Ondino Viera [1901-1997] fue un célebre entrenador de fútbol uruguayo con una larga carrera en la historia del fútbol sudamericano.
También dejó un gran recuerdo en el fútbol brasileño, más específicamente en Río de Janeiro, donde la historia del Club de Regatas Vasco da Gama le tiene guardado un lugar de privilegio. Además entrenó los equipos de Botafogo, Fluminense y Bangú y en su país natal, condujo a los dos principales equipos uruguayos, Peñarol y Nacional y fue el entrenador de Uruguay en el Mundial de la FIFA de 1966. Reproducimos aquí una entrevista realizada a mediados de los ’90 en la página “People's Century”.
¿Cuándo empezó a jugar al fútbol?
Empecé a jugar a los seis años de edad. Vine desde el interior. Entonces empecé a jugar al fútbol. Cuando llegué desde el interior, yo no sabía que era el fútbol. Nosotros no sabíamos nada en el interior. Estábamos completamente aislados de la vida en las ciudades. Mis padres me hacían ver caballos, ya que provenía del interior, y me encontré por primera vez un grupo de chicos corriendo de un lado a otro. Yo no sabía por qué corrían. Vi que tenían la vejiga de un animal, no un balón de fútbol, la vejiga de un animal. Así que corrí y corrí y corrí, y de repente, uno de ellos se acercó y me dijo que entrara. Me dije, "¿Entrar para qué?" Yo no sabía cómo jugar. Así que me quedé, y más tarde se me volvió a preguntar, me invitan enfáticamente a entrar. Así que entré porque sabía que podía correr más que ellos.
Cuando la vejiga se fue a un lado llegué primero y me encontré con ella pero no le pegué. Yo no podía golpearla porque no sabía cómo y la vejiga se fue en otra dirección.
Cuando terminó la práctica y se dice "Hasta mañana", me dijeron, "Otro día te pondremos en el equipo para jugar con nosotros". Yo no sabía lo que esto significaba y le dije a mi padre: "Mira lo que me pasó hoy". "Ah", dijo. "Eso un campo de fútbol, se juega en un lado y en el otro. Jugaste en ambas partes. Eso que te dijo tu amigo es muy bueno." Al día siguiente, jugué con ellos de nuevo. Así comenzó mi carrera en el fútbol...
¿Cuáles eran las diferencias entre el europeo y el estilo del fútbol uruguayo?
Bueno, ellos eran hombres desarrollados. Nosotros aún éramos jóvenes. Los ingleses fueron los creadores, los reyes invencibles, los maestros del pasado. Ellos introdujeron el fútbol a través de las concesiones del ferrocarril. Así que los equipos se formaron en todas las estaciones de trenes en toda América. Ahí comenzó nuestra confrontación con ellos. Hubo una diferencia de edad enorme, porque éramos niños de 17 o 18 años, y ellos eran hombres con barba en sus rostros. Eran los funcionarios, los hombres encargados de las estaciones. Fueron todos los funcionarios públicos, y algunos funcionarios de las compañías de ferrocarriles, los que jugaban.
Háblenos de la primera victoria olímpica en 1924.
Cuando hicimos nuestra cruzada olímpica, fue un verdadero drama. Una decisión importante se tomó en la Asociación Uruguaya de Fútbol al retirar a Peñarol, que es uno de los más grandes clubes de la capital, y la Asociación Uruguaya de Fútbol se quedó con jugadores de Nacional y de algunos otros clubes.
Y felizmente José Nassazi, el capitán de nuestro equipo, un jugador que, felizmente y por suerte, eligió jugar ese torneo. Con nuestro sistema hemos conquistado la Olimpíada de 1924, se consigue nuevamente en el 28, se reitera en la Copa del Mundo de 1930, y más tarde en la Copa del Mundo de 1950.
Pero déjeme decirle que nosotros fundamos la escuela, la escuela del fútbol uruguayo, sin entrenadores, sin preparación física, sin medicina deportiva, sin kinesiólogos. Sólo nosotros, solos en los campos de Uruguay, jugando de la mañana a la tarde y en la noche iluminados por la luna. Jugamos durante 20 años para aprender a hacernos jugadores, para convertirnos en los jugadores que teníamos que ser: maestros absolutos de la pelota, agarrar la pelota y no dejarla ir por ningún motivo. De modo que nuestra superioridad era enorme. Pases avanzado buscando a los delanteros, interceptando los tiros de los europeos. Lo hicimos también cuando había jugadores libres, pero cuando no los había, jugador que agarraba la pelota asistía a su compañero de equipo.
Cuéntanos sobre los partidos del Mundial de 1930 en Montevideo.
