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Mucho se ha hablado de la presencia de Carlos Gardel en las concentraciones de los seleccionados de Argentina y Uruguay, en el día previo a la gran final de la Copa del Mundo de 1930, en Montevideo.
Después de saludar a los uruguayos en el lugar donde se hospedaban, Gardel se dirigió a La Barra de Santa Lucía -distante varios kilómetros de la capital uruguaya- donde "velaban sus armas" los argentinos.
Una vez llegado al lugar, según lo relata Pancho Varallo -por aquél tiempo delantero de 19 años, figura de nuestro seleccionado- Gardel se puso a charlar con casi todos muchachos, excepto con Orlandini y Mario Evaristo, porque estaban durmiendo la siesta.
"Lo llevamos a Gardel a la habitación de Orlandini y Evaristo, que dormían como angelitos. La sorpresa de Gardel fue grande cuando vio que esos jugadores argentinos, dormían vistiendo la camiseta celeste y blanca. "¡Como quieren la camiseta!, me comentó Gardel", recordaba Varallo. Después, comieron algo, Gardel cantó un par de tangos (foto) y jugaron un rato a la Lotería.
"Al otro día, fuimos a jugar la final al Centenario -prosiguió Don Pancho- y como algunos compañeros estaban asustados por el entorno, no jugaron todo lo que podían. A mí, que era un pibito, el defensor uruguayo Lorenzo Fernández, me dijo en pleno partido: "mira, botija, apenas agarrés una pelota, te hundo en el césped, te mato".
El otro back, Gestido, que era un señor y que escuchó la conversación, me tranquilizó: "no le hagas caso, botija, jugá tranquilo. Es que Lorenzo es medio loco". Al final, perdimos 4 a 2, pero si el partido seguía quince minutos más, nos hacían siete".

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Entrevista a Francisco "Pancho" Varallo


Es el único futbolista sobreviviente de la final del Campeonato Mundial de 1930, el primero de la historia. Goleador de la Selección Argentina, figura de Gimnasia y Boca, club con el que ganó el primer título de la era profesional del fútbol argentino, en 1931, Francisco “Pancho” Varallo, que ya cumplió los 96 años, dialogó con “Página/12” sobre aquel Mundial y este que se viene:

-Usted es el único jugador vivo de todos los que participaron de la final del Mundial de 1930 y que Uruguay ganó por 4-2. A 76 años de aquel hecho, ¿por qué no fue campeón la Argentina?

-Teníamos un buen equipo, creo que fuimos los mejores de ese campeonato. Pero desde el primer partido, contra Francia, el público local nos hizo la guerra. Nos insultaron, nos tiraban cosas, era terrible. Y cuando jugamos la final contra Uruguay todo fue para peor. Ese día, además, nos mataron a patadas. El primer tiempo ganamos 2-1 y después en el segundo hubo jugadores nuestros que arrugaron. No se bancaron la presión, nos metieron tres goles y nos ganaron, porque fueron más guapos, nada más.

-¿Cómo vivió esa derrota?

-Fue una frustración terrible. La más grande de mi carrera, sobre todo por la forma en la que perdimos. Tenía 19 años, era muy joven y esa derrota me dolió mucho. El fútbol después me compensó con todas las alegrías que me dio. Lástima que después Argentina no participó de otros mundiales y no tuvimos revancha.

-¿Cómo cree que le irá a la Selección Argentina en el Mundial de Alemania?

-Y, jugadores hay. Debemos ser uno de los pocos países del mundo con material humano como para formar varias selecciones, además de Brasil, claro. Lo que pasa es que, después, depende mucho de las elecciones que realice el entrenador en función de los hombres que elija. Argentina tiene dos jugadores fundamentales y hay que saberlos acompañar: uno es (Román) Riquelme, y el otro es el pibe (Lionel) Messi, que para mí tiene un futuro enorme.

-Siempre se compara el fútbol que se jugaba en los años ’30 y ’40 con el actual y algunos dicen que aquél era mejor que el actual. Usted, que jugó en esos años, ¿coincide?

-No me parece justo comparar el fútbol que se jugaba en los años ’30 con el actual y decir que era mejor o peor. En definitiva, el fútbol es uno solo cuando se juega bien. Para mí, la diferencia pasa fundamentalmente por lo físico. Ahora los jugadores están más preparados que antes, se cuidan más que nosotros. Son más profesionales. Pero hay cosas de ahora que no me gustan nada.

-¿Por ejemplo?

-Hay mucha deslealtad, se juega muy fuerte y por momentos parece que quieren hacerle daño al rival cuando van a disputar una pelota dividida. Para mi gusto, existe demasiada violencia y mala intención. No quiero caer en el lugar común de decir que en mi época todo era mejor que ahora, pero me parece que nos respetábamos más, sobre todo porque nos conocíamos y éramos amigos. Por ejemplo, recuerdo que yo me llevaba muy bien con Arsenio Erico y Vicente De la Mata, que jugaban en Independiente, nos enfrentamos varias veces pero salíamos juntos, nos divertíamos dentro y fuera de la cancha. Al fútbol lo vivíamos con más alegría, y eso ahora se perdió, o al menos es lo que a mí me parece.

