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En la Copa del Mundo organizada por Suiza en 1954, se produjo un hecho sin precedentes...
Fue durante el partido disputado el 20 de Junio en Basilea, cuando se enfrentaron Hungría y Alemania...
El tema es que, por entonces, había mucha expectativa por ver al equipo húngaro (que finalmente apabulló por 8 a 3 a los germanos) porque era la máxima atracción internacional con un juego lleno de preciosismo y efectividad...
Fue así que como el estadio resultaba pequeño para cobijar a tanta gente, se ideó ubicar un tren como tribuna adicional, sobre el terraplén del ferrocarril aledaño al estadio...
Allí se ubicaron muchos hinchas, quienes vieron brillar a Kocsis, Puskas y Czibor, entre otros...
Lo curioso fue que la final del torneo la disputaron los mismos protagonistas, y pese a ese resultado, que vaticinaba un nuevo triunfo de Hungría, Alemania se quedó con la Copa, triunfando por 3 a 2, remontando un 0-2 parcial...

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El técnico de España en el Mundial organizado por Chile en 1962, era el argentino Helenio Herrera. Entre sus máximas figuras estaba otro argentino, Alfredo Di Stéfano, también el húngaro Ferenc Puskas, el paraguayo Eulogio Martínez y el uruguayo José Emilio Santamaría, todos ellos, como es lógico, nacionalizados españoles. Por tal motivo, a esa selección española la llamaban "el equipo de la ONU" (Organización de Naciones Unidas).
Mientras que Alfredo Di Stéfano no pudo jugar un solo partido, al viajar lesionado y no poder recuperarse, Santamaría disputó 2 cotejos, Puskas 3 y Martínez tan solo uno. La actuación de España en esa Copa fue muy floja, no pudiendo pasar la primera ronda, la del Grupo 3, que integraba junto a Brasil, Checoslovaquia y México.
En el primer partido, Checoslovaquia la derrotó por 1 a 0, en su segunda presentación le ganó a México por 1 a 0 (gol de Peiró) y en el tercero y definitorio cotejo para pasar la serie, Brasil le ganó por 2 a 1. Vencía España con gol de Adelardo, pero en pocos minutos, Amarildo (suplantaba a Pelé, que se había lesionado) anotó los dos goles decisivos.
Los clasificados de esa zona fueron Brasil (que sería el campeón) y Checoslovaquia, siendo eliminados España y México. Lo curioso es que José Santamaría ya había participado en el Mundial de 1954 realizado en Suiza, pero jugando para Uruguay, mientras que Puskas (en la foto junto a Nilton Santos) también lo había hecho en el certamen suizo, pero vistiendo la camiseta de su Hungría natal, país que por entonces tenía un poderoso equipo, pero que sucumbió en la final ante Alemania.

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Mi juego de cabeza debió de nacer al mismo tiempo que yo. No creo que eso se pueda aprender.

(SÁNDOR KOCSIS, 1929-1979, temible cabeceador húngaro, respondiendo a los secretos de su fortísimo golpe de cabeza)

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Kubala (Joan Manuel Serrat - España)


Pelé era Pelé y Maradona uno y basta. Di Stéfano era un pozo de picardía.
Honor y gloria a quienes hicieron brillar el sol de nuestro fútbol de cada día. Todos tienen sus méritos; a cada quien lo suyo, pero para mí ninguno como Kubala. Se ruega al respetable silencio, que para quienes no lo han gozado diré cuatro cosas: La para con la cabeza, la baja con el pecho, la duerme con la izquierda, cruza el medio campo con el esférico pegado a la bota, se va del volante y entra en el área grande rifando la pelota, la esconde con el cuerpo, empuja con el culo y se sale de espuela. Se mea al central con un tuya mía con dedicatoria y la toca justo para ponerla en el camino de la gloria.
Viva el conocimiento y la alegría del juego adornada con un toque de fantasía. Fútbol en colores, bocado de 'gourmet', encaje de ganchillo, canela fina. La para con la cabeza, la baja con el pecho, la duerme con la izquierda, cruza el medio campo con el esférico pegado a la bota, se va del volante y entra en el área grande rifando la pelota, la esconde con el cuerpo, empuja con el culo y se sale de espuela. Se mea al central con un tuya mía con dedicatoria y la toca justo para ponerla en el camino de la gloria.
Permitidme glosar la gloria de estos hechos como hacían los griegos años atrás con la alegría de quien ha jugado a su lado y lleva su retrato en la cartera. La para con la cabeza, la baja con el pecho, la duerme con la izquierda.



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Nuestra selección perdió la Copa porque despreció el torneo. Yo no conseguí sentir con el equipo el mismo fervor de la Olimpíada, dos años antes. Para nosotros, la medalla en la Olimpíada fue más importante.

(SANDOR KOCSIS, jugador húngaro, goleador de la Copa del Mundo de 1954, comentando sus sensaciones tras la final perdida ante Alemania)

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La defesa húngara es lo mismo que una puerta mal cerrada.

(PINGA, atacante de la selección brasileña en el Mundial de 1954)

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Maneja la pelota con la zurda mejor que yo con la mano.

(FERENC PUSKAS, célebre jugador húngaro, opinando sobre Alfredo Di Stéfano)

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El duelo de los poetas


En 1928 el FC Barcelona y el Real Sociedad jugaron en Santander la final de la Copa de España. Fue un duelo épico, pues hubo que disputar tres partidos para decidir el campeón (por aquellos años no había penales ni prórrogas). En el partido decisivo, el húngaro Franz Platko (foto), portero del Barcelona, se convirtió en héroe al detener varios goles marcados estando en malas condiciones físicas.
El poeta Rafael Alberti, que vio el partido, contó impresionado como el guardameta "fue acometido furiosamente por los de la Real y quedó ensangrentado, sin sentido, pero con el balón entre los brazos... Luego reapareció, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar".
Los catalanes ganaron la Copa y Alberti escribió su "Oda a Platko".



Oda a Platko (Rafael Alberti, España, 1902-1999)

Ni el mar,
Que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia, ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
Guardameta en polvo,
Pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie,
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la hierba de otro país,
¡Tú, llave, Platko, tú llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko
volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.

No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar
fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana
mando el aire en las venas
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin
plumas, encalaron la hierba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
!Y todo por ti Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie, se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
!Oh Platko, Platko, Platko
tú tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no nadie, nadie, nadie.


Pero el gaditano no fue el único poeta que estuvo en ese día en la grada. Rafael Celaya, hincha del equipo donostiarra, vio las cosas de manera bien diferente y lo contó en su "Contraoda del poeta de la Real Sociedad", convencido de que el triunfo barcelonista se había producido gracias a la ayuda del árbitro.
La devoción de Celaya a la Real fue correspondida cuando, a su muerte, los jugadores de San Sebastián portaron brazaletes negros durante un partido contra el Athletic de Bilbao.



Contraoda del poeta de la Real Sociedad (Gabriel Celaya, España, 1911-1991)

Y recuedo también nuestra triple derrota
en aquellos partidos frente al Barcelona
que si nos ganó, no fue gracias a Platko
sino por diez penaltis claros que nos robaron.
Camisolas azules y blancas volaban
al aire, felices, como pájaros libres,
asaltaban la meta defendida con furia
y nada pudo entonces toda la inteligencia
y el despliegue de los donostiarras
que luchaban entonces contra la rabia ciega
y el barro, y las patadas, y un árbitro comprado.
Todos lo recordamos y quizá más que tu,
mi querido Alberti, lo recuerdo yo,
porque yo estaba allí, porque vi lo que vi,
lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre
recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos
y hay algo que no cambian los falsos resultados.

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