Sí, yo estaba trabajando, porque me quedé en el Estadio Centenario hasta el momento en que fue terminado, hasta el día de la final. Estábamos seguros de lo que hacíamos, teníamos confianza. Fue una lucha contra el reloj, imprevisible. Tuvimos que empezar la Copa del Mundo en otros ámbitos que el Estadio Centenario, ya que todavía el Centenario no estaba preparado...
La fecha llegó y tuvieron que jugar los primeros partidos en campos de Peñarol y Nacional. Hemos tenido que esperar que el cemento armado se endureciera completamente para soportar 70 o 100 mil personas. Hubo mucha preocupación sobre esto, porque el Estadio Centenario estaba completamente fresco. Había temores de que se derrumbara, sobre todo porque pensaban que no había nadie para contener a los aficionados. Había policías pero no era suficiente, la presencia policial no es suficiente para contener lo que puede hacer una muchedumbre de 70 a 90 mil personas. Así que todos preveían estas cosas, y se temía que podría ocurrir un desastre, pero felizmente no fue así. Aún allí se encuentra el Estadio Centenario, construido en 1930.
¿Qué le parece el hecho de que muchos países europeos no llegaran a la Copa del Mundo?
Estábamos todos trabajando juntos, pero hubo un boicot en el Viejo Mundo contra los campeones del mundo. Francia respondió al primer compromiso, porque los habíamos invitado y habíamos competido en sus Juegos Olímpicos. Y desde allí ellos hicieron un camino en la diplomacia deportiva europea. Al venir ellos otros países vendrían, fue en realidad el primer campeonato del mundo.
Pensamos que era una cosa lógica (que algunas naciones no vinieran) porque era un acontecimiento completamente nuevo. Había información muy mala en Europa acerca del fútbol en Sudamérica. Éramos los salvajes de América. Era un fútbol salvaje nuestro juego. Era algo empírico, autoenseñado, el estilo nativo de nuestro fútbol. Era un fútbol que todavía no entraba dentro de los cánones del fútbol en el Viejo Mundo. Comenzamos a jugar uno contra el otro. Sin profesores. Sin entrenadores. Solo los directivos, las comisiones de fútbol y nosotros, los jugadores. Ese era nuestro fútbol, y así formamos nuestra escuela de juego, y así es como se formó la escuela de juego para todo nuestro continente.
¿Cuál fue la rivalidad más fuerte?
Uruguay y Argentina. Teníamos mucho respeto a Europa entonces, pero no miedo. Sabíamos que sosteníamos una superioridad enorme sobre ellos, en general una superioridad técnica. Ellos eran superiores físicamente, atléticamente, pero los enfrentamos conscientes de nuestro talento. Así que las cosas eran muy diferentes, muy diferentes. Los respetamos, pero sabíamos quienes éramos.
Teníamos mucha confianza en lo que estábamos haciendo. Pero había un antecedente. Fuimos los campeones olímpicos y mundiales. Hemos ganado en el 28 contra los argentinos. Hemos sido los finalistas. Pero más tarde, la estrategia política y diplomática deportivo creó un partido que nunca debería haber sido jugado, y los argentinos ganaron. El resultado fue la creación de una rivalidad tan grande que cuando los argentinos partieron de Buenos Aires hacia Montevideo, el periódico más grande, el más influyente en la Argentina tituló "Los Campeones del Mundo retornan a Montevideo".
¿Pero cómo? preguntamos antes del juego, antes de entrar al Estadio Centenario, ¿los argentinos, porque ganaron un partido amistoso contra los Campeones Olímpicos y Mundiales, dicen que 'los Campeones del Mundo retornan a Montevideo’? Esta fue una declaración de guerra. Un grito de guerra, y el campeonato derivó en una guerra psicológica entre Uruguay y Argentina, que alcanzó su punto máximo con la interrupción de las relaciones diplomáticas entre los dos países.
¿La tensión continuó hasta el último día?
Bueno, el día de la final recuerdo el grito de guerra del que hablé al ver los papeles impresos: "los Campeones del Mundo retornan a Montevideo!" El árbitro belga John Langenus sacó un seguro de vida al ver este clima de guerra, y después del juego pidió más ayuda para salir del estadio y se olvidó de advertir a los guardias que lo ayudaran y tuvo que ser llevado al túnel. De esa manera eran las cosas, con clima de guerra y el entusiasmo que se sentía. Nos olvidamos de tomar las medidas necesarias para llevar el juez a su vestuario. De todas maneras después fue llevado por un voluntario y se fue con un seguro de vida que nunca se hizo efectivo, así que él fue muy afortunado.
Bueno, de todas formas, todo el mundo tuvo suerte y cada uno defendía lo suyo. Todos querían ver quién sería el ganador del juego. Así que uruguayos y argentinos estaban involucrados en su objetivo, el gol de la victoria.