-Pero reconoció que ahora el jugador es más profesional. ¿Eso no es bueno?

-Y sí, por un lado sí. Pero ¿de qué te sirve cuidarte y hacer un buen contrato si no te vas a divertir? No digo que se tomen todo en joda, pero veo que no disfrutan lo que hacen, lo sufren, y eso me parece terrible, porque en definitiva el fútbol es un juego. Por eso me gusta verlo jugar al pibe (Sergio) Agüero, porque se nota que le gusta lo que hace. Cuando pisa la pelota e intenta gambetear a los rivales, se le nota que es feliz.

-¿Le parece que los hinchas también lo viven distinto?

-Seguro, si están todos locos. Gritan, insultan, se ponen mal. Van a ver un partido como si fuera lo último que hay en la vida. Todo parece ser una cuestión de matar o morir y por eso después pasan las cosas que pasan. Veo por televisión los incidentes en la cancha y la verdad es que me amargo. Esa violencia que se manifiesta en la cancha es hija de una manera de vivir este juego, y eso está muy mal.

-Hay quienes dicen que los jugadores como usted, que brillaron en las décadas del 30 y 40 no podrían haber jugado en un fútbol tan competitivo y dinámico como el que existe en la actualidad ¿Está de acuerdo?

-¡Pero si en el fútbol lo que importa es la técnica! Está bien, nosotros entrenábamos menos que ahora, pero tomemos futbolistas de la calidad que tenían Ángel Labruna, José María Moreno o un (Roberto) Cherro, preparémoslos en la parte física y vamos a ver si después no rinden en la cancha. Por favor...

-¿Está conforme con el reconocimiento que le tributa el ambiente del fútbol?

-Sí, a mí siempre me trataron bien y me respetaron. ¿Qué más puedo pretender? ¿Un monumento de bronce? Si no soy un prócer, apenas fui un jugador de fútbol. Nada más ni nada menos.

(entrevista del periodista Leonardo Castillo, publicada en el diario argentino “Página 12” del miércoles 12 de Abril de 2006)

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Entrevista a Ondino Viera


Ondino Viera [1901-1997] fue un célebre entrenador de fútbol uruguayo con una larga carrera en la historia del fútbol sudamericano.
También dejó un gran recuerdo en el fútbol brasileño, más específicamente en Río de Janeiro, donde la historia del Club de Regatas Vasco da Gama le tiene guardado un lugar de privilegio. Además entrenó los equipos de Botafogo, Fluminense y Bangú y en su país natal, condujo a los dos principales equipos uruguayos, Peñarol y Nacional y fue el entrenador de Uruguay en el Mundial de la FIFA de 1966. Reproducimos aquí una entrevista realizada a mediados de los ’90 en la página “People's Century”.

¿Cuándo empezó a jugar al fútbol?

Empecé a jugar a los seis años de edad. Vine desde el interior. Entonces empecé a jugar al fútbol. Cuando llegué desde el interior, yo no sabía que era el fútbol. Nosotros no sabíamos nada en el interior. Estábamos completamente aislados de la vida en las ciudades. Mis padres me hacían ver caballos, ya que provenía del interior, y me encontré por primera vez un grupo de chicos corriendo de un lado a otro. Yo no sabía por qué corrían. Vi que tenían la vejiga de un animal, no un balón de fútbol, la vejiga de un animal. Así que corrí y corrí y corrí, y de repente, uno de ellos se acercó y me dijo que entrara. Me dije, "¿Entrar para qué?" Yo no sabía cómo jugar. Así que me quedé, y más tarde se me volvió a preguntar, me invitan enfáticamente a entrar. Así que entré porque sabía que podía correr más que ellos.
Cuando la vejiga se fue a un lado llegué primero y me encontré con ella pero no le pegué. Yo no podía golpearla porque no sabía cómo y la vejiga se fue en otra dirección.
Cuando terminó la práctica y se dice "Hasta mañana", me dijeron, "Otro día te pondremos en el equipo para jugar con nosotros". Yo no sabía lo que esto significaba y le dije a mi padre: "Mira lo que me pasó hoy". "Ah", dijo. "Eso un campo de fútbol, se juega en un lado y en el otro. Jugaste en ambas partes. Eso que te dijo tu amigo es muy bueno." Al día siguiente, jugué con ellos de nuevo. Así comenzó mi carrera en el fútbol...

¿Cuáles eran las diferencias entre el europeo y el estilo del fútbol uruguayo?

Bueno, ellos eran hombres desarrollados. Nosotros aún éramos jóvenes. Los ingleses fueron los creadores, los reyes invencibles, los maestros del pasado. Ellos introdujeron el fútbol a través de las concesiones del ferrocarril. Así que los equipos se formaron en todas las estaciones de trenes en toda América. Ahí comenzó nuestra confrontación con ellos. Hubo una diferencia de edad enorme, porque éramos niños de 17 o 18 años, y ellos eran hombres con barba en sus rostros. Eran los funcionarios, los hombres encargados de las estaciones. Fueron todos los funcionarios públicos, y algunos funcionarios de las compañías de ferrocarriles, los que jugaban.

Háblenos de la primera victoria olímpica en 1924.

