso del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, institución donde jugaba Monti.
En un principio los dirigentes argentinos le atribuyeron las amenazas a algunos fanáticos uruguayos, debido a que en la final del Campeonato Sudamericano de 1929, disputada en Buenos Aires y ganada por Argentina, Monti se había trenzado a golpes de puño con el guapo de la otra orilla, Lorenzo Fernández.
Francisco "Pancho" Varallo recordaba años después: "Monti no tendría que haber entrado en la final, se lo notaba cohibido, como con miedo a jugar".
Pero con el tiempo se sabría que se trataba de la mafia italiana, comandada nada más ni nada menos por Benito Mussolini. La idea era que la selección argentina fuera derrotada por los locales y que el culpable del subcampeonato sea de Luis Monti, para que todo el pueblo de su país lo maltrate y menosprecie, para que finalmente cuatro años más tarde acepte defender la camiseta del seleccionado italiano, el cual sería local en el '34.
Los espías italianos encargados de cumplir la misión eran Marco Scaglia y Luciano Benetti, quién apenas comenzada la final del mundo le comentó por lo bajo a su colega: "Dentro de noventa minutos sabremos si tendremos que matarlo a él, a su madre u ofrecerle mucho dinero para ir a jugar a Italia".
Finalmente Monti jugó contra su voluntad, pero el miedo le impidió hacerlo como merecía la afición argentina. Tiempo después recordaría: "Me mandaban anónimos, no me dejaron dormir la noche anterior".

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El técnico del seleccionado de Italia en la Copa del Mundo de 1934, Victorio Pozzo, tuvo el gran disgusto debido a que su half derecho, el incisivo marcador Pizziolo, se lesionara gravemente en el primer partido del certamen, frente a España. Fue hospitalizado, y no pudo seguir jugando el resto del torneo.
El suplente de Pizziolo era Attilio Ferraris (foto), muchacho que tenía un gran defecto: fumaba 40 cigarrillos diarios. El entrenador, entonces, no quería ponerlo como titular porque pensaba que no tendría resto físico para aguantar los 90 minutos de juego (por entonces no había cambios durante los cotejos), debido al castigo, de tanto "faso", que recibían sus pulmones.
Ferraris, que en su país pertenecía a la Roma, le suplicó a Pozzo que le tuviera confianza, que no lo iba a defraudar y que estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio por entrar a la cancha para defender la camiseta azzurra. Victorio Pozzo dudó pero, como no tenía demasiadas alternativas, no tenía buenos suplentes, excepto Ferraris, arribó a un insólito acuerdo con el futbolista. "Tienes que dejar de fumar hoy mismo", le ordenó. Y Ferraris le respondió: "Mire, maestro, no puedo dejar el cigarrillo de un día para otro, pero si me hace jugar, le prometo que fumaré la mitad de lo que estoy fumando".
El técnico accedió y Ferraris integró la selección italiana el resto del torneo. Todo a cambio de... ¡fumar solo la mitad de lo que acostumbraba!
Y así Ferraris, fumando entre 15 y 20 cigarrillos cada 24 horas, fue Campeón del Mundo.

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Italia y Checoslovaquia disputaron la final el día 10 de Junio de 1934 en el estadio del Partido Nacional Fascista, en Roma, ante 55.000 espectadores. El saludo del trío arbitral (foto) ya daba cuenta en los prolegómenos del encuentro de que Il Duce se había asegurado de que Italia vencería el partido y se haría con el Mundial.
Pese a todo, Mussolini también se había encargado la noche anterior de recordarle a los jugadores y a su entrenador, Vittorio Pozzo, que el partido ante Checoslovaquia debía ser para ellos una cuestión de vida o muerte. Literalmente, las palabras fueron: “Señores, si los checos son correctos, nosotros somos correctos. Eso ante todo. Pero si nos quieren ganar de prepotentes, el italiano debe dar un golpe y el adversario caer… Buena suerte para mañana señores. Ganen, o si no… crash -corte de cabeza-”.
El partido llegó con empate a cero al descanso. Cuentan que un emisario de Mussolini le recordó al técnico italiano la consigna del dictador, con una breve nota: “Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios le ayude si fracasa”. Los jugadores italianos tenían claro que cualquier método era lícito para ganar y conservar la vida.
A falta de 20 minutos para la finalización del tiempo reglamentario, Puc adelantó a los checoslovacos. Orsi empató en el minuto 81 y el partido llegó a la prórroga. Exhaustos por los esfuerzos de los días anteriores, los italianos no podían con sus rivales. Meazza se desmayó, pero como por aquel entonces no se podían hacer cambios, tuvo que volver al terreno de juego. Suyo fue el pase de la victoria, que Schiavio transformó en gol.
Italia se proclamó Campeona del Mundo, y sus jugadores se convirtieron en héroes de la Patria. Mussolini ordenó que fueran recompensados con 20.000 liras cada uno, y se les otorgó la distinción de “Comendadores al Mérito Deportivo”. Sin embargo, su máxima satisfacción no fue vencer por Italia, fue salvar la propia vida.

(tomado del blog “Deportexpress”)

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Italia deseaba vencer, era natural, pero se tomaron eso como algo obvio.

(JEAN LANGENUS, árbitro belga, participante de la Copa del Mundo de 1934)

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El partido más difícil de todos fue contra España. El equipo que los españoles enviaron para la Copa era formidable: técnico, aguerrido, con velocidad latina y ardor ibérico. Precisamos pasar por 210 minutos de juego para vencer. Ningún otro equipo nos exigió tanto. Con tal valor se comportaron los españoles en aquellos dos partidos en Florencia, que fueron necesarios hombres de temperamento especial para batirlos, hombres fuertes y confiables como solo el fascismo puede crear.

(VITTORIO POZZO, técnico italiano en el Mundial de 1934)

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El arreglo del Mundial de Italia 1934.
El equipo anfitrión participó en la fase de clasificación para el Mundial, ante Grecia. En el partido de ida, celebrado en Milán, los italianos ganaron 4-0. Los griegos renunciaron a jugar la vuelta aduciendo que se sentían "desmoralizados". Sesenta años después se supo que el no jugar aquel partido fue una opción que Italia ofreció a cambio de hacerse cargo de la construcción de una sede para la Federación griega.
En ese Mundial, el argentino Luis Monti (foto) se convirtió en el primer y hasta hoy único jugador que ha disputado dos finales de un Mundial con dos selecciones diferentes, ya que en 1930 participó con Argentina.
Su compañero Attilio De María hizo lo mismo, aunque no disputó ningún minuto en la de 1930.

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Mi destino es incomprensible, en Uruguay me querían matar si ganaba. En Italia, si no lo hacía.

(RAIMUNDO "Mumo" ORSI, jugador argentino, (1901-1986), jugó por Argentina la Final del Mundial de 1930 y la de 1934 defendiendo a la selección de Italia. En ambos partidos con un clima por demás "espeso")

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