¿Qué pasó después de la victoria?
Hubo celebraciones que, sin duda, comenzaron en el estadio y se extendieron por todas las calles de Montevideo, se extendieron a todas las calles de República, y de la República, se extendió a todas las naciones del continente, con excepción de Argentina, por supuesto, que no podía celebrar nuestra victoria. Así que los festejos estaban en todas partes, y eran, digamos, en solidaridad con la conquista de Uruguay del primer Campeonato Mundial. Inaugurar el estadio era el deber de los campeones del mundo. El hecho de hacer algo trascendental en la historia del fútbol, cayó sobre nosotros para implantar el espíritu del fútbol americano moderno, que también es del viejo mundo, aquí en Uruguay.
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Entrevista a Ondino Viera
El debut de la Argentina en los Juegos Olímpicos de Holanda en 1928, fue una espectacular goleada por 11 a 2 ante los Estados Unidos. Conocida la noticia, uno de los diarios argentinos tituló: “Once ‘pepas’ inolvidables”.
En ese primer partido de Argentina, disputado el 29 de Mayo por los octavos de final, el seleccionado formó así: Bossio: Bidoglio y Paternoster; Médici, Calandra y Monti; Carricaberry, Tarasconi, Ferreira, Cherro y Orsi.
Los goles: Tarasconi (4), Cherro (3), Orsi (2) y Ferreira (2).
Nuestros jugadores lamentaban que el débil equipo norteamericano les haya convertido dos tantos. Después, Argentina apabulló (por cuartos de final) a Bélgica 6 a 3 y a Egipto (semifinal) 6 a 0, llegando a la final frente a Uruguay.
Ese enfrentamiento terminó 1 a 1 y entonces el reglamento establecía que había que jugar el desempate.
Pese a las goleadas previas, Argentina no pudo ejercer predominio. Vencieron los uruguayos 2 a 1 en emotivo encuentro, logrando la medalla de oro olímpica por segunda vez consecutiva (habían sido campeones cuatro años antes, en París).
En ese primer partido de Argentina, disputado el 29 de Mayo por los octavos de final, el seleccionado formó así: Bossio: Bidoglio y Paternoster; Médici, Calandra y Monti; Carricaberry, Tarasconi, Ferreira, Cherro y Orsi.
Los goles: Tarasconi (4), Cherro (3), Orsi (2) y Ferreira (2).
Nuestros jugadores lamentaban que el débil equipo norteamericano les haya convertido dos tantos. Después, Argentina apabulló (por cuartos de final) a Bélgica 6 a 3 y a Egipto (semifinal) 6 a 0, llegando a la final frente a Uruguay.
Ese enfrentamiento terminó 1 a 1 y entonces el reglamento establecía que había que jugar el desempate.
Pese a las goleadas previas, Argentina no pudo ejercer predominio. Vencieron los uruguayos 2 a 1 en emotivo encuentro, logrando la medalla de oro olímpica por segunda vez consecutiva (habían sido campeones cuatro años antes, en París).
A pesar de alguna rispidez pasajera, el pueblo argentino y uruguayo siempre tuvieron muchísimos puntos en común, y una reciprocidad cultural y social asombrosa.
Argentinos y uruguayos, rioplatenses al fin, fuimos sin dudas el centro del mundo futbolero de los años '20. Los Charrúas, Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos 1924, defendían su presea en Ámsterdam 1928.
No la tenían fácil. Argentina mando representativo, y se sabía que la el duelo rioplatense era final segura. Pero entre ambas delegaciones que se reflejaba en continuas reuniones, cenas y amistad permanente.
En una de esas cenas, antes de jugarse las semifinales, los jugadores de ambos países sellaron un pacto por demás particular: si una de las dos delegaciones no pasa a la final, el otro país utilizaría en el partido definitivo, en modo de homenaje, los colores del hermano rioplatense. Un hermoso gesto, propio de un fútbol todavía amateur, en lo económico, y por suerte, en lo moral.
Argentina y Uruguay derrotaron a Egipto e Italia respectivamente, jugando las final el 10 de Junio, y repitiéndola el día 13, en la cual, finalmente; Uruguay se alzó con la presea dorada.
Argentinos y uruguayos, rioplatenses al fin, fuimos sin dudas el centro del mundo futbolero de los años '20. Los Charrúas, Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos 1924, defendían su presea en Ámsterdam 1928.
No la tenían fácil. Argentina mando representativo, y se sabía que la el duelo rioplatense era final segura. Pero entre ambas delegaciones que se reflejaba en continuas reuniones, cenas y amistad permanente.