Cuando hicimos nuestra cruzada olímpica, fue un verdadero drama. Una decisión importante se tomó en la Asociación Uruguaya de Fútbol al retirar a Peñarol, que es uno de los más grandes clubes de la capital, y la Asociación Uruguaya de Fútbol se quedó con jugadores de Nacional y de algunos otros clubes.
Y felizmente José Nassazi, el capitán de nuestro equipo, un jugador que, felizmente y por suerte, eligió jugar ese torneo. Con nuestro sistema hemos conquistado la Olimpíada de 1924, se consigue nuevamente en el 28, se reitera en la Copa del Mundo de 1930, y más tarde en la Copa del Mundo de 1950.
Pero déjeme decirle que nosotros fundamos la escuela, la escuela del fútbol uruguayo, sin entrenadores, sin preparación física, sin medicina deportiva, sin kinesiólogos. Sólo nosotros, solos en los campos de Uruguay, jugando de la mañana a la tarde y en la noche iluminados por la luna. Jugamos durante 20 años para aprender a hacernos jugadores, para convertirnos en los jugadores que teníamos que ser: maestros absolutos de la pelota, agarrar la pelota y no dejarla ir por ningún motivo. De modo que nuestra superioridad era enorme. Pases avanzado buscando a los delanteros, interceptando los tiros de los europeos. Lo hicimos también cuando había jugadores libres, pero cuando no los había, jugador que agarraba la pelota asistía a su compañero de equipo.

Cuéntanos sobre los partidos del Mundial de 1930 en Montevideo.

Sí, yo estaba trabajando, porque me quedé en el Estadio Centenario hasta el momento en que fue terminado, hasta el día de la final. Estábamos seguros de lo que hacíamos, teníamos confianza. Fue una lucha contra el reloj, imprevisible. Tuvimos que empezar la Copa del Mundo en otros ámbitos que el Estadio Centenario, ya que todavía el Centenario no estaba preparado...
La fecha llegó y tuvieron que jugar los primeros partidos en campos de Peñarol y Nacional. Hemos tenido que esperar que el cemento armado se endureciera completamente para soportar 70 o 100 mil personas. Hubo mucha preocupación sobre esto, porque el Estadio Centenario estaba completamente fresco. Había temores de que se derrumbara, sobre todo porque pensaban que no había nadie para contener a los aficionados. Había policías pero no era suficiente, la presencia policial no es suficiente para contener lo que puede hacer una muchedumbre de 70 a 90 mil personas. Así que todos preveían estas cosas, y se temía que podría ocurrir un desastre, pero felizmente no fue así. Aún allí se encuentra el Estadio Centenario, construido en 1930.

¿Qué le parece el hecho de que muchos países europeos no llegaran a la Copa del Mundo?

Estábamos todos trabajando juntos, pero hubo un boicot en el Viejo Mundo contra los campeones del mundo. Francia respondió al primer compromiso, porque los habíamos invitado y habíamos competido en sus Juegos Olímpicos. Y desde allí ellos hicieron un camino en la diplomacia deportiva europea. Al venir ellos otros países vendrían, fue en realidad el primer campeonato del mundo.
Pensamos que era una cosa lógica (que algunas naciones no vinieran) porque era un acontecimiento completamente nuevo. Había información muy mala en Europa acerca del fútbol en Sudamérica. Éramos los salvajes de América. Era un fútbol salvaje nuestro juego. Era algo empírico, autoenseñado, el estilo nativo de nuestro fútbol. Era un fútbol que todavía no entraba dentro de los cánones del fútbol en el Viejo Mundo. Comenzamos a jugar uno contra el otro. Sin profesores. Sin entrenadores. Solo los directivos, las comisiones de fútbol y nosotros, los jugadores. Ese era nuestro fútbol, y así formamos nuestra escuela de juego, y así es como se formó la escuela de juego para todo nuestro continente.

¿Cuál fue la rivalidad más fuerte?

Uruguay y Argentina. Teníamos mucho respeto a Europa entonces, pero no miedo. Sabíamos que sosteníamos una superioridad enorme sobre ellos, en general una superioridad técnica. Ellos eran superiores físicamente, atléticamente, pero los enfrentamos conscientes de nuestro talento. Así que las cosas eran muy diferentes, muy diferentes. Los respetamos, pero sabíamos quienes éramos.
Teníamos mucha confianza en lo que estábamos haciendo. Pero había un antecedente. Fuimos los campeones olímpicos y mundiales. Hemos ganado en el 28 contra los argentinos. Hemos sido los finalistas. Pero más tarde, la estrategia política y diplomática deportivo creó un partido que nunca debería haber sido jugado, y los argentinos ganaron. El resultado fue la creación de una rivalidad tan grande que cuando los argentinos partieron de Buenos Aires hacia Montevideo, el periódico más grande, el más influyente en la Argentina tituló "Los Campeones del Mundo retornan a Montevideo".
¿Pero cómo? preguntamos antes del juego, antes de entrar al Estadio Centenario, ¿los argentinos, porque ganaron un partido amistoso contra los Campeones Olímpicos y Mundiales, dicen que 'los Campeones del Mundo retornan a Montevideo’? Esta fue una declaración de guerra. Un grito de guerra, y el campeonato derivó en una guerra psicológica entre Uruguay y Argentina, que alcanzó su punto máximo con la interrupción de las relaciones diplomáticas entre los dos países.