En una de esas cenas, antes de jugarse las semifinales, los jugadores de ambos países sellaron un pacto por demás particular: si una de las dos delegaciones no pasa a la final, el otro país utilizaría en el partido definitivo, en modo de homenaje, los colores del hermano rioplatense. Un hermoso gesto, propio de un fútbol todavía amateur, en lo económico, y por suerte, en lo moral.
Argentina y Uruguay derrotaron a Egipto e Italia respectivamente, jugando las final el 10 de Junio, y repitiéndola el día 13, en la cual, finalmente; Uruguay se alzó con la presea dorada.
(tomado de la página “Xenen”)
Tal vez el capitán históricamente más emblemático de la historia del fútbol uruguayo, junto a Obdulio Várela, fue José Nasazzi (foto) quien lograra con la Celeste tres torneos Sudamericanos, dos Olímpicos y una Copa del Mundo, éste certamen cuando se realizó por primera vez, en 1930, siendo Uruguay el país anfitrión.
Lo que pocos saben es que Nasazzi trabajaba en los talleres de una marmolería que cortaba, destrozaba y pulía el mármol para el revestimiento del Palacio Legislativo de Montevideo.
Cuando a Nasazzi le anunciaron que iba a ser el capitán del equipo olímpico que iría a los Juegos Olímpicos de París de 1924, recién allí dejó la dura profesión de marmolista.
Y fue así nomás, porque al regreso de París, con la medalla de oro a cuestas, fue nombrado empleado de los Casinos Municipales de Montevideo, llegando con los años, a ocupar la gerencia general del mismo.
En aquéllos tiempos de un fútbol para nada mercantilizado, para Nasazzi, su nuevo trabajo, mucho menos sacrificado que el de la marmolería, resultaba como un premio a su jerarquía futbolística.
Nasazzi, quien murió a los 68 años, se había iniciado en el club Bella Vista (el conjunto Papal, por sus colores blanco y amarillo) para luego consagrarse en Nacional de Montevideo. José Nasazzi, un uruguayo que honró al fútbol sudamericano.
Lo que pocos saben es que Nasazzi trabajaba en los talleres de una marmolería que cortaba, destrozaba y pulía el mármol para el revestimiento del Palacio Legislativo de Montevideo.
Cuando a Nasazzi le anunciaron que iba a ser el capitán del equipo olímpico que iría a los Juegos Olímpicos de París de 1924, recién allí dejó la dura profesión de marmolista.
Y fue así nomás, porque al regreso de París, con la medalla de oro a cuestas, fue nombrado empleado de los Casinos Municipales de Montevideo, llegando con los años, a ocupar la gerencia general del mismo.
En aquéllos tiempos de un fútbol para nada mercantilizado, para Nasazzi, su nuevo trabajo, mucho menos sacrificado que el de la marmolería, resultaba como un premio a su jerarquía futbolística.
Nasazzi, quien murió a los 68 años, se había iniciado en el club Bella Vista (el conjunto Papal, por sus colores blanco y amarillo) para luego consagrarse en Nacional de Montevideo. José Nasazzi, un uruguayo que honró al fútbol sudamericano.
Pedro Escartín fue un español que vivió el fútbol con verdadera pasión. Había nacido en Madrid el 2 de Agosto de 1902 y fue árbitro durante 26 años, dirigiendo 847 partidos, entre ellos 5 finales de Copa de España, actuando además en los Juegos Olímpicos de 1928 y en el Mundial de Italia de 1934.
Pero también Escartín fue técnico del seleccionado español en dos ocasiones, rechazando siempre el cobro de sus haberes. ¡Qué tiempos aquéllos!
Era también un hombre algo despistado, tal es así que en la charla previa a un partido internacional, les encomendó a sus jugadores el utilizar una táctica que respondía a un 4-4-3.
Pese a preguntar si se lo había comprendido, nadie se animaba a decirle de lo imposible de jugar con 12 jugadores (al arquero se lo omite en la táctica del equipo), hasta que Alfredo Di Stéfano se despachó con un histórico: "Lo que dijo está muy bien, don Pedro, pero tenemos doce jugadores..."
Cuentan que Escartín, sin aceptar su equivocación, cambió la respuesta alentando a sus jugadores con un: "Pongamos mucho corazón, corramos a todos los balones como si fuera lo último que hicierais en esta vida, para que nuestros rivales piensen que nosotros jugamos con uno o de más".
Otra vez, estando en Roma para dirigir un partido de la selección italiana, aprovechó para pedir una audiencia al Papa Pio XII. Le advirtieron de que debía esperar arrodillado la llegada del Papa y de que no se pusiera en pie hasta que el Pontifice se lo indicara. Pio XII le dijo: ¿"Así que usted fue el árbitro que le anuló ayer dos goles a Italia"? "Sí, pero fue con justicia, Santidad", respondió. El Papa le pasó factura y lo tuvo toda la audiencia de rodillas. Fue el mayor castigo recibido por un árbitro internacional.
Pero también Escartín fue técnico del seleccionado español en dos ocasiones, rechazando siempre el cobro de sus haberes. ¡Qué tiempos aquéllos!
Era también un hombre algo despistado, tal es así que en la charla previa a un partido internacional, les encomendó a sus jugadores el utilizar una táctica que respondía a un 4-4-3.
Pese a preguntar si se lo había comprendido, nadie se animaba a decirle de lo imposible de jugar con 12 jugadores (al arquero se lo omite en la táctica del equipo), hasta que Alfredo Di Stéfano se despachó con un histórico: "Lo que dijo está muy bien, don Pedro, pero tenemos doce jugadores..."
Cuentan que Escartín, sin aceptar su equivocación, cambió la respuesta alentando a sus jugadores con un: "Pongamos mucho corazón, corramos a todos los balones como si fuera lo último que hicierais en esta vida, para que nuestros rivales piensen que nosotros jugamos con uno o de más".
Otra vez, estando en Roma para dirigir un partido de la selección italiana, aprovechó para pedir una audiencia al Papa Pio XII. Le advirtieron de que debía esperar arrodillado la llegada del Papa y de que no se pusiera en pie hasta que el Pontifice se lo indicara. Pio XII le dijo: ¿"Así que usted fue el árbitro que le anuló ayer dos goles a Italia"? "Sí, pero fue con justicia, Santidad", respondió. El Papa le pasó factura y lo tuvo toda la audiencia de rodillas. Fue el mayor castigo recibido por un árbitro internacional.
Yo pensaba en mi patria, en que pronto vendrían las Olimpíadas de 1928 y en que debía vestir la camiseta celeste, pensé en Nacional, en el que ya no volvería a jugar y no quise firmar...
(HÉCTOR SCARONE, ex jugador uruguayo de la década del 20, al rechazar un contrato millonario para continuar en el Barcelona. En aquella época sólo podían participar en los Juegos Olímpicos deportistas amateurs, y el contrato ofrecido era profesional. Extraído del Libro de Oro del club Nacional de Montevideo)
(HÉCTOR SCARONE, ex jugador uruguayo de la década del 20, al rechazar un contrato millonario para continuar en el Barcelona. En aquella época sólo podían participar en los Juegos Olímpicos deportistas amateurs, y el contrato ofrecido era profesional. Extraído del Libro de Oro del club Nacional de Montevideo)
Pedro Cea fue una legendaria figura del fútbol uruguayo de las mejores épocas. Integrante de la selección ganadora de los Juegos Olímpicos del 24 y 28, y del campeón de la primera Copa del Mundo en 1930 (fue el único que jugó todos los partidos de dichos torneos) y de los Sudamericanos de 1923, 1924 y 1926...
El Vasco, que jugaba como delantero (por izquierda) en Nacional de Montevideo, tuvo como compañero en la selección, entre otros, a Álvaro Gestido, figura en el mediocampo de Peñarol...
En las concentraciones del combinado uruguayo se hicieron grandes amigos. Se divertían, bromeaban y jugaban a las cartas, siempre de compañeros. Solo en algo no coincidían: para Gestido, Peñarol lo era todo, y para Cea, nada mejor que su querido Nacional...
Cuando se jugaba el clásico, ambos se olvidaban de la amistad, el partido era a cara de perro. Eso sí, cuando todo terminaba, siempre se encontraban en un abrazo...
“Mirá, viejito, podemos discutir toda la vida, pero no quiero saber nada con Peñarol. Ni me hables. Es más... te juro que jamás pisaré su sede”, le aseguraba Cea a su amigo...
Lo cierto es que Gestido falleció en 1957 y Peñarol, a manera de homenaje a quien fuera una de sus figuras emblemáticas, ofreció que el velatorio fuese en su sede social. Y así fue...
Esa noche, Cea llegó a la sede de Peñarol muy apesadumbrado, ante la mirada de asombro de los hinchas que conocían su incompatibilidad con todo lo que fuese aurinegro. Dejó de lado un juramento sin sentido para darle el último adiós a su dilecto amigo, aunque fuese en casa de su rival de siempre.
Pedro Cea falleció en 1970...
El Vasco, que jugaba como delantero (por izquierda) en Nacional de Montevideo, tuvo como compañero en la selección, entre otros, a Álvaro Gestido, figura en el mediocampo de Peñarol...
En las concentraciones del combinado uruguayo se hicieron grandes amigos. Se divertían, bromeaban y jugaban a las cartas, siempre de compañeros. Solo en algo no coincidían: para Gestido, Peñarol lo era todo, y para Cea, nada mejor que su querido Nacional...