¿La tensión continuó hasta el último día?

Bueno, el día de la final recuerdo el grito de guerra del que hablé al ver los papeles impresos: "los Campeones del Mundo retornan a Montevideo!" El árbitro belga John Langenus sacó un seguro de vida al ver este clima de guerra, y después del juego pidió más ayuda para salir del estadio y se olvidó de advertir a los guardias que lo ayudaran y tuvo que ser llevado al túnel. De esa manera eran las cosas, con clima de guerra y el entusiasmo que se sentía. Nos olvidamos de tomar las medidas necesarias para llevar el juez a su vestuario. De todas maneras después fue llevado por un voluntario y se fue con un seguro de vida que nunca se hizo efectivo, así que él fue muy afortunado.
Bueno, de todas formas, todo el mundo tuvo suerte y cada uno defendía lo suyo. Todos querían ver quién sería el ganador del juego. Así que uruguayos y argentinos estaban involucrados en su objetivo, el gol de la victoria.

¿Qué pasó después de la victoria?

Hubo celebraciones que, sin duda, comenzaron en el estadio y se extendieron por todas las calles de Montevideo, se extendieron a todas las calles de República, y de la República, se extendió a todas las naciones del continente, con excepción de Argentina, por supuesto, que no podía celebrar nuestra victoria. Así que los festejos estaban en todas partes, y eran, digamos, en solidaridad con la conquista de Uruguay del primer Campeonato Mundial. Inaugurar el estadio era el deber de los campeones del mundo. El hecho de hacer algo trascendental en la historia del fútbol, cayó sobre nosotros para implantar el espíritu del fútbol americano moderno, que también es del viejo mundo, aquí en Uruguay.

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El fútbol de los años 30 no admitía pases para atrás; la pelota iba siempre en dirección del gol. No andábamos dando vueltas por el campo, recibíamos el balón siempre de frente para el gol.

(ERNESTO MASCHERONI, Campeón Mundial 1930 con la selección uruguaya de fútbol, en entrevista publicada en el periódico brasileño "Jornal da Tarde", 29 de Mayo de 1978)

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El primer Mundial, disputado en Montevideo en 1930, fue transmitida por una sola radiodifusora, la oficial uruguaya. Su relator fue Ignacio Domínguez Riera (alias "el Botija" -pequeño niño, en el habla popular del Uruguay-), nacido en Mercedes, departamento de Soriano. Domínguez Riera (en la imagen) tenía 20 años.
Realizaba el relato de todos los partidos, sin pausa, porque no había avisos publicitarios. Para él no había descanso. Su trabajo frente al micrófono comenzaba 5 minutos antes del inicio de las acciones y culminaba apenas el árbitro daba el pitazo final.
Para el partido decisivo en el estadio Centenario entre Uruguay y Argentina, a Riera se le presentó un impedimento. ¿Debía relatar poniendo énfasis en su condición de uruguayo, o ejercer la imparcialidad periodística?
Las autoridades de la radio le solicitaron que hiciera una transmisión completamente objetiva: "Me pidieron que me limitara a las incidencias del juego, que no emitiera opinión y que ni siquiera en el tono de voz debiera notarse un matiz de parcialidad", recordaba Riera.
Claro que en esa final del 30 de Julio de 1930, cuando relató el tercer gol uruguayo (fue 4 a 2), obra de Iriarte, Riera se desmayó de la emoción y debió continuar el trabajo Emilio Elena, gerente de la General Electric de Uruguay, que se encontraba junto a él, salvando la difícil situación.

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"Antes de partir para Montevideo hicimos dos partidos de práctica: uno en Sportivo Barracas y otro en la antigua cancha de River, ubicada en Libertador y Tagle. En ambos encuentros jugamos suplentes contra titulares y esa preparación fue más que suficiente. Es que cuando los jugadores, como ocurrió en esa oportunidad, saben jugar bien al fútbol enseguida se entienden. Por eso no hizo falta una larga concentración, ya que solamente estuvimos todos juntos durante los veinte días que duró el torneo. Además, éramos suficientemente responsables como para cuidarnos solos. La preparación física la hizo cada jugador por su cuenta. Yo, por ejemplo, me entrenaba todas las noches dando 25 vueltas alrededor de la manzana de mi casa. No cobramos ninguna clase de premios, sólo nos asignaron un viático de cinco dólares diarios per cápita y nadie protestó. Imagínese, ¿quién iba a reclamar más plata sí el solo hecha de integrar el seleccionado nacional ya era una honra sin precio?
Desde el primer partido fuimos a la ofensiva. Siempre tratamos de jugar la nuestra, tocando y yendo para arriba. A veces, los rivales nos dejaron hacerlo; otras no, pero siempre intentamos la que sabíamos. Ahora, después de tantos años, pienso que nuestra buena labor se debió a que el director técnico solamente se dedicó a elegir los jugadores y a darnos algunos consejos. El equipo lo designábamos los mismos jugadores, pues nadie mejor que nosotros sabía lo que podía rendir dentro del campo de juego. Con nosotros se dio la lógica: llegamos a la final jugando bien y sólo perdimos por mala suerte, contra los dueños de casa. Es que en el fútbol siempre hay lógica, como también la hubo en este último campeonato de Alemania (1974). Ganaron los que jugaron bien. Los argentinos, que en nuestras canchas se conforman con los oles de la tribuna cuando tocan la pelota para atrás, tuvieron su merecido. Ahora que huelan".