Cuando se jugaba el clásico, ambos se olvidaban de la amistad, el partido era a cara de perro. Eso sí, cuando todo terminaba, siempre se encontraban en un abrazo...
“Mirá, viejito, podemos discutir toda la vida, pero no quiero saber nada con Peñarol. Ni me hables. Es más... te juro que jamás pisaré su sede”, le aseguraba Cea a su amigo...
Lo cierto es que Gestido falleció en 1957 y Peñarol, a manera de homenaje a quien fuera una de sus figuras emblemáticas, ofreció que el velatorio fuese en su sede social. Y así fue...
Esa noche, Cea llegó a la sede de Peñarol muy apesadumbrado, ante la mirada de asombro de los hinchas que conocían su incompatibilidad con todo lo que fuese aurinegro. Dejó de lado un juramento sin sentido para darle el último adiós a su dilecto amigo, aunque fuese en casa de su rival de siempre.
Pedro Cea falleció en 1970...
Los carteros de la imaginación
Historia del relato radial del fútbol en Argentina
Nos cuentan los partidos del domingo y así nos envían al paraíso de la fantasía. No sacan conejos de la galera, pero igual hacen magia. Primero fue Fioravanti, luego Muñoz y más tarde Víctor Hugo. Los relatores, integrantes de una cultura que irrumpió en la Argentina hace casi ochenta años y todavía hoy sigue emocionando.
Da temor verlos. Asustan. Parece que estuvieran a punto de escupir los pulmones y caer redondo encima de los viejos de la platea. Ahí andan ellos, la camisa totalmente abierta, arrugada, los pelos embarullados, anchas gotas de sudor resbalándole en el rostro, la mano enlazando el micrófono, el cuello hinchado, colorado de euforia, las venas que quieren escaparse. Y el grito de gol que se prolonga y rompe los límites del tiempo. Vértigo, velocidad, improvisación, imaginación, potencia. Mentiras. Exageraciones.
Los relatores radiales de fútbol alcanzaron en Argentina un papel mayor que el simple hecho de contar un partido de fútbol. Armaron una cultura nueva. Se diferenciaron del resto de la gente que hace periodismo deportivo y fundaron algo así como un gremio abstracto. Porque no son periodistas. Son relatores. Y recién después se nombra al comentarista, ayudante de campo, vestuaristas o estudios centrales. Es el relator. El cartero de la mentira y la exageración, que nos dibuja en la imaginación cómo Gallardo sorteó la marca de Bermúdez o cómo Gatti descolgó una pelota del ángulo.
Esta cultura se inició en el país el 2 de Octubre de 1924, y casi por accidente. Jugaban Argentina y Uruguay. Y Horacio Martínez Seeber y Atilio Casime informaron a los escuchas acerca de las incidencias del encuentro, que ganó Argentina 2 a 1. Se dice que lo hicieron informalmente, un relato ni siquiera parecido al que hoy se escucha. Ingenuos, no tenían ni idea lo que ellos mismos acababan de comenzar.
El primer partido que se relató completo fue Sportivo Barracas contra Estudiantil Porteño, en 1927. Lo relató Tito Martínez Delbox.
Alfredo Aróstegui fue a quien primero se le colgó el cartel de narrador futbolero. De narrador futbolero profesional, por así decirlo. Aróstegui llevó a las casas argentinas los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 y por eso se ganó el apodo de El Relator Olímpico. Le costaba bastante seguir las acciones: “Una serie de pases intrascendentes en el mediocampo”, prefería decir y salir del paso.
La tarde llegada de los diarios a los hogares y la no presencia de la televisión transformó a la radio en el primer medio de consulta y entretenimiento. Era una gustosa obligación sentarse en la mesa de la cocina, mate y galletitas, a escuchar los episodios de un partido que se jugaba a largos kilómetros de distancia. Y partidos muy importantes, además. Luis Elías Sojit, por ejemplo, fue el encargado, a través de Radio Splendid, de contar lo ocurrido en la Copa del Mundo de Italia 1934.
Tal vez fue en la década del 40 cuando el relatar se vistió con el traje del arte.
Porque apareció Fioravanti. Joaquín Carballo Serantes -sólo según su documento- presentó un carné diferente al que todos habían presentado. Se elevó por encima del resto. Fue el invitado especial de todas las familias futboleras, que lo dejaban ingresar a sus casas todos los domingos. Le ganó además el duelo que protagonizó con otro grande: Eduardo Pelliciari, el “Lalo” que jugó para Rivadavia primero y Mitre después.