(CARLOS PEUCELLE [1908-1990], recordado jugador argentino, ofreciendo su testimonio acerca del Mundial de 1930, del que fue partícipe, en la revista argentina “7 Días ilustrados” del 28 de Julio de 1974)

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Antes de la final del Mundial de 1930, el delantero argentino Luis Monti, (foto) había recibido innumerables amenazas anónimas contra él y su familia. De urgencia mandan a llamar a Bidegain y Larrandart, dos de los dirigentes de mayor peso del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, institución donde jugaba Monti.
En un principio los dirigentes argentinos le atribuyeron las amenazas a algunos fanáticos uruguayos, debido a que en la final del Campeonato Sudamericano de 1929, disputada en Buenos Aires y ganada por Argentina, Monti se había trenzado a golpes de puño con el guapo de la otra orilla, Lorenzo Fernández.
Francisco "Pancho" Varallo recordaba años después: "Monti no tendría que haber entrado en la final, se lo notaba cohibido, como con miedo a jugar".
Pero con el tiempo se sabría que se trataba de la mafia italiana, comandada nada más ni nada menos por Benito Mussolini. La idea era que la selección argentina fuera derrotada por los locales y que el culpable del subcampeonato sea de Luis Monti, para que todo el pueblo de su país lo maltrate y menosprecie, para que finalmente cuatro años más tarde acepte defender la camiseta del seleccionado italiano, el cual sería local en el '34.
Los espías italianos encargados de cumplir la misión eran Marco Scaglia y Luciano Benetti, quién apenas comenzada la final del mundo le comentó por lo bajo a su colega: "Dentro de noventa minutos sabremos si tendremos que matarlo a él, a su madre u ofrecerle mucho dinero para ir a jugar a Italia".
Finalmente Monti jugó contra su voluntad, pero el miedo le impidió hacerlo como merecía la afición argentina. Tiempo después recordaría: "Me mandaban anónimos, no me dejaron dormir la noche anterior".

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Recuerdo a Guillermo Stábile, Manuel ‘Nolo’ Ferreira (junto a Nasazzi en la imagen de la izquierda) y Varallo llorar después del partido… También a Mario Evaristo, al que una vez tuve que tomar de la camiseta porque se me iba al gol y me tiró un codazo, que si me agarra me deja sin dientes… Y a Monti abandonar la cancha con la cabeza baja… Fue una gran final y nostros la ganamos porque pusimos más sangre.

(JOSÉ NASAZZI, capitán del combinado charrúa, recordando la final del Mundial de 1930)

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Tal vez el capitán históricamente más emblemático de la historia del fútbol uruguayo, junto a Obdulio Várela, fue José Nasazzi (foto) quien lograra con la Celeste tres torneos Sudamericanos, dos Olímpicos y una Copa del Mundo, éste certamen cuando se realizó por primera vez, en 1930, siendo Uruguay el país anfitrión.
Lo que pocos saben es que Nasazzi trabajaba en los talleres de una marmolería que cortaba, destrozaba y pulía el mármol para el revestimiento del Palacio Legislativo de Montevideo.
Cuando a Nasazzi le anunciaron que iba a ser el capitán del equipo olímpico que iría a los Juegos Olímpicos de París de 1924, recién allí dejó la dura profesión de marmolista.
Y fue así nomás, porque al regreso de París, con la medalla de oro a cuestas, fue nombrado empleado de los Casinos Municipales de Montevideo, llegando con los años, a ocupar la gerencia general del mismo.
En aquéllos tiempos de un fútbol para nada mercantilizado, para Nasazzi, su nuevo trabajo, mucho menos sacrificado que el de la marmolería, resultaba como un premio a su jerarquía futbolística.
Nasazzi, quien murió a los 68 años, se había iniciado en el club Bella Vista (el conjunto Papal, por sus colores blanco y amarillo) para luego consagrarse en Nacional de Montevideo. José Nasazzi, un uruguayo que honró al fútbol sudamericano.

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La imprevisión de los dirigentes argentinos fue completamente desfavorable en la definición del Mundial de 1930. Poco antes de la final, Francisco Varallo (foto) no se encontraba en condiciones físicas ideales para integrar el equipo. Insólitamente la delegación no tenía médico. Entonces se recurrió a los servicios del doctor Campistegui, hijo del presidente del Uruguay.
El médico revisó al futbolista y su diagnóstico fue categórico: Varallo no estaba en condiciones de jugar. Pero el "sentimiento argentino" de quienes estaban al frente de la delegación sospechó de la veracidad del médico, presumiendo que estaba teñido de parcialidad. Y Varallo fue incluido, pero a los 15 minutos de juego su dolencia recrudeció y poco de provecho hizo en la mayor parte del importantísimo partido.
El diagnóstico del doctor uruguayo había sido tan correcto, como honesto. A menudo, la historia está signada por errores que, siendo previsibles, o fácilmente solucionables, no son corregidos. Y no parece equivocado afirmar que si los argentinos hubieran presentado un equipo en la plenitud de su estado físico y moral, otro pudo haber sido el resultado.
De haberse logrado ese título mundial en Montevideo, seguramente se hubiera concurrido a los certámenes siguientes, a los que, en cambio, se dio absurda e inexplicablemente la espalda en momentos en que la capacidad del futbolista argentino mostraba una actitud creciente. Pero el derrotero seguido por el fútbol demostrado, y lo seguiría haciendo, la improvisación de la mayoría de los dirigentes, muchos de los cuales utilizaban a este deporte como trampolín para acceder a las actividades políticas.

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En la famosa final del Primer Campeonato del Mundo (1930, Montevideo, Uruguay 4-Argentina 2) se hicieron muchas novelas. La verdad, al margen del triunfo uruguayo, justo, es que si nosotros jugábamos con 14 no hubiésemos perdido. Luis Monti no quería jugar por las amenazas. Los dirigentes lo obligaron. Francisco Varallo reaparecía luego de una distensión muscular y a los 20 minutos se resintió. Cuando Uruguay marcó el 2 a 2, el arquero Juan Botasso chocó y quedó lesionado. No pudo levantar más los brazos. Claro está: con 14 jugadores podríamos haber sido nosotros los campeones del mundo, pero jugamos solamente con ocho...

(CARLOS PEUCELLE, puntero derecho de River Plate en los años 30 y partícipe de la Final de la Copa del Mundo de 1930)

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Cuando se me hablaba del Estadio Centenario, yo creía que sería uno de los tantos que se construyen continuamente. Pero después que lo vi y lo pude apreciar en todas sus partes, he sacado la conclusión que es el primero del mundo. Yo conozco bastantes, por no decir todos, sin embargo no he visto ninguno tan completo.

(JULES RIMET, Presidente de la FIFA en 1930, álbum del 1º Campeonato Mundial de Fútbol; Segunda Edición; pág. 15)

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Después de la final del Mundial de 1930, entre Uruguay y Argentina, con el triunfo de los Celestes por 4 a 2, las relaciones entre ambas asociaciones quedaron rotas...
El partido había sido muy duro, incluso con amenazas previas para alguno de nuestros jugadores...
Recién el 27 de Enero de 1935, ambos seleccionados se enfrentaron nuevamente de forma oficial (antes solo hubo un par de “amistosos”) durante el Sudamericano de Lima...
Lo curioso es que para esa ocasión especial, no utilizaron las casacas con los colores acostumbrados. Argentina llevó una totalmente blanca y Uruguay, otra roja... Ganó Uruguay por 3 a 0.
Argentina formó con Bello (Gualco); Wilson, Scarcella, De Jorge y Minella; De Mare (Sbarra); Lauri, Sastre, Masantonio, Diego García (Zito) y Arrieta...
Luego, a través de los años, poco a poco se fueron limando asperezas, y si bien la rivalidad siempre sigue latente, se calmaron los ánimos recordando aquel terrible encono de los comienzos del profesionalismo en ambas orillas del Río de La Plata...

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El último gol anotado en la primera Copa del Mundo, realizada en Montevideo en 1930, fue obra de Héctor Castro, apodado el "Manco".
Faltando apenas un minuto para terminar la final ante la Argentina, el uruguayo hizo el gol de cabeza, y se desmayó. Así, Uruguay se consagraba campeón con un 4 a 2 concluyente.
Fue un día glorioso para todo Uruguay, donde se festejó la obtención del máximo trofeo hasta altas horas de la noche.
Pero claro, eran otros tiempos, porque el "Manco" Castro, al otro día debió concurrir por la mañana, bien temprano, a su trabajo en UTE (Usina Telefónica del Estado).
Firmó la planilla de ingreso, y a trabajar como todos los días por más Copa del Mundo que haya ayudado a conquistar con sus goles.
El "Manco" fue una figura legendaria del fútbol charrúa, respetado y admirado por todos. Mucho tiempo después fue director técnico del seleccionado "celeste".
Nacido el 29 de Noviembre de 1904, siendo muy joven se le debió amputar el antebrazo derecho a raíz de un accidente con una sierra eléctrica cuando trabajaba en una carpintería.
Pese a ello, fue un jugador de fútbol excepcionales características, actuando en Nacional de Montevideo, donde fue campeón en varias temporadas.
Con la selección uruguaya ganó el oro olímpico en 1928, además de la Copa América de 1926 y 1935.
Falleció el 15 de Septiembre de 1960.