La hegemonía de Fiorovanti se enterró en el recuerdo de la gente cuando surgió, allá por 1960, José María Muñoz. Inventor de las conexiones, amigo de todo gobierno de turno, El Relator de América mantuvo al público futbolero pegado a la radio durante casi 20 años y fue además la voz del Mundial de Argentina 1978. Enjuagaba la voz con una polenta tremenda, acaso su arma más eficiente.
Después vino Víctor Hugo Morales, el nombre que le ganó al apellido, uruguayo, talentoso además. Fue el tercer eslabón de una cadena de monstruos. Primero Fioravanti, luego Muñoz y por último él. Algo así como Di Stéfano, Pelé y Maradona, reyes en sus actividades y en sus épocas.
Víctor Hugo gozó de su punto más alto durante la década del 80. Voz cavernosa, ahuecada, enérgica, transmitió para medios argentinos los mundiales del 82, 86, 90, 94 y 98. Y en México 86 pintó lo que para muchos es su obra maestra. Dibujó con el pincel de sus cuerdas vocales y su llanto el segundo gol de Maradona a los ingleses en el corazón de todo argentino.
Todavía se escucha aquella poesía: “La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio!... ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y Goooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... barrilete cósmico... ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.... Argentina 2 - Inglaterra 0... Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este... Argentina 2 - Inglaterra 0...”
La gran cantidad de radios que se abocaron al fútbol abrió el espectro para la llegada de montones de relatores. Desde principios o mediados de la década del 80: Atilio Costa Febre, Héctor Caldiero, Jorge Bullrich, Juan Carlos Morales -perdió con Víctor Hugo el cetro que dejó El "Gordo" Muñoz-, José Gabriel Carbajal, Osvaldo Webhe y Walter Saavedra, entre muchos otros. Y desde principios de los 90 hasta los días que ahora corren, Alejandro Fantino y Sebastián Vignolo, tal vez los más destacados.
Hoy, acaso el único que pide permiso para sentarse en el sillón que todavía ocupa Víctor Hugo es el desenfadado Mariano Closs.
El locutor y escritor Pablo Molinari plantea en uno de sus delirios la siguiente cuestión: “Cuesta creer que los relatores de fútbol no tienen, como imperiosa necesidad de la excelencia en su oficio, un pacto con el Diablo. Si no, ¿cómo se explica la exactitud con la que estos hombres son capaces de anticipar una jugada, incluso muchos segundos antes de que ocurra? (...) Si tal es la infabilidad de los pronósticos de los relatores, los jugadores no son más que simples piezas de ajedrez destinadas a cumplir los deseos del tipo de la radio. Así, pues, los futbolistas carecen de decisiones propias: todos sus actos responden a la imaginación del relator”.
Tal vez así sea. Y en realidad todos nosotros somos víctimas del antojo de unos tipos que hablan rápido, escupen mentiras y nos hacen felices todos los domingos.
Nos cuentan los partidos del domingo y así nos envían al paraíso de la fantasía. No sacan conejos de la galera, pero igual hacen magia. Primero fue Fioravanti, luego Muñoz y más tarde Víctor Hugo. Los relatores, integrantes de una cultura que irrumpió en la Argentina hace casi ochenta años y todavía hoy sigue emocionando.
Da temor verlos. Asustan. Parece que estuvieran a punto de escupir los pulmones y caer redondo encima de los viejos de la platea. Ahí andan ellos, la camisa totalmente abierta, arrugada, los pelos embarullados, anchas gotas de sudor resbalándole en el rostro, la mano enlazando el micrófono, el cuello hinchado, colorado de euforia, las venas que quieren escaparse. Y el grito de gol que se prolonga y rompe los límites del tiempo. Vértigo, velocidad, improvisación, imaginación, potencia. Mentiras. Exageraciones.
Los relatores radiales de fútbol alcanzaron en Argentina un papel mayor que el simple hecho de contar un partido de fútbol. Armaron una cultura nueva. Se diferenciaron del resto de la gente que hace periodismo deportivo y fundaron algo así como un gremio abstracto. Porque no son periodistas. Son relatores. Y recién después se nombra al comentarista, ayudante de campo, vestuaristas o estudios centrales. Es el relator. El cartero de la mentira y la exageración, que nos dibuja en la imaginación cómo Gallardo sorteó la marca de Bermúdez o cómo Gatti descolgó una pelota del ángulo.
Esta cultura se inició en el país el 2 de Octubre de 1924, y casi por accidente. Jugaban Argentina y Uruguay. Y Horacio Martínez Seeber y Atilio Casime informaron a los escuchas acerca de las incidencias del encuentro, que ganó Argentina 2 a 1. Se dice que lo hicieron informalmente, un relato ni siquiera parecido al que hoy se escucha. Ingenuos, no tenían ni idea lo que ellos mismos acababan de comenzar.