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El portero titular de Uruguay para el Mundial de 1930 era Andrés Mazzali, Campeón Olímpico con su selección en 1924 y 1928, era un atleta tan completo, que además era campeón sudamericano de los 400 metros vallas, y jugaba al básquetbol en el club Nacional de Montevideo.
Por si fuera poco, Mazzali era una especie de sex symbol, fue así que una noche llegó una dama rubia muy bonita a la concentración, y Mazzali no tuvo mejor idea que irse con ella; cuando los dirigentes se enteraron de este suceso, el portero fue expulsado del equipo, pese a la negativa de sus compañeros, que querían brindarle otra oportunidad. Así Mazzali, por culpa de una rubia, se quedó sin Mundial, y sin la gloria de poder ser campeón.
Los jugadores ingresaban al terreno de juego con una chaqueta por encima de su ropa deportiva, esto con el fin de posar formalmente para la foto.
En la final se registró otro dato curioso, Argentina y Uruguay querían jugar con “su pelota”, por lo tanto el árbitro en una decisión salomónica, hizo que el primer tiempo se jugara con la pelota que habían traído los argentinos, y en el segundo tiempo con la pelota de los uruguayos.

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El arreglo del Mundial de Italia 1934.
El equipo anfitrión participó en la fase de clasificación para el Mundial, ante Grecia. En el partido de ida, celebrado en Milán, los italianos ganaron 4-0. Los griegos renunciaron a jugar la vuelta aduciendo que se sentían "desmoralizados". Sesenta años después se supo que el no jugar aquel partido fue una opción que Italia ofreció a cambio de hacerse cargo de la construcción de una sede para la Federación griega.
En ese Mundial, el argentino Luis Monti (foto) se convirtió en el primer y hasta hoy único jugador que ha disputado dos finales de un Mundial con dos selecciones diferentes, ya que en 1930 participó con Argentina.
Su compañero Attilio De María hizo lo mismo, aunque no disputó ningún minuto en la de 1930.

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Uruguay 1930: Recuerdos con historia celeste


Con el lanzamiento del Museo de la Copa del Mundo de 1930, la conquista uruguaya recobra vigencia. Mientras en el mundo se pagan miles de dólares por los objetos ligados con el fútbol, una familia de coleccionistas salió a preservar la gloria del pasado.

Corría Junio de 1973 y el viento soplaba por la 18 de Julio, la céntrica avenida de Montevideo. Como todas las mañanas, Rony Almeida, un ecuatoriano afincado en Uruguay, recorría las tiendas de antigüedades y visitaba a los diferentes marchands de numismática del barrio antiguo buscando piezas para coleccionar o simplemente para seguir con su oficio de compra y venta. Pasado el mediodía, decidió demorar el almuerzo y prefirió darse una última vuelta por un par de cambalaches y se detuvo en el negocio de un anticuario de la calle San José. Casi como una rutina, consultó a don Isidoro, el dueño del local, si había recibido alguna pieza que podría interesarle. “Fíjese en esa bolsa”, le respondió señalando un pequeño envoltorio de papel. Contenía anillos, medallas y cadenitas que a las dos de la tarde llevaría a la fundición, como lo hacía todos los días con el oro comprado.

Al revolver entre los pequeños objetos sacó una medallita y al leerla se le paró el corazón. De un lado decía “Coupe du Monde” y al darla vuelta leyó “Montevideo Juillet 1930” y entre laureles “José Nasazzi - Capitán”.

Un pedazo de la historia del fútbol estaba en sus manos, pero trató de serenarse. Simuló cierto desinterés y preguntó cuánto costaba. Sin saber ni interesarse por el pasado de la medalla, el dueño la tomó y la posó sobre la balanza. Se la cobró apenas un poco más de lo que costaban esos 25 gramos de oro.

De regreso a su casa, Almeida transpiró como nunca, pese al frío de la tarde. Apretando con fuerza esa medalla tomó el ómnibus hasta su departamento en Pocitos y trató de calcular cuánto valdrían esos gramos de oro.

Empezó a investigar y dio con un dato que realzaba el valor de la medalla, si comprobaba que era original, claro. La FIFA sólo le había dado una medalla de oro a José Nazassi (foto), el capitán, mientras que el resto de los campeones mundiales recibió una de plata y esmalte. ¿Podía ser esa que él tenía la auténtica?

Al tiempo decidió ofrecerla a la Asociación Uruguaya de Fútbol a diez mil dólares, pero le dijeron que no era el único que intentaba vender objetos relacionados con la primera Copa del Mundo, y que había muchos falsificadores. Uno de los empleados de la AUF saltó: “vayamos a ver a Andrés Mazali, que fue muy amigo de Nasazzi, él va a saber decir si es verdadera o no”. Mazali fue el arquero que junto a Nasazzi salió campeón olímpico en 1924 y 1928, y mantuvo su amistad hasta su muerte, en Junio de 1968.

Golpearon a la puerta de la casa de Mazali y salió a atenderles un viejito con las piernas combadas por el reuma. Era el legendario arquero, y le mostraron la medalla. No llegó a responder, sólo se quebró en llanto acariciando la imagen dorada. “Es la de Pepe”, sollozaba, mientras identificaba el golpecito en la parte izquierda. “Es la que le dio Jules Rimet. La llevó un tiempo como llavero, pero después la guardó en una lata sobre el ropero -les relató Magali-. Al tiempo de su muerte falleció la esposa y entonces la sobrina que ellos habían criado como a una hija las tuvo que vender para pagar la tasa judicial y poder cobrar la herencia”.