El primer partido que se relató completo fue Sportivo Barracas contra Estudiantil Porteño, en 1927. Lo relató Tito Martínez Delbox.
Alfredo Aróstegui fue a quien primero se le colgó el cartel de narrador futbolero. De narrador futbolero profesional, por así decirlo. Aróstegui llevó a las casas argentinas los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928 y por eso se ganó el apodo de El Relator Olímpico. Le costaba bastante seguir las acciones: “Una serie de pases intrascendentes en el mediocampo”, prefería decir y salir del paso.
La tarde llegada de los diarios a los hogares y la no presencia de la televisión transformó a la radio en el primer medio de consulta y entretenimiento. Era una gustosa obligación sentarse en la mesa de la cocina, mate y galletitas, a escuchar los episodios de un partido que se jugaba a largos kilómetros de distancia. Y partidos muy importantes, además. Luis Elías Sojit, por ejemplo, fue el encargado, a través de Radio Splendid, de contar lo ocurrido en la Copa del Mundo de Italia 1934.
Tal vez fue en la década del 40 cuando el relatar se vistió con el traje del arte.
Porque apareció Fioravanti. Joaquín Carballo Serantes -sólo según su documento- presentó un carné diferente al que todos habían presentado. Se elevó por encima del resto. Fue el invitado especial de todas las familias futboleras, que lo dejaban ingresar a sus casas todos los domingos. Le ganó además el duelo que protagonizó con otro grande: Eduardo Pelliciari, el “Lalo” que jugó para Rivadavia primero y Mitre después.
La hegemonía de Fiorovanti se enterró en el recuerdo de la gente cuando surgió, allá por 1960, José María Muñoz. Inventor de las conexiones, amigo de todo gobierno de turno, El Relator de América mantuvo al público futbolero pegado a la radio durante casi 20 años y fue además la voz del Mundial de Argentina 1978. Enjuagaba la voz con una polenta tremenda, acaso su arma más eficiente.
Después vino Víctor Hugo Morales, el nombre que le ganó al apellido, uruguayo, talentoso además. Fue el tercer eslabón de una cadena de monstruos. Primero Fioravanti, luego Muñoz y por último él. Algo así como Di Stéfano, Pelé y Maradona, reyes en sus actividades y en sus épocas.
Víctor Hugo gozó de su punto más alto durante la década del 80. Voz cavernosa, ahuecada, enérgica, transmitió para medios argentinos los mundiales del 82, 86, 90, 94 y 98. Y en México 86 pintó lo que para muchos es su obra maestra. Dibujó con el pincel de sus cuerdas vocales y su llanto el segundo gol de Maradona a los ingleses en el corazón de todo argentino.
Todavía se escucha aquella poesía: “La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tercero y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio!... ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... y Goooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios santo! ¡Viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diego Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... barrilete cósmico... ¿de qué planeta viniste? Para dejar en el camino tanto inglés, para que el país sea un puño apretado, gritando por Argentina.... Argentina 2 - Inglaterra 0... Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este... Argentina 2 - Inglaterra 0...”
La gran cantidad de radios que se abocaron al fútbol abrió el espectro para la llegada de montones de relatores. Desde principios o mediados de la década del 80: Atilio Costa Febre, Héctor Caldiero, Jorge Bullrich, Juan Carlos Morales -perdió con Víctor Hugo el cetro que dejó El "Gordo" Muñoz-, José Gabriel Carbajal, Osvaldo Webhe y Walter Saavedra, entre muchos otros. Y desde principios de los 90 hasta los días que ahora corren, Alejandro Fantino y Sebastián Vignolo, tal vez los más destacados.
Hoy, acaso el único que pide permiso para sentarse en el sillón que todavía ocupa Víctor Hugo es el desenfadado Mariano Closs.
El locutor y escritor Pablo Molinari plantea en uno de sus delirios la siguiente cuestión: “Cuesta creer que los relatores de fútbol no tienen, como imperiosa necesidad de la excelencia en su oficio, un pacto con el Diablo. Si no, ¿cómo se explica la exactitud con la que estos hombres son capaces de anticipar una jugada, incluso muchos segundos antes de que ocurra? (...) Si tal es la infabilidad de los pronósticos de los relatores, los jugadores no son más que simples piezas de ajedrez destinadas a cumplir los deseos del tipo de la radio. Así, pues, los futbolistas carecen de decisiones propias: todos sus actos responden a la imaginación del relator”.
Tal vez así sea. Y en realidad todos nosotros somos víctimas del antojo de unos tipos que hablan rápido, escupen mentiras y nos hacen felices todos los domingos.
(artículo escrito por el periodista Ignacio Fusco, y publicado en la revista "Súper Fútbol")
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