Esa medalla que estuvo a horas de convertirse en parte de un lingote, se convirtió en el comienzo del Museo de la Copa del Mundo 1930. “¿Cuánto quiere?”, le preguntaron a Almeida los hombres de la AUF. “Nada, ya no quiero venderla”.

Al rescate de la memoria

“En cierto modo me quedé con la partida de nacimiento del fútbol uruguayo”, reflexionaba Almeida el pasado 20 de Diciembre, día de la inauguración del Museo.

Fueron años de búsqueda y estudio. De recolección minuciosa. Y cada dato nuevo que iba conociendo le ensanchaba el horizonte de búsqueda. La numismática (colección de monedas) empezó a compartir horas con otros recuerdos de los años dorados del fútbol uruguayo. Pronto se encontró con un creciente número de insignias, entradas de partidos, tarjetas postales, fotos, autógrafos, revistas, todos objetos imposibles de ser tasados como el oro, pero de un valor incalculable. Porque todos, aunque no coticen como los metales preciosos, llevan consigo el precio impagable de la historia, de lo irrepetible.

“Cuando me querían comprar la medalla de Nasazzi y me descalificaban por el alto precio que pedía, yo les preguntaba: ¿saben cuánto tiempo va a pasar hasta que Uruguay vuelva a ser campeón mundial? Ojalá me equivoque, pero quizá no vuelva a serlo nunca más”, explica Almeida, director del museo surgido de su propia colección.

En la muestra realizada en Montevideo con motivo de la inauguración, el museo abrió sus puertas de manera provisoria, ya que tras ser exhibido en Japón y Corea del Sur durante el Mundial, se instalará definitivamente en Miami. “Allí podrán ver estos objetos los hinchas de toda América Latina, ya que el valor histórico trasciende el sentimiento de lo uruguayos”, relata Almeida.

¿Qué puede encontrarse en el Museo? Todo lo relacionado con lo que los ingleses llaman “memorabilia”, una palabra que aún no tiene traducción al castellano pero que significa “objetos notables y dignos de recuerdo”.

Así aparece un afiche original del primer Mundial, un álbum de figuritas con las 13 selecciones participantes, entradas para las cuatro tribunas del estadio Centenario: Olímpica, América, Ámsterdam y Colombes. Hay postales uruguayas rescatadas del olvido, algunas con sus matasellos originales, y fotos inéditas de los equipos, los partidos y la construcción del Centenario. Muchas fueron conseguidas en el Uruguay, pero otras, las más valiosas, tuvieron que ser compradas en Londres. ¿Por qué? Hace una década la movida de la memorabilia estalló entre los ingleses y salieron a saquear al mundo de sus recuerdos futbolísticos a cambio de monedas. Coleccionistas británicos aparecieron por Montevideo comprando por monedas revistas, álbumes, insignias, todo… Y cuando los responsables del museo participaron de las subastas londinenses para repatriar los objetos debieron pagar sumas que se acumulaban en miles de dólares. “La medalla que recibió Bobby Moore en el Mundial de 1966 se remató en un millón de dólares; entonces, ¿cuánto vale la de Nasazzi, que además es única?” se pregunta Rony Almeida hijo, tan entusiasta del proyecto como su padre y sus hermanos.

Más allá del 30

El Museo de la Copa del Mundo de 1930 fue declarado de interés nacional por el gobierno uruguayo y contiene la colección más extensa de las que se conocen. Con 260 objetos catalogados supera largamente al de la propia AUF, que conserva una treintena.

La vedette de la muestra es la medalla de Nasazzi, la misma que Jules Rimet guardó en su valija y trasladó desde París junto a la Copa que años después llevaría su nombre. Pero la muestra se extiende a los cuatro campeonatos del mundo ganados por la Celeste. ¿Cuatro? Sí, porque los torneos de fútbol de los Juegos Olímpicos de París ‘24 y Ámsterdam ‘28 fueron organizados directamente por la FIFA y al ganador se lo reconocía como campeón mundial, tal como lo testimonian escritos de la época.

Está la foto original del festejo tras la conquista de la medalla dorada en el estadio de Colombes, cuando los uruguayos dieron una vuelta al campo de juego saludando a los parisinos que se habían enloquecido con su juego. Es la imagen de la primera “vuelta olímpica” de la historia del fútbol.


(artículo publicado en la revista "El Gráfico", Diciembre de 2001)

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El único adversario que encontramos en Montevideo no fue el 11 yugoslavo, fue el frio, un frío atroz e ininterrumpido.

(THEÓPHILO, atacante brasileño durante el Mundial de 1930, en declaraciones al periódico "A critica")

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Hoy hablan que no sabíamos jugar al fútbol, que fuimos campeones de mentira, pero quien habla así nunca vio jugar un Anselmo, un Iriarte.

(ERNESTO MASCHERONI, Ernesto Mascheroni, Campeón Mundial con Uruguay en 1930, en entrevista concedida a "Jornal da Tarde" del 29 de Mayo de 1978)

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Su Excelencia considera que el asunto no es de interés del gobierno.

(OCTAVIO MANGABEIRA, Ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, comunicando la decisión del Presidente Washington Luiz en no dar apoyo financiero a la delegación brasileña que viajaría a Montevideo a disputar la Copa del Mundo de 1930)

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